Por un nuevo orden mundial
La confrontación entre naciones por obtener ventajas económicas ha sido la causa
a lo largo de la historia que ha dado lugar a los imperios y a su perversa
relación de buscar en la dominación y explotación de pueblos y naciones el
beneficio para las metrópolis dominantes.
En el siglo XXI a pesar de los pasos dados por los países en desarrollo
para acabar con la imposición de unas relaciones desiguales, las mismas, siguen
estando dominadas por el objetivo de unos países de buscar ventajas a costa de
los intereses de otros.
Esta desigualdad se fundamenta en dos grandes ejes, el primero, en las
relaciones económicas internacionales, y el segundo en las relaciones políticas.
Sobre la desigualdad en las relaciones económicas internacionales.
En las relaciones económicas, son los antiguos países colonialistas europeos y
principalmente EEUU quienes marcan la pauta de la política económica de obtener beneficios a costa de terceros países.
Esta política es el resultado de
haber sido los primeros en realizar la acumulación primaria de capital a costa
de la explotación colonial o neocolonial, lo que les ha permitido liderar la
ventaja histórica científico-técnica y, con ello, la innovación tecnológica en
la creación de nuevo productos y el incremento de la productividad en la
conversión de la energía en trabajo productivo.
El concepto de “La Riqueza de las Naciones” proclamado por Adam Smith y Ricardo
como el resultado de las ventajas comparativas que unos países aportaban
respecto de otros, ha devenido después de doscientos años de capitalismo en unas
relaciones de producción fundamentadas en el intercambio de productividades
diferentes, obligando a los países en desarrollo a competir con los desarrollados
con mano de obra barata, siendo por ello, mayor la fuerza de trabajo humano que
aportan los países en desarrollo en el intercambio de mercancías de la que se
benefician los países
desarrollados, haciendo que el valor económico, es decir, la demanda solvente
mundial se concentre en los países ricos y, por la tanto, sean éstos los que
marquen las pautas de consumo mundial de productos y mercancías, y donde, por lo
tanto, van destinadas la mayoría de las
materias primas del planeta.
Por otra parte, este modelo de relaciones económicas internacionales es también
el que impide dar una respuesta adecuada al creciente deterioro medioambiental
que tiene su máxima expresión en las emisiones de gases de efecto invernadero a
la atmósfera.
Si bien, estás emisiones vienen determinadas por: 1º la dependencia energética
mundial de los combustibles fósiles (que supone un 80% del total mundial), y 2º
porque los combustibles fósiles son los que mejor se adaptan al vigente sistema
tecnológico mundial para la conversión de la energía en trabajo resultado por
ello los más prácticos y baratos de usar; la causa principal de las
emisiones se debe a la necesidad económica de externalización de costes
medioambientales como ventaja competitiva entre naciones para abaratar los costes de producción
para el comercio de mercancías.
Cambiar esa perversión económica de hallar ventajas productivas con la
externalización de costes medioambientales podría ser viable si los países
desarrollados -por responsabilidad histórica y por tener una mayor
productividad- aceptaran la desviación de recursos económicos para la
implementación de sumideros artificiales de CO2, pues los países en desarrollo no pueden hacerlo por
falta de recursos y porque les obligaría a tener que competir con salarios aun
más bajos.
Pero los países desarrollados no están dispuestos a tales medidas pues
encarecería sus costes de producción y les restaría competitividad y, por lo
tanto, restaría parte de la ventaja económica que ahora tienen en los mercados
internacionales. Las palabras de Ángela Merkel al diario dominical germano
Bild am Sonntag a propósito de la Conferencia de Copenhague del 2009 sobre
el Clima son elocuentes: Avanzar de forma unilateral en la reducción de
emisiones contaminantes supondría, para los países europeos, situar a sus
respectivas economías en una situación de clara desventaja internacional.
Aunque, esta realidad económica tan evidente para la competitividad particular de
cada nación, no puede ignorar otra aterradora realidad, y es que se ha llegado a
un estadio en el que ya no es posible con planteamientos de competencia entre
naciones hallar soluciones a los graves problemas de pobreza y desastre
medioambiental que tiene planteados la humanidad, sino que las soluciones deben
venir de la colaboración entre naciones hacia la integración política y
económica a escala mundial.
Y, como ya se vio en la conferencia de Copenhague, mientas no se cambien las
vigentes relaciones de producción internacionales, las propuestas de los
mandatarios mundiales serán brindis al sol para salir del paso coyunturalmente
ante la opinión pública mundial pues la atmósfera no entiende de trucos
subjetivos y seguirá calentándose.
No queda mucho tiempo, la humanidad ha llegado a un punto en su andadura
histórica, donde la gobernanza mundial integral no solo responde ya a un ideal sino que se ha convertido en una necesidad
si se quiere poner fin a la desigualdad entre naciones ricas y pobres
y garantizar la sostenibilidad de la especie humana en armonía con el medio
ambiente. No existe salvación individual ni nacional, el mundo se ha convertido
en un barco en el que el destino de la humanidad esta unido inquebrantablemente.
Sobre la desigualdad en las relaciones políticas internacionales.
En las relaciones internacionales el valor supremo es el de la paz. Las dos
grandes guerras interimperialistas (1914-1918) y (1939-1945) habían tenido como
objeto destruir al imperio rival en el Centro del Sistema Mundial para
asegurarse el control de las colonias, pero estas dos guerras interimperialistas
generaron sinergias en contra de los centros rectores de los imperios europeos y
japonés y que dieron lugar a las guerras de emancipación colonial. Una vez
finalizado el proceso descolonizador, se puede considerar que las guerras interimperialistas finalizaron su ciclo histórico de enfrentamientos en el
Centro del Sistema político y Económico Mundial al finalizar la Segunda Guerra
Mundial.
En el siglo XXI, si bien el poder económico de los países desarrollados y
particularmente del imperio neocolonial y militar de EEUU determina en gran
medida las relaciones políticas internacionales, en lo fundamental éstas vienen
determinadas por la conformación histórica de la Organización de las Naciones
Unidas surgida como nuevo Orden Mundial tras la Segunda Guerra Mundial y
modelada en el periodo de la Guerra Fría con la inclusión de China en la
ONU y en su Consejo Permanente de Seguridad, así como por la independencia
alcanzada en ese periodo de la servidumbre colonial en África, Asia y Oceanía dando
lugar a
las naciones que actualmente conforman el mosaico de naciones de esas áreas
geográficas.
Tras el derrumbe de la potencia soviética en 1989 y la emancipación de la tutela
que mantenía Rusia sobre los países del Este europeo, EEUU se planteó seriamente
cambiar el Orden Mundial alcanzado durante la Guerra Fría para afirmarse como
única potencia rectora mundial. El plan más elaborado para tal propósito se
produjo bajo la era de George W. Bush (2000-2008) consistente en acabar con el
poder de la ONU a través de constituir un bloque de países liderado por EEUU, al
que debía servir como catalizador la guerra de Irak. Este intentó de cambiar el
Orden Mundial fracasó al no cubrirse las expectativas de los invasores de
alcanzar el dominio de todo el Oriente Medio, y los países que habían
constituido la alianza con EEUU le fueron poco a poco abandonando. El fracaso de
EEUU en la guerra de Irak, puso de manifiesto que la vuelta al colonialismo es
ya históricamente irreversible y la ONU volvió a retomar un nuevo protagonismo
como marco fundamental de las relaciones internacionales.
No obstante, en la actualidad a pesar del nuevo protagonismo alcanzado por la
ONU, está institución, en su actual configuración particularmente de su Consejo
Permanente de Seguridad formado por las potencias de EEUU, Rusia, Francia, Gran
Bretaña y China se está constituyendo como un tapón para avanzar hacia el
desarrollo de una gobernanza mundial que permita una mayor integración de los
países en desarrollo.
Dentro de las potencias emergentes por su población y desarrollo económico China
y Rusia se sienten cómodas en la actual conformación de la ONU pues existe una
correspondencia de su ascenso como potencias económicas y su representación en
el Consejo Permanente de Seguridad, aunque la misma sea como consecuencia de un
orden Mundial producto de una etapa histórica que nada tiene que ver con la
situación en los principios del siglo XXI.
A las posturas inmovilistas de los miembros del Consejo Permanente de Seguridad
de los países Occidentales: Gran Bretaña, Francia y EEUU, se suman, pues, dos de
las potencias emergentes: Rusia y China. El rápido frente común formado por el
Consejo Permanente de Seguridad para anular la iniciativa de Brasil y Turquía en
la solución del contencioso nuclear iraní ha sido una prueba evidente de que
éstas potencias no quieren iniciativas de otros países, pues las mismas,
neutraliza la política de componendas y acuerdos entre sus miembros.
Los componentes del Consejo Permanente de Seguridad han demostrado que
basan su consenso en de intereses propios, habiéndose convertido en el
mayor freno a las aspiraciones de las naciones no alineadas para democratizar la
ONU. Deberá ser, pues, desde la propia asamblea de la ONU de donde surja por
parte de los países no alineados la demanda y las alternativas en favor de un
cambio que acabe de una vez por todas con la tutela odiosa que ejercen cinco
potencias sobre el mundo.
Por otra parte, en el plano económico, los rápidos cambios que en el área
internacional está provocando la crisis económica mundial y la emergencia
económica de países en América Latina Asia y África, están poniendo de
manifiesto que la rectoría mundial por unas pocas potencias en el plano de la
política económica internacional es un corsé que debe ser superado con la
transformación de las instituciones económicas mundiales.
La crisis económica mundial un desafío para las potencias emergentes
El sistema financiero privado ha venido desempeñando un papel fundamental en el
modelo de crecimiento mundial, fundamentado en la concesión de créditos al
consumidor occidental. La banca occidental para mantener su actividad de negocio
precisa del creciente endeudamiento de los consumidores a través del crédito,
pero ese endeudamiento tiene un límite, que viene determinado por la creciente
deuda de los consumidores privados occidentales que limita la capacidad de
comprar crecientemente bienes y servicios, ya que el sistema financiero no puede
sustraerse a la economía real, pues el dinero que el financiero presta, no es sino un adelanto de futuro de
la parte de la ganancia que el empresario obtendrá de la venta de sus productos
o servicios, de tal manera que el sistema financiero, se retroalimenta de ese
crecimiento de futuro, hasta que llega el momento en que se produce la crisis de
sobreproducción, es decir, la capacidad de producción supera la capacidad del
gasto a través del endeudamiento, lo que repercute en una disminución de la
producción, aumenta el paro y como consecuencia también la morosidad por impagos
a la que tienen que hacer frente los bancos.
Esta crisis tiene dos características que la distinguen de las precedentes, la
primera, que se ha producido en la que se puede considerar la fase superior de desarrollo capitalista
mundial, caracterizada porque el desarrollo de las fuerzas productivas mundiales
han llegado al estadio de la economía mundo donde todos los procesos productivos
están tan interconectados que no es posible adoptar al proteccionismo como
salvaguarda de los intereses de un país o región; la segunda característica, es
que la crisis se ha producido en el centro de sistema económico mundial de los
países desarrollados: su sistema financiero.
Si la crisis económica mundial iniciada en el 2008 afectara a una región o
sector, tendría un horizonte cíclico, pero dentro del paradigma de crecimiento
económico neoliberal dominante y sin posibilidad de retorno al proteccionismo la
crisis se perfila como una crisis estructural de largo alcance.
La estrategia de los gobiernos de los países ricos para salir de la crisis se
basa en confiar en que sea la clase financiera privada, la que de nuevo, pasado
un tiempo, reactivará el modelo consumista de los países ricos a través del
crédito. Pero esta es una estrategia, al igual que los planes de rescate
bancarios, pensada ante todo para salvaguardar los intereses de las finanzas
mundiales en manos privadas, con la fe puesta por los políticos occdentales en el credo neoliberal de que los
mecanismos autorreguladores del mercado traerán la reactivación
La estrategia de la clase financiera Occidental, de ganar tiempo para rehacerse
de su crisis, además de afectar negativamente a las clases medias de los países
ricos, tiene también una incidencia negativa en los países en desarrollo que ven
mermada su actividad productiva de exportación al no reactivarse la demanda en
los países ricos. Esta situación está llevando a los países emergentes a actuar
con premura y a no esperar la reactivación de los países ricos, orientándose
éstos a cambiar el modelo económico de producción manufacturera y de exportación
de materias primas hacía los países ricos, por otro modelo mixto de exportación
a los países desarrollados combinado con el desarrollo del consumo interno de
bienes y servicios y el fortalecimiento de las relaciones comerciales entre los
propios países emergentes, siendo China quien está liderando esta iniciativa.
La estrategia económica de los países ricos basada en confiar en la clase
financiera privada para remontar la recesión seguirá determinando por un tiempo
la marcha de la crisis, pero esta clase social de financieros se ha convertido
en un lastre para el desarrollo de las fuerzas productivas mundiales, no solo,
porque su insolvencia lastra la salida de la crisis, sino porque el modelo de
crecimiento económico basado en el consumo y despilfarro de los consumidores
occidentales es difícil que pueda reactivarse.
Por ello esta crisis mundial, a diferencia de anteriores, pone en entredicho el
vigente modelo de relaciones de producción mundiales, regido por las potencias
económicas desarrolladas, así como su capacidad para liderar la reactivación
económica mundial, pues, en los países ricos no existen intereses económicos
(fuerzas objetivas) ni pensamiento político (fuerzas subjetivas) capaces de
reorientar su modelo de crecimiento consumista, hacia otro basado en incorporar
al consumo de bienes y servicios a la población de los países en desarrollo, debiendo ser,
por ello, desde la periferia del sistema económico mundial (países pobres y
emergentes) donde deberá surgir la iniciativa para liderar un cambio en las
relaciones de producción entre países que favorezca el desarrollo de las fuerzas
productivas mundiales.
Los países gobernados por partidos de izquierda y que entre sus referencias de
pensamiento político y económico está el modelo de economía mixta pública y
privada y disponen de potentes bancas públicas y planes
de inversión en la economía real como motor de desarrollo de las fuerzas
productivas como son los casos de China y Brasil, son los que están marcando la
pauta de crecimiento mundial, mientras Occidente se estanca. Esta crisis ha
puesto de manifiesto que los países occidentales regidos por bancas privadas en
manos de una organizada oligarquía financiera seguirán estancados, mientras que
los países con bancas públicas liderarán la reactivación económica mundial.
Y, gracias principalmente a China en Asia, y Brasil en Sudaamérica, con una
previsión por el FMI, de crecimiento para el 2010 del 10,5% del PIB en China y
del 5,2% para Brasil, la economía mundial por su gran globalización no ha
derivado en una depresión económica de consecuencias mayores que la que tuvo la
de 1929 y, lejos de eso, afortunadamente se reactiva y crece al 5%.
El creciente protagonismo que están adquiriendo los países emergentes en la
economía mundial les puede permitir liderar el proceso político y económico
hacia un nuevo orden económico mundial, donde: 1. el dólar deje de ser
hegemónico y se implemente una nueva moneda de referencia mundial, en base a una
cesta de divisas, que asegure que las transacciones comerciales se realizan con
equidad y que el valor de los depósitos bancarios en divisas no dependan de las
fluctuaciones de la moneda de un solo país; 2. se reformen los organismos
financieros internacionales con un mayor protagonismo de los países emergentes;
3. el grueso de las finanzas mundiales estén bajo la influencia y control de los
Estados para garantizar que el crédito fluya en base a las necesidades más
perentorias de las personas y no en función de la ambición especulativa de una
oligarquía de ejecutivos financieros sin escrúpulos.
En esa dirección, es importante para los países emergentes no solo tener
respuestas para su desarrollo interno, sino estar preparados para liderar
propuestas que faciliten una mayor integración económica de los países en vías
de desarrollo, potenciando la inversión en infraestructuras a través de la
creación de bancos públicos regionales coordinados con los organismos
internacionales.
La economía global se encuentra en una encrucijada histórica, como nunca lo
estuvo antes y los países emergentes pueden hacer que el vigente sistema
capitalista neoliberal dominante en el mundo pueda experimentar una profunda
transformación que traiga un modelo económico más humanizado orientado a la
satisfacción de las necesidades básicas de los pobres del mundo, así como su
acceso a los bienes de consumo, ello redundaría en beneficio de la humanidad en
general.
El papel que en este nuevo escenario mundial está desempeñando la emergencia de
China es importante. De hecho su creciente ascenso económico y su solidez
financiera están permitiendo el desarrollo de un mundo multipolar al haber
encontrado los países en desarrollo un nuevo centro económico con el que
comerciar y, por lo tanto, liberarse de la dependencia casi exclusiva de EEUU y
la UE. Pero si bien China está posibilitando una democratización de las
relaciones económicas internacionales, su posición en el Consejo Permanente de
Seguridad le hace ser un país conservador del vigente Orden Internacional y, por
lo tanto, no puede desempeñar el papel de liderazgo para llevar al mundo a un
nuevo escenario de relaciones políticas internacionales.
La esperanza del papel de los países no alineados
En estos momentos, las regiones y naciones emergentes del mundo no alineadas
políticamente con ninguno de los países del Consejo Permanente de Seguridad de
la ONU, como son Brasil y UNASUR en América Latina; Sudáfrica y la OUA en
África; Turquía, Pakistán, Irán, Vietnam e India en Asia; Indonesia en Oceanía,
son la principal esperanza para abrir un frente común que derrumbe el viejo
orden mundial de la guerra fría, acabe con la tiranía del Consejo Permanente de
Seguridad de la ONU y de paso a un nuevo periodo histórico en las relaciones
políticas internacionales que permitan cambiar las actuales relaciones
económicas, basadas en la competencia entre naciones, por otras sustentadas en
la integración y la colaboración política y económica mundial.
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Javier Colomo Ugarte
Doctor en Geografía e Historia