Las civilizaciones a lo largo de la historia han
estado circunscritas a países o regiones, si bien, la humanidad globalmente se
ha desenvuelto en dos grandes civilizaciones: la del Antiguo Régimen regida por
Reyes y emperadores hasta el periodo de la Ilustración en el siglo XVIII y el
inicio de la revolución industrial, donde se alumbrará una segunda
civilización mundial regida por el Estado Nación de soberanía popular, y la
implementación de los combustibles fósiles a gran escala como forma de
transformar la energía en trabajo productivo. Civilización de la cual formamos
parte.
La Tercera Civilización Mundial es un ensayo
político - histórico en el que se vierten ideas y conceptos de lo que ha sido el
periplo de la humanidad en los últimos trescientos años, en el cual se ha ido
conformando, en la memoria colectiva, un legado histórico universal de avances y
fracasos que nos ha situado a principios del siglo XXI en una situación mundial
donde se precisa rearticular un mensaje de esperanza para el conjunto de la
humanidad. Un mensaje cuya praxis debiera inaugurar una nueva o Tercera
Civilización Mundial para abordar globalmente los graves desequilibrios
socioeconómicos, así como, detener los perversos efectos medioambientales que el
vigente modelo de desarrollo económico y energético está produciendo.
El discurso del ensayo discurre en un nivel donde
se da por supuesto que el lector ya conoce muchas de las situaciones históricas,
conceptos sociales, económicos y políticos. En su formato el ensayo es
pretendidamente corto, para facilitar la lectura de quien se asoma a sus
páginas.
TEMARIO
1. De la primera a la segunda Civilización
2. Auge y decadencia de las ideologías
universales
3. El final de los imperialismos
4. Hacia un nuevo paradigma emancipador
universal
5. La crisis del modelo económico mundial
vigente a comienzos del siglo XXI
6. Encrucijada de intereses en la salida a la
crisis económica mundial
7. El desarrollo económico y los límites del
crecimiento
8. La Tercera Civilización
9. Epílogo
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Nunca en la historia, el Mundo estuvo tan
interconectado en las relaciones económicas y políticas como en la actualidad,
sin embargo, los inicios del presente siglo XXI, es uno de esos momentos en la
historia contemporánea cuando más se carece de un pensamiento universal
transformador cuyo sujeto principal sea el género humano y sus fines sean
alcanzar la redención de las plagas que le azotan: hambre, miseria, guerras,
analfabetismo, discriminación de la mujer, falta de atención sanitaria y
degradación medioambiental.
1. De la
primera a la segunda Civilización
Con la ilustración
en el siglo XVIII, comenzó una corriente de pensamiento en la que el “ser
humano” se constituyó en el “centro de todas las cosas”, por él debían regirse
las normas sociales, expresadas en los derechos inalienables de las personas. Al
fin, tras siglos de oscurantismo, el siglo de las luces alumbraba un ideal para
la humanidad por el cual la Tierra podía dejar de ser un “Valle de Lágrimas”
donde, en base a las leyes divinas, le había sido negado al ser humano su
capacidad de transformar la realidad social en su propio beneficio.
Había
llegado para la humanidad el momento de su periplo histórico, en el que como
género, podía aspirar a lograr la felicidad social en la Tierra porque el
hombre era perfectible y por lo mismo susceptible de alcanzar la felicidad en un
paraíso terrenal y no celestial. De lo que para los ilustrados significó ese
gran acto de fe vivificante dio cuenta Saint-Just (1767-1794), el joven
revolucionario francés quien ante la Convención (1793) afirmó, con una gran
simplicidad, lo que fuera el credo de toda una época: "la felicidad social"
-dijo- es una idea nueva. Una idea que ya había sido recogida en la declaración
de independencia de los Estados Unidos de América del 4 de julio de 1776 y que
tuvo su concreción en el artículo 1 de la Declaración de los derechos del Hombre
y del Ciudadano (24 junio 1793, Año I del gobierno jacobino) por el que se
establece: El objetivo de la sociedad es la felicidad común”.
En esta nueva era
que se iniciaba de la mano de un nuevo pensamiento político, el destino de la
humanidad ya no pertenecía a los designios divinos y de sus representantes en la
Tierra, la soberanía de los pueblos podía dejar de ser “Patrimonio de los Reyes”
y los Reyes, hasta entonces omnipresentes en la historia de la humanidad,
comenzaron a ser cuestionados. Era el principio del final de la Primera
Civilización que había regido los destinos de la humanidad durante
milenios.
El siglo XVIII, o
siglo de las luces inauguró, pues, una Segunda Civilización y lo
era, porque rompía con el paradigma del pensamiento universal, de que la
estructura de la sociedad, sustentada en “incuestionables” leyes divinas y
sociales, era inmutable y lo era también, porque el nuevo pensamiento
proporcionaba al género humano la capacidad de transformar la realidad social,
para bien y para mal pero, basándose en su instinto de conservación y en su
humanidad, debía y podía aspirar a construir un mundo donde la satisfacción de
las necesidades básicas, la justicia social y la libertad de pensamiento
abarcaran a todo el género humano sin exclusión.
La Revolución
Francesa de 1789 fue el primer gran revulsivo de la historia de la humanidad, el
primer paso práctico por el que se iniciaba el camino de la transformación
política basada en los derechos de ser humano. La teoría social formulada por
ilustrados como Rousseau, Montesquieu y Voltaire, abrió un
nuevo camino a las clases sociales subordinadas a los poderes absolutistas. Esas
clases sociales no solamente podían rebelarse contra dichos poderes, como ya
había ocurrido otras veces en la historia, pero que siempre habían quedado en
simples revueltas ante la falta de un discurso alternativo al de Dios y sus
representantes en la tierra sino que desde ese momento, existía un camino
diferente para organizar la sociedad, era posible creer en la igualdad en
la libertad y la fraternidad de todos los seres humanos. Las
rebeliones contra los poderes entonces establecidos, dejaron de ser revueltas y
pasaron a ser revoluciones. El mundo comenzó a cambiar de base y los que hasta
entonces “nada” eran, podían aspirar a un mañana en el que todo podía ser.
Pero esa
aspiración que en el pensamiento parecía irrefutable, en la práctica, se
encontró con serios obstáculos fundamentados en los intereses creados de clases
sociales y sectores de pensamiento del Antiguo Régimen, que veían que el camino
hacía ese fin en beneficio del género humano, contradecía sus intereses
particulares y por ello, se opusieron al mismo. De esta manera el avance hacia
tal objetivo emancipador universal solo podía lograrse mediante la lucha de
quienes tenían todo por ganar, contra los que tenían todo por perder en esa
lucha, en la que estos últimos defenderían con todos los medios a su alcance: su
poder económico y político.
2. Auge y
decadencia de las ideologías universales
El pensamiento
liberal, auspiciado por las nuevas clases emergentes burguesas que detentaban el
poder de los medios de producción acrecentado por la expansión de la
revolución industrial, fue el que barrió políticamente al Antiguo Régimen. Con
las desamortizaciones, las propiedades de los nobles y de la iglesia pasaron a
regirse por las leyes del mercado y la propiedad privada se convirtió en el
nuevo paradigma del desarrollo de las fuerzas productivas. La libertad
individual, el triunfo del más fuerte sobre el más débil era la nueva norma de
convivencia. La “nación” sustituía al “reino” como marco político para el
desarrollo económico.
Pero la mayoría de
la población que había creído en el mensaje de la libertad, la
igualdad y la fraternidad universal, vieron como ese mensaje, de
nuevo, solamente beneficiaba a unos pocos. Y en oposición al pensamiento
liberal, el socialismo prendió entre amplios sectores desfavorecidos de obreros
y campesinos como ideal universal emancipador enfrentando al nuevo poder del
capitalismo pensado y estructurado para perpetuar el interés particular de
determinadas clases sociales y naciones por encima del interés general de la
humanidad.
La “nación”
surgida al calor de ilustración como soberanía de los pueblos en contra del
concepto de soberanía del Antiguo Régimen basada en reyes, parecía el marco
adecuado para avanzar en el camino hacia la redención socialista universal del
género humano, en el que cada nación protagonizaría su propio cambio a través de
la desconexión geopolítica del capitalismo mundial y la suma de estas naciones
socialistas llevaría al final del capitalismo, es decir, al final de la
prevalencia de los intereses de una “minoría” sobre los universales del género
humano.
La conquista
revolucionaria del Estado nacional era pues la condición imprescindible. La
trágica experiencia de la Comuna de París de 1871, llevó a fundamentar a los
teóricos del cambio del capitalismo al socialismo en el principio de que la
voluntad popular no garantizaba el cambio pacífico del sistema económico
capitalista al socialista, ni siquiera garantizaba las reformas del propio
capitalismo si éstas iban en contra de los intereses de las clases sociales que
detentaban el poder económico, pues, esas clases, utilizaban todo su poder
militar para acabar con los cambios económicos y políticos.
Resistencia comunera 18 de Marzo al 28 de Mayo de 1871
De ese concepto
surgió la teoría de que el poder de transformación de la sociedad no nace de las
urnas sino de la punta del fusil y que una vez tomado el poder, éste, debe
mantenerse también a través de la represión de las clases sociales expulsadas
del poder (Teoría que llevaría al movimiento internacionalista a
dividirse entre la II internacional de socialismo democrático y la III
internacional comunista de dictadura del proletariado).
La revolución
bolchevique de 1917, guiada por ese pensamiento y formulada como teoría
científica por Lenin en su obra “El Estado y la Revolución” supuso para millones
de personas una luz, un primer paso en el avance hacia el ideal emancipador del
género humano, pero el propio método revolucionario de toma del poder por la
fuerza de las armas y su estrategia de mantenerlo con una represión brutal sobre
ciudadanos y naciones en el ámbito de lo que, luego se constituiría como Imperio
Soviético, comenzó a cuestionar entre quienes creían en la emancipación
universal de género humano, si tal estrategia podía llevar a tal fin.
Desde el inicio
del siglo XIX, el capitalismo de las metrópolis europeas fortalecido en las
revoluciones liberales nacionales se expandió militarmente a todo el mundo,
justificando con el pensamiento de la exportación de los valores de la
civilización de la Ilustración a los pueblos atrasados del mundo, lo que era
imperialismo colonial y expolio económico.
Pero esta expansión de raíz económica
y política, llevaba a profundas diferencias de intereses de dominio territorial
geopolítico entre las propias potencias, de tal manera que, el poder capitalista
se reforzó militarmente, no solo para frenar posibles cambios sociales en la
propia metrópolis sino para expandir sus áreas de influencia geopolítica. La
crisis económica de 1873 y la larga depresión que le sucedió, traería el final
del entendimiento pacífico entre las potencias occidentales para repartirse el
mundo, y culminó en 1914 en una confrontación sin precedentes: La Primera Guerra
Mundial.
Tras esta guerra
el mundo cambio radicalmente, el nuevo estatus internacional consolidó el
predominio Británico y Francés frente a Alemania. A ese predominio se añadió una
nueva potencia con valores opuestos al capitalismo, la URSS. La depresión de los
años treinta iniciada tras la crisis económica de 1929 volvió a enfrentar a las
potencias capitalistas, pero esta vez, Alemania, la gran derrotada en la Primera
Guerra Mundial y sus aliados Italia y Japón se convirtieron en las potencias
emergentes y trataron de imponer un nuevo orden mundial en el que no habría
lugar ni para las democracias sustentadas en los valores individuales de la
Ilustración, ni para los regímenes socialistas. La guerra contra ambos sistemas
políticos llevó a Alemania a invadir Europa hacia el Oeste y hacia el Este y a
Japón a invadir China, dando lugar a la Segunda Guerra Mundial, que fue la
guerra más grande y devastadora que jamás conoció el género humano.
La crisis
económica de 1929 tuvo la característica de dar un fuerte impulso al sesgo
internacionalista de todas las ideologías emergentes. Por un lado, la revolución
bolchevique empeñada en subvertir el orden capitalista mundial, por otro, el
nazismo Alemán y fascismo Italiano que aspiraban también a instaurar sus
sistemas totalitarios no únicamente en su naciones de origen, sino en el mundo
entero. En ese contexto, las democracias sustentadas en los valores liberales de
la Ilustración entendieron que debían hacer lo mismo, siendo Estados Unidos
quien lideraría esta corriente de pensamiento. La diferencia cualitativa entre
la Primera Gran Guerra y la Segunda fue, pues, que las partes confrontadas no lo
hicieron solamente por ambiciones territoriales sino porque pretendían implantar
un sistema político económico e ideológico a escala planetaria.
En 1945, Alemania,
Italia y Japón fueron derrotados por las fuerzas soviéticas en alianza con EEUU
y Gran Bretaña. En Núremberg, liberales y bolcheviques juzgaron a los vencidos
por la responsabilidad individual en las atrocidades cometidas y a los
regímenes nazi y fascista los sepultaron en el basurero de la historia como los
sistemas más odiosos jamás conocidos.
Mas las diferencias entre la corriente
bolchevique y la liberal tapadas por la alianza frente al nazismo, no tardaría
en destaparse, la victoria comunista en China el país más poblado de la Tierra,
puso en guardia al triunfador de la corriente liberal, EEUU. La primera gran
confrontación tendría lugar en la guerra de Corea, que terminó en 1953
dividiendo a ese país en dos, en el paralelo 38, eso y la incorporación de las
armas atómicas a los arsenales de EEUU y la URSS, estableció un empate mundial
que dejó al mundo dividido en dos corrientes de pensamiento y zonas geopolíticas
que tenían el afán de cambiar el mundo, exportando, desde la URSS, el sistema
bolchevique y, desde Estados Unidos, la democracia liberal.
Pero a pesar de
ese empate que dio lugar a una larga guerra fría, donde se evitaba el
cuerpo a cuerpo, sobre todo por el miedo a desatar una guerra nuclear, el Primer
Mundo el Occidental liberal, industrial y capitalista liderado por EEUU, y el
Segundo Mundo el de la URSS, industrial y socialista liderado por Rusia,
tuvieron un terreno donde llevar sus aspiraciones expansionistas, un mundo sin
industrializar, habitado por la mayoría de la población mundial, un mundo de
pobreza y subordinación a las antiguas metrópolis imperiales europeas: el Tercer
Mundo.
Las viejas
potencias coloniales europeas, relegadas ya como imperios por Estados Unidos, no
tuvieron el apoyo de esta nueva potencia para mantener su poder colonial, y
menos interés tenía aun el otro ganador de la Segunda Guerra Mundial, la URSS.
Por otra parte, el combate de estas dos potencias en el Tercer Mundo estaba más
en ganarse aliados que en buscar una presencia militar directa, pues ello, les
hubiera enfrentado a los sectores sociales más activos de las viejas colonias
con afán de gobernarlas como naciones libres. De tal manera, después de la
Segunda Guerra Mundial, tras el vacío de poder que dejaron los antiguos imperios
europeos en sus colonias, los movimientos de liberación colonial se
desarrollaron con inusitado vigor, rompieron las cadenas que los unían a sus
antiguas metrópolis imperiales y dieron lugar en la segunda mitad del siglo XX a
la mayoría de naciones que constituyen el mosaico internacional del Tercer Mundo
en Asia, África y Oceanía.
La emancipación
colonial, según la potencia aliada en el proceso de descolonización, bien
Estados Unidos o la URSS, ampliaba su área de influencia geopolítica respectiva.
La confrontación entre ambas potencias por dominar el proceso descolonizador
tuvo su máxima expresión en la guerra de Vietnam. La URSS ayudando a los
comunistas del Viet-Cong y Estados Unidos con una intervención militar directa.
Estados Unidos poseedor hasta entonces de la maquinaria de guerra más poderosa
de la historia, fue derrotado por un ejército de campesinos. Las imágenes de la
precipitada y bochornosa retirada de sus últimos efectivos de Saigón en 1975
fueron grabadas y vistas en todos los medios informativos del mundo y dejaron un
recuerdo imborrable para la historia de que el poderío basado solamente en la
fuerza de las armas, sino está apoyado por amplios sectores sociales, está
destinado al fracaso. Una lección que no aprendió el Imperio Soviético, y que
años más tarde tuvo que experimentarla en la ocupación a Afganistán y en su
posterior expulsión de ese país por los señores de la guerra.
Ambas derrotas
anunciaron un tiempo, consustancial para todos los imperios habidos, y que
habían experimentado previamente una secuencia de tres fases: inicio, auge y
decadencia. 1. los inicios se corresponden con una expansión militar
relativamente rápida donde se incorporan amplios territorios; 2. el período de
auge se corresponde con el mantenimiento del estatus quo territorial basado
principalmente en lo que puede denominarse el poder blando, es decir, la
cultura, la ideología o religión y el desarrollo de infraestructuras; 3. el
período de decadencia se produce a partir de que se precisa de nuevo del poderío
militar, pero no para su expansión sino para su mantenimiento, en esta última
fase todos los imperios han sucumbido.
Las dirigencias
militares tanto soviéticas como norteamericanas, no percibieron que se
encontraban en esa tercera fase militar de su declive, lección ya aprendida en
otras guerras por el imperio colonial francés en Indochina y Argelia, o por el
británico en Oriente Medio y África Oriental.
Por otra parte,
las ideologías en las que se justificaban la ampliación de la influencia
soviética o de EEUU dejaron de ser universales y comenzaron a prevalecer los
intereses de las metrópolis imperiales sobre las propias ideologías. En el caso
de la URSS con la represión en los países del Este europeo incorporados al área
soviética después de la Segunda Guerra Mundial, donde se impuso por la fuerza la
planificación de sus economías en función de los intereses de Rusia en modelos
económicos “socialistas” que tenían el rechazo mayoritario de sus habitantes
como lo acreditó la apertura de la “primavera de Praga” en 1968 y su posterior
aplastamiento ese mismo año por los tanques del Pacto de Varsovia. En el caso de
EEUU, con el apoyo a los cruentos golpes de Estado en América Latina para
mantener su influencia geopolítica, como fueron, entre otros, los golpes de
Estado en Chile y Argentina, con el fin de frenar los cambios democráticos
liderados por gobiernos que querían implementar reformas sociales en favor de la
mayoría de la población, limitando para ello el poder de las oligarquías
dominantes, y también, con el apoyo a dictaduras sanguinarias como la de los
Somoza en Nicaragua, política que contradecía abiertamente su mensaje universal
de exportación de la democracia.
En el mundo
occidental, el pensamiento universal, instrumentalizado en el caso del
“socialismo” por el Imperio soviético y de la “democracia” por el imperialismo
de EEUU, comenzaron a ser cuestionados por la hipocresía en la que se
sustentaban y tuvo su máxima expresión en la denominada “revolución de Mayo de
1968”, la cual se puede considerar una rebelión contra la falacia entre la
teoría y la práctica de los discursos universales. Dentro de este movimiento de
protesta, en unos casos, se intentó articular discursos alternativos, en otros,
revisar los viejos pero ninguno tuvo el eco necesario como para recomponer o
formular un nuevo discurso universal capaz de motivar a la sociedades en las
diferentes partes del mundo y éstas, y cada una de ellas, se atrincheraron en
las políticas nacionales.
En América Latina,
los golpes de Estado contra los gobiernos reformistas salidos de las urnas,
revivieron en la oposición de izquierdas, el principio de que el único poder
político para llevar adelante las reformas sociales estaba en la “punta del
fusil” y un movimiento guerrillero se extendió por varios países del continente.
En los países que
en el tercer cuarto del siglo XX habían salido del dominio colonial y habían
accedido a la independencia, los gobiernos iniciaron el camino para hacer valer
ante sus sociedades el principio de que la consecución de la independencia
política debía servir no solo para restablecer la dignidad nacional, sino
también para hacer avanzar económicamente a las sociedades respectivas. Pero la
crisis económica de 1973 que se prolongaría durante más de una década, tiraría
por tierra esas expectativas. Los países pobres que se habían endeudado para
modernizar sus economías, debido a las características estanflacionarias de la
crisis incrementaron los intereses de las deudas contraídas y éstas paralizaron
el desarrollo económico de la mayoría de los países del Tercer Mundo y los
gobiernos de esos países tuvieron que recurrir a la represión para mantenerse en
el Poder.
El siglo XX, que
había comenzado su andadura pensando en una revolución socialista universal, que
había proclamado, a mediados de siglo ante el fascismo, la vigencia universal de
la democracia, en la recta final del siglo XX fenecían esos valores ante los
intereses creados por las elites dominantes en casi todos los países del mundo.
El sueño universal de libertad, igualdad y fraternidad se
desplomaba. Aquellos que habían levantado la bandera de la democracia apoyaban
las dictaduras y se demostraba que quienes habían levantado la bandera roja del
socialismo eran sanguinarios carceleros de pueblos y naciones.
En los años
ochenta del siglo XX las ideologías universalistas estaban agotadas. La riqueza
del Tercer Mundo redundaba en las sociedades de los países ricos, por la
transferencia de la deuda de los países pobres a los ricos y por el intercambio
desigual de mercancías, por ello, la mayoría social de los países ricos no
precisaba ningún discurso universal redentor y podían mirar para otro lado
cuando sus gobiernos democráticos apoyaban a siniestras dictaduras en el Tercer
Mundo.
En la URSS, el régimen perdía apoyo popular ante el atraso económico
respecto de Occidente por eso la dirigencia soviética tuvo que recurrir, cada
vez más, a la represión para mantenerse en el poder.
Existía, pues, un
agotamiento ideológico mundial. Lo que sostenía a Occidente era su alto estatus
económico, pero en la URSS la economía se había articulado no en base al
desarrollo de las fuerzas productivas en interés de la sociedad sino en
base a la paranoia de la defensa militar. El abandono de las necesidades de la
sociedad como eje central del desarrollo económico generó una economía sumergida
que era la que regía la demanda interna, y una nueva clase social surgida de las
camarillas de burócratas bien situados en el aparato del Estado eran sus
beneficiarios.
Eso llevó a que esa misma clase de funcionarios aspirara a un
Estado político en el que sus intereses fueran legales. Y paradójicamente, la
patria donde se había levantado un sistema social inspirado en el marxismo, veía
como se cumplía uno de los principios con los que Marx había fundamentado sus
tesis de los cambios históricos: “la contradicción que en un momento
histórico determinado se produce entre la necesidad social del desarrollo de las
fuerzas productivas y las relaciones de producción obsoletas existentes para
propiciar ese desarrollo”, contradicción que había dado el triunfo a la
burguesía frente al Antiguo Régimen en el siglo XIX y que daba ahora el triunfo
a la nueva burguesía rusa frente al anquilosado régimen soviético. Todo se
juntó, y en 1989 explotó el sistema soviético, afortunadamente de manera
incruenta, los países del Este Europeo se independizaron de la tutela odiosa de
Rusia y este país entró en la última década del siglo en un proceso de
disgregación social y política.
“A China solo
le puede salvar el socialismo” era el eslogan del Partido Comunista de China
(PCCh) en su lucha contra la ocupación japonesa y en la posterior guerra civil
librada contra las fuerzas del Koumitang, frase que se hizo realidad cuando Mao
Zedong proclamó en 1949 en Pekín la fundación de la República Popular de China,
con la frase, ¡China se ha puesto en pie!
“Solo China
puede salvar el socialismo” fue el eslogan al que se aferraron los
dirigentes del PCCh ante el retroceso mundial del denominado “socialismo real”
iniciado con la caída del “muro de Berlín” en 1989.
Entre ambas fechas
que coinciden con el período de la Guerra Fría, China vivió aislada del mundo,
no era algo nuevo, pues, hasta la ocupación semicolonial británica y la
posterior ocupación japonesa, China el país más populoso y avanzado hasta el
siglo XVII de nuestra era, había creído que fuera de sus fronteras solo existían
bárbaros y que China unía todo lo que había de importante bajo el cielo. En el
periodo de la Guerra Fría en el que la construcción del socialismo a escala
planetaria se fundamentaba en la progresiva desconexión económica de países del
sistema capitalista, la tradición histórica de China encajaba bien en ese
modelo.
Pero la caída de la URSS y los disturbios de la plaza de Tian'anmen
fueron lecciones que los dirigentes Chinos aprendieron rápido, comprendieron que
los tiempos estaban cambiando y que había que “avanzar al paso del tiempo”.
El proceso de reforma y apertura iniciado por Deng Xiaoping en 1979 pasó a una
fase acelerada impulsado por la política económica de "economía socialista y de
mercado", socialista para los campesinos y socialista y capitalista en las zonas
industriales específicas de la costa oriental de China para el desarrollo
económico; por otra parte, la política de un "país con dos sistemas” permitió la
incorporación de Macao y Hong Kong a la soberanía China respetando sus modelos
políticos y administrativos. China comenzó a crecer económicamente como ningún
país lo había hecho nunca desde la revolución industrial y cientos de millones
de personas comenzaron a salir del atraso y la miseria. El PCCh sorteo la crisis
ideológica desarrollando el aspecto nacionalista de su ideario, dejando para
otro tiempo histórico el objetivo comunista de la redención del género humano
bajo la premisa de que cada nación sin injerencias externas encontraría su
camino de desarrollo y prosperidad.
La última década
del siglo XX supuso el final de las ideologías universales tal y como las
concibieron en su praxis los teóricos liberales y socialistas del siglo XIX, “la
práctica, único criterio científico e histórico de verdad” proclamado por Marx,
así lo atestiguaba. Al mismo tiempo, en muchos de los países del Tercer Mundo,
sus habitantes veían como las ideologías políticas universalistas en las que se
habían apoyado los dirigentes de los movimientos independentistas, una vez éstos
en el gobierno, no habían sido capaces, en su recorrido histórico desde la
independencia hasta el final del siglo XX, de propiciar un desarrollo económico
de las economías nacionales favorable a la mayoría de la población. El término
de “países en vías de desarrollo” utilizado para definir a los países pobres, se
desveló como un eufemismo sin contenido real, porque los pobres cada vez eran
más pobres, y nadie sabía cuanto tiempo era necesario para culminar el
desarrollo prometido. Las economías de esos países seguían sustentándose
básicamente en ser suministradores de materias primas de los países ricos, y el
declive de las economías agrarias de autoconsumo para rentabilizar los espacios
agrarios a su vez expulsaban a millones de campesinos a la periferia de las
ciudades conformando grandes aglomeraciones en asentamientos humanos carentes de
las infraestructuras básicas como alcantarillados, luz y agua potable; hábitats
donde la subsistencia se aseguraba a través del desarrollo de un sector
económico informal desligado de las actividades productivas.
Al final del
siglo XX, los pobres del planeta quedaron, pues, huérfanos de la teoría
científica transformadora y revolucionaria por la cual todo el género humano
debía beneficiarse por igual de los avances técnicos, científicos, sanitarios y
educativos, así como de los recursos energéticos y alimentarios.
Y, tal vez por
ello, en esa década del final del siglo XX, cuando la esperanza transformadora
universal se ha agotado, es cuando se comienzan a gestar los grandes movimientos
migratorios de los países pobres a los países ricos. Las fronteras de las
naciones que constituían el mosaico de los países pobres, y por las que
arduamente se había luchado por su independencia y por el desarrollo económico,
eran percibidas por gran parte de sus habitantes como prisiones de miseria y
éstos, comenzaron a asaltar la fortaleza de los países ricos, arriesgando en
ello su vida, cruzando desiertos a pie, océanos en barcazas de pesca. Los que
conseguían atravesar sus murallas, veían que la tierra prometida no era tal y
caían en redes de explotación de jornadas intensas de trabajo por escasos
salarios, pero esta explotación era considerada, por muchos, como un mal menor
ante la desesperanza de pensar, que en su país de origen, nunca tendrían un
porvenir mejor.
Agotadas, pues,
tanto política como ideológicamente las fuerzas que pretendieron ser
transformadoras de la historia, los países ricos, podían proyectar sin
resistencia su acción dominadora al resto del mundo. El “pensamiento de la
desigualdad universal”, vencedor en los países ricos, se edulcoraba con un
ropaje en el que parecía justo que los triunfadores se beneficiaran de su buen
hacer, mientras que, los pobres del mundo recogían los frutos de su
incompetencia. Incluso se podía manifestar la bondad de los triunfadores con los
fracasados en las “ayudas al desarrollo” y, por otra parte, EEUU sin oponente
militar, por defunción del adversario, podía proclamar que la batalla estaba
ganada. Era el momento de lanzarse a regir los destinos del Mundo desde la
nación que se había constituido en el Centro del sistema político y económico
mundial: Estados Unidos.
Con el comienzo
del siglo XXI entró en el gobierno de EEUU el partido republicano con George W.
Bush como presidente. Los nuevos estrategas de la Casa Blanca aspiraban a
instaurar un nuevo orden mundial basado en el liderazgo inequívoco de EEUU ante
el desorden en el que había quedado el mundo al finalizar la Guerra Fría. Tras
el atentado terrorista contra las torres gemelas de Nueva York el 11S del 2001,
todo se desarrolló como si de un guión escrito se tratara.
El gobierno de
Estados Unidos diseñó un Plan mundial por el que se magnificaba la amenaza
terrorista, con ello, se tenía el pretexto para recortar libertades y formular
la política del ataque preventivo, “atacar para evitar se atacado”. El primer
objetivo fue Afganistán bastión del fundamentalismo islámico.
Se derrocó al
gobierno de los talibanes, al mundo le pareció bien y el nuevo gobierno de ese
país tuvo la bendición de la ONU. Eso animó a los estrategas de EEUU a seguir
adelante en su política de instaurar un mundo unipolar bajo la égida de Estados
Unidos, para ello, existían dos organizaciones de relevancia mundial que debían
ser relegadas, la más importante: la ONU, surgida tras la Segunda Guerra Mundial
como equilibrio de potencias que ya no existían y la segunda en importancia: la
OPEP, cártel petrolero que EEUU no controlaba y, por lo tanto, no podía decidir
sobre los volúmenes de extracción y como consecuencia sobre el precio del crudo.
La invasión de Irak montada sobre la mentira de que el régimen iraquí tenía
armas de destrucción masiva para su uso contra EEUU o sus aliados, servía al
propósito de la guerra preventiva, así como para crear una alianza de países que
funcionarían dejando de lado a la ONU y bajo la dirección de Estados Unidos. El
éxito de esa guerra garantizaba el éxito de esa nueva alianza de naciones, y
también, la ruptura del monopolio de la OPEP, pues la nueva alianza tendría a su
disposición una parte importante de las reservas mundiales de petróleo.
La invasión fue
todo un éxito, mas cuando parecía inevitable que este plan funcionara, comenzó
poco a poco a desmoronarse. Francia y Alemania, encasilladas por la
administración de EEUU como países de la vieja Europa que pertenecían ya a un
orden mundial pasado, se resistieron a aceptar de buen grado la nueva política
de hechos consumados de EEUU, la mayoría de los países musulmanes también veían
con recelo que Occidente incrementase su poder en la zona, pero por encima de
estas objeciones a la invasión, lo que hizo inviable la misma, fue la
constatación como una verdad histórica inconmovible: “que la época histórica de
los Imperios coloniales con presencia militar y administración del invasor en
territorio ocupado había pasado”. Las guerras de independencia contra los
últimos imperios coloniales francés y británico estaban aun calientes en la
memoria de quienes habían luchado contra ellos. No importaba que esta vez la
ideología que encabezaba la resistencia no estuviera inspirada en principios
laicos, sino religiosos, el resultado era el mismo, una fiera resistencia al
invasor. Como en Vietnam el guión parecía también escrito, la ocupación se
ganaba pero la guerra se perdía.
Los países que apoyaron a EEUU en la invasión
fueron abandonando poco a poco la coalición. La revelación al mundo de la
mentira de las armas de destrucción masiva y los crueles métodos del invasor
utilizados contra la resistencia desacreditaron mundialmente a EEUU. Los
estrategas de EEUU y sus aliados se dieron cuenta tarde de que habían
subestimado las lecciones de su propia experiencia histórica y la de otras
potencias coloniales donde se demostraba que la fortaleza de las naciones
descansa en última instancia en la conciencia nacional de las personas que las
pueblan, y por ello, la descolonización no era reversible históricamente y
tampoco era posible que sus propias sociedades aceptaran con indiferencia el
horror de la tortura y de los campos de concentración como el de Guantánamo.
Este intento y
fracaso de EEUU de cambiar el estatus mundial por la fuerza de las armas,
revelaba también que ni el final político del socialismo soviético y el fracaso
de las grandes ideologías socialistas universales surgidas en el siglo XIX, era
suficiente para transgredir determinados valores alcanzados por la mayoría de
las sociedades del mundo desde que alumbrara la Ilustración en el siglo XVIII.
Esos valores tenían que ver con la asunción colectiva de las “soberanías
nacionales” como marco de decisión política de las sociedades respectivas, y
ante las cuales, las ambiciones imperialistas sucumbían.
El imperialismo como
método de expansión militar en los principios del siglo XXI, tras la guerra de
Irak, había muerto, pero no solo había muerto el imperialismo militar de EEUU
sino todos los imperialismos, porque cualquier experiencia similar estaba de
antemano condenada ya a su derrota.
El presidente
de EEUU Barack Obama y el primer ministro iraquí
Al Maliki en su llegada a una conferencia de prensa conjunta en la Casa Blanca el 22 de julio del 2009 en Washington para anunciar la retirada de las tropas de EEUU de Irak
Y
También quedaba obsoleto el concepto de guerra ofensiva como método
expansionista, porque el triunfo militar relámpago de la ocupación ya no
garantizaba, a la postre, el éxito de la contienda en la guerra prolongada y
además, producía la pérdida de la influencia política del agresor.
Tras el
hundimiento del imperio soviético y el fracasado intento expansionista del
imperialismo americano en Irak, el final de los imperialismos con dominio
militar había llegado históricamente a su fin. No obstante, los cambios
históricos no suelen ser percibidos a veces por las sociedades y dirigentes
políticos y en Estados Unidos, seguían existiendo fuerzas políticas y económicas
que continuaban apostando por hacer valer su hegemonía militar al resto del
mundo, pero también existían fuerzas que habían comprendido que ese camino
solamente traería un gran sufrimiento de varias y prolongadas guerras a la vez,
en distintas partes del mundo, para las que su sociedad ni su economía estaba
preparada. A la postre, esa estrategia militar aceleraría su declive como
potencia y por ello, estos sectores políticos de EEUU apostaban por iniciar una
etapa en la que el país debiera tratar de consolidar su supremacía mundial a
través del desarrollo de un poder blando basado en el respeto y el diálogo con
las naciones y revitalizando coherentemente los valores universales de la
democracia liberal, acabando con los campos de concentración, con la
institucionalización de la tortura y dejando de promover golpes de Estado contra
sistemas democráticos. Estas dos opciones se enfrentaron en las elecciones
presidenciales de EEUU en el 2008, y la ciudadanía apostó por un discurso basado en una política de diálogo y entendimiento con el resto de
los países del mundo, pero, como se ha visto con el paso del tiempo, EEUU es una nación que,
con independencia de quien gobierne, debe su prosperidad en gran
medida al sometimiento de otras naciones a sus intereses y, por ello, su
acomodación a los nuevos tiempos no va depender del discurso de las campaña
electorales sino solo puede ser fruto del empuje de otras naciones en el
escenario internacional, cuestión que llevará su tiempo.
4. Hacia un
nuevo paradigma emancipador universal
Una nueva realidad
política parece, pues, que comienza a abrirse camino con el final de la
hegemonía mundial Occidental: la formación de un mundo multipolar, donde los
nuevos polos geopolíticos emergentes estarían de acuerdo en las relaciones entre
iguales, es decir, sin ambiciones imperialistas como superación de las
dramáticas experiencias históricas vividas, como fue en China la larga guerra
contra la ocupación japonesa, en los países latinoamericanos el largo período de
subordinación política a su vecino del norte y el azote de los golpes de Estado,
o en el caso de Rusia, por la amarga experiencia del Imperio Soviético que le
arrastró al caos como nación en la última década del siglo XX. Por otra parte,
los países que no son “polo” también están interesados en que se desarrolle un
mundo multipolar porque les permite establecer sus relaciones internacionales
preferentes en libre competencia, en lugar de depender exclusivamente de
Occidente.
En este emergente
escenario mundial tras el fracaso en la práctica de las ideologías
universalistas liberal y socialista al que contribuyeron las dos
grandes potencias que las instrumentalizaron en su propio beneficio, EEUU y la
extinta URSS ¿Cabe pensar que el proyecto de una humanidad regida por los
valores de libertad, igualdad y fraternidad son una
utopía? ¿Cabe pensar que el género humano se ha detenido en su afán por
transformar la sociedad en la búsqueda de esos valores comunes a todas las
ideologías, sean liberales o socialistas, nacidas de los ideales de la
Ilustración, por las que la humanidad creyó que la felicidad social en la
tierra era posible? Si la humanidad aceptó con resignación durante milenios
que la Tierra era un valle de lágrimas y que solo en otro mundo metafísico
dejaría de serlo ¿Se ha vuelto de nuevo a esa situación del pensamiento
universal? Cabe pensar que no, y cabe hacerlo, porque tras un recorrido
histórico de doscientos años de lucha por esos ideales, la voluntad
transformadora sigue vigente y la resignación pertenece ya al oscurantismo de
otra civilización que fue sepultada en el siglo de las luces y cabe
también pensar que no, porque los desheredados de la tierra quieren salir de su
situación de pobreza y la humanidad se enfrenta a problemas como el cambio
climático, la malnutrición, las enfermedades y el analfabetismo, problemas que
necesitan de soluciones globales.
Lo que ha
fracasado, no son, pues, esos grandes ideales, sino el camino trazado por los
teóricos del liberalismo y socialismo del siglo XIX. El recorrido
histórico ha desbrozado lo verdadero de lo falso. Lo falso ha sido que la verdad
de unos no se puede imponer por la fuerza a otros, pretexto bajo el que actuaron
los imperios coloniales europeos, el imperialismo de EEUU y el de la antigua
URSS. Lo verdadero es que el género humano ha extraído de ese camino de dolor,
la experiencia de que solo es posible avanzar desde el diálogo, el respeto y el
entendimiento entre el mosaico de naciones surgidas desde el siglo XVIII tras un
doloroso parto de guerras y lo verdadero es también que el ritmo de los cambios
políticos y sociales lo deben marcar los propios ciudadanos de cada nación.
Guernica (1937)
Representa los terribles sufrimientos que la guerra inflige a los seres humanos.
Pablo Picasso (1881 – 1793)
Después de dos
siglos se ha dado con el método pacífico y científico de cambio. El poder
transformador ya no nace de la punta del fusil sino del respeto entre naciones y
de la democracia interna en cada una de ellas. Pero el método no significa el
cambio, sino las bases para fundamentar el cambio. Lo que hará que el cambio se
ponga en marcha es la necesidad de las naciones en colaborar para afrontar los
graves problemas que tiene la humanidad. No obstante, si bien el marco de las
naciones es la base sobre la que deben fundamentarse las transformaciones
mundiales, el enemigo número uno para llevar adelante esas transformaciones,
paradójicamente, es la concepción retrógrada de exaltación de la competencia
entre naciones. Durante los siglos XIX y XX la competencia entre imperios y
naciones se justificaba porque ante todo, lo que debía prevalecer era el
bienestar de cada nación sobre el resto. Se trataba de sacar beneficio
unilateral y ello llevaba al enfrentamiento, ese modelo vigente en la conciencia
de la mayoría de las sociedades de muchas naciones, principalmente de las que
fueron antiguos imperios coloniales, sigue siendo una de las herencias negativas
del proceso de fundación de las naciones. El objetivo de las naciones debe ser
su desaparición por superación de las fronteras, al entender que en la
colaboración hay más beneficio que en la competencia siendo las propias naciones
quienes vayan determinando los ritmos de integración en las relaciones políticas
y económicas.
Es evidente que
las sociedades más enrocadas en el paradigma de confrontación entre naciones, en
lugar del entendimiento, son aquellas en las cuales su grado de bienestar ha
alcanzado un alto desarrollo, pues entienden que los postulados políticos
universales pueden perjudicar su estatus. Serán pues los países o regiones del
mundo más poblados y emergentes económica y políticamente los más interesados en
un proceso integrador. No obstante, el posible avance en un proceso de
entendimiento entre naciones a escala mundial dependerá de las naciones que
tienen más poder económico y capacidad de decisión para implementar políticas
globales por su peso económico y demográfico. En el actual momento histórico,
corresponde ese papel de liderazgo a EEUU y a China en primer lugar y, en un
segundo plano, a los países emergentes: Brasil, Rusia, India, seguidos del resto
de países emergentes. Por ello, el proceso de integración política y económica
mundial vendrá determinado en gran medida por la relación entre Occidente y
Oriente.
Las relaciones
políticas que mantienen los países del mundo con China, se pueden dividir en dos
grandes apartados. En el primero estarían los países Occidentales o países
ricos, y en el segundo, los países pobres y países emergentes entre los que
destacan por su importancia Brasil, Rusia e India. La relación de Occidente con
China, es una relación de amor, odio, una relación que ha venido a denominarse
para China en la política de “golpe y contacto”. Occidente se ha beneficiado en
los últimos años de los productos de exportación baratos de China y en la
presente crisis económica espera beneficiarse de la reactivación interna de
China. Pero este interés es contradictorio, pues, si bien Occidente desea que
China se reactive económicamente para beneficiarse de su crecimiento también
teme las consecuencias políticas que implica un mayor peso económico y político
de China en la esfera internacional. A diferencia, de este bloque de países, la
relación de los países del Tercer Mundo y países emergentes con China es
diferente. Su relación se basa únicamente en la política de “contacto”, pues,
China constituye una alternativa de oportunidades económicas frente a la
dependencia que han tenido y tienen del consumismo de los países ricos y no
temen la influencia política China, pues esta nación secularmente ha basado sus
relaciones con otras naciones en el respeto de los asuntos políticos internos de
cada país. La manera de desacreditar a China que tienen los países occidentales
en la esfera internacional es proclamando su sistema político democrático como
el más evolucionado de la historia de la humanidad por estar basado en la libre
pluralidad política. Este mensaje tiene una verdad y una mentira, la verdad es
que la libertad de asociación política constituye un estadio superior de la
democracia y la mentira, es que las democracias occidentales tienen sobre sus
espaldas una negra historia de injerencia en otros países de guerras y de apoyo
a golpistas, consecuencia y herencia política y cultural de su pasado colonial e
imperialista, por eso los países pobres desconfían de los países ricos,
particularmente de EEUU.
El sistema
político vigente en China se basa en el sistema de partidos del Frente Único
liderados por el PCCh que dio lugar a la fundación en 1949 de la actual
Republica Popular en la parte continental de China, de la que quedó excluido el
Kuomitang por la confrontación militar entre ambos bandos, quedando este partido
recluido en la isla de Taiwán. Los treinta años de reforma y apertura en China
han sido un gran paso adelante en materia de avances económicos, sociales y
desarrollo legislativo para conformarse como un Estado de derecho, pero la
pregunta que cabe hacerse es: si China, ante la necesidad cada vez más imperiosa
de la humanidad por avanzar en la construcción de un mundo multipolar basado en
la democracia y la justicia social mundial, entenderá que el principio de Deng
Xiaoping de “caminar al paso del tiempo” deberá traer un cambio
cualitativo interno deberá
traer un cambio cualitativo interno desde la perspectiva de la política de
Reforma y Apertura.
El gobierno de EEUU
debido a sus intereses creados como potencia imperial, se debate en la
ambivalencia de anteponer en las relaciones con otros países, la fuerza y la
injerencia para conseguir su prevalencia como potencia militar, o el abandono de
está política arrogante en favor de una política de diálogo entre iguales con el
resto de países del mundo. El gobierno de China en su política de reforma y
apertura se basa en el principio de caminar hacia una mayor democratización
y desarrollo legislativo de los derechos de la persona pero asegurando en todo
momento un poder fuerte del Estado que de estabilidad al proceso de reformas.
Sería deseable, que desde tradiciones distintas China y EEUU pudieran caminar
hacia objetivos comunes, en la conformación de un mundo basado en la paz, el
respeto entre naciones y el pluralismo político que posibilite un cambio
cualitativo con el resto de naciones del mundo hacia un estadio superior
político de gobierno mundial.
No obstante, el
liderazgo del proceso integrador entre naciones no va a depender solamente de la
fortaleza económica, sino también de la emergencia política en el pensamiento y
proyectos integradores de las naciones comprometidas con ese ideario. En la
historia hay ejemplos de naciones que se han convertido en potencias
transformadoras principalmente por su emergencia mundial en el pensamiento
político, como lo fue EEUU tras su declaración de independencia en 1776, que
determinó la marcha de un pensamiento político que favorecería la independencia
del resto de países en América y las revoluciones liberales en Europa, sin que
en ese momento histórico EEUU tuviera como nación relevancia geopolítica.
En América Latina
desde el comienzo del siglo XXI está surgiendo un nuevo pensamiento político
basado en la integración de las naciones y de desarrollo democrático con
inclusión social, si bien en su vertiente económica el proceso de unificación
está más retrasado que en la Unión Europea (UE), la profundidad y el alcance del
ideario político universal que mueve la integración es mayor. En cambio en la UE
se evidencia una creciente incapacidad para articularse como una realidad
política única debido a la desconfianza de la mayoría de la ciudadanía por el
proyecto político europeo y por su rechazo a cualquier ideario universalista que
se manifiesta en su recelo ante los inmigrantes extracomunitarios, por lo que la
UE a pesar de ser la cuna de las grandes ideologías universales ha entrado en
una fase de decadencia histórica en el pensamiento transformador.
El sujeto
trasformador mundial en favor del conjunto de la humanidad está, pues, en las
naciones que lideran los procesos de integración regional, que son las que
buscan las ventajas en el entendimiento y no en la competencia y en las
sociedades que apuestan por la democracia y por formar parte de un conjunto de
naciones en un nivel superior de relaciones, no para competir entre bloques sino
para colaborar a favor del bienestar y la libertad del género humano. Estos son
los grandes postulados que pueden redimir al género humano de las guerras, de
las armas atómicas, el racismo y la xenofobia y que pueden propiciar la
colaboración necesaria para enfrentar con garantía de éxito los graves problemas
medioambientales y la pobreza en el mundo.
5. La crisis
del modelo económico mundial vigente a comienzos del siglo XXI
El capitalismo ha
tenido en los últimos ciento cincuenta años cuatro grandes crisis globales, las
de 1873, 1929, 1973 y la presente crisis iniciada el 2008. El resto de las
crisis, aunque han sido importantes, no han tenido carácter global sino que han
afectado a sectores industriales o diferentes zonas del mundo. En la segunda
mitad del siglo XIX, el capitalismo estaba en su fase imperialista. La salida de
la larga depresión iniciada con la crisis de 1873 llevó a las potencias
económicas al proteccionismo, propiciando el mismo que el desarrollo de las
fuerzas productivas se realizara expandiendo cada potencia su área de
influencia geopolítica lo que llevaría a su confrontación en la Primera Guerra
Mundial. Tras la misma, comenzó una etapa en la que se pretendió limitar el
proteccionismo, pero la crisis de 1929 derivó en otra profunda depresión y en
una vuelta al proteccionismo y de nuevo se volvió a la lucha por la ampliación
de las áreas influencia geopolíticas que traería otra vez la confrontación
militar y llevaría en esa ocasión a Japón a ocupar gran parte de China y a
Alemania a invadir casi toda Europa y gran parte de Rusia. Tras la derrota en la
Segunda Guerra Mundial del imperio nazi y del imperio del Sol Naciente, se
aceleró el proceso histórico de emancipación colonial y el mundo político
económico se dividió en dos doctrinas económicas. Por una parte, el mundo
capitalista bajo la hegemonía de EEUU, con una economía de mercado pero en la
que los Estados controlaban los sectores económicos estratégicos, como energía,
comunicaciones y algunas grandes industrias y, por otra parte, aquellos países
denominados de “socialismo real” que basaron su sistema económico en la
propiedad de los medios de producción por el Estado y en la “desconexión”
geopolítica del mundo capitalista, representados principalmente por la URSS y
China,
La crisis de 1973
puso en entredicho estos modelos económicos mundiales conformados tras la
Segunda Guerra Mundial. En el mundo Occidental a finales de los años setenta se
dio un paso adelante en la globalización económica con la implementación del
denominado modelo neoliberal. Se privatizaron gran parte de los sectores
económicos estatalizados durante el período de la posguerra, se fomentó el libre
comercio y la globalización del sistema financiero en manos privadas. En China
se inició a finales de la década de los setenta el proceso de “reforma y
apertura” que terminaría tras su ingreso en la OMC con el modelo de
“desconexión” económica del mundo capitalista de la época de la guerra fría. En
la URSS, el inmovilismo de las fuerzas contrarias a la apertura económica supuso
un freno al desarrollo de las fuerzas productivas en el ámbito soviético,
lo que contribuyó a crear una potente economía sumergida de bienes de consumo
liderada por nuevas clases sociales que representaban el desarrollo económico, y
que acabarían en 1989 con el burocrático sistema soviético. Será, pues, a partir
de 1989, cuando toma cuerpo verdaderamente la globalización de la economía
mundial. Desde esa fecha el modelo neoliberal, sustentado en el consumo de los
países ricos, hizo crecer velozmente la economía mundial y permitió que algunos
países pobres se beneficiaran de esa expansión, particularmente China que se
convirtió en la fábrica del mundo al inundar el mercado con productos basados en
una mano de obra barata, creciendo durante dos décadas su PIB en torno al 10%
anual.
No obstante, la
incidencia que el modelo económico neoliberal tuvo en la mayoría de los países
pobres fue negativa. Muchos países pobres para impulsar el desarrollo económico
habían adquirido préstamos de los organismos financieros internacionales o
directamente de los países ricos con bajo interés, pero esta situación cambio
radicalmente tras la crisis de 1973. Las características estanflacionarias de
esta crisis, creada por la emisión abusiva de dólares de EEUU durante los años
sesenta y setenta del siglo XX para financiar la guerra de Vietnam, llevó a los
países acreedores a elevar el tipo de interés, encadenando a los países pobres
al incremento continuado del “servicio de la deuda” a pagar a los países ricos,
con la que éstos, amortizaron la inflación derivada de los gastos
sobredimensionados de EEUU.
Los países pobres,
endeudados por el pago abusivo de los intereses de la deuda, recurrieron a la
expoliación de las materias primas destinadas a satisfacer la demanda de la
sociedad de consumo de los países ricos; ello traería consigo un proceso
acelerado de explotación de la tierra en los países pobres acabando, en gran
medida, con las economías de autoconsumo, lo que acompañado de un fuerte
crecimiento demográfico derivó, en estos países, en un rápido éxodo del campo a
la ciudad, produciéndose un desordenado crecimiento urbano que ha provocado
grandes problemas de asentamientos humanos al carecer los mismos de
infraestructuras básicas como agua potable, alcantarillados y redes de
transporte.
Por otra parte,
las relaciones económicas entre países pobres y ricos han venido determinadas
por la concentración de la demanda económica mundial en los países ricos, que en
la primera década del siglo XXI con menos de un tercio de la población mundial
acaparaban más de dos tercios del consumo mundial, con lo cual, los procesos
productivos globales se articulan para esta demanda. La ventaja histórica de dos
siglos en la industrialización les ha permitido a los países ricos obtener el
liderazgo en materia de innovación y productividad técnica en los procesos de
producción, disponiendo de una ventaja comparativa en el intercambio comercial
de productos tecnológicos por materias primas, ventaja que solamente pueden
acortar los países pobres con una productividad económica basada en salarios
bajos, produciéndose un intercambio comercial desigual favorable a los países
industrializados. Esta desfavorable relación comercial para los países pobres ha
hecho, pues, más ricos a los países ricos, dejando de lado las necesidades más
perentorias de la mayoría de la humanidad.
La concentración
histórica de la demanda solvente en los países desarrollados y su ventaja
histórica en la industrialización ha desembocado en un modelo de crecimiento
consumista favorecido en los últimos años por el modelo de crecimiento
neoliberal basada en el consumo privado, hasta que este modelo ha entrado en
crisis en el año 2008 propiciado por las contradicciones propias de la economía
sustentada básicamente en el mercado.
La optimización
continua de los productos y de los procesos de producción permite producir a
menor coste y en una economía de libre mercado para mantener la ventaja de la
competitividad también disminuye el precio del producto en cuestión. El
empresario productor, en cada optimización productiva, tiene que vender más
productos para asegurar los mismos beneficios lo que obliga a acortar el ciclo
de renovación del consumo, pero llega un momento que ello no es suficiente pues,
por ejemplo, si el empresario produce ordenadores éstos no pueden estar
renovándose cada mes para mantener la tasa de ganancia y se necesita ampliar y
diversificar la oferta de bienes y servicios. Para ello deberán crearse nuevas
necesidades subjetivas a través de la publicidad orientadas a quienes detentan
la demanda solvente, de tal manera que se generará la necesidad en el consumidor
de pasar, por ejemplo, de tener un televisor a tener dos, lo mismo pasaría con
un segundo coche, una segunda residencia, nuevas vacaciones, y ello solo es
posible con el crédito.
El sistema
financiero privado desempeña un papel fundamental en este modelo de crecimiento
a través de la concesión de créditos al consumidor. La banca para mantener su
actividad de negocio precisa del creciente endeudamiento de los consumidores a
través del crédito, pero ese endeudamiento tiene un límite, que viene
determinado por la creciente deuda de los consumidores que limita la capacidad
de comprar más bienes y servicios. El sistema financiero no puede sustraerse a
la economía real, pues el dinero que el financiero presta (tal y como explicó
Marx), no es sino un adelanto de futuro de la parte de la ganancia que el
empresario obtendrá de la venta de sus productos o servicios, de tal manera que
el sistema financiero, se retroalimenta de ese crecimiento futuro, hasta que
llega el momento en que se produce la crisis de sobreproducción, es decir, la
capacidad de producción supera la capacidad del gasto a través del
endeudamiento, lo que repercute en una disminución de la producción, aumenta el
paro y como consecuencia también la morosidad por impagos a la que tienen que
hacer frente los bancos.
Esta dinámica
productiva, consustancial al liberalismo económico, no es nueva, en realidad es
la causante de las crisis más importantes de este modelo de capitalismo en 1873
y 1929. Pero tanto la crisis de 1873 como la de 1929, tuvieron una respuesta
proteccionista por parte de las potencias económicas que les llevó a una
expansión en áreas de influencia político económicas y que propició las dos
guerras mundiales.
Esa respuesta a la crisis iniciada en 1873 y que llevaría al
enfrentamiento entre potencias en la Primera Guerra Mundial, llevó al teórico
del socialismo Lenin a considerar que el imperialismo y su disputa por las áreas
de influencia geoeconómicas era la fase superior del capitalismo, cuestión que
la nueva disputa por las áreas de influencia tras la crisis de 1929 y que dio
lugar a la Segunda Guerra Mundial parecía darle la razón.
Sin embargo, la
historia ha demostrado que ese estadio de lucha interimperialista de desarrollo
del capitalismo era solamente una fase intermedia y que el capitalismo llega a
su fase superior de desarrollo cuando las relaciones de producción se
interconectan fuertemente a escala planetaria, es decir, cuando las
relaciones de producción se vuelven irreversiblemente globales y ya no es
posible implementar medidas proteccionistas territoriales como salida a la
crisis. Solamente a partir de finales del siglo XX, tras el desplome de la URSS,
la incorporación de China a la OMC y la globalización de las finanzas mundiales
se puede decir que el desarrollo de las fuerzas productivas mundiales
articuladas bajo el sistema económico neoliberal ha llegado al estadio de la
economía mundo donde no es posible retornar al proteccionismo.
En este contexto,
la crisis iniciada en el 2008, es una crisis con características especiales: 1º-
porque es una crisis global del capitalismo en la fase superior de su
desarrollo; 2º- porque la crisis se ha generado en los centros más poderosos de
la economía mundial y lo ha hecho a su vez en el corazón que rige el sistema
económico global, el sistema financiero, y 3º- porque es una crisis para la cual
debido a las profundas interconexiones económicas no caben soluciones parciales
proteccionistas.
La
crisis financiera en el mundo occidental como factor detonante de la crisis mundial
representa el fracaso del modelo neoliberal de crecimiento económico, sustentado
básicamente en los sectores sociales con fuerte poder adquisitivo de los países
ricos y estimulado en base a la especulación crediticia. Está especulación se
fundamentó en un mercado de futuros que se creía ilimitado. Los créditos
hipotecarios se concedían no tanto por la solvencia personal de los hipotecados,
sino porque la supuesta revalorización futura del inmueble hipotecado
compensaría la posible insolvencia del adjudicatario del crédito. En base a esta
especulación financiera los defensores del neoliberalismo creían que se había
encontrado por elevación del consumismo la fórmula para evitar la crisis de subconsumo pero la realidad de la crisis vino a demostrar que había un umbral al
desarrollo económico basado fundamentalmente en la demanda solvente de unos
cientos de millones de personas de los países ricos.
6. Encrucijada
de intereses en la salida a la crisis económica mundial
Si la crisis
económica mundial iniciada en el 2008 afectara a una región o sector, tendría un
horizonte cíclico dentro del paradigma de crecimiento económico neoliberal
dominante, pero al ser una crisis financiera global de los países desarrollados
y producirse en la fase superior de desarrollo capitalista mundial, sin que se
pueda recurrir a medidas proteccionistas, su salida no es previsible. La
estrategia de los gobiernos de los países ricos para salir de la crisis se basa
en confiar en que sea la clase financiera privada, la que de nuevo, pasado un
tiempo, reactivará el modelo consumista de los países ricos a través del
crédito.
La estrategia de
la clase financiera Occidental, de ganar tiempo para rehacerse de su crisis,
además de afectar negativamente a las clases medias de los países ricos, tiene
también una incidencia negativa en los países en desarrollo que ven mermada su
actividad productiva de exportación al no reactivarse la demanda en los países
ricos. Esta situación está llevando a los países emergentes: Brasil, Rusia,
India y China (BRIC), a actuar con premura y a no esperar la reactivación de los
países ricos, orientándose éstos hacia un cambio de su modelo de desarrollo
económico de producción manufacturera y de exportación de materias primas hacía
los países ricos por otro que complemente el mismo, con el desarrollo del
consumo interno de bienes y servicios y el fortalecimiento de las relaciones
comerciales entre los propios países emergentes.
Esta estrategia
económica de los países ricos basada en confiar en la clase financiera privada
para remontar la recesión seguirá determinando por un tiempo la marcha de la
crisis, pero esta clase social de financieros se ha convertido en un lastre para
el desarrollo de las fuerzas productivas mundiales, no solo, porque su
insolvencia lastra la salida de la crisis, sino porque el modelo de crecimiento
económico basado en el despilfarro de unos pocos es difícil que pueda
reactivarse. Por ello esta crisis mundial, a diferencia de las anteriores, pone
en entredicho el vigente modelo económico mundial regido por las potencias
económicas del Primer Mundo pues, en los países ricos no existen intereses
económicos (fuerzas objetivas) ni pensamiento político (fuerzas subjetivas) para
reorientar su modelo de crecimiento hacia otro basado en incorporar al consumo
de bienes y servicios a la población del Tercer Mundo, debiendo ser desde la
periferia del sistema económico mundial (países pobres y emergentes) donde
deberá surgir la iniciativa para liderar un cambio en las relaciones de
producción entre países que favorezca el desarrollo de las fuerzas
productivas mundiales.
De los países
emergentes, China es el país que está en mejores condiciones de remontar la
crisis económica en un corto plazo al no tener apalancamiento financiero, ni
intereses creados que puedan frenar la reactivación económica, sino todo lo
contrario, tiene sus finanzas saneadas y con una gran reserva de recursos
financieros siendo el principal acreedor de EEUU. China ha conseguido sus
reservas gracias al ahorro en dólares de los ingresos por las ventas de sus
productos destinadas a satisfacer, en los años anteriores a la crisis, los
mercados de los países ricos. Por otra parte, dispone de una potente banca
pública que le permite controlar los procesos especulativos financieros. Y
aunque va a sufrir durante un tiempo indeterminado la crisis y reconversión de
su industria exportadora debido a la caída de la demanda de los países ricos, la
estrategia económica basada en la implementación de la demanda agregada
interna a través de inversiones públicas, es probable, que en un corto plazo de
tiempo, tenga dos efectos positivos. Por una parte, ayudará a aliviar la caída
de las exportaciones por el retraimiento de la demanda exterior y por otra, le
permitirá crear infraestructuras que faciliten la incorporación de millones de
personas a lo bienes y servicios de consumo privado, de esta forma se creará un
nuevo paradigma económico de fortalecimiento de la demanda interna, favoreciendo
con ello una rápida superación de la recesión económica. Este ritmo diferente
para salir de la crisis, rápida y cierta en China, y lenta e incierta en los
países desarrollados puede contribuir a que China se convierta en un polo
económico articulador de otras economías emergentes principalmente de
Latinoamérica y los países euroasiáticos.
En esa dirección,
sería importante para los países emergentes no solo tener respuestas para su
desarrollo interno, sino estar preparados para liderar propuestas que faciliten
una mayor integración económica de los países en vías de desarrollo, potenciando
la inversión en infraestructuras a través de la creación de bancos públicos
regionales coordinados con los organismos internacionales. Eso fue lo que el
economista en jefe del Banco Mundial (BM), Justin Lin, propuso, el día 9 de
febrero del 2009, para crear un Fondo Global de Recuperación de dos billones de
dólares para ayudar a los países de bajos ingresos a hacer frente a la actual
crisis financiera. El fondo propuesto, que según Lin concuerda con "el espíritu
del Plan Marshall para el desarrollo", ayudaría a las economías de bajos
ingresos a invertir en las áreas que constituyen cuellos de botella y a lograr
un crecimiento sostenido.
(G-20) Países industrializados y emergentes y crecimiento del PIB
A la crisis
económica le falta recorrido en el tiempo para que, ante la incapacidad de los
países del ricos para promover el desarrollo de las fuerzas productivas
mundiales, los países emergentes y sectores sociales de los países ricos
cuestionen la estrategia de la oligarquía financiera mundial para ganar tiempo e
intentar reproducir el modelo desarrollista y consumista de los países ricos. La
economía global se encuentra en una encrucijada histórica, como nunca lo estuvo
antes y los países emergentes pueden hacer que el vigente sistema capitalista
neoliberal dominante en el mundo pueda experimentar una profunda transformación
que traiga un modelo económico más humanizado orientado a la satisfacción de las
necesidades básicas de los pobres del mundo, así como su acceso a los bienes de
consumo, ello redundaría en beneficio de la humanidad en general.
7. El
desarrollo económico y los límites del crecimiento
Si la ilustración
inauguró una nueva civilización en el campo del pensamiento, las innovaciones
técnicas como la máquina de vapor y el motor de combustión que permitían
transformar el calor en trabajo productivo, lo hizo en el campo de la producción
de bienes y servicios. Hasta el siglo XVIII de nuestra era, las únicas fuentes
de energía susceptibles de ser transformadas en trabajo habían sido, el
esfuerzo, humano, el animal de tiro y carga, los saltos de agua y la fuerza del
viento aplicada a la navegación e industrias rudimentarias. La posibilidad de
transformar mecánicamente el calor en trabajo productivo demandó nuevas fuentes
de energía como la madera y posteriormente los combustibles fósiles. Transformó
paulatinamente las sociedades rurales al mecanizar los trabajos agrícolas
liberándose ingentes recursos de mano de obra para la industria y los servicios.
Estos profundos cambios operados durante los siglos XVIII, XIX y XX se
entendieron como un “progreso” en el que no se concebía que el uso masivo de los
recursos naturales pudiera tener unos límites por su impacto en el medio
ambiente. Desde otro enfoque, solo Malthus plantearía la cuestión al considerar
inviable el crecimiento demográfico ilimitado en un Planeta con recursos
limitados.
Durante casi todo
el siglo XX los países industrializados tanto los basados en la economía de
mercado como los antiguos países socialistas del denominado “socialismo real”,
basaron su desarrollo económico en el optimismo del crecimiento ilimitado. El
movimiento descolonizador que tuvo su mayor expansión después de la Segunda
Guerra Mundial puso sobre la mesa las necesidades de los nuevos países
emancipados que se tradujo en la aspiración por alcanzar los grados de
desarrollo de las antiguas metrópolis imperiales.
En la década de
los setenta del siglo XX resurgirá el debate de los límites del crecimiento
económico y demográfico a través de instituciones como el club de Roma, la
conferencia de Estocolmo y los movimientos ecologistas que comienzan apuntar las
catastróficas consecuencias medioambientales y climáticas que puede tener la
externalización de gases de efecto invernadero como consecuencia de un
desarrollo económico sustentado en un modelo energético de combustibles fósiles.
La conferencia de Río Janeiro en 1992 sobre Medio Ambiente alertó sobre los
límites ambientales del vigente modelo de crecimiento económico, lo que dio
lugar con posterioridad al protocolo de Kyoto para la reducción de emisiones de
gases de efecto invernadero de los países industrializados para situarlas en el
2012 en los niveles de 1990.
Alcanzado, pues, en el siglo XXI un desarrollo
económico mundial que está afectando al clima de la Tierra la pregunta que cabe
hacerse es ¿Si con las cotas de riqueza actuales, patrimonio en dos terceras
partes de un tercio de la población mundial, se disparan las alarmas
medioambientales, es posible alcanzar niveles de desarrollo económico en todo el
mundo equivalentes a los de los países industrializados sin que tal desarrollo
lleve a un desastre medioambiental?
La respuesta a
esta pregunta, presenta intereses encontrados, pues todos quieren evitar el
deterioro medioambiental pero nadie quiere renunciar al crecimiento económico.
Los países ricos porque no quieren ni pueden renunciar al sistema de crecimiento
económico basado en la sociedad de consumo y los países pobres porque no quieren
ni pueden renunciar a su desarrollo económico para poder atender a las
necesidades más perentorias de la población, en materia de alimentación, salud y
educación. La consecuencia política, hasta ahora, no ha estado en buscar
soluciones globales sino en el enrocamiento de cada parte en sus posiciones. Los
políticos de los países ricos intentan justificar ante sus sociedades que los
países pobres deben aceptar con resignación su destino de miseria, ante la
imposibilidad de un crecimiento ilimitado debido a los efectos medioambientales,
mientras que los países pobres acusarán a los países ricos de nadar en la
opulencia y ser los principales responsables desde la revolución industrial de
la concentración de CO2 en la atmósfera. Pero las acusaciones de unos
y otros no pueden evitar que la contradicción entre el desarrollo económico y
los límites del crecimiento se acentúe por los siguientes factores:
1.
El funcionamiento político económico mundial que basado principalmente en el
consumo de los países ricos y la externalización de costes medioambientales en
forma de gases de efecto invernadero.
Imagen de la
distribución nocturna del consumo energético mundial
Imagen de la distribución mundial
de las misiones de gases de efecto invernadero (NOAA)
2. La
imposibilidad de controlar el crecimiento demográfico a escala mundial, debido a
un funcionamiento político, donde cada nación por sus tradiciones y realidades
económicas tiene políticas diferentes al respecto, o carecen de ellas. Cuando
sería necesaria una planificación demográfica para no sobrepasar un límite de
habitantes de la Tierra (que se podían situar sobre los once mil millones de
personas previstos para la segunda mitad del siglo XXI) tanto por los recursos
alimentarios, como por la cantidad de energía necesaria para promover y mantener
el desarrollo económico de ese volumen de población mundial.
3. La necesidad de
los países pobres de atender no solamente a la alimentación, sino a la
generación y consumo energético para poder propiciar su desarrollo económico.
Cuestión que en el vigente sistema energético mundial lleva inevitablemente a un
crecimiento sostenido de la utilización de combustibles fósiles, pues no existe
en el corto y medio plazo, en el actual paradigma tecnológico, alternativas a la
dependencia energética de los combustibles fósiles y aunque se consiguiera
atenuar esta dependencia por la implementación de otras energías como la de
fisión nuclear o las energías renovables, los países pobres no tienen ni tendrán
a corto plazo posibilidades de acceso ni dinero para pagar esas tecnologías, por
lo que deberán seguir recurriendo al carbón por ser el combustible más barato,
abundante y accesible como fuente principal de generación eléctrica. Por ello,
va a ser inevitable que las actuales reservas probadas de combustibles fósiles
sean externalizadas en formas de gases de efecto invernadero a la atmósfera,
produciéndose, al ritmo de consumo actual, el agotamiento de las reservas
probadas del petróleo y el gas natural para mediados del siglo XXI cuando
quedarán solamente reservas de carbón.
La externalización
a la atmósfera, para esas fechas, de las reservas de combustibles fósiles
principalmente en forma de CO2, debido a la cantidad y corto espacio
de tiempo de su emisión, no va a poder ser absorbida por los sumideros naturales
de la biosfera, por lo que se producirá una concentración de CO2 en
la atmósfera no reciclable por la fotosíntesis, lo que producirá que el efecto
invernadero, al ser el CO2 un gas de gran longevidad, continúe por
muchas décadas incluso después de haberse agotado las reservas de combustibles
fósiles.
Las consecuencias
climáticas pueden ser variadas y todavía impredecibles, pero en general
asumibles por la humanidad hasta la mitad del presente siglo, pues pueden
consistir, en ciclones de fuerza desconocida, sequías prolongadas en las áreas
de los anticiclones subtropicales, debido al ajuste de las masas térmicas de
aire que regulan la circulación atmosférica, e inundaciones en las zonas
templadas por el rápido deshielo de las precipitaciones en forma de nieve, pero
la consecuencia más predecible y de mayor coste para la actual civilización
industrial podría venir en la segunda mitad del siglo XXI, debido a que la
externalización de CO2 ya habrá sido suficiente para que el efecto
invernadero haya afectado a la temperatura glaciar de manera irreversible, es
decir, el inicio del deshielo de las plataformas continentales heladas:
Groenlandia y la Antártida, lo que puede provocar a partir del 2040 el inicio de
la subida del mar hasta finales de siglo entre uno y tres metros, afectando a
todos las asentamientos humanos costeros del planeta donde vive más del 50% de
la población mundial.
Consecuencias
por el cambio térmico climático
Fenómenos meteorológicos extremos por el ajuste de la circulación atmosférica
Esta contradicción
entre límites medioambientales y crecimiento económico solamente es posible
resolverla desde planteamientos a escala planetaria en los que prevalezcan los
intereses del conjunto del género humano sobre los intereses creados de
determinadas clases sociales y naciones.
8. La Tercera
Civilización
La civilización
nacida de la Ilustración está agotada. Y esta agotada porque esta civilización
que se articuló fundando y tomando la nación como espacio político por la
ideología liberal y socialista para traer la libertad y el bienestar, después de
dos siglos en los que se ha avanzado enormemente en logros científicos y
tecnológicos, en los que el desarrollo de las fuerzas productivas ha
alcanzado cotas inimaginables al principio de la revolución industrial, ha sido
incapaz de conseguir las metas humanísticas de redención del género humano.
Está agotada
porque después de doscientos años de dominio de las potencias occidentales, de
pensar sin éxito que la descolonización traería el progreso para los pobres, de
soportar dos guerras mundiales, el riesgo de una conflagración nuclear y la
amenaza cada vez más evidente de una catástrofe medioambiental; la mayoría de la
humanidad percibe el agotamiento de todas las alternativas políticas
experimentadas en estos dos últimos siglos para solucionar los graves desafíos
del siglo XXI, y lo está, porque con la crisis iniciada en el año 2008, el
modelo económico basado en la competencia de las ventajas de unas naciones sobre
otras ha quedado obsoleto para promover el desarrollo de las fuerzas productivas
mundiales, así como para resolver los graves problemas universales de
desigualdad que tienen sumida a la mayoría de la humanidad en la pobreza, la
ignorancia, la discriminación de la mujer, la mal nutrición, las enfermedades y
la guerras locales, mientras un tercio de la población mundial vive en la
opulencia.
Sueños de los oprimidos en el siglo XIX
La libertad
La Igualdad
La fraternidad
Realidades del siglo XX
Campos de
concentración
Desigualdad
Bomba atómica
Se ha llegado a un
punto en que los problemas globales, sino se cambia el rumbo, pueden afectar a
la propia supervivencia del género humano. Ya no es posible que se salven solo
las naciones poderosas, también sus habitantes están condenados a sufrir las
consecuencias derivadas del estancamiento económico, el crecimiento demográfico
y la catástrofe medioambiental.
Pero una vez más,
no serán los poderosos quienes tomen la iniciativa para promover los cambios que
precisa el género humano, la transformación deberá venir de aquellos países
emergentes que marquen la pauta política para diseñar un mundo nuevo de
integración política y económica y en la medida en que eso suceda, los países
ricos deberán seguir su estela.
La esperanza de un mundo diferente solo nos puede ser dada de gracias a aquellos sin esperanza.
Llegará un día en
que la humanidad sea gobernada como una gran nación donde todas las personas
sean iguales y tengan los mismos derechos, obligaciones y libertades, ese será
el momento en que se alcance la Tercera Civilización universal en la que
se fundamentarán los destinos de la humanidad. La antítesis de esta realidad es
la conformación de un mundo unipolar, en el que muchos sectores sociales y
políticos de los países ricos estarían de acuerdo para hacer prevalecer sus
particulares intereses. Un paso intermedio entre esa antítesis y un gobierno
fundamentado en los intereses de toda la humanidad, es la formación de un mundo
multipolar basado en la colaboración y el equilibrio de intereses entre las
grandes naciones, ese es un mundo por el que apuestan los países emergentes.
Pero este paso
intermedio, aunque puede suponer un avance en la paz y el desarrollo económico
mundial, es insuficiente para conseguir abordar con éxito los problemas de la
pobreza y medioambientales que tiene actualmente planteados la humanidad.
Solamente acometiendo una profunda reforma política y económica mundial donde
los destinos de la humanidad sean gestionados globalmente sería posible hacer de
la Tierra un lugar de libertad y prosperidad para la humanidad, porque se ha
llegado a un punto, en que el mundo se ha convertido en un barco en el que
solamente es posible evitar el naufragio con el empeño y el compromiso de una
única tripulación, el género humano.
Los aspectos
fundamentales que debieran regir la conformación de la gestión universal basada
en los ciudadanos del Mundo debieran ser:
1. Reforma de las
Naciones Unidas democratizando sus estructuras en base a la representación
poblacional de las naciones. Reforma necesaria porque la actual estructura de
la ONU diseñada como orden mundial de los vencedores de la Segunda Guerra
Mundial no representa la opinión de la mayoría de la humanidad.
2. Elaboración de
una constitución por la que se debieran regir los destinos del mundo, en la que
se definirían las competencias de la ONU y la de los gobiernos nacionales.
Constitución por la que todos los ciudadanos del mundo dispondrían de un marco
de referencia de derechos y obligaciones universales.
3. Aprobación de
la constitución por sufragio universal de todos los ciudadanos del Mundo.
Procedimiento democrático que daría a la constitución vigencia universal y
uniría a los ciudadanos del mundo en un marco de referencia legal.
4. Elección
democrática del presidente de la ONU y del Gobierno por los representantes de
las Naciones elegidos según población. El procedimiento de elección por voto
de los representantes de las naciones, permitiría establecer un equilibrio entre
el presidente y el gobierno mundial, con los representantes de las naciones.
5. Declaración
universal de los derechos humanos por consenso de la asamblea de representantes
de las naciones, tomando como referencia la declaración de 1948, donde se
debiera hacer especial incidencia en la no discriminación de la mujer, la
abolición del trabajo infantil y de toda forma de esclavitud. La necesidad de
una nueva declaración viene determinada porque la vigente de 1948, ha sido
instrumentalizada por unos países en contra de otros, por ello sería necesario
consensuar la nueva declaración entre todas las naciones.
6. Abolición de
las armas nucleares. Las armas nucleares son producto de la confrontación
imperialista entre la antigua URSS y Estados Unidos, a la que se han sumado
otras naciones como elemento de disuasión para no ser agredidas. Con la
institucionalización de un gobierno mundial, las armas nucleares, no solamente
estarían de más por el peligro que suponen para la humanidad sino porque su
finalidad geomilitar entre potencias tampoco tendría razón de ser.
7. Creación de
fuerzas militares de la ONU. La necesidad de fuerzas militares de
intervención en conflictos entre naciones, es un instrumento necesario para
salvaguardar el que sería el nuevo orden mundial.
8. Constitución
de un Banco Mundial Público con fondos de las naciones según PIB per cápita de
cada nación y constitución de bancos regionales públicos en coordinación con el
Banco Mundial para gestionar los fondos estructurales destinados a programas de
desarrollo, con el objetivo principal de cumplir los objetivos y metas del
milenio. El modelo económico que la experiencia de los últimos años se ha
demostrado como el más prospero y equitativo, es el que combina la propiedad
pública de los sectores estratégicos de la economía con la propiedad privada del
resto de sectores económicos. Las finanzas son el elemento fundamental que
permite orientar las inversiones para el desarrollo de las fuerzas productivas
en función de los intereses de unas pocas naciones o, por el contrario, del
conjunto de las necesidades de la humanidad por ello, el grueso del sistema
financiero debiera ser público pues permitiría articular la demanda agregada
para la implementación de infraestructuras y programas de desarrollo.
9. Constitución
de una agencia mundial de la energía para fomentar las energías renovables y
acelerar la investigación para la sustitución del motor de combustión interna
con el que funcionan los grandes trasportes marítimos y terrestres, la
maquinaria pesada para la construcción de infraestructuras y la explotación
agraria, así como dedicar los mayores esfuerzos científico-técnicos para
conseguir la generación de energía mediante la fusión nuclear por ser la
fuente de generación masiva de energía sin costes medioambientales, actualmente
en fase de investigación en el proyecto ITER. Esta agencia debería
garantizar que se atendieran las necesidades energéticas en todas las regiones
del mundo, así como, la implementación de un programa de sumideros naturales y
artificiales de CO2 a escala planetaria.
10.
Implementar, según las condiciones de cada país, un programa de planificación
demográfica mundial. El crecimiento demográfico de la humanidad no puede
considerarse ilimitado y dado el número de habitantes ya alcanzado y las altas
tasas de crecimiento existentes, se precisa de una política de planificación
demográfica que lleve a estabilizar la población mundial sobre los once mil
millones de personas. Las diferentes realidades demográficas de las distintas
regiones del mundo hace necesario que está planificación se realice con
características diferentes en cada una de ellas pero en cualquier caso, sería
deseable para finales del siglo XXI haber estabilizado el crecimiento
demográfico mundial.
Estos debieran ser
los puntos más importantes para inaugurar una nueva civilización que podría
abrir las puertas a la libertad y el bienestar de la humanidad en armonía con el
medio ambiente.
9. Epílogo
Ya no es viable
abordar los graves problemas que enfrenta la humanidad desde los intereses
exclusivistas nacionales, las naciones que se enroquen en esa política irán
perdiendo protagonismo internacional, mientras que las que apuesten por el
desarrollo de los valores de integración política y económica para superar
diferencias y abordar conjuntamente los problemas globales de todo el género
humano, son las que podrán avanzar hacia un estadio superior supranacional. La
convicción y la sinceridad en esos postulados es lo que posibilitará que la
humanidad reconozca a las naciones líderes que precisa para avanzar en ese
camino. La herencia histórica de enfrentamientos entre naciones e injerencias es
un lastre que solo puede ser superada por las pruebas de confianza entre
naciones. Los sectores sociales que se han beneficiado y se benefician con la
desigualdad ofrecerán resistencia a las políticas de entendimiento entre
naciones y de profundización de la democracia universal. La lucha democrática de
la mayoría de la humanidad, contra los intereses creados de esas minorías, es lo
que puede traer un tiempo nuevo de integración política y económica mundial, en
el que el género humano tiene todo un mundo por ganar.
La humanidad debe
y puede soñar, ahora más que nunca, que los ideales democráticos universales, la
emancipación social de la humanidad, la aspiración de la unión de las naciones,
y los principios de la armonía entre seres humanos y naturaleza, pueden fundirse
ideológicamente en un abrazo.