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Resumen de la historia de la demografía mundial desde el paleolítico al siglo XX

 ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

1. Los números tienen la palabra

1. EL DESARROLLO DEMOGRÁFICO: ENTRE ELECCIÓN Y CONSTRICCIÓN

1. Constricción, elección, adaptación

2. De cazadores a agricultores: la transición demográfica del neolítico

3. La gran peste y el declive demográfico de Europa

4. La catástrofe de los indios de América: microbios antiguos, poblaciones nuevas

5. Los franceses del Canadá, artífices de un éxito demográfico

6. En los umbrales del mundo contemporáneo

LA DEMOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA: HACIA EL ORDEN Y LA EFICIENCIA

1. De la dispersión a la economía


El presente resumen esta extraído de la obra de Maxximo Livi-Bacci: Historia mínima de la población mundial (1990). La selección está realizada para ilustrar los cambios demográficos desde los albores de la humanidad hasta la primera transición demográfica del Neolítico, y desde ésta hasta la segunda gran transición acaecida con la revolución industrial.

 *

INTRODUCCIÓN

1. Los números tienen la palabra

En julio de 1982, China Popular efectuó, con el auxilio de diez millones de agentes censales, adecuadamente instruidos, el tercer censo de la Revolución, enumerando 1.006 millones de habitantes. Ha sido la operación de investigación social más gigantesca emprendida en el mundo. Hasta mediados de este siglo no eran pocas las regiones del mundo menos desarrollado para las que sólo existían estimaciones demográficas fragmentarias e incompletas. En los países occidentales la era estadística moderna se remonta al siglo pasado, cuando se generaliza la costumbre de censar la población a intervalos regulares, iniciada en algunos países en el siglo precedente. Los 10,4 millones censados en el reino de España en el verano de 1787 por orden del primer ministro de Carlos III, Floridablanca, o los 3,9 millones censados en los Estados Unidos en 1790 en obediencia al primer artículo de la Constitución aprobada tres años antes en Filadelfia, son los primeros ejemplos de censos modernos en grandes países. En los siglos precedentes existen, naturalmente, recuentos y estimaciones, a menudo relacionadas con finalidades fiscales en áreas territoriales limitadas o de una cobertura incompleta. Pertenecen a esta categoría de documentación las listas de familias existentes en la China de la dinastía de los Han, al inicio de nuestra era, o a la Ching del siglo pasado. A la obra del estadístico debe sumarse la del historiador, hábil en la estimación, integración e interpretación de las fuentes. Para muchas regiones del mundo anteriormente a nuestro siglo, en la Europa anterior a la alta Edad Media o en la China de antes de nuestra era, las estimaciones sólo son posibles sobre la base de informaciones de carácter cualitativo, como la existencia o la extensión del área cultivada, o sobre la base de deducciones acerca de la posible densidad en relación con el ecosistema, a la tecnología, a la organización social. Paleontólogos, arqueólogos y antropólogos proporcionan una ayuda esencial.

Los datos sobre el crecimiento demográfico mundial, contenidos en las tablas 1.2 y 1.3 están basados en gran parte sobre conjeturas y en deducciones fundadas en informaciones no cuantitativas coherentes con éstas. La tabla 1.2 presenta una síntesis de estas tendencias que es útil ilustrar. Las tasas de incremento para intervalos muy largos son, naturalmente, una abstracción, porque suponemos una variación de intensidad constante en cada período, a pesar de que se sabe, como veremos, que la población procede por ciclos. Suponiendo, con Biraben, que con anterioridad a la maduración de la cultura del paleolítico superior (35000-30000 a.C.) la población mundial no superaba unos centenares de miles de individuos, el crecimiento en los 30.000 años precedentes al neolítico se habría situado, como media, alrededor de menos de 0,1 por 1.000 habitantes por año, crecimiento casi imperceptible, con un tiempo de duplicación de aproximadamente 8.000-9.000 años. En los 10.000 años que precedieron nuestra era, al surgir y difundirse la agricultura del neolítico en el Medio Oriente y en el Alto Egipto, el ritmo se acelera; el incremento es de 0,4 por 1.000 (que implica una duplicación en menos de 2.000 años), situando la población, de unos pocos millones, en unos 250 al inicio de nuestra era.

TABLA 1.2.

Población de los continentes (400 a. C. - 1985: en millones).

 

10000
a.C.

0

1750

1950

1988

Población (millones)

6

252

771

2,53

5,04

Incremento % anual

0,008

0,037

0,064

0,596

1,814

Período de duplic. (años)

8.369

1.854

1.083

116

38

Nacimientos (millones)

9.290

33,6

22,64

10,42

4,52

Nacimientos (%)

11,6

41,7

28,1

13

5,6

Esperanza de vida (eo)

0,2

22

27

35

55

Años vividos (millones)

185.800

739,2

611,3

364,7

248,6

Años vividos (%)

8,6

34,4

28,4

17

11,6

Nota: En el caso de los nacimientos, esperanza de vida y años vividos, los datos se refieren al intervalo entre la fecha indicada en el encabezamiento de la columna y la fecha de la columna precedente (en la primera columna, del origen hipotético de la humanidad al 10000 a. c.).

*

Este ritmo de incremento (a pesar de la presencia de amplios ciclos) se consolida en los 17 siglos y medio d.C.; la  población se triplica hasta llegar a 750 millones en vísperas de la revolución industrial, con una tasa de incremento de 0,6%. Sin embargo, es la revolución industrial la que da lugar a una aceleración decisiva (de aproximadamente 10 veces), en los dos siglos posteriores con incremento del 6 %, (duplicación en 118 años) como consecuencia de una rápida acumulación de recursos, del control del ambiente y del retroceso de la mortalidad. Este proceso culmina en la segunda mitad del siglo XX; en las cuatro décadas posteriores a 1950 la población se duplica de nuevo y la tasa de crecimiento se triplica, situándose en 18%. La población ha emprendido un ritmo tal decrecimiento que, no obstante los signos de moderación del incremento, se alcanzarán con toda seguridad 8.000 millones de habitantes hacia el año 2020 y 10.000 en el próximo siglo. La aceleración de la tasa de incremento y la disminución del tiempo de duplicación (que se contaba en miles de años antes de la revolución industrial, y actualmente en décadas) es una indicación de la velocidad de dilatación de los límites del crecimiento acaecida en las diversas etapas de la historia de la humanidad.

La tabla 1.2 responde a una demanda que, a primera vista, parece simple curiosidad estadística. ¿Cuántas personas han vivido en la tierra en cada uno de los períodos indicados? La respuesta requiere el cálculo del nacimientos habidos en cada período; según la atrevida hipótesis de Bourgeois Pichat, se pueden estimar en 80.000 millones los nacidos desde los orígenes de la humanidad hasta nuestros días, de ellos 4.500 millones en los últimos 38 años y apenas dos veces más durante los 100.000 años de recorrido de la humanidad anteriormente al neolítico. En 1988, los más de 5.000millones de habitantes del planeta representaban más del 6 % del total de seres que han visto la luz sobre la Tierra desde el alba de la humanidad hasta hoy.

Sin embargo, razonando en otras coordenadas, y recordando que lo que somos ahora depende de la experiencia acumulada por nuestros progenitores, transmitida hasta nosotros, seleccionada, condicionada y modificada, observamos que el 12 % de esta experiencia se había acumulado antes del neolítico y que más del 80 % es anterior a 1750 y a la experiencias industrial-tecnológica. Si se atribuye a los nacidos en cada época esperanzas de vida al nacimiento (excepto en el último periodo, que la estimación se basa en fuentes estadísticas), se sustenta en informaciones fragmentarias y de meras conjeturas), para calcular los años vividos por los nacidos en cada época. Los nacidos entre 1950 y 1988 habrían vivido (al final de su vida) aproximadamente 250.000 millones de años, un tercio más de los años vividos por todos los nacidos con anterioridad al neolítico. Los 300.000 millones de años vividos (en el curso de sus vidas) por las personas que vivieron en el año 1988,  representan, aproximadamente, una séptima parte de todos los años vividos desde el inicio de la humanidad.

TABLA 1.3.

Población de los continentes (400 a, C.- 1985; en millones).

Año

Asia

Europa

Euro
Asia

África

Amé-
rica

 Ocea-
nía

Mundo

400 aC

95

19

13

17

8

1

153

0

170

31

12

26

12

1

252

200

158

44

13

30

11

1

257

600

134

22

11

24

16

1

208

1000

152

30

13

39

18

1

253

1200

258

49

17

48

26

2

400

1340

238

74

16

80

32

2

442

1400

201

52

13

68

39

2

375

1500

245

67

17

87

42

3

461

1600

338

89

22

113

13

3

578

1700

433

95

30

107

12

3

680

1750

51

111

35

104

18

3

771

1800

631

146

49

102

24

2

954

1850

790

209

79

102

59

2

1.241

1900

903

295

127

138

165

6

1.634

1950

1.393

395

180

219

330

13

2.530

1985

2.836

492

279

555

669

25

4.836

Incremento % medio anual

0-
1750

0,06

0,07

0,06

0,08

0,02

0,06

0,06

1750-
1950

0,51

0,64

0,82

0,37

1,46

0,74

0,6

1950-
1985

2,05

0,63

1,26

2,69

2,04

1,89

1,87

Finalmente, si se razona en términos de recursos utilizados, y si estos se limitan a los energéticos, se puede hacer una interesante *constatación suplementaría. Se calcula que en 1984 el consumo anual se ha situado en 239.542 petajoules,  y que el consumo energético de los años 80 ha sido aproximadamente equivalente al consumo de la humanidad desde sus orígenes hasta el neolítico. Esta información no pretende sorprender, sino mostrar en qué medida tan extraordinaria han aumentado los recursos a disposición de la humanidad respecto a las sociedades agrarias.

Naturalmente, el crecimiento demográfico no se ha producido de manera continua, sino mediante ciclos de expansión y de inflexión, de los que  se pueden apreciar diversos aspectos a largo plazo en la tabla 1.3. Limitándose a Europa, la triplicación de la población entre el inicio de nuestra era y el siglo XVIII no se ha producido gradualmente, sino que ha sido el resultado de sucesivas ondas de expansión y de crisis: crisis del bajo Imperio Romano y en la época de Justiniano con las invasiones bárbaras y la peste; expansión en los siglos XII y XIII; nueva crisis, gravísima, como consecuencia de las visitas periódicas de la peste a mediados del siglo XIV; importante aumento desde mediados del siglo XV hasta finales del XVI; crisis o estancamiento hasta principios del XVIII, cuando se reúnen fuerzas para la expansión moderna.

Además, estos ciclos no son sincrónicos en las diversas regiones, de manera que el peso demográfico cambia en el tiempo; el de Europa sobre el total del mundo parte del 18 al 25% entre 1500 y 1900 y desciende al 18% en 1988; la totalidad del continente americano, que tal vez contenía una veinteava parte de la población mundial al inicio de nuestra era, alberga actualmente una séptima parte.

 

EL DESARROLLO DEMOGRÁFICO: ENTRE ELECCIÓN Y CONSTRICCIÓN

1. Constricción, elección, adaptación

Se esbozarán a continuación algunos puntos de referencia. El desarrollo demográfico se explica con intensidad variable en el ámbito de un espacio estratégico bastante amplio que permite velocidades de crecimiento, o de reducción, muy considerables, que pueden llevar a una población a constituir una cifra elevada o a la extinción. Este espacio estratégico tiene como límites la capacidad de reproducción y la de supervivencia, muy determinados en sus máximos por las características biológicas de la especie humana. A muy largo plazo, el crecimiento demográfico se desarrolla en proporción al crecimiento de los recursos disponibles, que le interponen límites infranqueables. Estos recursos, como se sabe, no son inmóviles y estáticos, debido a que se expanden bajo la acción incesante del hombre. Nuevas tierras se pueblan y explotan, los conocimientos cambian, las técnicas se modifican. Dejamos la discusión sobre cuál es el motor y cuál es el remolque, entre recursos y población; es decir, si el desarrollo de la primera arrastra la segunda o si ocurre lo contrario: si la disponibilidad adicional de una ración de comida y energía permite sobrevivir a un individuo suplementario o si los dos brazos suplementarios permiten la producción de la ración adicional. O si, en definitiva, ambas magnitudes ejercen a la vez de motor y de remolque según las vicisitudes históricas.

Nuestro interés se dirige ahora a otro problema, avanzado ya en el apartado precedente.

Allí identificamos, en efecto, tres grandes ciclos de poblamiento: 1º de los primeros habitantes a la transición del neolítico, 2º del neolítico a la revolución industrial, 3º de la revolución industrial hasta nuestros días. Las fases de transición han comportado la ruptura de laboriosos equilibrios entre población y recursos. Pero dentro de estas grandes fases el desarrollo demográfico se produce irregularmente, con períodos de aceleración, estancamiento o de regresión.

Pero ¿qué determina estas fases? Desde un punto de vista meramente conceptual se puede observar que el desarrollo demográfico oscila entre dos grandes sistemas de fuerzas: las de constricción y las de elección. Entre las primeras podemos enumerar la finitud del espacio y por tanto de la tierra, de la producción de comida y de otros recursos que satisfacen las necesidades primarias. Sin embargo, el espacio actúa como limitativo también por otra vía, esto es, a través del mayor riesgo de aparición y difusión de patologías infecciosas: cuanto mayor es la densidad, mayor es el riesgo de muerte por enfermedad infecciosa, en igualdad de otras condiciones. Las agresiones epidémicas ejercen asimismo potentes fuerzas de constricción al crecimiento, sólo débilmente correlacionadas con la densidad de población. También las características ambientales tienen influencia autónoma sobre la capacidad de crecimiento demográfico: basta pensar en el clima y las limitaciones que impone al poblamiento y a la supervivencia, en sus formas extremas de calor y de frío. Así pues, estos factores de constricción son relativamente fijos en el tiempo; lo que significa que pueden ser modificados por la acción del hombre, pero sólo a largo plazo. Una población puede aprender a defenderse de las agresiones epidémicas, puede mejorar el nivel de disponibilidad de alimentos o atenuar la influencia negativa del clima; sin embargo, la aplicación de medidas preventivas para disminuir el contagio, la mejora de las técnicas de cultivo que aumentan la productividad agrícola y los recursos alimentarios, o la difusión de alojamientos más eficientes para defenderse de la intemperie no sobrevienen de un día para el otro, sino que requieren largo tiempo. A corto o medio plazo (aunque a menudo también a largo plazo) la población debe adaptarse a los factores constrictivos.

El proceso de adaptación supone flexibilidad en los comportamientos dirigidos a adecuar el crecimiento y las dimensiones de una población a los factores constrictivos antes mencionados.

Estos comportamientos son en parte automáticos, en parte determinados socialmente, y en parte derivados de elecciones precisas. Por ejemplo, frente a la penuria alimentaria, disminuye el crecimiento corporal (estatura y peso), produciendo adultos con menores necesidades nutritivas, aunque con eficiencia íntegra. Así, las reducidas dimensiones corporales de los indios de Mesoamérica se atribuye a un tipo de adaptación a los recursos. Naturalmente, si la penuria se transforma en grave carencia nutritiva, la mortalidad aumenta, la población se contrae o desaparece, y no es posible ninguna adaptación. Otra forma de adaptación casi automática y de cualquier modo independiente de la acción humana, es la que se forma contra aquellos agentes patógenos, provocadores de infecciones, que generan inmunidad permanente o semi-permanente a quien las padece, como sucede con la viruela o el sarampión.

La adaptación se produce asimismo, y principalmente, por otras vías que hemos analizado. La edad de acceso a la reproducción (matrimonio) y la proporción de individuos que acceden a ésta, han constituido los medios principales de control del crecimiento durante la mayor parte de la historia de la humanidad. Aunque antes de que en el siglo XVIII se difundiese el instrumento principal de control de la época contemporánea (la limitación voluntaria de los nacimientos), un conjunto de otros comportamientos podía influir en la fecundidad de las parejas y en la supervivencia de los recién nacidos: de los tabús sexuales a la duración del amamantamiento, al aborto, el infanticidio directo o practicado bajo formas menos explícitas, como la exposición o el abandono. Finalmente, las migraciones en fuga o a la búsqueda de algo, han constituido instrumentos de adaptación de la población al ambiente y a los recursos.

Por consiguiente, el ambiente establece obstáculos al crecimiento ejerciendo fuerzas constrictivas. Estos obstáculos pueden ser desplazados mediante acciones a largo plazo, y amortiguados a corto o medio plazo. Los mecanismos reequilibradores son en parte automáticos, pero principalmente están relacionados con decisiones (nupcialidad, fecundidad, migraciones). Esto no quiere decir, como se afirma a menudo imprudentemente, que las poblaciones están provistas de mecanismos reguladores providenciales que mantengan el crecimiento y las dimensiones en equilibrio con los recursos. Hay poblaciones que se han extinguido o han crecido excesivamente en las que no se ha llegado a un equilibrio.

 

2. De cazadores a agricultores: la transición demográfica del neolítico

A partir del décimo milenio a.C. se desarrolla la revolución del neolítico «que dio al hombre el control sobre la disponibilidad de alimentos ...El hombre empezó a sembrar y a cultivar y a mejorar, con la selección, las cualidades nutritivas de los granos, raíces y árboles. Consiguió domesticar y asociarse con algunas especies animales a cambio del alimento que podía obtener». En definitiva, los cazadores-recolectores se hacen agricultores, y con el tiempo se convierten de nómadas en sedentarios. La transición, naturalmente, se produce a un ritmo desigual, y aún en nuestro siglo algunos grupos aislados sobreviven de la caza y la recolección. La transición se desarrolló de forma autónoma en tiempos y lugares separados por miles de años y de kilómetros, tales como el Cercano Oriente, China y Mesoamérica. Las causas de esta transición son ciertamente complejas y las analizaremos a continuación, en lo concerniente a la demografía. Asimismo es difícil indicar cifras, aunque la población ciertamente acelera su ritmo de crecimiento, como lo demuestra la difusión del poblamiento y el aumento de la densidad de las zonas ya pobladas. Biraben estima que antes de la aparición de la agricultura había seis millones de habitantes, que se convirtieron en 250, aproximadamente, a principios de nuestra era, con una tasa de crecimiento de 0,37 unidades por cada mil habitantes (una centésima parte del ritmo de incremento alcanzado recientemente en muchos países en vías de la e desarrollo). Esta tasa es varias veces superior a la hipotética acaecida entre la aparición de los primeros habitantes y el año 10000 a.C., en el caso de que esta comparación tuviese sentido. Un hecho, por consiguiente, incontrovertible aunque su interpretación no está establecida, es que al difundirse la agricultura, la población se multiplica varias veces, y el límite de los recursos, impuesto por el ecosistema o los cazadores-recolectores, aumenta considerablemente.

Una vez en presencia de estas certezas numéricas, antropólogos y demógrafos han discutido por largo tiempo las causas de esta aceleración, elaborando dos explicaciones diametralmente opuestas. Una teoría clásica parte del supuesto de que la aceleración del crecimiento es consecuencia del mejor nivel nutritivo asegurado por el sistema agrícola y, por consiguiente, de la disminución de la mortalidad. Otra teoría más reciente considera, por el contrario, que la dependencia de cultivos poco variados disminuye la calidad de la alimentación, que la sedentarización y la mayor densidad aumentarían los riesgos de transmisión de enfermedades infecciosas y su incidencia, y que disminuiría el «coste» de la crianza de los hijos y aumentaría la fecundidad. En otros términos, con el desarrollo de la agricultura habría aumentado la mortalidad, pero aún habría aumentado más la fecundidad, permitiendo un crecimiento más rápido. Si éstos son, en extrema síntesis, los postulados de las dos teorías, es interesante e instructivo discutir brevemente las argumentaciones en que se sostienen.

La teoría «clásica» reposa sobre un razonamiento simple pero convincente. La sedentarización y el inicio de la agricultora y la ganadería permiten un aprovechamiento más regular y protegen a las poblaciones que viven del fruto del ecosistema del «estrés» nutritivo relacionado con la inestabilidad del clima y la alternancia de estaciones. El cultivo de trigo, cebada, mijo, arroz —cereales altamente nutritivos y fácilmente conservables— aumenta considerablemente las disponibilidades alimentarias y ayuda a superar los períodos de penuria. Mejora la salud y la supervivencia, disminuye la mortalidad, la capacidad de crecimiento se refuerza y se estabiliza.

En los últimos decenios esta teoría se ha puesto en duda invirtiendo los términos: en las poblaciones agrícolas sedentarias aumenta tanto la mortalidad como la fecundidad, aunque la segunda  más que la primera, lo que explica la aceleración más elevada entre los agricultores que entre los cazadores? Esto sucedería principalmente, por dos tipos de causas. El primero estaría en relación con el hecho de que el nivel nutritivo, desde el punto de vista de la calidad (y según algunos, también de la cantidad) habría empeorado con la transición la agricultura. La alimentación de los cazadores-recolectores, constituida por raíces, hierbas, bayas, frutas y animales, habría sido mucho más completa que la de los agricultores sedentarios, con una alimentación calórica suficiente aunque pobre y monótona, debido a la gran prevalencia de los cereales. La prueba de ello se encontraría en los exámenes de esqueletos: las dimensiones corporales, la estatura y la fortaleza ósea disminuirían cuando los cazadores se hacen agricultores estables» Así, Armelagos y otros llegan a la conclusión de que «los cambios en el sistema de supervivencia tuvieron una influencia significativa en la adaptación biológica de los antiguos nubios. El desarrollo de la agricultora comportó una disminución de las dimensiones faciales y un cambio simultáneo de la morfología del cráneo. Además, la intensificación de la agricultura provocó malnutrición. Los ritmos de crecimiento y desarrollo de los huesos, la existencia de anemias debidas a deficiencia en hierro (demostrada por la hiperostosis porótica), defectos en la dentadura y la osteoporosis en las mujeres jóvenes y adultas prueban que las poblaciones nubias más reciente dedicadas a la agricultora intensiva sufrían deficiencias nutritivas». Citamos este pasaje, no porque la experiencia de los nubios sea extensible a todos los tipos de transición (admitiendo que los esqueletos hallados fuesen representativos de las diversas épocas, que no hubiesen inmigraciones ni errores de estimación), sino para ilustrar el tipo de pruebas aducidas en apoyo de la hipótesis nutritiva.

El segundo soporte de la teoría es distinto, pero quizá más convincente. Con la sedentarización se establecen las condiciones para la aparición, difusión y conservación de enfermedades infecciosas y parasitarias desconocidas, menos frecuentes en poblaciones móviles y con baja densidad. La mayor concentración demográfica actúa como «incubador» de los agentes patógenos, que se mantienen en estado latente en espera de ocasiones favorables para manifestarse. Las enfermedades transmisibles por contacto se ven favorecidas en su difusión por una alta densidad. Ésta, por otra parte, aumenta la contaminación del suelo y el agua, facilitando una nueva infección. Con la sedentarización, muchos animales, domésticos o no, se instalan de forma estable en el nicho ecológico humano, pudiendo infectarlo con agentes patógenos específicos y aumentando, en cualquier caso, la incidencia del parasitismo. Algunas técnicas agrícolas serían responsables de la difusión de determinadas patologías como, por ejemplo, la malaria, alimentada por el desarrollo de la irrigación y por la creación artificial de depósitos de agua estancada. La menor incidencia de las enfermedades infecciosas agudas en las poblaciones preagrarias se comprobaría, por ejemplo, por los estudios realizados sobre los aborígenes australianos en condiciones de aislamiento y en ausencia de contacto con la población blanca. Por lo demás, se recordará que muchos investigadores consideran que el grado de complejidad biológica del ecosistema (muy complejo en los trópicos, simple en las zonas desérticas, árticas, etc.) está en relación directa con la variedad y la incidencia de las infecciones en las poblaciones.

En definitiva, una alimentación más pobre y menos variada y condiciones favorables a las patologías infecciosas justificarían la hipótesis de una mayor mortalidad de los agricultores respecto a sus ascendientes cazadores. Pero si la mortalidad de los agricultores era mayor, su aumento numérico más rápido sólo podía derivar de una mayor fecundidad. Esta hipótesis está fundamentada en las modificaciones del orden social que intervinieron en las sociedades convertidas en sedentarias por el desarrollo de la agricultura. La alta movilidad de los cazadores-recolectores, debida a los continuos desplazamientos en amplias áreas de captura, convertía en extremadamente oneroso y peligroso para la mujer el transporte de los niños no autónomos. Por esta razón, el intervalo entre partos habría sido bastante largo, de manera que un nuevo nacimiento tuviera lugar únicamente cuando el hijo nacido anteriormente fuese capaz de valerse por sí mismo. En una sociedad sedentaria esta necesidad sería menos imperiosa, el «coste» de los hijos, en términos de inversión parental, sería menor y su aporte económico mayor en el trabajo de la casa, del campo y como guardianes de los animales».

La hipótesis de un aumento de la fecundidad con el paso de la caza a la agricultura es algo más que una simple conjetura. En efecto, ésta se ha confirmado mediante investigaciones concernientes a diversas poblaciones contemporáneas. Entre 1963 y 1973, un grupo de investigadores, dirigido por R.B. Lee, estudiaron los kung-san, una población nómada que vivía de la caza y la recolección en el norte de Botswana, en el África meridional, y que iniciaba entonces un proceso de sedentarización. Se observó que aproximadamente la mitad de los vegetales comestibles los proveían las mujeres, que a lo largo de un año sumaban varios miles de kilómetros en desplazamientos. En la mayoría de éstos debían llevar a la espalda los niños menores de cuatro años.

Entre las mujeres kung la edad de la pubertad era tardía, entre 15 y 17 años, y una larga esterilidad pos-puberal conducía a que el primer nacimiento llegase entre los 18 y 22 años, seguido de embarazos a intervalos de 3-5 años. Estos intervalos son muy largos para poblaciones que no practican el control moderno de la natalidad, y se producían como consecuencia del amamantamiento prolongado, que llegaba hasta el tercer o cuarto año de vida del niño. El desarrollo del cuerpo del niño era lento, lo que constituía una ventaja adaptativa muy notable que permitía su fácil transporte en el curso de los desplazamientos diarios de la madre. La consecuencia de estas características era un número muy reducido de hijos por mujer (4,7 de media). Esta baja fecundidad, impuesta por el modo de vida de la caza-recolección, sería típica de otros grupos como los pigmeos africanos. Aún más interesante es el hecho de que, a lo largo del proceso de sedentarización, la fecundidad de los kung-san parece aumentar; las mujeres sedentarias, en efecto, presentaban intervalos entre partos (36 meses) sensiblemente inferiores a los de las mujeres no sedentarias (44 meses), tal como postulan los que sostienen la teoría del aumento de la fecundidad con el paso de la caza a la agricultura. Los postulados de las dos teorías se resumen en la figura 2.1.

Figura 2.1

Postulados de las dos teorías de la transformación demográfica neolítica

 

Las pruebas que los corroboran son, en su mayoría, conjeturales, y la acumulación de elementos factuales es lenta y no pocas veces contradictoria. La hipótesis relativa a las variaciones del nivel de nutrición es objeto de respuestas opuestas en las dos teorías; aun cuando es posible que los cazadores-recolectores se nutriesen de manera más variada (en épocas contemporáneas raramente mal nutridos), es difícil admitir que el nivel nutritivo empeora con el desarrollo de la agricultura considerando, entre otras, la capacidad de extender los cultivos en caso de ser necesario, de acumular provisiones, de integrar los productos del suelo a la caza y la pesca, de mejorar las técnicas de preparación y conservación de alimentos. Podría ser, además, que el nivel de nutrición fuese mucho menos influyente sobre la mortalidad de cuanto se piensa, puesto que sólo en casos de penuria aguda y de grave desnutrición se acrecientan los riesgos de contraer enfermedades infecciosas o de ser víctima de ellas. Por el contrario, está más fundada la hipótesis de la mayor incidencia y transmisibilidad de las infecciones con el incremento de la densidad y la estabilidad, aunque la cuestión sea lo suficientemente compleja como para rechazar toda simplificación.

En lo concerniente a la fecundidad, las observaciones de grupos preagrarios supervivientes en la actualidad es un elemento de prueba a favor de un aumento de la prolificidad al producirse la sedentarización. Pero, por otra parte, con la agricultura «los hijos se convierten en económicamente útiles. Para los cazadores, los hijos constituyen, presumiblemente, una carga», como observó Childe, exponente de la teoría «clásica».

 

3. La gran peste y el declive demográfico de Europa

Alrededor del año 1000, la población europea inicia una fase de crecimiento destinada a durar tres siglos. Los datos son escasos y fragmentarios, pero son suficientes para evidenciar un importante crecimiento demográfico. Se multiplicaron las localidades, se fundaron nuevas ciudades,  se poblaron áreas abandonadas y los cultivos se extendieron ocupando tierras cada vez menos fértiles. A lo largo de esta fase plurisecular, la población europea se multiplica por dos o por tres, como testimonio de una fuerza de expansión que las numerosas crisis no consiguen debilitar. Hacia finales del siglo XII y primeros decenios del XIV, hay clara evidencia de que el ciclo de crecimiento agota su impulso; las crisis se hacen más frecuentes, los nuevos asentamientos cesan su expansión, la población se estanca en numerosos lugares. Causas complejas determinan la ralentización, probablemente conexas con una economía agraria menos vigorosa (agotamiento de las mejores tierras, detención del progreso técnico) y sometida a carestías más frecuentes); (condiciones climáticas más desfavorables). Sin embargo, ésta podría haber sido una fase histórica e un transitoria, un periodo de ajuste en la búsqueda de un mejor equilibrio entre población y recursos, destinado a introducir una nueva fase de crecimiento. No fue así. Hacia la mitad del siglo XIV, un devastador acontecimiento catastrófico de larga duración provoca una clara disminución de la población que, según las estimaciones de la tabla 1.3, habría descendido casi en un tercio entre 1340 y 1400, para disminuir una vez más en la primera mitad del siglo posterior, antes de iniciar una recuperación que volverá a situar a la población al nivel anterior a la crisis hacia mediados del siglo XVI.

El acontecimiento catastrófico es la peste; desde su primera aparición en Sicilia a finales de 1347 hasta 1352 cuando se difunde por Rusia —después de haber recorrido el área mediterránea y sucesivamente Francia, las Islas Británicas, Escandinavia, Alemania y Polonia—, esta epidemia siega la vida de millones de víctimas. Sobre la gran peste, sobre su primera aparición y las sucesivas oleadas, de lo que trataremos más adelante, se ha escrito muchísimo." Diremos sólo lo esencial sobre su naturaleza, intensidad y cronología para llegar al núcleo de la cuestión, que no concierne a la descripción sino a:

1. La evaluación de los efectos de la peste sobre el crecimiento a largo plazo.

2. La identificación, en su forma extrema y más catastrófica, de la acción de uno de los frenos constrictivos más violentos del crecimiento demográfico.

3. La identificación de los mecanismos de reacción y compensación activados por la catástrofe.

El bacilo responsable de la peste se llama yersinia pestis (descubierto en Hong Kong por Yersin, en 1894), y se transmite esencialmente por medio de la pulga, parásito de ratas y ratones. El bacilo no mata la pulga pero ésta infesta a su huésped (el ratón) mordiéndolo. Cuando el ratón muere, la pulga busca otro huésped (otro ratón, o el hombre), difundiendo la infección. La peste, transmitida por vía cutánea, tiene una incubación de uno a seis días; la mordedura de pulga infectada provoca la inflamación (bubón) de las glándulas linfáticas del cuello, de las axilas y de la ingle. La infección se manifiesta por fiebre alta, estado comatoso, insuficiencia cardiaca e inflamación de los órganos internos. Generalmente, morían de 2/3 a 4/5 de los infectados. La transmisión de la peste sobrevenía fácilmente mediante el transporte, incluido a larga distancia, de mercancías que albergaban pulgas o ratones infectados (vestuario y objetos personales, alimentos).

No existen individuos inmunes por naturaleza a la peste. Aquellos que la contraen y se curan adquieren una inmunidad de corta duración. Tampoco se puede descartar que las sucesivas oleadas de peste hayan contribuido a seleccionar progresivamente individuos que por alguna razón fuesen menos susceptibles al contagio, si bien estos procesos, para tener su apreciables, necesitan desarrollarse durante largos períodos. La peste que aparece en Europa a finales de 1347, aun no siendo re! siendo nueva no había estado presente en seis o siete siglos, desde la época de Justiniano, resultad La peste, difundida por el Mediterráneo oriental en el 541-544, afecta Italia y Europa (sobre todo la mediterránea) en oleadas sucesivas a partir del 558- 561 hasta el 599-600; se conserva en Oriente hasta mediados del siglo XVIII manifestándose en sucesivas epidemias cuyos efectos, aunque localizados continúan alcanzando a Europa.

En septiembre de 1347 el desembarco en Messina de unas galeras genovesas procedentes de los puertos del mar Negro, atacados con violencia por la peste venida de Oriente, interrumpe largos siglos de paz bacteriológica, En el transcurso de cuatro o cinco años, como ya se ha indicado, la peste atraviesa y afecta todo el continente. Ésta no es más que la primera de una serie de oleadas epidémicas; en Italia (al igual que en el resto de Europa), éstas se desarrollan en 1360-1363, 1371-1374, 1381-1384, 1388-1390 y 1398-1400; en el siglo XV su frecuencia continúa siendo elevada, aunque con un sincronismo y una gravedad menos acentuados» Téngase en cuenta que la cuantificación de la mortalidad producida por las diversas oleadas epidémicas sigue siendo incierta por la falta de datos precisos. No obstante, existen series anuales de muertes, para numerosas zonas, de las que se puede deducir el nivel de defunciones en los años normales y en los de la peste. Por ejemplo, en Siena, la peste de 1348 provocó un número de defunciones once veces superior al normal; en las otras cinco epidemias del mismo siglo, el aumento de las defunciones se situó entre cinco y diez veces el nivel normal. Suponiendo que la mortalidad, en los años normales, fuese de 35 por mil, una multiplicación por once significa el 420 por mil, o la muerte de cuatro de cada diez habitantes. Una multiplicación por diez significa, aproximadamente, la eliminación de un tercio de la población; una multiplicación por cinco, la eliminación de una sexta parte.

Hemos calculado que en algunas localidades de Toscana, entre 1340-1400, se verificó una crisis grave de mortalidad (definida como un aumento de las defunciones de al menos tres veces respecto a las normales) cada once años, con un aumento respecto al valor mediano de las defunciones de al menos siete veces; en el período 1400-1450, estas crisis graves se manifiestan de media cada trece años, con un aumento respecto al valor mediano de cinco veces; en el medio siglo posterior (1450-1500), la frecuencia desciende a una cada 37 años y el aumento es de cuatro veces. Así, el paso del tiempo, tanto la frecuencia como la intensidad de las crisis de intensidad se hace menor, a la vez que se atenúa el sincronisma geográfico de sus apariciones. Téngase presente que Toscana no es un caso excepcional, por la abundancia de fuentes históricas.

En los dos siglos posteriores, la peste hace sentir también sus efectos devastadores: del ciclo de 1522-1530 (agravado por los desórdenes bélicos provocados por la caída de Carlos VIII) al de 1575-1577 (sobre todo en el norte), de 1630-1631 (en el centro-norte) y de 1656-1657 (sobre todo en el centro-sur). A pesar de que los efectos de la peste fueron terribles también en este siglo (Cipolla calcula que más de una cuarta parte de la población del centro-norte afectada por la peste de 1630-1631 fue aniquilada), éstos no constituyen el principal acontecimiento negativo como en los siglos precedentes; otras crisis (el tifus, por ejemplo) rivalizaron por la primacía con la peste. Las observaciones hechas para Italia pueden aplicarse, con algunas variantes, al conjunto de Europa. Con la epidemia de 1663-1670 que afectó a Inglaterra (la peste de Londres de 1664 descrita por Defoe), el norte de Francia, los Países Bajos y el valle del Rin, la peste desaparece de Europa (como acontecimiento geográficamente generalizado), a excepción de la aparición en Provenza en 1720-1722 y otras áreas limitadas.

Pero volvamos a la argumentación que nos interesa y fijemos las ideas. En el siglo posterior a la peste negra de 1348, la población europea retrocede como consecuencia no sólo de la primera sacudida (más famosa literariamente), sino también por una serie de epidemias sucesivas. Sólo en el siglo XVI la población europea alcanzará las dimensiones numéricas de 1340, pero la función de freno de la peste al crecimiento demográfico perdura hasta su práctica desaparición en la segunda mitad del siglo XVI. Sobre las dimensiones de la disminución entre el período anterior a 1348 y el renacer del poblamiento durante la primera mitad del siglo XV no existen datos precisos, pero los indicios de una pérdida de 30-40% han sido corroborados por investigadores locales, tanto en Piamonte como en Toscana, en Francia como en España, Inglaterra o Alemania. Ciudades vacías rodeadas por murallas demasiado grandes, pueblos abandonados, campos desiertos, son los resultados concretos. La penuria de mano de obra provoca una subida de los salarios, la abundancia de tierras provoca una disminución de los precios de los alimentos.

Con la peste nos enfrentamos a un factor de limitación del crecimiento, en gran parte exógeno o exterior al sistema. Lo que significa que aquélla fue independiente de la organización de la sociedad, de su nivel de desarrollo, de la densidad de los asentamientos, etc. La capacidad infectiva y la letalidad de la peste no están en relación con el estado de salud o con la edad de las personas, ni con su nivel nutritivo. La peste afectó con igual violencia poblaciones urbanas y rurales y, a excepción de algunas áreas aisladas que no fueron alcanzadas, las diferencias de nivel de densidad de población no fue un obstáculo a su difusión. La movilidad de las personas y el tráfico de mercancías fueron suficientes para difundirla de un extremo a otro del continente. A largo plazo, ciertamente, las sociedades trataron de defenderse: la adopción de medidas de cuarentena de personas y mercancías en caso de peligro, el aislamiento de los infectados y de los sospechosos de estarlo, la clausura de sus casas y algunas medidas de higiene pública no fueron quizás ajenas al proceso de desaparición de la peste de nuestro continente. Pero a lo largo de dos o tres siglos, la peste, por decirlo así, se adueñó de Europa. Contrariamente a otras enfermedades infecciosas los afectados por la peste que se curaban —hecho, a decir verdad, muy poco frecuentes no adquirían una inmunidad duradera. Por tanto no es plausible el pensar que la atenuación de los efectos de la peste son atribuibles únicamente a una mayor proporción de población inmunizada, y, en consecuencia, no susceptible al contagio. Algún efecto también podría haber tenido el proceso de Durchseuchung, según el cual "aquellos que casualmente son menos susceptibles sobreviven y, generación tras generación, determinan una variación entre parásitos y huésped. Este proceso conduce a que «sí la enfermedad hubiese permanecido presente constantemente, atacando gran parte de las nuevas generaciones a medida que se formaban, tal vez habría podido adoptar una forma endémica, esporádica, con una mortalidad relativamente baja».

Tan terrible enfermedad habría podido así, mediante ataques sucesivos, exterminar completamente las poblaciones víctimas de ella. No sucedió así y, con el tiempo, la frecuencia (si no siempre la gravedad) de las crisis se atenúa, aunque ninguna de las explicaciones anteriormente expuestas -regulaciones sociales, inmunidad, selección— entre otras (transformaciones sociales o ecológicas) sean suficientes para explicar el fenómeno. También la peste, por lo tanto y por razones no del todo esclarecidas, se somete a un proceso de adaptación mutua entre agentes patógenos (yersinia), vector (pulga) y huésped-víctima (hombre).

Otro proceso de adaptación y reacción a la peste (como sucede de forma análoga a otros tipos de crisis de mortalidad) fue de naturaleza social y demográfica. Este proceso presenta aspectos que conciernen el corto plazo y otros el medio y largo plazo. A corto plazo, un fuerte aumento de la mortalidad tiene un doble efecto. La difusión del contagio provoca una disminución de las concepciones, nacimientos (por elección, necesidad, por motivos psico-biológicos) y matrimonios. La disminución de los nacimientos acentúa la acción demográfica negativa de la epidemia. La alta mortalidad, además rompe los matrimonios, disgrega o destruye los núcleos familiares. Al término de la crisis se produce una especie de contra-efecto que, no pudiendo anular los efectos negativos de las pérdidas humanas y los nacimientos no realizados, atenúa, sin embargo, un poco su alcance. Se recuperan los matrimonios diferidos y aumentan los matrimonios de viudos; en algunos casos también se ha constatado un aumento de la fecundidad de las parejas. Todo ello se traduce en un aumento transitorio de la natalidad. También la mortalidad tiende a ser inferior a la normal a causa de la menor proporción de las clases infantiles y de eventuales efectos selectivos ligados  a la epidemia. Mejora el saldo entre nacimientos y defunciones y se llenan los vacíos por algunos años. La aparición de una nueva crisis, naturalmente, puede volver a abrir el ciclo poco después (como en el siglo inmediatamente posterior a 1348) o a más largo plazo (como en los siglos XVI y XVIII. Más a largo plazo, intervienen otros factores. El despoblamiento producido por la peste en toda Europa crea abundancia de tierra y demanda de trabajo. Nuevos núcleos familiares tienen acceso más fácil a los recursos necesarios para sustentarse. Los obstáculos impuestos al matrimonio tienden a relajarse, la nupcialidad aumenta, reforzándose así la capacidad de crecimiento de la población. Así, por ejemplo, podría interpretarse la baja edad al momento del matrimonio en Toscana en la primera mitad del siglo XV.' Las reacciones a corto y largo plazo tienden, de alguna manera, a minimizar los daños infligidos a la sociedad y a la población por la yersinia, la pulga y el ratón.

 

4. La catástrofe de los indios de América: microbios antiguos, poblaciones nuevas

«Tres veces felices son aquellos que, habitando alguna isla desconocida en medio del océano, todavía no han establecido contacto contaminante con el hombre blanco.»

Esto escribía en 1845 el joven Melville al retornar de su aventura en las Islas Marquesas. Los trágicos efectos del contacto entre blancos europeos —ya fuesen conquistadores, colonos, exploradores o marineros— y poblaciones indígenas del Nuevo Mundo, del Pacífico o de Oceanía, eran bien conocidos desde las primeras exploraciones. Los documentos históricos son abundantísimos y no existe más que el embarazo de la elección.

Colón, como se sabe, desembarcó en Santo Domingo (la isla fue bautizada entonces La Española); se desconoce, naturalmente, el número de habitantes en aquel momento, pero a los primeros visitantes les pareció densamente poblada, «como la campiña de Córdoba»» Tanto si se acepta la estimación de Las Casas de tres o cuatro millones, como la reducidísima de 60.000 habitantes, lo cierto es que ya en 1514 la «repartición» de los indios con fines tributarios encontraba 22.000 personas, de las que no quedaban más que algunas decenas o centenares de supervivientes veinte años después. De igual manera, los 112.000 indios de Cuba de 1512 acaban desapareciendo en la segunda mitad del siglo. Sin perderse en estimaciones sobre la población anterior la conquista, basadas en vagos elementos conjeturales, las estimaciones de Cook y Borah para México Central (el área de influencia azteca, la más poblada del continente) basadas en materiales relativamente sólidos, daban 6,3 millones de indios en 1548, que se reducen a 1,9 en 1580 y a un millón en 1605» En Perú, el otro gran núcleo demográfico del continente, que forma parte del área de influencia incaica, las estimaciones basadas en la visita del virrey Toledo en 1572, puestas al día sucesivas veces reducidos a dan 1,3 millones de indios tributarios, reducidos a 0,6 millones en 1620. Más al norte, en Canadá, Charbonneau ha calculado que vivían no meno menos de 300.000 indios a principios del siglo XVII, que se redujeron a una tercera parte dos siglos más tarde; Russell afirma sin rodeos que los indios de Estados Unidos habrían disminuido de cinco millones hacia el año 1500 a 600.000 tres siglos más tarde. Para todos estos grupos, la disminución demográfica a partir del «contacto» con los europeos parece ser la regla. No se crea que no existen también ejemplos más recientes; Darwin relata la desaparición de los habitantes de Tasmania; los maories atraviesan un período de rápida reducción desde la época del viaje de Cook hasta el final del siglo posterior, y lo mismo puede decirse para los aborígenes australianos. Los indígenas de Tierra del Fuego eran 7.000-9.000 en 1871, pero hoy en día están casi extinguidos." Finalmente, existen tribus de la cuenca amazónica, que en nuestro siglo únicamente han entrado en contacto con colonos o viajeros, debido a su gran aislamiento, y que se han extinguido rápidamente bajo la mirada de observadores contemporáneos.

No hay necesidad de multiplicar los ejemplos. La ruina demográfica de las poblaciones indígenas como consecuencia del contacto con grupos de origen europeo es un fenómeno documentado y extendido de América a Oceanía. El ritmo, la entidad de la disminución y su duración varían, naturalmente, según las situaciones históricas, pero el mecanismo de base es relativamente simple. Éste está relacionado con el hecho de que las poblaciones indígenas eran, por así decirlo, terreno virgen (virgin soil, según la expresión inglesa) para muchas enfermedades infecciosas; en otras palabras, los indígenas nunca habían experimentado una infección determinada. Cuando el «contacto», a través de un explorador, conquistador o colono, efectúa la transmisión del agente patógeno de la población de origen (expuesta a la infección durante largas generaciones) a la población virgen de llegada, la enfermedad se difunde con gran virulencia. Esta virulencia es debida, esencialmente, a tres factores:

1) Cuando la enfermedad infecciosa crea inmunidad (transitoria o duradera, no importa aquí) en los individuos afectados y curados, y ésta rebrota continuamente en la población (debido a su estado endémico, o por su continua reintroducción del exterior) entonces habrá siempre una parte más o menos grande de la población que no es susceptible al contagio (por estar inmunizada) y por tanto los daños son limitados. Por el contrario, en una población virgen, todos los individuos son susceptibles teóricamente, y por tanto la introducción de una enfermedad nueva produce daños inmensos.

2) En una población no virgen la enfermedad tiende a seleccionar, generación tras generación, los individuos más resistentes. También este factor tiene como consecuencia el que la gravedad de la infección resulte mayor en una población virgen.

3) En una población virgen no ha existido el proceso de adaptación recíproca entre agente patógeno (virus, microbios, parásitos) y organismo infestado, acaecido a lo largo del tiempo en las poblaciones no vírgenes por razones complejas y no comprendidas en su totalidad, y que atenúa la virulencia de la enfermedad. Los casos de sífilis, malaria, sarampión o gripe son ejemplos de enfermedades que parecen haber atenuado su virulencia a lo largo del tiempo. Se dice a menudo que un agente patógeno no tiene interés en matar al huésped que le asegura la supervivencia, sino que más bien le interesa convivir pacíficamente sin dañarlo excesivamente: es por ello que se produce una selección de las cepas menos letales. En las poblaciones vírgenes, naturalmente, esta convivencia no ha tenido tiempo de realizarse.

En la base del declive numérico de las poblaciones vírgenes, que en conjuntos demográficos muy pequeños o débiles a veces ha causado su extinción, se encuentran casi siempre los efectos devastadores de enfermedades infecciosas, incluyendo algunas inocuas o benignas en el lugar de origen. El caso de Mesoamérica se presta al estudio de este proceso. En la tabla 2.1 se muestra la evolución de la población según las estimaciones de Cook y Borah. En 1608 la población era apenas una sexta parte de la estimada en 1548, presentando una reducción más acusada en las regiones costeras (hasta 1 / 1) que en las del altiplano (1/5). En ambos casos, la población de 1548 sería una fracción (1/4 para los autores) de la mucho más numerosa de 1519, año de la llegada de Cortés y sus correligionarios. En este trentenio, numerosos testimonios indican una disminución de la población, cuyas dimensiones originarias son desconocidas. Es difícil convenir con la estimación de una población original de alrededor de 25 millones: en el área restringida en que esta población se habría concentrado, comportaría una densidad de 50 habitantes por km2, muy superior a la del país europeo más densamente poblado (Italia, con aproximadamente 35 habitantes por km2) en aquella época. La consideración de la tecnología sumamente atrasada de las poblaciones indígenas, la orografía agreste de su territorio y la modesta productividad de la agricultura, nos llevan a suscribir la opinión de los investigadores más prudentes, que sitúan la población anterior a la conquista muy por debajo de los diez millones. Ninguno de ellos discute lo que innumerables documentos pruebas irrefutablemente, es decir, la rápida disminución de la población india, hasta su punto más bajo alcanzado en los primeros decenios del siglo XVII.

TABLA 2.1.

Población de México central (1532-1608)

Año

Meseta

Costera

 Total

Meseta

Costera

 Total

1532

11.226

5.645

16.871

% Variación negativa

1548

4.765

1.535

6.300

-2,3

-35

-2,7

1568

2.231

418

2.649

-1,6

-2,8

–1,9

1580

1.631

260

1.891

-1,1

-1,7

–12

1595

1.125

247

1.372

-1,1

-0,1

–0,9

1608

852

217

1.069

-0,9

-0,4

–0,8

1532-1608

 

 

 

-1,5

-1,9

–1,6

1542-1608

 

 

 

-1,2

-1,4

-1,3

Si bien los datos escasean, los testimonios documentales y literarios son abundantes. La primera oleada epidémica grave fue la de la viruela que, llegada al Caribe con Colón, ya había exterminado la población de La Española y de Puerto Rico antes de pasar a México. Bernal Díaz del Castillo, uno de los lugartenientes de Cortés, escribió «volvamos ahora a Narváez y a un negro que llevaba consigo, lleno de viruelas; un negro funesto para Nueva España porque fue la causa de que la viruela se contagiara y se difundiese por todo el país, provocando una gran mortandad, que, según decían los indios, superaba todas las anteriores, y como no la conocían, se lavaban muy a menudo y por esta causa morían muchísimos». La viruela exterminó a los aztecas, mató al sucesor de Moctezuma, se propagó a Guatemala y pasó después de América Central al Imperio Inca, precediendo, parece ser, a Pizarro y sus conquistadores.

La segunda epidemia grave fue de sarampión, que entre 1529 y 1535 pasó del caribe a México y América Central. A continuación hay noticias del matlazahuatl, según el término azteca —tal vez se tratase del tifus— que en 1545 recorrió todo el continente. También hay noticia de una variedad de gripe en 1557, de la viruela en 1563, una vez más del matlazahuatl en 1575-1576 y de la viruela en 1588 y 1595. "Sánchez Albornoz", de quien he obtenido las informaciones precedentes, observó que «durante el siglo decimosexto las epidemias continentales se sucedieron a intervalos casi decenales ... En el siglo siguiente la sucesión se hizo más irregular y su ámbito geográfico más circunscrito .., tal vez los indios habían generado: después de aproximadamente tres cuartos de siglo, los anticuerpos necesarios y resistían mejor los asaltos epidémicos. No es tampoco imposible que estas enfermedades se hubiesen convertido e endémicas en diversos lugares, y que los lugareños hubiesen alcanzado cierto grado de adaptación.

La teoría del terreno virgen se encuentra así confirmada por los hechos. Análogamente el caso de la peste (mucho más letal) en Europa, un siglo después del contacto se creó, de alguna manera, un equilibrio, visible en la menor intensidad de la crisis y en su menor frecuencia y sincronización, verificables en los efectos en la detención del declive demográfico y en la recuperación esbozada en la segunda mitad del siglo XVII. Las epidemias en terreno virgen es la explicación principal de la conmoción demográfica indígena, aunque otras implicaciones —el genocidio, sostenido por el dominico Bartolomé de las Casas, generoso paladín de los indios; el trabajo forzado; la reestructuración productiva— no fueron ciertamente hechos extraños a ella.

Un segundo aspecto que ha de ponerse de relieve es la variedad de las enfermedades letales que afectaron al Nuevo Mundo. Entre éstas, no sólo se encuentran la viruela y, probablemente, el tifus —verdaderos flagelos también de las poblaciones del Viejo Mundo— sino también la tuberculosis, el sarampión, la gripe y la varicela. Los testimonios de la gran letalidad de la viruela en poblaciones desconocedoras de ésta son abundantes fuera de Mesoamérica; en el siglo XVII quedan diezmados los hurones y los algonquines del Canadá; en el siglo siguiente, los cherokees y otras tribus de las grandes llanuras, así como los indios de California establecidos cerca de las misiones fundadas en los últimos decenios del siglo XVIII. Lo mismo puede decirse de los efectos del sarampión: «cuando el sarampión fue introducido en las Islas Fidji en 1875, como consecuencia de la visita del rey de Fidji y de su hijo a Sidney .., causó la muerte de 40.000 personas en una población de aproximadamente 150.000». En la segunda mitad de nuestro siglo, el sarampión afectó, en 1952, a los indios y esquimales de Ungava Bay, al norte de Quebec; en 1954 a los aborígenes brasileños de la remota reserva de Xingu; en 1968 a los yanomano del Orinoco en los confines entre Brasil y Venezuela. A pesar de algún auxilio de la medicina moderna, la mortalidad se aproximó, en los tres casos, al 10%. Inverso, aunque análogo, fue el mecanismo que produjo la disolución rapidísima de la comunidad de loreneses, formada por varios millares, enviados a colonizar la Maremma por el regente del Gran Ducado; no habituados al clima y, sobre todo, a la malaria y a otras fiebres, fueron diezmados rápidamente.

5. Los franceses del Canadá, artífices de un éxito demográfico

Después de la historia de dos catástrofes —la gran peste y el exterminio de los indios— provocadas por la mortalidad infectivo-epidémica, volvamos a la historia de un éxito demográfico. En la provincia canadiense de Quebec, en la cuenca del San Lorenzo de una superficie cinco veces mayor a la de Italia, unos pocos miles de pioneros inmigrantes en el siglo XVIII fueron los progenitores de la mayor parte de los 6,5 millones de habitantes de hoy en día. En un clima riguroso y poco hospitalario, unos pocos intrépidos pronto se aclimataron y, favorecidos por la abundancia de recursos naturales y por la disponibilidad de tierras, se multiplicaron rápidamente. En 1776, Adam Smith escribía: «en las colonias británicas de Norteamérica se ha descubierto que los habitantes doblan su número cada 20 o 25 años.., este aumento no es debido a la inmigración continua de nuevos habitantes, sino a la rápida multiplicación de la especie. Aquellos que sobreviven hasta la vejez ven a menudo entre 50 y 100 descendientes de su propia sangre y a menudo muchos más»." Parecidas observaciones hicieron otros contemporáneos, de Benjamin Franklin a Malthus. Veremos que estas observaciones son sustancialmente exactas, y que han determinado gran parte te del crecimiento de Norteamérica, de las escasas decenas de colonos del siglo XVIII a más de ochenta millones de habitantes del siglo XIX.

Al éxito demográfico de gran parte de la población americana y australiana, también ha contribuido —además del dinamismo de pioneros y colonizadores— un flujo continuo de inmigración. Se ha calculado que en el período 1840-1940, el incremento migratorio contribuyó a casi el 40% del  incremento total en Argentina, a cerca del 30 % en Estados Unidos, a poco más del 15 % en Brasil y Canadá, mientras que en el Canadá francés hubo una migración neta constante.

Por tanto, la elección del Canadá francés obedece a dos motivos: el primero es que la inmigración, a partir del siglo XVIII, tiene un efecto reducidísimo sobre el crecimiento de la población; el segundo es que las fuentes canadienses son muy ricas y han sido explotadas con una pericia extraordinaria, permitiendo analizar las razones, por lo menos de tipo demográfico, del éxito de los franceses de América.

Después de la exploración del San Lorenzo por Jacques Cartier en 1534, la colonización francesa toma forma durante el siglo posterior; en 1608 se funda Quebec; en 1627 se constituye la Compañía de los Cien Asociados para la colonización, mientras que en 1663 la dirección del proceso de colonización es asumida directamente por el Gobierno real. En 1680 la colonización está bien enraizada en las riberas del San Lorenzo, con aproximadamente diez mil habitantes organizados en catorce parroquias, y en los cien años posteriores el núcleo vital inicial se verá multiplicado por más de diez (de 12.000 en 1684 a 132.000 en 1784, con un incremento anual medio del 2,4%), que se deben atribuir casi exclusivamente al incremento natural.

Entre la fundación de Quebec (en 1608) y 1700, los inmigrantes al Canadá fueron quince mil aproximadamente; apenas nada para la población francesa de la época (apenas ocho inmigrantes por millón de habitantes)_ se piensa que los vecinos ingleses, con una tercera parte de habitantes, habían enviado al Nuevo Mundo 380.000 emigrantes entre 1630 y 1700. Cuidadosas investigaciones han permitido establecer que apenas una tercera parte de los que inmigraron antes de 1700 (4.997 personas) llegaron a fundar una familia: los otros, o retornaron a la patria o murieron antes de casarse o permanecieron (aunque fueron poquísimos) solteros. Considerando únicamente los verdaderos «pioneros» biológicos que fundaron una familia algunos, pocos, ya casados en el momento de la inmigración; otros, la mayoría, casados después de la inmigración) antes de 1680, se obtiene 3.380 personas (entre ellas 1.425 mujeres), de los que descienden, como ya se ha dicho, la gran mayoría de los canadienses franceses actuales. Análisis refinados sobre este grupo de pioneros y sus descendientes, permiten analizar las particularidades demográficas de los franceses del Canadá y, por consiguiente, las razones de su éxito demográfico. Éstas, en síntesis, se pueden sintetizar en tres elementos:

1. Elevada nupcialidad, particularmente debido a la baja edad en el momento del matrimonio.

2. Alta fecundidad natural.

3. Mortalidad relativamente baja.

En la tabla 2.2 se han indicado, sintéticamente, algunos índices demográficos de los pioneros, comparándolos a los de la población francesa de origen. Las mujeres que llegaban a Nouvelle France se casaban a una edad más de dos años más joven que la de las francesas; además, entre ellas era mucho más elevada la frecuencia de un segundo matrimonio en caso de viudedad (muy frecuente incluso a edades jóvenes debido a la elevada mortalidad de aquellos tiempos). En el matrimonio (más frecuente y más precoz entre los canadienses) la fecundidad era mayor entre los pioneros, presentando intervalos más cortos entre partos sucesivos (25 meses, comparado con 29 de los franceses) y una descendencia más numerosa. Por último, también la esperanza de vida de los pioneros, calculada en unos veinte años, era significativamente más alta (casi cinco años) a la de los franceses.

TABLA 2.2.

Comportamiento demográfico diferencial de los pioneros de Canadá y de la población francesa de origen.

 

 

Relación

y Pioneros

Parámetros demográficos

Pioneros

Franceses

franceses

Edad media matrimonio (H)

28,8

25

1,15

Edad media matrimonio (M)

20,9

23

0,91

% segundos matrimonios (H)a

70

67,8

1,03

% segundos matrimonios (M)a

70,4

48,8

1,44

Descendencia completab

6,88

6,39

1,08

Esperanza de vida a 20 años

38,8

34,2

1,13

a: % de y de viudas casados de nuevo antes de los 50 años

b: suma de las tasas de fecundidad legítima, 25-50 años, mujeres casadas antes de los 25 años.

 *

Factores selectivos fundamentan estos comportamientos diferenciales aunque no los determinan completamente. Aquellos que partían, en previsión de un largo y penoso viaje y   de   tener   que afrontar un país poco hospitalario, debían poseer sin duda integridad, fuerza física, coraje e iniciativa. Las largas semanas de duro viaje trasatlántico efectuaban una selección ulterior, porque la mortalidad a bordo de los veleros era notable; muchos de los que no conseguían adaptarse retornaban a la patria. Esta indudable selección, que desde siempre acompaña los fenómenos migratorios, debía ser sin duda responsable de la menor mortalidad, y, tal vez, de la mayor fecundidad. Al mantenimiento de una baja mortalidad debía contribuir, al menos en un primer momento, la bajísima densidad de población y por consiguiente la baja transmisibilidad y difusión de infecciones y epidemias. En lo tocante a la menor edad para el matrimonio (que en los primeros tiempos de la colonia alcanzó para las mujeres los 15-16 años) y a las más frecuentes segundas nupcias, la causa responsable es la distorsión en la estructura por sexo, debida a la mayor inmigración de hombres, a menos que no se con- venga con Adam Smith, según el cual «una viuda joven, con cuatro o cinco niños que, en las clases medias o bajas de Europa, habría tenido escasísimas posibilidades de encontrar un segundo marido, es allí [en Norteamérica) frecuentemente cortejada como una suerte de tesoro. El valor [económico) de los niños es el mayor estímulo al matrimonio».

Las ventajosas condiciones de los pioneros aquí descritas permitieron tener a cada pareja una media de 6,3 hijos, llevando al matrimonio 4,2 de ellos, lo que conduce a una duplicación de la población en menos de treinta años. Los hijos de los pioneros (de los cuales más de cuatro llegaban, como se ha dicho, al matrimonio) tuvieron a su vez 28 hijos, de manera que cada pionero tuvo, de media, 34 hijos y nietos. Aproximadamente una tercera Parte de los pioneros tuvo más de 50 hijos y nietos, tal como señala Smith en el fragmento antes citado.

La alta reproductividad y el intenso crecimiento prosiguieron también en las generaciones sucesivas a la de los pioneros. Si, por una parte, la edad de las mujeres al matrimonio tiende a aumentar ligeramente a medida que la sociedad se normaliza y se establece, por otra parte los hijos de los pioneros, nacidos en Canadá y plenamente integrados en la nueva sociedad, tuvieron una fecundidad aún más elevada que la de sus madres (que a su vez, eran más fecundas que las francesas que se quedaron en su patria Algunos ejemplos cifrados: si se considera las mujeres casadas a los 15-19 años, su descendencia media era de 9,5 hijos en el caso de las residentes en el noroeste de Francia (área de la que emigraron la mayoría de los pioneros, de 10,1 hijos para las. pioneras, mientras que para las mujeres nacidas en Canadá, la descendencia era de 11,4 hijos. En el caso de las mujeres casadas a los 20-24 años, los tres valores respectivos resultaban ser 7,6, 8,1, y 9,5 hijos; para las mujeres casadas a los 25-29 años eran 5,6, 5,6, 5,7, y 6,3. La fecundidad de las canadienses se mantuvo muy elevada también en el siglo XVIII, resultando ser una de las más elevadas que se han verificado en poblaciones no practicantes del control de nacimientos. En lo que se refiere a la mortalidad, la situación parece más favorable en el siglo XVII que en el XVIII, tal vez como consecuencia del aumento de densidad y del debilitamiento de los factores selectivos iniciales relacionados con la inmigración; aún así la mortalidad de los canadienses resulta un poco mejor que la de Francia noroccidental.

Mecanismos de selección al principio; una fuerte cohesión social; factores ambientales favorables fundamentan el éxito demográfico de la inmigración francesa en Canadá. Unos pocos miles de pioneros venidos en la segunda mitad del siglo XVII se encuentran en el origen, medio siglo más tarde, de 50,000 descendientes, constituyendo el motor inicial del crecimiento demográfico expuesto en la tabla 2.3. No finalizaré este apartado sin recordar que mientras la población canadiense francesa aumentaba tan rápidamente, la población francesa de origen (de la que constituyó una pequeñísima fracción) aumentaba lentamente o se estancaba, mientras que la población indígena india, diezmada por las enfermedades y confinada territorialmente por la expansión de los colonos, sufría una regresión. Existe un paralelismo, que no se debe interpretar de manera mecánica, entre estas vicisitudes y las de las poblaciones animales que, emigrando de zonas saturadas, se asientan en nuevos ambientes causando daño a otras especies con las que entran en competencia.

TABLA 2.3.

Población franco-canadiense e inmigración (1608-1949).

Período

Inmigrantes
 instalados

Población
media (miles)

 Inmigrantes
en %
 población  media 

Contribución
de los pioneros al final del período (%) a

1608-1679

3.380

-

-

100

1680-1699

1.289

13

10

86

1700-1729

1.477

24

6

80

1730-1759

4.000

53

7,5

72

1760-1799

4.000

137

3

70

1800-1899

10.000

925

1

69

1900-1949

25.000

2.450

1

68

a: Los datos de esta columna se deben entender como la estimación del aporte de los pioneros al patrimonio genético del conjunto de la población franco-canadiense al finalizar cada uno de los periodos indicados en la primera columna.

 

6. En los umbrales del mundo contemporáneo

En el siglo XVIII, Europa entra en una fase de transformación económica, demográfica y social de gran importancia. El desarrollo de esta gran transformación, completaría un ciclo en el viejo continente y en sus extensiones transoceánicas en los dos siglos posteriores, extendiéndose al resto del mundo. Se trata de una transformación que cambia radicalmente los fenómenos que determinan el crecimiento: natalidad y mortalidad, generalmente muy elevados, reduciéndose en el transcurso de dos siglos hasta los niveles bajísimos que conocemos hoy en día; las fuerzas de constricción han sido puestas bajo control eficientemente.

No obstante, en una primera fase, las fuerzas de constricción son aún muy fuertes; el control de nacimientos —salvo en algunos casos particulares, como Francia— es aún desconocido y la actividad médica y sanitaria ha conseguido pocos méritos en su lucha por reducir la mortalidad. Pero entre 1750 y 1850 la población europea experimenta una neta aceleración; la tasa anual, de apenas 1,5 %0 entre 1600 y 1750, aumenta a 6,3 por mil entre 1750 y 1850. Esta aceleración afecta a todos los-grandes países (tabla 2.5), aunque es mucho más duradera en algunos (Inglaterra, por ejemplo) que en otros (Francia). Sin embargo, el período comprendido entre mediados del siglo XVIII y mediados del siglo XIX no es inmune a la desgracia, aunque finalmente se convierta en inmune a la peste y venga la viruela (Jenner descubre la vacuna en 1797); la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas devastan Europa durante veinte años; la última gran crisis de subsistencia —la carestía de 1816-1817 y el tifus asociado a ella— afectan la totalidad de Europa, y una pestilencia en un principio desconocida —el cólera— recorre todo el continente. No obstante a todo ello, la población aumenta vigorosamente y desborda hacia América con el inicio de la gran migración transoceánica.

Sobre las causas de la aceleración demográfica a partir de mediados del siglo XVIII se ha desarrollado un debate que todavía permanece abierto, lo que también es debido a que los mecanismos demográficos no se han aclarado completamente. En algunos casos, esta aceleración se ha debido principalmente a un aumento de la natalidad como consecuencia de la mayor nupcialidad; en otros casos, la mayoría, la reducción de la mortalidad constituye el factor principal.

TABLA 2.5.

Desarrollo de algunas poblaciones Europeas (1600-1850)

 

 

 

 

Índices

Dens.

 

 

 

 

 

Millones

1750

1850

1850

hab./

Distribución %

PAÍS

1600

1750

1850

1600
=100

1750
=100

1600
=100

km2

1750

1600

1750

1850

Inglaterra

4,1

5,7

17

139

289

402

47

7

8

14

Holanda

1,5

1,9

3,1

127

163

207

63

3

3

2

Alemania

12

15

27

125

180

225

42

22

21

22

Francia

19

25

36

132

143

188

46

34

34

29

Italia

12

16

25

131

158

207

52

22

22

20

España

6,8

8,4

15

124

173

213

17

12

11

12

Total

55

72

122

129

170

220

 

100

100

100

 En el caso de Inglaterra, el país con mayor incremento demográfico en el período, las investigaciones más recientes atribuyen al aumento de fecundidad (sostenido por el aumento de la nupcialidad) más que a la disminución de la mortalidad, la aceleración demográfica de la segunda mitad del siglo XVIII. La revolución industrial habría generado un aumento notable de la demanda de trabajo, éste habría estimulado los matrimonios y por lo tanto los nacimientos (que aún no estaban sujetos a «control» en la vida conyugal). Sin embargo, también la mortalidad disminuyó, y el efecto conjunto provoca una aceleración demográfica perdurable y la triplicación de la población en un siglo.

En gran parte de Europa, la transición entre el siglo XVIII y el XIX conduce a una disminución de la mortalidad. Esta mejoría es visible, en primer lugar, en la menor frecuencia de las crisis de mortalidad relacionadas con estallidos epidémicos a veces derivados de carestías y penurias). Un ejemplo: en Inglaterra, de un grupo de  404 parroaquias, la frecuencia de los meses con mortalidad intensa fue de 13% en la primera mitad del siglo XVIII, frente a 9% en la segunda mitad y 6% en el primer cuarto del siglo XIX, denotando una disminución de la incidencia de la crisis. En Francia, la incidencia de las grandes crisis desciende fuertemente entre la primera y la segunda mitad, del siglo XVIII, tanto es así que se habla de final de la crisis del ancien régime como la que, para entenderse, provoca un millón de muertos más de lo normal después del riguroso invierno de 1709, o como la no menos severa crisis de 1693-1694 y de 1739-1741. En otras zonas de Europa la disminución es menos clara o más tardía, como en Alemania, Italia o España.

Las causas de la atenuación de las grandes crisis de mortalidad son de naturaleza biológica, económica y social. Causas biológicas, porque no se puede excluir que el efecto del proceso de adaptación mutuo entre agentes patógenos y huéspedes (del que hemos hablado antes), sostenido por la mayor densidad de población y la mayor movilidad, haya conducido a la disminución de la virulencia de algunas patologías. Causas sociales que conciernen, por el contrario, a la atenuación de la transmisibilidad de las infecciones, como consecuencia de una mayor higiene privada y pública. Causas económicas, finalmente, atribuibles no sólo al progreso técnico, sino también a la mejora del sistema de transporte y por consiguiente de la redistribución de alimentos entre regiones con abundancia y regiones con escasez.

Sin embargo, la mortalidad en Europa disminuye también por otras razones distintas de la desaparición de los años de crisis. La esperanza de vida, por ejemplo, aumenta en Inglaterra de 33 a 40 años entre 1740-1749 y 1840-1849; en Francia, en el mismo período, pasa de 25 a 40 años; en Suecia, de 37 a 45 años (entre 1750-1759 y 1840-1849); en Dinamarca, de 35 a 44 años (entre 1780-1789 y 1840-1849)." Ciertamente, la disminución de la mortalidad, ya sea de «crisis» o «normal», es responsable de la aceleración del crecimiento demográfico. Una de las hipótesis más acreditadas, en los últimos años, es la «alimentaria», propugnada vigorosamente por McKeown." Según esta hipótesis, la aceleración demográfica del siglo XVIII sería consecuencia de la disminución de la mortalidad, que no es explicable ni por el progreso de la medicina, que no influyó (salvo la vacuna de la viruela) hasta finales del siglo XVIII, ni por cambios en la higiene pública o privada (que en algunos casos —por ejemplo en las grandes ciudades— había empeorado francamente) ni por otros factores. La verdadera causa habría sido la mejora del nivel alimentario de la población que acrecentando la «resistencia» orgánica a las infecciones habría producido el retroceso de la mortalidad. Estas mejoras alimentarias se producen como consecuencia del progreso de la productividad en la agricultura y por la introducción de nuevos cultivos, del maíz a la patata, y por lo tanto de una producción más abundante.

Esta tesis entra en conflicto con algunas consideraciones que inclinan la balanza de la interpretación hacia otros factores. En primer lugar, la relación entre nivel nutritivo y «resistencia» a las infecciones es válida, sobre todo cuando se consideran casos de severa malnutrición; éstas eran frecuentes en períodos de gran escasez mientras que, en los años normales, el nivel alimentario de la población europea se mostraba suficiente. En segundo lugar, la segunda mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, período en el que concluye esta primera «transición» de la mortalidad, no parece ser un período feliz. Ciertamente, se difunden nuevos cultivos; en segunda mitad del siglo XVIII la patata parecía a la baja en Europa: la grave carestía de 1770-1772 en la Europa centro-septentrional proporcionará impulso notable a su difusión, que en breve fue muy amplia, convenciendo a los más reacios a superar sus desconfianzas. Una superficie cultivada de patatas podía alimentar el doble o el triple de personas respecto a una superficie igual en la que se cultivan cereales. El trigo morisco, más versátil podría sembrarse avanzado el año, si fallaba la siembra invernal. El maíz se difunde en España en el siglo XVII, pasando más tarde al suroeste Francia y al valle del Po, para proseguir su marcha hacia los Balcanes, igual que en el caso de la patata, la crisis de subsistencia de 1816-1917 provocó la difusión geográfica de su cultivo. Pero en muchos casos, la introducción de los nuevos cultivos no significó una mejora del consumo per capita. A menudo, como en Irlanda la patata, los nuevos cultivos permitieron alimentar población adicional, pero provocaron el abandono de productos más apreciados, como los cereales, empobreciendo la dieta. Es famosa la iniciativa de Cobbett, de viaje por Irlanda: «... es un placer, además de un deber, el desaconsejar por todos los medios el cultivo de este maldito tubérculo, convencido como estoy de que ha provocado más daño a la humanidad que la espada y la pestilencia juntos». En Inglaterra, al igual que en Flandes, existen pruebas de que al aumentar el consumo de patatas disminuye el de cereales; en las regiones donde el maíz tuvo mayor fortuna, y en Italia en particular, éste se convirtió en el alimento principal y fue la causa de la terrible difusión de la pelagra.

Otras consideraciones, de carácter indirecto, inducen a considerar dudosa la hipótesis alimentaria. Un primer elemento lo constituye la disminución generalizada de los salarios reales acaecida en toda Europa entre la primera mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX. La disminución del salario real es un indicio de la disminución del poder adquisitivo de los asalariados (y quizá de otras categorías) que, en proporción próxima a 4/5 era generalmente destinado a adquirir alimentos. Un segundo elemento constituye la disminución de la estatura, que se habría producido en el mismo período, tanto en Inglaterra como en el Imperio de los Habsburgo y en Suecia. La estatura es muy sensible a la alimentación y una disminución o un estancamiento) no es precisamente un índice de mejoría del estándar nutritivo. Finalmente, la disminución de la mortalidad se produjo sobre todo en las edades más jóvenes (como siempre sucede cuando la disminución es debida a enfermedades infecciosas, que constituyen una causa de muerte menos importante a edades maduras y en los ancianos). No obstante, los niños, hasta el momento del destete, que era tardío (generalmente entre el primer y segundo año de edad), se alimentaban de la leche materna y por tanto su nivel nutritivo era ampliamente independiente de las vicisitudes de la producción agrícola y del consumo. Sin embargo, la mortalidad disminuyó también en su caso, no porque se les alimentase de otra manera sino porque cambió la manera de criar a los niños, de protegerlos del ambiente circundante y de defenderlos de la intemperie.

La disminución de la mortalidad fue debida a una pluralidad de causas y quizá ninguna, tomada individualmente, prevaleció. Pero, aun siendo benévolos, la hipótesis alimentaria resiste peor la criba de la crítica que otras hipótesis. La mayor producción agrícola, sin embargo, sostuvo el aumento demográfico (la población se duplica, o casi, en un siglo), pero no mejoró mucho el nivel nutritivo. La posibilidad de cultivar nuevas tierras, sustraídas a pastizales, pantanos y terrenos baldíos; el perfeccionamiento de las técnicas y la introducción de nuevos cultivos, si bien no fueron responsables de la disminución de la mortalidad, permitieron el aumento de la población agrícola, creando nuevos núcleos y acelerando la nupcialidad. Además, este movimiento se sustentó en el crecimiento del sector industrial, en el proceso de urbanización y en un aumento general de la demanda de trabajo no agrícola, que ofreció salidas a la población rural.

El crecimiento demográfico del siglo XVIII se produjo bajo el signo de la puesta en cultivo de nuevas tierras; en Francia, a finales del Antiguo Régimen, las tierras de cultivo eran casi 24 millones de hectáreas, frente a 19 millones treinta años antes; en Inglaterra la parcelación de tierras afecta a unos pocos centenares de acres por año a principios del siglo XVIII, y 70.000 acres por año en la segunda mitad; en Prusia y en la Maremma se desecan marismas y pantanos, al igual que el drenaje de bogs y fens permitió saciar el hambre de tierra en Irlanda e Inglaterra.

 

LA DEMOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA: HACIA EL ORDEN Y LA EFICIENCIA

1. De la dispersión a la economía

Cuando en 1769 James Watt construyó una máquina de vapor con condensador separado, la eficiencia respecto a la máquina precedente de Newcomen, utilizada en la minería para el bombeo de agua, resultó enormemente mejorada. A igualdad de potencia, la máquina de Watt consumía una cuarta parte del combustible necesario para la máquina de Newcomen, ahorrando la energía que se disipaba por el calentamiento del cilindro en cada movimiento del pistón. Éste fue el paso decisivo para la afirmación de las máquinas de vapor en todos los sectores de la economía.

Algo parecido les ha sucedido a las poblaciones occidentales durante los últimos siglos. El crecimiento era lento y se producía con una gran disipación de energía demográfica; las mujeres debían dar a luz una media docena de hijos para poder ser reemplazadas por la generación posterior. Cada generación de nacidos, en efecto, perdía de una mitad a una tercera parte de sus componentes antes de que éstos alcanzasen la edad reproductiva y pudiesen convertirse en reproductores. Las sociedades del antiguo régimen eran, por consiguiente, ineficientes desde el punto de vista demográfico: para obtener un nivel bajo de crecimiento necesitaban abundante combustible (los nacimientos) y dispersaban una enorme cantidad de la energía producida (los muertos). Además de por la «ineficiencia», el antiguo régimen demográfico se caracterizaba también por el «desorden» demográfico. Las probabilidades de que un hijo muriese antes que su padre, o un nieto antes que su abuelo y de que, en definitiva, el orden natural de precedencia entre generaciones de se subvirtiese era notable. El alto riesgo de muerte y la frecuencia las catástrofes convertían en inciertos y precarios los proyectos y cálculos a largo plazo que se fundamentaban en una persona determinada.

Durante los últimos dos siglos nace, se desarrolla y finaliza el ciclo demográfico moderno de Occidente; la población europea se cuadruplica; la esperanza de vida pasa de valores comprendidos entre 25 y 35 años a 70-75: el hijos número de hijos por mujer desciende de 5 a menos de 2; natalidad y mortalidad descienden de valores comprendidos a lo sumo entre 30% y 40% a valores próximos a 10%. Esta profunda transformación, que es parte integrante de las transformaciones sociales del último siglo, ha adoptado el nombre de «transición demográfica», que hoy en día se utiliza habitualmente como la locución «revolución industrial». Aquella denomina el complejo proceso de paso del desorden al orden y de la dispersión a la eficiencia que se ha producido durante la época contemporánea. En los países en vías de desarrollo, este proceso está en curso: en algunos países, más atrasados, apenas se ha iniciado; en otros, más avanzados, se acerca a su fin. La experiencia europea, y occidental en general, con las adaptaciones históricas necesarias, puede ser una buena guía para la interpretación de lo que está sucediendo en el resto del mundo.

FIN

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Selección realizada por:

Javier Colomo Ugarte

Doctor en Geografía e Historia

 

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