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Artículos de Opinión

Una visión geopolítica en favor del respeto entre naciones, la integración económica mundial y la armonía con el medioambiente

Autor

Javier Colomo Ugarte

Mayo 2012 / Enero 2013


Transformaciones contemporáneas de la economía mundo y crecimiento del desempleo en los países desarrollados en el siglo XXI

 

Karl Marx en uno de los párrafos a la introducción de su magna obra “El Capital” dice: “En economía política, la libre investigación científica tiene que luchar con enemigos que otras ciencias no conocen. El carácter especial de la materia investigada levanta contra ella las pasiones más violentas, más mezquinas y más repugnantes que anidan en el pecho humano: las furias del interés privado”.

Desde la crisis de 1973, el neoliberalismo económico ha impregnado de tal manera el estudio de la economía que los postulados sobre los que se asienta predominan en cualquier rama de está disciplina. Los países más industrializados exhiben, su éxito en su desarrollo económico en la segunda mitad del siglo XX, y el fracaso de la URSS, como razones incuestionables para mostrar al mundo que no existen más modelos de desarrollo económico efectivo que los aplicados en Occidente, aunque la crisis iniciada en el 2008 y presentada por Occidente como transitoria, cuatro años después se resiste a remitir y sin perspectivas de futuro de que lo haga.

En el desarrollo económico occidental la ley de la obtención del máximo beneficio por quienes detentan el capital, ocupa el lugar central mientras que las personas ocupan un lugar colateral. En la doctrina neoliberal este axioma como fundamento para el desarrollo económico se justifica porque el beneficio de las empresas privadas tiene el efecto colateral de promover el beneficio de la sociedad. En definitiva, el desarrollo se explica por la máxima liberal de Adam Smith: “el empresario al buscar su propio beneficio ayuda al conjunto de la sociedad a obtener bienes y servicios, el zapatero haciendo zapatos, o el panadero procurando el pan”.

Pero, si bien la realidad histórica da en parte la razón a Adam Smith, ya que la autorregulación entre la oferta y la demanda de productos se hace de una manera más efectiva en el libre mercado que en un sistema planificado -debido a la imposibilidad de planificar la diversidad de las necesidades económicas de cada una de las personas de una sociedad-, también existe la otra realidad del perverso modelo en el que ha derivado el sistema de libre mercado que, a través de la concentración de capital realizado desde los inicios de la revolución industrial, ha dado casi todo el poder económico mundial a una minoría oligárquica occidental que detenta y controla a través de las finanzas la mayor parte del capital mundial, mientras que la mayoría de la humanidad está sumida en el subdesarrollo económico. “Las furias del interés privado” de las que hablara Marx sigue condicionando en el siglo XXI la marcha de la política económica; de los conocimientos económicos; de la educación mediática de la ciudadanía, así como de la organización política y militar.

El mundo globalizado del siglo XXI, paradójicamente en su funcionalidad comercial, tiene más similitudes con la del periodo liberal comprendido entre 1830 y 1873 que la del periodo posterior hasta la crisis de 1973 que se inicia el ciclo neoliberal . En el periodo de las revoluciones liberales de 1830 hasta la crisis de 1873 la globalización económica de la mano del liberalismo, dentro de los límites de la infraestructura propia de la época, era la norma mundial. Tras la crisis de 1873, la economía pasó a un sistema proteccionista por áreas de influencia bajo el dominio de los diferentes imperios europeos.

En el periodo de 1830 a 1873 las alternativas revolucionarias al modelo de acumulación capitalista, desarrolladas principalmente por Marx y sus seguidores, se consideraba que solo podían ser mundiales, aunque si bien, las mismas debían producirse e iniciarse en el Centro del sistema económico mundial, es decir en Alemania, Francia y Gran Bretaña y desde ellas expandirse a las colonias de estos imperios. En 1847 Engels afirma en su trabajo de “Principios del Comunismo” que con la construcción de un mercado mundial, “la revolución comunista no será nacional sino general en todos los países civilizados”.

Bajo el modelo económico de áreas de influencia desarrollado tras la crisis de 1873 y que culminaría en la confrontación entre los imperios europeos en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), se impuso como modelo revolucionario alternativo al capitalismo las teorías de Lenin, cuyo fundamento se basaba en iniciar la revolución socialista en un solo país: Rusia, y promover la misma en otras naciones a través del cambio revolucionario del Estado, uniendo todos los Estados socialistas en un área geopolítica desconexionada del área geopolítica capitalista. En 1915 Lenin en su artículo “La Consigna de los Estados Unidos de Europa”define la tesis de la revolución en un solo país, este cambio de las tesis de Engels, lo justifica porque el capitalismo había evolucionado de una fase concurrencial de mercado mundial, a otro de carácter diferente formado por imperialismos monopolistas de sus áreas de influencia geopolíticas respectivas.

Debido a la precaria situación que había quedado Alemania tras su derrota en la Primera Guerra Mundial, este país inicio una guerra imperialista mundial para recuperar y ampliar su área de influencia (1939). Al término de la Segunda Guerra Mundial (1945), tras la nueva derrota de Alemania y la victoria de EEUU y sus aliados en el frente Occidental, y de la URSS en el frente Oriental, la economía mundo se dividió en tres grandes espacios económicos: el dominado por EEUU y Europa Occidental de régimen capitalista, llamado Primer Mundo; el dominado por Rusia bajo un régimen de economías industriales estatalizadas, o Segundo Mundo, y el espacio político económico que irían componiendo los diferentes países que fueron accediendo a su independencia colonial y otros países en desarrollo como los de América Latina, que recibiría el nombre de Tercer Mundo.

Tras el desplome de la URSS (1991), el área geopolítica del Segundo Mundo desapareció, con ello, despareció el modelo revolucionario diseñado por Lenin, y tras la incorporación de China en el 2001 a la OMC, la economía mundo volvió a estar, de nuevo, unida en un mercado mundial, pero, a diferencia del periodo decimonónico, regida ahora, no por burguesías nacionales, sino por una oligarquía occidental formada a lo largo de dos siglos de acumulación capitalista y dominante de las relaciones de producción y financieras mundiales. Así de nuevo, en el mundo del siglo XXI, ya totalmente interconexionado, solo cabe contemplar las transformaciones económicas y políticas estructurales de la economía mundo, como lo anunciara Engels y lo estudiara Marx, en un escenario mundial.

Si bien, los actores mundiales para esa transformación han cambiado. Los países industrializados del Primer Mundo y las clases trabajadoras que lo componen ya no representan el sujeto transformador de la economía mundial como pensaron los revolucionarios del siglo XIX; estas clases han sido durante la segunda mitad del siglo XX las beneficiadas del desarrollo económico mundial, principalmente por pertenecer a los países que más recorrido histórico han tenido en el proceso de innovación e industrialización y porque se han beneficiado del comercio desigual con los países del Tercer Mundo y, por ello, son clases mayoritariamente conservadoras del vigente modelo económico mundial.

Los sujetos transformadores para una economía mundo orientada al beneficio de la mayoría de la humanidad, se localizan desde los inicios del siglo XXI en los países en desarrollo, principalmente por dos razones básicas, la primera por la emergencia económica de naciones poderosas, como son China e India en Asia, Rusia en el espacio possoviético, Brasil en Latinoamérica y Sudáfrica en el África Austral y, la segunda razón, porque representan y articulan el espacio económico donde habita la mayoría de la humanidad.

Estos países emergentes que parten en el desarrollo económico desde posiciones más retrasadas que los países Occidentales, tienen a su favor que el desarrollo económico de la sociedad en mayor o menor medida está por realizar, lo que les permite articular un gran mercado interno y, por ello, las perspectivas de crecimiento son consistentes y duraderas, mientras que, por el contrario, desde la crisis del 2008 el modelo económico de los países desarrollados ha hecho techo y ya no es posible reeditar un crecimiento económico sobre la base de incrementar el consumo de sus clases medias.

La paralización del crecimiento económico en Occidente implica un incremento del desempleo, pues para que se cree empleo es necesario crecer por encima de las mejoras técnicas de la productividad que el sistema competencial mundial impone. Los países emergentes parten de una productividad técnica inferior a los países desarrollados, y ello les ha obligado a ser competitivos a través de producir con mano de obra barata, pero una vez alcanzada la paridad competencial mundial, los países emergentes están superando diferencialmente la mejora de la productividad técnica de los países desarrollados lo que les está obligando a los países desarrollados a abaratar costes salariales para mantener la paridad competencial mundial, aunque tratan de evitarlo a través de aumentar la masa monetaria financiera particularmente de dólares estadounidenses y Euros lo que provoca la reevaluación artificial de las monedas de los países emergentes y, con ello, contienen su competitividad.

No obstante, la crisis del modelo de crecimiento mundial que ha venido sustentándose en el crecimiento económico por elevación de necesidades de las clases medias de los países desarrollados, y que se manifiesta en millones de casas sin vender, en la construcción de infraestructuras sin ninguna utilidad o en gastos militares sin compensación económica, traerá años de estancamiento en estos países y, con ello, el desempleo aumentará, particularmente entre los más jóvenes. Éste es un problema estructural que solo puede solucionarse fomentando una integración económica mundial que complemente las economías de los países emergentes con las de los países desarrollados.

Tal vez, las nuevas generaciones de trabajadores de los países desarrollados ante el fatal destino del desempleo al que están abocadas, se constituyan de nuevo en agentes transformadores de la economía mundo y propicien, en colaboración con los países emergentes, un cambio en las relaciones económicas mundiales que acabe con el monopolio económico de la oligarquía financiera occidental que tras la bancarrota de su modelo económico, fundamenta su actividad económica en la especulación financiera en un desesperado intento de sobrevivir a su declive, habiéndose convertido en el principal freno al desarrollo económico mundial.

La miseria de la lógica económica occidental actual se basa en que se ha agotado en el acto de la rentabilidad. La ciencia económica necesita un cambio importante en sus limitados postulados actuales que contrarreste las furias del interés privado, y le oriente a buscar el crecimiento económico poniendo al ser humano como sujeto central del interés económico y el beneficio como un medio a su servicio y no como un fin en si mismo. Este cambio posibilitaría la orientación económica mundial hacia la satisfacción de las necesidades económicas básicas de la mayoría de la humanidad lo que generaría un nuevo crecimiento económico sin el cual la humanidad nunca alcanzará el estado del bienestar.

 

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Javier Colomo Ugarte

Doctor en Geografía e Historia

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