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Resumen de la historia de la demografía mundial desde el
paleolítico al siglo XX
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
1.
Los números tienen la palabra
1. EL DESARROLLO DEMOGRÁFICO: ENTRE ELECCIÓN Y
CONSTRICCIÓN
1.
Constricción, elección, adaptación
2.
De cazadores a agricultores: la transición demográfica del neolítico
3.
La gran peste y el declive demográfico de Europa
4.
La catástrofe de los indios de América: microbios antiguos, poblaciones nuevas
5.
Los franceses del Canadá, artífices de un éxito demográfico
6.
En los umbrales del mundo contemporáneo
LA DEMOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA: HACIA EL ORDEN Y LA
EFICIENCIA
1. De la dispersión a la economía
El presente resumen esta extraído de la obra de Maxximo Livi-Bacci:
Historia mínima de la población mundial (1990). La selección está
realizada para ilustrar los cambios demográficos desde los albores de la
humanidad hasta la primera transición demográfica del Neolítico, y desde ésta
hasta la segunda gran transición acaecida con la revolución industrial.
*
INTRODUCCIÓN
1. Los números tienen la palabra
En julio de 1982, China Popular efectuó, con el auxilio de diez
millones de agentes censales, adecuadamente instruidos, el tercer censo de la
Revolución, enumerando 1.006 millones de habitantes. Ha sido la operación de
investigación social más gigantesca emprendida en el mundo. Hasta mediados de
este siglo no eran pocas las regiones del mundo menos desarrollado para las que
sólo existían estimaciones demográficas fragmentarias e incompletas. En los
países occidentales la era estadística moderna se remonta al siglo pasado,
cuando se generaliza la costumbre de censar la población a intervalos regulares,
iniciada en algunos países en el siglo precedente. Los 10,4 millones censados en
el reino de España en el verano de 1787 por orden del primer ministro de Carlos
III, Floridablanca, o los 3,9 millones censados en los Estados Unidos en 1790 en
obediencia al primer artículo de la Constitución aprobada tres años antes en
Filadelfia, son los primeros ejemplos de censos modernos en grandes países. En
los siglos precedentes existen, naturalmente, recuentos y estimaciones, a menudo
relacionadas con finalidades fiscales en áreas territoriales limitadas o de una
cobertura incompleta. Pertenecen a esta categoría de documentación las listas de
familias existentes en la China de la dinastía de los Han, al inicio de nuestra
era, o a la Ching del siglo pasado. A la obra del estadístico debe
sumarse la del historiador, hábil en la estimación, integración e interpretación
de las fuentes. Para muchas regiones del mundo anteriormente a nuestro siglo, en
la Europa anterior a la alta Edad Media o en la China de antes de nuestra era,
las estimaciones sólo son posibles sobre la base de informaciones de carácter
cualitativo, como la existencia o la extensión del área cultivada, o sobre la
base de deducciones acerca de la posible densidad en relación con el ecosistema,
a la tecnología, a la organización social. Paleontólogos, arqueólogos y
antropólogos proporcionan una ayuda esencial.
Los datos sobre el crecimiento demográfico mundial, contenidos en
las tablas 1.2 y 1.3 están basados en gran parte
sobre conjeturas y en deducciones fundadas en informaciones no cuantitativas
coherentes con éstas. La tabla 1.2 presenta una
síntesis de estas tendencias que es útil ilustrar. Las tasas de incremento para
intervalos muy largos son, naturalmente, una abstracción, porque suponemos una
variación de intensidad constante en cada período, a pesar de que se sabe, como
veremos, que la población procede por ciclos. Suponiendo, con Biraben,
que con anterioridad a la maduración de la cultura del paleolítico superior
(35000-30000 a.C.) la población mundial no superaba unos centenares de miles de
individuos, el crecimiento en los 30.000 años precedentes al neolítico se habría
situado, como media, alrededor de menos de 0,1 por 1.000 habitantes por año,
crecimiento casi imperceptible, con un tiempo de duplicación de aproximadamente
8.000-9.000 años. En los 10.000 años que precedieron nuestra era, al surgir y
difundirse la agricultura del neolítico en el Medio Oriente y en el Alto Egipto,
el ritmo se acelera; el incremento es de 0,4 por 1.000 (que implica una
duplicación en menos de 2.000 años), situando la población, de unos pocos
millones, en unos 250 al inicio de nuestra era.
TABLA 1.2.
Población de los continentes (400 a. C. - 1985:
en millones).
|
10000
a.C. |
0 |
1750 |
1950 |
1988 |
Población (millones) |
6 |
252 |
771 |
2,53 |
5,04 |
Incremento % anual |
0,008 |
0,037 |
0,064 |
0,596 |
1,814 |
Período de duplic. (años) |
8.369 |
1.854 |
1.083 |
116 |
38 |
Nacimientos (millones) |
9.290 |
33,6 |
22,64 |
10,42 |
4,52 |
Nacimientos (%) |
11,6 |
41,7 |
28,1 |
13 |
5,6 |
Esperanza de vida (eo) |
0,2 |
22 |
27 |
35 |
55 |
Años vividos (millones) |
185.800 |
739,2 |
611,3 |
364,7 |
248,6 |
Años
vividos (%) |
8,6 |
34,4 |
28,4 |
17 |
11,6 |
Nota: En el caso
de los nacimientos, esperanza de vida y años vividos, los datos se refieren al
intervalo entre la fecha indicada en el encabezamiento de la columna y la fecha
de la columna precedente (en la primera columna, del origen hipotético de la
humanidad al 10000 a. c.).
*
Este ritmo de incremento (a pesar de la presencia de amplios
ciclos) se consolida en los 17 siglos y medio d.C.; la población se triplica
hasta llegar a 750 millones en vísperas de la revolución industrial, con una
tasa de incremento de 0,6%. Sin embargo, es la revolución industrial la que da
lugar a una aceleración decisiva (de aproximadamente 10 veces), en los dos
siglos posteriores con incremento del 6 %, (duplicación en 118 años) como
consecuencia de una rápida acumulación de recursos, del control del ambiente y
del retroceso de la mortalidad. Este proceso culmina en la segunda mitad del
siglo XX; en las cuatro décadas posteriores a 1950 la población se duplica de
nuevo y la tasa de crecimiento se triplica, situándose en 18%. La población ha
emprendido un ritmo tal decrecimiento que, no obstante los signos de moderación
del incremento, se alcanzarán con toda seguridad 8.000 millones de habitantes
hacia el año 2020 y 10.000 en el próximo siglo. La aceleración de la tasa de
incremento y la disminución del tiempo de duplicación (que se contaba en miles
de años antes de la revolución industrial, y actualmente en décadas) es una
indicación de la velocidad de dilatación de los límites del crecimiento acaecida
en las diversas etapas de la historia de la humanidad.
La tabla 1.2 responde a una demanda
que, a primera vista, parece simple curiosidad estadística. ¿Cuántas personas
han vivido en la tierra en cada uno de los períodos indicados? La respuesta
requiere el cálculo del nacimientos habidos en cada período; según la atrevida
hipótesis de Bourgeois Pichat, se pueden estimar en 80.000 millones los
nacidos desde los orígenes de la humanidad hasta nuestros días, de ellos 4.500
millones en los últimos 38 años y apenas dos veces más durante los 100.000 años
de recorrido de la humanidad anteriormente al neolítico. En 1988, los más de
5.000millones de habitantes del planeta representaban más del 6 % del total de
seres que han visto la luz sobre la Tierra desde el alba de la humanidad hasta
hoy.
Sin embargo, razonando en otras coordenadas, y recordando que lo
que somos ahora depende de la experiencia acumulada por nuestros progenitores,
transmitida hasta nosotros, seleccionada, condicionada y modificada, observamos
que el 12 % de esta experiencia se había acumulado antes del neolítico y que más
del 80 % es anterior a 1750 y a la experiencias industrial-tecnológica. Si se
atribuye a los nacidos en cada época esperanzas de vida al nacimiento (excepto
en el último periodo, que la estimación se basa en fuentes estadísticas), se
sustenta en informaciones fragmentarias y de meras conjeturas), para calcular
los años vividos por los nacidos en cada época. Los nacidos entre 1950 y 1988
habrían vivido (al final de su vida) aproximadamente 250.000 millones de años,
un tercio más de los años vividos por todos los nacidos con anterioridad al
neolítico. Los 300.000 millones de años vividos (en el curso de sus vidas) por
las personas que vivieron en el año 1988, representan, aproximadamente, una
séptima parte de todos los años vividos desde el inicio de la humanidad.
TABLA 1.3.
Población de los continentes (400 a, C.- 1985; en
millones).
Año |
Asia |
Europa |
Euro
Asia |
África |
Amé-
rica |
Ocea-
nía |
Mundo |
400 aC |
95 |
19 |
13 |
17 |
8 |
1 |
153 |
0 |
170 |
31 |
12 |
26 |
12 |
1 |
252 |
200 |
158 |
44 |
13 |
30 |
11 |
1 |
257 |
600 |
134 |
22 |
11 |
24 |
16 |
1 |
208 |
1000 |
152 |
30 |
13 |
39 |
18 |
1 |
253 |
1200 |
258 |
49 |
17 |
48 |
26 |
2 |
400 |
1340 |
238 |
74 |
16 |
80 |
32 |
2 |
442 |
1400 |
201 |
52 |
13 |
68 |
39 |
2 |
375 |
1500 |
245 |
67 |
17 |
87 |
42 |
3 |
461 |
1600 |
338 |
89 |
22 |
113 |
13 |
3 |
578 |
1700 |
433 |
95 |
30 |
107 |
12 |
3 |
680 |
1750 |
51 |
111 |
35 |
104 |
18 |
3 |
771 |
1800 |
631 |
146 |
49 |
102 |
24 |
2 |
954 |
1850 |
790 |
209 |
79 |
102 |
59 |
2 |
1.241 |
1900 |
903 |
295 |
127 |
138 |
165 |
6 |
1.634 |
1950 |
1.393 |
395 |
180 |
219 |
330 |
13 |
2.530 |
1985 |
2.836 |
492 |
279 |
555 |
669 |
25 |
4.836 |
Incremento % medio anual |
0-
1750 |
0,06 |
0,07 |
0,06 |
0,08 |
0,02 |
0,06 |
0,06 |
1750-
1950 |
0,51 |
0,64 |
0,82 |
0,37 |
1,46 |
0,74 |
0,6 |
1950-
1985 |
2,05 |
0,63 |
1,26 |
2,69 |
2,04 |
1,89 |
1,87 |
Finalmente, si se razona en términos de recursos utilizados, y si
estos se limitan a los energéticos, se puede hacer una interesante *constatación
suplementaría. Se calcula que en 1984 el consumo anual se ha situado en 239.542
petajoules, y que el consumo energético de los años 80 ha sido aproximadamente
equivalente al consumo de la humanidad desde sus orígenes hasta el neolítico.
Esta información no pretende sorprender, sino mostrar en qué medida tan
extraordinaria han aumentado los recursos a disposición de la humanidad respecto
a las sociedades agrarias.
Naturalmente, el crecimiento demográfico no se ha producido de
manera continua, sino mediante ciclos de expansión y de inflexión, de los que
se pueden apreciar diversos aspectos a largo plazo en la
tabla 1.3. Limitándose a Europa, la triplicación de la población entre el
inicio de nuestra era y el siglo XVIII no se ha producido gradualmente, sino que
ha sido el resultado de sucesivas ondas de expansión y de crisis: crisis del
bajo Imperio Romano y en la época de Justiniano con las invasiones bárbaras y la
peste; expansión en los siglos XII y XIII; nueva crisis, gravísima, como
consecuencia de las visitas periódicas de la peste a mediados del siglo XIV;
importante aumento desde mediados del siglo XV hasta finales del XVI; crisis o
estancamiento hasta principios del XVIII, cuando se reúnen fuerzas para la
expansión moderna.
Además, estos ciclos no son sincrónicos en las diversas regiones,
de manera que el peso demográfico cambia en el tiempo; el de Europa sobre el
total del mundo parte del 18 al 25% entre 1500 y 1900 y desciende al 18% en
1988; la totalidad del continente americano, que tal vez contenía una veinteava
parte de la población mundial al inicio de nuestra era, alberga actualmente una
séptima parte.
EL DESARROLLO DEMOGRÁFICO: ENTRE ELECCIÓN Y CONSTRICCIÓN
1. Constricción, elección, adaptación
Se esbozarán a continuación algunos puntos de referencia. El
desarrollo demográfico se explica con intensidad variable en el ámbito de un
espacio estratégico bastante amplio que permite velocidades de crecimiento, o de
reducción, muy considerables, que pueden llevar a una población a constituir una
cifra elevada o a la extinción. Este espacio estratégico tiene como límites la
capacidad de reproducción y la de supervivencia, muy determinados en sus máximos
por las características biológicas de la especie humana. A muy largo plazo, el
crecimiento demográfico se desarrolla en proporción al crecimiento de los
recursos disponibles, que le interponen límites infranqueables. Estos recursos,
como se sabe, no son inmóviles y estáticos, debido a que se expanden bajo la
acción incesante del hombre. Nuevas tierras se pueblan y explotan, los
conocimientos cambian, las técnicas se modifican. Dejamos la discusión sobre
cuál es el motor y cuál es el remolque, entre recursos y población; es decir, si
el desarrollo de la primera arrastra la segunda o si ocurre lo contrario: si la
disponibilidad adicional de una ración de comida y energía permite sobrevivir a
un individuo suplementario o si los dos brazos suplementarios permiten la
producción de la ración adicional. O si, en definitiva, ambas magnitudes ejercen
a la vez de motor y de remolque según las vicisitudes históricas.
Nuestro interés se dirige ahora a otro problema, avanzado ya en
el apartado precedente.
Allí identificamos, en efecto, tres grandes ciclos de poblamiento:
1º de los primeros habitantes a la transición del neolítico, 2º del neolítico a
la revolución industrial, 3º de la revolución industrial hasta nuestros días.
Las fases de transición han comportado la ruptura de laboriosos equilibrios
entre población y recursos. Pero dentro de estas grandes fases el desarrollo
demográfico se produce irregularmente, con períodos de aceleración,
estancamiento o de regresión.
Pero ¿qué determina estas fases? Desde un punto de vista
meramente conceptual se puede observar que el desarrollo demográfico oscila
entre dos grandes sistemas de fuerzas: las de constricción y las de elección.
Entre las primeras podemos enumerar la finitud del espacio y por tanto de la
tierra, de la producción de comida y de otros recursos que satisfacen las
necesidades primarias. Sin embargo, el espacio actúa como limitativo también por
otra vía, esto es, a través del mayor riesgo de aparición y difusión de
patologías infecciosas: cuanto mayor es la densidad, mayor es el riesgo de
muerte por enfermedad infecciosa, en igualdad de otras condiciones. Las
agresiones epidémicas ejercen asimismo potentes fuerzas de constricción al
crecimiento, sólo débilmente correlacionadas con la densidad de población.
También las características ambientales tienen influencia autónoma sobre la
capacidad de crecimiento demográfico: basta pensar en el clima y las
limitaciones que impone al poblamiento y a la supervivencia, en sus formas
extremas de calor y de frío. Así pues, estos factores de constricción son
relativamente fijos en el tiempo; lo que significa que pueden ser modificados
por la acción del hombre, pero sólo a largo plazo. Una población puede aprender
a defenderse de las agresiones epidémicas, puede mejorar el nivel de
disponibilidad de alimentos o atenuar la influencia negativa del clima; sin
embargo, la aplicación de medidas preventivas para disminuir el contagio, la
mejora de las técnicas de cultivo que aumentan la productividad agrícola y los
recursos alimentarios, o la difusión de alojamientos más eficientes para
defenderse de la intemperie no sobrevienen de un día para el otro, sino que
requieren largo tiempo. A corto o medio plazo (aunque a menudo también a largo
plazo) la población debe adaptarse a los factores constrictivos.
El proceso de adaptación supone flexibilidad en los
comportamientos dirigidos a adecuar el crecimiento y las dimensiones de una
población a los factores constrictivos antes mencionados.
Estos comportamientos son en parte automáticos, en parte
determinados socialmente, y en parte derivados de elecciones precisas. Por
ejemplo, frente a la penuria alimentaria, disminuye el crecimiento corporal
(estatura y peso), produciendo adultos con menores necesidades nutritivas,
aunque con eficiencia íntegra. Así, las reducidas dimensiones corporales de los
indios de Mesoamérica se atribuye a un tipo de adaptación a los recursos.
Naturalmente, si la penuria se transforma en grave carencia nutritiva, la
mortalidad aumenta, la población se contrae o desaparece, y no es posible
ninguna adaptación. Otra forma de adaptación casi automática y de cualquier modo
independiente de la acción humana, es la que se forma contra aquellos agentes
patógenos, provocadores de infecciones, que generan inmunidad permanente o semi-permanente
a quien las padece, como sucede con la viruela o el sarampión.
La adaptación se produce asimismo, y principalmente, por otras
vías que hemos analizado. La edad de acceso a la reproducción (matrimonio) y la
proporción de individuos que acceden a ésta, han constituido los medios
principales de control del crecimiento durante la mayor parte de la historia de
la humanidad. Aunque antes de que en el siglo XVIII se difundiese el instrumento
principal de control de la época contemporánea (la limitación voluntaria de los
nacimientos), un conjunto de otros comportamientos podía influir en la
fecundidad de las parejas y en la supervivencia de los recién nacidos: de los
tabús sexuales a la duración del amamantamiento, al aborto, el infanticidio
directo o practicado bajo formas menos explícitas, como la exposición o el
abandono. Finalmente, las migraciones en fuga o a la búsqueda de algo, han
constituido instrumentos de adaptación de la población al ambiente y a los
recursos.
Por consiguiente, el ambiente establece obstáculos al crecimiento
ejerciendo fuerzas constrictivas. Estos obstáculos pueden ser desplazados
mediante acciones a largo plazo, y amortiguados a corto o medio plazo. Los
mecanismos reequilibradores son en parte automáticos, pero principalmente están
relacionados con decisiones (nupcialidad, fecundidad, migraciones). Esto no
quiere decir, como se afirma a menudo imprudentemente, que las poblaciones están
provistas de mecanismos reguladores providenciales que mantengan el crecimiento
y las dimensiones en equilibrio con los recursos. Hay poblaciones que se han
extinguido o han crecido excesivamente en las que no se ha llegado a un
equilibrio.
2. De cazadores a agricultores: la transición demográfica del
neolítico
A partir del décimo milenio a.C. se desarrolla la revolución del
neolítico «que dio al hombre el control sobre la disponibilidad de alimentos
...El hombre empezó a sembrar y a cultivar y a mejorar, con la selección, las
cualidades nutritivas de los granos, raíces y árboles. Consiguió domesticar y
asociarse con algunas especies animales a cambio del alimento que podía
obtener». En definitiva, los cazadores-recolectores se hacen agricultores, y con
el tiempo se convierten de nómadas en sedentarios. La transición, naturalmente,
se produce a un ritmo desigual, y aún en nuestro siglo algunos grupos aislados
sobreviven de la caza y la recolección. La transición se desarrolló de forma
autónoma en tiempos y lugares separados por miles de años y de kilómetros, tales
como el Cercano Oriente, China y Mesoamérica. Las causas de esta transición son
ciertamente complejas y las analizaremos a continuación, en lo concerniente a la
demografía. Asimismo es difícil indicar cifras, aunque la población ciertamente
acelera su ritmo de crecimiento, como lo demuestra la difusión del poblamiento y
el aumento de la densidad de las zonas ya pobladas.
Biraben estima que antes de la aparición de la agricultura había seis millones
de habitantes, que se convirtieron en 250, aproximadamente, a principios
de nuestra era, con una tasa de crecimiento de 0,37 unidades por cada mil
habitantes (una centésima parte del ritmo de incremento alcanzado recientemente
en muchos países en vías de la e desarrollo). Esta tasa es varias veces superior
a la hipotética acaecida entre la aparición de los primeros habitantes y el año
10000 a.C., en el caso de que esta comparación tuviese sentido. Un hecho, por
consiguiente, incontrovertible aunque su interpretación no está establecida, es
que al difundirse la agricultura, la población se multiplica varias veces, y el
límite de los recursos, impuesto por el ecosistema o los cazadores-recolectores,
aumenta considerablemente.
Una vez en presencia de estas certezas numéricas, antropólogos y
demógrafos han discutido por largo tiempo las causas de esta aceleración,
elaborando dos explicaciones diametralmente opuestas. Una teoría clásica parte
del supuesto de que la aceleración del crecimiento es consecuencia del mejor
nivel nutritivo asegurado por el sistema agrícola y, por consiguiente, de la
disminución de la mortalidad. Otra teoría más reciente considera, por el
contrario, que la dependencia de cultivos poco variados disminuye la calidad de
la alimentación, que la sedentarización y la mayor densidad aumentarían los
riesgos de transmisión de enfermedades infecciosas y su incidencia, y que
disminuiría el «coste» de la crianza de los hijos y aumentaría la fecundidad. En
otros términos, con el desarrollo de la agricultura habría aumentado la
mortalidad, pero aún habría aumentado más la fecundidad, permitiendo un
crecimiento más rápido. Si éstos son, en extrema síntesis, los postulados de las
dos teorías, es interesante e instructivo discutir brevemente las
argumentaciones en que se sostienen.
La teoría «clásica» reposa sobre un razonamiento simple pero
convincente. La sedentarización y el inicio de la agricultora y la ganadería
permiten un aprovechamiento más regular y protegen a las poblaciones que viven
del fruto del ecosistema del «estrés» nutritivo relacionado con la inestabilidad
del clima y la alternancia de estaciones. El cultivo de trigo, cebada, mijo,
arroz —cereales altamente nutritivos y fácilmente conservables— aumenta
considerablemente las disponibilidades alimentarias y ayuda a superar los
períodos de penuria. Mejora la salud y la supervivencia, disminuye la
mortalidad, la capacidad de crecimiento se refuerza y se estabiliza.
En los últimos decenios esta teoría se ha puesto en duda
invirtiendo los términos: en las poblaciones agrícolas sedentarias aumenta tanto
la mortalidad como la fecundidad, aunque la segunda más que la primera, lo que
explica la aceleración más elevada entre los agricultores que entre los
cazadores? Esto sucedería principalmente, por dos tipos de causas. El primero
estaría en relación con el hecho de que el nivel nutritivo, desde el punto de
vista de la calidad (y según algunos, también de la cantidad) habría empeorado
con la transición la agricultura. La alimentación de los cazadores-recolectores,
constituida por raíces, hierbas, bayas, frutas y animales, habría sido mucho más
completa que la de los agricultores sedentarios, con una alimentación calórica
suficiente aunque pobre y monótona, debido a la gran prevalencia de los
cereales. La prueba de ello se encontraría en los exámenes de esqueletos: las
dimensiones corporales, la estatura y la fortaleza ósea disminuirían cuando los
cazadores se hacen agricultores estables» Así, Armelagos y otros llegan a
la conclusión de que «los cambios en el sistema de supervivencia tuvieron una
influencia significativa en la adaptación biológica de los antiguos nubios. El
desarrollo de la agricultora comportó una disminución de las dimensiones
faciales y un cambio simultáneo de la morfología del cráneo. Además, la
intensificación de la agricultura provocó malnutrición. Los ritmos de
crecimiento y desarrollo de los huesos, la existencia de anemias debidas a
deficiencia en hierro (demostrada por la hiperostosis porótica), defectos en la
dentadura y la osteoporosis en las mujeres jóvenes y adultas prueban que las
poblaciones nubias más reciente dedicadas a la agricultora intensiva sufrían
deficiencias nutritivas». Citamos este pasaje, no porque la experiencia de los
nubios sea extensible a todos los tipos de transición (admitiendo que los
esqueletos hallados fuesen representativos de las diversas épocas, que no
hubiesen inmigraciones ni errores de estimación), sino para ilustrar el tipo de
pruebas aducidas en apoyo de la hipótesis nutritiva.
El segundo soporte de la teoría es distinto, pero quizá más
convincente. Con la sedentarización se establecen las condiciones para la
aparición, difusión y conservación de enfermedades infecciosas y parasitarias
desconocidas, menos frecuentes en poblaciones móviles y con baja densidad. La
mayor concentración demográfica actúa como «incubador» de los agentes patógenos,
que se mantienen en estado latente en espera de ocasiones favorables para
manifestarse. Las enfermedades transmisibles por contacto se ven favorecidas en
su difusión por una alta densidad. Ésta, por otra parte, aumenta la
contaminación del suelo y el agua, facilitando una nueva infección. Con la
sedentarización, muchos animales, domésticos o no, se instalan de forma estable
en el nicho ecológico humano, pudiendo infectarlo con agentes patógenos
específicos y aumentando, en cualquier caso, la incidencia del parasitismo.
Algunas técnicas agrícolas serían responsables de la difusión de determinadas
patologías como, por ejemplo, la malaria, alimentada por el desarrollo de la
irrigación y por la creación artificial de depósitos de agua estancada. La menor
incidencia de las enfermedades infecciosas agudas en las poblaciones preagrarias
se comprobaría, por ejemplo, por los estudios realizados sobre los aborígenes
australianos en condiciones de aislamiento y en ausencia de contacto con la
población blanca. Por lo demás, se recordará que muchos investigadores
consideran que el grado de complejidad biológica del ecosistema (muy complejo en
los trópicos, simple en las zonas desérticas, árticas, etc.) está en relación
directa con la variedad y la incidencia de las infecciones en las poblaciones.
En definitiva, una alimentación más pobre y menos variada y
condiciones favorables a las patologías infecciosas justificarían la hipótesis
de una mayor mortalidad de los agricultores respecto a sus ascendientes
cazadores. Pero si la mortalidad de los agricultores era mayor, su aumento
numérico más rápido sólo podía derivar de una mayor fecundidad. Esta hipótesis
está fundamentada en las modificaciones del orden social que intervinieron en
las sociedades convertidas en sedentarias por el desarrollo de la agricultura.
La alta movilidad de los cazadores-recolectores, debida a los continuos
desplazamientos en amplias áreas de captura, convertía en extremadamente oneroso
y peligroso para la mujer el transporte de los niños no autónomos. Por esta
razón, el intervalo entre partos habría sido bastante largo, de manera que un
nuevo nacimiento tuviera lugar únicamente cuando el hijo nacido anteriormente
fuese capaz de valerse por sí mismo. En una sociedad sedentaria esta necesidad
sería menos imperiosa, el «coste» de los hijos, en términos de inversión
parental, sería menor y su aporte económico mayor en el trabajo de la casa, del
campo y como guardianes de los animales».
La hipótesis de un aumento de la fecundidad con el paso de la
caza a la agricultura es algo más que una simple conjetura. En efecto, ésta se
ha confirmado mediante investigaciones concernientes a diversas poblaciones
contemporáneas. Entre 1963 y 1973, un grupo de investigadores, dirigido por R.B.
Lee, estudiaron los kung-san, una población nómada que vivía de la caza y
la recolección en el norte de Botswana, en el África meridional, y que iniciaba
entonces un proceso de sedentarización. Se observó que aproximadamente la mitad
de los vegetales comestibles los proveían las mujeres, que a lo largo de un año
sumaban varios miles de kilómetros en desplazamientos. En la mayoría de éstos
debían llevar a la espalda los niños menores de cuatro años.
Entre las mujeres kung la edad de la pubertad era tardía,
entre 15 y 17 años, y una larga esterilidad pos-puberal conducía a que el primer
nacimiento llegase entre los 18 y 22 años, seguido de embarazos a intervalos de
3-5 años. Estos intervalos son muy largos para poblaciones que no practican el
control moderno de la natalidad, y se producían como consecuencia del
amamantamiento prolongado, que llegaba hasta el tercer o cuarto año de vida del
niño. El desarrollo del cuerpo del niño era lento, lo que constituía una ventaja
adaptativa muy notable que permitía su fácil transporte en el curso de los
desplazamientos diarios de la madre. La consecuencia de estas características
era un número muy reducido de hijos por mujer (4,7 de media). Esta baja
fecundidad, impuesta por el modo de vida de la caza-recolección, sería típica de
otros grupos como los pigmeos africanos. Aún más interesante es el hecho de que,
a lo largo del proceso de sedentarización, la fecundidad de los kung-san
parece aumentar; las mujeres sedentarias, en efecto, presentaban intervalos
entre partos (36 meses) sensiblemente inferiores a los de las mujeres no
sedentarias (44 meses), tal como postulan los que sostienen la teoría del
aumento de la fecundidad con el paso de la caza a la agricultura.
Los postulados de las dos teorías se resumen en
la figura 2.1.
Figura 2.1
Postulados de las dos teorías
de la transformación demográfica
neolítica
Las pruebas que los corroboran son, en su mayoría, conjeturales,
y la acumulación de elementos factuales es lenta y no pocas veces
contradictoria. La hipótesis relativa a las variaciones del nivel de nutrición
es objeto de respuestas opuestas en las dos teorías; aun cuando es posible que
los cazadores-recolectores se nutriesen de manera más variada (en épocas
contemporáneas raramente mal nutridos), es difícil admitir que el nivel
nutritivo empeora con el desarrollo de la agricultura considerando, entre otras,
la capacidad de extender los cultivos en caso de ser necesario, de acumular
provisiones, de integrar los productos del suelo a la caza y la pesca, de
mejorar las técnicas de preparación y conservación de alimentos. Podría ser,
además, que el nivel de nutrición fuese mucho menos influyente sobre la
mortalidad de cuanto se piensa, puesto que sólo en casos de penuria aguda y de
grave desnutrición se acrecientan los riesgos de contraer enfermedades
infecciosas o de ser víctima de ellas. Por el contrario, está más fundada la
hipótesis de la mayor incidencia y transmisibilidad de las infecciones con el
incremento de la densidad y la estabilidad, aunque la cuestión sea lo
suficientemente compleja como para rechazar toda simplificación.
En lo concerniente a la fecundidad, las observaciones de grupos
preagrarios supervivientes en la actualidad es un elemento de prueba a favor de
un aumento de la prolificidad al producirse la sedentarización. Pero, por otra
parte, con la agricultura «los hijos se convierten en económicamente útiles.
Para los cazadores, los hijos constituyen, presumiblemente, una carga», como
observó Childe, exponente de la teoría «clásica».
3. La gran peste y el declive demográfico de Europa
Alrededor del año 1000, la población europea inicia una fase de
crecimiento destinada a durar tres siglos. Los datos son escasos y
fragmentarios, pero son suficientes para evidenciar un importante crecimiento
demográfico. Se multiplicaron las localidades, se fundaron nuevas ciudades, se
poblaron áreas abandonadas y los cultivos se extendieron ocupando tierras cada
vez menos fértiles. A lo largo de esta fase plurisecular, la población europea
se multiplica por dos o por tres, como testimonio de una fuerza de expansión que
las numerosas crisis no consiguen debilitar. Hacia finales del siglo XII y
primeros decenios del XIV, hay clara evidencia de que el ciclo de crecimiento
agota su impulso; las crisis se hacen más frecuentes, los nuevos asentamientos
cesan su expansión, la población se estanca en numerosos lugares. Causas
complejas determinan la ralentización, probablemente conexas con una economía
agraria menos vigorosa (agotamiento de las mejores tierras, detención del
progreso técnico) y sometida a carestías más frecuentes); (condiciones
climáticas más desfavorables). Sin embargo, ésta podría haber sido una fase
histórica e un transitoria, un periodo de ajuste en la búsqueda de un mejor
equilibrio entre población y recursos, destinado a introducir una nueva fase de
crecimiento. No fue así. Hacia la mitad del siglo XIV, un devastador
acontecimiento catastrófico de larga duración provoca una clara disminución de
la población que, según las estimaciones de la
tabla 1.3, habría descendido casi en un tercio entre 1340 y 1400, para
disminuir una vez más en la primera mitad del siglo posterior, antes de iniciar
una recuperación que volverá a situar a la población al nivel anterior a la
crisis hacia mediados del siglo XVI.
El acontecimiento catastrófico es la peste; desde su primera
aparición en Sicilia a finales de 1347 hasta 1352 cuando se difunde por Rusia
—después de haber recorrido el área mediterránea y sucesivamente Francia, las
Islas Británicas, Escandinavia, Alemania y Polonia—, esta epidemia siega la vida
de millones de víctimas. Sobre la gran peste, sobre su primera aparición y las
sucesivas oleadas, de lo que trataremos más adelante, se ha escrito muchísimo."
Diremos sólo lo esencial sobre su naturaleza, intensidad y cronología para
llegar al núcleo de la cuestión, que no concierne a la descripción sino a:
1. La evaluación de los efectos de la peste sobre el crecimiento
a largo plazo.
2. La identificación, en su forma extrema y más catastrófica, de
la acción de uno de los frenos constrictivos más violentos del crecimiento
demográfico.
3. La identificación de los mecanismos de reacción y compensación
activados por la catástrofe.
El bacilo responsable de la peste se llama yersinia pestis
(descubierto en Hong Kong por Yersin, en 1894), y se transmite
esencialmente por medio de la pulga, parásito de ratas y ratones. El bacilo no
mata la pulga pero ésta infesta a su huésped (el ratón) mordiéndolo. Cuando el
ratón muere, la pulga busca otro huésped (otro ratón, o el hombre), difundiendo
la infección. La peste, transmitida por vía cutánea, tiene una incubación de uno
a seis días; la mordedura de pulga infectada provoca la inflamación (bubón) de
las glándulas linfáticas del cuello, de las axilas y de la ingle. La infección
se manifiesta por fiebre alta, estado comatoso, insuficiencia cardiaca e
inflamación de los órganos internos. Generalmente, morían de 2/3 a 4/5 de los
infectados. La transmisión de la peste sobrevenía fácilmente mediante el
transporte, incluido a larga distancia, de mercancías que albergaban pulgas o
ratones infectados (vestuario y objetos personales, alimentos).
No existen individuos inmunes por naturaleza a la peste. Aquellos
que la contraen y se curan adquieren una inmunidad de corta duración. Tampoco se
puede descartar que las sucesivas oleadas de peste hayan contribuido a
seleccionar progresivamente individuos que por alguna razón fuesen menos
susceptibles al contagio, si bien estos procesos, para tener su apreciables,
necesitan desarrollarse durante largos períodos. La peste que aparece en Europa
a finales de 1347, aun no siendo re! siendo nueva no había estado presente en
seis o siete siglos, desde la época de Justiniano, resultad La peste, difundida
por el Mediterráneo oriental en el 541-544, afecta Italia y Europa (sobre todo
la mediterránea) en oleadas sucesivas a partir del 558- 561 hasta el 599-600; se
conserva en Oriente hasta mediados del siglo XVIII manifestándose en sucesivas
epidemias cuyos efectos, aunque localizados continúan alcanzando a Europa.
En septiembre de 1347 el desembarco en Messina de unas galeras
genovesas procedentes de los puertos del mar Negro, atacados con violencia por
la peste venida de Oriente, interrumpe largos siglos de paz bacteriológica, En
el transcurso de cuatro o cinco años, como ya se ha indicado, la peste atraviesa
y afecta todo el continente. Ésta no es más que la primera de una serie de
oleadas epidémicas; en Italia (al igual que en el resto de Europa), éstas se
desarrollan en 1360-1363, 1371-1374, 1381-1384, 1388-1390 y 1398-1400; en el
siglo XV su frecuencia continúa siendo elevada, aunque con un sincronismo y una
gravedad menos acentuados» Téngase en cuenta que la cuantificación de la
mortalidad producida por las diversas oleadas epidémicas sigue siendo incierta
por la falta de datos precisos. No obstante, existen series anuales de muertes,
para numerosas zonas, de las que se puede deducir el nivel de defunciones en los
años normales y en los de la peste. Por ejemplo, en Siena, la peste de 1348
provocó un número de defunciones once veces superior al normal; en las otras
cinco epidemias del mismo siglo, el aumento de las defunciones se situó entre
cinco y diez veces el nivel normal. Suponiendo que la mortalidad, en los años
normales, fuese de 35 por mil, una multiplicación por once significa el 420 por
mil, o la muerte de cuatro de cada diez habitantes. Una multiplicación por diez
significa, aproximadamente, la eliminación de un tercio de la población; una
multiplicación por cinco, la eliminación de una sexta parte.
Hemos calculado que en algunas localidades de Toscana, entre
1340-1400, se verificó una crisis grave de mortalidad (definida como un aumento
de las defunciones de al menos tres veces respecto a las normales) cada once
años, con un aumento respecto al valor mediano de las defunciones de al menos
siete veces; en el período 1400-1450, estas crisis graves se manifiestan de
media cada trece años, con un aumento respecto al valor mediano de cinco veces;
en el medio siglo posterior (1450-1500), la frecuencia desciende a una cada 37
años y el aumento es de cuatro veces. Así, el paso del tiempo, tanto la
frecuencia como la intensidad de las crisis de intensidad se hace menor, a la
vez que se atenúa el sincronisma geográfico de sus apariciones. Téngase presente
que Toscana no es un caso excepcional, por la abundancia de fuentes históricas.
En los dos siglos posteriores, la peste hace sentir también sus
efectos devastadores: del ciclo de 1522-1530 (agravado por los desórdenes
bélicos provocados por la caída de Carlos VIII) al de 1575-1577 (sobre todo en
el norte), de 1630-1631 (en el centro-norte) y de 1656-1657 (sobre todo en el
centro-sur). A pesar de que los efectos de la peste fueron terribles también en
este siglo (Cipolla calcula que más de una cuarta parte de la población
del centro-norte afectada por la peste de 1630-1631 fue aniquilada), éstos no
constituyen el principal acontecimiento negativo como en los siglos precedentes;
otras crisis (el tifus, por ejemplo) rivalizaron por la primacía con la peste.
Las observaciones hechas para Italia pueden aplicarse, con algunas variantes, al
conjunto de Europa. Con la epidemia de 1663-1670 que afectó a Inglaterra (la
peste de Londres de 1664 descrita por Defoe), el norte de Francia, los
Países Bajos y el valle del Rin, la peste desaparece de Europa (como
acontecimiento geográficamente generalizado), a excepción de la aparición en
Provenza en 1720-1722 y otras áreas limitadas.
Pero volvamos a la argumentación que nos interesa y fijemos las
ideas. En el siglo posterior a la peste negra de 1348, la población europea
retrocede como consecuencia no sólo de la primera sacudida (más famosa
literariamente), sino también por una serie de epidemias sucesivas. Sólo en el
siglo XVI la población europea alcanzará las dimensiones numéricas de 1340, pero
la función de freno de la peste al crecimiento demográfico perdura hasta su
práctica desaparición en la segunda mitad del siglo XVI. Sobre las dimensiones
de la disminución entre el período anterior a 1348 y el renacer del poblamiento
durante la primera mitad del siglo XV no existen datos precisos, pero los
indicios de una pérdida de 30-40% han sido corroborados por investigadores
locales, tanto en Piamonte como en Toscana, en Francia como en España,
Inglaterra o Alemania. Ciudades vacías rodeadas por murallas demasiado grandes,
pueblos abandonados, campos desiertos, son los resultados concretos. La penuria
de mano de obra provoca una subida de los salarios, la abundancia de tierras
provoca una disminución de los precios de los alimentos.
Con la peste nos enfrentamos a un factor de limitación del
crecimiento, en gran parte exógeno o exterior al sistema. Lo que significa que
aquélla fue independiente de la organización de la sociedad, de su nivel de
desarrollo, de la densidad de los asentamientos, etc. La capacidad infectiva y
la letalidad de la peste no están en relación con el estado de salud o con la
edad de las personas, ni con su nivel nutritivo. La peste afectó con igual
violencia poblaciones urbanas y rurales y, a excepción de algunas áreas aisladas
que no fueron alcanzadas, las diferencias de nivel de densidad de población no
fue un obstáculo a su difusión. La movilidad de las personas y el tráfico de
mercancías fueron suficientes para difundirla de un extremo a otro del
continente. A largo plazo, ciertamente, las sociedades trataron de defenderse:
la adopción de medidas de cuarentena de personas y mercancías en caso de
peligro, el aislamiento de los infectados y de los sospechosos de estarlo, la
clausura de sus casas y algunas medidas de higiene pública no fueron quizás
ajenas al proceso de desaparición de la peste de nuestro continente. Pero a lo
largo de dos o tres siglos, la peste, por decirlo así, se adueñó de Europa.
Contrariamente a otras enfermedades infecciosas los afectados por la peste que
se curaban —hecho, a decir verdad, muy poco frecuentes no adquirían una
inmunidad duradera. Por tanto no es plausible el pensar que la atenuación de los
efectos de la peste son atribuibles únicamente a una mayor proporción de
población inmunizada, y, en consecuencia, no susceptible al contagio. Algún
efecto también podría haber tenido el proceso de Durchseuchung, según el
cual "aquellos que casualmente son menos susceptibles sobreviven y, generación
tras generación, determinan una variación entre parásitos y huésped. Este
proceso conduce a que «sí la enfermedad hubiese permanecido presente
constantemente, atacando gran parte de las nuevas generaciones a medida que se
formaban, tal vez habría podido adoptar una forma endémica, esporádica, con una
mortalidad relativamente baja».
Tan terrible enfermedad habría podido así, mediante ataques
sucesivos, exterminar completamente las poblaciones víctimas de ella. No sucedió
así y, con el tiempo, la frecuencia (si no siempre la gravedad) de las crisis se
atenúa, aunque ninguna de las explicaciones anteriormente expuestas
-regulaciones sociales, inmunidad, selección— entre otras (transformaciones
sociales o ecológicas) sean suficientes para explicar el fenómeno. También la
peste, por lo tanto y por razones no del todo esclarecidas, se somete a un
proceso de adaptación mutua entre agentes patógenos (yersinia), vector (pulga) y
huésped-víctima (hombre).
Otro proceso de adaptación y reacción a la peste (como sucede de
forma análoga a otros tipos de crisis de mortalidad) fue de naturaleza social y
demográfica. Este proceso presenta aspectos que conciernen el corto plazo y
otros el medio y largo plazo. A corto plazo, un fuerte aumento de la mortalidad
tiene un doble efecto. La difusión del contagio provoca una disminución de las
concepciones, nacimientos (por elección, necesidad, por motivos psico-biológicos)
y matrimonios. La disminución de los nacimientos acentúa la acción demográfica
negativa de la epidemia. La alta mortalidad, además rompe los matrimonios,
disgrega o destruye los núcleos familiares. Al término de la crisis se produce
una especie de contra-efecto que, no pudiendo anular los efectos negativos de
las pérdidas humanas y los nacimientos no realizados, atenúa, sin embargo, un
poco su alcance. Se recuperan los matrimonios diferidos y aumentan los
matrimonios de viudos; en algunos casos también se ha constatado un aumento de
la fecundidad de las parejas. Todo ello se traduce en un aumento transitorio de
la natalidad. También la mortalidad tiende a ser inferior a la normal a causa de
la menor proporción de las clases infantiles y de eventuales efectos selectivos
ligados a la epidemia. Mejora el saldo entre nacimientos y defunciones y se
llenan los vacíos por algunos años. La aparición de una nueva crisis,
naturalmente, puede volver a abrir el ciclo poco después (como en el siglo
inmediatamente posterior a 1348) o a más largo plazo (como en los siglos XVI y
XVIII. Más a largo plazo, intervienen otros factores. El despoblamiento
producido por la peste en toda Europa crea abundancia de tierra y demanda de
trabajo. Nuevos núcleos familiares tienen acceso más fácil a los recursos
necesarios para sustentarse. Los obstáculos impuestos al matrimonio tienden a
relajarse, la nupcialidad aumenta, reforzándose así la capacidad de crecimiento
de la población. Así, por ejemplo, podría interpretarse la baja edad al momento
del matrimonio en Toscana en la primera mitad del siglo XV.' Las reacciones a
corto y largo plazo tienden, de alguna manera, a minimizar los daños infligidos
a la sociedad y a la población por la yersinia, la pulga y el ratón.
4. La catástrofe de los indios de América: microbios antiguos,
poblaciones nuevas
«Tres veces felices son aquellos que, habitando alguna isla
desconocida en medio del océano, todavía no han establecido contacto
contaminante con el hombre blanco.»
Esto escribía en 1845 el joven Melville al retornar de su
aventura en las Islas Marquesas. Los trágicos efectos del contacto entre blancos
europeos —ya fuesen conquistadores, colonos, exploradores o marineros— y
poblaciones indígenas del Nuevo Mundo, del Pacífico o de Oceanía, eran bien
conocidos desde las primeras exploraciones. Los documentos históricos son
abundantísimos y no existe más que el embarazo de la elección.
Colón, como se sabe, desembarcó en Santo Domingo (la isla fue
bautizada entonces La Española); se desconoce, naturalmente, el número de
habitantes en aquel momento, pero a los primeros visitantes les pareció
densamente poblada, «como la campiña de Córdoba»» Tanto si se acepta la
estimación de Las Casas de tres o cuatro millones, como la reducidísima de
60.000 habitantes, lo cierto es que ya en 1514 la «repartición» de los indios
con fines tributarios encontraba 22.000 personas, de las que no quedaban más que
algunas decenas o centenares de supervivientes veinte años después. De igual
manera, los 112.000 indios de Cuba de 1512 acaban desapareciendo en la segunda
mitad del siglo. Sin perderse en estimaciones sobre la población anterior la
conquista, basadas en vagos elementos conjeturales, las estimaciones de Cook
y Borah para México Central (el área de influencia azteca, la más poblada
del continente) basadas en materiales relativamente sólidos, daban 6,3 millones
de indios en 1548, que se reducen a 1,9 en 1580 y a un millón en 1605» En Perú,
el otro gran núcleo demográfico del continente, que forma parte del área de
influencia incaica, las estimaciones basadas en la visita del virrey Toledo en
1572, puestas al día sucesivas veces reducidos a dan 1,3 millones de indios
tributarios, reducidos a 0,6 millones en 1620. Más al norte, en Canadá,
Charbonneau ha calculado que vivían no meno menos de 300.000 indios a
principios del siglo XVII, que se redujeron a una tercera parte dos siglos más
tarde; Russell afirma sin rodeos que los indios de Estados Unidos habrían
disminuido de cinco millones hacia el año 1500 a 600.000 tres siglos más tarde.
Para todos estos grupos, la disminución demográfica a partir del «contacto» con
los europeos parece ser la regla. No se crea que no existen también ejemplos más
recientes; Darwin relata la desaparición de los habitantes de Tasmania; los
maories atraviesan un período de rápida reducción desde la época del viaje de
Cook hasta el final del siglo posterior, y lo mismo puede decirse para los
aborígenes australianos. Los indígenas de Tierra del Fuego eran 7.000-9.000 en
1871, pero hoy en día están casi extinguidos." Finalmente, existen tribus de la
cuenca amazónica, que en nuestro siglo únicamente han entrado en contacto con
colonos o viajeros, debido a su gran aislamiento, y que se han extinguido
rápidamente bajo la mirada de observadores contemporáneos.
No hay necesidad de multiplicar los ejemplos. La ruina
demográfica de las poblaciones indígenas como consecuencia del contacto con
grupos de origen europeo es un fenómeno documentado y extendido de América a
Oceanía. El ritmo, la entidad de la disminución y su duración varían,
naturalmente, según las situaciones históricas, pero el mecanismo de base es
relativamente simple. Éste está relacionado con el hecho de que las poblaciones
indígenas eran, por así decirlo, terreno virgen (virgin soil, según la
expresión inglesa) para muchas enfermedades infecciosas; en otras palabras, los
indígenas nunca habían experimentado una infección determinada. Cuando el
«contacto», a través de un explorador, conquistador o colono, efectúa la
transmisión del agente patógeno de la población de origen (expuesta a la
infección durante largas generaciones) a la población virgen de llegada, la
enfermedad se difunde con gran virulencia. Esta virulencia es debida,
esencialmente, a tres factores:
1) Cuando la enfermedad infecciosa crea inmunidad (transitoria o
duradera, no importa aquí) en los individuos afectados y curados, y ésta rebrota
continuamente en la población (debido a su estado endémico, o por su continua
reintroducción del exterior) entonces habrá siempre una parte más o menos grande
de la población que no es susceptible al contagio (por estar inmunizada) y por
tanto los daños son limitados. Por el contrario, en una población virgen, todos
los individuos son susceptibles teóricamente, y por tanto la introducción de una
enfermedad nueva produce daños inmensos.
2) En una población no virgen la enfermedad tiende a seleccionar,
generación tras generación, los individuos más resistentes. También este factor
tiene como consecuencia el que la gravedad de la infección resulte mayor en una
población virgen.
3) En una población virgen no ha existido el proceso de
adaptación recíproca entre agente patógeno (virus, microbios, parásitos) y
organismo infestado, acaecido a lo largo del tiempo en las poblaciones no
vírgenes por razones complejas y no comprendidas en su totalidad, y que atenúa
la virulencia de la enfermedad. Los casos de sífilis, malaria, sarampión o gripe
son ejemplos de enfermedades que parecen haber atenuado su virulencia a lo largo
del tiempo. Se dice a menudo que un agente patógeno no tiene interés en matar al
huésped que le asegura la supervivencia, sino que más bien le interesa convivir
pacíficamente sin dañarlo excesivamente: es por ello que se produce una
selección de las cepas menos letales. En las poblaciones vírgenes, naturalmente,
esta convivencia no ha tenido tiempo de realizarse.
En la base del declive numérico de las poblaciones vírgenes, que
en conjuntos demográficos muy pequeños o débiles a veces ha causado su
extinción, se encuentran casi siempre los efectos devastadores de enfermedades
infecciosas, incluyendo algunas inocuas o benignas en el lugar de origen. El
caso de Mesoamérica se presta al estudio de este proceso. En la
tabla 2.1 se muestra la evolución de la
población según las estimaciones de Cook y Borah. En 1608 la población era
apenas una sexta parte de la estimada en 1548, presentando una reducción más
acusada en las regiones costeras (hasta 1 / 1) que en las del altiplano (1/5).
En ambos casos, la población de 1548 sería una fracción (1/4 para los autores)
de la mucho más numerosa de 1519, año de la llegada de Cortés y sus
correligionarios. En este trentenio, numerosos testimonios indican una
disminución de la población, cuyas dimensiones originarias son desconocidas. Es
difícil convenir con la estimación de una población original de alrededor de 25
millones: en el área restringida en que esta población se habría concentrado,
comportaría una densidad de 50 habitantes por km2, muy superior a la
del país europeo más densamente poblado (Italia, con aproximadamente 35
habitantes por km2) en aquella época. La consideración de la
tecnología sumamente atrasada de las poblaciones indígenas, la orografía agreste
de su territorio y la modesta productividad de la agricultura, nos llevan a
suscribir la opinión de los investigadores más prudentes, que sitúan la
población anterior a la conquista muy por debajo de los diez millones. Ninguno
de ellos discute lo que innumerables documentos pruebas irrefutablemente, es
decir, la rápida disminución de la población india, hasta su punto más bajo
alcanzado en los primeros decenios del siglo XVII.
TABLA 2.1.
Población de México central (1532-1608)
Año |
Meseta |
Costera |
Total |
Meseta |
Costera |
Total |
1532 |
11.226 |
5.645 |
16.871 |
%
Variación negativa |
1548 |
4.765 |
1.535 |
6.300 |
-2,3 |
-35 |
-2,7 |
1568 |
2.231 |
418 |
2.649 |
-1,6 |
-2,8 |
–1,9 |
1580 |
1.631 |
260 |
1.891 |
-1,1 |
-1,7 |
–12 |
1595 |
1.125 |
247 |
1.372 |
-1,1 |
-0,1 |
–0,9 |
1608 |
852 |
217 |
1.069 |
-0,9 |
-0,4 |
–0,8 |
1532-1608 |
|
|
|
-1,5 |
-1,9 |
–1,6 |
1542-1608 |
|
|
|
-1,2 |
-1,4 |
-1,3 |
Si bien los datos escasean, los testimonios documentales y
literarios son abundantes. La primera oleada epidémica grave fue la de la
viruela que, llegada al Caribe con Colón, ya había exterminado la población de
La Española y de Puerto Rico antes de pasar a México. Bernal Díaz del Castillo,
uno de los lugartenientes de Cortés, escribió «volvamos ahora a Narváez y a un
negro que llevaba consigo, lleno de viruelas; un negro funesto para Nueva España
porque fue la causa de que la viruela se contagiara y se difundiese por todo el
país, provocando una gran mortandad, que, según decían los indios, superaba
todas las anteriores, y como no la conocían, se lavaban muy a menudo y por esta
causa morían muchísimos». La viruela exterminó a los aztecas, mató al sucesor de
Moctezuma, se propagó a Guatemala y pasó después de América Central al
Imperio Inca, precediendo, parece ser, a Pizarro y sus conquistadores.
La segunda epidemia grave fue de sarampión, que entre 1529 y 1535
pasó del caribe a México y América Central. A continuación hay noticias del
matlazahuatl, según el término azteca —tal vez se tratase del tifus— que en
1545 recorrió todo el continente. También hay noticia de una variedad de gripe
en 1557, de la viruela en 1563, una vez más del matlazahuatl en 1575-1576
y de la viruela en 1588 y 1595. "Sánchez Albornoz", de quien he obtenido las
informaciones precedentes, observó que «durante el siglo decimosexto las
epidemias continentales se sucedieron a intervalos casi decenales ... En el
siglo siguiente la sucesión se hizo más irregular y su ámbito geográfico más
circunscrito .., tal vez los indios habían generado: después de aproximadamente
tres cuartos de siglo, los anticuerpos necesarios y resistían mejor los asaltos
epidémicos. No es tampoco imposible que estas enfermedades se hubiesen
convertido e endémicas en diversos lugares, y que los lugareños hubiesen
alcanzado cierto grado de adaptación.
La teoría del terreno virgen se encuentra así confirmada por los
hechos. Análogamente el caso de la peste (mucho más letal) en Europa, un siglo
después del contacto se creó, de alguna manera, un equilibrio, visible en la
menor intensidad de la crisis y en su menor frecuencia y sincronización,
verificables en los efectos en la detención del declive demográfico y en la
recuperación esbozada en la segunda mitad del siglo XVII. Las epidemias en
terreno virgen es la explicación principal de la conmoción demográfica indígena,
aunque otras implicaciones —el genocidio, sostenido por el dominico Bartolomé de
las Casas, generoso paladín de los indios; el trabajo forzado; la
reestructuración productiva— no fueron ciertamente hechos extraños a ella.
Un segundo aspecto que ha de ponerse de relieve es la variedad de
las enfermedades letales que afectaron al Nuevo Mundo. Entre éstas, no sólo se
encuentran la viruela y, probablemente, el tifus —verdaderos flagelos también de
las poblaciones del Viejo Mundo— sino también la tuberculosis, el sarampión, la
gripe y la varicela. Los testimonios de la gran letalidad de la viruela en
poblaciones desconocedoras de ésta son abundantes fuera de Mesoamérica; en el
siglo XVII quedan diezmados los hurones y los algonquines del Canadá; en
el siglo siguiente, los cherokees y otras tribus de las grandes llanuras,
así como los indios de California establecidos cerca de las misiones fundadas en
los últimos decenios del siglo XVIII. Lo mismo puede decirse de los efectos del
sarampión: «cuando el sarampión fue introducido en las Islas Fidji en 1875, como
consecuencia de la visita del rey de Fidji y de su hijo a Sidney ..,
causó la muerte de 40.000 personas en una población de aproximadamente 150.000».
En la segunda mitad de nuestro siglo, el sarampión afectó, en 1952, a los indios
y esquimales de Ungava Bay, al norte de Quebec; en 1954 a los aborígenes
brasileños de la remota reserva de Xingu; en 1968 a los yanomano
del Orinoco en los confines entre Brasil y Venezuela. A pesar de algún auxilio
de la medicina moderna, la mortalidad se aproximó, en los tres casos, al 10%.
Inverso, aunque análogo, fue el mecanismo que produjo la disolución rapidísima
de la comunidad de loreneses, formada por varios millares, enviados a colonizar
la Maremma por el regente del Gran Ducado; no habituados al clima y,
sobre todo, a la malaria y a otras fiebres, fueron diezmados rápidamente.
5. Los franceses del Canadá, artífices de un éxito demográfico
Después de la historia de dos catástrofes —la gran peste y el
exterminio de los indios— provocadas por la mortalidad infectivo-epidémica,
volvamos a la historia de un éxito demográfico. En la provincia canadiense de
Quebec, en la cuenca del San Lorenzo de una superficie cinco veces mayor a la de
Italia, unos pocos miles de pioneros inmigrantes en el siglo XVIII fueron los
progenitores de la mayor parte de los 6,5 millones de habitantes de hoy en día.
En un clima riguroso y poco hospitalario, unos pocos intrépidos pronto se
aclimataron y, favorecidos por la abundancia de recursos naturales y por la
disponibilidad de tierras, se multiplicaron rápidamente. En 1776, Adam Smith
escribía: «en las colonias británicas de Norteamérica se ha descubierto que los
habitantes doblan su número cada 20 o 25 años.., este aumento no es debido a la
inmigración continua de nuevos habitantes, sino a la rápida multiplicación de la
especie. Aquellos que sobreviven hasta la vejez ven a menudo entre 50 y 100
descendientes de su propia sangre y a menudo muchos más»." Parecidas
observaciones hicieron otros contemporáneos, de Benjamin Franklin a
Malthus. Veremos que estas observaciones son sustancialmente exactas, y que
han determinado gran parte te del crecimiento de Norteamérica, de las escasas
decenas de colonos del siglo XVIII a más de ochenta millones de habitantes del
siglo XIX.
Al éxito demográfico de gran parte de la población americana y
australiana, también ha contribuido —además del dinamismo de pioneros y
colonizadores— un flujo continuo de inmigración. Se ha calculado que en el
período 1840-1940, el incremento migratorio contribuyó a casi el 40% del
incremento total en Argentina, a cerca del 30 % en Estados Unidos, a poco más
del 15 % en Brasil y Canadá, mientras que en el Canadá francés hubo una
migración neta constante.
Por tanto, la elección del Canadá francés obedece a dos motivos:
el primero es que la inmigración, a partir del siglo XVIII, tiene un efecto
reducidísimo sobre el crecimiento de la población; el segundo es que las fuentes
canadienses son muy ricas y han sido explotadas con una pericia extraordinaria,
permitiendo analizar las razones, por lo menos de tipo demográfico, del éxito de
los franceses de América.
Después de la exploración del San Lorenzo por Jacques Cartier
en 1534, la colonización francesa toma forma durante el siglo posterior; en 1608
se funda Quebec; en 1627 se constituye la Compañía de los Cien Asociados para la
colonización, mientras que en 1663 la dirección del proceso de colonización es
asumida directamente por el Gobierno real. En 1680 la colonización está bien
enraizada en las riberas del San Lorenzo, con aproximadamente diez mil
habitantes organizados en catorce parroquias, y en los cien años posteriores el
núcleo vital inicial se verá multiplicado por más de diez (de 12.000 en 1684 a
132.000 en 1784, con un incremento anual medio del 2,4%), que se deben atribuir
casi exclusivamente al incremento natural.
Entre la fundación de Quebec (en 1608) y 1700, los inmigrantes al
Canadá fueron quince mil aproximadamente; apenas nada para la población francesa
de la época (apenas ocho inmigrantes por millón de habitantes)_ se piensa que
los vecinos ingleses, con una tercera parte de habitantes, habían enviado al
Nuevo Mundo 380.000 emigrantes entre 1630 y 1700. Cuidadosas investigaciones han
permitido establecer que apenas una tercera parte de los que inmigraron antes de
1700 (4.997 personas) llegaron a fundar una familia: los otros, o retornaron a
la patria o murieron antes de casarse o permanecieron (aunque fueron poquísimos)
solteros. Considerando únicamente los verdaderos «pioneros» biológicos que
fundaron una familia algunos, pocos, ya casados en el momento de la inmigración;
otros, la mayoría, casados después de la inmigración) antes de 1680, se obtiene
3.380 personas (entre ellas 1.425 mujeres), de los que descienden, como ya se ha
dicho, la gran mayoría de los canadienses franceses actuales. Análisis refinados
sobre este grupo de pioneros y sus descendientes, permiten analizar las
particularidades demográficas de los franceses del Canadá y, por consiguiente,
las razones de su éxito demográfico. Éstas, en síntesis, se pueden sintetizar en
tres elementos:
1. Elevada nupcialidad, particularmente debido a la baja edad en
el momento del matrimonio.
2. Alta fecundidad natural.
3. Mortalidad relativamente baja.
En la tabla 2.2 se han indicado,
sintéticamente, algunos índices demográficos de los pioneros, comparándolos a
los de la población francesa de origen. Las mujeres que llegaban a Nouvelle
France se casaban a una edad más de dos años más joven que la de las
francesas; además, entre ellas era mucho más elevada la frecuencia de un segundo
matrimonio en caso de viudedad (muy frecuente incluso a edades jóvenes debido a
la elevada mortalidad de aquellos tiempos). En el matrimonio (más frecuente y
más precoz entre los canadienses) la fecundidad era mayor entre los pioneros,
presentando intervalos más cortos entre partos sucesivos (25 meses, comparado
con 29 de los franceses) y una descendencia más numerosa. Por último, también la
esperanza de vida de los pioneros, calculada en unos veinte años, era
significativamente más alta (casi cinco años) a la de los franceses.
TABLA 2.2.
Comportamiento demográfico diferencial de los
pioneros de Canadá y de la población francesa de origen.
|
|
Relación |
y
Pioneros |
Parámetros demográficos |
Pioneros |
Franceses |
franceses |
Edad media 1º matrimonio (H) |
28,8 |
25 |
1,15 |
Edad media 1º matrimonio (M) |
20,9 |
23 |
0,91 |
%
segundos matrimonios (H)a |
70 |
67,8 |
1,03 |
% segundos matrimonios (M)a |
70,4 |
48,8 |
1,44 |
Descendencia completab |
6,88 |
6,39 |
1,08 |
Esperanza de vida a 20 años |
38,8 |
34,2 |
1,13 |
a:
% de y de viudas casados de nuevo antes de los 50 años
b:
suma de las tasas de fecundidad legítima, 25-50 años, mujeres casadas antes de
los 25 años.
*
Factores selectivos fundamentan estos comportamientos
diferenciales aunque no los determinan completamente. Aquellos que partían, en
previsión de un largo y penoso viaje y de tener que afrontar un país poco
hospitalario, debían poseer sin duda integridad, fuerza física, coraje e
iniciativa. Las largas semanas de duro viaje trasatlántico efectuaban una
selección ulterior, porque la mortalidad a bordo de los veleros era notable;
muchos de los que no conseguían adaptarse retornaban a la patria. Esta indudable
selección, que desde siempre acompaña los fenómenos migratorios, debía ser sin
duda responsable de la menor mortalidad, y, tal vez, de la mayor fecundidad. Al
mantenimiento de una baja mortalidad debía contribuir, al menos en un primer
momento, la bajísima densidad de población y por consiguiente la baja
transmisibilidad y difusión de infecciones y epidemias. En lo tocante a la menor
edad para el matrimonio (que en los primeros tiempos de la colonia alcanzó para
las mujeres los 15-16 años) y a las más frecuentes segundas nupcias, la causa
responsable es la distorsión en la estructura por sexo, debida a la mayor
inmigración de hombres, a menos que no se con- venga con Adam Smith,
según el cual «una viuda joven, con cuatro o cinco niños que, en las clases
medias o bajas de Europa, habría tenido escasísimas posibilidades de encontrar
un segundo marido, es allí [en Norteamérica) frecuentemente cortejada como una
suerte de tesoro. El valor [económico) de los niños es el mayor estímulo al
matrimonio».
Las ventajosas condiciones de los pioneros aquí descritas
permitieron tener a cada pareja una media de 6,3 hijos, llevando al matrimonio
4,2 de ellos, lo que conduce a una duplicación de la población en menos de
treinta años. Los hijos de los pioneros (de los cuales más de cuatro llegaban,
como se ha dicho, al matrimonio) tuvieron a su vez 28 hijos, de manera que cada
pionero tuvo, de media, 34 hijos y nietos. Aproximadamente una tercera Parte de
los pioneros tuvo más de 50 hijos y nietos, tal como señala Smith en el
fragmento antes citado.
La alta reproductividad y el intenso crecimiento prosiguieron
también en las generaciones sucesivas a la de los pioneros. Si, por una parte,
la edad de las mujeres al matrimonio tiende a aumentar ligeramente a medida que
la sociedad se normaliza y se establece, por otra parte los hijos de los
pioneros, nacidos en Canadá y plenamente integrados en la nueva sociedad,
tuvieron una fecundidad aún más elevada que la de sus madres (que a su vez, eran
más fecundas que las francesas que se quedaron en su patria Algunos ejemplos
cifrados: si se considera las mujeres casadas a los 15-19 años, su descendencia
media era de 9,5 hijos en el caso de las residentes en el noroeste de Francia
(área de la que emigraron la mayoría de los pioneros, de 10,1 hijos para las.
pioneras, mientras que para las mujeres nacidas en Canadá, la descendencia era
de 11,4 hijos. En el caso de las mujeres casadas a los 20-24 años, los tres
valores respectivos resultaban ser 7,6, 8,1, y 9,5 hijos; para las mujeres
casadas a los 25-29 años eran 5,6, 5,6, 5,7, y 6,3. La fecundidad de las
canadienses se mantuvo muy elevada también en el siglo XVIII, resultando ser una
de las más elevadas que se han verificado en poblaciones no practicantes del
control de nacimientos. En lo que se refiere a la mortalidad, la situación
parece más favorable en el siglo XVII que en el XVIII, tal vez como consecuencia
del aumento de densidad y del debilitamiento de los factores selectivos
iniciales relacionados con la inmigración; aún así la mortalidad de los
canadienses resulta un poco mejor que la de Francia noroccidental.
Mecanismos de selección al principio; una fuerte cohesión social;
factores ambientales favorables fundamentan el éxito demográfico de la
inmigración francesa en Canadá. Unos pocos miles de pioneros venidos en la
segunda mitad del siglo XVII se encuentran en el origen, medio siglo más tarde,
de 50,000 descendientes, constituyendo el motor inicial del crecimiento
demográfico expuesto en la tabla 2.3. No finalizaré
este apartado sin recordar que mientras la población canadiense francesa
aumentaba tan rápidamente, la población francesa de origen (de la que constituyó
una pequeñísima fracción) aumentaba lentamente o se estancaba, mientras que la
población indígena india, diezmada por las enfermedades y confinada
territorialmente por la expansión de los colonos, sufría una regresión. Existe
un paralelismo, que no se debe interpretar de manera mecánica, entre estas
vicisitudes y las de las poblaciones animales que, emigrando de zonas saturadas,
se asientan en nuevos ambientes causando daño a otras especies con las que
entran en competencia.
TABLA 2.3.
Población franco-canadiense e inmigración
(1608-1949).
Período |
Inmigrantes
instalados |
Población
media (miles) |
Inmigrantes
en %
población media |
Contribución
de los pioneros al final del período (%) a |
1608-1679 |
3.380 |
- |
- |
100 |
1680-1699 |
1.289 |
13 |
10 |
86 |
1700-1729 |
1.477 |
24 |
6 |
80 |
1730-1759 |
4.000 |
53 |
7,5 |
72 |
1760-1799 |
4.000 |
137 |
3 |
70 |
1800-1899 |
10.000 |
925 |
1 |
69 |
1900-1949 |
25.000 |
2.450 |
1 |
68 |
a:
Los datos de esta columna se deben entender como la estimación del aporte de los
pioneros al patrimonio genético del conjunto de la población franco-canadiense
al finalizar cada uno de los periodos indicados en la primera columna.
6. En los umbrales del mundo contemporáneo
En el siglo XVIII, Europa entra en una fase de transformación
económica, demográfica y social de gran importancia. El desarrollo de esta gran
transformación, completaría un ciclo en el viejo continente y en sus extensiones
transoceánicas en los dos siglos posteriores, extendiéndose al resto del mundo.
Se trata de una transformación que cambia radicalmente los fenómenos que
determinan el crecimiento: natalidad y mortalidad, generalmente muy elevados,
reduciéndose en el transcurso de dos siglos hasta los niveles bajísimos que
conocemos hoy en día; las fuerzas de constricción han sido puestas bajo control
eficientemente.
No obstante, en una primera fase, las fuerzas de constricción son
aún muy fuertes; el control de nacimientos —salvo en algunos casos particulares,
como Francia— es aún desconocido y la actividad médica y sanitaria ha conseguido
pocos méritos en su lucha por reducir la mortalidad. Pero entre 1750 y 1850 la
población europea experimenta una neta aceleración; la tasa anual, de apenas 1,5
%0 entre 1600 y 1750, aumenta a 6,3 por mil entre 1750 y 1850. Esta aceleración
afecta a todos los-grandes países (tabla 2.5),
aunque es mucho más duradera en algunos (Inglaterra, por ejemplo) que en otros
(Francia). Sin embargo, el período comprendido entre mediados del siglo XVIII y
mediados del siglo XIX no es inmune a la desgracia, aunque finalmente se
convierta en inmune a la peste y venga la viruela (Jenner descubre la
vacuna en 1797); la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas devastan
Europa durante veinte años; la última gran crisis de subsistencia —la carestía
de 1816-1817 y el tifus asociado a ella— afectan la totalidad de Europa, y una
pestilencia en un principio desconocida —el cólera— recorre todo el continente.
No obstante a todo ello, la población aumenta vigorosamente y desborda hacia
América con el inicio de la gran migración transoceánica.
Sobre las causas de la aceleración demográfica a partir de
mediados del siglo XVIII se ha desarrollado un debate que todavía permanece
abierto, lo que también es debido a que los mecanismos demográficos no se han
aclarado completamente. En algunos casos, esta aceleración se ha debido
principalmente a un aumento de la natalidad como consecuencia de la mayor
nupcialidad; en otros casos, la mayoría, la reducción de la mortalidad
constituye el factor principal.
TABLA 2.5.
Desarrollo de algunas poblaciones Europeas
(1600-1850)
|
|
|
|
Índices |
Dens. |
|
|
|
|
|
Millones |
1750 |
1850 |
1850 |
hab./ |
Distribución % |
PAÍS |
1600 |
1750 |
1850 |
1600
=100 |
1750
=100 |
1600
=100 |
km2
1750 |
1600 |
1750 |
1850 |
Inglaterra |
4,1 |
5,7 |
17 |
139 |
289 |
402 |
47 |
7 |
8 |
14 |
Holanda |
1,5 |
1,9 |
3,1 |
127 |
163 |
207 |
63 |
3 |
3 |
2 |
Alemania |
12 |
15 |
27 |
125 |
180 |
225 |
42 |
22 |
21 |
22 |
Francia |
19 |
25 |
36 |
132 |
143 |
188 |
46 |
34 |
34 |
29 |
Italia |
12 |
16 |
25 |
131 |
158 |
207 |
52 |
22 |
22 |
20 |
España |
6,8 |
8,4 |
15 |
124 |
173 |
213 |
17 |
12 |
11 |
12 |
Total |
55 |
72 |
122 |
129 |
170 |
220 |
|
100 |
100 |
100 |
En el
caso de Inglaterra, el país con mayor incremento demográfico en el período, las
investigaciones más recientes atribuyen al aumento de fecundidad (sostenido por
el aumento de la nupcialidad) más que a la disminución de la mortalidad, la
aceleración demográfica de la segunda mitad del siglo XVIII. La revolución
industrial habría generado un aumento notable de la demanda de trabajo, éste
habría estimulado los matrimonios y por lo tanto los nacimientos (que aún no
estaban sujetos a «control» en la vida conyugal). Sin embargo, también la
mortalidad disminuyó, y el efecto conjunto provoca una aceleración demográfica
perdurable y la triplicación de la población en un siglo.
En gran parte de Europa, la transición entre el siglo XVIII y el
XIX conduce a una disminución de la mortalidad. Esta mejoría es visible, en
primer lugar, en la menor frecuencia de las crisis de mortalidad relacionadas
con estallidos epidémicos a veces derivados de carestías y penurias). Un
ejemplo: en Inglaterra, de un grupo de 404 parroaquias, la frecuencia de los
meses con mortalidad intensa fue de 13% en la primera mitad del siglo XVIII,
frente a 9% en la segunda mitad y 6% en el primer cuarto del siglo XIX,
denotando una disminución de la incidencia de la crisis. En Francia, la
incidencia de las grandes crisis desciende fuertemente entre la primera y la
segunda mitad, del siglo XVIII, tanto es así que se habla de final de la crisis
del ancien régime como la que, para entenderse, provoca un millón de
muertos más de lo normal después del riguroso invierno de 1709, o como la no
menos severa crisis de 1693-1694 y de 1739-1741. En otras zonas de Europa la
disminución es menos clara o más tardía, como en Alemania, Italia o España.
Las causas de la atenuación de las grandes crisis de mortalidad
son de naturaleza biológica, económica y social. Causas biológicas, porque no se
puede excluir que el efecto del proceso de adaptación mutuo entre agentes
patógenos y huéspedes (del que hemos hablado antes), sostenido por la mayor
densidad de población y la mayor movilidad, haya conducido a la disminución de
la virulencia de algunas patologías. Causas sociales que conciernen, por el
contrario, a la atenuación de la transmisibilidad de las infecciones, como
consecuencia de una mayor higiene privada y pública. Causas económicas,
finalmente, atribuibles no sólo al progreso técnico, sino también a la mejora
del sistema de transporte y por consiguiente de la redistribución de alimentos
entre regiones con abundancia y regiones con escasez.
Sin embargo, la mortalidad en Europa disminuye también por otras
razones distintas de la desaparición de los años de crisis. La esperanza de
vida, por ejemplo, aumenta en Inglaterra de 33 a 40 años entre 1740-1749 y
1840-1849; en Francia, en el mismo período, pasa de 25 a 40 años; en Suecia, de
37 a 45 años (entre 1750-1759 y 1840-1849); en Dinamarca, de 35 a 44 años (entre
1780-1789 y 1840-1849)." Ciertamente, la disminución de la mortalidad, ya sea de
«crisis» o «normal», es responsable de la aceleración del crecimiento
demográfico. Una de las hipótesis más acreditadas, en los últimos años, es la «alimentaria»,
propugnada vigorosamente por McKeown." Según esta hipótesis, la
aceleración demográfica del siglo XVIII sería consecuencia de la disminución de
la mortalidad, que no es explicable ni por el progreso de la medicina, que no
influyó (salvo la vacuna de la viruela) hasta finales del siglo XVIII, ni por
cambios en la higiene pública o privada (que en algunos casos —por ejemplo en
las grandes ciudades— había empeorado francamente) ni por otros factores. La
verdadera causa habría sido la mejora del nivel alimentario de la población que
acrecentando la «resistencia» orgánica a las infecciones habría producido el
retroceso de la mortalidad. Estas mejoras alimentarias se producen como
consecuencia del progreso de la productividad en la agricultura y por la
introducción de nuevos cultivos, del maíz a la patata, y por lo tanto de una
producción más abundante.
Esta tesis entra en conflicto con algunas consideraciones que
inclinan la balanza de la interpretación hacia otros factores. En primer lugar,
la relación entre nivel nutritivo y «resistencia» a las infecciones es válida,
sobre todo cuando se consideran casos de severa malnutrición; éstas eran
frecuentes en períodos de gran escasez mientras que, en los años normales, el
nivel alimentario de la población europea se mostraba suficiente. En segundo
lugar, la segunda mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, período
en el que concluye esta primera «transición» de la mortalidad, no parece ser un
período feliz. Ciertamente, se difunden nuevos cultivos; en segunda mitad del
siglo XVIII la patata parecía a la baja en Europa: la grave carestía de
1770-1772 en la Europa centro-septentrional proporcionará impulso notable a su
difusión, que en breve fue muy amplia, convenciendo a los más reacios a superar
sus desconfianzas. Una superficie cultivada de patatas podía alimentar el doble
o el triple de personas respecto a una superficie igual en la que se cultivan
cereales. El trigo morisco, más versátil podría sembrarse avanzado el año, si
fallaba la siembra invernal. El maíz se difunde en España en el siglo XVII,
pasando más tarde al suroeste Francia y al valle del Po, para proseguir su
marcha hacia los Balcanes, igual que en el caso de la patata, la crisis de
subsistencia de 1816-1917 provocó la difusión geográfica de su cultivo. Pero en
muchos casos, la introducción de los nuevos cultivos no significó una mejora del
consumo per capita. A menudo, como en Irlanda la patata, los nuevos
cultivos permitieron alimentar población adicional, pero provocaron el abandono
de productos más apreciados, como los cereales, empobreciendo la dieta. Es
famosa la iniciativa de Cobbett, de viaje por Irlanda: «... es un placer,
además de un deber, el desaconsejar por todos los medios el cultivo de este
maldito tubérculo, convencido como estoy de que ha provocado más daño a la
humanidad que la espada y la pestilencia juntos». En Inglaterra, al igual que en
Flandes, existen pruebas de que al aumentar el consumo de patatas disminuye el
de cereales; en las regiones donde el maíz tuvo mayor fortuna, y en Italia en
particular, éste se convirtió en el alimento principal y fue la causa de la
terrible difusión de la pelagra.
Otras consideraciones, de carácter indirecto, inducen a
considerar dudosa la hipótesis alimentaria. Un primer elemento lo constituye la
disminución generalizada de los salarios reales acaecida en toda Europa entre la
primera mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX. La disminución del
salario real es un indicio de la disminución del poder adquisitivo de los
asalariados (y quizá de otras categorías) que, en proporción próxima a 4/5 era
generalmente destinado a adquirir alimentos. Un segundo elemento constituye la
disminución de la estatura, que se habría producido en el mismo período, tanto
en Inglaterra como en el Imperio de los Habsburgo y en Suecia. La estatura es
muy sensible a la alimentación y una disminución o un estancamiento) no es
precisamente un índice de mejoría del estándar nutritivo. Finalmente, la
disminución de la mortalidad se produjo sobre todo en las edades más jóvenes
(como siempre sucede cuando la disminución es debida a enfermedades infecciosas,
que constituyen una causa de muerte menos importante a edades maduras y en los
ancianos). No obstante, los niños, hasta el momento del destete, que era tardío
(generalmente entre el primer y segundo año de edad), se alimentaban de la leche
materna y por tanto su nivel nutritivo era ampliamente independiente de las
vicisitudes de la producción agrícola y del consumo. Sin embargo, la mortalidad
disminuyó también en su caso, no porque se les alimentase de otra manera sino
porque cambió la manera de criar a los niños, de protegerlos del ambiente
circundante y de defenderlos de la intemperie.
La disminución de la mortalidad fue debida a una pluralidad de
causas y quizá ninguna, tomada individualmente, prevaleció. Pero, aun siendo
benévolos, la hipótesis alimentaria resiste peor la criba de la crítica que
otras hipótesis. La mayor producción agrícola, sin embargo, sostuvo el aumento
demográfico (la población se duplica, o casi, en un siglo), pero no mejoró mucho
el nivel nutritivo. La posibilidad de cultivar nuevas tierras, sustraídas a
pastizales, pantanos y terrenos baldíos; el perfeccionamiento de las técnicas y
la introducción de nuevos cultivos, si bien no fueron responsables de la
disminución de la mortalidad, permitieron el aumento de la población agrícola,
creando nuevos núcleos y acelerando la nupcialidad. Además, este movimiento se
sustentó en el crecimiento del sector industrial, en el proceso de urbanización
y en un aumento general de la demanda de trabajo no agrícola, que ofreció
salidas a la población rural.
El crecimiento demográfico del siglo XVIII se produjo bajo el
signo de la puesta en cultivo de nuevas tierras; en Francia, a finales del
Antiguo Régimen, las tierras de cultivo eran casi 24 millones de hectáreas,
frente a 19 millones treinta años antes; en Inglaterra la parcelación de tierras
afecta a unos pocos centenares de acres por año a principios del siglo XVIII, y
70.000 acres por año en la segunda mitad; en Prusia y en la Maremma se
desecan marismas y pantanos, al igual que el drenaje de bogs y fens
permitió saciar el hambre de tierra en Irlanda e Inglaterra.
LA DEMOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA: HACIA EL ORDEN Y LA EFICIENCIA
1. De la dispersión a la economía
Cuando en 1769 James Watt construyó una máquina de vapor con condensador
separado, la eficiencia respecto a la máquina precedente de Newcomen,
utilizada en la minería para el bombeo de agua, resultó enormemente mejorada. A
igualdad de potencia, la máquina de Watt consumía una cuarta parte del
combustible necesario para la máquina de Newcomen, ahorrando la energía
que se disipaba por el calentamiento del cilindro en cada movimiento del pistón.
Éste fue el paso decisivo para la afirmación de las máquinas de vapor en todos
los sectores de la economía.
Algo parecido les ha sucedido a las poblaciones occidentales durante los últimos
siglos. El crecimiento era lento y se producía con una gran disipación de
energía demográfica; las mujeres debían dar a luz una media docena de hijos para
poder ser reemplazadas por la generación posterior. Cada generación de nacidos,
en efecto, perdía de una mitad a una tercera parte de sus componentes antes de
que éstos alcanzasen la edad reproductiva y pudiesen convertirse en
reproductores. Las sociedades del antiguo régimen eran, por consiguiente,
ineficientes desde el punto de vista demográfico: para obtener un nivel bajo de
crecimiento necesitaban abundante combustible (los nacimientos) y dispersaban
una enorme cantidad de la energía producida (los muertos). Además de por la
«ineficiencia», el antiguo régimen demográfico se caracterizaba también por el
«desorden» demográfico. Las probabilidades de que un hijo muriese antes que su
padre, o un nieto antes que su abuelo y de que, en definitiva, el orden natural
de precedencia entre generaciones de se subvirtiese era notable. El alto riesgo
de muerte y la frecuencia las catástrofes convertían en inciertos y precarios
los proyectos y cálculos a largo plazo que se fundamentaban en una persona
determinada.
Durante los últimos dos siglos nace, se desarrolla y finaliza el ciclo
demográfico moderno de Occidente; la población europea se cuadruplica; la
esperanza de vida pasa de valores comprendidos entre 25 y 35 años a 70-75: el
hijos número de hijos por mujer desciende de 5 a menos de 2; natalidad y
mortalidad descienden de valores comprendidos a lo sumo entre 30% y 40% a
valores próximos a 10%. Esta profunda transformación, que es parte integrante de
las transformaciones sociales del último siglo, ha adoptado el nombre de
«transición demográfica», que hoy en día se utiliza habitualmente como la
locución «revolución industrial». Aquella denomina el complejo proceso de paso
del desorden al orden y de la dispersión a la eficiencia que se ha producido
durante la época contemporánea. En los países en vías de desarrollo, este
proceso está en curso: en algunos países, más atrasados, apenas se ha iniciado;
en otros, más avanzados, se acerca a su fin. La experiencia europea, y
occidental en general, con las adaptaciones históricas necesarias, puede ser una
buena guía para la interpretación de lo que está sucediendo en el resto del
mundo.
FIN
*
Selección realizada por:
Javier Colomo Ugarte
Doctor en Geografía e Historia
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