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Artículos de Opinión

Una visión geopolítica en favor del respeto entre naciones, la integración económica mundial y la armonía con el medioambiente

Autor

Javier Colomo Ugarte

Junio 2018


 

La OCS y el G7

Los días 8 y 9 de junio, los líderes del Grupo de las Siete economías más industrializadas (G7), mantuvieron su 44º reunión en Quebec (Canadá). El G7, nació para coordinar las políticas macroeconómicas globales, pero tras la crisis financiera del 2008, esta función ha venido recayendo principalmente en el G20. La presente cumbre del G7, ha sido, tal vez en su larga historia, la primera que se ha celebrado en medio de notorias discrepancias, debido a la decisión de EEUU de imponer aranceles a las importaciones de acero y aluminio procedentes de Canadá, México y la Unión Europea, y su negativa a la implementación del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático. Al término de la cumbre, los siete Estados emitieron un comunicado conjunto que resumía las diferencias de Alemania, Canadá, Francia, Italia, Japón y Reino Unido, de un lado, y Estados Unidos, del otro. Con posterioridad el presidente Donald Trump, resentido por unas declaraciones que consideró  inapropiadas del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, sobre las políticas proteccionistas de EEUU, anunció su retirada del comunicado suscrito.

Con un día de diferencia, ha tenido  lugar el 9 y 10 de junio, en Qingdao (China) la XVIII Cumbre  de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) que fue establecida el 15 de junio de 2001 en Shanghái por Rusia, China, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, a la que en el año 2017 se incorporaron la India y Pakistán constituyendo la presente cumbre la primera en la que estas naciones participan de pleno derecho. La OCS, nació con el objetivo de coordinar las políticas en el espacio asiático de lucha contra el terrorismo, sin embargo, con el paso del tiempo, la OCS, ha avanzado en la coordinación en defensa y políticas económicas, principalmente en el proyecto euroasiático surgido a iniciativa de China de la Nueva Ruta de la Seda que aspira a unir el desarrollo económico de Oriente y Occidente. La cumbre ha finalizado con un amplio consenso de los principios que deben inspirar  a la organización basados en el denominado espíritu de Shanghái de respeto mutuo y colaboración, que han alcanzado un nuevo nivel al establecer una guía práctica para estimular el desarrollo económico compartido del conjunto de naciones que en la actualidad forman la OCS, a las que se sumarán las naciones que tienen el estatus de Estados observadores: Afganistán, Bielorrusia, Irán y Mongolia, y las que están en calidad de socios en el diálogo: Armenia, Sri Lanka, Nepal, Camboya, Turquía y Azerbaiyán.

 

Tanto el G7 como la OCS son organizaciones con dos visiones del mundo diferentes. El G7 representa a las economías desarrolladas más importantes que desde la Segunda Guerra Mundial han regido los destinos de la economía mundial, mientras que la OCS, al igual que los países BRICS, son organizaciones emergentes que agrupan a los principales países en desarrollo. La crisis financiera global del 2008, abrió para ambas organizaciones una nueva etapa en la economía mundial.

En los países desarrollados puso fin al modelo neoliberal de crecimiento económico global por elevación del consumo concentrado en las sociedades desarrolladas debido al apalancamiento financiero de prestamistas y consumidores, y en los países en desarrollo abrió la coyuntura en la que su prosperidad ya no podía depender del modelo consumista de los países desarrollados, lo que les llevaría a los principales países en desarrollo a tener que afrontar el desafío de construir sus economías en base a la promoción de la innovación científico técnica y la construcción de sociedades propias de consumo, un camino en el que China se está adentrando de forma exitosa.

Los países industrializados, incapaces de iniciar un nuevo ciclo consumista en la magnitud que les hubiese permitido un crecimiento económico del que detraer los recursos fiscales para afrontar sus gastos estatales y a las empresas aumentar la producción, ha derivado en una situación de progresivo endeudamiento de los Estados y de concentración empresarial y financiera en la que las empresas menos solventes son absorbidas por las más fuertes.

Mientras no exista crecimiento económico por encima de las mejoras de la productividad que la economía competencial impone (producir los mismos productos en cantidad y calidad con menos mano de obra), que se puede situar en un crecimiento del PIB anual por encima del 3%, no se produce aumento de las horas de producción, y por lo tanto, la creación de empleo solamente puede venir de una distribución de las horas de trabajo que se realiza con una creciente precarización de las condiciones laborales.

Esta situación ha derivado en los países industrializados en un enfrentamiento entre la clase financiera y la clase industrial, que ha tenido su máxima expresión en EEUU con la llegada al gobierno del partido republicano presidido por Donald Trump. La clase financiera de los países desarrollados ha ido perdiendo su raigambre nacional. La existencia de los paraísos fiscales, les ha permitido evadir sus responsabilidades fiscales y han hecho de la economía especulativa, en la que han incluido las deudas soberanas de los estados, la base de su negocio. Pero ello, no crea riqueza sino que apalanca a los Estados en sus deudas y les impide desarrollar políticas económicas industriales, a la vez que la riqueza monetaria se concentra globalmente en pocas manos y se ubica en los paraísos fiscales y la banca en la sombra.

Dentro de estas contradicciones EEUU ha apostado por una política que le permita reactivar el sector industrial en su propio territorio. La política de deslocalización que tan buenos réditos le otorgó a la clase empresarial estadounidense antes de la crisis del 2008, ahora se ha vuelto en su contra como un boomerang, y la política proteccionista de imponer aranceles al acero y al aluminio y, tal vez, en un futuro próximo a la importación de automóviles, tiene como finalidad tratar de revitalizar la producción nacional estadounidense y aumentar el poder de la clase empresarial industrial con un marcado sesgo patriótico, frente a la globalista clase financiera representada en EEUU por el partido demócrata y los principales medios de comunicación. En definitiva, la administración estadounidense, al no existir crecimiento económico suficiente para todos, pretende acaparar el mismo a costa de sus socios del G7.

Pero ni EEUU, ni el G7 están ya solos en el mundo para determinar la marcha de la economía global. El hecho de que concentren la mayor parte del PIB mundial, y que EEUU domine el sistema monetario mundial, ya no puede evitar que las potencias en desarrollo puedan marcar su propio camino de crecimiento económico; en ese sentido, la proyección de la OCS en el espacio euroasiático ya no depende de la marcha de las economías desarrolladas sino principalmente de: la modernización de las economías de las naciones más importantes que forman la OCS; del comercio entre las mismas; la conectividad en infraestructuras; el paso hacia sociedades de consumo, y la planificación y coordinación de iniciativas económicas en el espacio euroasiático.

Aunque las economías del G7 siguen liderando las ratios de productividad técnica y la innovación científico técnica, los principales países de la OCS, principalmente China, acortan diferencias en ambos campos, y debido a que parten de unos salarios más bajos cada avance en la productividad y la innovación les convierte en competidores aventajados en el mercado global.

Agotado pues, el modelo de crecimiento económico global por elevación del consumo de las sociedades desarrolladas, el desarrollo de los países en desarrollo es la apuesta del futuro del crecimiento de la economía mundial, y en ello deberán concentrarse las principales potencias económicas emergentes. En la medida que las naciones en desarrollo avancen, sus economías dependerán menos de las economías de los países desarrollados, y el modelo neocolonial vigente desde hace medio siglo regido por el G7 se irá eclipsando, sin que el poder militar que concentran tampoco pueda impedirlo.

La comparación en materia económica, demográfica y militar del G7 y de la OCS, ofrece una perspectiva de los cambios que se avecinan en el espacio euroasiático y con ello en la economía mundial.

 

Fuente: The World Fact-book Central Intelligence Agency. USA. Elaboración propia

Nota: El billón corresponde al sistema europeo (un millón de millones), denominado en el sistema estadounidense como trillón.

 

La tabla se ha estructurado para presentar una comparativa económica del G7 y la OCS, y de ambas organizaciones con el conjunto económico mundial.

Considerando el valor económico medido por el PIB nominal, el G7 en el año 2017 concentraba 36,6 billones de dólares por 16,4 billones la OCS. Con relación al conjunto mundial, el G7 agrupaba el 45,9% del valor económico global y la OCS el 20,6%; sin embargo, considerando el valor económico por el poder adquisitivo interno de compra de cada nación (PIB - PPA), el G7 y la OCS tienen una participación casi equivalente en la economía mundial con un porcentaje del 30,6% y 30,2% respectivamente.

El PIB nominal refleja el valor económico de cada nación en dólares estadounidenses en el mercado internacional, por ser esta divisa la utilizada preferentemente para las transacciones internacionales, mientras que el PIB - PPA refleja el valor económico en el mercado interno de cada nación respecto del dólar, por ello EEUU es la única nación que la relación entre el PIB nominal y el PIB-PPA es igual a 1, mientra que en el resto de naciones esta relación es diferente. En los países del G7 la relación entre ambos modos contables es de 1 a 1,1 mientras que en el conjunto de la OCS es de 1 a 2,3; siendo en las tres economías más importantes de esta organización: China 1 a 1,9; Rusia 1 a 2,7 y la India 1 a 3,9.

Debido a esta diferencia, la renta per cápita por ser un valor utilizado para medir el poder adquisitivo medio de la población de una nación es más indicado calcularla en PIB-PPA per cápita. En el ámbito del G7, la renta media en PIB-PPA es de 50.671 dólares estadounidenses y en el de la OCS de 12.496-$, siendo Rusia quien detenta un mayor poder adquisitivo per cápita con 28.169 $ de PIB-PPA.

Estas diferencias adquisitivas pueden inducir a pensar que las economías del G7 debieran tener un mayor dinamismo económico, pero no es así, y ello se refleja en el porcentaje de crecimiento de las diferentes economías. El crecimiento económico del conjunto del G7 se situó en el año 2017 en el 2%, mientras el de la OCS fue del 6,3%, que en cifras absolutas supusieron una aportación al PIB mundial por parte de los países del G7 de 738.000 millones de dólares, y de 1.026.190 millones por parte de los países de la OCS.

El conjunto de la economía mundial creció ese año 2.785.300 millones de dólares, por lo que la aportación al crecimiento del PIB mundial del G7 fue el 26,5%, mientras que la aportación de los países de la OCS fue el 36,8%, siendo la aportación más importante la realizada por China con 811.920 millones de dólares que representó el 29,2% del total del crecimiento del PIB mundial.

Estas diferencias en el crecimiento de la economía mundial es una tendencia que en todas las proyecciones económicas realizadas tanto por el FMI como por el Banco Mundial reflejan que se va a mantener constante en el tiempo, lo cual implica que en los próximos años se irá produciendo un cambio gradual en la conformación de la economía mundial.

El alto poder adquisitivo de los países del G7 ya no va a ser quien concentre casi exclusivamente el crecimiento económico mundial como lo ha venido siendo desde el siglo XIX, primero con el modelo colonial y desde la segunda Guerra Mundial con el modelo neocolonial, sino que los países emergentes y particularmente el espacio euroasiático irán ganando un marcado protagonismo.

El modelo de crecimiento económico de los países desarrollados está limitado porque como ya mostró la crisis financiera del 2008, no es posible reeditar un ciclo consumista basado en un 20% de la población el cual precisaría generalizar la segunda vivienda a la mayor parte de la población y reducir los ciclos de renovación de automóviles y de otros bienes de consumo a periodos de tiempo más cortos. A ello se viene a sumar la concentración de la riqueza y su ocultación y evasión en paraísos fiscales y la banca en la sombra amparada en una desregulación financiera internacional, que impide a los Estados actuar fiscalmente contra sus poseedores para propiciar una redistribución de la misma con el fin  de estimular la demanda efectiva de las clases medias.

De manera diferente, el crecimiento de los países de la OCS no se fundamenta en la adquisición de bienes de consumo prescindibles en una situación de crisis como la segunda vivienda o la renovación compulsiva de artículos de consumo, sino que el crecimiento económico se sustenta en necesidades perentorias como el acceso a la primera vivienda, la dotación de infraestructuras y la construcción del Estado de Bienestar sobre una población de 3.070 millones que representa el 41,5% de la población mundial, frente a los 763 millones de los países del G7 que solamente agrupan el 10,3%.

Los cambios en la economía mundial generan en los países del G7 sinergias encontradas en el seno de las fuerzas fácticas políticas, financieras y militares, lo que crea confusión en las políticas a seguir. Mientras que unos apuestan claramente por participar en los cambios económicos que se están produciendo en el espacio euroasiático apoyando como es el caso de los países de la UE, la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, EEUU y Japón, le han dado la espalda a la misma.

EEUU, es la nación que por no tener nada que ganar con los cambios en la economía mundial, con más firmeza se resiste a los mismos. La magnitud de su economía, su control del sistema monetario internacional y su poderosa fuerza militar, le permiten, como lo está haciendo la nueva administración republicana, maniobrar para intentar evitar que los cambios económicos se produzcan, pero ello ya no es posible, la economía global tiene una regla básica de la cual no es posible sustraerse, y es la ley de que para que funcione tiene que ser rentable, y para mantener la tasa de ganancia necesita de un crecimiento constante, como mínimo por encima de las mejoras competenciales en productividad que año tras año se introducen en la economía mundial.

La fuerza militar de poco sirve para combatir esta ley económica. En la primera mitad del siglo XX, las potencias económicas como Alemania y Japón lo hicieron implementado el proteccionismo económico e intentando crear áreas geo-económicas exclusivas a través de la expansión fuera de sus fronteras, que devinieron en las dos Guerras Mundiales, pero los tiempos han cambiado, y si entonces la guerra no acabó con el modelo económico competencial mundial, ahora la misma, en una economía global se ha convertido en un anacronismo que la descarta como forma de cambiar la marcha de la economía mundial.

 

Fuente: The World Fact-book Central Intelligence Agency. USA. Elaboración propia.

 

El enorme gasto militar que EEUU dedica todos los años a mantener su despliegue militar global que representa el 36% del gasto militar mundial, también se está convirtiendo en un anacronismo sustentado en la falsa ilusión de perpetuar un imperio que se resiste a adaptarse a los nuevos tiempos e integrarse en un modelo económico global basado en una relación entre naciones de ganar ganar, en lugar de que unas pierdan para que otras ganen.

 

 

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