Transformaciones contemporáneas de
la economía mundo y crecimiento del desempleo en los países desarrollados en el
siglo XXI
Karl Marx en
uno de los párrafos a la introducción de su magna obra “El Capital”
dice: “En economía política, la libre investigación científica tiene
que luchar con enemigos que otras ciencias no conocen. El carácter
especial de la materia investigada levanta contra ella las pasiones más
violentas, más mezquinas y más repugnantes que anidan en el pecho
humano: las furias del interés privado”.
Desde la
crisis de 1973, el neoliberalismo económico ha impregnado de tal manera
el estudio de la economía que los postulados sobre los que se asienta
predominan en cualquier rama de está disciplina. Los países más
industrializados exhiben, su éxito en su desarrollo económico en la
segunda mitad del siglo XX, y el fracaso de la URSS, como razones
incuestionables para mostrar al mundo que no existen más modelos de
desarrollo económico efectivo que los aplicados en Occidente, aunque la
crisis iniciada en el 2008 y presentada por Occidente como transitoria,
cuatro años después se resiste a remitir y sin perspectivas de futuro de
que lo haga.
En el
desarrollo económico occidental la ley de la obtención del máximo
beneficio por quienes detentan el capital, ocupa el lugar central
mientras que las personas ocupan un lugar colateral. En la doctrina
neoliberal este axioma como fundamento para el desarrollo económico se
justifica porque el beneficio de las empresas privadas tiene el efecto
colateral de promover el beneficio de la sociedad. En definitiva, el
desarrollo se explica por la máxima liberal de Adam Smith: “el
empresario al buscar su propio beneficio ayuda al conjunto de la
sociedad a obtener bienes y servicios, el zapatero haciendo zapatos, o
el panadero procurando el pan”.
Pero, si
bien la realidad histórica da en parte la razón a Adam Smith, ya que la
autorregulación entre la oferta y la demanda de productos se hace de una
manera más efectiva en el libre mercado que en un sistema planificado
-debido a la imposibilidad de planificar la diversidad de las
necesidades económicas de cada una de las personas de una sociedad-,
también existe la otra realidad del perverso modelo en el que ha
derivado el sistema de libre mercado que, a través de la concentración
de capital realizado desde los inicios de la revolución industrial, ha
dado casi todo el poder económico mundial a una minoría oligárquica
occidental que detenta y controla a través de las finanzas la mayor
parte del capital mundial, mientras que la mayoría de la humanidad está
sumida en el subdesarrollo económico. “Las furias del
interés privado” de las que hablara Marx sigue condicionando en el
siglo XXI la marcha de la política económica; de los
conocimientos económicos; de la educación mediática de la ciudadanía,
así como de la organización política y militar.
El mundo
globalizado del siglo XXI, paradójicamente en su funcionalidad
comercial, tiene más similitudes con la del periodo liberal comprendido entre
1830 y 1873 que la del periodo posterior hasta la crisis de 1973 que se
inicia el ciclo neoliberal . En
el periodo de las revoluciones liberales de 1830 hasta la crisis de 1873
la globalización económica de la mano del liberalismo, dentro de los
límites de la infraestructura propia de la época, era la norma mundial.
Tras la crisis de 1873, la economía pasó a un sistema proteccionista por
áreas de influencia bajo el dominio de los diferentes imperios europeos.
En el
periodo de 1830 a 1873 las alternativas revolucionarias al modelo de
acumulación capitalista, desarrolladas principalmente por Marx y sus
seguidores, se consideraba que solo podían ser mundiales, aunque si bien,
las mismas debían producirse e iniciarse en el Centro del sistema
económico mundial, es decir en Alemania, Francia y Gran Bretaña y desde
ellas expandirse a las colonias de estos imperios. En 1847 Engels afirma
en su trabajo de “Principios del Comunismo” que con la construcción de
un mercado mundial, “la revolución comunista no será nacional sino
general en todos los países civilizados”.
Bajo el
modelo económico de áreas de influencia desarrollado tras la crisis de
1873 y que culminaría en la confrontación entre los imperios europeos en
la Primera Guerra Mundial (1914-1918), se impuso como modelo
revolucionario alternativo al capitalismo las teorías de Lenin, cuyo
fundamento se basaba en iniciar la revolución socialista en un solo
país: Rusia, y promover la misma en otras naciones a través del cambio
revolucionario del Estado, uniendo todos los Estados socialistas en un
área geopolítica desconexionada del área geopolítica capitalista. En
1915 Lenin en su artículo “La Consigna de los Estados Unidos de
Europa”define la tesis de la revolución en un solo país, este cambio de
las tesis de Engels, lo justifica porque el capitalismo había
evolucionado de una fase concurrencial de mercado mundial, a otro de
carácter diferente formado por imperialismos monopolistas de sus áreas
de influencia geopolíticas respectivas.
Debido a la
precaria situación que había quedado Alemania tras su derrota en la
Primera Guerra Mundial, este país inicio una guerra imperialista mundial
para recuperar y ampliar su área de influencia (1939). Al término de la
Segunda Guerra Mundial (1945), tras la nueva derrota de Alemania y la
victoria de EEUU y sus aliados en el frente Occidental, y de la URSS en
el frente Oriental, la economía mundo se dividió en tres grandes
espacios económicos: el dominado por EEUU y Europa Occidental de régimen
capitalista, llamado Primer Mundo; el dominado por Rusia bajo un régimen
de economías industriales estatalizadas, o Segundo Mundo, y el espacio
político económico que irían componiendo los diferentes países que
fueron accediendo a su independencia colonial y otros países en
desarrollo como los de América Latina, que recibiría el nombre de Tercer
Mundo.
Tras el
desplome de la URSS (1991), el área geopolítica del Segundo Mundo
desapareció, con ello, despareció el modelo revolucionario diseñado por
Lenin, y tras la incorporación de China en el 2001 a la OMC, la economía
mundo volvió a estar, de nuevo, unida en un mercado mundial, pero, a
diferencia del periodo decimonónico, regida ahora, no por burguesías
nacionales, sino por una oligarquía occidental formada a lo largo de dos
siglos de acumulación capitalista y dominante de las relaciones de
producción y financieras mundiales. Así de nuevo, en el mundo del siglo
XXI, ya totalmente interconexionado, solo cabe contemplar las
transformaciones económicas y políticas estructurales de la economía
mundo, como lo anunciara Engels y lo estudiara Marx, en un escenario
mundial.
Si bien, los
actores mundiales para esa transformación han cambiado. Los países
industrializados del Primer Mundo y las clases trabajadoras que lo
componen ya no representan el sujeto transformador de la economía
mundial como pensaron los revolucionarios del siglo XIX; estas clases
han sido durante la segunda mitad del siglo XX las beneficiadas del
desarrollo económico mundial, principalmente por pertenecer a los países
que más recorrido histórico han tenido en el proceso de innovación e
industrialización y porque se han beneficiado del comercio desigual con
los países del Tercer Mundo y, por ello, son clases
mayoritariamente conservadoras del vigente modelo económico mundial.
Los sujetos
transformadores para una economía mundo orientada al beneficio de la
mayoría de la humanidad, se localizan desde los inicios del siglo XXI en
los países en desarrollo, principalmente por dos razones básicas, la
primera por la emergencia económica de naciones poderosas, como son
China e India en Asia, Rusia en el espacio possoviético, Brasil en
Latinoamérica y Sudáfrica en el África Austral y, la segunda razón,
porque representan y articulan el espacio económico donde habita la
mayoría de la humanidad.
Estos países
emergentes que parten en el desarrollo económico desde posiciones más
retrasadas que los países Occidentales, tienen a su favor que el
desarrollo económico de la sociedad en mayor o menor medida está por
realizar, lo que les permite articular un gran mercado interno y, por
ello, las perspectivas de crecimiento son consistentes y duraderas,
mientras que, por el contrario, desde la crisis del 2008 el modelo económico de los
países desarrollados ha hecho techo y ya no es posible reeditar un
crecimiento económico sobre la base de incrementar el consumo de sus
clases medias.
La
paralización del crecimiento económico en Occidente implica un
incremento del desempleo, pues para que se cree empleo es necesario
crecer por encima de las mejoras técnicas de la productividad que el
sistema competencial mundial impone. Los países emergentes parten de una
productividad técnica inferior a los países desarrollados, y ello les ha
obligado a ser competitivos a través de producir con mano de obra
barata, pero una vez alcanzada la paridad competencial mundial, los
países emergentes están superando diferencialmente la mejora de la
productividad técnica de los países desarrollados lo que les está
obligando a los países desarrollados a abaratar costes salariales para
mantener la paridad competencial mundial, aunque tratan de evitarlo a
través de aumentar la masa monetaria financiera particularmente de
dólares estadounidenses y Euros lo que provoca la reevaluación
artificial de las monedas de los países emergentes y, con ello,
contienen su competitividad.
No obstante,
la crisis del modelo de crecimiento mundial que ha venido sustentándose
en el crecimiento económico por elevación de necesidades de las clases
medias de los países desarrollados, y que se manifiesta en millones de
casas sin vender, en la construcción de infraestructuras sin ninguna
utilidad o en gastos militares sin compensación económica, traerá años
de estancamiento en estos países y, con ello, el desempleo aumentará,
particularmente entre los más jóvenes. Éste es un problema estructural
que solo puede solucionarse fomentando una integración económica mundial
que complemente las economías de los países emergentes con las de los
países desarrollados.
Tal vez, las
nuevas generaciones de trabajadores de los países desarrollados ante el
fatal destino del desempleo al que están abocadas, se constituyan de
nuevo en agentes transformadores de la economía mundo y propicien, en
colaboración con los países emergentes, un cambio en las relaciones
económicas mundiales que acabe con el monopolio económico de la
oligarquía financiera occidental que tras la bancarrota de su modelo
económico, fundamenta su actividad económica en la especulación
financiera en un desesperado intento de sobrevivir a su declive,
habiéndose convertido en el principal freno al desarrollo económico
mundial.
La miseria
de la lógica económica occidental actual se basa en que se ha agotado en
el acto de la rentabilidad. La ciencia económica necesita un cambio
importante en sus limitados postulados actuales que contrarreste las
furias del interés privado, y le oriente a buscar el crecimiento
económico poniendo al ser humano como sujeto central del interés
económico y el beneficio como un medio a su servicio y no como un fin en
si mismo. Este cambio posibilitaría la orientación económica mundial
hacia la satisfacción de las necesidades económicas básicas de la
mayoría de la humanidad lo que generaría un nuevo crecimiento económico
sin el cual la humanidad nunca alcanzará el estado del bienestar.
-------------
Javier Colomo Ugarte
Doctor en Geografía e Historia