HISTORIA DEL ARTE

CAPÍTULO XLI

ARQUITECTURA DESDE EL NEOCLASICISMO HASTA MEDIADOS DEL SIGLO XX

Apunte contexto histórico

ÍNDICE

ARQUITECTURA NEOCLÁSICA
FRANCIA. LOS ESTILOS LUIS XVI E IMPERIO
ESPAÑA: SABATINI Y VILLANUEVA
AMÉRICA ESPAÑOLA
ALEMANIA E INGLATERRA
ROMANTICISMO Y ECLECTICISMO. EL FIN DE SIGLO
EL HIERRO y EL CEMENTO. EL ESTILO FUNCIONAL: EL CUBISMO
ESTILO FUNCIONAL RACIONALISTA
ESTILO ORGÁNICO
ESTADOS UNIDOS. EL RASCACIELO
LA ARQUITECTURA CONTEMPORÁNEA EN ESPAÑA. ALEMANIA HITLERIANA


ARQUITECTURA NEOCLÁSICA

. —Al mediar el siglo XVIII Europa comienza a cansarse del movimiento barroco. Ese movimiento llega a convertirse, en mano de los decoradores de Luis XV, en asimetría y desequilibrio, y en general, la decoración barroca, aun sin llegar a los extremos de la escuela española, peca de recargada. Al cabo de dos siglos y medio, la arquitectura moderna occidental siente la necesidad de rectificar de nuevo su camino como en los días de Bramante. Tiene ansia de simplicidad, de equilibrio, de reposo. La reacción se produce en aquellos países, como Francia e Italia, donde desde el comienzo del siglo el exterior de los edificios se ha hecho más sobrio de líneas y, en suma, de mayor clasicismo.

Esa reacción, como a principios del siglo XVI, vuelve sus ojos a los monumentos de la antigüedad clásica. La nueva actitud estética encuentra su teorizante y principal defensor en el alemán Juan J. Wínckelmann (muerte 1768), quien al publicar pocos años antes de morir su famosa Historia del Arte en la Antigüedad, define como la suprema aspiración estética e ideal artístico clásico. Dos años más tarde publica Lessing su Laoconte. Este cambio de sensibilidad artística, que a los extremismos barrocos opone la medida clásica y que viene fomentado de antiguo por el sentido normativo de las Academias fundadas por los monarcas franceses y, a su semejanza, por los del resto de Europa, se ve favorecido por el descubrimiento de las ruinas de Herculano (1719) y de Pompeya (1748). Las excavaciones iniciadas por Carlos III hacen que el entusiasmo de estudiosos y artistas aumente en grado extraordinario, y el interés por el arte clásico decide al inglés Stuart a publicar a mediados de siglo sus después tan conocidas Antigüedades de Atenas, que durante mucho tiempo son para los arquitectos obra de consulta indispensable.

Pese al sentido de la medida y al reposo espiritual que reflejan sus formas artísticas, el neoclasicismo se impone con apasionamiento raras veces superado por otras revoluciones artísticas. La acometividad contra el barroco es tan extraordinaria, que el descrédito con que aquel estilo llega a nuestros días arranca de la violenta lucha librada por el neoclasicismo para imponerse. El neoclasicismo encuentra pronto favor en las alturas, así que su lucha, más que de conquista, es de persecución y exterminio del barroco. Por si esto fuese poco, los padres de la Revolución Francesa, al reconocer en el neoclásico lo opuesto al rococó de los gabinetes de los palacios reales, lo consideran el estilo del nuevo régimen.

Los neoclásicos, como los renacentistas, se dedican a imitar a la Antigüedad, pero sólo son capaces de producir un estilo de escasísima originalidad y de posibilidades de evolución aún más modestas.

El nuevo estilo no se contenta con tomar por modelo a los romanos, sino que desea imitar a los griegos. Mientras el renacimiento, en su prurito de riqueza, prefiere el orden corintio, y cuando busca sencillez prefiere el orden toscano, interpretación romana del dórico, los neoclásicos gustan más de la simplicidad del jónico y del dórico griego, que ahora se emplea por primera vez. Pero la gran novedad estriba en que con perfecto olvido de la índole del templo griego, sanctasanctórum y no edificio para grandes masas, tratan de adaptarlo al culto cristiano. Y hacen lo que no había intentado el Renacimiento: copiar el templo clásico desde el frontón, con sus grupos escultóricos, hasta sus columnatas y sus graderías, y no sólo para templo, sino para toda suerte de monumentos civiles. El neoclasicismo, que continúa imperando en cierto género de edificios durante mucho tiempo, aun después de pasado de moda, llena al mundo de Partenones de todos los tamaños.


FRANCIA. LOS ESTILOS LUIS XVI E IMPERIO

. —El arquitecto francés de más renombre de tiempos de Luis XVI es J. Gabriel (muerte 1782), autor del Petit Trianon de Versalles (fig. 2065), de líneas muy sobrias, pero de gracia típicamente dieciochesca.

(fig. 2065)

 Versalles neoclásico

A él se deben además los dos edificios hermanos que en la plaza de la Concordia, de París, flanquean la entrada de la rué Royale, a cuyo fondo se levanta la iglesia de la Magdalena, el edificio, como veremos, más representativo del neoclasicismo francés. Muy ligados por su forma a la tradición de Perrault en el vecino Louvre, descubren, sin embargo, claramente el espíritu del nuevo estilo. A él se debe también el teatro de la Opera de Versalles.

La severidad clásica del barroco francés da fácil paso en los días de Luis XVI a los grandes pórticos de los templos griegos y romanos. Uno de los arquitectos más decididos en este aspecto es J. G. Soufflot (muerte 1780), que ya a mediados del siglo estudia las ruinas de Pesto, en el sur de Italia, y construye la iglesia de Santa Genoveva, dedicada después de la Revolución a Panteón de Hombres Ilustres (fig. 2066). De planta de cruz griega, con ostentosa columnata interior, tiene gran cúpula sobre tambor rodeado de columnas, como el del proyecto de Bramante y el de San Pablo de Londres, de Wren, La fachada es un pórtico de gigantescas columnas con frontón de coronamiento al gusto antiguo.

(fig. 2066)

Panteón de Hombres Ilustres. París

Aún más representativo del deseo de emular el arte clásico es el cambio que sufre la iglesia de la Magdalena (fig. 2067), que, comenzada en 1764 bajo Luis XVI y todavía sin terminar, se transforma por orden de Napoleón, con arreglo a los planos de Bartolomé Vignon (muerte 1846), en templo dedicado a la Fama. En su interior es de cruz latina, con cúpula, pero exteriormente tiene frontón y pórticos de columnas en todos sus frentes, es decir, es un templo períptero.

(fig. 2067)

Iglesia de la Magdalena

Este mismo neoclasicismo napoleónico inspira otros monumentos no menos significativos de su deseo de eternizar la gloria terrena. Se trata de varios arcos de triunfo que durante algún tiempo vuelven a poner de moda la vieja costumbre romana. El más importante es el gigantesco de la Estrella, el más grande del mundo, de un solo vano de no menos de cincuenta metros de altura, y sin columnas, obra de Chalgrin (muerte 1811) (fig. 2068).

(fig. 2068)

Arco del Triunfo de París

El del Carroussel (1805) (fig. 2069), mucho más pequeño e inspirado en el de Septimio Severo, se debe a Percier (muerte 1838) y Fontaine (muerte 1853), autores, además, de las ampliaciones napoleónicas del Museo del Louvre, y, como hemos visto, los creadores del mueble de estilo Imperio.

(fig. 2069)

Arco del Carroussel

Complemento de esta arquitectura consagrada a la Fama es la columna de Austerlitz (1806), que, coronada por la estatua del Emperador, representa, como la de Trajano, sus campañas en. larguísimo relieve helicoidal. Es obra de Godoin y Lepére.

El neoclásico es también estilo de decoración interior, y en este aspecto, más que en el exterior, se acusa la diferencia entre el Luis XVI y el Imperio. El estilo Luis XVI representa, naturalmente, la vuelta a la simetría y a las normas y temas decorativos generales de la arquitectura clásica y renacentista, si bien frente a ésta se distingue por preferir los temas geométricos, por su mayor simplicidad y por su menor recargamiento. Los tableros son rectangulares, y los medallones elípticos se ponen de moda. Se emplean las molduras más sencillas y rectilíneas, las estrías y los meandros, los vegetales más lisos, como hojas de palma o de laurel, la roseta, etc., y, en general, se tiende a los ángulos rectos, a los arcos de círculo y a las superficies cilíndricas. Los vasos son con frecuencia simples trozos de columnas estriadas. El estilo Imperio, que culmina en los días de Napoleón, rinde homenaje a sus triunfos en temas como el de las esfinges, la flor de loto y las pirámides, alusivos a su campaña de Egipto. El águila imperial es también tema corriente. En él se agudiza el deseo de simplicidad y claridad decorativa del Luis XVI, haciéndose los ornamentos cada vez más finos y perdiendo el resto de naturalismo que conservan en la etapa anterior. Ahora es cuando florece la decoración llamada pompeyana, copiada de las ruinas de la ciudad recién descubierta, en la que sobre el fondo rojo y liso se dibujan en blanco o en negro finas decoraciones vegetales y figuras humanas o de anímales de riguroso y limpio perfil.


ESPAÑA: SABATINI Y VILLANUEVA

. —En España, la presencia de los arquitectos extranjeros al servicio de la corte representa ya un triunfo del clasicismo sobre el barroco, que, en el aspecto decorativo, como se ha visto, llega entre nosotros a extremos no superados en ninguna parte. Tal vez por esto, si bien es cierto que el nuevo estilo no crea monumentos totalmente libres de barroquismos, es muy probable que en pocos países sea la lucha contra el viejo estilo tan feroz y apasionada como en España. En esta lucha, el gran baluarte de los neoclásicos es la Academia de San Fernando, de Madrid, fundada en 1752, justamente diez años después de la muerte de Pedro Ribera, y patrocinada por los artistas extranjeros al servicio de la corte. A semejanza de ella se crean más tarde las de San Carlos, de Valencia (1762), de Méjico (1780) y de Guatemala. Los planos de los edificios públicos tienen que ser sometidos a dictamen de la Academia, y a ella se encomienda la formación de los nuevos arquitectos. Ella hace que sus alumnos más destacados completen sus estudios en Roma, y edita las obras de los tratadistas que más pueden contribuir a educar en el clasicismo a los jóvenes artistas. Antonio Ponz, en su Viaje de España, primer inventario de nuestra riqueza artística, ataca y desacredita con apasionamiento desmedido los monumentos barrocos, no pocos de los cuales, especialmente retablos, perecen víctima de esta propaganda. Y al instalarse la Academia de San Fernando en su actual casa, obra de José Churriguera, como hemos visto, se quita sin piedad toda la ornamentación barroca de su fachada.

El siciliano Francisco Sabatini (muerte 1797) es el arquitecto de confianza de Carlos III, y el director de sus grandes reformas urbanas de Madrid.

Aunque con sentido más clásico, su formación es, como la de Ventura Rodríguez, todavía barroca. A él se deben el hermoso edificio de la Aduana, hoy Ministerio de Hacienda (fig. 2070), en el que sigue las normas generales del palacio italiano del siglo XVI, y las puertas de Alcalá (1764) (fig. 2071) y de San Vicente (1775), la primera de tres grandes vanos en arco y dos menores adintelados.

(fig. 2070)

Edificio de la Aduana, hoy Ministerio de Hacienda

(fig. 2071)

Las puertas de Alcalá

Santa Ana, de Valladolid (fig. 2072), se distingue por su elegante simplicidad.

fig. 2072)

Santa Ana, de Valladolid

En Juan de Villanueva (muerte 1811), de la generación siguiente y que reside varios años en Italia, el neoclasicismo se limpia de elementos barrocos. La iglesia del Caballero de Gracia (1786), a pesar de sus pequeñas proporciones, es de tres naves, sobre gruesas columnas, y tiene fachada «in antis» de orden jónico. Su obra cumbre es el actual Museo del Prado (1785), construido para Museo de Ciencias Naturales (fig. 2073). De planta rectangular muy alargada, su fachada principal tiene en su centro pórtico resaltado con columnas gigantescas, coronado por gran ático, mientras que a los lados corren dos galerías: la baja sobre pilares y arcos y la alta, adintelada, sobre pequeñas columnas jónicas que, comparadas con las centrales, aumentan su gracia y ligereza.

(fig. 2073)

Museo del Prado

En su interior es de notable grandiosidad la rotonda de la entrada lateral. No menos bello sería el gran salón transversal correspondiente al pórtico del centro, que sin su proyectada columnata interior se ha dividido posteriormente en dos plantas. Gracias a su fino sentido de las proporciones y al alternar de la piedra y el ladrillo, Villanueva ejerce influencia perdurable en la arquitectura madrileña contemporánea.

Es autor, además, del Observatorio Astronómico (fig. 2074), tal vez su creación más puramente neoclásica

(fig. 2074)

Observatorio Astronómico

 En El Escorial son obra suya las Casas de Arriba y del Príncipe (1784).

Cultivadores más tardíos del neoclasicismo son Isidro González Velázquez (muerte 1829), a quien se deben la Casita del Labrador, de Aranjuez, cuyo interior puede servir de ejemplo del estilo en España, y el Monumento al Dos de Mayo, y Antonio López Aguado (muerte 1831), que levanta el Palacio de Villahermosa y la Puerta de Toledo (fig. 2075).

(fig. 2075)

Puerta de Toledo

Entre los arquitectos que trabajan en Barcelona, destaca, sobre todo, Juan Soler (muerte 1794), autor de la transformación y fachada de la Lonja de aquella ciudad. El neoclasicismo, como en toda Europa, prolonga su lánguida vida hasta muy avanzado el siglo XIX. Buena muestra de esa tardía etapa neoclásica es el Congreso (1843) (fig. 2076).

(fig. 2076)

Congreso de los diputados

Obra de Narciso Colomer; y todavía Jareño, uno de los arquitectos que trabajan a mediados de esa centuria, corona con amplio frontón el gran edificio de la Biblioteca Nacional (1866).


AMÉRICA ESPAÑOLA

. —En Méjico triunfa el neoclasicismo en gran parte, gracias a la influencia de la Real Academia de San Carlos, fundada a fines del siglo. Su director, el valenciano Manuel Tolsá (muerte 1816), termina en ese estilo la catedral de Méjico, y, sobre todo, construye el gran Colegio de Minería, una de cuyas partes más bellas es la escalera, de pintorescos efectos de perspectiva. Tresguerras (muerte 1833), que, en cambio, es hijo del país, trabaja en la región de Celaya, y descubre en la iglesia del Carmen, su obra maestra, un fino sentido de la elegancia y un estilo más avanzado que el de Tolsá.

En América Central, la llegada del estilo neoclásico coincide con la edificación de la nueva ciudad de Guatemala, donde se labra la catedral (1782) por trazas de Marcos Ibáñez. Y en ese estilo se edifican sus principales iglesias. Así como la antigua Guatemala, es decir, Antigua, es una ciudad barroca, la nueva Guatemala es neoclásica.

El florecimiento de Cuba, como consecuencia de la emancipación de los antiguos virreinatos, es causa de que arraigue el neoclasicismo, que perdura hasta mediados del siglo XIX. En él se levanta, en las poblaciones recién fundadas, un sinnúmero de templos, por lo general de proporciones poco elegantes y escasa inspiración. En cambio, son de gran belleza las casas decoradas con ricos zócalos de azulejos y hermosos herrajes que se labran en La Habana y en las principales ciudades. La pintoresca villa de Trinidad es, en gran parte, desde el punto de vista monumental, obra de este período. Aspecto muy atractivo de la arquitectura civil cubana es el de las casas de recreo o quintas, de que ofrece buenos ejemplos el barrio habanero de El Cerro.

En Colombia, el mejor arquitecto neoclásico es Domingo Petrés, por cuya traza se reconstruye (1808) la catedral de Bogotá.

Mientras que en el Perú, tan pletórico de hermosos edificios barrocos, el nuevo estilo no acomete ninguna gran empresa arquitectónica, en Chile, que, víctima de terremotos y maremotos, ha visto arruinarse sus templos y edificios públicos barrocos, el neoclasicismo deja huella profunda. Su introductor es el italiano Joaquín Toesca, que, formado en Madrid con Sabatini, llega a Chile en 1780 y traza la fachada de la catedral de Santiago; reconstruye iglesias como la de la Merced, y, sobre todo, levanta el gran edificio de la Casa de la Moneda. En ese mismo estilo neoclásico se construyen, en la Plaza Mayor, los Palacios de la Intendencia, del Cabildo y de los Presidentes.

En Buenos Aires, la catedral, cuya construcción es de larga historia, recibe en 1862 su fachada neoclásica coronada por un frontón.

Más íntegramente de ese estilo es la catedral de Montevideo (1785), obra del portugués Saa y Faria, con la que se relacionan las iglesias de San Carlos y de Maldonado.


ALEMANIA E INGLATERRA

. —Los pórticos de columnas coronados por amplios frontones, los arcos de triunfo y las puertas monumentales concebidas como tales, no tardan en difundirse por Europa. En 1788 se construye en Berlín la Puerta de Brandenburgo (fig. 2077), uno de los monumentos más antiguos y puros del estilo.

(fig. 2077)

Puerta de Brandenburgo

Los principales cultivadores del neoclasicismo en Alemania son Carlos F. Schinkel (muerte 1841), en Prusia, y León von Klenze (muerte 1864), en Munich, quienes con buen acierto lo emplean, sobre todo, en museos. Al primero se debe el Museo Antiguo de Berlín, y al segundo, el bello conjunto de la Gliptoteca y los Propileos (fig. 2078), y la Pinacoteca Vieja de Munich.

(fig. 2078)

Gliptoteca y los Propileos

En Inglaterra, el paso al neoclasicismo no exige grandes sacrificios, dado el hondo arraigo que el clásico y frío estilo paladiano ha tenido en el país y el escaso desarrollo del barroco. Los principales difundidores son los ya citados hermanos Roberto y Jaime Adam, sobre todo en su aspecto decorativo (fig. 2079).

(fig. 2079)

Museo británico de Londres

El estilo tiene también gran aceptación en los recién independizados Estados Unidos, contribuyendo a ello varios edificios de gobierno o capitolios, entre los que descuella el de Washington. Trazado el primitivo por el propio presidente Jefferson (1801-1809) con capiteles decorados con mazorcas de maíz en el deseo de crear un orden americano, es destruido por los ingleses poco después. El actual es obra (1827) de los arquitectos Thorton y Bulfinch, si bien las alas (1851), dedicadas el Senado y al Congreso, se deben a Tomás Walter (fig. 2080).

(fig. 2080)

Capitolio. Washington


ROMANTICISMO Y ECLECTICISMO. EL FIN DE SIGLO

. —El romanticismo trae consigo como natural reacción el interés por los estilos de la Edad Media. Víctor Hugo convierte a Nuestra Señora de París en el tema de una de sus novelas más famosas, y Chateaubriand escribe el elogio de las catedrales góticas. Por su parte, el arquitecto Viollet-le-Duc (muerte 1871), después de estudiar con entusiasmo la arquitectura gótica y de restaurar importantes monumentos medievales, emprende en sus escritos la defensa de aquel estilo. Como consecuencia de todo ello, con el mismo entusiasmo con que los neoclásicos se han dedicado a la imitación del Partenón, se entregan ahora los románticos a resucitar las catedrales góticas, cuyos anhelos celestiales están, indudablemente, más a tono con la exaltada espiritualidad romántica. Pero aún más que el neoclasicismo, el romanticismo arquitectónico carece de fuerza creadora, y esa incapacidad hace que la imitación no tarde en extenderse a otros estilos como el románico y el bizantino. El gótico sencillo de los primeros tiempos será, sin embargo, desde entonces, el estilo preferido para los nuevos templos cristianos de todo el mundo.

Dentro de este estilo internacional neogótico, merece especial recuerdo Inglaterra, donde el gótico, aunque sin evolucionar, no ha dejado de emplearse. Y allí, en efecto, se construye el edificio de mayores proporciones de ese estilo, que es el Parlamento (fig. 2081), obra de Carlos Barry (muerte 1863).

(fig. 2081)

Parlamento de Inglaterra

En España, el interés por la Edad Media se ve favorecido por la recién fundada Escuela de Arquitectura (1845), interés que se manifiesta en obras de restauración, como la de la catedral leonesa, debida a Juan Madrazo (muerte 1880). El templo de mayores proporciones concebido en ese estilo es el madrileño de la Almudena (1881), trazado por el marqués de Cubas, y del que sólo se ha llegado a construir una pequeña parte. Época en la que se construyen pocos edificios públicos de nueva planta, debido, en parte, al aprovechamiento de los viejos conventos expropiados, la desorientación de nuestros arquitectos, posteriores al neoclasicismo, es completa, y sus eclécticas creaciones cuentan entre lo más pobre del arte español del siglo XIX.

A fines del siglo, la reacción contra tan prolongado eclecticismo, que imita ya todos los estilos, se hace cada vez más patente. Los nuevos materiales, el hierro y el cemento, empleados en los edificios de carácter industrial, aconsejan buscar las formas artísticas en su propia estructura, y no copiarlas de los estilos tradicionales.

El deseo de crear un nuevo estilo y los primeros pasos para conseguirlo se dan en la segunda mitad del siglo. Uno de los grupos renovadores más antiguos es el inglés, a cuya cabeza figura William Morris (1834 - 1896), que forma una sociedad para proyectar muebles, tejidos, vidrieras, etc., y él mismo difunde sus teorías. Simultáneamente se manifiesta en algunos arquitectos una decidida tendencia a la simplificación de las formas, figurando a su cabeza R. N. Shaw en Inglaterra, cuyos discípulos crean el movimiento de Artes e Industrias —«Arts and Crafts Movement»—, que construye casas interpretando con cierta originalidad los estilos tradicionales. La figura más representativa es Ch. Voisey (1857 - 1941), autor de la Casa de Colwal, en Malvern (1893). Pero este movimiento renovador se paraliza al terminar el siglo. Un movimiento análogo representa en los Estados Unidos H. H. Richardson (1838 - 1886), que procura simplificar las formas del románico.

En el aspecto decorativo importa recordar el nacimiento en Bruselas, en 1893, del «Art Nouveau» influido por precedentes ingleses, que se difunde rápidamente por Francia y Europa central. En Alemania da lugar al «Jugendstil», así llamado por la revista de Munich Jugend «Juventud». Se trata de un estilo decorativo de carácter vegetal, en el que dominan las líneas ondulantes. Se le conoce también como el «Estilo 1900», y sus centros más vitales son Munich, Berlín y Viena. Fuera de Alemania debe recordarse especialmente Barcelona. No obstante su carácter de decoración arquitectónica, los ecos de este estilo pueden advertirse en pintores como Van Gogh, Gauguin, etc.

En España sólo merece recordarse, hacia 1900, la arquitectura barcelonesa, que, gracias a las obras del ensanche de la ciudad, a las de la Exposición Internacional de 1888 y a la abundancia de dinero, vive años en que se construye mucho con el mayor ímpetu y originalidad. El arquitecto con verdadero genio de todo este fin de siglo en España, y quien siente la necesidad de crear un estilo nuevo es Antonio Gaudí (1852 - 1926). En su templo, inconcluso de la Sagrada Familia (fig. 2082) (1882), sobre un esquema gótico emplea arcos parabólicos, curvas de formas caprichosas y acumula en su portada abundante decoración vegetal y figurada de un naturalismo barroco.

(fig. 2082)

La Sagrada Familia

El deseo de movimiento, el otro de los nortes de su estilo, le lleva a concebir casas como la de Milá, de] Paseo de Gracia, cuyos vanos son simples aberturas en la ingente y ondulada masa de piedra en que se ha perdido todo recuerdo clásico. Enemigo de «la vil imitación del cemento», que entonces comienza a ponerse en boga, hace labrar la piedra colocada ya en la casa. La actividad de Gaudí se extiende también a la jardinería, gracias al conde de Güell, que le encarga el Parque (1900) que lleva el nombre de éste. En los pabellones de entrada, a la caprichosa ondulación de las superficies, agrega grandes espacios de mosaico de cerámica vidriada que enriquecen el conjunto, mientras inclina las columnas de la gran terraza central del llamado Teatro Griego y de las galerías.

Aunque muy distante del estilo de Gaudí, y sin su originalidad, forma parte del grupo de arquitectos barceloneses de esta época Luis Doménech, autor del Palacio de la Música Catalana (1908), buen ejemplo del recargamiento corriente en la escuela. El estilo barcelonés encuentra algunos imitadores en el resto de la Península, donde se le llama catalán.


EL HIERRO y EL CEMENTO. EL ESTILO FUNCIONAL: EL CUBISMO

. —La arquitectura moderna, que se distingue por su deseo de simplicidad en las formas constructivas y por la sobriedad decorativa, es hija de la reacción contra los estilos tradicionales y de la influencia de los nuevos materiales.

Estos materiales son el hierro y el cemento, y por la forma de su empleo, el vidrio. En hierro se construye ya en 1803 el Mercado de Granos de París, material que se generaliza después en puentes, fábricas, estaciones, etc. En estas últimas, el vidrio reemplaza no sólo al muro, sino también a la bóveda. Quien consagra el sistema es Héctor Guinard, en la estación de la Plaza de la Estrella, de París, hasta el punto de que durante mucho tiempo se habla del estilo de Guinard. Pero la obra maestra y más famosa es la torre Eiffel, levantada con motivo de la Exposición de París de 1887, que lleva el nombre de su autor. La arquitectura de hierro no es obra de arquitectos, sino de ingenieros, y Viollet-le-Duc, el conocido historiador de la arquitectura medieval, al cantar las excelencias de la de estilo gótico, cuyas formas son reflejo de su propia estructura, señala sus semejanzas con las construcciones metálicas y cree adivinar en éstas la arquitectura del porvenir, cuando el ingeniero dé paso al arquitecto. Ello no obstante, la arquitectura puramente de hierro, con su complemento de vidrio, no llega a triunfar, salvo en los edificios industriales.

El cemento con varillas de hierro en su interior, es decir, el hormigón armado, no comienza a dominarse como elemento constructivo hasta la segunda mitad del siglo. En la Exposición de París de 1885 se exhibe una embarcación de armadura metálica revestida de cemento, y en 1861, Cogniet escribe un tratado sobre este material, si bien hasta 1876 no establece el ingeniero francés Mazas las bases de su cálculo. En la historia de la arquitectura en hormigón armado es jalón capital el Pabellón de torpedos de Hyéres (1908), de Hermebique, y los hangares para dirigibles de Orly, debidos a Freyssinet. Lo mismo que los autores de las principales construcciones de hormigón armado, tanto Hermebique como Freyssinet, son ingenieros.

El deseo de simplicidad y sobriedad de la forma imperante en las artes figurativas que conduce al cubismo, encuentra en esos materiales y en estas primeras construcciones, debidas a ingenieros, el campo más propicio. Su consecuencia es el nacimiento del estilo llamado funcional, por estimar que la única belleza admisible es la resultante de las formas producidas por la función que desempeñan los elementos constructivos. En el rigor puritano de sus primeros tiempos este llamado funcionalismo y racionalismo procura evitar el empleo de materiales que tengan simple finalidad decorativa.

El deseo de buscar las formas arquitectónicas en las nuevas estructuras, hijas de los nuevos materiales, desemboca en el cubismo, que, en lugar de masas, procura crear volúmenes y a la simetría opone la regularidad, todo ello gracias al esqueleto interno de pilares y dinteles. Así, apoyado en ellos, el muro deja de ser soporte y se convierte en cerramiento o mero biombo, que puede ser sustituido en tierras de sol débil por grandes superficies de cristal. Como la cornisa no responde ya a su estructura interna, desaparece, y la composición exterior juega con la armonía de macizos y vanos, entrantes y salientes, luces y sombras, y procura subrayar los pisos, que son de escasa altura. El consiguiente apaisamiento de las ventanas, apaisamiento de origen funcional, es una de las nuevas características que imperan en el edificio. A esta concepción del conjunto se agregan más tarde líneas tomadas de la arquitectura naval, y, por último, las aerodinámicas.

La decoración tiende a formas más sobrias y termina por ceder el paso a otra de tipo abstracto y más de acuerdo con el gusto del nuevo estilo.

Los muebles, siempre que es posible, se funden en el muro, y las luces indirectas hacen desaparecer las aparatosas lámparas, Los interiores, asépticos como los de un hospital, concluyen siendo de cierta monotonía.


ESTILO FUNCIONAL RACIONALISTA

. —En la arquitectura funcional se distingue una primera etapa denominada racionalista (1920-1933) y otra posterior, llamada orgánica.

La arquitectura racionalista tiene sus más destacados representantes en Le Corbusier, Gropius, Van der Rohe y Mendelsohn.

El suizo francés Le Corbusier (1887 - 1965) es un teorizante, autor de libros que alcanzan gran difusión, como Une maison et un palais o la Cité moderne (1922), y un constructor que en sus obras da realidad a sus teorías. Para él la arquitectura es un juego inteligente, correcto y magnífico de volúmenes unidos bajo la luz..., los cubos, los conos, las esferas, los cilindros y las pirámides son las grandes formas primarias que la luz revela bien». Por eso ve el edificio desde fuera, en su volumen, aislado de la tierra, como una gran caja, con frecuencia sobre sencillos fustes, con una acusada preocupación por el efecto plástico. Le Corbusier siente, sobre todo, la poesía de los volúmenes. Enemigo de toda arbitrariedad, fija un criterio de proporciones, y su módulo es la altura humana, que sucesivamente dividida según la sección áurea, le brinda un repertorio de rectángulos armónicos.

La Ville Saboye (fig. 2083), que se considera una de sus mejores obras, es un prisma perfecto, de planta cuadrada sobre soportes cilíndricos con una ventana corrida. Sus cuatro frentes son iguales, y la escalera que la penetra hace visible todo el interior.

(fig. 2083)

Ville Saboye

A él se debe también el Pabellón de Suiza en la Ciudad Universitaria de París, y obra reciente de carácter religioso es la iglesia de Ronchamp (fig. 2084).

(fig. 2084)

Iglesia de Ronchamp

En el alemán Walter Gropius culminan los esfuerzos que venían realizándose en Europa central. El camino en pro de una arquitectura nueva lo había iniciado en Viena Otto Wagner (muerte 1917), una de cuyas obras más representativas es la iglesia del Manicomio. Sus esfuerzos por crear grandes masas, abandonando los estilos históricos, los siguen sus discípulos Olbrich y Hoffmann. En Alemania van en vanguardia los arquitectos de Darmstadt, cuyas obras en la Exposición de aquella ciudad, de 1901, ejercen influencia decisiva. Figura señera es Behrens, autor de la Fábrica A. E. G. de Berlín (1912), donde emplea el ladrillo alternando con grandes superficies de cristal, y de mayor trascendencia, el nacimiento de la Confederación de la Construcción —el Werkbund—, que reúne a un importante grupo de arquitectos, decoradores y fabricantes deseosos de la creación de un nuevo estilo.

Quien da el paso decisivo es Walter Gropius, fundador en 1919 de la «Bauhaus», o Casa de la Construcción de Weimar, que en 1926 traslada a Dessau. En ella forma una escuela de dibujo abstracto al servicio de la arquitectura. Pero Gropius no confía la creación del nuevo estilo arquitectónico e industrial a arquitectos, sino a los pintores abstractos Kandinsky, Klee y a algún cubista, a los que hace depurar previamente todas las tendencias abstractas anteriores de elementos que no lo sean. Obra de Gropius es la Fábrica modelo de la Exposición de Colonia de 1914 (fig. 2085), cuya fachada, de extremada sencillez, está flanqueada por dos cuerpos cilíndricos, que muestran valientemente la estructura de las escaleras con ese sentido de la transparencia típicamente cubista.

(fig. 2085)

Fábrica modelo de la Exposición de Colonia de 1914

La «Bauhaus» no se limita a lo puramente arquitectónico, sino que se extiende a toda la vida de la casa, dedicando particular interés al mobiliario. Su consecuencia es el nacimiento del de tipo tubular, cuya moda se extiende a todo el mundo. Gropius termina admitiendo como materiales arquitectónicos, además del cemento, el ladrillo y la piedra, abriendo así el camino a la llamada escuela neorromántica.

Gropius compone con mayor flexibilidad que Le Corbusier. Menos esclavo de la simplicidad de los volúmenes, articula éstos con mayor elasticidad, como puede observarse en el mismo edificio de enseñanza de Dessau (fig. 2086).

(fig. 2086)

Edificio de enseñanza de Dessau

Al yuxtaponer volúmenes, enriquece los efectos de perspectiva. Traza más desde el interior que aquél, delatando en ello, como veremos, sus relaciones con el estilo orgánico. Los vanos tampoco los traza para subrayar las superficies, sino de acuerdo con las necesidades interiores de la habitación. En cierto modo, Gropius es una figura puente entre la arquitectura prerracionalista y la orgánica.

Al trasladarse a los Estados Unidos por su incompatibilidad con el nazismo, se incorpora cada vez más a la tendencia orgánica. Ludwig Mies van der Rohe, director de la «Bauhaus» en 1930, pero que terminará emigrando también a los Estados Unidos, es un creador de espacios interiores formados por muros que se continúan más allá del núcleo central del edificio, y producen la impresión de prolongarse en el espacio. Van der Rohe evita en lo posible la formación del volumen cerrado, gustando, por el contrario, de la fluencia espacial. Sirva de ejemplo el Pabellón alemán en la Exposición de Barcelona de 1929 (fig. 2087) y la Casa de la Exposción de Berlín de 1931 (fig. 2088). A él se. debe también el monumento a Liebknecht y Rosa Luxemburgo (fig. 2089).

(fig. 2087)

Pabellón alemán en la Exposición de Barcelona de 1929

(fig. 2088)

Maqueta Casa de la Exposción de Berlín de 1931

(fig. 2089)

Monumento a Liebknecht y Rosa Luxemburgo

Erich Mendelsohn, por último, concibe sus obras con todo el dinamismo propio del expresionismo, tendencia artística de la que se tratará en la pintura. Su material preferido es el cemento, que por su fluidez le permite dar al edificio un sentido plástico y unitario de que carecen los de los arquitectos anteriores. Mientras sus exteriores parecen esculpidos, los anteriores se sienten como excavados. El proyecto de Fábrica de instrumentos ópticos (1917), la Torre de Einstein (1921) (fig. 2090) y los más tardíos Almacenes Schocken (1926), son buenos ejemplos de su estilo (fig. 2091).

 (fig. 2090)

Torre de Einstein

(fig. 2091)

Almacenes Schocken

 


ESTILO ORGÁNICO

. —A la cabeza del estilo orgánico es de justicia referirse al norteamericano F. Lloyd Wright (1869 - 1959), quien no sólo es el primero, sino su más destacado cultivador. Es arquitecto que construye mucho, pero que también escribe y pronuncia frecuentes conferencias en defensa de sus ideales artísticos. El primero en emplear la denominación de arquitectura orgánica es, sin embargo, su maestro Sullivan en 1900; pero es Wrighl quien la difunde utilizándola reiteradamente. Como tantos nombres de estilos elegidos por sus propios creadores, no refleja justamente sus características, e incluso se presta al equívoco, pero es acertado en cuanto el nuevo tipo de edificio crece de dentro hacia afuera, y se extiende de acuerdo con las necesidades del que lo habita. Es decir, no se parte de un paralelepípedo de bellas proporciones, que después es subdividido interiormente, como hace Le Corbusier.

Wright es el poeta del espacio interior de la casa, pues no en vano se declara partidario del viejo pensador chino Lao Tse cuando escribe que «la realidad de un edificio no reside en las cuatro paredes y el techo, sino en el espacio que éstos encierran, en el espacio en que se vive». Por eso su gran batalla es la de la conquista del espacio, estudiando más las zonas de tránsito que los compartimientos estancos, hasta llegar a la sala única con la cocina y los servicios aparte. Preocupación importante suya, sin duda de origen japonés, es la de que la casa se adapta al paisaje, por su forma y por el empleo de materiales de la tierra. Sus grandes cubiertas y amplias galerías hacen que el edificio se funda en el ambiente y éste penetre en la casa. Es decir, su actitud es precisamente la contraria de la de Le Corbusier, con sus casas-cajas aisladas de la tierra sobre soportes cilíndricos.

En su larga carrera profesional, que comienza a fines del siglo pasado, ha construido numerosas casas. Después de la Casa Winslow (1893), todavía muy tradicional, recuérdense las de Willetts (1902) y de Robie (1909), la de Taliesin (1925) y, sobre todo, la de la Cascada (1936) (fig. 2092), donde sus principios artísticos alcanzan sus metas más extremas.

(fig. 2092)

Casa de la Cascada

Además de la arquitectura doméstica, deben recordarse las Oficinas Johnson (1936) (fig. 2093) y el Museo Guggenheim (fig. 2094), de Nueva York (1956), con cuya organización en espiral procura crear la continuidad del interior.

(fig. 2093)

Oficinas Johnson

(fig. 2094)

Museo Guggenheim de Nueva York

En Europa, hacia el año 1933, como hemos visto, los principales maestros del racionalismo abandonan el viejo continente, y Le Corbusier apenas construye hasta la posguerra. Pero ya por estos años comienza a imponerse un nuevo sentido de la arquitectura. Los primeros pasos los da en 1930 el sueco Erik G. Asplund (1885 - 1940), que, formado en la simplicidad del edificio del Ayuntamiento de Estocolmo (1909), de R. Ostberg, revela tardíamente su originalidad en los pabellones de la Exposición de Estocolmo de 1930 (fig. 2095), dando lugar a lo que se ha denominado la «Revolución de 1930». Asplund reacciona contra la deshumanización del estilo racionalista, y piensa, ante todo, en el interior del edificio, y en que quien lo habite experimente ese imponderable que es sentirse en su propia casa y no en un aséptico hospital.

(fig. 2095)

Exposición de Estocolmo de 1930

Son los mismos ideales que sigue su compatriota Sven Markelius en el pabellón sueco de Nueva York de 1939.

El más destacado representante de la arquitectura orgánica europea es, sin embargo, el finlandés Alvar Aalto (1898 - 1976), más joven que Asplund y formado ya en el estilo funcional. Aalto no es un teórico, sino un arquitecto que define su propio estilo construyendo en la cuarta década del siglo el Sanatorio de Paimio (1931) (fig. 2096), el Pabellón de Finlandia de la Exposición de París de 1937 y el de la de Nueva York de 1930 (fig. 2097).

(fig. 2096)

Sanatorio de Paimio

(fig. 2097)

Pabellón de la Exposición Nueva York de 1930

Aalto no se interesa por el efecto plástico exterior, sino por los espacios en que se vive y por las necesidades materiales y psicológicas de quienes la habitan. Así, al trazar en forma serpentina los Dormitorios de Cambridge (EEUU) (fig. 2098), piensa en que de esta manera la visión del río inmediato será más pintoresca desde todas las habitaciones.

(fig. 2098)

Residencia de Cambridge (EEUU)

Aalto concede mucha importancia a la madera, que además estudia hasta crear el tipo de mueble terciado y químicamente tratado, que viene a ocupar el puesto del mueble tubular.


ESTADOS UNIDOS. EL RASCACIELO

. —La arquitectura norteamericana merece, desde los últimos años del siglo XIX, consideración especial. En ese fin de siglo la tendencia a la simplicidad, ya comentada en el arquitecto Richardson, echa las bases de lo que será la llamada escuela de Chicago. En los Almacenes de Marshall Field (1885) la decoración desaparece y el arquitecto trabaja, sobre todo, con volúmenes. Esta tendencia a la simplicidad se intensifica en sus discípulos. Por los mismos años se introducen dos novedades de carácter técnico, que permitirán la creación del rascacielos. Burnham y Root, en el Edificio Montank (1882), emplean la cimentación sobre emparrillado de vigas y acero, y W. B. Jenney construye el edificio de la Home Insurance (1885) con armadura metálica, sistema que se adopta después de forma normal. Holaiírd y Roche, en 1882, construyen íntegramente de ese material el edificio Tacoma. Con plena conciencia de la nueva estructura del edificio se hacen los ventanales corridos y el vidrio cubre de hecho la fachada.

Pero esta naciente escuela de Chicago es aplastada por el neoclasicismo, impuesto por los directivos de la Exposición de 1893, influidos por los arquitectos formados en París. Así quedó muerta en flor una escuela que tal vez hubiera sido la creadora del estilo funcional. Unos arquitectos como Burnham traicionan al ideal de la escuela, pero otros, como Sullivan, protestan y advierten la importancia de la batalla perdida: «El daño producido por la Exposición Universal perdurará por medio siglo», escribió, prediciendo certeramente el retorno a los estilos históricos. La reacción en pro del historicismo no consigue ahogar a Wright, pero se impone hasta que, hacia 1930, gracias a la presencia de europeos como Mies van der Rohe y Gropius, es anulada por el estilo moderno del mismo sino que el de la vieja escuela de Chicago.

Ya hemos visto cómo el rascacielos da sus primeros pasos en Chicago. Nueva York, cada vez más rica y próspera, acoge el nuevo tipo de edificio con no menor entusiasmo.

El deseo de tener las oficinas en el barrio bancario y el afán de propaganda de las grandes empresas de Nueva York, hacen que, a principios de siglo, las edificaciones comiencen a multiplicar progresivamente el número de sus plantas. A esa necesidad de espacio no tarda en agregarse la emulación de sus propietarios, ansiosos de rebasar la altura de los últimamente construidos. Gracias al empleo del hierro en gran escala, al hormigón armado, al vidrio y a la peña viva del subsuelo de Manhattan, la parte central de la ciudad, los arquitectos neoyorquinos pueden elevar sin temor estos gigantescos edificios, y gracias a la electricidad, iluminarlos y hacerlos accesibles con los ascensores. Las líneas de ascensores son como la medula del edificio, y tan es así, que durante algún tiempo se le llama edificio de ascensor, hasta que se generaliza su actual denominación de rascacielos.

En 1916 se publica la llamada Ley de zonas, que obliga a respetar una cierta proporción entre la altura del edificio y la anchura de la calle. En términos generales, el edificio no puede salir de una pirámide ideal, cuyos lados inferiores están en el eje de la calle, lo que produce un retranqueamiento progresivo de los cuerpos más elevados. En la parte central del edificio, a cierta distancia de la fachada, no existe, sin embargo, limitación de altura.

El Fíat Iron, de 1900, sólo tiene veinte plantas. El edificio Woolworth (fig. 2099), ocho años posterior, obra de Cass Gilbert, que con sus cuarenta y cinco plantas y sus ciento cincuenta metros de altura es la obra maestra que fija ya las características de este tipo de construcciones, todavía se le decora con estilos clásicos, que, naturalmente, resultan pequeños.

(fig. 2099)

Edificio Woolworth, 1912

En el Chicago Tribune (1922), de Chicago, y en los posteriores del Washington Irving y del Empire (fig. 2100), de Nueva York, este último de trescientos metros, las formas exteriores se inspiran más o menos libremente en el gótico, cuyo sentido, mucho más elástico, de los elementos arquitectónicos se adapta mejor a la gran altura del rascacielos.

(fig. 2100)

Rascacielos de Nueva York, Empire State

En los edificios del Daily News (1930), de Nueva York, de Hood y Howells, y del Saving Fund (1932), de Filadelfia, de Howe y Lecaze, la influencia del racionalismo europeo rompe con el convencionalismo histórico y cuenta para la composición sólo con lo constructivo. Siguen una serie de rascacielos, en los que la sensación dé masa del muro domina, como puede observarse en el Centro Rockefeller, de Nueva York, recubierto de piedra.

El aspecto macizo del Centro Rockefeller (fig. 2101) es superado en los edificios posteriores, en los que ya no se aspira a una exagerada altura. El cristal gana importancia hasta llegar a realizarse las aspiraciones de Van der Rohe, de 1920. Al retranquearse los soportes de la fachada, y gracias al empleo del aluminio, el muro se convierte en una superficie de cristal sólo interrumpida por delgados listeles.

(fig. 2101)

Centro Rockefeller

En esta serie de construcciones realizadas en el último cuarto de siglo se ha distinguido el grupo fundado por los arquitectos Skidmore, Owings y Merrill, en Chicago, en 1936, que ha trabajado para toda la nación. Recuérdese el edificio Lever (1952) y el del Banco Chase, de Nueva York, y el de los Aceros Inland, de Chicago.

Aparte de la belleza de las proporciones y de la composición de varios de estos gigantescos edificios, lo que les convierte en obras de primer orden de la arquitectura universal es lo colosal de su escala, gracias a la cual superan en grado difícil de concebir el efecto de grandiosidad producido por los monumentos más extraordinarios orientales y romanos. Probablemente, una de las impresiones más profundas que puede producir la arquitectura es el gigantesco conjunto de los rascacielos neoyorquinos.


LA ARQUITECTURA CONTEMPORÁNEA EN ESPAÑA. ALEMANIA HITLERIANA

. —La arquitectura española acepta los nuevos materiales. Recuérdese la importancia concedida al hierro en el interior de la Biblioteca Nacional (1894). Uno de los primeros grandes edificios construidos en hormigón es el Hotel Palace (1911). En cuanto a estilo, el dominante en las grandes casas particulares, a principios de siglo, es el que entonces se denomina «estilo francés». Es éste una adaptación o derivación del francés del siglo XVIII, de barroquismo atemperado, en la que se acepta la decoración del modernismo. Sirvan de ejemplo de esta etapa de la arquitectura en España el citado Hotel Palace, el edificio de la Unión y El Fénix, el Casino de Madrid, así como numerosos palacetes del paseo de la Castellana y del barrio de Salamanca, todo ello en Madrid. Arquitectos de este momento son Saldaña y Aldama.

Contra ese estilo francés reacciona el gusto por la monumentalidad, de inspiración alemana, que representa Antonio Palacios (muerte 1945), autor del Palacio de Comunicaciones (1918), en el que utiliza algunos motivos platerescos, del Banco Central y del Círculo de Bellas Artes.

La arquitectura de hormigón armado encuentra en España su más entusiasta propagador en Anasagasti, quien, al emplearlo en el Monumental Cinema, deja ver en su interior toda la estructura de la construcción. El nuevo estilo tiene, en cambio, su paladín en García Mercadal; pero quien construye las obras capitales de un estilo funcional atemperado, que acepta el ladrillo y emplea grandes zonas de vanos apaisados, es M. López Otero, en la Ciudad Universitaria (1929). Sirva de ejemplo el edificio de la Facultad de Filosofía y Letras (1931). Ese mismo apaisamiento funcional es bien sensible en el edificio Capítol, de Eced y Feduchi.

Más atento a la tradición renacentista, pero dentro del tono de sobriedad de los estilos vanguardistas, Zuazo se distingue en estos mismos años por su clasicismo. A él se deben el Palacio de la Música (1926), en cuyo interior crea, sin embargo, una decoración inspirada en el barroco sevillano, la Casa de las Flores y los Nuevos Ministerios.

Edificios importantes de esta época son el de la Compañía Telefónica (1926), de Cárdenas y el norteamericano Weeks, rascacielos de altura modesta, que se decora en su remate y en la portada en el estilo barroco riberesco, y el Palacio de la Prensa (1928), de Pedro Muguryza.

Buena parte de los edificios anteriores se levantan en la Gran Vía, de Madrid. El proyecto de ésta data de 1886, pero no se comienza su apertura hasta 1910. Consta de tres trozos, que terminan, respectivamente, en la Red de San Luis (1916), en la plaza del Callao (1922) y en la plaza de España (1930). En ellos se reflejan las principales etapas de la arquitectura madrileña de los últimos cuarenta años.

La arquitectura madrileña de nuestra posguerra se distingue por el retorno a un estilo tradicional, inspirado en Villanueva y Herrera, quienes, con su sobriedad de formas, son los que responden mejor al gusto de la época. En estos últimos años, los hermanos Otamendi han construido los rascacielos del Edificio España y la Torre de Madrid (1959), ambos con revestimiento pétreo. Edificios de proporciones mucho más modestas, pero en cuyo exterior domina el cristal, se han construido recientemente.

Fuera de la corte, Barcelona es la ciudad más atenta a la evolución estilística europea, aunque sin manifestar la personalidad de los días de Gaudí. En el norte de España, en Santander y Bilbao, los arquitectos Fernández Quintanilla, Rucabado y Smith buscan su inspiración en el tipo de casa regional antigua, y esa misma tendencia regionalista se adopta en Sevilla. Aníbal González, autor de los principales edificios permanentes de la Exposición Iberoamericana inaugurada en 1929, revaloriza dos materiales tan típicamente sevillanos como el ladrillo en limpio y la cerámica vidriada, insistiendo particularmente en ésta. Su obra más monumental es la Plaza de España, de inspiración renacentista, y no menos típico del empleo de aquellos materiales es el Pabellón Mudejar. En estos últimos años, a la inspiración ecléctica anterior ha sucedido un estilo neobarroco, en el que se asimila, a veces con gracia, el barroco dieciochesco, en realidad el último gran estilo que ha tenido vida propia en la región.

También representa una manifiesta reacción, aunque de signo más tradicional, la arquitectura en la Alemania hitleriana. La más típica es la de periodo, donde los hitlerianos clausuran la activa escuela de Dessau, y ya veremos cómo se depuran las obras de arte figurativo de este período anterior al advenimiento del nacional-socialismo. El nazismo necesita una arquitectura que refleje la grandeza y fuerza del nuevo estado, pero considera a la escuela de Dessau, y a toda la arquitectura de carácter funcional, incapaces de lograrlo. La consecuencia de todo ello es la vuelta al monumentalismo de tipo grecorromano. Hitler confía los destinos arquitectónicos del Reich al arquitecto Paul Ludwig Troost, que completa el bello conjunto neoclásico muniquiano a que sirven de ingreso los Propileos, con el templo de la Guardia Eterna, la Casa del Führer y la Casa de la Administración. En Nuremberg se levanta la Casa del Partido, y en Berlín, entre otros edificios, son construidos la Cancillería, obra de Speer, el sucesor de Troost; el Ministerio de] Aire y el Estadio Olímpico, de Werner March. Como puede observarse, es una arquitectura de carácter oficial.