HISTORIA DEL ARTE

CAPITULO XII

ARTE PRERROMÁNICO

Apunte contexto histórico

ÍNDICE

ARQUITECTURA PRERROMÁNICA

DECORACIÓN GERMÁNICA E IRLANDESA

ARQUITECTURA PRERROMÁNICA EN FRANCIA, ALEMANIA E ITALIA

ARQUITECTURA VISIGODA

ESCULTURA, PINTURA Y ORFEBRERÍA VISIGODAS

ARQUITECTURA ASTURIANA

MONUMENTOS RAMIRENSES

PINTURA Y ORFEBRERÍA ASTURIANAS

CATALUÑA

ARQUITECTURA MOZÁRABE

MINIATURA MOZÁRABE

 


ARQUITECTURA PRERROMÁNICA

.—Mientras el arte bizantino produce en Oriente los espléndidos monumentos de la era justiniana, en las antiguas provincias del Imperio de Occidente, y tomando por modelo las construcciones clásicas, comienza a formarse un arte mucho más sencillo, pero que servirá de base al gran estilo románico, es decir, el contemporáneo del bizantino pos-iconoclasta. Europa inicia ahora un nuevo ciclo estilístico que durante mil años evolucionará para morir hacia 1500, no como ahora el arte romano de Occidente, por agotamiento, sino de forma violenta al imitarse ese mismo estilo clásico que hemos visto consumirse por falta de fuerza creadora. Este arte, que, a falta de una denominación general para sus diversas escuelas regionales, se denomina por algunos prerrománico, es, por tanto, en sus comienzos un arte ingenuo y pobre de técnica, que no sólo procura imitar los viejos monumentos romanos y las creaciones bizantinas contemporáneas, sino que introduce algunos temas decorativos de origen bárbaro. Incapaz de labrar columnas, capiteles, cornisas y tableros decorativos como los romanos, no dudan en tomarlos de los monumentos de aquéllos y en aprovecharlos en sus construcciones. La arquitectura prerrománica, en su primera etapa, será, por tanto, en buena parte, arquitectura labrada con materiales de segunda mano.

Como la bizantina, la prerrománica renuncia ya al tipo de decoración vegetal clásico de inspiración naturalista, y adopta su misma técnica de planos rectilíneos y vivos contrastes de luces y sombras, pero se distingue de ella y de la siríaca no sólo, en general, por su mayor tosquedad, sino por el empleo de algunos temas de origen bárbaro (fig. 754), (fig. 755)como el trenzado, la labor de cesta (D, E), la cuerda, las estrellas formadas por semicírculos secantes (A, B), las esvásticas de brazos curvos (B), etc. Por eso conviene referirse previamente al arte de los pueblos bárbaros, que, al establecerse en el viejo imperio romano, aportan su nueva sensibilidad, que precisa tener presente al estudiar el arte medieval.

(fig. 754)

Decoración prerrománica

(fig. 755)

Decoración en ermita visigoda de Quintanilla de las Viñas


DECORACIÓN GERMÁNICA E IRLANDESA

.—Las manifestaciones artísticas de los pueblos germanos realmente importantes son de carácter decorativo, pues, aunque no faltan noticias de templos paganos de madera en Suecia, en realidad lo único conservado de cierto interés arquitectónico son los barcos de los vikingos, gracias a su costumbre de enterrarse en ellos y de hundir los tomados al enemigo.

Donde mejor puede conocerse su decoración es en las fíbulas y placas metálicas. Tiene su origen en la talla en madera y es zoomórfica (fig. 756); de animales intensamente estilizados y de cintas entrelazadas, por lo general, fundiéndose ambos temas en complicados lazos. Cubre toda la superficie, y en ella las figuras de animales se estiran, se fragmentan y desarticulan, creándose caprichosas cabezas, y muslos piriformes o en forma de lazos, que se tratan como meros temas ornamentales. Se termina formando una verdadera maraña, un verdadero hormiguero de formas en incesante movimiento, en el que difícilmente pueden identificar e las formas naturales de que proceden. Es una decoración de movimiento intenso, retorcida, que parece reflejar una sensibilidad atormentada esencialmente opuesta a la clásica.

(fig. 756)

Fíbula de Aregunda, arte merovingio, ( 570).

Se distingue en esta decoración germánica hasta tres estilos, que se consideran de los siglos VI, VII y VIII. Sobre su origen, aunque algunos la hacen derivar de la romana, y no faltan temas claramente tomados de ella, es indudable, y es lo más importante que, incluso siendo así, su estilo, una vez formado, en nada se parece al clásico, que refleja un concepto de la decoración no sólo por completo diferente, sino opuesto.

Donde el estilo germánico de la época de las emigraciones y el de La Téne sobreviven más vigorosos es en Irlanda. Refugiados en ella los cristianos al invadir los anglosajones la isla vecina, se produce un importante florecimiento religioso, y a su calor un estilo cuya nota más destacada es el arraigo de la tradición ornamental bárbara y anticlásica. El estilo irlandés no tarda en extenderse a Inglaterra e influir en el continente. Recuérdese cómo es irlandés el fundador del monasterio de San Galo, en Suiza e inglés es Alcuino, el consejero de Carlomagno.

Sus monumentos de piedra más interesantes son las grandes cruces votivas o de término (fig. 757) erigidas en campo abierto, en las que se representan escenas bíblicas y de la vida de Jesús. Abundan tanto en Irlanda como en Inglaterra y Escocia, siendo la más importante la de Ruthwell. Sus fechas oscilan entre los siglos VII y IX.(fig. 758)

(fig. 757)

Cruz Celta de Clonmacnoise, en Irlanda

(fig. 758)

Cruz de Ruthwell

Pero donde este estilo de tipo decorativo arraiga más es en obras de esa índole, en estuches de campanas veneradas como reliquias —la de San Patricio, del Museo de Dublín, del siglo XI—(fig. 759), tapas de libros, y, sobre todo, en la miniatura, el conducto por donde el arte irlandés influye de manera más eficaz en el continente.

(fig. 759)

Relicario de la campana de San Patricio (National Gallery, Dublín)

A las espirales, cintas y lazos trazados con verdadero delirio caligráfico, se agregan ahora figuras de animales y humanas en violentas y descoyuntadas actitudes. De fines del siglo VI se considera todavía el Evangeliario de Durrow, pero la obra maestra de la miniatura irlandesa es el de Kell, de fecha tan discutida, que las opiniones van desde aquella centuria hasta principios de la x. Estos códices pertenecen al Colegio de la Trinidad y la Biblioteca Nacional, de Dublín.(fig. 760)

 (fig. 760)

Evangiliario irlandés de Kell


ARQUITECTURA PRERROMÁNICA EN FRANCIA, ALEMANIA E ITALIA

. — Las tres principales escuelas de arquitectura prerrománica radican en el norte de Italia, en Francia y en España.

En Italia, la primera etapa del arte prerrománico llega a su máximo florecimiento en los días de Teodorico (453-526), y su obra más valiosa es el sepulcro de Rávena, (fig. 761), de aquel poderoso monarca cuyo dilatado imperio se extiende desde el Danubio a los Pirineos. Edificio de planta octogonal, tiene falsa bóveda labrada en gigantesco bloque de mármol de dieciocho metros de diámetro con grandes asas exteriores talladas en la misma piedra.

(fig. 761)

Mausoleo de Teodorico en Ravena

En Francia, como en las escuelas hermanas, el arte prerrománico recorre dos etapas bastante diferenciadas y que en ella corresponden a los períodos merovingio y carolingio. Durante el primero, los materiales empleados son en su mayor parte de procedencia romana, y el monumento más importante conservado la iglesia de San Juan de Poitiers (fig. 762).

(fig. 762)

Iglesia de San Juan de Poitiers

Cuando alcanza esplendor es en los días de Carlomagno, al decidirse el monarca a construir en la capital de su imperio edificios dignos de su poderío. Al hacerlo pone su mirada en el lujoso arte justinianeo, hasta el punto de arrancar los mármoles del Palacio de Justiniano en Rávena para emplearlos en sus construcciones. La Capilla palatina de Aquisgrán (figs. 763), que es el principal monumento que de él conservamos, no es, en efecto, sino una hermosa copia simplificada de San Vital, de Rávena, hecha por el arquitecto Otón de Metz. Edificio de planta poligonal de dieciséis lados, tiene en su centro ocho arcos sobre pilares, que dan lugar a una nave de tramos triangulares y rectangulares, sistema de gran interés para la arquitectura española. Al gusto bizantino, bajo los grandes arcos del cuerpo central, aparecen otras arquerías menores de tres vanos.

(figs. 763)

Capilla palatina de Aquisgrán

La iglesia del monasterio de San Galo (829) (fig. 764), que sólo conocemos por un plano antiguo, nos dice cómo la arquitectura carolingia emplea ya la iglesia de tres naves y dos ábsides, uno en cada extremo de la nave central, es decir, del tipo que será característico, siglos más tarde, de la escuela románica alemana.

(fig. 764)

Plano original del monasterio de San Galo

La de Saint Germiny des Prés (fig. 765), cerca de Orleáns (806), fundada por un obispo visigodo de la corte carolingia, es de planta cuadrada, y particularmente interesante por reflejar en la forma ultrasemicircular de sus ábsides la influencia española.

(fig. 765)

Oratorio de Saint Germiny des Prés


ARQUITECTURA VISIGODA

.—El arte prerrománico presenta también en España dos etapas, de caracteres aún más diferenciados que en Francia, por separarles una crisis de tan enorme trascendencia como la invasión árabe. La primera es la propiamente visigoda, que comprende los siglos V a VII, y la segunda está formada por dos escuelas, la asturiana, que florece en los siglos IX y X, y la mozárabe, cuyos monumentos más importantes corresponden a los siglos X y XI.

El visigodo es el pueblo más civilizado de cuantos invaden el Imperio romano. Al establecerse en nuestro país se rigen ya por leyes romanas e incluso su rey está casado con la hermana del emperador. Pero no obstante esta mayor cultura, sus manifestaciones artísticas propias son de carácter decorativo. El art arquitectónico llamado visigodo es propiamente el de los hispanorromanos, que, al quedar a principios del siglo V privados de la continuada influencia de Roma, viven de su propia tradición y de modelos bizantinos y del norte de África. Por eso en su primera etapa los templos, sobre todo, son simple continuación de los del período paleocristiano anterior.

Como en las restantes escuelas prerrománicas contemporáneas, los soportes proceden de monumentos romanos, y los capiteles, cuando no son también aprovechados, son toscas imitaciones de los clásicos, en los que las hojas de acanto se reducen a simples pencas. Pero lo más característico de la arquitectura visigoda, cuando se encuentra formada en el siglo VII, es el empleo sistemático del arco de herradura, cuyo peralte sobre la línea de su centro no suele pasar del tercio del radio (fig. 766).

(fig. 766).

Arco de herradura visigodo

Su despiece es radial. Aunque la forma ultrasemicircular tiene su precedente en lápidas funerarias (fig. 767) y en plantas de monumentos hispanorromanos.

(fig. 767)

Lápidas funerarias hispanorromanas con arcos de herradura

 Precisa no olvidar también que es un tipo de arco usado en Siria y Asia Menor en los siglos III al VII y que no falta en esta época en Occidente, en Rávena, Roma (Santa Ágata dei Goti, San Crisógono), Francia y norte de África.

En la evolución de la arquitectura visigoda conviene distinguir también dos etapas: una que comprende los siglos V y VI, y otra posterior, que se ve bruscamente interrumpida por la invasión árabe y a la que pertenecen los principales templos conservados.

A la primera mitad del siglo V corresponden probablemente las ruinas de la iglesia de Cabezo del Griego, en la provincia de Cuenca, que sólo conocemos por los planos levantados al excavarla en el siglo XVIII. Lo más interesante es su cripta con ábside de planta de arco de herradura muy cerrado —forma que tiene también su arco de ingreso— y con dos brazos de crucero también dedicados a enterramientos y situados en nivel intermedio entre el ábside de la cripta y el templo. Mientras los arcos de herradura son de tradición hispanorromana, los brazos del crucero a nivel intermedio son buen testimonio de las relaciones artísticas con el norte de África, donde existen varios ejemplos análogos.

Ese mismo parentesco artístico con el norte de África delata un reducido grupo de iglesias del sur de España excavadas recientemente, anteriores a la invasión goda ya citadas. Del año 578 son las ruinas de la cruz latina de la antigua ciudad de Recópolis en Zorita (Guadalajara) construida por Leovigildo en honor de su hijo Recaredo.

Los templos principales, que corresponden, al parecer, a la segunda mitad del siglo VII, están cuidadosamente labrados en sillería sentada a hueso, es decir, sin mezcla; tienen ábsides rectangulares salientes y emplean el arco de herradura.

De planta basilical y proporciones muy cuadradas es la iglesia de San Juan de Baños (fig. 768) en la provincia de Palencia, mandada construir, según recuerda la bella inscripción de su ábside, por Recesvinto (661). Es, pues, probablemente obra de algún arquitecto al servicio de la corte de Toledo. Aunque ha sufrido importantes alteraciones, conocemos su planta primitiva. De tres naves formadas por arcos de herradura sobre columna, su parte más singular es la del testero. Los tres ábsides aislados lateralmente entre sí, y de los que sólo se conserva el central—los laterales del templo actual ocupan los espacios que separaban a los primitivos del central—, guardan semejanza con monumentos bizantinos poco conocidos —Teurnia, en Carintia—. El vestíbulo con arco exterior y dintel en la puerta interior, disposición que perdurará en los templos españoles del siglo X, tiene su precedente en Siria y Mesopotamia. Los fustes, las basas y dos capiteles son clásicos; los restantes, imitaciones visigodas. La decoración, para iglesia occidental de esta época, es abundante.

(fig. 768)

San Juan de Baños

De los mismos años es la curiosa iglesita de San Fructuoso de Montelios (fig. 769), cerca de Braga, hecha construir por el Santo para propio enterramiento y, sin duda, una de las creaciones más bellas y más bizantinas de la arquitectura visigoda. Es templo funerario, de planta de cruz griega con cúpulas, como la de los Santos Apóstoles, de Constantinopla, y como la que recibe el cuerpo de Justiniano, cerca de Santa Sofía. A pesar de sus diminutas proporciones, tanto en la capilla del testero como en las laterales existe una pequeña columnata que crea una minúscula nave circular; siendo también característica la organización de los tres arcos comprendidos bajo otro mayor de acceso al crucero. En cambio, en los arcos de herradura y en el empleo de esa misma forma en la planta de los ábsides, persiste lo hispanorromano .

(fig. 769)

Iglesia y planta de San Fructuoso de Montelios

Los mejores ejemplares de planta alargada son Santa Comba de Bande (Orense) y, sobre todo, San Pedro de Nave (Zamora) (fig. 770), donde el tipo de cruz latina se inscribe en un rectángulo. Sobresale de éste la capilla mayor, y a las puertas del crucero se anteponen sendos vestíbulos, como en San Juan de Baños. A los lados del tramo que precede a la capilla mayor existen dos habitaciones que abren a la nave principal por estrecha puerta y una ventana de triple arco, mientras a los pies se forman dos naves laterales separadas por pilares, pero insuficientemente comunicadas con la nave de crucero. Sobre la capilla mayor se encuentra una cámara, al parecer dedicada a tesoro y archivo, que sólo tiene acceso por una ventana, cámara que se repite además sobre los vestíbulos laterales. Tan interesante como su composición arquitectónica es lo decorativo, que incluso contiene escenas figuradas. Se considera obra de los últimos años del siglo VII.

(fig. 770)

Exterior e interior de San Pedro de la Nave

Situado este monumento en sitio que había de quedar bajo las aguas de un embalse, ha sido trasladado hace pocos años, después de numerar sus piedras, a un lugar próximo.

De gran riqueza decorativa y, al parecer, también de los últimos años del siglo VII, es la cabecera de la iglesia de Quintanilla de las Viñas (Burgos), única parte conservada. En relieve muy plano y a bisel (fig. 771) aparece sobre el arco de triunfo Cristo bendiciendo, y en las impostas, las figura del Sol y la Luna en clípeos elevados por ángeles.

Por otra parte, se muestra los típicos temas sasánidas de aves afrontadas y árboles dentro de círculos, conocidos probablemente a través de modelos textiles bizantinos, temas que, dispuestos en largas fajas horizontales, recorren, además, el muro exterior, prestándole aspecto de lujo inusitado.

(fig. 771)

Relieves decorativos de la Iglesia de Quintanillas de las viñas

Obra también visigoda es la parte del fondo de la cripta de la catedral de Palencia, cuya planta completa desconocemos.

Además de los monumentos citados, poseemos abundantes restos de elementos arquitectónicos y tableros ricamente ornamentados (fig. 772), que dan tal vez mejor idea que los monumentos anteriores del lujo decorativo de los destruidos. La colección más numerosa es la de Mérida, que se distingue por lo bizantino de su estilo. Sus piezas principales son las hermosas pilastras (fig. 773) y pilares aprovechados en el aljibe del edificio del Conventual. Su belleza y proporciones permiten formar idea de la riqueza de los edificios cuyos pórticos decoraron. También constituyen serie de gran interés las cancelas. El bizantinismo de todas estas piezas se ha tratado de explicar por la presencia de los obispos emeritenses de sangre griega a mediados del siglo VI.

(fig. 772)

Relieves de Mérida

(fig. 773)

Pilastras decoradas de aljibe de Mérida


ESCULTURA, PINTURA Y ORFEBRERÍA VISIGODAS

. — Los monumentos propiamente escultóricos del período visigodo son escasos, sobre todo si se prescinde de los sarcófagos ya estudiados, y que son de estilo romano u oriental. Los relieves con figuras humanas —no se conserva obra alguna de bulto redondo— se reducen en gran parte a los decorativos de San Pedro de Nave y de Quintanilla de las Viñas, del siglo VII, todo ello de estilo bastante uniforme y reflejo, sin duda, de una pintura de la que no poseemos ningún monumento, pero de la que deben de ser continuación las miniaturas que, como veremos más adelante, ilustran los textos de Beato de los siglos IX y X.

En San Pedro de Nave las dos escenas de mayor desarrollo son el Sacrificio de Isaac (fig. 774) y Daniel con los leones (fig. 775), interpretadas en su composición en forma muy análoga a la de las miniaturas españolas del siglo X. En cuanto a Quintanilla de las Viñas, ya al tratar del monumento se citaron las principales representaciones, de origen sasánida.

(fig. 774)

Capitel con relieve del Sacrificio de Isaac en  San Pedro de Nave

(fig. 775)

Capitel con relieve de Daniel con los leones en  San Pedro de Nave

Desgraciadamente, nada seguro conocemos de la pintura visigoda, aunque podemos imaginar algunos de sus caracteres por su reflejo en relieves, como los de San Pedro de Nave, y por su supervivencia en la miniatura posterior mozárabe. Como la arquitectura, debe de tener dos etapas: una más antigua, en la que la tradición clásica sea más intensa, otra posterior, de aspecto más medieval.

A esa primera fase de tradición clásica se ha creído que pertenece el Pentaleuco Ashburnham, de la Biblioteca Nacional de París (fig. 776). Su hispanismo es problema muy discutido; pero dada la importancia del códice —uno de los más interesantes de su época- debe ser mencionado en este lugar. Procede de una Iglesia de Tours y se le considera obra del siglo VII. Sus hojas decoradas se encuentran distribuidas, salvo en un caso, en dos o tres zonas que contienen historias bíblicas de los cinco primeros libros; Los motivos para clasificar como español el códice parisiense se reducen a la no coincidencia de su estilo con ninguna de las escuelas conocidas y a ciertas características paleográficas que se han estimado españolas.

 (fig. 776)

Lámina del Pentaleuco Ashburnham

Gracias al afortunado hallazgo de las coronas votivas de Guarrazar, poseemos varias obras maestras de la orfebrería visigoda. Son coronas para ser colgadas de los altares, según la costumbre de los emperadores y magnates bizantinos.

El tesoro de Guarrazar —en parte en el Museo Arqueológico Nacional— constaba de dos grandes coronas, ofrecidas por los reyes Suintila y Recesvinto, y diez menores, una de ellas donada por un abad. La de Suintila, que fue robada hace ya algunos años, y la de Recesvinto (fig. 777) están constituidos por un cuerpo cilíndrico de doble chapa de oro calada, enriquecido con piedras preciosas en cabujones y grandes perlas. Pende ese cuerpo de cadenas con eslabones, también de chapa calada, en forma de corazón, y de ellas están suspendidas a su vez una serie de letras que forman el nombre y la oferta del monarca, y que terminan en pinjantes de esmeralda, zafiro y perlas.

(fig. 777)

Corona de Recesvinto

Además de estas piezas de lujo excepcional, precisa recordar las fíbulas y broches de cinturón, bien circulares o rectangulares o en forma de águila (fig. 778), unas y otras con almandinas rojas y vidrios de diversos colores incrustados en sus múltiples celdillas.

(fig. 778)

Fíbula visigoda. Museo de Cáceres


ARQUITECTURA ASTURIANA

.—Obligados los cristianos por los invasores a refugiarse en las montañas del Norte, el núcleo artísticamente más fecundo es el asturiano. Aunque tropezando con enormes dificultades de muy diversa índole, y con el enemigo al otro lado de las montañas, crea un estilo arquitectónico sumamente original y de gran belleza, que llega a su máximo desarrollo a mediados del siglo IX.

La arquitectura asturiana, aunque derivada de la visigoda, por su falta de contacto con los grandes monumentos de ésta, pierde algunos de sus elementos más característicos, mientras, en cambio, el deslumbrante poderío del no lejano reino franco facilita la influencia del arte carolingio. Por otra parte, no debe olvidarse el influjo de la arquitectura hispanorromana. Las principales novedades del estilo asturiano consisten en la desaparición del arco de herradura, que es sustituido por el de medio punto, y, sobre todo, por el peraltado, que es el más específicamente asturiano, y en el empleo del muro llamado compuesto, en el que, para darle mayor fortaleza y enriquecerlo, se adicionan arquerías ciegas. Los capiteles son toscas imitaciones del corintio clásico, o de forma apiramidada (fig. 779). Aparte de la mayor tosquedad técnica, en general bastante sensible, lo más notable es el empleo de nuevos temas, entre los que se distinguen por su insistencia los funiculares o de cuerdas, que, empleados esporádicamente en algún monumento visigodo del Noroeste, deben de tener su origen en las citanias gallegas y portuguesas.

(fig. 779)

Capiteles asturianos. Santa María del Naranco

Pero lo que hace singular dentro de su época a los monumentos asturianos es el sistemático empleo de la bóveda de cañón y su contrarresto por medio de estribos, con frecuencia muy numerosos, y que influyen poderosamente en el aspecto exterior del monumento.

Al contrario que la arquitectura visigoda, de lujosa sillería de tradición clásica, la asturiana emplea materiales pobres —sillarejo y mampostería—; pero, no obstante, gracias a sus muros compuestos y a sus estribos, crea una bella serie de monumentos abovedados, cuyas esbeltas proporciones compensan la pobreza del material.

Los comienzos de la arquitectura asturiana se conocen mal. El primer monumento que nos ofrece novedades dignas de ser recordadas es el templo de Santianes de Pravia, erigido por el rey Silo (774-783), del que, aunque sólo poseemos parte de los muros, existen descripciones del siglo VIII. De tres naves y otra de crucero, lo más interesante es que su cabecera constaba de tres ábsides rectangulares, tipo de cabecera tripartita desconocida en la arquitectura visigoda, y que, en cambio, se generaliza en Occidente a mediados del siglo VIII. Los ábsides no son, por tanto, semicirculares, como los carolingios, sino rectangulares, como los visigodos. Las novedades respecto de este estilo se manifiestan ya en el aparejo de mampostería o sillarejo y en el empleo del arco de medio punto.

El traslado de la Corte a Oviedo y la intensa actividad constructiva de Alfonso II para dotar a la nueva capital de edificios públicos produce una primera etapa de florecimiento en la arquitectura asturiana, cuyos principales monumentos son parte de la Cámara Santa, de Oviedo (fig. 780), y San Julián de los Prados (fig. 781).

(fig. 780)

Cámara Santa, de Oviedo

(fig. 781)

San Julián de los Prados

Es este templo de tres naves de pilares con otra de crucero muy amplia, triple ábside rectangular del tipo comentado, y vestíbulo ante la puerta de los pies. A extremos de los brazos del crucero comunican otras cámaras de análogas proporciones, una de ellas vestíbulo en la actualidad, aunque no es seguro que lo fuese primitivamente. El ábside central tiene una cámara alta, sólo comunicada al exterior por una ventana tripartita. En el interior de la capilla mayor se emplean ya arquerías ciegas, y al exterior abundan los estribos. Como  puede advertirse, a los elementos heredados de la arquitectura visigoda se agregan otros nuevos, que no sabemos si deben interpretarse como una reacción en sentido clásico o como reflejo de tradiciones regionales.


MONUMENTOS RAMIRENSES

El período de máximo florecimiento del arte asturiano corresponde al reinado de Ramiro I (842-859). Gracias a la llegada de algún arquitecto de verdadero talento, conocedor del arte oriental y occidental, que sabe aprovechar las formas tradicionales, se levanta ahora una importante serie de edificios totalmente abovedados, y de esbeltísimas proporciones, con decoración labrada expresamente y con un sentido unitario desaparecido desde la caída del Imperio romano.

La creación más singular de la arquitectura asturiana es el palacio de fiestas inaugurado por Ramiro I, en el año 848, en Lulo, y que se convierte en el mismo siglo IX en iglesia, con el nombre de Santa María de Naranco (fig. 782), (fig. 783). De base rectangular muy alargada, consta de dos plantas, ambas distribuidas en un gran cuerpo central, y dos laterales bastante menores. La planta inferior, de mucha menos altura que la superior, está cubierta en su parte central por una bóveda de cañón, mientras en sus extremos forma dos cámaras techadas de madera, una de las cuales, con acceso desde el interior, sirve de baño. La planta principal consta de un gran salón de fiestas, con tres puertas en sus frentes estrechos que comunican a los miradores de los extremos. Se cubre también con bóveda de cañón semicircular decorada y reforzada por numerosos arcos fajones que terminan en medallones pendientes en la unión de los arcos. Cabalgan éstos en haces de cuatro columnas de fuste funicular entregadas en el muro. Ese mismo tema funicular o de cuerda se repite en sus capiteles apiramidados. El acceso a esta planta principal es por una escalera exterior doble.

(fig. 782)

 Santa María de Naranco

(fig. 783)

 Interior Santa María de Naranco

Aunque el autor de Santa María de Naranco debe de inspirarse en las dos plantas abovedadas de la Cámara Santa, este tipo de palacio parece derivar del modelo de villa romana con pórtico que persiste hasta la época románica, de cuerpo central y alas, uno y otras con columnas. Recuérdense la Ca d'Oro y el Fondaco dei Turchi, de Venecia.

A poca distancia del palacio se levanta aún la parte de los pies de la iglesia de San Miguel de Lillo, hecha construir también por el monarca, y, sin duda y, sin duda, por el autor de Santa María. De las mismas esbeltas proporciones de todas las construcciones ramirense, y recorrida en su exterior por numerosos estribos, consta que tuvo triple ábside terminado a un mismo nivel. En cuanto a su estructura, lo más interesante son las bóvedas de las naves laterales, dispuestas en sentido transversal al eje del templo, y la tribuna de los pies. Desde el punto de vista decorativo, merecen especial atención los relieves de las jambas (fig. 784), copiados de un díptico consular de principios del siglo VI, hoy en San Petersburgo, del que el escultor ha representado en cuadros diferentes la escena del cónsul dando la orden de comenzar los juegos, y los juegos mismos, consistentes en un equilibrista sobre un bastón y un domador con su león. Muy importantes son también, desde el punto de vista decorativo, sus celosías de piedra.

 (fig. 784)

Relieve jamba San Miguel de Lillo

Al mismo arquitecto de Ramiro II debe atribuirse la iglesia de Santa Cristina (fig. 785), cerca de Pola de Lena, de una nave compuesta de forma análoga a la gran sala de Santa María de Naranco.

Según la tradición visigoda, tiene vestíbulo a los pies, dos cámaras, en este caso en el centro de los lados mayores, y capilla mayor, pequeña, cuadrada y saliente. Todo ello con abundantes estribos al exterior. El interior de la nave (fig. 786), decorado con parecido tipo de columna y capitel que Naranco, tiene el presbiterio más elevado que el tramo inmediato a él, que se encuentra, a su vez, más alto que el resto del templo. La triple arcada o iconostasis que se levanta en el extremo de ese tramo se considera obra mozárabe del siglo X.

(fig. 785)

Iglesia de Santa Cristina de Pola de Lena

(fig. 786)

Interior iglesia de Santa Cristina de Pola de Lena

El mejor monumento de tradición ramirense de la segunda mitad del siglo es San Salvador de Valdediós (893), probablemente hecho construir por Alfonso III después de destronado por sus hijos y relegado a aquel lugar. Consta de tres naves, con gruesos pilares muy sencillos.

De tipo semejante debe de ser la primitiva iglesia de San Juan, conservada, en parte, en la de San Isidoro de León (fig. 787), demostrándonos con su presencia en tierra leonesa que el arte asturiano rebasa los límites de su región.

(fig. 787)

San Isidoro de León

De estilo asturiano debe de ser, además, la iglesia de Santiago de Compostela, construida por Alfonso III, y a él pertenece la parte anterior de la cripta de la catedral de Palencia (fig. 788). Parece seguro que continúa empleándose en tierra leonesa todavía en la segunda mitad del siglo XI.

(fig. 788)

Cripta de San Antolín de la catedral de Palencia


PINTURA Y ORFEBRERÍA ASTURIANAS. CATALUÑA

.—Mientras los templos visigodos, labrados en buena sillería, pueden prescindir de la pintura decorativa, es natural que los asturianas, construidos en materiales pobres, traten de ocultar su pobreza con grandes pinturas murales. Y, en efecto, son varios los templos asturianos que las conservan. El conjunto verdaderamente importante es el de la iglesia descrita de San Julián de los Prados, que, por ser de la misma época, corresponde a la primera mitad del siglo IX. Distribuidas en grandes zonas, representan arquitecturas de edificios, patios y cortinajes, bajo los cuales aparecen casas y monumentos en escala mucho menor y tomados desde punto de vista también diferente. (fig. 789).

(fig. 789)

San Julián de los Prados

El gran florecimiento artístico que revelan los monumentos arquitectónicos asturianos se refleja igualmente en varias piezas de orfebrería excepcionales: la Cruz de los Ángeles (808) (fig. 790) y la Cruz de la Victoria (908), conservadas en la Cámara Santa de Oviedo. La de los Ángeles es de brazos iguales, con gruesos tachones y fondo de filigrana de hilo de oro laminado y puesto de canto. Tanto por su forma como por su técnica, difiere de las visigodas, suponiéndose obra de artistas ambulantes, tal vez, del norte de Italia.

 (fig. 790)

Cruz de los Ángeles

Más valiosa aún es la de la Victoria (fig. 791) , mandada labrar por Alfonso III en el castillo de Gauzón, que, además  de l0s grandes chatones, tiene alvéolos en forma de palmetas rellenos con piedras, y, sobre todo, numerosos esmaltes fileteados, con animales y flores, que se relacionan por su estilo con trabajos carolingios y del norte de Italia.

 (fig. 791)

Cruz de la Victoria


CATALUÑA

En Cataluña se consideran del siglo IX, es decir, de la época de las iglesias asturianas, las tres iglesias de Tarrasa (fig. 792), que delatan la persistencia del estilo hispanorromano de la época visigoda, incluso con la forma en arco de herradura. La mejor conservada es la de San Miguel, de planta cuadrada, con ábside ultrasemicircular en su interior y poligonal al exterior —como el de la iglesia visigoda de San Cugat del Valles—, y dividida en nueve compartimientos separados por arquerías que apoyan en los muros y en las ocho columnas del compartimiento central. Las bóvedas son de aristas y esféricas y la del centro sobre trompas. Los arcos son peraltados como los asturianos, y también, como ellos, son contrarrestados por estribos exteriores. Tanto los capiteles, aunque muy bárbaros, como las columnas, son romanos. Tiene cripta de planta trilobulada. En las otras dos iglesias de Tarrasa lo interesante es el ábside, trilobulado interior y exteriormente el de San Pedro, y de herradura en el interior y cuadrado al exterior el de Santa María.

 (fig. 792)

De izquierda a derecha las iglesias de Tarrasa de:

 San Pedro, San Miguel y Santa María


ARQUITECTURA MOZÁRABE

.—Gracias a la tolerancia de los árabes, los cristianos que permanecen bajo su dominio conservan durante varios siglos su religión y su arte visigodo. Aislado arte éste, de las escuelas cristianas contemporáneas, y un floreciente estilo hispanoárabe, la influencia islámica no tarda en dejarse sentir poderosa. Debido a ello, no sólo continúan usando el arco de herradura, que, como hemos visto abandona la arquitectura asturiana, sino que le dan las características califales. De origen árabe es también el empleo de bóvedas de nervios no cruzados en el centro y de bóvedas gallonadas.

Aunque la tolerancia árabe, salvo períodos de persecución transitorios, dura hasta el siglo X, la única iglesia mozárabe labrada en tierra islámica conocida es la de Bobastro (fig. 793), la corte del fugaz poderío de los mozárabes rebelados contra Córdoba y refugiados en la serranía de Ronda a las órdenes de Ornar ben Hafsun hacia el año 900. Templo excavado en la roca, de tres naves, es de arcos de herradura sobre pilares. La planta de la capilla mayor es también ultrasemicircular.

(fig. 793)

Ruinas y figuración iglesia rupestre mozárabe de Bobastro

Las restantes iglesias de que hay noticia son, por tanto, de mozárabes emigrados a tierra cristiana huyendo de las persecuciones. La mayor parte se encuentra en tierra leonesa, y las fachadas más antiguas son de comienzos del siglo X.

El tipo basilical está representado principalmente por San Miguel de Escalada (León) (913) (fig. 794). Con un pórtico lateral de arcos de herradura sobre columnas y capiteles aprovechados de monumentos visigodos, asturianos y bizantinos, es de tres naves, con arquerías del mismo tipo rematadas en otros tantos ábsides de planta también ultrasemicircular, que no se manifiestan al exterior de su cabecera, que termina en plano; tiene nave de crucero, que tampoco se acusa exteriormente, cerrada en el tramo central por iconostasis de tres arcos, para ocultar al sacerdote, al modo oriental, durante la consagración.(fig. 795)

(fig. 794)

San Miguel de Escalada (León)

(fig. 795)

Interior San Miguel de Escalada (León)

San Cebrián de Mazóte (Valladolid), también de principios del siglo X, es la iglesia más monumental del arte mozárabe. Su organización es sumamente interesante, por reflejar en las tres capillas de su cabecera la influencia del tipo trichorus descrito en la iglesia visigoda de San Fructuoso, mientras la otra capilla, de la misma forma que tuvo a los pies, según el modelo de ciertas basílicas paganas, la relaciona con templos cristianos del norte de África (fig. 796).

(fig. 796)

Iglesia San Cebrián de Mazóte (Valladolid)

De forma análoga, con doble ábside y bóvedas gallonadas, pero de una sola nave, es la de Santiago de Peñalba, en el Bierzo (fig. 797).

(fig. 797)

Iglesia de Santiago de Peñalba, en el Bierzo

Dentro de la variedad de tipos que caracteriza a los templos mozárabes, el de San Baudelio, de Casillas de Berlanga (Soria) (fig. 798), ya de principios del siglo XI, se distingue por la singular organización de su gran sala cuadrada con pequeño presbiterio rectangular, cubierta por bóveda sobre arcos de herradura que, como hojas de palmera, parten de una gruesa columna central para terminar en el muro. Sobre esa columna, y entre los arcos, se alberga un diminuto camarín con ventanillas entre éstos, cubierto por minúscula bóveda de tipo califal. Una gran tribuna sobre columnillas que da frente al presbiterio cubre la mitad del cuerpo del templo. Las pinturas que decoraban su interior son ya de estilo románico, más de un siglo posteriores al templo.  (fig. 799).

(fig. 798)

San Baudelio, de Casillas de Berlanga (Soria)

(fig. 799)

Pinturas de la iglesia de San Baudelio, de Casillas de Berlanga (Soria)


MINIATURA MOZÁRABE

.—Continuadora de la última etapa de la pintura visigoda, la miniatura española prerrománica se distingue por su gran originalidad respecto de la miniatura europea contemporánea. Aunque su estilo persiste hasta el siglo XI, sus monumentos principales y más antiguos corresponden al X, coincidiendo con la inmigración mozárabe, que produce el estilo arquitectónico comentado. Es seguro que no todas las miniaturas de esta período prerrománico son obra de artistas mozárabes; pero como también es indudable que uno de sus rasgos más característicos es su arabismo, resulta razonable y práctica la denominación de mozárabe. Salvo la Biblia Hispalense (fig. 800) de la Biblioteca Nacional, vinculada a la iglesia de Sevilla desde 988, las restantes obras se pintan en tierra cristiana.

(fig. 800)

Biblia Hispalense mozarabe

De dibujo, por lo general, incorrecto, la miniatura mozárabe subyuga por su expresión un poco bárbara, pero de intenso dramatismo. Todo queda subordinado en ella al deseo de manifestar que el tema representado es de la más trascendental importancia, y es evidente que no pocas de sus escenas producen un efecto de grandeza y de misterio, en el que se presiente la gran escultura monumental románica. Como es lógico, en la miniatura mozárabe no existe la perspectiva, y toda huella del naturalismo clásico desaparece. Lo puramente anecdótico, no esencial en el tema representado, no interesa. Los edificios, en los que abundan los arcos de herradura de peralte cordobés, tienen, sobre todo, un valor simbólico, y en ellos se magnifica lo que más importa. Así, la mejor manera de caracterizar un templo es que se vea el altar, y sobre él un cáliz dibujado en tamaño gigantesco —iglesia de Sardes en el Beato de Gerona—. En la figura humana, el cuerpo, oculto bajo pesados y voluminosos ropajes, pierde todo su valor, y el interés del artista se concentra en sus enormes ojos de mirar alucinado que reflejan toda la tensión espiritual con que se interpreta el tema. A veces los personajes aparecen simplemente sobre la hoja del códice, sin encuadramiento ni fondo alguno, pero con frecuencia los vemos sobre un paisaje ideal, formado por varias zonas de diversos colores vives e intensos.

El origen de la miniatura mozárabe se encuentra, como queda dicho, en la pintura visigoda. Se agrega la influencia árabe, manifiesta, sobre todo, en la proporción cordobesa de los arcos de herradura (fig. 801) y en diversos motivos decorativos; incluso se emplean inscripciones árabes. Pese a este carácter esencialmente español de la miniatura mozárabe, no faltan elementos septentrionales, el más importante de los cuales es el entrelazo, que debe de llegar con los códices carolingios.

(fig. 801)

Miniatura mozarabe. Beato de Silos

Los textos con miniaturas no son muy variados. Los más valiosos son Biblias, colecciones de Concilios y, sobre todo, la exposición del Apocalipsis de Beato de Liébana. Los códices más numerosos y más representativos del estilo son estos últimos, pues no en vano el tono exaltado del Evangelista de Patmos es el que responde mejor a la tensión espiritual inspiradora de la miniatura mozárabe. En realidad, Beato, monje de la segunda mita del siglo VIII en el monasterio santanderino de Liébana, se reduce a seleccionar y ligar textos de otros comentaristas del Apocalipsis.

Aunque no es el único pintor de su tiempo, y existen obras como la hoja del Comentario al Apocalipsis, del siglo IX, de Silos, en la actualidad el gran artista que aparece a la cabeza de la miniatura mozárabe es Magius, autor del Beato de la Colección Morgan (928), de Nueva York, pintado para un monasterio de San Miguel, que se supone pueda ser el de Escalada —se llama también Beato Thomson por su antiguo propietario—, y del Beato de Tavara de la Biblioteca Nacional de Madrid, que deja sin terminar al morir, en 968, y que concluye su discípulo Emeterio. Magius se nos muestra en posesión de todas las características del estilo y del repertorio iconográfico que distingue al estilo mozárabe, y si, en realidad, no puede considerársele como su inventor, sí debe de contribuir poderosamente a fijarlo y propagarlo.

Algunas escenas se repetirán ya casi siempre en la forma como él las interpreta; (fig. 802) así: 1. el Arca de Noé, dividida en pisos con los diversos animales, y Noé y su familia en la parte superior, con la paloma que le trae el ramo de oliva;  2. la Jerusalén celestial, de muros abatidos con sus doce puertas con arcos de herradura con los nombres de las tribus de Israel; la de San Juan y las Siete Iglesias de Asia; 4. El Cordero en el monte Sion, etc.

(fig. 802)

Escenas iconográficas de la miniatura mozárabe

Del discípulo de Magius, Emeterio, monje como él, sabemos que, además de terminar el Beato de Tavara (968-970), pinta el de la catedral de Gerona (975), en unión de la monja Eude, lo que hace suponer que trabajan en monasterio doble de religioso y religiosas. Los nombres de miniaturistas, por lo demás, no faltan. Entre los beatos ya del siglo XI, deben recordarse especialmente el de Fernando I, por su importancia, y el de Burgo de Osma, por su fecha tardía y su menor mozarabismo.

En cuanto a las Biblias— ya queda citaba la Hispalense, ver (fig. 800)—, tiene particular interés la de la catedral de León (920) (fig. 803), obra del presbítero Vimara, y en cuanto a los Códices de Concilios, el Albeldense y el Emilianense, ambos del siglo X y de autores conocidos.

(fig. 803)

Biblia catedral de León

Restos de pinturas murales de este período se conservan en la iglesia mozárabe catalana de San Quirce de Pedrjt. (fig. 804)

(fig. 804)

Pintura mural en ábside de San Quirce de Pedrjt