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Extracto de El
Capital Tomo III
Karl
Marx
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XXXI - XXXXII
- XXXIII - XXXIV -
XXXV - XXXVI
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SECCIÓN
QUINTA
DESDOBLAMIENTO
DE LA GANANCIA EN INTERÉS Y GANANCIA DE EMPRESA
CAPÍTULOS:
XXI. El capital a
interés
XXII. División de
la ganancia. Tipo de interés. Cuota “natural” del interés
XXIII. Interés y
ganancia del empresario
XXIV. El capital
a interés, forma alienada de relación capitalista
XXV. Crédito y
capital ficticio
XXVI. La
acumulación de capital-dinero y su influencia sobre el tipo de interés
XXVII. El papel
del crédito en la producción capitalista
XXIX. Las partes
integrantes del capital bancario
XXX.
Capital-dinero y capital efectivo. I
XXXI.
Capital-dinero y capital efectivo. II
(continuación)
XXXII.
Capital-dinero y capital efectivo
(conclusión)
XXXIII. Los
medios de circulación en el sistema de crédito
XXXIV. El
“currency principle” y la legislación bancaria inglesa desde 1844
XXXV. Los metales
preciosos y el curso del cambio
XXXVI. Algunos
rasgos precapitalistas
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SECCIÓN
QUINTA
DESDOBLAMIENTO
DE LA GANANCIA EN INTERÉS Y GANANCIA DE EMPRESA
CAPÍTULO XXI
EL CAPITAL A
INTERÉS
Al
considerar por vez primera la cuota general o media de ganancia (sección
II de este libro) aún no teníamos ésta ante nosotros en su forma definitiva, ya
que la compensación se operaba simplemente como compensación de los capitales
industriales invertidos en las diversas ramas. Esto se completó en la sección
anterior, en que examinamos la participación del capital comercial en esta
compensación y la ganancia mercantil. La cuota general de ganancia y la ganancia
media se presentaban ahora dentro de límites más circunscritos que antes. En el
transcurso de la investigación, no debe perderse de vista que cuando en lo
sucesivo hablemos de cuota general de ganancia o de ganancia media lo haremos
en esta última acepción, es decir, refiriéndonos a la forma definitiva de la
cuota media de ganancia. Y como a partir de ahora ésta es la misma para el
capital industrial y el mercantil, no es tampoco necesario, cuando se trate
solamente de esta ganancia media, establecer una distinción entre la ganancia
industrial y la ganancia comercial. Lo mismo cuando el capital se invierte
industrialmente en la órbita de la producción que cuando se invierte
comercialmente en la órbita de la circulación, arroja la misma ganancia media
anual proporcionalmente a su volumen.
El
dinero -considerado aquí como expresión autónoma de una suma de valor, ya exista
de hecho en dinero o en mercancías- puede convertirse a base de la producción
capitalista en capital y deja de ser, gracias a esta transformación, un valor
dado, para pasar a ser un valor que se valoriza, se incrementa a sí mismo.
Produce ganancia, es decir, permite al capitalista extraer a los obreros una
determinada cantidad de trabajo no retribuido, de producto sobrante y de
plusvalía, y apropiárselo. Con lo cual adquiere, además del valor de uso que
posee como dinero, un valor de uso adicional: el que le permite funcionar como
capital. Su valor de uso consiste aquí precisamente en la ganancia que produce,
al convertirse en capital. Esta cualidad de capital potencial, de medio para la
producción de ganancia, lo convierte en mercancía, pero en una mercancía sui
generis. (22) Lo que podríamos también expresar diciendo que el
capital como tal capital se convierte en mercancía.1
Supongamos que la cuota media anual de ganancia sea el 20%. Según esto, una
máquina con un valor de 100 libras esterlinas produciría, empleada como
capital, en las condiciones medias y a base de la relación media entre la
inteligencia y la actividad encaminada a un fin, una ganancia de 20 libras
esterlinas. Por tanto, un hombre que disponga de 100 libras esterlinas tendrá en
sus manos el poder para convertir estas 100 libras esterlinas en 120 o, lo que
es lo mismo, para producir una ganancia de 20 libras. Tiene en sus manos un
capital virtual de 100 libras esterlinas. Si este hombre cede las 100 libras por
un año a otro que las emplee realmente como capital, le entrega el poder de
producir 20 libras esterlinas, es decir, una plusvalía que no le cuesta nada,
por lo cual no paga equivalente alguno. Si al final del año este hombre abona al
propietario de las 100 libras 5 libras, supongamos, o sea, una parte de la
ganancia obtenida, le pagará de ese modo el valor de uso de las 100 libras
esterlinas, el valor de uso de su función de capital, de la función consistente
en producir 20 libras esterlinas de ganancia. La parte de la ganancia que le
abona se llama interés, que no es, por tanto, más que un nombre especial, una
rúbrica especial con que se denomina una parte de la ganancia que el capital
activo, en vez de embolsarse, tiene que ceder al propietario del capital.
Es
evidente que la posesión de las 100 libras esterlinas concede a su propietario
el poder de percibir los intereses, es decir, una determinada parte de la
ganancia producida por su capital. Sí no entregase al otro las 100 libras
esterlinas, éste otro no podría producir la ganancia ni actuar en modo alguno
como capitalista con relación a estas 100 libras esterlinas.2
Es
absurdo hablar aquí como hace Gilbart (véase nota), de justicia natural. La
justicia de las transacciones que se realizan entre los agentes de la producción
consiste en que estas transacciones se derivan de las relaciones de la
producción como una consecuencia natural. Las formas jurídicas que estas
transacciones económicas revisten como actos de voluntad de los interesados,
como exteriorizaciones de su voluntad común y como contratos cuya ejecución
puede imponerse por la fuerza a los individuos mediante la intervención del
Estado, no pueden determinar, como meras formas que son, este contenido. No
hacen más que expresarlo. Podemos decir que este contenido es justo en cuanto
corresponde al régimen de producción, en cuanto es adecuado a él. Es injusto
cuando se halla en contradicción con él. La esclavitud, dentro del régimen
capitalista de producción, es injusta, como lo es también el fraude en cuanto a
la calidad de la mercancía.
Las
100 libras esterlinas producen la ganancia de 20 libras por el hecho de
funcionar como capital, sea industrial o mercantil. Pero la condición sine
qua non de esta función suya como capital es que se inviertan como capital,
que este dinero se invierta, por tanto, en comprar medios de producción (sí se
trata de un capital industrial) o mercancías (sí se trata de un capital
mercantil). Sin embargo, para poder invertirse, lo primero es que exista. Si A,
el propietario de las 100 libras, las gastase para su consumo privado o las
atesorase, no podrían invertirse como capital por B, por el capitalista en
funciones. B no invierte su propio capital, sino el de A, pero no puede invertir
el capital de A sin la voluntad de éste. En realidad es, pues, A quien
originariamente invierte como capital las 100 libras esterlinas, aunque su
función como capitalista se reduzca a invertir estas 100 libras como capital.
En lo que a las 100 libras se refiere, B sólo actúa como capitalista porque A le
cede las 100 libras y las invierte, por tanto, como capital.
Fijémonos ante todo en la peculiar circulación del capital a interés. Luego
examinaremos el modo especial de venderse este capital como mercancías, es
decir, de prestarse en vez de cederse definitivamente.
El
punto de partida es el dinero que A adelanta a B. Esta operación puede
realizarse con garantía prendaria o sin ella; la primera forma es, sin embargo,
la más antigua, si exceptuamos los préstamos hechos sobre mercancías o con
garantía de títulos como son las letras de cambio, las acciones, etc. Estas
formas especiales no interesan aquí. Lo que aquí nos interesa es el capital a
interés en su forma corriente y normal.
En
manos de B el dinero se convierte realmente en capital, describe el movimiento
D - M - D' para retornar luego a manos de A como D', como D +
D
D,
donde
D
D representan los intereses. Para simplificar el problema, precisamente
aquí, damos de lado por el momento, el caso en que el capital siga más tiempo en
manos de B y los intereses se paguen periódicamente.
El
movimiento es, pues, éste:
D - D - M - D'
- D'.
Aquí
aparece duplicado, 1° la inversión del dinero como capital; 2° su
retorno como capital realizado, como D' o D +
D
D.
En el
movimiento del capital comercial D - M - D', el mismo dinero cambia dos
veces de mano o, si el comerciante vende a otro comerciante, cambia de mano
varias veces, pero cada uno de estos cambios de lugar de la misma mercancía
indica una metamorfosis, compra o venta de la mercancía, por muy frecuentemente
que este proceso se repita hasta que la mercancía entre definitivamente en la
órbita del consumo.
Por
otra parte, en M - D - M nos encontramos con que el mismo dinero cambia
dos veces de lugar, pero revelando la completa metamorfosis de la mercancía, la
primera vez en dinero, la segunda vez para convertirse de dinero en otra
mercancía.
Por
el contrarío, en el capital a interés el primer cambio de lugar de D no
representa momento alguno ni de la metamorfosis de la mercancía, ni de la
reproducción del capital. Esto no se produce hasta la segunda inversión, en
manos del capitalista en activo, que comercia con el dinero o lo convierte en
capital productivo. El primer cambio de lugar de D no expresa aquí más
que su transferencia o cesión de A a B; transferencia que suele realizarse bajo
ciertas formas y reservas jurídicas.
A
esta doble inversión del dinero como capital, la primera de las cuales es una
simple transferencia de A a B, corresponde su doble reflujo. Refluye del
movimiento a manos del capitalista en activo B como D' o D +
D
D. B se lo devuelve a A, pero también con una parte de la ganancia, como
capital realizado, como D +
D
D, donde A
D
D no equivale a toda la ganancia, sino solamente a una parte de ella, que
son los intereses. A manos de B refluye solamente como lo que él ha invertido,
como capital en funciones, pero un capital que es propiedad de A. Para que su
reflujo sea completo, tiene que pasar nuevamente de manos de B a manos de A.
Pero, además de la suma capital, B tiene que entregar a A, bajo el nombre de
intereses, una parte de la ganancia obtenida por él mediante esta suma empleada
como capital, ya que A sólo le ha entregado este dinero en función de capital,
es decir, como valor que además de conservarse en el movimiento rinde una
plusvalía a su propietario. Sólo permanece en manos de B mientras funciona como
capital. Con su reflujo -después de vencer el plazo-, deja de funcionar como
capital. Y en cuanto deja de realizar esta función debe ser retransferido a A,
quien no ha perdido la propiedad jurídica sobre él.
La
forma del préstamo característica de esta mercancía, del capital como
mercancía, y que se presenta también, por lo demás, en otras transacciones, en
vez de la forma de la venta, se desprende del hecho mismo de que el capital
aparece aquí como mercancía o de que el dinero en cuanto capital se convierte en
mercancía.
Hay
que hacer aquí una distinción.
Hemos
visto (libro II, cap. I [p. 51]) y recordemos brevemente aquí que el capital, en
el proceso de circulación, puede funcionar como capital-mercancías o como
capital-dinero. Pero en ninguna de estas dos formas el capital como tal capital
se convierte en mercancía.
Tan
pronto como el capital productivo se convierte en capital-mercancías, tiene que
lanzarse al mercado, venderse como mercancía. El capitalista aparece aquí
exclusivamente como vendedor de una mercancía. Lo mismo que el comprador aparece
como comprador de una mercancía. Como tal mercancía, el producto debe realizar
su valor en el proceso de circulación mediante su venta, asumir su forma
transfigurada como dinero. Es. por tanto, completamente indiferente el que esta
mercancía sea comprada por un consumidor como medio de subsistencia o por un
capitalista como medio de producción, como parte integrante de un capital. En el
acto de circulación el capital-mercancías funciona solamente como mercancía, no
como capital. Es capital-mercancías a diferencia de la simple mercancía,
1° porque se halla ya preñado de plusvalía, por lo cual la realización de
su valor es al mismo tiempo realización de plusvalía; pero esto no altera en lo
más mínimo su simple existencia como mercancía, como producto de un determinado
precio; 2° porque esta función suya como mercancía representa una fase de
su proceso de reproducción como capital y, por tanto, su movimiento como
mercancía, por ser simplemente un movimiento parcial de su proceso, representa
al mismo tiempo su movimiento como capital; pero no por medio del acto mismo de
la venta, sino solamente por medio de la conexión de este acto con el movimiento
total que esta determinada suma de valor describe como capital.
Como
capital-dinero funciona también, en realidad, simplemente como dinero, es
decir, como medio de compra de mercancías (de los elementos de producción). El
hecho de que este dinero sea al mismo tiempo capital-dinero, una forma de
capital, no se desprende del acto mismo de la compra, de la funcí6n real que
aquí desempeña como tal dinero, sino de la conexión de este acto con el
movimiento de conjunto del capital, puesto que este acto que realiza como
dinero inicia el proceso capitalista de producción.
Pero,
en la medida en que funcionan realmente, en que desempeñan efectivamente el
papel que en este proceso les corresponde, el capital-mercancías actúa aquí
simplemente como mercancía y el capital-dinero simplemente como dinero. En
ningún momento concreto de la metamorfosis, considerado de por sí, vende el
capitalista al comprador la mercancía como capital, aunque lo sea para éste, o
enajena el dinero como capital al vendedor. Tanto en uno como en otro caso,
enajena la mercancía simplemente como mercancía y el dinero simplemente como
dinero, como medio de compra de mercancías.
Es
dentro de la concatenación de todo el proceso, en el momento en que el punto de
partida aparece al mismo tiempo como punto de retorno, en D - D' o M - M’,
cuando el capital aparece en el proceso de circulación como tal capital
(mientras que en el proceso de producción aparece como capital mediante la
supeditación del obrero al capitalista y la producción de la plusvalía). Pero en
el momento del reflujo la mediación ha desaparecido. Lo que existe ahora es
D' o D +
D
D (lo mismo si la suma de valor incrementada en
D
D existe en forma de dinero o en mercancía o de elementos de producción),
una suma de dinero igual a la suma de dinero primitivamente desembolsada más un
remanente, que es la plusvalía que se ha realizado. Y es precisamente en este
punto de reflujo, en que el capital se ha realizado, en que el valor ha
fructificado, bajo esta forma -donde se halla plasmado ya como punto quieto, sea
de un modo imaginario o de un modo real-, el capital no entra jamás en
circulación, sino que aparece más bien como sustraído a la circulación, como
resultado del proceso en su conjunto. Tan pronto como vuelve a invertirse, no se
enajena jamás como capital a un tercero, sino que es vendido a éste como
simple mercancía o se le entrega simplemente como dinero a cambio de una
mercancía. No aparece jamás en su proceso de circulación como capital, sino
solamente como mercancía o como dinero, y ésta es su única existencia para
otros. La mercancía y el dinero, aquí son capital, no en cuanto la mercancía
se convierte en dinero y el dinero en mercancía, no en sus relaciones reales con
el comprador o con el vendedor, sino solamente en sus relaciones ideales o con
el capitalista mismo (subjetivamente considerados) o como fases del proceso de
reproducción (consideradas objetivamente). El capital no existe como tal
capital, dentro del movimiento real, en el proceso de circulación, sino
solamente en el proceso de producción, en el proceso de explotación de la fuerza
de trabajo.
Otra
cosa acontece, en cambio, con el capital a interés, y es esto precisamente lo
que le da su carácter específico. El poseedor de dinero que quiere valorizarlo
como capital a interés lo enajena a un tercero, lo lanza a la circulación, lo
convierte en mercancía como capital; y no sólo como capital para él
mismo, sino también para otros; no es solamente capital para quien lo enajena,
sino que se transfiere a un tercero directamente como capital, como valor que
posee un valor de uso consistente en crear plusvalía, en engendrar ganancia;
como un valor que se conserva y persiste en el movimiento para retornar a manos
de su primitivo inversionista, que aquí es el poseedor del dinero, después de
haber funcionado; que, por tanto, sólo se aleja de él durante algún tiempo, que
sólo pasa temporalmente de manos de su propietario a manos del capitalista en
activo, que por consiguiente, no se vende ni se paga, sino que se presta
solamente, que sólo se enajena bajo la condición, en primer lugar, de que
retorne a su punto de partida después de cierto tiempo, y en segundo lugar, de
que retorne como capital realizado, después de cumplir su función como valor de
uso, consistente en producir plusvalía.
Las
mercancías prestadas como capital se presentan con su carácter de capital fijo
o capital circulante. El dinero puede prestarse en ambas formas, como capital
fijo, por ejemplo, cuando se reintegra en forma de renta vitalicia, en cuyo caso
refluye siempre con los intereses una parte del capital. Hay ciertas
mercancías que, por la naturaleza de su valor de uso, sólo pueden prestarse
como capital fijo, como ocurre con las casas, los buques, las máquinas, etc.,
Pero todo capital prestado, cualquiera que sea su forma y el modo como su
devolución pueda resultar modificada por el carácter de su valor de uso es
siempre una forma especial del capital-dinero, pues lo que se presta es siempre
una determinada suma de dinero, sobre la cual se calculan los intereses. Si lo
que se presta no es dinero ni capital circulante, se reintegra siempre al modo
como refluye el capital fijo. El prestamista percibe periódicamente los
intereses y una parte del valor consumido del mismo capital fijo, un equivalente
por el desgaste periódico. Y al final del plazo refluye en especie la parte no
consumida del capital fijo prestado. Si el capital prestado es capital
circulante, retorna también al prestamista al modo como refluye el capital
circulante.
Por
consiguiente, el modo de reflujo se halla siempre determinado por el movimiento
cíclico real del capital que se reproduce y de sus especiales modalidades. Pero,
tratándose de capitales prestados, el reflujo reviste la forma de
devolución, puesto que el desembolso, la enajenación de estos capitales presenta
la forma del préstamo.
En
este capítulo tratamos del capital-dinero en sentido estricto, del que se
derivan las demás formas del capital dado en préstamo.
El
capital prestado refluye de dos modos. En el proceso de reproducción retorna al
capitalista en activo; luego, el reflujo se repite como transferencia al
prestamista, al capitalista dueño del dinero, como devolución del capital a su
verdadero propietario, como su reflujo a su punto jurídico de partida.
En el
verdadero proceso de circulación, el capital aparece siempre simplemente como
mercancía o como dinero y su movimiento se descompone en una serie de compras y
ventas. En una palabra, el proceso de circulación se reduce a la metamorfosis de
la mercancía. Otra cosa acontece cuando nos fijamos en el proceso de
reproducción en su conjunto. Si partimos del dinero (y lo mismo da que partamos
de la mercancía, puesto que en este caso partimos de su valor, considerándola
por tanto, bajo su forma dinero), se desembolsará una suma de dinero para que
retorne a su punto de partida, incrementada, al final, de un determinado
período. Refluye la reposición de la suma de dinero desembolsada más una
plusvalía. La suma prestada se ha conservado e incrementado después de recorrer
un cierto movimiento cíclico. Pues bien, el dinero, siempre y cuando que se
preste como capital, se presta precisamente como esta suma de dinero que se
conserva y se incrementa, que al cabo de un determinado plazo se devuelve con un
incremento y que se halla siempre en condiciones de volver a recorrer el mismo
proceso. No se invierte como dinero ni como mercancía y, por tanto, ni se cambia
por una mercancía, cuando se desembolsa como dinero, ni se vende por dinero,
cuando se entrega como mercancía, sino que se invierte siempre como capital. La
relación consigo mismo con que aparece el capital cuando se enfoca el proceso
capitalista de producción como un todo y una unidad y en que el capital aparece
como dinero que alumbra dinero, se le imprime aquí, sin el movimiento intermedio
que sirve de vehículo, sencillamente como un carácter propio, como su destino. Y
con este destino se enajena, cuando se presta en función de capital-dinero.
Una
concepción peregrina de la función del capital-dinero es la que sostiene
Proudhon (Gratuité du Crédit. Discussion entre M. Fr. Bastiat et M. Proudhon,
París, 1850). Proudhon considera que el prestar es censurable porque no es
vender. El prestar a interés “es la posibilidad de volver a vender
constantemente el mismo objeto obtenido constantemente al precio
correspondiente, sin ceder jamás la propiedad sobre el objeto que se
transfiere”* (p. 9). El objeto, dinero, una casa, etc, no cambia de dueño como
en la comprventa. Pero Proudhon no ve que al entregar el dinero en forma de
capital a interés no se recibe a cambio de él ningún equivalente.
Indudablemente, en todo acto de compra y venta, siempre y cuando que medie un
proceso de intercambio, se traspasa el objeto sobre que el acto recae. Se cede
siempre la propiedad del objeto vendido. Pero no se cede el valor. En las ventas
se traspasa la mercancía, pero no se traspasa el valor, el cual se reintegra
bajo forma de dinero o a través de un titulo de deuda o de pago, que para estos
efectos es lo mismo. Al comprar, se traspasa el dinero, pero no su valor, el
cual se repone en forma de mercancía. Durante todo el proceso de reproducción,
el capitalista industrial retiene en sus manos el mismo valor (prescindiendo de
la plusvalía), aunque bajo distintas formas.
Cuando media un intercambio, es decir, un intercambio de objetos, no se opera
un cambio de valor. El mismo capitalista retiene siempre en sus manos el mismo
valor. Pero cuando el capitalista produce plusvalía, no se opera tal
intercambio; allí donde media intercambio, la plusvalía se contiene ya en las
mercancías cambiadas. Desde el momento en que nos fijamos, no en los distintos
actos de cambio, sino en el ciclo completo del capital, D - M - D', vemos
que se desembolsa constantemente una determinada suma de dinero, la cual retorna
de la circulación incrementada con la plusvalía o la ganancia. Claro está que la
interposición de este proceso no aparece visible en los simples actos de cambio.
Y es precisamente este proceso de D como capital lo que sirve de base y
de fuente a los intereses del capitalista que da su dinero en calidad de
préstamo.
“En
realidad -dice Proudhon-, el fabricante de sombreros que vende sus sombreros.
obtiene su valor, ni más ni menos. Pero al capitalista que presta dinero.
no sólo se le devuelve su capital integro, sino que recibe más de lo que lanza
al cambio, pues percibe, además del capital, un interés.” ([Ob.
cit.] p. 69.) El fabricante de sombreros ocupa aquí el puesto del
capitalista productivo por oposición al prestamista. Evidentemente, Proudhon no
ha logrado comprender el secreto de que el capitalista productivo pueda vender
mercancías por su valor (la compensación a base de los precios de producción es
aquí, en su concepto, indiferente) y precisamente de ese modo obtener una
ganancia sobre el capital lanzado por él al cambio. Supongamos que el
precio de producción de 100 sombreros sea = 115 libras esterlinas y que esta
producción coincida por casualidad con el valor de los sombreros, es decir, que
el capital que produce los sombreros tenga una composición social media. Si la
ganancia es = l5%, el fabricante de sombreros realizará una ganancia de 15
libras esterlinas vendiendo las mercancías por su valor de 115. A él sólo le
cuestan 100 libras. Si produce con su propio capital, se embolsará íntegro el
sobrante de 15 libras esterlinas, si produce con capital prestado, tendrá que
pagar como intereses 5 libras, supongamos. Esto no altera en lo más mínimo el
valor de los sombreros, sino solamente la distribución entre diversas personas
de la plusvalía contenida ya en este valor.
Como,
por tanto, el valor de los sombreros no resulta afectado en nada por el pago de
intereses, resulta absurdo que Proudhon diga: Puesto que en el comercio los
intereses del capital vienen a sumarse al salario de los obreros para formar el
precio de la mercancía, es imposible que al obrero se le reintegre el precio de
su propio trabajo. Vivre en travaillant (23) es un principio que bajo el
régimen de los intereses encierra una contradicción” (p. 105).3
Cuán
mal comprende Proudhon lo que es el capital lo demuestra la siguiente
tesis, en la que describe el movimiento del capital en general como un
movimiento peculiar del capital a interés: “Por el hecho de que, mediante la
acumulación de intereses, el capital-dinero, a través de una serie de cambios,
retorna siempre a su fuente, se sigue que los préstamos repetidos, realizados
constantemente por la misma mano, producen siempre ganancias a la misma persona.
(Proudhon, en carta de 31 de diciembre 1849, ob. cit, p. 154.)
¿Qué
es, pues, lo que sigue siendo enigmático para él en el movimiento peculiar del
capital a interés? Las categorías: compra, precio, cesión de objetos y la forma
directa que aquí reviste la plusvalía; en una palabra, el fenómeno de que aquí
el capital se convierte como tal capital en mercancía, y de que, por tanto, la
venta se convierte en préstamo y el precio en una participación en la ganancia.
El
retorno del capital a su punto de partida es, en general, el movimiento
característico del capital en su ciclo completo. No es esto, ni mucho menos, lo
que caracteriza al capital a interés. Lo que caracteriza a este capital es la
forma externa del retorno, desglosada del ciclo que sirve de vehículo. El
capitalista que da dinero en préstamo se desprende de su capital, lo cede al
capitalista industrial, sin recibir a cambio un equivalente. Su cesión no
constituye en modo alguno un acto del verdadero proceso cíclico del capital,
sino que le sirve simplemente de introducción a través del ciclo que el
capitalista industrial ha de realizar. Este primer cambio de lugar del dinero no
expresa ningún acto de metamorfosis, ni compra ni venta. No se cede la
propiedad, puesto que no se realiza ningún cambio ni se recibe ningún
equivalente. El retorno del dinero de manos del capitalista industrial a manos
del capitalista que lo presta no hace más que complementar el primer acto de
cesión del capital. El capital, desembolsado en forma de dinero, retorna de
nuevo al capitalista industrial, a través del proceso cíclico, en forma de
dinero. Pero como el capital no le pertenece en el momento de ser invertido, no
puede pertenecerle tampoco en el momento en que refluye. El tránsito a través
del proceso de reproducción difícilmente puede convertir este capital en
propiedad suya. Tiene que devolverlo, pues, a quien se lo prestó. El primer
desembolso, que transfiere el capital de manos del prestamista a manos del
prestatario, es una transacción jurídica, que no guarda relación alguna con el
proceso real de reproducción del capital y se limita a servirle de introducción.
La devolución del capital, que hace que éste refluya de manos del prestatario a
manos del prestamista, constituye una segunda transacción jurídica, complemento
de la primera; una sirve de introducción al verdadero proceso, otra es un
complemento del mismo. El punto de partida y el punto de retorno del capital
prestado, aparecen, pues, como movimientos arbitrarios, realizados por medio de
transacciones jurídicas efectuadas antes y después del movimiento real y
efectivo del capital y que no guardan relación alguna con él. Es como si, para
estos efectos, fuese indiferente el que el capital perteneciese al capitalista
industrial desde el primer momento y refluyese única y exclusivamente a él, como
de su propiedad.
En el
primer acto, que sirve de introducción, el prestamista cede su capital al
prestatario. En el segundo acto, complemento y final del proceso, el prestatario
devuelve el capital al prestamista. Si nos fijamos exclusivamente en la
transacción entre ambos -y prescindiendo, por el momento, de los intereses-, si
nos atenemos solamente al movimiento del mismo capital prestado entre el
prestamista y el prestatario, vemos que estos dos actos (separados por un
período de tiempo más o menos largo, durante el cual se desarrolla el verdadero
movimiento de reproducción del capital) abarcan el conjunto de este movimiento.
Y este movimiento: cesión del capital bajo la condición de devolverlo,
constituye en términos generales el movimiento de prestar y tomar a préstamo, de
esta forma específica de la enajenación puramente condicional de dinero o de
mercancías.
El
movimiento característico del capital en general, el retorno del dinero a manos
del capitalista, reviste en el capital a interés una fisonomía completamente
externa, separada del movimiento real del que es la forma. A cede su dinero,
pero no como dinero, sino como capital. Aquí, el capital no experimenta cambio
alguno. No hace más que cambiar de mano. Su verdadera transformación en capital
no se opera hasta que se encuentra ya en manos de B. Sin embargo, para A el
dinero se convierte en capital por el mero hecho de su cesión a B. El verdadero
reflujo del capital del proceso de producción y de circulación sólo se opera con
respecto a B. Con respecto a A, el reflujo se efectúa en la misma forma que la
enajenación. El capital pasa nuevamente de manos de B a las de A. Cesión,
préstamo del dinero por cierto tiempo y devolución del dinero prestado con sus
correspondientes intereses (plusvalía) constituyen la forma íntegra del
movimiento que corresponde al capital a interés como tal. El movimiento real
del dinero prestado como capital es una operación situada al margen de las
transacciones entre prestamistas y prestatarios. Este movimiento intermedio
aparece esfumado, invisible en estas operaciones, no se halla directamente
encuadrado en ellas. El capital, como mercancía de tipo especial que es, posee
también un modo peculiar de enajenación. Por eso aquí el reflujo no se expresa
tampoco como consecuencia y resultado de una determinada serie de fenómenos
económicos, sino por obra de un especial convenio jurídico entre compradores y
vendedores. El momento del reflujo dependerá del curso del proceso de
reproducción; en el capital a interés, su retorno como capital parece
depender de un simple convenio entre prestamista y prestatario. De este modo, el
reflujo del capital, referido a esta transacción, no aparece ya como un
resultado determinado por el proceso mismo de producción, sino como si el
capital prestado no llegase a perder en ningún momento la forma de dinero.
Claro está que de hecho estas transacciones se hallan determinadas por los
reflujos reales. Pero esto no se trasluce en la misma transacción. Y tampoco
ocurre siempre así en la práctica, ni mucho menos. Sí el verdadero reflujo no se
efectúa a su debido tiempo, el prestatario tiene que buscar otros recursos para
hacer frente a sus obligaciones para con el prestamista. La mera forma del
capital-dinero desembolsado como suma A y que revierte como suma
1
A + -- A
x
al
cabo de determinado tiempo, sin otra intervención que ese lapso, no es sino la
forma irracional del movimiento real del capital.
El
retorno es, en el movimiento real y efectivo del capital, una fase del proceso
de circulación. Primero, el dinero se convierte en medios de producción; el
proceso de producción convierte al dinero en mercancía; mediante la venta de la
mercancía, se convierte nuevamente en dinero y revierte en esta forma a manos
del capitalista que empezó desembolsando el capital en forma de dinero. En
cambio, en el capital a interés, tanto el retorno como la cesión del capital son
el resultado de una simple transacción jurídica entre el propietario del capital
y otra persona. Lo único que se ve es la cesión y la devolución. Todo lo que
queda en medio, se esfuma.
Pero
como el dinero, desembolsado como capital, tiene la cualidad de refluir a su
punto de partida, a manos de quien lo desembolsa como capital; como D - M -
D’ es la forma inmanente del movimiento del capital, precisamente por ello,
puede el poseedor de dinero prestarlo como capital, como algo que posee la
cualidad de refluir a su punto de partida, de conservarse e incrementarse a
través del movimiento que recorre. El poseedor de dinero lo cede a otro como
capital porque, después de emplearse como capital, refluye a su punto de
partida; es decir, puede ser devuelto por el prestatario al cabo de cierto
tiempo, precisamente porque refluye ante todo hacia este último.
El
préstamo de dinero como capital -su cesión bajo la condición de devolverlo al
cabo de cierto tiempo- tiene, pues, como premisa, el que el dinero se emplee
realmente como capital, refluya realmente a su punto de partida. El verdadero
movimiento cíclico del dinero como capital es, por tanto, premisa de la
transacción jurídica por virtud de la cual el prestatario se compromete a
devolver el dinero al prestamista. Si el prestatario invierte o no como capital
el dinero recibido, es incumbencia suya. El prestamista se lo
presta como capital, y como tal tiene que cumplir las funciones propias del
capital, que incluyen el ciclo del capital-dinero hasta revertir, en forma de
dinero, a su punto de partida.
Los
actos de circulación D - M y M - D' en que la suma de valor funciona como
dinero o como mercancía no son mas que procesos intermediarios, fases concretas
de su movimiento total. Como capital, esa masa de valor describe el movimiento
total D - D'. Se desembolsa como dinero o suma de valor en una forma
cualquiera y retorna como suma de valor a su punto de partida. El prestamista
del dinero no lo desembolsa para comprar mercancías o, suponiendo que la suma de
valor exista en forma de mercancías, no las vende por dinero, sino que hace el
desembolso como capital, como D - D', como valor que revierte a su punto
de partida al cabo de determinado tiempo. No compra ni vende, sino que presta.
Este préstamo es, pues, la formula adecuada para enajenar una suma de valor
como capital, en vez de enajenarla como dinero o como mercancía. De donde no
se desprende, ni mucho menos, que el préstamo no pueda ser también la forma
correspondiente a transacciones que nada tengan que ver con el proceso
capitalista de reproducción.
Hasta
aquí nos hemos limitado a examinar el movimiento del capital prestado
entre su propietario y el capitalista inicial. Ahora vamos a examinar el
interés.
El
prestamista desembolsa su dinero como capital; la suma de valor que cede a otro
es capital y revierte, por tanto, a él. Pero el simple retorno a sus manos
podría no ser reflujo como capital de la suma de valor prestada, sino
simplemente la devolución de una suma de valor concedida en préstamo. Para que
refluya como capital es necesario que la suma de valor desembolsada, además de
conservarse, se valorice, incremente su magnitud de valor o, lo que es lo mismo,
refluya con una plusvalía, como D +
D
D,
y este
D
D
representa aquí los intereses o la parte de la ganancia media que no queda en
manos del capitalista en activo, sino que es apropiada por el capitalista
financiero.
El
hecho de que éste enajene el dinero como capital, quiere decir que debe serle
devuelto como D+
D
D.
Luego, habrá de examinarse especialmente la forma en que, durante el término
señalado, van refluyendo periódicamente los intereses, pero sin el capital,
cuya devolución no se efectúa hasta el final de un período más largo.
¿Qué
es lo que el capitalista dueño del dinero entrega al prestatario, al
capitalista industrial? ¿Qué es lo que, en realidad, le cede? Y debe tenerse en
cuenta que es solamente el acto de la enajenación lo que convierte el préstamo
del dinero en enajenación del dinero como capital, es decir, en enajenación del
capital como mercancía.
Es
exclusivamente a través del acto de esta enajenación como el capital del
prestamista de dinero en cuanto a mercancía o como la mercancía de que dispone
se cede a un tercero, en concepto de capital.
¿Qué
se enajena en una venta corriente? No es el valor de la mercancía vendida, ya
que ésta se limita a cambiar de forma. Existe idealmente como precio en la
mercancía misma, antes de pasar realmente a manos del vendedor en forma de
dinero. El mismo valor y la misma magnitud de valor se limitan a cambiar de
forma aquí. Dejan de existir en forma de mercancías para pasar a existir en
forma de dinero. Lo que el vendedor enajena realmente y lo que, por tanto, pasa
al consumo individual o productivo del comprador es el valor de uso de la
mercancía, la mercancía como valor de uso.
Ahora
bien ¿cuál es el valor de uso que el capitalista dueño del dinero enajena
durante el plazo del préstamo y cede al capitalista productivo, al prestatario?
Es el valor de uso que el dinero adquiere al convertirse en capital, por el
hecho de poder funcionar como capital y engendrar, por tanto, en su movimiento,
una determinada plusvalía, la ganancia media (pues lo que excede de ella o no
la alcance debe ser considerado como algo puramente fortuito, para estos
efectos), y además el hecho de conservar su magnitud primitiva de valor. En las
demás mercancías se consume en último resultado el valor de uso, con lo cual
desaparece la sustancia misma de la mercancía y, con ella, su valor. En cambio,
la mercancía - capital se caracteriza por la circunstancia de que al consumirse
su valor de uso, no sólo se conservan su valor y su valor de uso, sino que
además se incrementan.
Es
este valor de uso del dinero como capital -la cualidad de engendrar la ganancia
media- lo que el capitalista dueño del dinero enajena al capitalista industrial
por el tiempo durante el cual cede a éste el derecho a disponer del capital
prestado.
En
este sentido, el dinero concedido en préstamo presenta cierta analogía con la
fuerza de trabajo en sus relaciones con el capitalista industrial. Sin embargo,
éste paga el valor de la fuerza de trabajo, mientras que se limita a devolver el
valor del capital prestado. El valor de uso de la fuerza de trabajo para el
capitalista industrial consiste en producir, al consumirse, más valor (la
ganancia) que el valor que ella misma posee y cuesta. Este remanente de valor
es precisamente lo que constituye su valor de uso para el capitalista
industrial. También el valor de uso del capital-dinero concedido en préstamo se
revela como su capacidad para crear e incrementar valor.
El
capitalista dueño del dinero enajena en realidad un valor de uso, por lo cual lo
que cede lo hace en concepto de mercancía. Hasta aquí, la analogía con la
mercancía como tal es completa. En primer lugar, se trata de un valor que se
transfiere de manos de uno a manos de otro. En la mercancía pura y
simple, en la mercancía como tal, permanece en manos del comprador y del
vendedor el mismo valor, aunque bajo una forma distinta, ambos siguen
disponiendo del mismo valor que han enajenado, uno en forma de mercancía, otro
en forma de dinero. La diferencia está en que, en el préstamo, el capitalista
dueño del dinero es el único que enajena un valor por medio de esta transacción,
pero el valor enajenado refluye a él por medio de la devolución futura. En el
préstamo únicamente recibe valor una de las partes, puesto que sólo una de las
partes enajena valor. En segundo lugar, una de las partes enajena un valor de
uso real, que la otra recibe y consume. Empero, a diferencia de lo que ocurre
con la mercancía corriente, en este caso el valor de uso es al mismo tiempo
valor, a saber: el remanente de la magnitud de valor que se obtiene mediante el
uso del dinero como capital, después de cubrir su magnitud de valor primitiva.
La ganancia constituye este valor de uso.
El
valor de uso del dinero prestado consiste en poder funcionar como capital y en
producir, como tal, en circunstancias usuales, la ganancia media.4
Ahora bien, ¿que paga por ello el capitalista industrial y cuál
es, por tanto, el precio del capital prestado?
That
which men pay as interest for the use of what they
borrow constituye, según Massie, a part of the profit it i's
capable of producing.
(24) [An Essay, etc, p. 49.]5
Lo
que el comprador de una mercancía corriente compra es su valor de uso; lo que
paga por ella, su valor. El que recibe dinero a préstamo compra también su valor
de uso como capital; pero ¿qué paga por ello? No es, evidentemente, como
tratándose de otras mercancías, su precio o su valor. Entre el prestamista y el
prestatario no se opera, como entre comprador y vendedor, un simple cambio en
forma de dinero y luego en forma de mercancía. La identidad entre el valor
enajenado y el valor que se devuelve se muestra aquí de un modo muy distinto. La
suma de valor, el dinero, se entrega sin equivalente alguno, para ser devuelta
al cabo de cierto tiempo. El prestamista sigue siendo propietario del mismo
valor, aun cuando éste salga de sus manos para entrar en manos del prestatario.
En el cambio simple de mercancías, el dinero aparece siempre de parte del
comprador; en el préstamo el dinero aparece, por el contrario de parte del
vendedor. Es él quien traspasa el dinero por un determinado tiempo y el
comprador del capital quien lo recibe como una mercancía. Mas para ello es
indispensable que el dinero funcione como capital y, por tanto, sea
desembolsado. El prestatario recibe en préstamo el dinero como capital, como
valor que se valoriza. Pero, al igual que todo capital en su punto de partida,
sólo es dinero de por sí en el momento de desembolsarse. Sólo mediante su uso se
valoriza, se realiza como capital. Pero, al ser ya capital realizado, el
prestatario se halla obligado a devolverlo, a restituirlo, por tanto, como
valor incrementado por la plusvalía (interés); y los intereses no pueden ser
sino una parte de la ganancia realizada por el capital. Solamente una parte, no
la totalidad, pues el valor de uso del capital para su prestatario consiste
precisamente en obtener de él una ganancia. De otro modo, no se realizaría
ninguna enajenación del valor de uso por parte del prestamista. Por otra parte,
no es posible que toda la ganancia sea apropiada por el prestatario, pues en
este caso no pagaría nada por la enajenación del valor de uso y se limitaría a
devolver al prestamista el dinero desembolsado como simple dinero, no como
capital, como capital realizado, pues capital realizado lo es solamente, como
D +
D
D.
Ambos, el prestamista y el prestatario, desembolsan la misma suma de dinero
como capital. Pero esta suma de dinero sólo funciona como capital para dos
personas distintas. Sólo puede funcionar como capital en manos del segundo. La
ganancia no se duplica por la doble existencia de la misma suma de dinero como
capital para dos personas distintas. Sólo puede funcionar como capital
para ambas mediante el reparto de la ganancia. La parte de la ganancia que
corresponde al prestamista recibe el nombre de interés.
Toda
esta transacción se realiza, según la premisa de que se parte, entre dos clases
de capitalistas, el capitalista dueño del dinero y el capitalista industrial o
mercantil.
No
debe olvidarse que aquí el capital es, como tal capital, mercancía o que la
mercancía de que se trata constituye un capital. Todas las relaciones que aquí
se presentan serían, por tanto, irracionales desde el punto de vista de la
simple mercancía y también desde el punto de vista del capital en la medida en
que, dentro del proceso de reproducción, funciona como capital-mercancías. El
prestar y tomar a préstamo en vez de vender y comprar representa aquí una
diferencia derivada de la naturaleza específica de la mercancía, o sea, del
capital. Y también el hecho de que lo que aquí se paga sea el interés, en vez
del precio de la mercancía. Si pretendiésemos llamar al interés el precio del
capital-dinero, tendríamos una forma irracional del precio, absolutamente
contradictoria con el concepto del precio de la mercancía.6 El precio
se reduce aquí a su forma puramente abstracta y carente de contenido,
consistente en una determinada suma de dinero que se paga por algo que figura de
una manera o de otra como un valor de uso; el verdadero concepto del precio
consiste en ser equivalente al valor de este valor de uso expresado en dinero.
Considerar el interés como precio del capital constituye a priori
una expresión absolutamente irracional. Aquí, nos encontramos con una mercancía
que tiene un doble valor: de una parte, un valor; de otra, un precio distinto de
este valor, cuando en realidad el precio no es otra cosa que el valor expresado
en dinero. El capital-dinero, no es, en primer término, sino una suma de dinero
o el valor de una determinada masa de mercancías fijado en una suma de dinero.
Cuando una mercancía se presta como capital, no es más que la forma disfrazada
de una suma de dinero, pues lo que se presta como capital no son tantas o
cuantas libras de algodón, sino tanto o cuanto dinero que existe como su valor
bajo forma de algodón. El precio del capital se refiere, por tanto, a este valor
como suma de dinero, aunque no como currency, como entiende el señor
Torrens (véase al pie la nota 6). ¿Cómo, pues, ha de tener cualquiera suma de
valor un precio fuera del suyo propio, además del precio expresado en su propia
forma de dinero? El precio no es, en realidad, otra cosa que el valor de la
mercancía (y así ocurre también con el precio de mercado, cuya diferencia con
respecto al valor no es una diferencia cualitativa, sino simplemente,
cuantitativa, que versa solamente sobre la magnitud de valor) a diferencia de su
valor de uso. Un precio cualitativamente distinto del valor constituye una
contradicción absurda.7
El
capital se manifiesta como capital mediante su valorización; el grado de su
valorización expresa el grado cuantitativo en que se realiza como capital. La
plusvalía o ganancia engendrada por él -su cuota o cuantía- sólo puede medirse
comparándola con el valor del capital desembolsado. La mayor o menor
valorización del capital a interés sólo podrá medirse también, por
consiguiente, comparando la cuantía de los intereses, es decir, de la parte que
le corresponde en la ganancia total, con el valor del capital desembolsado. Por
tanto, si el precio expresa el valor de la mercancía, los intereses expresan la
valorización del capital-dinero, apareciendo por tanto como el precio que se
paga por el capital-dinero a quien lo presta. De aquí se desprende cuán absurdo
es ya de por sí el pretender aplicar directamente a estas transacciones, como
hace Proudhon, las simples relaciones del cambio efectuado por medio del dinero,
es decir, de las compras y las ventas. La premisa fundamental de que se parte es
precisamente la de que el dinero funcione como capital, pudiendo cederse por
consiguiente como capital de por sí, como capital potencial, a una tercera
persona.
Pues
bien, el capital mismo sólo aparece aquí como una mercancía cuando se ofrece en
el mercado y cuando el valor de uso del dinero se enajena realmente como
capital. Y su valor de uso consiste en engendrar una ganancia. El valor del
dinero o de las mercancías consideradas como capital no se determina por su
valor como dinero o mercancías, sino por la cantidad de plusvalía que producen a
su poseedor. El producto del capital es la ganancia. Dentro de la producción
capitalista no constituye más que un empleo distinto del dinero el hecho de que
se invierta como tal dinero o se desembolse como capital. El dinero o las
mercancías son de por sí, potencialmente, capital, exactamente lo mismo que es
potencialmente capital la fuerza de trabajo: 1° porque el dinero puede
convertirse en elementos de producción y sólo es, como tal, una expresión
abstracta de los mismos, su existencia como valor, 2° porque los
elementos materiales de la riqueza poseen la cualidad de ser ya potencialmente
capital, puesto que el término antagónico que los complementa y los convierte
en capital -el trabajo asalariado- existe ya de suyo dentro de la producción
capitalista.
La
realidad social contradictoria de la riqueza material -su antagonismo con el
trabajo como trabajo asalariado- se halla ya, separada del proceso de
producción, expresado en la propiedad del capital de por si. Pues bien, este
aspecto determinado que se destaca del mismo proceso capitalista del cual es
constante resultado y, como tal su eterna condición, se expresa en el hecho de
que el dinero, y con el dinero la mercancía, son de por si, latentemente,
potencialmente, capital, en el hecho de que pueden venderse como capital y de
que en esta forma representan un poder sobre el trabajo de otros, dan derecho a
apropiarse del trabajo ajeno, son, por tanto, un valor que fructifica. Aquí se
destaca también claramente que es esta relación lo que constituye el título y el
medio para la apropiación del trabajo ajeno, y no un trabajo cualquiera como
contrapartida por parte del capitalista.
Como
mercancía, el capital aparece además, en cuanto la división de la ganancia en
interés y ganancia en sentido estricto se halla regulada por la oferta y la
demanda, es decir, por la competencia, exactamente lo mismo que los precios
comerciales de las mercancías. Sin embargo, en este punto la diferencia salta a
la vista con tanta fuerza como la analogía. Si la demanda coincide con la
oferta, el precio comercial de la mercancía corresponde a su precio de
producción o, lo que es lo mismo, en este caso su precio aparece regulado por
las leyes internas de la producción capitalista, independientemente de la
competencia, puesto que las fluctuaciones de la oferta y la demanda sólo
explican las divergencias de los precios vigentes en el mercado con respecto a
los precios de producción, divergencias que se compensan mutuamente, de tal modo
que en ciertos períodos largos los precios medios del mercado equivalen a los
precios de producción. Al nivelarse, estas fuerzas dejan de actuar, se anulan
recíprocamente, y la ley general de la determinación de los precios se impone
también como ley en cada caso concreto; el precio comercial corresponde
entonces en su existencia directa, y no ya simplemente como promedio del
movimiento de los precios del mercado, al precio de producción, regulado
directamente por las leyes inmanentes del régimen de producción imperante. Y
otro tanto acontece con el salario. Cuando coinciden la oferta y la demanda cesa
su acción y el salario equivale entonces al valor de la fuerza de trabajo. Pero
con los intereses del capital-dinero no ocurre así. Aquí la competencia no
determina las desviaciones de la ley, pues no existe ley alguna que regule la
división fuera de la impuesta por la competencia, ya que, como veremos mas
adelante, no rige ninguna cuota “natural” para el tipo de interés. Cuando se
habla de una cuota natural del tipo de interés, se alude más bien a la cuota
establecida por la libre competencia. No existen límites “naturales” para la
cuota del tipo de interés. Allí donde la competencia no determina solamente las
desviaciones y fluctuaciones, donde por tanto cesa toda determinación en cuanto
al equilibrio de las fuerzas que se contrarrestan mutuamente, lo que se trata de
determinar es de por sí algo arbitrario y que escapa a toda ley. De esto
trataremos más de cerca en el capítulo siguiente.
En el
capital a interés todo parece desarrollarse exteriormente: el desembolso del
capital como simple transferencia de éste del prestamista al prestatario; el
reflujo del capital realizado como simple devolución, como pago del capital con
sus intereses del prestatario al prestamista. E igualmente, la determinación
inmanente al modo de producción capitalista según la cuota de ganancia no
depende solamente de la relación de la ganancia obtenida en una rotación
concreta con el valor-capital desembolsado, sino también de la duración de este
período mismo de rotación, debiendo considerarse, por tanto, como la ganancia
que el capital industrial arroja en determinados períodos. En el capital a
interés esto se revela también de un modo completamente externo por el hecho de
que el prestatario abona al prestamista un interés determinado por un
determinado plazo de tiempo.
Con
su manera usual de penetrar en la concatenación interior de las cosas, dice el
romántico Adam Müller (Die Elemente der Staatskunst, Berlín, 1809 [t.
IIII, p.138): “Cuando se determina el precio de las cosas, no interesa para
nada el tiempo; cuando se trata de determinar los intereses, el tiempo
constituye un factor fundamental.” No ve cómo el tiempo de producción y el
tiempo de circulación contribuyen a la determinación del precio de las
mercancías y cómo, precisamente por ello, la cuota de ganancia se determina
para un cierto periodo de rotación del capital, lo mismo que el interés se halla
condicionado a la determinación de la ganancia para un cierto tiempo. Su agudeza
consiste, aquí, como siempre, en ver solamente las nubes de polvo de la
superficie, proclamando esta superficie polvorienta, de un modo pretencioso,
como algo misterioso y significativo.
NOTAS
AL PIE DEL
CAPÍTULO XXI
1 Podríamos citar aquí algunos lugares en que los economistas
enfocan así el problema.
“You [es decir, cl
Bank of
England]
are very
large dealers in the commodity of capital?
[¿Ustedes -es decir,
el Banco de Inglaterra- realizan grandes negocios con la mercancía capital?],
se pregunta a un director de este Banco en el interrogatorio de testigos que
acompaña al Report on Bank Acts (House of Commons, 1857 [p. 104,
núm. 1,194]).
2 “Constituye un principio evidente de la justicia natural el que
aquel que toma dinero prestado con el propósito de obtener una ganancia de él
entregue al prestamista una parte de la ganancia.”
(Gilbart, The History and
Principles of Banking, Londres, 1834, página 163).
* De
la primera carta a Bastiat, escrita por F. C. Cheve, partidario de Proudhon y
redactor de la Voix du Peuple, con que se abrió la discusión (22
Oct, 1849). (Nota de la Ed. alemana.).
3 Por
tanto, según Proudhon, “una casa”, “dinero”, etc, no deben prestarse como
“capital”, sino enajenarse “como mercancía, al precio de costo” (p. [43] 44).
Lutero estaba un poco por encima de Proudhon. Sabía ya que la obtención de
ganancia es independiente de la forma del préstamo o de la compra: “Hacen
también de la compra una usura. Pero esto es ya demasiado bocado para una sola
vez. Y si ahora nos decidimos a meter en cintura a quienes se dedican a la usura
en los préstamos, si les decimos lo que les aguarda (después del Juicio final),
debemos leer también la cartilla a la usura en las compras” (M. Lutero. A los
párrocos, para que prediquen contra la usura, Wittenberg, 1540 [Lutero,
Obras Wittenberg, 1589. 6° parte, p. 307]).
4 “La
licitud del cobro de intereses no depende de que alguien obtenga o no una
ganancia, sino de su (la del prestatario) capacidad para obtenerla, siempre y
cuando que lo sepa emplear” (An Essay on the Governing Causes of the
Natural Rate of Interest, wherein the sentiments of Sir W. Petty and Mr. Locke,
on that head, are considered. Londres, 1750, p. 49. Autor de esta obra
anónima: J. Massie).
5
"Los ricos de un país, en vez de invertir personalmente su dinero, lo prestan a
otros, para que estos obtengan una ganancia, reservando una parte de ella a los
propietarios.” (Ob. cit, p, 23 [24].)
6 El término valor (value) aplicado a la currency
(medios de circulación) tiene tres acepciones. En segundo lugar, currency
actually in hand (25) comparado, con la misma cantidad de
currency que ingresará en fecha posterior.
En este caso, su
valor se mide por el tipo de interés y éste se determina by the ratio between
the amount of loanable capital the demand for it. and (26) (Coronel
R. Torrens On the Operation of the Bank Charter Act of 1844, etc, 2° ed,
1847 [pp. 5 s.]).
7 “La doble acepción del término valor del dinero o del medio de
circulación cuando, como suele ocurrir, se emplea para designar indistintamente
tanto el valor de cambio de las mercancías como el valor de uso del capital,
constituye una fuente constante de confusión.”
(Tooke, Inquiry into the
Currency Principle, p. 77).
Lo que Tooke no ve
es la confusión fundamental (que reside en la cosa misma), a saber, la que
consiste en que el valor como tal (el interés) se convierta en valor de uso del
capital.
CAPÍTULO XXII
DIVISIÓN DE LA
GANANCIA. TIPO DE INTERÉS. CUOTA “NATURAL” DEL INTERÉS
No
podemos investigar aquí en detalle lo que constituye el tema de este capítulo ni
todos los fenómenos del crédito, que habrán de ser estudiados más adelante. La
competencia entre prestamistas y prestatarios y las oscilaciones del mercado de
dinero que de ella se derivan caen fuera del campo de nuestra investigación. La
órbita recorrida por el tipo de interés durante el ciclo industrial presupone,
para su estudio, la exposición de este ciclo mismo, en que tampoco podemos
entrar aquí. Y lo mismo decimos en lo que se refiere a la mayor o menor
compensación, a la compensación aproximativa del tipo de interés en el mercado
mundial. Aquí nos concretamos a desarrollar la forma independiente del capital a
interés y la autonomía del interés frente a la ganancia.
Como
el interés no es más que una parte de la ganancia, la parte que, según el
supuesto de que venimos partiendo, tiene que pagar el capitalista industrial al
capitalista dueño del dinero, nos encontramos con que el límite máximo del
interés es la ganancia misma, como ocurrirá cuando la parte correspondiente al
capitalista productivo sea = 0. Prescindiendo de casos aislados, en que el
interés puede ser de hecho mayor que la ganancia, pero en los que no puede
abonarse de la ganancia misma, podríamos tal vez considerar como límite máximo
del interés la ganancia íntegra menos la parte de ella a que más adelante nos
referiremos, consistente en el salario de administración (wages of
superintendence). El límite mínimo del interés escapa en absoluto a toda
posibilidad de determinación. Puede descender a cualquier grado. Sin embargo, se
presentan siempre circunstancias que contrarrestan la baja y que lo elevan por
encima de este mínimo relativo.
“La
proporción entre la suma que se paga por el uso de un capital y este capital
mismo expresa la cuota del tipo de interés, medida en dinero”. “La cuota de
interés depende: 1° de la cuota de ganancia; 2° de la relación con
arreglo a la cual se distribuye la, ganancia total entre prestamistas y
prestatarios" (Economist, 22 enero 1853 [p. 89]). “Como lo que se
paga en concepto de interés por el uso de lo que se recibe en préstamo
constituye una parte de la ganancia que lo prestado es capaz de producir, este
interés deberá regularse siempre por aquella ganancia” (Massie, An Essay on
the Governing Causes of the Natural Rate of Interest, etcétera, Londres,
1750, p. 49).
Supongamos primeramente que exista una proporción fija entre la ganancia
total y la parte de ella que ha de abonarse al capitalista dueño del dinero en
concepto de interés. En este caso, es evidente que el interés aumentará o
disminuirá a la par con la ganancia total, la cual se determina por la cuota
general de ganancia y sus oscilaciones. Sí la cuota de ganancia media fuese,
por ejemplo = 20% y el interés = ¼ de la ganancia, el tipo de interés sería =
5%; sí aquélla = 16% el interés = 4%. Con una cuota de
ganancia del 20% el interés podría aumentar al 8% y el capitalista industrial
seguiría obteniendo la misma ganancia que con una cuota de ganancia = 16% y un
tipo de interés = 4%, o sea, el 12%. Sí el interés aumentase solamente al 6 o al
7% , seguiría reteniendo una parte considerable de la ganancia. Sí el interés
fuese igual a una parte alícuota constante de la ganancia media, llegaríamos a
la consecuencia de que cuanto mayor fuese la cuota general de ganancia mayor
sería la diferencia absoluta entre la ganancia total y el interés, mayor, por
tanto, la parte de la ganancia total correspondiente al capitalista productivo,
y viceversa. Supongamos que el interés sea = 1/5 de la ganancia media. 1/5 de 10
son, 2; diferencia entre la ganancia total y el interés = 8. 1/5 de 20 son 4;
diferencia = 20 - 4 = 16; 1/5 de 25 = 5; diferencia = 25 - 5 - 20; 1/5 de 30
= 6; diferencia = 30 - 6 = 24; 1/5 de 35 = 7; diferencia = 35 - 7 = 28. Las
diversas cuotas de interés del 4, el 5, el 6, el 7% expresarían siempre, en este
caso, 1/5, o sea, el 20% de la ganancia total. Por consiguiente, sí las cuotas
de ganancia son distintas, distintas cuotas de interés pueden expresar las
mismas partes alícuotas de la ganancia total o el mismo porcentaje de
participación en ella. Partiendo de esta proporción constante del interés, la
ganancia industrial, (es decir, la diferencia entre la ganancia total y el
interés) sería tanto mayor cuanto mayor fuese la cuota general de ganancia, y
viceversa.
En
igualdad de circunstancias, es decir, considerando más o menos constante la
proporción entre el interés y la ganancia total, el capitalista productivo se
hallará en condiciones, y lo hará con gusto, de pagar intereses más altos o más
bajos en proporción directa a la cuantía de la cuota de ganancia.1 Y
como hemos visto que la cuantía de la cuota de ganancia se halla en razón
inversa al desarrollo de la producción capitalista, se sigue de aquí que el tipo
más alto o más bajo de interés en un país se halla también en razón inversa al
nivel del desarrollo industrial, siempre y cuando que la diferencia del tipo de
interés exprese realmente la diferencia de las cuotas de ganancia. Más
adelante veremos que no es necesario, ni mucho menos, que ocurra siempre así. En
este sentido, puede afirmarse que el interés se halla regulado por la ganancia
y, mas concretamente, por la cuota general de ganancia. Y este tipo de
regulación rige incluso para su promedio.
En
todo caso, la cuota media de ganancia debe ser considerada como el límite máximo
definitivamente determinable del interés.
Enseguida examinaremos más en detalle la circunstancia de que el interés debe
referirse a la ganancia media. Allí donde se trata de repartir entre dos
personas un todo dado, como es la ganancia, lo primero que importa conocer es,
naturalmente, la magnitud del todo que se trata de dividir y ésta, la magnitud
de la ganancia, se halla determinada por su cuota media. Suponiendo como un
factor dado la cuota general de ganancia y, por tanto, la magnitud de la
ganancia para un capital de magnitud dada, por ejemplo = 100, tenemos que las
variaciones del interés se hallarán, indudablemente, en razón inversa a las de
la parte de la ganancia que retiene el capitalista productivo pero que trabaja
con capital prestado. Y las circunstancias que determinan la magnitud de la
ganancia que ha de repartirse, del producto de valor del trabajo no retribuido,
difieren mucho de las que determinan su reparto entre estas dos clases de
capitalistas y actúan no pocas veces en direcciones contrarias.2
Sí
observamos los ciclos de rotación en que se mueve la industria moderna -estado
de quietud, creciente animación, prosperidad, superproducción, crack,
estancamiento, estabilización, etc.; ciclos cuyo análisis concreto cae aquí
fuera de nuestro campo de estudio, veremos que en la mayor parte de los casos el
bajo nivel del interés corresponde a los períodos de prosperidad o de ganancia
extraordinarias y que el tipo máximo de interés, hasta llegar a un nivel
usurario, se da en los períodos de crisis.3 A partir del verano de
1843 se observa un estado manifiesto de prosperidad; el tipo de interés, que en
la primavera de 1842 era todavía del 41/2% descendió en la primavera y el verano
de 1843 al 2%,4 llegando en septiembre hasta el 11/2% (Gilbart, A
Practical Treatise on Banking, 5° ed, Londres, 1849, t. I, p. 166); más
tarde, durante la crisis de 1847, subió hasta el 8% y aún más.
Es
cierto que, por otra parte el bajo interés puede también coincidir con la
paralización de los negocios Y un interés moderadamente alto con un estado de
creciente animación.
El
tipo de interés alcanza su nivel más alto durante las crisis cuando es necesario
tomar dinero a préstamo, cueste lo que cueste, para poder pagar. Y como el alza
del interés va acompañada por un descenso en el precio de los títulos y valores,
estas situaciones brindan a las gentes que disponen de capital-dinero una
ocasión magnífica para apropiarse a precio irrisorio aquellos títulos rentables
que al recobrar las cosas su curso normal volverán a alcanzar su precio medio
tan pronto como baje de nuevo el tipo de interés.5
Pero
existe también una tendencia a la baja del tipo de interés completamente al
margen de las oscilaciones de la cuota de ganancia. Tendencia que obedece a dos
causas fundamentales:
1.
“Aunque nosotros partimos del supuesto de que el capital no se toma nunca en
préstamo más que para inversiones productivas, cabe sin embargo la posibilidad
de que el tipo de interés cambie sin que se produzca cambio alguno en la cuota
de la ganancia bruta. Pues a medida que un pueblo progresa en el desarrollo de
la riqueza, surge y va creciendo cada vez más una clase de gentes a quienes el
trabajo de sus antepasados pone en posesión de fondos de cuyos simples intereses
pueden vivir. Muchos, aún aquellos que en su juventud y su edad madura han
participado activamente en la vida de los negocios, se retiran para vivir
tranquilamente en su vejez a costa de los intereses de las sumas acumuladas.
Estas dos clases tienden a aumentar a medida que crece la riqueza del país, pues
quienes comienzan a trabajar ya con un capital regular consiguen una fortuna
independiente más fácilmente que los que comienzan con poco. Por eso en los
países viejos y ricos la parte del capital nacional cuyos propietarios no
quieren emplearlo por sí mismos representa una proporción mayor respecto al
capital productivo de la sociedad en su conjunto que en los países nuevamente
organizados y pobres. No hay más que fijarse en lo numerosa que la clase de los
rentistas es en Inglaterra. En la misma proporción en que aumenta la clase de
los rentistas crece también la de los prestamistas de capital, pues son unos y
los mismos" (Ramsay, Essay on the Distribution of Wealth [Edimburgo,
1836], página 201 [202]).
II.
El desarrollo del sistema de crédito, que hace que, por mediación de los
banqueros, los industriales y comerciantes puedan disponer en proporción
creciente sin cesar de los ahorros en dinero de todas las clases de la sociedad,
y la concentración progresiva de estos ahorros para formar masas en que pueden
actuar como capital-dinero, tienen que pesar también necesariamente sobre el
tipo de interés. Sobre este punto volveremos más adelante.
Refiriéndose a la determinación de la cuota de interés, dice Ramsay que “depende
en parte de la cuota de la ganancia bruta y en parte de la proporción en que
ésta se divide en interés y ganancia de empresario (profits enterprise). Esta
proporción depende de la competencia entre los prestamistas y prestatarios
de capital, la cual es influida, aunque no exclusivamente determinada, por la
cuota previsible de la ganancia bruta.6 La competencia no se regula
exclusivamente por esto, porque, de una parte, hay muchos que toman dinero a
préstamo sin la menor intención de invertirlo productivamente y porque, de otra
parte, la magnitud de todo el capital susceptible de ser prestado cambia al
cambiar la riqueza del país, independientemente de cualesquiera cambios en
cuanto a la ganancia bruta (Ramsay, ob. cit, pp. 206 y 207).
Para
encontrar la cuota media del interés hay que calcular: 1° la media del
tiempo de interés a través de sus fluctuaciones en los grandes ciclos
industriales: 2° el tipo de interés en aquellas inversiones en que se
presta capital a largo plazo.
La
cuota media de interés vigente en un país -a diferencia de las cuotas del
mercado, que oscilan continuamente- no pueden determinarse en modo alguno por
ninguna ley. No existe en este sentido una cuota natural de interés, al modo de
la cuota natural de ganancia o de la cuota natural de salario de que hablan los
economistas. Ya Massie dice a este propósito con toda razón ([An Essay on the
Governing Causes of the Natural Rate of Interest, etc, Londres 1750], p.
49): “Lo único que puede ofrecer dudas a alguien en relación con esto es el
problema de la participación que jurídicamente corresponda en estas ganancias al
prestatario y al prestamista; y para determinar esto no existe otro método que
el escuchar las opiniones de los prestamistas y los prestatarios en general,
pues en estas cuestiones sólo puede considerarse como justo o injusto lo que el
consenso general de las gentes reputa tal.” La coincidencia de la oferta y la
demanda -dando como supuesta la cuota media de ganancia- no indica aquí
absolutamente nada. Allí donde se recurre a esta fórmula (recurso que
prácticamente es oportuno), sirve simplemente como una fórmula para encontrar la
regla fundamental independiente de la concurrencia y que es más bien la que la
determina (los límites reguladores o las magnitudes delimitadoras); a saber,
como una fórmula útil para quienes se hallan apresados en la práctica de la
concurrencia, en sus fenómenos y en las concepciones que de ellos se derivan,
como medio para llegar a una idea, aunque sea a su vez superficial de una
concatenación interior de las relaciones económicas, tal como se presenta dentro
de la competencia misma. Es un método para encontrar, partiendo de las
variaciones inherentes a la competencia, los límites de estas variaciones. No
ocurre así con el tipo medio de interés. No existe absolutamente ninguna razón
por virtud de la cual las relaciones medias de la competencia, el equilibrio
entre prestamista y prestatario, hayan de dar al prestamista un tipo de interés
del 3, del 4, del 5%, etc, sobre su capital, o bien un determinado porcentaje,
el 20 o el 50% supongamos, de la ganancia bruta. En los casos en que es la
concurrencia como tal la que aquí decide, la determinación es de por sí
fortuita, puramente empírica, y sólo la pedantería o la fantasía pueden
pretender erigir algo necesario sobre estos datos puramente fortuitos.7
No hay en los informes parlamentarios de 1857 y 1858 sobre la legislación
bancaria y la crisis comercial nada más divertido que oír a los directores del
Banco de Inglaterra, a los banqueros de Londres y a los banqueros provinciales y
teóricos profesionales charlar al buen tuntún acerca de la real rate
produced, (27) sin conseguir llegar a otro resultado que unos cuantos
lugares comunes, como, por ejemplo, el de que “el precio que se abona por el
capital prestado podría cambiar con la oferta de este capital” o de que “una
cuota alta de interés y una cuota baja de ganancia no pueden, a la larga,
coexistir”, y otras vulgaridades por el estilo.8 La costumbre, la
tradición legal, etc, contribuyen tanto como la competencia misma a la
determinación del tipo medio de interés, en la medida en que éste no existe
solamente como cifra media, sino también como magnitud efectiva. Un tipo medio
de interés debe admitirse ya como norma legal en muchos litigios jurídicos en
que se plantea la necesidad de calcular los intereses que han de ser pagados. Y
si se nos pregunta por qué los límites del tipo medio de interés no pueden
derivarse de leyes generales, la respuesta a esto reside sencillamente en la
naturaleza misma del interés, que es simplemente una parte de la ganancia media.
El mismo capital aparece con una doble función, como capital prestable en
manos del prestamista y como capital industrial o comercial en manos del
capitalista en activo. Pero sólo funciona una vez y sólo una vez produce
ganancia. Dentro del mismo proceso de producción no desempeña papel alguno el
carácter del capital como capital prestable. El reparto que se establezca entre
las dos personas con títulos para compartir esta ganancia es de por sí una
cuestión tan puramente empírica, perteneciente al reino de lo fortuito, como el
reparto de los porcentajes de las ganancias comunes de una compañía entre los
distintos copartícipes. En la división entre la plusvalía y el salario, en que
se basa esencialmente la determinación de la cuota de ganancia, actúan de un
modo determinante dos elementos completamente distintos: la fuerza de trabajo y
el capital, son funciones de dos variables independientes, que recíprocamente se
delimitan, y de su diferencia cualitativa surge la división
cuantitativa del valor producido. Más adelante veremos que lo mismo ocurre
con la división de la plusvalía entre la renta del suelo y la ganancia.
Pues bien, no acontece nada de esto con el interés. Aquí, la diferenciación
cualitativa surge, por el contrarío, como enseguida veremos, de la
división puramente cuantitativa del mismo fragmento de plusvalía.
De lo
expuesto hasta aquí se desprende que no existe una cuota “natural” de
interés. Pero sí, por una parte, en oposición a lo que ocurre con la cuota
general de ganancia, el tipo medio
de
interés o la cuota media de interés, a diferencia de las cuotas de interés
vigentes en el mercado y que fluctúan constantemente, no puede
fijarse mediante ninguna ley general, puesto que sólo se trata de la división de
la ganancia bruta entre dos poseedores del capital, entre distintos títulos, por
otra parte tenemos que el tipo de interés, ya sea el tipo medio o la
cuota vigente en cada caso en el mercado, aparece de un modo
completamente distinto que una magnitud uniforme, determinada y tangible, como
ocurre con la cuota general de ganancia.9
El
tipo de interés guarda con la cuota de ganancia una relación semejante a la del
precio comercial de la mercancía con su valor. En cuanto que el tipo de interés
se determina por la cuota de ganancia, se hace siempre por la cuota general de
ganancia y no por las cuotas de ganancia específicas que pueden regir en
determinadas ramas industriales, y menos aún por la ganancia extraordinaria que
un determinado capitalista pueda obtener en una rama especial de negocíos.10
Por consiguiente, la cuota general de ganancia reaparece en la práctica como un
hecho empírico dado en la cuota media de interés, aunque ésta no sea una
expresión más pura ni más segura de la primera.
Es
cierto, indudablemente, que la cuota misma de interés varia constantemente según
las clases de las garantías dadas por los prestatarios y a tenor con la
duración del préstamo, pero es uniforme en un momento dado para cada una de
estas clases. Esta diferencia no afecta, por tanto, a la forma fija y uniforme
del tipo de interés.11
El tipo medio de interés
aparece como una magnitud constante en cada país para épocas un poco largas,
porque la cuota general de ganancia -a pesar del cambio constante de las cuotas
de ganancia especiales, si bien los cambios operados en una rama se compensan
mediante los cambios contrarios que se operan en otra- sólo cambian en períodos
largos. Y su constancia relativa se manifiesta precisamente a través de este
carácter más o menos constante del tipo medio de interés (average rate or common
rate of interest).
Por
lo que se refiere a la cuota de interés vigente en el mercado y que fluctúa
constantemente, es en cada momento una magnitud dada, al igual que el precio
comercial de las mercancías, ya que todo el capital susceptible de ser prestado
se enfrenta constantemente en el mercado de dinero, como una masa global, al
capital en funciones, siendo por tanto la relación entre la oferta de capital
prestable, de una parte, y la demanda de esta clase de capital, de la otra, lo
que decide en cada caso el nivel del interés en el mercado. Y esto ocurre tanto
más cuanto más el desarrollo y la correspondiente concentración del crédito da
al capital prestable un carácter social general, lanzándolo al mercado
financiero en bloque, simultáneamente. En cambio, la cuota general de ganancia
sólo existe solamente como tendencia, como movimiento de compensación entre las
cuotas de ganancia particulares. La competencia entre los capitalistas -que es
de por si este movimiento de compensación- consiste aquí en sustraer
gradualmente capital de las ramas en que la ganancia se mantiene durante largo
tiempo por debajo del nivel medio, para desplazarlo, gradualmente también, a las
ramas en que ocurre lo contrarío, o bien en distribuir poco a poco en diversas
proporciones entre estas ramas el capital adicional. Es una variación constante
de la oferta y la retirada del capital frente a estas diversas ramas y nunca una
acción simultánea de masas, como ocurre con la determinación del tipo de
interés.
Hemos
visto que, aun siendo una categoría absolutamente distinta de la mercancía, el
capital a interés se convierte en una mercancía sui
generis; por consecuencia, el interés en su propio precio, el cual se fija
en cada caso, al igual que el precio de mercado de las mercancías corrientes,
por la acción de la oferta y la demanda. La cuota del mercado de interés, aunque
oscila siempre, aparece sin embargo, tan constantemente estable y uniforme en
cada momento dado, como el precio comercial momentáneo de la mercancía. Los
capitalistas de dinero ofrecen esta mercancía y los capitalistas productivos
la compran, son los que constituyen su demanda. Esto no ocurre en el movimiento
de compensación para formar la cuota general de ganancia. Si los precios de las
mercancías en una determinada rama son superiores o inferiores al precio de
producción (para lo cual se prescinde de las oscilaciones inherentes a cada
negocio y relacionadas con las diversas fases del ciclo industrial), se produce
un movimiento de compensación mediante la ampliación o la restricción de la
producción, es decir, mediante la expansión o la reducción de las masas de
mercancías lanzadas al mercado por los capitalistas indústriales, operadas
mediante la inmigración o emigración de capital con respecto a las distintas
ramas de producción. Esta compensación así operada entre los precios medios
comerciales de las mercancías a base de los precios de producción es lo que
corrige las desviaciones de las distintas cuotas de ganancia con respecto a la
cuota de ganancia general o media. Este proceso no aparece nunca ni puede
aparecer de tal modo que el capital industrial o mercantil como tal
represente una mercancía frente a un comprador, como el capital a interés.
Cuando este proceso se presenta, lo hace solamente en las fluctuaciones y
compensaciones de los precios comerciales de las mercancías a base de los
precios de producción, no como una fijación directa de la ganancia media. La
cuota general de ganancia se halla, en realidad, determinada: 1° por la
plusvalía producida por el capital global, 2° por la proporción entre
esta plusvalía y el valor del capital global, y 3° por la competencia,
pero sólo en tanto que ésta es el movimiento por medio del cual los capitales
invertidos en ramas especiales de producción procuran sacar de esta plusvalía
dividendos iguales, en proporción a sus magnitudes relativas. Por tanto, la
cuota general de ganancia se determina basándose en fundamentos muy distintos y
mucho más complicados que la cuota de interés vigente en el mercado, determinada
directa e inmediatamente por la proporción entre la oferta y la demanda, y no
constituye, por consiguiente, un hecho tangible y dado al modo como lo es el
tipo de interés. Las distintas cuotas de ganancia vigentes en las diversas
ramas de producción son de por si más o menos inseguras, pero allí donde se
presentan lo que se revela no es su uniformidad, sino su diversidad. En cuanto a
la cuota general de ganancia de por sí, sólo aparece como límite mínimo de la
ganancia, no como forma empírica, directamente sensible de la cuota de ganancia
real.
Al
subrayar esta diferencia entre la cuota de interés y la cuota de ganancia,
nosotros mismos prescindimos de las dos circunstancias siguientes, que favorecen
la consolidación del tipo de interés: 1° la preexistencia histórica del
capital a interés y la existencia de un tipo general de interés tradicionalmente
establecido; 2° la influencia directa mucho mayor que el mercado
mundial, independientemente de las condiciones de producción de un determinado
país, ejerce sobre la determinación del tipo de interés, comparada con su
influencia sobre la cuota de ganancia.
*
La
ganancia media no aparece como un hecho directamente dado, sino como el
resultado final de la compensación entre oscilaciones contrapuestas, resultado
que sólo puede hallarse por medio de la investigación. Otra cosa acontece con el
tipo de interés. Este es, en su vigencia general, por lo menos local, un hecho
diariamente fijado, hecho que el capital industrial y mercantil utiliza incluso
como premisa y partida de cálculo en sus operaciones. Se parte del supuesto de
que cada suma de dinero de 100 libras esterlinas arroja un interés del 2, el 3,
el 4 o el 5%. Los boletines meteorológicos no indican el estado del barómetro y
del termómetro con mayor precisión que los boletines de bolsa el estado del tipo
de interés, no respecto a este o aquel capital, sino en relación con el volumen
entero de capital prestable que se encuentra en el mercado de dinero.
En el
mercado de dinero se enfrentan solamente prestamistas y prestatarios. La
mercancía presenta aquí la misma forma, la forma de dinero. Todas las formas
especiales del capital, según las distintas ramas de producción o circulación en
que se inviertan, se esfuman aquí. El capital sólo existe en la forma homogénea,
igual a si misma, del valor independiente: el dinero. Cesa toda competencia
entre las diversas ramas, puesto que aparecen confundidas como prestatarias de
dinero y el capital se enfrenta también con todas ellas bajo una forma a la que
le es indiferente la modalidad especial de su empleo. El capital aparece aquí
realmente, con toda su fuerza, en la oferta y la demanda de capital, como lo que
el capital industrial sólo es en el movimiento y la competencia entre las
distintas ramas: como capital común de una clase. Por otra parte,
el capital-dinero posee realmente en el mercado financiero la forma en que se
distribuye como elemento común indiferente a su aplicación especial, entre las
distintas ramas, entre la clase capitalista, con arreglo a las necesidades de
producción de cada rama especial. A esto hay que añadir que, a medida que se
desarrolla la gran industria, el capital-dinero, cuando aparece en el mercado,
tiende cada vez más a no hallarse representado por un determinado capitalista,
por el propietario de esta o aquella fracción del capital existente en el
mercado, sino que aparece como una masa concentrada, organizada, colocada de
modo completamente distinto que la producción real bajo el control de los
banqueros, representantes del capital social. Por donde, en lo que respecta a la
forma de la demanda, se enfrenta también con el capital prestable el peso de
toda una clase y, en lo que se refiere a la oferta, el capital prestable
aparece en el mercado en masa.
He
aquí algunas de las razones que explican por qué la cuota general de ganancia
aparece como una forma nebulosa y confusa junto al tipo determinado de interés,
el cual, aunque oscile en cuanto a su magnitud, como oscila por igual para todos
los prestatarios, se enfrenta siempre a ellos como un factor fijo y dado. Ocurre
exactamente lo mismo que con los cambios de valor de dinero, los cuales no
impiden que el dinero tenga el mismo valor frente a todas las mercancías.
Exactamente lo mismo que con los precios comerciales de las mercancías que,
aunque oscilen diariamente, no les impiden figurar todos los días en los
boletines de cotización. Exactamente lo mismo acontece con el tipo de interés,
que aparece registrado también regularmente como "precio del dinero". Esto
ocurre porque el capital se ofrece aquí, en forma de dinero, como mercancía; la
fijación de su precio es, por tanto, la fijación de su precio en el mercado,
como en cualesquiera otras mercancías, por lo cual el tipo de interés se
presenta siempre como un tipo de interés general: tanto por tanto de dinero,
como una magnitud cuantitativamente determinada. En cambio, la cuota de ganancia
puede variar incluso dentro de la misma rama, a base de los mismos precios
comerciales de la mercancía, según las distintas condiciones en que los diversos
capitales produzcan esta mercancía, pues la cuota de ganancia para cada capital
no se determina por el precio comercial de la mercancía, sino por la diferencia
entre el precio del mercado y el precio de costo. Y estas diferentes cuotas de
ganancia sólo pueden compensarse a través de fluctuaciones constantes, primero
dentro de la misma rama y luego entre ramas distintas.
*
(Nota
para desarrollarla posteriormente.) Una forma especial del crédito; Es sabido
que cuando el dinero actúa como medio de pago y no como medio de compra, la
mercancía se enajena, pero su valor no se realiza hasta más tarde. Sí el pago no
se efectúa hasta que la mercancía vuelve a ser vendida, esta venta no aparece
como consecuencia de la compra, sino que es por medio de la venta como la compra
se efectúa. Es decir, que aquí la venta se convierte en medio de la compra. En
segundo lugar: los títulos de crédito, las letras de cambio, etc, se convierten
en medios de pago para el acreedor. En tercer lugar: la compensación de los
títulos de crédito sustituye al dinero.
NOTAS
AL PIE DEL CAPÍTULO XXII
1 “El
tipo natural de interés sí, halla presidido por las ganancias comerciales (Profits
of trade) de los individuos.”(Massie, ob. cit, p. 51.)
2 Al
llegar aquí nos encontramos en el manuscrito con la siguiente observación: “De
la trayectoria de este capítulo se desprende que es mejor, antes de pasar a
investigar las leyes de la distribución de la ganancia, empezar por exponer cómo
la distribución cuantitativa se convierte en cualitativa. Para encontrar la
transición del capitulo anterior a esto, basta con partir del interés como una
parte cualquiera no precisada de la ganancia.” [F. E.].
3 "En el primer período que sigue inmediatamente a la época de
depresión, el dinero abunda sin especulación; en el segundo período, abunda el
dinero y la especulación florece; en el tercer período, la especulación empieza
a ceder y el dinero es solicitado; en el cuarto período, escasea el dinero y se
inicia la depresión."
(Gilbart, A
Practical Treatise on Banking, 5° ed, Londres, 1849, tomo I, p. 149.)
4 Tooke explica esto “por la acumulación de capital excedente,
fenómeno que acompaña necesariamente a la escasez de inversiones rentables en
los años procedentes por la puesta en circulación de reservas y la reanimación
de la confianza en el desarrollo de los negocios."
(History of Prices from 1839
to 1847.
Londres 1848. p. 54.)
5 “A un antiguo cliente de un banquero le rehusaron un préstamo a
base de un título (paper) por valor de 200.000 libras esterlinas; cuando
se disponía a retirarse para anunciar su suspensión de pago, le dijeron que no
necesitaba dar este paso, pues teniendo en cuenta las circunstancias
concurrentes, el banquero le compraría el título por 150,000 libras.”
(The
Theory of the Exchanges. The Bank Charter Act of.1844, etc.
Londres,
1864. p. 80.)
6
Como el tipo de interés se determina en general por la cuota media de ganancia,
puede ocurrir con mucha frecuencia que la especulación extraordinaria vaya
aparejada a un bajo tipo de interés. Así ocurrió, por ejemplo, con la
especulación ferroviaria en el verano de 1844. El tipo de interés del Banco de
Inglaterra no se elevó al 3% hasta el 16 de octubre de 1844.
7
Así, por ejemplo, J. G. Opdyke, A Treatise on Political Economy,
NuevaYork, 1851, hace un intento completamente fracasado para explicar a base de
leyes eternas el carácter general del tipo de interés del 6%. Mucho más
ingenuamente procede el señor Karl Arnd. en Die naturgemässe
Volkswirtschaft gegenüber dem Monopoliengeiste und dem Kommunismus,
etc, Hanau, 1845, dondo leemos: “la marcha natural de la producción de bienes,
sólo hay un fenómeno que -en países cultivados en su totalidad- parece estar
destinado a regular en cierto modo el tipo de interés: nos referimos a la
proporción en que aumentan, con su incremento anual, las masas de madera
de los bosques europeos. Este incremento, completamente independiente de su
valor de cambio. (¡Cuán cómico es esto de decir que el incremento de los árboles
es independiente de su valor de cambio!), 'presenta la proporción del 3 al 4%.
No es, pues de esperar' (puesto que el incremento del arbolado es completamente
independiente, en efecto, de su valor de cambio, por mucho que su valor de
cambio pueda depender de su incremento) 'que descienda por debajo del nivel que'
(el tipo de interés) 'presenta actualmente en los países en que más abunda el
dinero' (p. 124 [l25]). Podríamos llamar a esto el 'tipo forestal de interés'.
Su descubridor se acredita más adelante, en la misma obra, nuevos méritos en
relación con 'nuestra ciencia' como 'filósofo de los impuestos sobre perros' "
[pp. 420 s].
8 El
Banco de Inglaterra eleva y rebaja el tipo de su descuento, aunque siempre,
naturalmente, con vistas al tipo imperante en el mercado abierto, con arreglo a
la afluencia y al reflujo del oro. “Esto hace que las especulaciones con el
descuento de letras de cambio, adelantándose a las variaciones del tipo
bancario, se haya convertido ya en la mitad del negocio de las grandes cabezas
del centro del dinero", es decir, del mercado financiero de Londres (The
Theory of the Exchanges, etc, p. 113).
9 “El precio de las mercancías fluctúa constantemente; todas
ellas se destinan a distintas modalidades de uso; el dinero, en cambio, sirve
para todos los usos. Las mercancías, incluso las de la misma clase, se
distinguen por su calidad; el dinero contante tiene siempre, o debe tener, por
lo menos, el mismo valor. Así se explica que el precio del dinero, que conocemos
con el nombre de interés, posea mayor firmeza y uniformidad que cualquier otra
cosa."
(J. Steuart, Princíples of Political Economy, trad. franc.
1789. IV, p. 27.)
10 "Sin embargo, esta regla de la distribución de la ganancia no
puede aplicarse a todo prestamista y prestatario en particular, sino a los
prestamistas y prestatarios en general. Cuando se obtienen ganancias
notablemente grandes o reducidas, éstas representan la remuneración de la
habilidad o de la falta de experiencia en los negocios, no imputables en lo más
mínimo al prestamista, pues no resultando perjudicados por la segunda, no tienen
tampoco por qué beneficiarse con la primera. Y lo que decimos de los individuos
que se dedican a los mismos negocios, es también aplicable a los tipos de
negocios distintos; cuando los comerciantes e industriales que actúan en
cualquier rama industrial o comercial obtienen con el dinero recibido en
préstamo una ganancia superior a la normal percibida por los comerciantes o
industriales del mismo país, la ganancia extraordinaria les pertenece a ellos,
aunque para obtenerla bastase con poseer la habilidad corriente y la experiencia
normal en los negocios, y no al prestamista que les ha suministrado el dinero,
pues el prestamista no habría prestado su dinero para explotar un negocio en
condiciones que no garantizasen el pago del tipo general de interés, razón por
la cual no tienen por qué obtener más que éste, cualquiera que sea el provecho
que se saque de su dinero."
(Massie, An Essay
on the Governing Causes of the Natural Rate of Interest, Londres, 1750, pp.
50 y 5l.)
11
Bank rate [tipo de descuento
del Banco de Inglaterra] |
5 % |
Marquet rate of discount, 60
days’ draft [descuento privado en letras a 60 días] |
3 5/8 “ |
Ditto 3 months [ídem a 30
meses] |
3 ½ “ |
Ditto 6 months [ídem a 6
meses] |
3 5/16 “ |
Loans to bill-brokers, day
to day [prestamos a corredores de Letras, exigibles al día] |
1-2 “ |
Ditto for one week [ídem por
una semana] |
3 “ |
Last rate for fortnight,
loans, to stockbrokers [último tipo por 14 días, prestamos a corredores de
efectos] |
4 ¾ - 5 “ |
Deposit allowance (banks)
[intereses por depósitos (bancarios)] |
3 ½ “ |
Ditto (discount houses)
[ídem (cámaras de descuentos)] |
3-3 ¼ “ |
Cuán
grande puede ser esta diferencia en un mismo día lo revela la anterior
enumeración de los tipos de ínteres del mercado de dinero de Londres el 9 de
diciembre de 1889, tomada del artículo de la City del Daily News del 10
de diciembre. El mínimo es el 1%, el máximo el 5 %. F. E
CAPÍTULO XXIII
INTERÉS Y
GANANCIA
DEL EMPRESARIO
El
interés, como hemos visto en los dos capítulos anteriores, aparece
primitivamente, es primitivamente y sigue siendo en realidad, simplemente, una
parte de la ganancia, es decir, de la plusvalía, que el capitalista en activo,
industrial o comerciante que no invierte capital propio, sino capital prestado,
tiene que abonar al propietario y prestamista de este capital. Si emplea capital
propio, no se efectúa semejante reparto de la ganancia, pues ésta le pertenece
íntegramente a él. En efecto, cuando los propietarios del capital lo emplean por
si mismos en el proceso de reproducción, no concurren a la determinación de la
cuota de ganancia, y ya en esto se revela cómo la categoría del interés
-imposible sin la determinación de un tipo de interés- es de por sí ajena al
movimiento del capital industrial.
"La cuota de interés puede definirse como aquella suma relativa
que el prestamista conviene en recibir y el prestatario en pagar por el uso de
una determinada cantidad de capital-dinero durante un año o un período más largo
o más corto. Cuando el propietario del capital lo emplea activamente en la
reproducción, no se cuenta entre los capitalistas cuya producción con el número
de prestatarios determina la cuota de interés" (Th.
Tooke, History of
Prices, etc, from 1793 to 1837, Londres, t. II, página 355 [356]).
En
efecto, es la separación de los capitalistas en capitalistas financieros y
capitalistas industriales lo que convierte una parte de la ganancia en interés y
crea en general la categoría del interés, y el tipo de interés nace, pura y
exclusivamente, de la competencia entre estas dos clases de capitalistas.
Mientras el capital funciona dentro del proceso de reproducción
-aun suponiendo que pertenezca al mismo capitalista industrial, sin que éste
tenga que devolverlo a ningún prestamista- el capitalista industrial no tiene a
su disposición como particular el capital mismo, sino solamente la ganancia que
puede invertir como renta. Mientras su capital funciona como capital, pertenece
al proceso de reproducción, se halla inmovilizado en él. El capitalista es,
indudablemente, su propietario, pero esta propiedad no le permite disponer de
él de otro modo, mientras lo emplea como capital para la explotación de
trabajo. Exactamente lo mismo acontece con el capitalista financiero. Mientras
su capital se halla prestado y actúa, por tanto, como capital-dinero, le produce
un interés, una parte de la ganancia, pero no puede disponer de él. Esto se ve
perfectamente cuando, habiendo prestado el dinero, supongamos, por un año o por
varios, percibe los intereses dentro de ciertos plazos, pero sin que le sea
devuelto el capital. Sin embargo, tampoco el hecho de la devolución de éste
representa aquí ninguna diferencia. Tan pronto como el prestamista recobra a
capital se ve obligado a prestarlo nuevamente, mientras sigue teniendo para él
la función de capital y concretamente, en este caso, de capital-dinero. Mientras
permanece en sus manos no rinde intereses ni funciona como capital; y mientras
rinde intereses y funciona como capital, no se halla en sus manos. De aquí la
posibilidad de prestar capital por tiempo indefinido. Por eso son completamente
falsas las siguientes observaciones de Tooke contra Bosanquet. Cita las
siguientes palabras de Bosanquet (Metallic, Paper, and Credit Currency,
p. 73): “Si el tipo de interés se rebajase al 1 %, el capital
prestado se hallaría casi en el mismo plano (upon a par) del capital
propio." Tooke comenta esta afirmación con la siguiente glosa marginal: “Decir
que un capital prestado a este tipo de interés o a un tipo de interés aún más
bajo podría considerarse casi en el mismo plano que un capital propio,
constituye una afirmación tan peregrina que apenas merecería ser examinada
seriamente si no procediese de un escritor tan inteligente y tan versado en
algunos de los aspectos del tema. ¿Acaso ha perdido de vista o considera
secundaria la circunstancia de que el supuesto de que parte implica la condición
de restituir el capital?”
(Th. Tooke, An
Inquiry into the Currency Principle, 2° ed, Londres, 1844, página 80).
Si el
interés fuese = 0, el capitalista industrial que toma capital a préstamo no se
diferenciaría en nada del que trabaja con capital propio. Ambos embolsarían la
misma ganancia media, y el capital, sea prestado o propio, sólo funciona como
tal capital cuando produce ganancia. La condición de la restitución del capital
no alteraría en lo más mínimo los términos del problema. Cuanto más se acerca a
0 el tipo de interés, descendiendo por ejemplo hasta el 1%, más tiende el
capital prestado a equipararse al capital propio. Mientras exista como
capital-dinero éste tiene que prestarse constantemente al tipo de interés
vigente en el mercado, al tipo del 1%, supongamos, y siempre a la misma clase de
los capitalistas industriales y mercantiles. Y mientras éstos funcionen
como capitalistas, no habrá entre quienes trabajan con capital prestado y
quienes lo hacen con capital propio más diferencia sino que los primeros pagan
un interés y los segundos no, es decir, que los primeros se embolsan la ganancia
íntegra g y los segundos solamente g - i, la ganancia menos el interés, por
tanto, cuanto más se acerca I a 0, más tiende g - i a ser = g, más
tienden por tanto a equipararse los dos capitales. Es cierto que el primer
capitalista tiene que devolver el capital y tomarlo de nuevo en préstamo,
pero también el segundo, mientras su capital funcione, se halla obligado
a invertirlo constantemente, una y otra vez, en el proceso de producción, sin
que pueda disponer de él al margen de este proceso. La única diferencia que
queda en pie es la diferencia evidente de que el primero es propietario de su
capital y el segundo no.
El
problema que ahora se plantea es el siguiente. ¿Cómo explicarse que esta
división puramente cuantitativa de la ganancia en ganancia neta e interés se
trueque en una división cualitativa? Dicho en otros términos: ¿Cómo explicarse
que también el capitalista que emplea capital propio, no capital prestado,
incluya una parte de su ganancia bruta en la categoría especial del interés y le
abra una cuenta aparte, como tal? ¿Y que, por tanto, todo capital, prestado o
no, se distinga según que rinda un interés o una ganancia neta?
Fácil
es comprender que no toda división cuantitativa fortuita de la ganancia se
trueca de este modo en una división cualitativa. Supongamos, por ejemplo, que
algunos capitalistas industriales se asocien para explotar un negocio,
distribuyéndose entre sí las ganancias con arreglo a normas jurídicamente
establecidas y que otros exploten su negocio por separado, sin asociarse a
nadie. Estos no calcularán sus ganancias separándolas en dos categorías, una
parte como ganancia individual y otra parte como ganancia para los socios
inexistentes. En este caso, la división cuantitativa no se trueca en división
cualitativa. Esto sólo ocurre allí donde el propietario se halla formado
casualmente por varias personas jurídicas, pero no cuando no concurre esta
circunstancia.
Para
poder contestar a la pregunta formulada debemos detenernos algún tiempo más en
el verdadero punto de partida de la formación del interés, es decir, partir de
la premisa de que el capitalista dueño del dinero y el capitalista productivo se
enfrentan realmente, no sólo como dos personas jurídicamente distintas, sino
como dos personajes que representan papeles completamente diferentes en el
proceso de reproducción o en manos de los cuales el mismo capital recorre
realmente un movimiento doble y completamente distinto. Uno de ellos se limita
a prestar el capital, mientras que el otro lo invierte productivamente.
Para
el capitalista productivo que trabaja con capital prestado, la ganancia bruta se
divide en dos partes: el interés que tiene que pagar al prestamista y el
remanente sobre el interés, que constituye su propia participación en la
ganancia. Partiendo de una cuota general de ganancia, esta participación se
halla determinada por el tipo de interés; partiendo del tipo de interés, se
halla determinada por la cuota general de ganancia. Además, por mucho que la
ganancia bruta, la magnitud real de valor de la ganancia total, difiera en cada
caso concreto de la ganancia media, la parte perteneciente al capitalista en
activo se halla determinada por el interés, ya que éste depende del tipo de
interés general (prescindiendo de las estipulaciones jurídicas especiales) y hay
que suponerlo como percibido de antemano, antes de iniciarse el proceso de
producción y, por tanto, antes de que se logre su resultado, ósea, la
ganancia bruta. Hemos visto que el producto verdaderamente especifico del
capital lo constituye la plusvalía, que más concretamente es la ganancia. Pero
para el capitalista que trabaja con capital prestado, no es la ganancia, sino
la ganancia menos el interés, le aparece como producto del capital mientras
funciona como tal. Esta parte de la ganancia es, por tanto,
necesariamente, la que se le aparece como producto del capital mientras
funciona como tal, y lo es realmente para él, que sólo representa al capital en
cuanto capital en funciones. Es la personificación del capital, mientras
funciona. y sólo funciona mientras se invierte para obtener una ganancia en la
industria o en el comercio, efectuándose con él y por medio de quien lo emplea,
las operaciones necesarias según la rama de negocios de que se trate. A
diferencia del interés, que el capitalista en activo tiene que pagar al
prestamista a costa de la ganancia bruta, el resto de la ganancia que a
él le corresponde reviste por tanto, necesariamente, la forma de la ganancia
industrial o comercial, o, para designarla con una expresión que las engloba a
las dos, la forma de la ganancia del empresario. Si la ganancia bruta es igual a
la ganancia media, la magnitud de esta ganancia del empresario se hallará
determinada exclusivamente por el tipo de interés. Si la ganancia bruta difiere
de la ganancia media, la diferencia con respecto a ésta (después de descontar
en ambos casos el interés) se hallará determinada por todas las coyunturas que
originan una desviación temporal, ya sea de la cuota de ganancia de una rama
especial de producción con respecto a la cuota general de ganancia, ya sea de la
ganancia obtenida por un capitalista aislado en una determinada rama con
respecto a la ganancia media de esta rama especial. Ahora bien, hemos visto que
la cuota de ganancia dentro del mismo proceso de producción, no depende
solamente de la plusvalía, sino de muchos otros factores: de los precios de
compra de los medios de producción, de métodos productivos superiores a los
corrientes, de la economía del capital constante, etc. Prescindiendo del precio
de producción, dependerá de las coyunturas especiales y, en cada negocio
concreto, de la astucia y el ingenio mayores o menores del capitalista, el que
éste compre o venda por encima o por debajo del precio de producción y el margen
con que lo haga; es decir, el que se apropie, dentro del proceso de circulación,
una parte mayor o menor de la plusvalía total. Pero en todo caso, la división
cuantitativa de la ganancia bruta se convierte aquí en una división cualitativa,
tanto mas cuanto que la misma división cuantitativa de lo que hay que
dividir, de la manera que el capitalista activo use el capital y de la ganancia
bruta que le deje como capital en funciones, es decir, en virtud de sus
funciones de capitalista activo. Aquí, partimos del supuesto de que el
capitalista activo no es el propietario del capital. La propiedad sobre el
capital se halla personificada frente a él por el prestamista, por el
capitalista financiero. Por consiguiente, el interés que paga a éste representa
la parte de la ganancia bruta que corresponde al propietario del capital como
tal. Y, por oposición a esto, la parte de la ganancia que corresponde al
capitalista activo aparece ahora corno la ganancia del empresario, la cual surge
exclusivamente de las operaciones o funciones que realiza en el proceso de
reproducción con ese capital y específicamente, por tanto, de las funciones que
efectúa como empresario en la industria o en el comercio. El interés representa,
pues, para él, un simple fruto de la propiedad del capital, del capital de por
sí, al margen del proceso de reproducción del capital, en cuanto no “trabaja”,
no funciona, mientras que la ganancia del empresario aparece, por el contrario,
como fruto exclusivo de las funciones realizadas con el capital, como fruto del
movimiento y de la acción del capital, una acción que al empresario se le
representa ahora como su propia actividad, por oposición a la inactividad, a la
no participación del capitalista dueño del dinero en el proceso de producción.
Esta división cualitativa entre las dos partes de la ganancia bruta, según la
cual el interés es fruto del capital de por sí, de la propiedad del capital, al
margen del proceso de producción, y la ganancia del empresario fruto del capital
en acción, del capital actuando dentro del proceso de producción y, por tanto,
del papel activo que el que emplea el capital desempeña dentro del proceso de
reproducción; esta división cualitativa no responde, ni mucho menos, a la
concepción puramente subjetiva del capitalista dueño del dinero, de una parte, y
de otra del capitalista industrial. Descansa en un hecho objetivo, pues el
interés va a parar a manos del capitalista dueño del dinero, del prestamista,
simple propietario del capital y que por tanto representa, la propiedad del
capital ante el proceso de producción y al margen de él, mientras que la
ganancia del empresario pertenece al capitalista en activo, que no es
propietario del capital.
Tanto
para el capitalista industrial, en cuanto trabaja con capital prestado, como
para el capitalista dueño del dinero, en cuanto no invierte directamente su
capital, la división puramente cuantitativa de la ganancia bruta entre dos
personas distintas que poseen títulos distintos sobre el mismo capital y, por
tanto, sobre la ganancia engendrada por él, se trueca así en una división
cualitativa. Una parte de la ganancia aparece ahora como fruto que de por sí
corresponde al capital en concepto de interés; otra parte, como fruto
específico del capital en concepto opuesto, es decir, como ganancia del
empresario; una, como simple fruto de la propiedad del capital; otra, como fruto
de las funciones mismas del capital, como fruto del capital en acción o de las
funciones que el capitalista activo desempeña. Esta plasmación y la
independencia de las dos partes de la ganancia bruta entre si, como si emanasen
de dos fuentes esencialmente distintas, tiene necesariamente que fijarse ahora
con respecto a toda la clase capitalista y al capital en su conjunto. Y para
estos efectos es indiferente que el capital invertido por el capitalista activo
sea o no prestado, que el capital perteneciente al capitalista de dinero sea
empleado o no directamente por él. La ganancia de todo capital, incluso la
ganancia media basada en la compensación de los capitales entre si, se divide, o
mejor dicho es distribuida en dos partes cualitativamente diferentes,
independientes: el interés y la ganancia del empresario, ambas determinadas por
leyes especiales. Lo mismo el capitalista que trabaja con capital propio que el
que, trabaja con capital prestado divide su ganancia bruta en el interés que le
corresponde como propietario del capital, como su propio prestamista, y en la
ganancia del empresario, a la que tiene derecho como capitalista activo, como
capitalista en funciones. Para los efectos de esta división, como división
cualitativa, es, pues, indiferente que el capitalista tenga, de hecho, que
repartir con otro o no. El que emplea el capital, aunque trabaje con capital
propio, se desdobla en dos personajes distintos: el simple propietario del
capital y el que lo emplea, y su capital mismo, con respecto a las categorías de
ganancia que arroja, se desdobla en propiedad del capital, en capital al
margen del proceso de producción, que rinde de por si un interés, y
capital dentro del proceso de producción, que como capital en acción
arroja la ganancia del empresario.
El
interés se consolida, pues, de tal modo que ya no aparece como una categoría
desglosada de la ganancia bruta e indiferente a la producción, que sólo se
presenta incidentalmente, cuando el industrial trabaja con capital ajeno, pues
aunque trabaje con capital propio su capital se desdobla en interés y ganancia
del empresario. Con esto, la división puramente cuantitativa se convierte en
división cualitativa: se produce independientemente de la circunstancia
fortuita de que el industrial sea o no propietario de su capital. No se trata
simplemente de partes alícuotas de la ganancia distribuidas entre diversas
personas, sino de dos categorías distintas de ella, que guardan una relación
distinta con el capital y, por tanto, en una relación con determinaciones
distintas del capital.
Es
muy fácil descubrir ahora las razones por virtud de las cuales, tan pronto como
esta división de la ganancia bruta en interés y ganancia del empresario se
convierte en una división cualitativa, asume este carácter de división
cualitativa con respecto al capital global de la sociedad y a la clase
capitalista en su conjunto.
En primer lugar,
esto se desprende ya
de la circunstancia puramente empírica de que la mayoría de los capitalistas
industriales, aunque en proporciones numéricas distintas, trabaja con capital
propio y prestado, y de que las proporciones entre uno y otro cambian según los
distintos períodos.
En segundo lugar,
al convertirse una
parte de la ganancia bruta en la forma del interés, la parte restante se
convierte en la ganancia del empresario. Esta última no es, en realidad, más que
la forma antitética que asume el remanente de la ganancia bruta sobre el
interés, una vez que éste existe como categoría con existencia propia. Toda la
investigación de cómo la ganancia bruta se desdobla en interés y ganancia
del empresario se reduce pura y simplemente a la investigación de
cómo una parte de la ganancia bruta se cristaliza y convierte en autónoma bajo
forma de interés. Ahora bien, el capital a interés existe históricamente
como una forma plasmada y tradicional y el interés, por tanto, como una forma
secundaria de la plusvalía producida por el capital, mucho antes que el régimen
capitalista de producción y las ideas de capital y ganancia que a él
corresponden. He aquí por qué en la concepción vulgar de la gente se considera
el capital-dinero, el capital a interés, como el verdadero capital, como el
capital por excelencia. Y de aquí también proviene, por otra parte, la idea
dominante hasta la época de Massie, de que es el dinero como tal lo que se paga
en el interés. El hecho de que el capital prestado arroje un interés, ya se
emplee realmente como capital o no -aunque sólo se preste para fines de
consumo-, refuerza la idea de que es autónoma esta forma de capital. La mejor
prueba de la independencia que en los primeros tiempos del régimen capitalista
de producción presenta el interés frente a la ganancia, y el capital a interés
frente a la ganancia industrial es que sólo a partir de mediados del siglo XVIII
se descubrió (por Massie y luego por Hume) el hecho de que el interés constituye
simplemente una parte de la ganancia bruta y de que fuese necesario hacer tal
descubrimiento.
En tercer lugar,
el que el
capitalista industrial trabaje con capital propio o con capital prestado no
altera para nada la circunstancia de que tiene enfrente a la clase de los
capitalistas financieros como una categoría especial de capitalistas, al
capital-dinero como
una
categoría independiente de capital, y al interés corno la forma independiente de
plusvalía correspondiente a este capital especifico.
Cualitativamente
considerado, el
interés es la plusvalía nacida de la simple propiedad del capital, la plusvalía
que el capital de por si arroja aunque su propietario se mantenga al margen del
proceso de reproducción, que, por tanto, arroja el capital independientemente
de su proceso.
Cuantitativamente
considerada, la
parte de la ganancia que constituye el interés no aparece referida al capital
industrial y mercantil como tal, sino al capital-dinero, y la cuota de esta
parte de la plusvalía, la cuota del interés o el tipo de interés, reafirma esta
relación. En primer lugar, porque el tipo de interés -a pesar de hallarse
subordinado a la cuota general de ganancia- se determina independientemente, y
en segundo lugar, porque al igual que el precio comercial de las mercancías,
aparece frente a la cuota inaprensible de ganancia como una proporción fija,
uniforme, tangible y siempre dada, pese a todos los cambios. Si todo el capital
se hallase en manos de los capitalistas industriales, no existiría interés ni
tipo de interés. La forma independiente que reviste la distribución cuantitativa
de la ganancia bruta crea la distribución cualitativa. Si comparamos al
capitalista industrial con el capitalista financiero, vemos que sólo se
distingue de éste por la ganancia del empresario, como remanente de la ganancia
bruta sobre el interés medio, que se obtiene por medio
del
tipo de interés como una magnitud empíricamente dada. Y si por otra parte, lo
comparamos con el capitalista industrial que trabaja con capital propio en vez
de trabajar con capital prestado, no encontramos más diferencia sino que éste,
como capitalista dueño del dinero, se embolsa el interés en vez de abonarlo a
otro. Tanto en un caso como en otro, la parte de la ganancia bruta distinta del
interés es para él ganancia de empresario y el interés mismo una plusvalía que
el capital arroja de por si y que, por consiguiente, arrojaría aunque no se
invirtiese productivamente.
Esto
es prácticamente cierto, en lo que al capitalista individual se refiere. Cada
capitalista puede optar, lo mismo si su capital existe desde el primer momento
como capital-dinero que si se trata de un capital que ha de convertirse en
capital-dinero, entre prestarlo como capital a interés o explotarlo directamente
como capital productivo. Formulado el problema de un modo general, es decir,
refiriéndolo a todo el capital de la sociedad, como lo hacen algunos economistas
vulgares, e indicando esto incluso como fundamento de la ganancia, es,
naturalmente, absurdo. La transformación del capital total de la sociedad en
capital-dinero, sin que existan gentes que compren y valoricen los medios de
producción --casi a través de cuya forma existe el capital global, excepto la
parte relativamente pequeña de él existente en dinero- constituye,
evidentemente un absurdo. Y ello lleva implícito el absurdo aún mayor de creer
que a base del régimen capitalista de producción el capital podría arrojar
intereses sin funcionar como capital productivo, es decir, sin crear plusvalía,
de la que el interés no es más que una parte; de que el régimen capitalista de
producción podría seguir su marcha sin la producción capitalista. Si a una parte
desproporcionadamente grande de los capitalistas se le ocurriera convertir su
capital en capital-dinero, ello traería como consecuencia una enorme
depreciación del capital-dinero y una baja tremenda del tipo, de interés, muchos
se verían inmediatamente en la imposibilidad de vivir de sus intereses y
obligados, por tanto, a volver a convertirse en capitalistas industriales. Sin
embargo, respecto al capitalista individual, esto es, como queda dicho, un
hecho. Por eso él, aun cuando trabaje con capital propio considera
necesariamente la parte de su ganancia media equivalente al interés medio como
fruto de su capital de por si, independiente del proceso de producción, y, en
oposición a esta parte independiente que es el interés, considera el resto de su
ganancia bruta simplemente como ganancia de la empresa.
En cuarto
lugar (hay aquí una laguna en el manuscrito del autor
[F. E.]).
Hemos
visto, pues, que la parte de la ganancia que el capital activo tiene que
pagar al simple propietario del capital prestado se convierte en
la forma independiente de una parte de la ganancia que, bajo el nombre de
interés, arroja todo el capital de por si, sea prestado o no. La cuantía de esta
parte depende de la cuantía del tipo medio de interés. Su origen se revela
simplemente en el hecho de que el capitalista en activo, cuando es propietario
de su capital, no concurre -por lo menos, activamente- a la determinación del
tipo de interés. La división puramente cuantitativa de la ganancia entre dos
personas que poseen diversos títulos jurídicos sobre ella, se ha convertido en
una división cualitativa que parece desprenderse de la naturaleza misma del
capital y de la ganancia. Pues, como hemos visto, tan pronto como una parte de
la ganancia reviste con carácter general la forma de interés, la diferencia
entre la ganancia media y el interés o la parte de la ganancia que queda después
de cubrir el interés se convierte en una forma antitética del interés: la de la
ganancia del empresario. Estas dos formas, el interés y la ganancia del
empresario, sólo existen como formas antitéticas. No se refieren, pues, por
igual a la plusvalía, de la que no son más que partes plasmadas en categorías,
rúbricas o nombres distintos, sino que se refieren la una a la otra. Una de las
partes de la ganancia aparece como ganancia del empresario pura y simplemente
porque la otra se presenta bajo la forma de interés.
Por
ganancia entendemos siempre aquí la ganancia media, ya que las fluctuaciones
tanto de la ganancia individual como de la ganancia obtenida en distintas ramas
de producción -y, por tanto, las variaciones en cuanto a la distribución de la
ganancia media o de la plusvalía, que oscilan con la concurrencia y por virtud
de otras circunstancias- son de todo punto indiferentes para nosotros, desde el
punto de vista en que aquí nos colocamos. Y esto es aplicable a toda nuestra
presente investigación.
Ahora
bien, el interés es, según lo define Ramsay, la ganancia neta que arroja la
propiedad del capital como tal, ya sea al simple prestamista que permanece al
margen del proceso de reproducción, ya sea al propietario que invierte por si
mismo su capital productivamente. Pero aun tratándose de éste, no se apropia
esta ganancia neta como capitalista en activo, sino como capitalista dueño del
dinero, como prestamista de su propio capital a interés que se lo presta a si
mismo en cuanto capitalista en activo. Así como la transformación del dinero y
en general de todo valor en capital es el resultado constante, su existencia
como capital es la condición permanente del régimen capitalista de producción.
Gracias a su capacidad para convertirse en medios de producción, dispone
constantemente de trabajo no retribuido, lo que le permite convertir el proceso
de producción y circulación de las mercancías en producción de plusvalía para su
poseedor. Por consiguiente, el interés indica solamente que el valor --del
trabajo materializado en su forma social general-, (valor que en el
proceso real de producción reviste la forma de medios de producción), se
enfrenta como una potencia autónoma a la fuerza de trabajo vivo y constituye el
medio permanente, para apropiarse trabajo no retribuido, y de que constituye
este poder al enfrentarse al obrero como propiedad ajena. Sin embargo, por otra
parte, en la forma del interés se esfuma esta antítesis frente al trabajo
asalariado, pues el capital a interés no tiene como término antagónico, en
cuanto tal, el trabajo asalariado, sino el capital industrial o comercial; el
capitalista prestamista se enfrenta como tal directamente con el capitalista que
actúa real y directamente en el proceso de reproducción, no con el obrero
asalariado, expropiado precisamente de los medios de producción a base del
régimen de producción capitalista. El capital a interés es el capital como
propiedad frente al capital como función. Pero, mientras no
funciona, el capital no explota a los obreros ni se enfrenta en modo alguno con
el trabajo.
Por
su parte, la ganancia del empresario no se halla en contraposición con el
trabajo asalariado, sino solamente con el interés.
En primer lugar,
partiendo de la
ganancia media como factor dado, la cuota de la ganancia del empresario no se
determina por el salario, sino por el tipo de interés. Es alta o baja en razón
inversa a éste.1
En segundo lugar,
el capitalista en
activo no deriva su derecho de la ganancia de empresario y, por tanto, esta
ganancia misma, de su propiedad sobre el capital, sino de la función del
capital, por oposición al caso en que sólo existe como propiedad inerte. Esto se
revela como una antítesis directamente existente tan pronto como opera con
capital prestado, es decir, allí donde el interés y la ganancia del empresario
corresponden a dos personas distintas. La ganancia del empresario se deriva de
la función del capital en el proceso de reproducción, es decir, de las
operaciones, de la actividad por medio de la cual el capitalista en activo sirve
de vehículo a estas funciones del capital industrial y mercantil. Pero el ser
representante del capital en acción no constituye una sinecura como el ser
representante del capital a interés. Dentro de la producción capitalista, el
capitalista dirige el proceso de producción y el proceso de circulación. La
explotación del trabajo productivo cuesta un esfuerzo, lo mismo si corre
directamente a cargo del capitalista que si se efectúa por otro en su nombre.
Por oposición al interés, la ganancia del empresario aparece, pues, ante él como
algo independiente de la propiedad del capital, y más bien como resultado de sus
funciones de no propietario, de obrero.
Va
formándose, pues, en su cerebro la idea de que su ganancia de empresario,
lejos de hallarse en contradicción con el trabajo asalariado y de ser trabajo
ajeno no retribuido, representa, por el contrario, su propio salario, un
salario de vigilancia, wages of superintendence of labour; considera que
su salario es superior al del simple asalariado, 1° por tratarse de un
trabajo más complicado, 2° por ser él mismo quien se paga su propio
salario. Pierde completamente de vista que su función como capitalista consiste
en producir plusvalía, es decir, trabajo no retribuido, y en producirla además
en las condiciones más económicas, ante el hecho antitético de que el
capitalista percibe el interés aunque no desempeñe ninguna función como
capitalista, simplemente por ser propietario del capital y de que, por el
contrario, la ganancia del empresario corresponde al capitalista en activo
aunque no sea propietario del capital con que opera. La forma antagónica de las
dos partes en que se divide la ganancia y, por tanto, la plusvalía, hace que se
olvide que se trata simplemente de dos partes de la plusvalía, sin que su
división altere en lo más mínimo su naturaleza, su origen ni sus condiciones de
existencia.
En el
proceso de reproducción, el capitalista en activo representa al capital como
propiedad ajena frente a los obreros asalariados y el capitalista propietario
del dinero toma parte en la explotación del trabajo, representado por el
capitalista en activo. La antítesis entre la función del capital en el proceso
de reproducción frente a la simple propiedad sobre el capital al margen del
proceso de reproducción hace que se olvide que el capitalista activo sólo puede
actuar como representante de los medios de producción frente a los obreros
haciendo a éstos trabajar para sí o, lo que es lo mismo, haciendo que los medios
de producción funcionen como capital.
En
efecto, las formas de interés y de ganancia de la empresa que revisten las dos
partes de la ganancia, es decir de la plusvalía, no expresan relación alguna con
el trabajo, pues esta relación sólo existe entre él y la ganancia o, mejor
dicho, la plusvalía, como la suma, el todo, la unidad de estas dos partes. La
proporción en que la ganancia se reparte y los distintos títulos jurídicos que
sirven de base a este reparto, presuponen la ganancia como algo dado, presuponen
su existencia. Si, por tanto, el capitalista es propietario del capital con que
opera, se embolsará la ganancia o plusvalía íntegra; para el obrero es
absolutamente indiferente que lo haga así o que se vea obligado a ceder una
parte a otra persona, al propietario jurídico del capital. Los fundamentos a
que responde la división de la ganancia entre dos clases de capitalistas se
convierte así sobre la marcha en los fundamentos de existencia de la ganancia,
de la plusvalía que se divide y que el capital como tal extrae del proceso de
reproducción, independientemente de todo reparto ulterior. Del hecho de que el
interés se contraponga a la ganancia del empresario y ésta al interés, ambos
entre sí, pero no
conjuntamente al trabajo, ¿se desprende que la ganancia del empresario más el
interés, es decir, la ganancia o, más ampliamente, la plusvalía descansa sobre
la forma antitética de sus dos partes? Nada de eso, pues la ganancia se produce
antes de que se opere en ella esta división, antes de que pueda hablarse
siquiera de este reparto.
El
capital a interés sólo se afirma como tal cuando el capital prestado se
convierte realmente en capital y produce una plusvalía, una parte de la cual es
el interés. Pero esto no anula la cualidad inherente a él de producir intereses
independientemente del proceso de producción. La fuerza de trabajo sólo afirma
su cualidad creadora de valor cuando funciona y se realiza dentro del proceso
de trabajo, pero esto no excluye el que de por sí, potencialmente, como tal
fuerza, sea la actividad creadora de valor, que no surge como tal en el proceso
mismo, sino que es anterior a él. Como tal capacidad creadora de valor es como
se compra. Puede ocurrir que alguien la compre sin ponerla a trabajar
productivamente, por ejemplo, para fines puramente personales, para el servicio
doméstico, etc. Lo mismo acontece con el capital. Es incumbencia del prestatario
el emplearlo o no como capital, el poner o no realmente en acción la cualidad
inherente a él de producir plusvalía. Lo que paga, tanto en uno como en otro
caso, es la plusvalía que, potencialmente, como posibilidad, se contiene en la
mercancía capital.
*
Detengámonos ahora a examinar más de cerca lo que se refiere a la ganancia del
empresario.
Una
vez fijado el momento de la determinación específicamente social del capital
dentro del régimen de producción capitalista -la propiedad del capital, que
permite disponer del trabajo de otros y definido el interés, por tanto, como la
parte de la plusvalía engendrada por el capital en este aspecto, la otra parte
de la plusvalía -la ganancia del empresario- aparece necesariamente como algo
que no procede del capital como tal capital, sino del proceso de producción,
desglosado de su determinación social específica, que ha recibido su modalidad
especial en la expresión de interés del capital. Pues bien, el proceso de
producción desglosado del capital es, simplemente, proceso de trabajo. El
capitalista industrial, como un personaje distinto del propietario del capital,
no aparece, por tanto, como capital en acción, sino como funcionario, aun
independientemente del capital, como simple exponente del proceso de trabajo
en general, como obrero y, concretamente, como el obrero asalariado.
El
interés, de por sí, expresa precisamente la existencia capitalista de las
condiciones de trabajo en su antítesis social con el trabajo en su
transformación de poder personal, frente al trabajo y sobre el trabajo. Pero
representa este carácter del capital como algo que le corresponde al
margen del proceso de producción y que no es, en modo alguno, resultado de la
determinación específicamente capitalista de este proceso de producción. No lo
representa en contraposición directa con el trabajo, sino al revés, sin relación
alguna con el trabajo y como simple relación de un capitalista con otro. Por
tanto, como una determinación ajena e indiferente a la relación entre el
capital y el trabajo. Por consiguiente, en el interés, en la forma específica
de la ganancia en que el carácter antagónico del capital cobra una expresión
independiente, la cobra de tal modo que este antagonismo queda completamente
esfumado aquí y se prescinde totalmente de él. El interés es una relación entre
dos capitalistas y no entre el capitalista y el obrero.
De
otro lado, esta forma del interés da a la otra parte de la ganancia la forma
cualitativa de la ganancia de empresario y la del salario de vigilancia. Las
distintas funciones que el capitalista tiene que desempeñar como tal y que le
corresponden precisamente a diferencia y en contraposición de los obreros, se
presentan como simples funciones de trabajo. Crea plusvalía, no porque trabaje
como capitalista, sino porque trabaja también independientemente
de su condición de tal. Por consiguiente, esta parte de la plusvalía no tiene
nada de plusvalía, sino que es lo contrario de ella, un equivalente por el
trabajo realizado. Como el carácter enajenado del capital, su contraposición con
respecto al trabajo, se desplaza más allá del proceso real de explotación, al
campo del capital a interés, este proceso de explotación aparece aquí como un
simple proceso de trabajo, con la diferencia de que el capitalista en activo
realiza un trabajo distinto al de los obreros. Por donde se identifican como
dos modalidades de trabajo el trabajo de explotación y el trabajo explotado. El
trabajo de explotación es trabajo exactamente lo mismo que el trabajo al que se
explota. La forma social del capital se hace recaer sobre el interés, pero en
una forma neutral e indiferente; sobre la ganancia del empresario recae la
función económica del capital, pero prescindiendo del carácter concreto,
capitalista, de esta función.
En la
conciencia del capitalista se produce aquí el mismo fenómeno que veíamos en la
sección II de este libro [pp. 230-232] al tratar de los fundamentos de
compensación que sirven de base a la ganancia media. Estos fundamentos de
compensación, que entran de un modo determinante en la distribución de la
plusvalía, se tergiversan por la mentalidad capitalista para convertirse en las
causas y en los fundamentos (subjetivos) de justificación de la ganancia misma.
La
idea de la ganancia del empresario como un salario de vigilancia percibido por
el trabajo, idea que nace de su contraposición con el interés, encuentra otro
apoyo en el hecho de que, en realidad, una parte de la ganancia puede
desglosarse y se desglosa realmente como salario o, mejor dicho, de que una
parte del salario aparece, dentro del régimen de producción capitalista, como
parte integrante de la ganancia. Como ya había descubierto certeramente A.
Smith, esta parte se presenta en toda su pureza, como una parte independiente y
completamente separada, por un lado, de la ganancia (como suma del interés y la
ganancia del empresario) y de otro lado de la parte de la ganancia que queda
después de descontar el interés como la llamada ganancia del empresario, en el
sueldo de los gerentes de aquellas ramas de negocios cuya extensión, etc.,
consiente una división del trabajo lo bastante amplía para poder asignar un
salario especial al director.
El
trabajo de alta vigilancia y dirección responde a una necesidad en todas
aquellas ramas en que el proceso directo de producción adopta la forma de un
proceso socialmente combinado y no la de un trabajo aislado de los productores
independientes.2 Y tienen un doble carácter.
De un
lado, en todos aquellos trabajos en los que cooperan muchos individuos la
cohesión y la unidad del proceso se personifican necesariamente en una voluntad
de mando y en funciones que no afectan a los trabajos parciales, sino a la
actividad total del taller, como ocurre con el director de una orquesta. Es éste
un trabajo productivo cuya necesidad se plantea en todo régimen combinado de
producción.
De
otro lado -aun prescindiendo en absoluto del departamento comercial-, este
trabajo de alta vigilancia se presenta necesariamente en todos aquellos
sistemas de producción basados en el antagonismo entre el obrero como productor
directo y el propietario de los medios de producción. Cuanto mayor es este
antagonismo, mayor es también la importancia que desempeña el trabajo de alta
vigilancia. Por eso este trabajo alcanza su punto culminante bajo el sistema
de la esclavitud.3 Sin embargo, es también indispensable en el
régimen de producción capitalista, puesto que aquí el proceso de producción
constituye, al mismo tiempo, el proceso de consumo de la fuerza de trabajo para
el capitalista. Del mismo modo que en los estados despóticos el trabajo de alta
vigilancia y la injerencia total del gobierno engloba ambas cosas: tanto la
realización de los asuntos comunes que se derivan del carácter de toda
comunidad, como las funciones específicas que responden al antagonismo entre el
gobierno y la masa del pueblo.
En
los antiguos escritores que tenían ante si el sistema de la esclavitud
encontramos teóricamente, como ocurría también en la práctica, confundidos los
dos aspectos del trabajo de vigilancia de un modo tan inseparable como en los
economistas modernos que consideran el régimen absoluto de producción. Por otra
parte, como veremos enseguida a la luz de un ejemplo, los apologistas del
sistema moderno de la esclavitud se las arreglan para invocar el trabajo de
vigilancia como fundamento de justificación de la esclavitud, lo mismo que los
otros economistas como base del sistema del trabajo asalariado.
El villicus, en tiempos de Catón: "al frente de los
esclavos rústicos (familia rústica) se halla el capataz (villicus, de
villa [casa de campo]), encargado de recibir y entregar, de comprar y
vender, que se hace cargo de las instrucciones del señor y que, en ausencia de
éste, da órdenes y administra castigos. El villicus gozaba, naturalmente,
de más libertades que los otros esclavos; los libros de Magón aconsejaban
permitirle que contrajese matrimonio, que engendrase hijos y tuviese su propia
caja y Catón proponía casarlo con la intendente de las esclavas; era el único
que podía confiar en adquirir de su dueño la libertad en caso de buen
comportamiento. Por lo demás, todos formaban una comunidad doméstica. Cada
esclavo, incluyendo al villicus, recibía por cuenta del señor,
periódicamente, los medios necesarios para cubrir sus necesidades, debiendo
atenerse a ellos. La cantidad se ajustaba al trabajo, razón por la cual, por
ejemplo, el capataz, obligado a realizar trabajos más ligeros que los demás
esclavos, recibía una cantidad menor”.
(Mommsen, Historia Romana,
2° ed. [Berlín] 1865, p. I, pp. 809-10.)
Aristóteles: Pues el Sr. -capitalista- no actúa como tal en la adquisición de
los, esclavos
-de
la propiedad del capital que le permite comprar trabajo-, sino en la
utilización de los esclavos -en el empleo de obreros, hoy asalariados en el
proceso de producción. Pero esta ciencia no tiene nada de grande ni de sublime;
el esclavo debe saber hacer, el otro debe saber mandar. Allí donde los
señores no necesitan molestarse en esto, asume este honor el vigilante [epítropos],
mientras ellos se dedican a regentar los negocios del Estado o a
filosofar (Aristóteles, De República, ed.
Bekker, libro I, 7 [Oxonii,
1837, pp. 10 s]).
Aristóteles nos dice con palabras secas que, lo mismo en el terreno económico
que en el
político, el poder impone a quien lo ejerce las funciones propias del gobierno;
es decir, en lo que al terreno económico se refiere, la obligación de saber,
cómo han de consumir la fuerza de trabajo, y añade que no debe concederse
demasiada importancia a este trabajo de vigilancia, ya que el señor, si dispone
de fortuna suficiente, confiere "el honor" de esta molestia a un
vigilante.
El
trabajo de dirección y de alta vigilancia, cuando no se trata de una función
especial, derivada de la naturaleza de todo trabajo social combinado, sino de
algo que responde al antagonismo entre el propietario de los medios de
producción y el propietario de la simple fuerza de trabajo -lo mismo si ésta se
vende con el obrero mismo, como ocurre en el sistema de la esclavitud, que si es
el obrero quien vende su fuerza de trabajo y el proceso de producción aparece,
por tanto, al mismo tiempo, como el proceso de consumo de su trabajo por el
capital-, esta función emanada de la servidumbre de productor directo ha
pretendido convertirse no pocas veces en fundamento de justificación de este
régimen mismo, presentándose la explotación, la apropiación de trabajo ajeno, no
retribuido, como el salario correspondiente al propietario del capital. Pero
nadie ha superado en esto a un defensor de la esclavitud en los Estados Unidos,
el abogado O'Connor, quien en un mitin celebrado en Nueva York el 19 de
diciembre de 1859, decía, junto a la bandera: “¡Justicia para el Sur!”
-Now gentlemen, (bueno, señores)
decía entre grandes
aplausos, "la misma naturaleza ha destinado al negro a la esclavitud. Es fuerte
y vigoroso para el trabajo, pero la naturaleza que le ha dado este vigor, le ha
negado al mismo tiempo tanto inteligencia para gobernar como voluntad para
trabajar”. (Aplausos). “Ambas cosas le han sido negadas. Y la misma naturaleza
que no le ha dotado de voluntad para trabajar le ha dado un dueño, encargado de
imponerle esta voluntad y de convertirle, dentro del clima para el que ha sido
creado, en un servidor útil para él mismo como para el señor que lo gobierna. Yo
afirmo que no constituye ninguna injusticia dejar al negro en la situación en
que lo ha colocado la naturaleza, darle un señor que lo gobierne, y que no se
le arrebate ninguno de sus derechos si se le obliga a trabajar y a pagar a su
dueño una justa indemnización por el trabajo y el talento que invierte en
gobernarle y en hacerle útil para él mismo y para la sociedad” [New York
Tribune, 20 de Dic. 1859, p. 5].
Pues
bien, también el obrero asalariado, como el esclavo, necesita de un señor que
le haga trabajar y le gobierne. Y, dando por supuesta esta relación de señorío y
servidumbre, es perfectamente justo que el obrero asalariado se vea obligado a
producir su propio salario y además el salario de vigilancia, una compensación
por el trabajo de gobernarle y vigilarle, "pagando a su dueño una justa
indemnización por el trabajo y el talento que invierte en gobernarle y en
hacerle útil para él mismo y para la sociedad".
El
trabajo de alta vigilancia y dirección, en la medida en que se deriva del
carácter antagónico, del señorío del capital sobre el trabajo y en que, por
tanto, es común al régimen capitalista y a todos los sistemas de producción
basados en el antagonismo de clases, se halla también en el sistema capitalista
directa e inseparablemente enlazado con las funciones productivas que todo el
trabajo social combinado impone a determinados individuos como un trabajo
especial. El salario del epítropos [del capataz o vigilante de la
antigua Grecia] o del régisseur, como se le llamaba en la Francia feudal,
se desglosa completamente de la ganancia y reviste también la forma del salario
para remunerar un trabajo especial, allí donde el negocio se desarrolla en una
escala suficientemente grande para poder pagar a este tipo de dirigente
(manager), sin que por ello nuestros capitalistas industriales se
dediquen, ni muchos menos “a regentear los negocios del Estado o a filosofar”.
Ya el
señor Ure nos ha dicho que no son los capitalistas industriales, sino los
directores (managers)4 “el alma de nuestra industria". Por lo
que se refiere a la parte mercantil del negocio, ya hemos dicho lo que había que
decir acerca de esto en la sección anterior [Ver pp. 283 s.].
La
misma producción capitalista se ha encargado de conseguir que el trabajo de alta
vigilancia, al separarse completamente de la propiedad del capital, ande rodando
por la calle. El capitalista no necesita, pues, perder su tiempo encargándose
personalmente de esta labor. Un director de orquesta no necesita, ni mucho
menos, ser el propietario de los instrumentos ni entre sus funciones dirigentes
figura la de abonar los “salarios” a los demás músicos. Las fábricas
cooperativas aportan la prueba de que el capitalista como funcionario de la
producción es un personaje tan superfluo como él mismo, en su cabal carácter,
considera, que lo es el gran terrateniente. En aquello en que el trabajo del
capitalista no se deriva del proceso de producción como un proceso puramente
capitalista, terminando por tanto allí donde termina el capital, en aquello en
que no se limita a la función de explotar trabajo ajeno; en cuanto se deriva,
por tanto, de la forma de trabajo como un trabajo social, de la combinación y
cooperación de muchos para lograr un resultado común, es algo tan independiente
del capital como lo es esta forma misma, una vez que rompe la envoltura
capitalista. Decir que este trabajo es necesario como trabajo capitalista, o
como función del capitalista, es tanto como decir que el vulgo no puede
imaginarse las formas que se van desarrollando en el seno del régimen
capitalista de producción separadas y liberadas de su carácter capitalista
antagónico. Con relación al capitalista financiero el capitalista industrial es
un obrero, pero un obrero capitalista, es decir, explotador de trabajo ajeno. El
salario que reclama y percibe por este trabajo equivale exactamente a la
cantidad de trabajo ajeno que se apropia, y depende directamente, siempre y
cuando que se someta al necesario esfuerzo de la explotación, del grado de
explotación de este trabajo y no del grado del esfuerzo que la explotación le
impone y que puede echar sobre los hombros de un director a cambio de una
moderada remuneración. Después de cada crisis podemos ver en lo distritos
fabriles ingleses un gran número de ex fabricantes que regentan por un pequeño
salario las mismas fábricas de que antes eran dueños, pero ahora como directores
de los nuevos propietarios, que son, no pocas veces, sus mismos acreedores.5
El
salario de administración, tanto para los directores mercantiles como para los
gerentes industriales, aparece completamente separado de la ganancia del
empresario, lo mismo en las fábricas cooperativas de los obreros que en las
empresas capitalistas por acciones. La separación entre el salario de
administración y la ganancia de empresario, que en los demás casos aparece como
algo fortuito, es aquí constante. En las fábricas cooperativas desaparece el
carácter antagónico del trabajo de vigilancia, pues el director de la fábrica es
pagado por los obreros en vez de representar frente a ellos al capital. Las
empresas por acciones -que se desarrollan con el sistema de crédito- tienden a
separar cada vez más este trabajo administrativo como función, de la posesión
del capital, sea propio o prestado, del mismo modo que al desarrollarse la
sociedad burguesa las funciones judiciales y administrativas se van separando de
la propiedad territorial, de la que eran atributos en la época del feudalismo.
Pero mientras que, de una parte, el capitalista en activo se enfrenta al simple
propietario del capital, al capitalista financiero, y que, con el desarrollo
del crédito, este capital financiero asume por si mismo un carácter social, se
concentra en bancos y es concedido en préstamos por éstos y no por sus
propietarios directos y mientras que, por otra parte, el simple director de una
empresa, que no posee el capital bajo titulo alguno, ni en concepto de préstamo
ni de otro modo, desempeña todas las funciones reales que corresponden al
capitalista en activo como tal, queda en pie solamente el funcionario y
desaparece del proceso de producción como un personaje superfluo, el
capitalista.
Por
los balances públicos6 de las fábricas cooperativas de Inglaterra
vemos que -después de deducir el salario de los gerentes, que representa una
parte del capital variable desembolsado, ni más ni menos que el salario de los
demás obreros- la ganancia obtenida por ellas es superior a la ganancia media,
a pesar de abonar a veces intereses mucho más altos que las fábricas privadas.
La causa de esto reside, en todos los casos a que nos referimos, en la mayor
economía en el empleo de capital constante. Pero lo que a nosotros nos interesa
es que aquí la ganancia media (= interés + ganancia de empresario) se presenta
de hecho y de un modo tangible como una magnitud en absoluto independiente del
salario de administración. La ganancia del empresario es, aquí, superior a la
normal, por ser también superior a la usual la ganancia media.
Este
mismo hecho se revela en algunas empresas capitalistas por acciones, por
ejemplo, en los bancos por acciones (Joint Stock Banks). El London and
Westminster Bank pagó en 1863 el 30% de dividendo anual, el Union Bank of
London y otros, el 15%. De la ganancia bruta se descuenta aquí,
además de los salarios [sueldos] de los gerentes, los intereses pagados por los
depósitos. Las elevadas ganancias se explican, en este caso, por la pequeña
proporción existente entre el capital desembolsado y los depósitos. Así, por
ejemplo, en el London and Westtminster Bank, 1863: capital
desembolsado, 1.000,000 de libras esterlinas; depósitos, 14.540,275 libras
esterlinas. En el Union Bank of London, 1863: capital desembolsado
600,000 libras esterlinas; depósitos 12.384,173 libras esterlinas.
La
confusión entre ganancia de empresario y salario de vigilancia o de
administración
empezó produciéndose por la forma antagónica que el remanente de la ganancia
sobre el interés presenta por oposición a éste. Y se desarrolló más tarde por la
tendencia apologética a presentar la ganancia, no como plusvalía, es decir, como
trabajo no retribuido, sino como un salario percibido por el propio capitalista
a cambio del trabajo por él realizado. Frente a esto formularon luego los
socialistas el postulado de que la ganancia se redujese de hecho a lo que
teóricamente pretendía ser, es decir, a un simple salario de vigilancia. Este
postulado resultaba tanto más desagradable para los apologistas teóricos
cuanto más iba encontrando, de una parte, este salario de vigilancia, su
determinado nivel y su precio concreto en el mercado, al igual que los demás
salarios, con la formación de una numerosa clase de directores industriales y
comerciales, 7 y cuanto más iba descendiendo, por otra parte,
como todos los salarios por trabajos especiales, con el desarrollo
general que hace bajar el costo de producción de la fuerza de trabajo
específicamente calificadas8. Al desarrollarse la cooperación por
parte de los obreros y las empresas por acciones por parte de la
burguesía, desapareció el último pretexto que aún existía para confundir la
ganancia del empresario con el salario de administración, y la ganancia se
reveló prácticamente como lo que era también teóricamente de un modo
indiscutible: como simple plusvalía, valor por el que no se paga ningún
equivalente, trabajo realizado y no retribuido. El capitalista en activo explota
realmente el trabajo y, si opera con capital prestado, divide el fruto de su
explotación en interés y ganancia de empresario, que es el remanente de ésta
sobre aquél.
Sobre la base de la producción capitalista se desarrolla en las
empresas por acciones una nueva especulación con el salario de administración,
creándose al lado de los verdaderos gerentes y por encima de ellos toda una
serie de consejos de administración e inspección en los que la administración y
la inspección no son, en realidad, más que un pretexto para saquear a los
accionistas y enriquecerse.
Acerca de esto
encontramos detalles muy sabrosos en The City or the Physiology of London
Business; with Sketches on Change; and the Coffee Houses, Londres, 1845.
"Cuánto ganan los banqueros y comerciantes al interesarse en la dirección de
ocho o nueve compañías distintas puede verse por el siguiente ejemplo: el
balance privado del señor Timothy Abraham Curtis presentado al tribunal de
quiebras con motivo de su bancarrota, acusaba una venta de 8-900 libras
esterlinas anuales por concepto de cargos de dirección. El señor Curtis había
sido director del Banco de Inglaterra y de la Compañía de las Indias Orientales,
por lo que cada sociedad por acciones se consideraba feliz si podía tenerlo de
director”. (Ob. cit, [81] 82). La remuneración abonada a los
directores de estas sociedades no es inferior a una guinea (21 marcos) por
sesión semanal. Y los debates ante el tribunal de quiebras demuestran que este
salario de vigilancia se halla, por regla general, en razón inversa a la
vigilancia realmente ejercida por estos directores nominales.
NOTAS
AL PIE DEL CAPÍTULO XXIII
1 “Las ganancias del empresario dependen de las ganancias netas (net
profits) del capital. no éstas de aquéllas.”
(Ramsay, An Essay
on the Distribution of Wealth, p, 214. Net profits, en
Ramsay, equivale siempre a intereses.
2 "Aquí (tratándose de los terratenientes campesinos) la alta
vigilancia es siempre perfectamente superflua."
(J. E. Cairnes, The Slave
Power, Londres, 1862. p. 48.)
3 "Si la naturaleza del trabajo exige que los obreros (es decir,
los esclavos) se diseminen en una superficie extensa, aumentan consiguientemente
el número de vigilantes y, por tanto, el costo del trabajo que esta vigilancia
supone."
(Cairnes, ob. cit, p. 44.)
4 A. Ure, PhiIosophy of Manufactures, trad. franc.
1836. I, p.
67. donde este Pindaro de los fabricantes declara que la mayoría de éstos no
tienen ni* la más remota idea del mecanismo que emplean.
5 En
un caso que tuve ocasión de conocer personalmente, un fabricante quebrado
después de la crisis de 1868, se convirtió en asalariado pagado por sus propios
obreros. La fábrica, después de la quiebra. pasó a manos de una cooperativa
obrera y el antiguo patrono fue colocado al frente de ella como director. F.E.
6 Los
datos aquí contenidos llegan a lo sumo hasta 1864, puesto que lo
anterior fue escrito en 1865. F. E
7
“Los maestros son tan obreros como sus ofíciales. En función de tales, su
interés es exactamente el mismo que el de su gente. Pero son, además, o
capitalistas o agentes de los capitalistas, y en tal concepto se enfrentan
resueltamente con el interés de los obreros" (p. 27). “La amplia difusión de la
cultura entre los obreros industriales (journeymen mechanics)
de este país va reduciendo diariamente el valor del trabajo y de la pericia de
casi todos los maestros y empresarios, al aumentar el número de personas que
poseen los conocimientos periciales de éstos”.
(Hodgskin, Labour defended
agains the Claims of Capital, etc, Londres, 1825.)
8 "El aflojamiento general de los límites convencionales y las
mayores facilidades de cultura contribuyen a reducir los salarios de los obreros
cultos, en vez de aumentar los de los no cultos.”
(J. St. Mill.
Principles of Political Economy, 2° ed, Londres. 1849, I, p. 463).
CAPÍTULO XXIV
EL CAPITAL A
INTERÉS, FORMA ALIENADA DE RELACIÓN CAPITALISTA
Es
en el capital a interés donde la relación capitalista cobra su forma más
exterior y más fetichista. Aquí nos encontramos con D -D', dinero
que engendra más dinero, valor que se valoriza a sí mismo, sin el proceso
intermedio entre ambos extremos. En el capital comercial D -M - D'
existe, por lo menos, la forma general del movimiento capitalista, aunque sólo
se mantenga dentro de la órbita de la circulación, razón por la cual la
ganancia aparece aquí como simple resultado de una enajenación; no obstante,
aparece como producto de una relación social y no como producto simple de
un objeto material. La forma del capital mercantil representa, a pesar de
todo, un proceso, la unidad de fases contrapuestas, un movimiento que se
desdobla en dos actos antagónicos, en la compra y la venta de la mercancía. En
D - D', o sea en la fórmula del capital a interés, se esfuma. Cuando el
capitalista presta, por ejemplo, 1,000 libras esterlinas y el tipo de interés es
el 5%, tenemos que el valor de 1,000 libras esterlinas como capital para un año
= c + ci', llamando c al capital e i' al tipo de interés,
que aquí es, como hemos dicho, el 5% =
5 |
|
1 |
|
1 |
|
---- |
= |
--- |
1,000+1,000 x |
--- |
= 1,050 |
100 |
|
20 |
|
20 |
|
libras esterlinas. El valor de 1,000 libras esterlinas como capital es = 1,050
libras esterlinas, lo que quiere decir que el capital no constituye una magnitud
simple. Es una relación de magnitudes, la relación de una suma principal como
valor dado, como valor que fructifica, como suma capital que engendra una
plusvalía. Y, como hemos visto, el capital se presenta siempre bajo esta forma
como valor que se valoriza directamente, con respecto a todos los capitalistas
activos, ya operen con capital propio o con capital prestado.
D - D':
estamos ante el
punto de partida primitivo del capital, ante el dinero de la fórmula D + M +
D’ reducido a los dos extremos D - D', donde D' = D + á D, o
sea, dinero que engendra más dinero. Es la fórmula general y primitiva del
capital, condensada de un modo absurdo. Es el capital terminado, la unidad del
proceso de producción y el proceso de circulación, fuente, por tanto, de
plusvalía al cabo de un determinado período de tiempo. Bajo la forma del
capital a interés aparece esto directamente, sin la mediación del proceso de
producción y de circulación. El capital se revela aquí como una fuente
misteriosa y autóctona de interés, de su propio incremento. El objeto
(dinero, mercancía, valor) es ya de por sí, como tal y ahora ya capital, y el
capital aparece como simple objeto; el resultado de todo el proceso de
reproducción se presenta aquí como propiedad inherente a un objeto material,
depende de la voluntad del poseedor del dinero, es decir, de la mercancía en su
forma constantemente cambiable, el invertirlo como dinero o alquilarlo como
capital. En el capital a interés aparece, por tanto, en toda su desnudez este
fetiche automático del valor que se valoriza a si mismo, del dinero que alumbra
dinero, sin que bajo esta forma descubra en lo más mínimo las huellas de su
nacimiento. La relación social queda reducida aquí a la relación de una cosa,
el dinero, consigo misma. En vez de la transformación real y efectiva del dinero
en capital sólo aparece ante nosotros, aquí, su forma carente de contenido.
Como ocurre con la fuerza de trabajo, el valor de uso del dinero se convierte
aquí en fuente de valor, de más valor que el que en él mismo se contiene. El
dinero como tal es ya, potencialmente, un valor que se valoriza a si mismo y en
calidad de tal se presta, lo cual es la forma de venta que corresponde a esta
peculiar mercancía El dinero tiene la virtud de crear valor, de arrojar interés,
lo mismo que el peral tiene la virtud de dar peras. Es esta cosa, fuente de
interés, la que el prestamista vende al prestar su dinero. Pero no es esto
todo. El capital realmente en funciones se presenta, como hemos visto, de tal
modo que no rinde interés como capital en funciones precisamente, sino como
capital de por sí, como capital-dinero.
También esto aparece invertido aquí: mientras que el interés e solamente una
parte de la ganancia, es decir, de la plusvalía que el capitalista en activo
arranca al obrero, aquí nos encontramos, a la inversa, con el interés como el
verdadero fruto del capital, como lo originario, y con la ganancia,
transfigurada ahora bajo la forma d ganancia de empresario, como simple
accesorio y aditamento añadido en el proceso de reproducción. El fetichismo del
capital y la idea del capital como un fetiche aparecen consumados aquí. En la
fórmula D - D' tenemos la forma más absurda del capital, la inversión y
materialización de las relaciones de producción elevadas la más alta potencia:
la forma del interés, la forma simple del capital, antepuesta a su mismo proceso
de reproducción; la capacidad de dinero o, respectivamente, de la mercancía, de
valorizar su propio valor independientemente de la reproducción, la
mistificación capitalista en su forma más descarada.
Para
la economía vulgar, que pretende presentar el capital como fuente independiente
de valor, de creación de valor, esta forma es naturalmente, un magnífico
hallazgo, la forma en que ya no es posible identificar la fuente de la ganancia
y en que el resultado del proceso capitalista de producción --desglosado del
proceso mismo cobra existencia independiente.
Es en
el capital-dinero donde el capital se convierte en mercancía cuya cualidad de
propia valorización tiene un precio fijo, plasmado en el tipo de interés
vigente en cada momento.
El
capital reviste su forma fetichista más pura como capital a interés y bajo su
forma directa de capital dinero portador de interés: A - A', como
sujeto, como cosa a vender (las otras formas de capital a interés que aquí no
nos interesan, son, a su vez, derivadas de esta forma y la presuponen). En
primer lugar, porque el capital existe constantemente bajo forma de dinero,
forma bajo la cual todas sus determinaciones se borran y sus elementos reales se
hacen invisibles. El dinero es justamente la forma en que la diferencia de las
mercancías como valores de uso no existe ya, y, por consecuencia, tampoco la
diferencia entre capitales industriales constituidos por esas mercancías y sus
condiciones de producción; es la forma en la cual el valor -aquí del capital-
existe como valor de cambio autónomo. En el proceso de reproducción del capital,
la forma dinero es efímera, elemento simplemente transitorio. Por el contrario,
en el mercado monetario, el capital existe siempre bajo esta forma. En
segundo lugar, la plusvalía que el capital produce, aquí también bajo forma
de dinero, parece que se le acrecienta como tal, Igual que es propio de los
árboles el crecer, del mismo modo el engendrar dinero (T6Xos [interés y
descendencia] ) parece ser lo propio del capital bajo la forma de,
capital-dinero.
En el
capital a interés se condensa y abrevia el movimiento del capital; se prescinde
del proceso intermedio y un capital == 1,000 aparece plasmado como una cosa que
es de por sí = 1,000 y que al cabo de cierto tiempo se convierte en 1,100, lo
mismo que el vino encerrado en la bodega, que al cabo de cierto tiempo gana en
valor de uso por su propia virtud. El capital es ahora un objeto, pero en cuanto
tal es capital. El dinero lleva ahora el fruto del amor en su entraña. Tan
pronto como se presta o se invierte en el proceso de reproducción (siempre y
cuando que rinda al capitalista en activo, como a su propietario, intereses
distintos de la ganancia de empresario) van creciendo sus intereses, lo mismo si
duerme que si esta despierto, si se queda en casa o sí anda de viaje, de día y
de noche Por donde el capital-dinero a interés (y todo capital es, en cuanto
a su
expresión de valor, capital-dinero o es considerado ahora corno la expresión del
capital-dinero) realiza el devoto anhelo del atesorador.
Es
esta inserción orgánica del interés en el capital-dinero para formar un todo
único (que es el modo como se presenta aquí la producción de la plusvalía por el
capital) lo que da tanto que hacer a Lutero, en su ingenua acometida contra la
usura. Después de exponer que es licito exigir intereses cuando, por no devolver
a su debido tiempo el dinero prestado, se le produce un perjuicio al
prestamista, quien se halla obligado, a su vez, a realizar un pago o se le
impide obtener por este motivo una ganancia que podría realizar, mediante la
compra de un huerto, por ejemplo, Lutero prosigue: “Y ahora que te los presté
(100 florínes), puedes producirme un daño no devolviéndomelos a tiempo para
poder pagar aquí y comprar allí, lo que me perjudicará en ambos sentidos es
decir, duplex interesse, damni emergentis et lucri cessantis [doble
interés por la perdida sufrida y por la ganancia que se deja de obtener], de lo
cual Juan, por haber prestado los cien florínes, ha salido perjudicado y puede
en equidad pedir que se le resarza del perjuicio, es decir, que además de
devolverle los cien florínes, se le indemnicen los dos daños, el de no haber
podido pagar y el de no haber podido comprar el huerto, como si estos dos
daños se hubiesen causado naturalmente a los cien florines, imputando a
éstos los dos daños que en realidad no han sufrido. Por eso eres un usurero,
porque haces que tu prójimo te indemnice con su dinero un daño que nadie te ha
causado y que no puedes probar ni calcular, este daño es lo que los juristas
llaman non verum sed phantasticum interesse [un interés no real, sino
imaginario]. Un daño que alguien se imagina a su antojo. No vale, pues, decir
que habrían podido producirse los daños nacidos del no poder pagar ni comprar,
pues de otro modo diríamos ex contingente necessarium, hacer lo que
debería ser partiendo de lo que no es; transformar lo incierto en certidumbre.
Sí esta usura no ha de devorar al mundo en pocos años. es una desgracia
fortuita la que sufre el prestamista, de la que ha de reponerse, pero en el
comercio es al revés y el reverso completo de esto: aquí se procura hacer que
cargue con el daño el prójimo necesitado, para nutrirse y enriquecerse con ello,
para vivir y triunfar en la ociosidad a costa de los cuidados y los desvelos de
otros. Me echo a dormir detrás de la estufa y dejo que mis cien florínes
trabajen por mí, y como se trata de dinero prestado, el botín viene a mis manos
sin trabajo ni desvelo alguno. ¿A quién no le gustaría esto?” (M. Lutero, De
cómo los párrocos deben predicar contra la usara, Wittemberg 1540 [Obras,
Wittenberg, 1589, 6° parte, pp. 309 y 310] ).
La
idea del capital como valor que se reproduce a sí mismo y se incrementa en la
reproducción, gracias a su cualidad innata de ser un valor que se conserva y
crece eternamente --es decir, gracias a la cualidad oculta de los
escolásticos-- ha llevado a las fabulosas ocurrencias del Dr. Price, que dejan
muy atrás a las fantasías de los alquimistas; ocurrencias en las que llegó a
creer seriamente Pitt y que en sus leyes sobre el sinking fund [fondo de
amortización de la Deuda pública] convirtió en columnas de sus finanzas.
“El
dinero que rinde intereses compuestos crece al principio lentamente, pero como
la proporción del crecimiento va acelerándose progresivamente, llega a ser tan
rápida que sobrepasa toda fantasía. Un penique prestado a interés compuesto del
5% al nacer Cristo se habría multiplicado hoy hasta formar una suma mayor que la
que podría contenerse en 150 millones de planetas terráqueos, todos de oro
macizo. En cambio, prestado a interés simple no habría pasado. en el mismo
tiempo de 7 chelines y 4 ½ peniques. Hasta hoy, nuestro gobierno ha preferido
basar sus finanzas en el segundo método en vez del primero.”1
Y aún
vuela más alto en sus Observations on Reversionary Payments etc, Londres
1772:
“Un chelín invertido al nacer nuestro Redentor [por tanto, en el templo de
Jerusalén seguramente] al 6% de interés compuesto habría crecido hoy hasta
formar una masa de dinero mayor que la que cabría en todo el sistema solar
convertido en una esfera de un diámetro igual al de la órbita de Saturno”
“Por
eso ningún Estado tendría por qué pasar por dificultades, pues con los más
pequeños ahorros podría pagar las mayores deudas en un plazo tan breve como lo
requiera su interés”. (Pp. XIII, y XIV.) ¡Hermosa introducción teórica a la
Deuda pública inglesa].
Price
se dejó sencillamente fascinar por la inmensidad de las cifras
resultantes de la progresión geométrica. Consideraba el capital por, sí mismo,
sin fijarse en las condiciones de reproducción y del trabajo, como un autómata,
como una cifra que se multiplicaba por si misma (exactamente lo mismo que hacía
Malthus con el hombre en su progresión geométrica), razón por la cual creía
haber descubierto la ley de su crecimiento en la fórmula s = c (1 + í
), llamando s a la suma de capital + interés, c al capital
desembolsado, i al tipo de interés (considerado en partes alícuotas de
100) y n al número de años que dura el proceso.
Pitt
tomó muy en serio la mistificación del Dr. Price. La Cámara de los Comunes
acordó en 1786 reunir un millón de libras esterlinas para obras de utilidad
pública. Según Price, en quien Pitt creía, lo mejor era, naturalmente, sacar
este dinero mediante impuestos sobre el pueblo, “acumulando” luego la suma
obtenida y escamoteando la Deuda pública por el misterio del interés compuesto.
Aquel acuerdo de la Cámara de los Comunes fue seguido inmediatamente por una ley
presentada por Pitt en la que se ordenaba la acumulación de 250,000 libras
esterlinas “hasta que, con las rentas vitalicias vencidas, el fondo se
incrementase hasta la suma de 4 millones de libras anuales” (Act 26 Jorge
III, cap 31).* En su discurso de 1792, en que Pitt propuso aumentar la suma
destinada al fondo de amortización, indicó entre las causas del predominio
comercial de Inglaterra la maquinaria, el crédito, etc, pero como “la causa más
importante y duradera, la acumulación. Este principio se halla ya perfectamente
desarrollado y suficientemente explicado en la obra de Smith, de ese genio. Esta
acumulación de capitales se lleva a cabo dejando a un lado, por lo menos, una
parte de la ganancia anual para incrementar el capital que ha de ser invertido
del mismo modo al año siguiente, con lo que se obtiene una ganancia continua”.
De este modo, gracias al Dr. Price, convierte Pitt la teoría de la acumulación
de A. Smith en el enriquecimiento de un pueblo por medio de la acumulación de
deudas y llega al halagüeño resultado de que para pagar un empréstito lo mejor
es abrir empréstitos y más empréstitos, hasta el infinito.
Ya en
Josias Child, el padre de la banca moderna, nos encontramos con la tesis de que
“100 libras esterlinas, producirán al cabo de 70 años, al interés compuesto del
10%, la suma de 102,400 libras esterlinas” (Traité sur le commerce, etc,
por J. Child, trad. etc. Amsterdam y Berlín, 1754, p. 115. Obra escrita en
1669).
Que
las concepciones del Dr. Price se han deslizado al buen tuntún entre los
economistas modernos, lo revela el siguiente pasaje del Economist: “El
capital a interés compuesto (compound interest) sobre cada una de las
partes del capital ahorrado tiene tal fuerza de incrementación (all-engrossing),
que toda la riqueza del mundo productiva de renta se ha convertido desde
hace ya mucho tiempo en intereses de un capital. Toda la renta es hoy pago de
intereses sobre un capital invertido en otro tiempo en la tierra”. (Economist,
19 julio 1859). En su cualidad de capital a interés pertenece al capital
toda la riqueza que pueda producirse, y todo lo que hasta ahora ha obtenido no
son sino pagos a cuenta de su apetito all-engrossing (que se lo lleva
todo para si). Todo el trabajo sobrante que pueda rendir el género humano
mientras exista, le corresponde al capital según sus leyes innatas. Moloc.
Veamos por último el siguiente galimatias del “romántico” Adam, Müller: “El
enorme incremento de los intereses compuestos, según el Dr. Price, o de las
fuerzas humanas que van acelerándose a sí mismas, presupone, si ha de producir
estos efectos inmensos, una
aplicación uniforme indivisa e ininterrumpida, por espacio de varios siglos. Tan
pronto como el capital se divide en distintos vástagos, cada uno de los cuales
crece por cuenta propia, vuelve a iniciarse el proceso total de acumulación de
fuerzas descrito aquí. La naturaleza
ha
distribuido la progresión de las fuerzas en una órbita de 20 a 25 años, que por
término medio se asignan a cada obrero individual (¡). Al expirar este plazo, el
obrero abandona su carrera y el capital reunido mediante los intereses
compuestos del trabajo debe transferirse a un nuevo obrero y, en la mayoría de
los casos, distribuirse entre varios obreros o hijos. Antes de poder extraer de
él verdaderos intereses compuestos, tienen que aprender a vivificar o aplicar el
capital que les corresponde. Además, una cantidad enorme del capital
adquirido por la sociedad burguesa es acumulado gradualmente durante
largos años, aun en las sociedades más dinámicas, antes de destinarlo a la
ampliación directa del trabajo; en vez de ello, tan pronto como se logra reunir
una suma importante, se confía en concepto de ‘préstamo’ a otro individuo, a un
obrero, a un banco, a un Estado, para que quien lo recibe, poniendo en verdadero
movimiento el capital, saque de él intereses compuestos, lo que le permite
fácilmente abonar al prestamista los correspondientes intereses simples.
Finalmente, contra aquella progresión inmensa en que podrían multiplicarse las
fuerzas del hombre y sus productos si rigiese exclusivamente la ley de la
producción o del ahorro reacciona otra ley no menos profundamente arraigada en
la naturaleza humana, la ley de consumo, de la apetencia o de la dilapidación”.
(Adam Müller Die Elemente des Staatskunst, Berlín, 1809, t. III,
pp. 147-149)
Es
imposible acumular en pocas líneas más barbaridades. No hablemos de la chusca
confusión de obreros y capitalistas, del valor de la fuerza de trabajo y el
interés del capital ,
etc.
Lo estupendo es que la baja de los intereses compuestos trata de explicarse,
entre otra causas, por el hecho de que se “presta” capital, con lo que
luego rinde “intereses compuestos”.* El método de nuestro Müller es
característico del romanticismo en todos los sectores. Su contenido está formado
por prejuicios cotidianos, basados en las más superficiales apariencias de las
cosas. Una manera mistificadora de exponer las cosas trata luego de “exaltar” y
poetizar este falso y trivial contenido.
El
proceso de acumulación del capital puede ser concebido como una acumulación de
intereses compuestos siempre y cuando que pueda llamarse interés a la parte de
la ganancia (plusvalía) que se convierte de nuevo en capital, es decir, que
sirve para la absorción de nuevo trabajo sobrante. Pero:
1)
Prescindiendo de todas las perturbaciones fortuitas, en el curso del proceso de
reproducción va depreciándose constantemente, en mayor o menor medida, una gran
parte del capital existente, pues el valor de las mercancías se determina, no
por el tiempo de trabajo que ha costado producirlas, sino por el tiempo de
trabajo que cuesta reproducirlas, el cual tiende continuamente a disminuir a
medida que se va desarrollando la productividad social del trabajo. Por eso, al
llegar a una fase elevada de desarrollo de la productividad social parece como
si todo el capital existente fuese, no el resultado de un largo proceso de
acumulación de capital, sino el resultado de un período de reproducción
relativamente corto.2
2)
Como se ha demostrado en la sección III de este libro, la cuota de ganancia
disminuye a medida que aumenta la acumulación del capital y la correspondiente
capacidad productiva del trabajo social, la cual se traduce precisamente en un
descenso relativo del capital variable con respecto al constante. Para obtener
la misma cuota de ganancia, suponiendo que el capital constante puesto en acción
por un obrero se decuplicase, sería necesario que se decuplícase también el
tiempo de trabajo sobrante, y así, pronto nos en-contraríamos con que toda la
jornada de trabajo y aun las veinticuatro horas del día resultaban
insuficientes, aun cuando el capital se las apropiase en su integridad. Pues
bien, la progresión de Price y en general “al engrossing capital, with
compound interest” (28) tienen como base la idea de que la cuota de
ganancia no dismínuye.3
La
identidad entre la plusvalía y el trabajo sobrante traza un límite cualitativo a
la acumulación del capital: la jornada de trabajo total, el desarrollo en
cada momento de las fuerzas productivas y de la población, que limita el número
de las jornadas de trabajo que pueden ser explotadas al mismo tiempo. En cambio,
sí la plusvalía se concibe bajo la forma vacía de sentido del interés, el límite
será puramente cuantitativo y escapa a toda fantasía.
En
el capital a interés aparece consumada la idea del capital-fetiche, la
idea que atribuye al producto acumulado del trabajo plasmado como dinero la
virtud, nacida de una misteriosa cualidad innata, de crear automáticamente
plusvalía en una progresión geométrica, de tal modo que este producto acumulado
del trabajo ha descontado ya desde hace mucho tiempo, según el Economist,
toda la riqueza de la tierra presente y futura como algo que por derecho le
corresponde. El mismo producto del trabajo pretérito, el trabajo pasado mismo,
se halla según esto fecundado con un fragmento de trabajo sobrante vivo presente
o futuro. Sabemos, sin embargo, en primer lugar, que en realidad la conservación
y también, por tanto, la reproducción del valor de los productos del trabajo
pretérito sólo es fruto de su contacto con el trabajo vivo; y en segundo lugar,
que la posibilidad de que los productos del trabajo sobrante vivo solo se
mantienen mientras se mantiene la relación del capital, es decir, esta relación
social determinada en que el trabajo pretérito se enfrenta de un modo
independiente y todo poderoso, al trabajo vivo.
NOTAS
AL PIE DE CAPÍTULO XXIV
1 Richard
Price, An Appeal to the Public on the subject of the National Debt
[1772), 2° ed, Londres, 1774 [pp.
18 s], donde se hace
este ingenuo chiste: “Hay que tomar dinero prestado a interés simple para
incrementarlo a interés compuesto”.
(R. Hamilton, An
Inquiry concerning the Rise and Progress of the National
Debt of Great Britain, 2° ed, Edimburgo, 1814 [parte III, sec.
I “Examination of Dr.
Price's Views of Finance”, p. 133].
Según esto, el tomar
dinero a préstamo sería el medio más seguro de enriquecerse, aun tratándose de
particulares. Pero si yo consigo, por ejemplo, 100 libras esterlinas al 5% de
interés anual, tendré que pagar al final del año 5 libras y, suponiendo que el
préstamo se repita durante 100 millones de años, recibiré 100 libras esterlinas
solamente cada año, por las que tendré que pagar anualmente 5. Tomando 100
libras a préstamo jamas conseguiré llegar a prestar 105. ¿Y de dónde voy a sacar
el dinero necesario para pagar el 5% de interés? De nuevos prestamos o, sí soy
el Estado, de los impuestos, Pero si el que recibe dinero a préstamo es el
capitalista industrial, de su ganancia del 15%, supongamos, tendrá que pagar el
5% de interés, comiéndose, por ejemplo, el 5% (aunque su apetito aumenta con sus
ingresos) y capitalizando el 5% restante Necesita obtener, por tanto,
una ganancia del 15% para poder pagar constantemente el 5% de interés. Si este
proceso se mantiene durante mucho tiempo, la cuota de ganancia disminuirá por
las razones indicadas, digamos del 15 al 10%. Pero Price olvida totalmente que
el interés del 5% presupone una cuota de ganancia del 15% y presenta ésta de
tal modo que permanece invariable a pesar de la acumulación del capital. El
interés no tiene absolutamente nada que ver con el proceso real de acumulación;
sólo le preocupa la operación de prestar dinero para que arroje interés
compuesto, Le tiene completamente sin cuidado cómo aborde esto, puesto que,
desde su punto de vista, se trata de una cualidad innata del capital a
interés.
* Es
decir, Ley 31 del 26° año de reinado de Jorge III. (Nota de la ed. alemana.)
* Las
comillas son tomadas del manuscrito de Marx. (N.R.).
2 Véanse Mill y Carey, y los equívocos comentarios de Roscher
[Cf. J. St. Mill, Principios de Economía Política, H. C. Carey,
Principies of Social Science, tomo III, Filadelfia, 1860. pp. 71 ss.
W.
Roscher Die Grundlagen der Nationalkonomie, 2° ed, Stuttgart, 1857, pp.
70 ss].
3 “Es
evidente que ningún trabajo, ninguna fuerza productiva, ningún ingenio, ningún
arte podría satisfacer las arrolladoras exigencias del interés compuesto, Pero
todo ahorro se hace a base de la renta del capitalista, por lo cual estas
exigencias son constantes y la capacidad productiva del trabajo se niega no
menos constantemente a satisfacerlas. Se establece así una especie de
nivelación (balance)” (Labour defended against the Claims of Capital, p.
23. Por Hodgskin).
CAPÍTULO XXV
CRÉDITO Y
CAPITAL FICTICIO
No
entra en nuestro propósito proceder a un análisis detallado del crédito y de los
instrumentos de que se vale (dinero crediticio, etc.). Nos limitaremos a señalar
aquí algunos puntos necesarios para completar la fisonomía del régimen de
producción capitalista en general. Para ello habremos de referirnos solamente a
dos aspectos del crédito: el crédito comercial y el crédito bancario. La
relación entre el desarrollo de estas dos clases de crédito y el crédito público
no ha de ser estudiada aquí.
Ya
hemos expuesto anteriormente (libro I, cap. III, 3, b [p. 99 ss.])
cómo surge de la circulación simple de mercancías la función del dinero como
medio de pago y se crea entre los productores de mercancías y los que negocian
con ellas una relación de acreedores y deudores. Al desarrollarse el comercio y
el modo de producción capitalista, que sólo produce con vistas a la circulación,
se amplía, se generaliza y se va modelando esta base natural del sistema de
crédito. En general, el dinero sólo funciona aquí como medio de pago, es decir,
las mercancías se venden recibiendo a cambio, no dinero, sino una promesa
escrita de pago que deberá hacerse efectiva al cabo de determinado tiempo. Para
simplificar el problema, podemos resumir estas promesas de pago en su conjunto
dentro de la categoría general de letras de cambio. Hasta el día de su
vencimiento, en que han de hacerse efectivas, las letras de cambio circulan, a
su vez, como medios de pago; constituyen el dinero comercial en sentido
estricto. Al cancelarse en último resultado mediante la compensación de
créditos y deudas, funcionan en absoluto como dinero, puesto que no necesitan
convertirse finalmente en dinero. Y así como estos desembolsos que los
productores y los comerciantes se hacen entre sí en forma de letras de cambio
constituyen la verdadera base del crédito, su instrumento de circulación, la
letra de cambio forma la base del verdadero dinero crediticio, de los billetes
de banco, etc. Este no descansa en la circulación monetaria, ni en la de dinero
metálico ni en la del papel-moneda del Estado, sino en la circulación cambiaría.
W. Leatham (banquero de Yorkshire). Letters on the Currency.
2° ed,
Londres. 1840: “Según mis cálculos, el importe total de las letras de cambio
que circularon en 1839 fue de 528.493,842 libras esterlinas [calculando las
letras de cambio extranjeras en 1/6 aproximadamente del importe total] y el
importe de las letras de cambio que circularon simultáneamente en el mismo año
de 132.123,460 libras esterlinas” (p. 56). “Las letras de cambio
representan dentro de la circulación una parte más considerable que todas las
demás juntas” (pp. 3 [4]. “Esta enorme superestructura de las letras de cambio
descansa (¡) sobre una base formada por la cuantía de los billetes de banco y
el oro. y si esta base sí contrae demasiado en el curso de los acontecimientos
pueden peligrar la solidaridad e incluso la existencia de aquellas” (p. 8). “Si
se calcula toda la, circulación [se refiere a los billetes de banco (F. E.)
] y el importe de las obligaciones de todos los bancos, se obtiene una suma
de 153 millones cuya conversión en oro puede reclamarse según la ley. [Pero ¿de
dónde sacaremos la cantidad de oro necesaria para hacer frente a estas
reclamaciones? En Inglaterra y el País de Gales circulan aproximadamente cinco
millones de oro -en Irlanda y Escocia circulan solamente billetes de una libra-
y en las cajas fuertes de los bancos hay unos cuatro millones, lo que arroja una
suma de nueve millones para hacer frente a la reclamación ¡de 148 millones!]*
(p. 11). “Las letras de cambio no pueden ponerse bajo control, a menos que se
impida el excedente monetario [. ] y el bajo tipo de interés o de descuento que
provoca una parte de ella y estimula esta grande y peligrosa expansión. Es
imposible decir qué parte de ella procede de negocios reales. por ejemplo, de
compras y ventas efectivas, y qué parte responde a causas ficticias (fictitious)
y a letras sin base, que se descuentan simplemente para recoger otras que se
hallan en circulación antes de su vencimiento, creando así capital ficticio con
la emisión de simples medios de circulación imaginarios. En las épocas en que el
dinero es abundante y barato. sabemos que estas operaciones adquieren un
volumen enorme” (pp. 43, 44). J. W. Bosanquet, Metallic, Paper and
Credit Currency, Londres, 1842: “El importe medio de los pagos cancelados
diariamente en la Clearing Houte [donde los banqueros de Londres se canjean
mutuamente los cheques recibidos en pago y las letras de cambio vencidas (F.
E.) ] excede de 3 millones de libras esterlinas, sin que la cantidad de
dinero necesaria para realizar estas operaciones pase de 200,000 libras” (p.
86). (El giro total de la Clearing House en el año 1889 ascendió a 7,6l8 3/4
millones de libras esterlinas, lo que, calculando, en números redondos, 300 días
hábiles, da una media de 251/2 millones de libras esterlinas diarios. F. L.).
“Las letras de cambio son, indiscutiblemente, medios de circulación (currency)
independientes del dinero puesto que su propiedad puede transferirse de unos a
otros por medio del endoso” (p. 92 [93] ). “Puede suponerse por término medio
que cada letra de cambio circulante lleva dos endosos y salda, por tanto, antes
de su vencimiento, dos pagos. Por donde puede concluirse que, solamente mediante
el endoso, las letras de cambio operaron en 1839 una transferencia de propiedad
por valor de dos veces 528 millones, o sean, 1.056 millones de libras
esterlinas, más de tres millones de libras diariamente. Es evidente, pues, que
las letras de cambio y los depósitos bancarios, mediante la transferencia de
propiedad de mano en mano y sin recurrir para nada al dinero, realizan funciones
de dinero por un volumen diario de 18 millones de libras esterlinas, por lo
menos” (p. 93).
Tooke
dice lo siguiente, refiriéndose al crédito en general: “El crédito, en su
acepción más simple, es la confianza bien o mal fundada que mueve a alguien a
confiar a otro una cierta suma de capital. sea en dinero, sea en mercancías
cifradas en un determinado valor en dinero, suma pagadera siempre al cabo de
determinado tiempo. Cuando este capital se presta en dinero, es decir, en
billetes de banco, en un crédito al contado o en una orden de pago contra un
corresponsal, se calcula por el uso del capital un recargo de un determinado
tanto por ciento sobre la suma que ha de ser devuelta. Tratándose de mercancías
cuyo valor en dinero se fija entre los interesados y cuyo traspaso constituye
una venta, la suma señalada y que ha de pagarse incluye una indemnización
por el uso del capital y por el riesgo que se asume hasta el día del
vencimiento. En la mayoría de los casos. se entregan a cambio de estos créditos
obligaciones escritas de pago con una fecha de vencimiento fija. Y estas
obligaciones o promesas transferibles a otros constituyen el medio que los
prestamistas, si encuentran ocasión para emplear su capital, ya sea en forma de
dinero o de mercancías, antes de que estas letras de cambio venzan, pueden en la
mayoría de los casos utilizara para contraer prestamos o comprar más barato, ya
que su propio crédito resulta reforzado por el segundo nombre estampado en la
letra de cambio” (Inquiry into the Currency Principle, página 87).
Ch.
Coquelin, “Du crédit et des Banques dans l' Industrie, en Revue des deux
Mondes, 1842, t. 31: “La mayoría de las operaciones de crédito se
efectúa. en todos los países, dentro del círculo de las mismas relaciones
industriales. El productor de materias primas se las adelanta al fabricante que
ha de transformarlas, obteniendo de éste una promesa de pago con vencimiento
fijo. El fabricante, después de realizar la parte del trabajo que le
corresponde, adelanta a su vez en condiciones análogas su producto a otro
fabricante encargado de seguirlo transformando, con lo cual el crédito va
extendiéndose de uno en otro hasta llegar al consumidor. El comerciante al por
mayor adelanta sus mercancías al comerciante al por menor, después de haberlas
obtenido en las mismas condiciones del fabricante o del comisionista. Todos
toman a préstamo con una mano y prestan con la otra, a veces dinero, pero con
mayor frecuencia productos. Se realiza así, en las operaciones industriales, un
intercambio incesante de anticipos, que se combinan y entrecruzan en todas
direcciones. En la multiplicación y en el crecimiento de estos anticipos mutuos
consiste precisamente el desarrollo del crédito, y aquí es donde se halla la
verdadera sede de su poder”.
El
otro aspecto del sistema de crédito se relaciona con el desarrollo del comercio
de dinero, que en la producción capitalista es paralelo, naturalmente, al
desarrollo del comercio de mercancías. Hemos visto en la sección anterior (cap. XIX, pp. 336 ss) cómo van concentrándose en manos de los banqueros los
depósitos de los fondos de reserva de los hombres de negocios, las operaciones
técnicas de los cobros y los pagos en dinero, los pagos internacionales y con
ellos el comercio de lingotes de oro y plata. Conjuntamente con este comercio de
dinero se desarrolla el otro aspecto del sistema de crédito: la administración
del capital a interés o del capital-dinero, como una función especial de los
banqueros. El prestar y tomar en préstamo dinero se convierte en un negocio
especifico suyo. Aparece ahora como intermediario entre el verdadero
prestamista y el prestatario de capital dinero. En términos generales, el
negocio bancario consiste, desde este punto de vista, en concentrar en sus
manos, en grandes masas, el capital-dinero prestable, por donde en vez del
prestamista individual es el banquero el que aparece como representante de
todos los prestamistas de dinero frente a los capitalistas individuales y
comerciales. El banquero se convierte en el administrador general del
capital-dinero. Por otra parte, concentran a los prestatarios frente a todos los
prestamistas, puesto que toman dinero a préstamo para todo el mundo comercial.
Un banco representa, de una parte, la centralización del capital-dinero, de los
prestamistas, y de otra parte la centralización de los prestatarios. Su ganancia
consiste, en general, en recibir a préstamo a un tipo de interés más bajo del
que concede a sus clientes.
El
capital prestable, de que disponen los bancos. fluye a ellos de distintos modos.
En primer lugar, se concentra en sus manos, por ser los bancos los cajeros de
los capitalistas industriales, el capital-dinero que todo productor y todo
comerciante tiene como fondo de reserva o que recibe en pago. Estos fondos van
convirtiéndose así en capital-dinero prestable. Con ellos, el fondo de reserva
del mundo comercial, al concentrarse como un fondo común, se reduce al mínimo
necesario y una parte del capital-dinero que de otro modo se quedaría inactivo
como fondo de reserva se moviliza en la concesión de préstamos, funciona como
capital a interés. Su capital prestable se forma, en segundo lugar, a base de
los depósitos hechos en los bancos por los capitalistas dueños del dinero y que
les permiten dar en préstamo el dinero depositado. Con el desarrollo del sistema
bancario, sobre todo a partir del momento en que los bancos empiezan a pagar
intereses por el dinero depositado, afluyen también a sus cajas los ahorros de
dinero y el dinero momentáneamente inactivo de todas las clases. Pequeñas sumas,
incapaces cada una de por sí para funcionar como capital-dinero, se funden en
grandes masas y forman así un poder monetario. Esta acumulación de pequeñas
cantidades debe distinguirse como un resultado especial del sistema bancario,
del papel de intermediario que los bancos asumen entre los verdaderos
capitalistas de dinero o los prestatarios. Finalmente, se depositan también en
los bancos aquellas rentas cuyo consumo es progresivo.
Los
prestamos (aquí sólo nos interesa el crédito comercial en sentido estricto) se
realizan mediante el descuento de letras -conversión de éstas en dinero antes de
su vencimiento- y por medio de anticipos bajo diversas formas: anticipos
directos a base de crédito personal, préstamos con garantía de títulos y
valores rentables, de valores públicos, de acciones de todas clases, y
principalmente anticipos sobre documentos de embarque y certificados de
mercancías almacenadas y otros títulos de posesión de mercaderías, giros sobre
depósitos, etcétera.
El
crédito concedido por un banco puede revestir, a su vez, diversas formas, por
ejemplo, la de una letra de cambio o un cheque sobre otro banco, la de la
apertura de un crédito de la misma clase y finalmente, tratándose de bancos de
emisión, la de billetes del propio banco que concede el crédito. El billete de
banco no es otra cosa que una letra de cambio librada sobre el banquero,
pagadera a la vista y al portador y que el banquero emite en vez de letras
privadas. Esta última forma de crédito presenta para el profano un carácter
especialmente impresionante y aparece a sus ojos revestida de gran importancia,
en primer lugar porque esta clase de dinero crediticio sale de la simple
circulación comercial para entrar en la circulación general, funcionando aquí
como dinero, y además porque en la mayoría de los países los bancos principales
que emiten billetes de banco son una especie de combinación especial de bancos
nacionales y bancos privados y, como tales, se hallan en realidad respaldados
por el crédito nacional y sus billetes constituyen, en mayor o menor medida,
medios legales de pago, y porque en este caso se ve claramente que aquello en
que trata el banquero es el crédito mismo, ya que el billete de banco no es más
que un signo circulante. Pero el banquero aun cuando adelante el dinero
depositado al contado en sus cajas, comercia también con todas las demás formas
de crédito. En realidad, el billete de banco no es sino la moneda del comercio
al por mayor, siendo el depósito lo que, en los bancos, constituye lo
primordial. La mejor prueba de esto la tenemos en los bancos escoceses.
No es
necesario, para la finalidad que aquí perseguimos, detenerse a investigar los
distintos institutos de crédito existentes ni las diversas formas de los bancos
mismos.
“Los banqueros tienen una doble función. 1° Concentrar el capital
de aquellos que no tienen un empleo directo que darle y distribuirlo y
transferirlo a otros que dispongan de medios para emplearlo. 2° Recibir en
depósito las rentas de sus clientes para írselo reembolsando a medida que lo
necesiten para sus fines de consumo. Lo primero es circulación de capital,
lo segundo circulación de dinero (currency).” “Una función consiste en la
concentración del capital, de una parte, y de otra parte en su distribución:
otra en la administración de la circulación para los fines locales de los
contornos”.
Tooke, Inquiry into the Currency Principles,
p 36 y 37. En el cap. XXVIII volveremos sobre este pasaje [cf. pagina 420 ss
].
Reports
of Committees, t. VIII. Commercial Distress, t. 1,
parte I. 1847‑48. Minutes of Evidence.
(En lo sucesivo. cit. como Commercial Distress, 1847-1848). En la decada del cuarenta, en los descuentos de letras hechos en Londres se aceptaban
en innumerables casos, en vez de billetes de banco, letras de cambio libradas
por un banco sobre otro a 21 días vista. (Declaración de J. Pease, banquero
provincial. núms. 4,636 y 4.645). Según el mismo informe, los banqueros. cuando
escaseaba el dinero, acostumbraban a dar en pago a sus clientes letras de esta
clase. Si el que las recibía quería billetes de banco, tenía que volver a
descontar las letras. Esto representaba. para los bancos, un privilegio de
creación de dinero. Los señores Jones, Loyd & Co. pagaban de este modo “desde
tiempo inmemorial” siempre que escaseaba el dinero y el tipo de interés excedía
del 5%. El cliente sentiase contento de recibir estos Bankers Bill, pues
las letras de Jones, Loyd & Co. eran más fácilmente descontables que las suyas
propias: a veces, estas letras circulaban por veinte y hasta por treinta manos
(Lug. cit, núms. 901 a 905, 992).
Todas estas formas sirven para hacer transferible la promesa de
pago. “Apenas existe ninguna forma bajo la que pueda envolverse el crédito en
que no cumpla a veces una función de pago: lo mismo da que esta forma sea la de
un billete de banco, una letra de cambio o un cheque, el proceso es siempre
esencialmente el mismo y el resultado sustancialmente idéntico”.
Fullarton, On the
Regulation of Currencies, 2° ed, Londres 1845, p. 38.
“Los billetes de
banco son el dinero menudo del crédito” (ob. cit, p. 51).
Lo
siguiente está tomado de la obra de J. W. Gilbart, The History and Principles
of Banking, Londres, 1834: “El capital de un banco se halla formado por
dos partes: el capital de inversión (invested capital) y el capital
bancario (banking capital) prestado” (p. 117). “El capital bancario o
capital prestado se obtiene de tres modos: 1° mediante la constitución de
depósitos: 2° mediante la emisión de billetes de banco propios: 3° mediante la
emisión de letras de cambio.
Si
alguien me presta gratis 100 libras esterlinas y yo se las presto a otro al 4%
de interés, ganaré al cabo del año 4 libras esterlinas con esta operación. Y lo
mismo si alguien acepta mi promesa de pago (I promise to pay, es la
fórmula que suelen adoptar en Inglaterra los billetes de banco) para devolverme
el dinero al final del año pagándome por ello el 4 % : con esta operación gano 4
libras esterlinas. lo mismo que si prestase 100 libras; y finalmente, si
alguien, en una ciudad de provincias, me trae 100 libras esterlinas con la
condición de que, pasados 21 días, habré de pagar esta suma a una tercera
persona en Londres: el interés que entre tanto pueda sacarle al dinero será una
ganancia obtenida por mí. He aquí un resumen real de las operaciones realizadas
por los bancos y de los medios empleados para crear un capital bancario a través
de los depósitos, los billetes de banco y las letras de cambio” (p. 117). “Las
ganancias de un banquero se hallan generalmente en relación con la cuantía de
su capital prestado o del capital bancario. Para calcular la ganancia real de un
banco hay que descontar los intereses sobre el capital de inversión de la
ganancia bruta. El resto constituye la ganancia bancaria” (p. 118). “Los
adelantos de los banqueros a sus clientes se hacen con el dinero
de otros” (p. 146). “Los banqueros que no emiten billetes de banco son
precisamente los que se crean un capital bancario mediante el descuento de
letras. Aumentan sus depósitos por medio de sus operaciones de descuento. Los
bancos de Londres sólo descuentan a aquellas casas que tienen dinero depositado
en su poder” (p. 119). “Una firma que descuenta letras en su banco y ha
percibido intereses por el importe total de ellas debe dejar en poder del banco
una parte por lo menos de este importe sin cobrar intereses. Por este método, el
banquero obtiene sobre el dinero anticipado un interés superior al tipo
corriente y se crea además un capital bancario mediante el saldo que retiene en
su poder” (pagina 120). Economía de los fondos de reserva, depósitos, cheques:
“Los bancos
de
depósito economizan mediante la transferencia de los saldos y el empleo de los
medios circulantes y realizan operaciones de gran importancia con pequeñas sumas
de dinero real. El dinero así ahorrado es empleado por el banquero en facilita
dinero a sus clientes mediante descuento de letras, etc. De este modo la
transferencia de los saldos robustece la eficacia del sistema de depósito” (p.
123). “Es indiferente que los dos clientes que tratan entre sí tengan su cuenta
en el mismo banco o en bancos distintos, pues los banqueros canjean sus cheques
en la Clearing House. El sistema de depósitos podría, pues, por medio de la
transferencia.
desarrollarse hasta el punto de desplazar totalmente el empleo del dinero
metálico. Si todo el mundo tuviese una cuenta en un banco e hiciese todos sus
pagos por medio de cheques, estos cheques serían el único medio circulante. En
este caso habría que suponer que los banqueros tenían el dinero en su poder,
pues de otro modo los cheques no tendrían ningún valor” (p. 124). La
centralización del tráfico local en manos de los bancos se lleva a cabo: 19 Por
medio de los bancos filiales. Los bancos provinciales tienen sucursales en las
ciudades más pequeñas de su demarcación: los bancos de Londres las tienen en
las distintas regiones del país. 2° Por medio de agentes. “Cada banco
provincial tiene en Londres un agente encargado de pagar sus billetes o sus
letras de cambio y de recibir el dinero pagado por los residentes en Londres, a
cuenta de quienes residen en las provincias” (p. 127). Cada banquero se queda
con los billetes de los demás y no los devuelve. En todas las ciudades
importantes se reúnen una o dos veces a la semana y canjean estos billetes. La
diferencia se salda mediante una orden de pago sobre Londres (p. 134). “La
misión de los bancos es facilitar los negocios. Todo lo que facilita los
negocios. facilita también la especulación. Los negocios y la especulación van,
en muchos casos, tan íntimamente unidos, que resulta difícil
decir
dónde acaban los negocios y dónde empieza la especulación. Donde quiera que
existen bancos puede obtenerse capital más fácilmente y más barato.
La
baratura del capital da alas a la especulación, exactamente lo mismo que la
baratura de la carne y la cerveza da alas a la glotonería y a la embriaguez”
(páginas 137 y 138). “Como los bancos que emiten billetes propios pagan siempre
en estos billetes, podría pensarse que sus operaciones de descuento se
realizan exclusivamente con el capital así reunido, pero no hay tal.
Puede muy bien ocurrir que el banquero pague con sus propios billetes todas las
letras por él descontadas y que, sin embargo, 9/10 de las letras que se hallen
en su posesión representen tan capital real y efectivo, pues si bien sólo
entrega. incluso para cubrir estas letras su propio papel-moneda, no es
necesario que éste permanezca en circulación hasta que las, letras venzan. Las
letras pueden circular, por ejemplo, durante tres meses y los billetes refluir,
en cambio, al cabo de tres días” (p. 172). “La práctica de que los clientes
giren sobre su cuenta constituye una práctica comercial regulada. Es, en
realidad, el fin para el que se garantiza un crédito al contado. Los créditos
al contado no se aseguran solamente mediante garantía personal, sino también
mediante el depósito de títulos y valores” (pp. 174 y 175). “El capital
adelantado con garantía de mercancías” surte el mismo efecto que si se
adelantase mediante el descuento de letras. Si alguien toma en préstamo 100
libras esterlinas con garantía de sus mercancías es lo mismo que si vendiese sus
mercancías por una letra de 100 libras y descontase esta letra en un banco. Sin
embargo, el anticipo le permite retener sus mercancías aguardando a una
coyuntura mejor del mercado y evitar el sacrificio que de otro modo habría
tenido que hacer para obtener dinero con toda premura” (pp. 180 y 181).
The Currency Theory Reviewed,
etc.
[Edimburgo. 1845], pp. 62 y 63: “Es indiscutiblemente cierto que las 100 libras
esterlinas que hoy deposito en poder de A serán gastadas mañana y pasarán a
formar un depósito en poder de B. Pasado mañana podrán ser gastadas de nuevo por
B depositándose en manos de C. y así sucesivamente hasta el infinito. Por
consiguiente, estas mismas 1,000 libras esterlinas en dinero pueden, por medio
de una serie de transferencias, multiplicarse en una suma absolutamente
indeterminable de depósitos. Cabe, pues, la posibilidad de que las nueve
décimas partes de todos los depósitos de Inglaterra no tengan más realidad que
la de las partidas inscritas en los libros de los
banqueros, según las cuales cada uno de ellos responde por su parte
correspondiente. Así sucede en Escocia, donde el dinero circulante [que además
es casi todo él papel moneda] no excede nunca de 3 millones de libras
esterlinas y los depósitos ascienden a 27 millones. Mientras no sobrevenga una
reclamación general y repentina de reembolso de los depósitos (a run
on the banks [una avalancha sobre los bancos]), las mismas 1,000
libras esterlinas, en su camino de retorno, pueden compensar con la misma
facilidad una suma igualmente indeterminable. Del mismo modo que estas mismas
1,000 libras esterlinas con que hoy saldo mi deuda a un comerciante pueden
saldar mañana la deuda de éste con otro, pasado mañana la del otro con el banco,
y así sucesivamente, hasta el infinito, estas 1,000 libras esterlinas pueden
pasar de mano en mano y de banco en banco, compensando cualquier suma
imaginable de depósitos*
Como
hemos visto, Gilbart sabía ya en 1834 que “todo lo que facilita los negocios,
facilita también la especulación y que ambos van, en muchos casos, tan
íntimamente unidos, que resulta difícil decir dónde acaban los negocios y dónde
empieza la especulación”. Cuanto mayor sea la facilidad con que puedan obtenerse
anticipos sobre mercancías aún no vendidas, más anticipos de éstos se
contraerán y mayor será la tentación de fabricar mercancías o de regar en
lejanos mercados mercancías fabricadas solamente para obtener esta clase de
anticipos en dinero. Un ejemplo palmario de cómo esta clase de especulación
puede arrastrar todo el mundo de los negocios de un país y de los resultados a
que esto conduce, lo tenemos en la historia del comercio inglés durante los
años de 1845 a 1847. Este ejemplo nos enseña lo que puede dar de sí el crédito.
Adelantaremos algunas breves observaciones que servirán para ilustrar los
ejemplos expuestos a continuación.
A
fines de 1842 empezó a ceder la presión que desde 1837 venía pesando casi
ininterrumpidamente sobre la industria inglesa. En los dos años siguientes se
acentuó todavía más la demanda de productos industriales ingleses por parte del
extranjero: los años de 1845‑46 señalan el apogeo de la prosperidad. En 1843, la
guerra del opio abrió al comercio inglés el mercado de China. El nuevo mercado
brindaba una nueva coyuntura para la expansión que se hallaba ya en pleno auge,
sobre todo la de la industria algodonera. “Jamás podríamos llegar a producir con
exceso, teniendo 300 millones de hombres que vestir”, decía al autor de estas
líneas, por aquellos días, un fabricante de Manchester. Pero todos los
edificios fabriles de nueva planta, todas las máquinas de vapor y de hilado,
todos los telares, eran insuficientes para absorber la masa de plusvalía que
afluía de Lancashire. Con la misma pasión con que se ampliaba la producción se
acometió la construcción de nuevos ferrocarriles, y fue en este campo, a partir
del verano de 1844, donde empezó a aplacarse el ansia de especulación de
industriales y comerciantes. La gente suscribía todas las acciones que podía,
es decir, suscribía acciones hasta donde llegaba el dinero para cubrir los
primeros pagos a cuenta: ¡luego ya se vería! Al presentarse el vencimiento de
los siguientes pagos -según el apartado 1059 de Commercial Distress,
1848‑57, el capital invertido en ferrocarriles en los años de 1846‑47 ascendía a
unos 75 millones de libras esterlinas, se hacía necesario recurrir al crédito y
quebrantar además los verdaderos negocios de la empresa.
Por
lo demás, estos negocios, en la mayoría de los casos, se hallaban ya de suyo
recargados. Las ganancias, tentadoramente altas, habían arrastrado a la gente a
operaciones mucho más extensas de lo que justificaban los recursos disponibles.
Pero para eso existía el crédito, fácilmente asequible y además barato. El tipo
de descuento bancario era bajo: en 1844, de 1 3/4 a 2 3/4 %; en 1845, hasta
octubre, menos del 3%, para subir luego, durante poco tiempo, hasta el 5%
(febrero de 1846) y bajar de nuevo, en diciembre de 1846, hasta el 3 1/4. El
Banco tenía en sus sótanos unas reservas oro de un volumen inaudito. Los valores
bursátiles interiores alcanzaban limites jamás conocidos. ¿Cómo, pues, iba a
desaprovecharse tan hermosa oportunidad de navegar a velas desplegadas? ¿Cómo
no se iban a lanzar a los mercados extranjeros, hambrientos de productos
ingleses, todas las mercancías que podían fabricarse? ¿Y por qué
el fabricante no se iba a embolsar la doble ganancia obtenida, de una
parte, con la venta de los hilados y los tejidos en el Extremo Oriente y, de
otra parte, con la venta en Inglaterra de las mercancías con que a su retorno
venían cargados los barcos?
Se
desarrolló así el sistema de las consignaciones masivas de mercancías a
la India y a China mediante anticipos, que no tardó en convertirse en un
sistema de consignaciones simplemente para conseguir anticipos, como se expondrá
en detalle en las notas siguientes, sistema que forzosamente habla de conducir
al abarrotamiento en masa de los mercados y a la quiebra.
El crack
se produjo en 1846,
a consecuencia de la mala cosecha de este año. Inglaterra y sobre todo Irlanda
necesitaron importar enormes cantidades de víveres, especialmente trigo y
patatas. A los países exportadores sólo era posible pagarles en una proporción
muy pequeña en productos industriales; fue necesario exportar metales preciosos
para atender a estos pagos; salieron así al extranjero 9 millones en oro, por
lo menos. De esta suma, 71/2 millones salieron de las reserva, del Banco de
Inglaterra, con lo cual se asestó un duro golpe a su libertad de movimiento en
el mercado de dinero; los demás bancos, cuyas reservas se hallan atesoradas en
el Banco de Inglaterra y coinciden en realidad con las reservas de este banco,
hubieron de restringir también sus concesiones de crédito; la corriente de los
pagos, que hasta entonces fluía rápidamente y sin dificultades, empezó a
paralizarse, primero aquí y allá y luego con carácter general. El descuento
bancario, que en enero de 1847 era todavía del 3 al 3 1/2 %, subió en abril, al
producirse el primer movimiento de pánico, al 7%; en el verano volvió a
producirse un pequeño alivio transitorio (6,5, 6 %), pero ante el fracaso de la
nueva cosecha, volvió a producirse el pánico, ahora con mayor furia. El
descuento mínimo oficial del banco subió en octubre al 7 y en noviembre al 10
% lo que quiere decir que la inmensa mayoría de las letras ya sólo podía
descontarse a cambio de gigantescos intereses usurarios o no podía descontarse
en modo alguno. la paralización general de los pagos hizo que diesen en quiebra
una serie de casas de las más importantes y muchísimas empresas pequeñas y
medianas, el propio Banco de Inglaterra se vio a punto de dar en quiebra a
consecuencia de las restricciones que le habían sido impuestas por la astuta ley
bancaria de 1844, hasta que el 25 de octubre, respondiendo a la presión de la
opinión pública, el gobierno dejó en suspenso la ley, desembarazando así al
Banco de las absurdas trabas legales que sobre él pesaban. Gracias a esto, pudo
poner en circulación desembarazadamente su reserva de billetes, y como el
crédito de estos billetes de banco se hallaba en realidad garantizado por el
crédito de la nación y no había sufrido, por consiguiente, quebranto, la
angustia de dinero se vio inmediatamente aliviada: claro está que aún siguieron
dando en quiebra una gran cantidad de empresas grandes y pequeñas, cuya
situación era desesperada, pero el punto culminante de la crisis había sido
superado y en diciembre el descuento bancario descendió de nuevo al 5% y en el
transcurso del año 1848 se preparó aquella animación renovada en los negocios
que en 1849 había de embotar los movimientos revolucionarios del continente y
que en la década del cincuenta se tradujo en una prosperidad industrial sin
precedente, preludio del nuevo crack de 1857,
(F. E.).
I.
Acerca de la gigantesca depreciación de los valores del Estado y las acciones
durante la crisis de 1847 se contienen datos en un documento publicado por la
Cámara de los Lores en 1848. Según esta información, la baja de valor
registrada el 23 de octubre de 1847. tomando como punto de comparación el nivel
de febrero del mismo año, era:
Valores del Estado inglés.
93.824,217 libras esterlinas
Acciones de docks y canales.
1.358,288 “ “
Acciones de ferrocarriles.
19.579,820 “ “
Total:
114.762,325 libras esterlinas
II
Acerca de la especulación en el comercio con las Indias orientales, donde ya no
se libraban letras porque se hubiesen comprado mercancías, sino que se compraban
mercancías simplemente para poder librar letras descontables, convertibles en
dinero, dice el Manchester Guardian de 24 de noviembre de 1847 [página
4]:
A en
Londres hace que B compre al fabricante C en Manchester mercancías para
embarcarlas con destino a D, en las Indias orientales. B paga a C con letras a
seis meses libradas por C contra B. Este se cubre igualmente con letras a seis
meses libradas contra A. Una vez embarcada la mercancía, A libra también letras
a seis meses contra D sobre los documentos de embarque enviados a éste. “Por
consiguiente, tanto el comprador como el vendedor entran en posesión de los
fondos muchos meses antes de pagar real y efectivamente la mercancía, y además
es muy frecuente que estas letras, a su vencimiento, vuelvan a renovarse con el
pretexto de conceder tiempo para el reflujo, tratándose de “negocios a tan largo
plazo”. Desgraciadamente, en esta clase de operaciones las pérdidas no se
traducían precisamente en una restricción del negocio, sino por el contrario,
en su ampliación. Cuanto más se empobrecían los interesados mayor era la
necesidad que sentían de comprar, movidos por el afán de encontrar con los
nuevos anticipos los medios de reponer el capital perdido en sus anteriores
especulaciones.
Las
compras no se hallaban reguladas ya por el juego de la oferta y la demanda, sino
que constituían la parte más importante de las operaciones financieras de la
firma especuladora. Pero esto no es más que un aspecto del problema. Lo mismo
que ocurría aquí con la exportación de mercancías manufacturadas ocurría al otro
lado del océano con la compra y embarque de productos. Las casas que en la India
disponían de crédito bastante para hacer que se les descontasen sus letras,
compraban azúcar, añil, seda o algodón. no porque los precios, comparados con
los de Londres, prometiesen una ganancia, sino porque se aproximaba el
vencimiento de letras anteriores giradas sobre la casa de Londres y era
necesario cubrirlas. Para ello, nada más sencillo que comprar un cargamento de
azúcar, pagarlo con letras a diez meses sobre la casa de Londres y enviar a
Londres por correo los documentos de embarque. Antes de dos meses. los
documentos de embarque de estas mercancías apenas cargadas, y con ellos las
mercancías mismas. Llegaban a la Lombard Street de Londres y la casa londinense
entraba en posesión del dinero ocho meses antes de que venciesen las letras
libradas sobre ellos. Y todo esto se desarrollaba lisa y llanamente, sin
dificultades ni complicaciones. Mientras los bancos dedicados a descontar
letras encontraban dinero abundante para adelantarlo sobre los
documentos de embarque y almacenamiento, descontando así hasta cantidades
ilimitadas las letras libradas por casas de la India sobre “buenas” firmas de la Mincing Lane”. (29)
(Este
procedimiento fraudulento se mantuvo en vigor mientras las mercancías iban y
venían a la India y de ella en barcos de vela dando la vuelta al Cabo de Buena
Esperanza. Al abrirse el canal de Suez e implantarse la navegación a vapor,
desapareció la base sobre la que funcionaba este método de fabricación de
capital ficticio: la larga duración del viaje de las mercancías. Y el telégrafo
acabó de echar por tierra este método, al informar al día del estado del mercado
de la India al comerciante ingles y del estado del mercado ingles al comerciante
indio. F. E.).
III.
Las siguientes líneas han sido tomadas del ya citado informe Commercial
Distress, 1847‑48: “En la última semana de abril de 1847 el Banco de
Inglaterra notificó al Royal of Liverpool que a partir de aquella fecha
reduciría a la mitad la cuantía de sus operaciones de descuente con él. Esta
notificación produjo efectos desastrosos, ya que últimamente los pagos, en
Liverpool, se efectuaban mucho más en letras que al contado y los comerciantes
que generalmente aportaban al banco mucho dinero contante para pagar las letras
aceptadas por ellos sólo podían aportar, en los últimos tiempos, letras que les
habían sido entregadas para saldar su algodón y otros productos. Este método
había ido muy en aumento, y con el las dificultades financieras. Las letras
aceptadas que el banco tenía que pagar por los comerciantes eran en su mayoría
letras libradas sobre el extranjero, que hasta entonces se habían saldado casi
siempre con los pagos obtenidos a cambio de productos. En cambio, las letras que
ahora aportaban los comerciantes en vez del antiguo dinero contante eran letras
con distinto vencimiento y de distintas clases, un número considerable de ellas,
letras bancarias a tres meses fecha [a contar desde su libramiento], la inmensa
mayoría letras contra algodón. Estas letras estaban aceptadas, cuando se
trataba de letras bancarias, por banqueros de Londres, en los demás casos por
comerciantes de todas clases que operaban con el Brasil, los Estados Unidos, el
Canadá, las Indias orientales, etcétera. Los comerciantes no se giraban entre
sí, sino sobre los clientes del interior del país que habían comprado productos
en Liverpool, cubriéndose con letras sobre bancos de Londres, sobre cualesquiera
casas londinenses o sobre quien fuese. La notificación del Banco de Inglaterra
trajo como consecuencia que se redujese el plazo de vencimiento para letras
libradas sobre productos extranjeros vendidos, plazo que hasta entonces venía
siendo, generalmente, superior a tres meses” (pp. 1, 2 y 3).
El
período de prosperidad de 1844‑47 en Inglaterra fue unido, como ya hemos
expuesto más arriba, a la primera gran especulación ferroviaria. Acerca de su
repercusión sobre los negocios en general leemos lo siguiente en el mencionado
informe: “En abril de 1847, casi todas las casas comerciales habían comenzado a
desatender más o menos sus negocios (to starve their business)
mediante la inversión de una parte de su capital comercial en empresas
ferroviarias” (p. 18). “Se contraían también préstamos a alto tipo de interés,
por ejemplo, al 8%, sobre acciones de ferrocarriles, recurriendo para ello a
particulares, a banqueros y a compañías de seguros” (p. 42 [43]). “Los grandes
desembolsos hechos por estas casas a los ferrocarriles los obligaban, a su vez,
a recurrir a los bancos para obtener de ellos cantidades excesivas de capital,
mediante descuentos de letras, como medios para poder continuar sus propios
negocios” (p. 43). (Pregunta:)
¿Diría usted que los pagos hechos sobre acciones ferroviarias contribuyó mucho a
la presión imperante [en el mercado de dinero] en abril y octubre de 1847?”
(Respuesta:) “Creo que apenas si contribuyeron a la presión de abril. A mi
juicio, hasta abril y acaso hasta entrado el verano, más bien fortalecieron que
debilitaron a los banqueros, pues el derroche real de dinero no se
desarrollaba, ni mucho menos, con la misma rapidez que aquellos pagos; a
consecuencia de ello, la mayoría de los bancos tenían en sus manos a comienzos
de año una cantidad bastante grande de los fondos de los ferrocarriles”. (Esto
aparece confirmado por “numerosos testimonios de banqueros en Commercial
Distress, 1848‑57 [F. E]).
“Estos fondos fueron disminuyendo gradualmente en el curso del verano y
el 31 de diciembre eran ya considerablemente más pequeños. Una causa de
la presión existente en octubre era el descenso gradual de los fondos de
ferrocarriles en poder de los bancos; entre el 22 de abril y el 31 de
diciembre se redujeron en una tercera parte los saldos ferroviarios existentes
en nuestras manos. Los pagos hechos a cuenta de acciones de ferrocarriles
surtieron el mismo efecto en toda la Gran Bretaña; poco a poco,
fueron absorbiendo los depósitos de los bancos” (pp. 19 y 20). (He aquí el
testimonio, coincidente con éste, de Samuel Gurney, gerente de la tristemente
célebre casa Overend Gurney & Co.) : “En 1846 había una demanda
considerablemente mayor de capital para ferrocarriles, pero no subió el tipo de
interés. Se produjo una condensación de sumas pequeñas en grandes masas, y estas
grandes masas eran absorbidas por nuestro mercado, por lo cual el efecto que
esto producía era, en conjunto, el de lanzar más dinero al mercado de
dinero de la City no el de retirarlo de él” [p. 135].
A.
Hodgson, director del Liverpool Joint Stock Bank, indica hasta qué punto
pueden las letras de cambio formar las reservas de un banquero: “Teníamos la
costumbre de guardar en cartera, en forma de letras que vencían de un día para
otro, por lo menos las nueve décimas partes de todos nuestros depósitos y todo
el dinero que recibíamos de otras personas, hasta tal punto que durante la
crisis el importe de las letras que vencían diariamente equivalía casi a la suma
de los compromisos de pago a que diariamente debíamos atender” (p. 29).
Letras de especulación,
“Núm. 5,092. ¿Por quién estaban aceptadas principalmente las letras (por
algodón vendido)? (R. Gardner, el fabricante algodonero, varias veces
mencionado en la presente obra [F. E]): “Por corredores de mercancías; un
comerciante compra algodón, lo traspasa a un corredor. gira contra este y hace
que le descuenten las letras”. “Núm. 5,094. ¿Y estas letras, pasan
a los bancos de Liverpool y son descontadas allí? --Sí. y también en otras
partes A no ser por esta concesión de crédito, otorgada principalmente por los
bancos de Liverpool, el algodón se habría vendido el año pasado. a mi juicio.
11/2 o 2 peniques más barato la libra”. -- “Núm. 600. Decía usted que
circulaba una cantidad enorme de letras. libradas por especuladores sobre los
corredores de algodón de Liverpool: ¿puede aplicarse lo mismo a sus anticipos
hechos sobre letras contra otros productos coloniales, aparte del algodón? (A. Hodgson, banquero de Liverpool [F. E]): Esto se refiere a los productos
coloniales de todas clases, pero muy especialmente al algodón”. -- “Núm. 601.
¿Procuraba usted, como banquero, mantenerse alejado de esta clase de letras?
--En modo alguno, las considerábamos como letras perfectamente en orden, siempre
y cuando que circulasen en cantidades moderadas. Esta clase de letras son
renovadas con frecuencia”.
Especulación en el mercado de las Indias orientales y China
(1847). Charles Turner (gerente de una de las primeras firmas de
Liverpool dedicadas al comercio con las Indias orientales): “Todos conocemos las
incidencias que han ocurrido en los negocios con la isla Mauricio y otras
operaciones semejantes. Los corredores estaban acostumbrados a adelantar dinero
sobre mercancías no sólo a su llegada, para cubrir las letras libradas sobre
estas mercancías, lo que estaba perfectamente dentro del orden, y además sobre
los documentos de embarque, sino que adelantaban también dinero sobre los
productos antes de embarcarse, y en algunos casos antes incluso de que
estuviesen fabricados. Yo, por ejemplo, había comprado en Calcuta. en un caso
especial, letras por valor de 6 a 7,000 libras esterlinas: el importe de estas
letras fue enviado a Mauricio, para invertirse en plantaciones de azúcar: las
letras vinieron a Inglaterra y más de la mitad de ellas fueron protestadas: más
tarde, al llegar por fin el cargamento de azúcar con que habían de pagarse estas
letras, resultó que antes de embarcarse e incluso antes de producirse, este
azúcar estaba ya vinculado en garantía a terceras personas” (p. 54). “En la
actualidad, las mercancías destinadas al mercado de las Indias orientales deben
pagarse al fabricante al contado; pero esto no significaba gran cosa, pues si el
comprador dispone de algún crédito en Londres, no tiene más que girar una letra
sobre Londres y descontarla aquí, donde el tipo de descuento es ahora bajo: con
el dinero así obtenido paga al fabricante. y transcurren, por lo menos, doce
meses antes de que un exportador de mercancías a la India pueda recibir de allí
los productos enviados a cambio;. una persona que dispone de 10 a 15,000 libras
esterlinas y se dedique a comerciar con la India obtendrá de una casa de Londres
crédito por una suma considerable, concederá a esta casa el 1 % y girará sobre
ella, con la condición de que el importe de las mercancías enviadas a la India
sea remitido a esta casa de Londres: ambas partes están tácitamente de acuerdo,
al convenir esto, en que la casa de Londres no tendrá que hacer ningún
desembolso al contado, es decir, en que las letras se prorrogarán hasta que
lleguen los productos de la India. Las letras se descontaron en Liverpool,
Manchester y Londres. algunas se hallan en posesión de bancos escoceses” (p.
55). --“Núm. 786. Al investigar los libros de una casa recientemente quebrada en
Londres, se descubrió lo siguiente: una firma de Manchester y otra de Calcuta
habían abierto en esta casa un crédito por 200,000 libras esterlinas: es decir,
los clientes de la firma de Manchester que enviaban a Calcuta, desde Glasgow y
Manchester, mercancías en consignación. podrían girar sobre la casa de Londres
hasta cubrir el importe de 200.000 libras; se convenía, al mismo tiempo, que la
casa de Calcuta podría girar sobre la casa de Londres hasta la misma suma,
estas letras se vendían en Calcuta, con su importe se compraban otras letras y
estas eran enviadas a Londres para que la casa de aquí pudiese, con su importe,
comprar las primeras libradas en Glasgow o Manchester. Por medio de esta
operación se pusieron en circulación letras por valor de 600,000 libras
esterlinas” [p. 61).* -“Núm. 971. En la actualidad, cuando una casa de Calcuta
compra un cargamento [para Inglaterra] y lo paga con algunas letras libradas
sobre su corresponsal en Londres, enviando aquí los documentos de embarque,
estos certificados permiten obtener inmediatamente un anticipo en la Lombard Street; disponen, por tanto, de ocho meses de plazo durante los cuales pueden
manejar el dinero antes de que sus corresponsales paguen las letras”.
IV.
En 1848 la Cámara de los Lores nombró una comisión secreta encargada de
investigar las causas de la crisis de 1847. Las declaraciones de testigos
formuladas ante esta comisión no fueron publicadas, sin embargo, hasta 1857 (Minutes
of Evidence, taken before the Secret Committee of the House
of Lords appointed to inquire into the Causes of Distress,
etc, 1857; citada aquí como Commercial Distress, 1848‑57). He aquí el
testimonio del señor Lister, director del Union Bank of Liverpool:
“2,444. En la primavera de 1847 existía una enorme expansión del crédito.
porque las gentes de negocios transferían sus capitales del comercio a los
ferrocarriles, queriendo, sin embargo, continuar sus negocios con el mismo
volumen de antes. Probablemente todos empezaban creyendo que podrían vender las
acciones ferroviarias con ganancia. reponiendo así el dinero sustraído a sus
negocios. Al darse cuenta tal vez de que ello no era posible, solicitaban
crédito para sus empresas que antes pagaban al contado. Y esto
determinaba una extensión del crédito”.
“2.500. Estas letras, que causaban pérdidas a los bancos que se hacían cargo de
ellas. ¿tenían como base principalmente trigo o algodón?. Eran letras libradas
sobre productos de todas clases, trigo, algodón, azúcar y toda clase de
productos de¡ extranjero. Apenas hubo por aquellos días nada, exceptuando tal
vez el aceite. que no bajase de precio”. --“2,506. Un corredor que acepta una
letra no la acepta sin bailarse suficientemente a cubierto aun contra una baja
de precio de la mercancía que le sirve de garantía”.
“2.512. Sobre productos se libran dos clases de letras. Entre las primeras se
cuentan las letras originarias libradas desde allá contra el importador. Las
letras libradas así sobre productos suelen vencer antes de que lleguen éstos.
Por eso el comerciante. si llega la mercancía y no dispone de bastante capital,
se ve obligado a hipotecársela al corredor hasta que pueda venderla. Luego el
comerciante de Liverpool gira enseguida una letra de la segunda clase sobre el
corredor, garantizada por aquella mercancía. siendo incumbencia del banquero
cerciorarse con el corredor de si tiene en su poder la mercancía y de cuánto ha
desembolsado sobre ella. Debe convencerse de que el corredor se halla a
cubierto, para reponerse en caso de pérdida”.
“2,516. Recibimos también letras del extranjero. Alguien compra allí una letra
sobre Inglaterra y la envía a una casa inglesa; la letra no indica si ha sido
bien o mal librada ni si detrás de ella hay productos o no existe más que el
aire”.
“2,533. Decía usted que los productos extranjeros de casi todas clases se
vendían con grandes pérdidas. ¿Cree usted que ello se debía a las especulaciones
injustificadas hechas a costa de estos productos? Se debía al volumen excesivo
de las importaciones, pues no existía el volumen necesario de consumo para
absorberlas. Según todas las apariencias, el consumo disminuyó notablemente”.
“2,534. En octubre. los productos eran casi invendibles”.
Un
experto de primer rango, el legítimamente zarandeado cuáquero Samuel Gurney, de
Overend Gurney & Co, nos dice en el mismo informe cómo, al llegar el crack
a su apogeo, se desarrolló una sauve qui peut (30) general: “1,262.
Cuando estalla el pánico, ningún hombre de negocios se pregunta cuál inversión
será más ventajosa para sus billetes de banco, ni si perderá 1 ó 2% vendiendo
sus bonos del Tesoro o sus papeles al tres por ciento. Cuando el pánico le
domina, no se preocupa para nada de las pérdidas o de las ganancias; se preocupa
solamente de ponerse salvo, aunque el resto del mundo se hunda”.
V.
Refiriéndose al fraude mutuo entre dos mercados, dice el señor Alexander,
comerciante en negocios con las Indias orientales, ante la comisión sobre las
leyes bancarias creadas en 1857 (citada corno Bank Committee 1857) :
“4,330. Actualmente, desembolsando en Manchester 6 chelines obtengo en la India
5 chelines solamente, y si invierto 6 chelines en la India recupero 5 chelines
solamente en Londres”. Es decir, que el mercado indio sale defraudado en
Inglaterra y el comercio inglés igualmente defraudado en la India. ¡Y esto
ocurría en el verano de 1857. cuando apenas habían pasado diez años desde la
amarga experiencia del año, 1847!
NOTAS AL PIE DE
DEL CAPÍTULO XXV
* La parte de
la cita que figura entre paréntesis ha sido traducida por nosotros
del original. En
la 1° edición y en el manuscrito de Marx se reproduce en términos
abreviados con estas palabras: y frente a 14 millones en oro para
satisfacer esta demanda
* Este párrafo
fue añadido por Engels, tomándolo de otra parte del manuscrito de Marx y en la
primera edición figura con el número 7. (Nota de la ed. alemana).
*
En el informe citado se indica que el negocio no se terminó. La casa de Londres
suspendió pagos (nota de la ed. alemana).
CAPÍTULO XXVI
LA ACUMULACIÓN
DE CAPITAL-DINERO Y SU INFLUENCIA SOBRE EL TIPO DE INTERÉS
“En
Inglaterra se produce una constante acumulación de riqueza adicional que tiene
la tendencia a acabar revistiendo la forma de dinero. Y después del deseo de
obtener dinero, el deseo más apremiante es el de desprenderse nuevamente de él
mediante cualquier clase de inversión que produzca un interés o una ganancia,
pues el dinero de por si no produce nada. Por tanto, si a la par con esta
constante afluencia de capital sobrante no se consigue una ampliación gradual y
suficiente de su campo de empleo, nos veremos expuestos necesariamente a
acumulaciones periódicas de dinero en busca de inversión, acumulaciones más o
menos importantes según las circunstancias. Durante una larga serie de años, el
gran medio de absorción de la riqueza sobrante, en Inglaterra, fue la Deuda
pública. Al alcanzar ésta su nivel máximo en 1816, perdiendo con ello su
eficacia absorbente, todos los años quedaba una suma de 27 millones por lo menos
en busca de campo de inversión. Además, se producían diversas devoluciones de
capital. En nuestro país por lo menos son absolutamente necesarias. empresas que
necesiten un gran capital para desenvolverse, como derivativo para las
acumulaciones periódicas de la riqueza sobrante de la sociedad que no encuentran
salida en las ramas corrientes de inversión” (The Currency Theory Reviewed,
Londres, 1845, p. 32 [33 y 34]). Refiriéndose al año 1845, dice esta misma
obra: “Dentro de un período muy corto han vuelto a subir los precios desde el
punto más bajo de la depresión, la Deuda pública al tres por ciento, se halla
casi a la par, el oro atesorado en los sótanos del Banco de Inglaterra supera a
todas las existencias de este metal acumuladas antes por él. Las acciones de
todas clases se cotizan a precios casi inauditos y el tipo de interés ha bajado
tanto, que es casi nominal. Pruebas todas de que vuelve a existir en Inglaterra
una fuerte acumulación de riqueza inactiva, de que se acerca un nuevo periodo de
fiebre especulativa” (ob. cit, página 36).
“Aunque las importaciones de oro no constituyen un indicio seguro de ganancia en
el comercio exterior, una parte de estas importaciones representan prima
facie, en ausencia de otra posible explicación, esa ganancia” (J. G.
Hubbard, The Currency and the Country, Londres, 184' 5, p. [401 41).
“Supongamos que en un período de prosperidad en los negocios, de precios
remuneradores y de circulación pletórica de dinero, se produzca una mala cosecha
que dé ocasión a una exportación de 5 millones de oro y a la importación del
mismo importe de trigo. La circulación [no se trata, como enseguida veremos, de
los medios de circulación, sino del capital dinero inactivo. F E.]
disminuirá en la misma cuantía. Por muchos medios de circulación que posean los
particulares, los depósitos de los comerciantes en sus bancos, los saldos de los
bancos en poder de sus corredores de dinero y las reservas de sus cajas
disminuirán todos y la consecuencia inmediata de esta disminución en la cuantía
del capital inactivo será la elevación del tipo de interés, por ejemplo, del 4
al 6%. Como el estado de los negocios es próspero, no resultará quebrantada la
confianza, pero el crédito se valorará más alto (ob. cit, p. 42). “Si se
produce una baja general de los precios de las mercancías, el dinero sobrante
refluirá a los bancos en forma de aumento de los depósitos, la plétora de dinero
inactivo hará bajar a un mínimo el tipo de interés y este estado de cosas durará
hasta que, al subir los precios o animarse los negocios, entre en acción el
dinero dormido o hasta que éste sea absorbido mediante su inversión en títulos y
valores extranjeros o en mercancías extranjeras” (p. 68).
Los
siguientes extractos están tomados también de la información parlamentaria
sobre Commercial Distress, 1847‑48. A consecuencia de la mala cosecha y
del hambre de 1846~47 fue necesario importar una gran cantidad de productos
alimenticios. “De aquí un gran exceso de las importaciones sobre las
exportaciones. De aquí un considerable reflujo de dinero en los bancos y un
aumento de la afluencia a los corredores de descuento de gentes deseosas de
descontar sus letras de cambio; los corredores empezaron a fijarse en las letras
con más atención. Las concesiones de crédito otorgadas hasta entonces sé
restringieron considerablemente y se produjeron quiebras entre las casas menos
sólidas. Quienes vivían atenidos exclusivamente al crédito, se vinieron a
tierra. Esto contribuyó a aumentar la alarma que ya se sentía con anterioridad;
los banqueros y otras gentes se dieron cuenta que ya no podían contar con la
misma seguridad que antes en convertir sus letras y otros valores en billetes de
banco para hacer frente a sus obligaciones; en vista de ello restringieron
todavía más sus concesiones de crédito, y no pocas veces las negaban en redondo;
en muchos casos, guardaban bajo llave sus billetes de banco para cubrir en lo
futuro sus obligaciones propias, y preferían no soltarlos de la mano. La alarma
y la confusión iban diariamente en aumento y la bancarrota general se iba
aproximando aun sin necesidad de la carta de Lord John Russell” (pp. 50 y 51).
La carta de Russell dejó en suspenso la ley bancaria. Aquel Charles Turner, a
quien citábamos más arriba, declara: “Algunas casas disponían de grandes
recursos, pero no líquidos. Todo su capital se hallaba inmovilizado en bienes
raíces en la isla Mauricio o en fábricas de añil y de azúcar. Luego de contraer
obligaciones por 500 ó 600,00r0 libras esterlinas, no disponían de recursos
líquidos para pagar las letras correspondientes, hasta que por último se puso de
manifiesto que sólo podían hacerlas efectivas por medio de su crédito, dentro de
los limites a que éste alcanzase” (p. 57). S. Gurney, que también ha sido
citado: “Actualmente (1848), impera una limitación de las operaciones y una
gran plétora de dinero.” “Núm. 1,763. No creo que fuese la escasez de capital lo
que hizo subir tanto el tipo de interés: fue el temor (the alarm), la
dificultad de obtener billetes de banco” [p. 135].
En
1847, Inglaterra pagó al extranjero, por lo menos, 9 millones de libras
esterlinas en oro por los víveres importados. De ellos 71/2 millones del Banco
de Inglaterra y 11/2 de otras fuentes (pp. 204 [270]. Morris, gobernador del
Banco de Inglaterra: “El 23 de octubre de 1847, los fondos públicos y las
acciones del canal y de los ferrocarriles se hallaban depreciados ya en
114.752,225 libras esterlinas” (p. 288). El mismo Morris, contestando a una
pregunta de Lord G. Bentinck: “¿No sabe usted que todo el capital invertido en
títulos y productos de todas clases se hallaba depreciado, del mismo modo que
las materias primas, el algodón, la seda y la lana se enviaban al continente a
precios tan irrisorios que al azúcar, el café y el té se les daba salida en
subasta pública? Era inevitable que la nación realizase un sacrificio
considerable para contrarrestar el reflujo del oro provocado por las enormes
importaciones de productos alimenticios. ¿No cree usted que habría sido mejor
desparramar los 8 millones de libras esterlinas atesoradas en las arcas del
Banco, en vez de intentar recobrar el oro a costa de tales sacrificios? No,
no lo creo” [pp. 291 s.]. Y ahora el comentario a este heroísmo. Disraeli
examina al señor W. Cotton, director y antiguo gobernador del Banco de
Inglaterra. “¿Qué dividendo se repartió a los accionistas del Banco en 1844?
-Fue, para aquel año, el 7%. -¿Y el de 1847? -El 9%. -¿Paga el Banco el impuesto
sobre las rentas de sus accionistas, en el año actual? -Sí. -¿Lo hacía también
en 1844? -No.1 -Eso quiere decir que esta ley bancaria (la de 1844)
favorece mucho los intereses de los accionistas. Resulta, pues, que desde la
implantación de la nueva ley los dividendos de los accionistas han aumentado del
7 al 9% y que, además, ahora el impuesto sobre las rentas es pagado por el mismo
Banco, mientras que antes lo pagaban los propios accionistas, ¿es así? -Absolutamente
exacto” (núms. 4,356-4,361).
Acerca del atesoramiento en los bancos durante la crisis de 1847, dice Mr.
Pease, un banquero provincial: “4,605. En vista de que el Banco se veía obligado
a elevar cada vez más el tipo de interés, los temores se iban generalizando; los
bancos del país aumentaron
la
cuantía de dinero retenido en su poder y también la de los billetes de banco; y
muchos de nosotros, que ordinariamente no solíamos manejar más que dos o
trescientas libras, en oro o en billetes, nos pusimos inmediatamente a acumular
en nuestras cajas y en nuestros escritorios miles de libras, pues reinaba una
gran incertidumbre con respecto a los descuentos de letras y a la posibilidad de
hacerlas circular en el mercado; he aquí por qué se produjo un atesoramiento
general.” Un miembro de la comisión observa: “4,691. Como consecuencia de esto,
cualquiera que fuese la causa durante los últimos doce años, el resultado fue,
desde luego, más favorable al judío y al comerciante en dinero que a la clase
productiva en general.”
Cómo
explotan los comerciantes en dinero las épocas de crisis nos lo dice el propio
Tooke: “La industria metalúrgica de Warwickshire y Staffordshire hubo de
rechazar en 1847 muchísimos encargos de mercancías, porque el tipo de interés
que los fabricantes tenían que pagar por el descuento de sus letras habría
devorado sus ganancias y aún más” (número 5,451).
Tomemos ahora otra información parlamentaria citada ya anteriormente: en
Report of Select Committee on Bank Acts, communicated from the
Commons to the Lords, 1857 (citado en lo sucesivo como Bank Committee,
1857). En ella figura el siguiente testimonio del señor Norman, director
del Banco de Inglaterra y una de las lumbreras entre los sostenedores del
Currency principle:
“3,635. Decía usted que, en su opinión el tipo de interés no depende de la masa
de los billetes de banco, no de la oferta y demanda de capital. ¿Quiere usted
indicarnos qué entiende usted por ‘capital’, aparte de los billetes de banco y
el dinero metálico?” --Creo que la definición usual del ‘capital’ es ésta:
mercancías o servicios empleados en la producción.” -- “3,636. ¿Al hablar del
tipo de interés, incluye usted en la palabra ‘capital’ todas las mercancías?
--Todas las mercancías empleadas en la producción.”-- “3,637. ¿Incluye usted
todo eso en la palabra ‘capital’, cuando habla del tipo de interés? --Sí.
Supongamos que un fabricante algodonero necesite algodón para su fábrica. Lo más
probable es que, para comprarlo, obtenga dinero de su banquero y que con los
billetes de banco así conseguidos vaya a Liverpool y compre el algodón. Lo que
necesita realmente es el algodón; los billetes de banco o el oro le sirven
simplemente de medios para comprar esta mercancía. Si lo que necesita son
medios para pagar a sus obreros, toma estos billetes de banco en préstamo y paga
con ellos el salario de sus obreros; lo que éstos, a su vez, necesitan es
alimento y vivienda, y el dinero no es más que el medio para pagarlos.” ,
“3,638. --Pero, ¿por el dinero se paga interés? --Es cierto, en primera
instancia; pero tomemos otro caso. Supongamos que el fabricante compre el
algodón a crédito, sin que el banco le anticipe nada; en este caso, es la
diferencia entre el precio por el pago al contado y el precio a crédito en el
momento del vencimiento lo que sirve de pauta al interés. El interés existiría
aunque no existiese el dinero.”
Estas
pretenciosas fantasías son dignas de esta columna fundamental del Currency
principle. Primero, el genial descubrimiento de que los billetes de banco o
el oro son medios para comprar algo y de que nadie los toma en préstamo por sí
mismos. ¿Y qué es lo que se desprende de aquí, según él? --Que el tipo de
interés se halla regulado por la oferta y la demanda de mercancías, de las que
hasta ahora sólo sabíamos que regulaban los precios comerciales de las
mercancías. Pero los precios comerciales de las mercancías pueden permanecer
invariables y existir, sin embargo, tipos muy distintos de interés. Pero sigamos
viendo la astucia de este hombre. A la exacta observación: "Pero por el dinero
se paga interés‑‑‑, que lleva implícita, naturalmente, la pregunta: ¿qué tiene
que ver con estas mercancías el interés que percibe el banquero, el cual no
comercia en mercancías, ni mucho menos? ¿Y no obtienen dinero al mismo tipo de
interés los fabricantes que invierten este dinero en mercados completamente
distintos, en los que por tanto rige una proporción totalmente distinta entre la
oferta y la demanda de las mercancías empleadas en la producción? A esta
pregunta contesta este ampuloso genio observando que si el fabricante compra
algodón a crédito, “es la diferencia entre el precio por el pago al contado y el
precio a crédito en el momento del vencimiento lo que sirve de pauta al
interés”. Al revés, precisamente. La cuota de interés vigente, cuya regulación
pretende explicar el genio de Norman, es lo que sirve de pauta a la diferencia
entre el precio del pago al contado y el precio a crédito hasta el momento del
vencimiento. Primeramente, el algodón ha de venderse por su precio al contado,
el cual se determina por el precio del mercado, regulado a su vez por el estado
de la oferta y la demanda. Supongamos que el precio sea = 1,000 libras
esterlinas. Con esto queda realizada la operación entre el fabricante y el
corredor de algodón, en lo que se refiere a la compra y a la venta. Viene luego
una segunda operación, en la que intervienen el prestamista y el prestatario. El
valor de 1,000 libras esterlinas se le anticipa al fabricante en algodón, para
que lo reembolse en dinero supongamos, en término de tres meses. Los intereses
correspondientes a las 1,000 libras esterlinas durante los tres meses,
determinados por la cuota comercial del interés, constituyen en este caso el
recargo sobre el precio que habría de abonarse en caso de pago al contado. El
precio del algodón se determina por la oferta y la demanda. Pero el precio del
anticipo del valor del algodón, de las 1,000 libras esterlinas adelantadas por
tres meses, se determina por el tipo de interés. Y esto, el que el mismo algodón
se convierta así en capital-dinero, prueba al señor Norman ¡que el interés
existiría aunque no existiese el dinero! Si no existiese el dinero, no
existiría, desde luego, una cuota general de interés.
Tenemos, en primer lugar, la vulgar idea del capital como el conjunto de
“mercancías empleadas en la producción”. Siempre y cuando que estas mercancías
figuren como capital, su valor como capital, a diferencia de su valor cómo
mercancías, se expresa en la ganancia obtenida por su empleo productivo o
mercantil. Y aunque la cuota de ganancia tenga siempre algo que ver,
indudablemente, con el precio comercial de las mercancías compradas y con su
oferta y demanda, depende además de otras circunstancias completamente
distintas. Y no cabe la menor duda de que la cuota de interés en general tiene
como limite la cuota de ganancia. El señor Norman trata de decirnos precisamente
cómo se determina este limite. Se determina, según él, por la oferta y la
demanda de capital-dinero a diferencia de las otras formas del capital.
Ahora bien, podríamos seguir preguntando, ¿cómo se determinan la oferta y la
demanda de capital-dinero? No cabe duda de que existe una relación tácita entre
la oferta de capital-mercancías y la oferta de capital-dinero, ni tampoco de que
la demanda de capital-dinero por parte de los capitalistas industriales obedece
a los factores de la producción real. Pero, en vez de ilustrarnos acerca de
esto, el señor Norman nos sirve la sabiduría de que la demanda de capital-dinero
no es idéntica a la demanda de dinero como tal, sabiduría que obedece
simplemente al hecho de que tanto en él como en Overstone y en los demás
profetas de la Currency habla siempre, en el fondo, la conciencia
acusadora de que intentan, por medio de forzadas injerencias legislativas,
convertir los medios de circulación de por si en capital y elevar el tipo de
interés.
Pasemos ahora a Lord Overstone, alias Samuel Jones Loyd, y veamos cómo
tiene que explicar por qué percibe el 10% por su “dinero” ¡por la escasez de
“capital” en el país!
“3,653. Las fluctuaciones que se observan en la cuota de interés responden a
una de dos causas: o a un cambio de valor del capital (¡Magnífico! ¡el valor del
capital, en términos generales, es precisamente la cuota de interés! Lo que
equivale, por tanto, a decir, que los cambios en cuanto a la cuota de interés
obedecen aquí a los cambios en cuanto a la cuota de interés. Teóricamente, el
“valor del capital”, como hemos expuesto más arriba, no se concibe nunca de otro
modo. Y si el señor Overstone entiende por valor del capital la cuota de
ganancia, es lo mismo que si este profundo pensador dijese que la cuota de
interés se regula por la cuota de ganancia) o a un cambio en cuanto a la suma
del dinero existente dentro del país. Todas las grandes fluctuaciones del tipo
de interés, grandes en cuanto a su duración o en cuanto a su volumen, pueden
reducirse claramente a los cambios en cuanto al valor del capital. No pueden
darse ilustraciones prácticas más palmarias de este hecho que el alza del tipo
de interés producida en 1847 y que volvieron a presentarse en los dos últimos
años (1855‑56); las pequeñas oscilaciones del tipo de interés que nacen de un
cambio en cuanto a la suma del dinero existente son pequeñas tanto en cuanto a
su volumen como en cuanto a su duración. Son frecuentes, y cuanto más
frecuentes tanto más eficaces para su fin”. Fin que consiste, concretamente, en
enriquecer a banqueros á la Overstone. El amigo Samuel Gurney se expresa
muy candorosamente acerca de esto ante el Committee of Lords, “Commercial
Distress”, 1848‑57: “1,324. ¿Opina usted que las grandes fluctuaciones del
tipo de interés producidas en el año anterior fueron provechosas para los
banqueros y comerciantes en dinero, o cree que fueron perjudiciales? --Creo que
fueron provechosas para los comerciantes en dinero. Todas las fluctuaciones en
los negocios son provechosas para quienes conocen la materia (to the knowing
men)” “1,325. ¿No podría pensarse que los banqueros salen perdiendo en
última instancia, al empobrecerse sus mejores clientes? --No, yo no soy de
opinión de que se produzca en un grado apreciable semejante resultado.”)
Voila cequi parler veut dire). (32)
Más
adelante volveremos sobre la influencia que ejerce en el tipo de interés la suma
del dinero existente. Pero ya desde ahora debemos observar que Overstone vuelve
a incurrir aquí en un quid pro quo. En 1847 (antes de octubre no existía
la menor preocupación por la escasez de dinero, por la “cantidad de dinero
existente”, como él la llama más arriba), la demanda de capital-dinero aumentó
por diversas causas: encarecimiento del trigo, alza de los precios del algodón,
imposibilidad de vender el azúcar a causa de la superproducción, especulación
ferroviaria y crack, abarrotamiento de los mercados extranjeros con
mercancías de algodón, las exportaciones e importaciones forzosas a y de la
India, a que nos hemos referido más arriba, sin otra finalidad que especular
con las letras de cambio. Todos estos factores, la superproducción en la
industria al igual que el déficit de producción en la agricultura, es decir,
causas muy diversas, determinaron el alza de la demanda de capital-dinero, es
decir, de la demanda de dinero y de crédito. La mayor demanda de capital-dinero
obedecía a la marcha del mismo proceso de producción. Pero cualquiera que fuese
la causa, era la demanda de capital-dinero la que hacía subir el
tipo de interés, el valor del capital-dinero. Si Overstone quiere decir que el
valor del capital-dinero subió porque subió, esto no es más que una tautología.
Pero si por “valor del capital entiende aquí el alza de la cuota de ganancia
como causa del alza del tipo de interés, enseguida veremos que la afirmación es
falsa. La demanda de capital-dinero, y por tanto el “valor del capital”, pueden
aumentar aunque baje la ganancia; tan pronto como baja la oferta relativa de
capital-dinero, sube su “valor”. Lo que Overstone pretende demostrar es que la
crisis de 1847 y la elevada cuota de interés que lleva aparejada no tenía nada
que ver con la “cantidad de dinero existente”, es decir, con las normas de la
ley bancaria de 1844, inspirada por él; a pesar de que, en realidad si tuvieron
que ver con ellas, en cuanto el temor a que se agotasen las reservas bancarias
--obra de Overstone-- vino a añadir un pánico de dinero a la crisis de 1847‑48.
Pero no es éste, aquí, el punto litigioso. Existía una penuria de
capital-dinero, debida al excesivo volumen de las operaciones, comparado con los
medios existentes y que estalló al verse interrumpido el proceso de reproducción
como consecuencia de una cosecha frustrada, del exceso de inversiones en
ferrocarriles, de la superproducción de géneros de algodón principalmente, de
los negocios especulativos con la India y China, de la especulación, del exceso
de importación de azúcar, etc. Lo que a las gentes que habían comprado trigo
cuando costaba a 120 chelines el quarter les faltaba, al descender su
precio a 60 chelines eran precisamente los 60 chelines que habían pagado antes
de más y el crédito correspondiente para obtener dinero sobre el trigo. No era,
ni mucho menos, la escasez de billetes de banco lo que les impedía convertir su
trigo en dinero al antiguo precio de 120 chelines. Y otro tanto les ocurría a
quienes habían importado azúcar en exceso, cuando esta mercancía se hizo casi
invendible. Y lo mismo a los señores que inmovilizaron su capital circulante
(floating capital) en ferrocarriles, confiándose al crédito para reponerlo
en sus “legítimos” negocios. Todo esto se expresa, para Overstone, en “una
conciencia moral del valor más alto de su dinero” (a moral sense of the
enhanced value of his money). Pero a este valor más alto del capital-dinero
correspondía directamente, por otra parte, la del valor-dinero del capital real
(capital-mercancías y capital-productivo). El valor del capital bajo una forma
aumentaba porque disminuía el valor del capital bajo otra forma. Pero Overstone
intenta identificar estos dos valores de distintas clases de capital en el valor
único del capital en general, y lo intenta además contraponiendo a las dos la,
escasez de medios de circulación, de dinero existente. Pero la misma cuantía de
capital-dinero puede prestarse con masas muy distintas de medios de
circulación.
Tomemos su ejemplo de 1847. El tipo oficial del interés bancario era: en enero,
el 3‑3 ½ %; en febrero, el 4‑4 ½ %; en marzo, casi constantemente el 4%; en
abril (pánico), del 4 al 7 ½ %; en mayo, el 5‑5 ½ %; en todo el mes de junio, el
5 %, en julio, el, 5 %: en agosto, el 5‑5 ½ %; en septiembre, el 5 %, con
pequeñas oscilaciones hasta el 5 ¼ %, el 5 Y2 y el 6%; en octubre, el 5 y el 5 ½
% y el 7 %, en noviembre, del 7 al 10 %; en diciembre, del 7 al 5%. En este caso
subió el interés porque bajaron las ganancias y descendieron enormemente los
valores-dinero de las mercancías. Cuando, por tanto, Overstone dice que en 1847
subió el tipo de interés porque subió el valor del capital, sólo puede entender
por valor del capital, aquí, el valor del capital-dinero. Y el valor del
capital-dinero es precisamente el tipo de interés, y no puede ser otra cosa.
Pero más tarde asoma la cola del zorro y el valor del capital se identifica con
la cuota de ganancia.
Por
lo que se refiere al alto tipo de interés abonado en 1856, Overstone no sabia en
realidad que esto era, en parte, un síntoma de que habían tomado la delantera
esa clase de caballeros del crédito que no sacan el interés de la ganancia,
sino del capital ajeno; él mismo afirmaba, solamente un par de meses antes de la
crisis, que “el estado de los negocios era absolutamente próspero”.
Oigamos lo que sigue diciendo el mismo Overstone: “3,722. La idea de que las
ganancias de los negocios sufren quebranto por el alto, tipo de interés es
completamente errónea. En primer lugar, el alza del tipo de interés rara vez es
de larga duración; en segundo lugar, cuando dura mucho y es importante,
representa realmente, un alza del valor del capital, ¿y por qué sube el valor
del capital? --Porque ha subido la cuota de ganancia.” Por fin, averiguamos
cuál es el sentido de las palabras “valor del capital”. Por lo demás, puede
ocurrir que la cuota de ganancia permanezca alta durante largo tiempo y que la
ganancia del empresario baje y el tipo de interés suba, por donde el interés
absorberá la mayor parte de la ganancia.
“3,724. El alza del tipo de interés fue una consecuencia de interés la enorme
expansión de los negocios en nuestro país y de la gran elevación de la cuota de
ganancia; y los que se quejan de que el alto tiro de interés destruye ambas
cosas, las dos cosas que fueron su propia causa, incurren en un absurdo
lógico del que no sabe uno qué decir”. Es exactamente tan lógico como si dijese:
la elevada cuota de ganancia fue la causa de la elevación de los precios de las
mercancías por obra de la especulación, y los que se quejan de que el alza de
precios destruye su propia causa, o sea, la especulación, incurren en un
absurdo lógico, etc. El que una cosa pueda acabar destruyendo su propia causa
sólo puede constituir un absurdo lógico para un usurero enamorado del elevado
tipo de conquistas destruyeron su grandeza. La riqueza es la causa del lujo y el
lujo ejerce una acción destructiva sobre la riqueza. ¡Vaya un marrullero! Nada
caracteriza mejor el idiotismo del mundo burgués actual que el respeto que la
“lógica” de millonario de este dung‑hill aristocrat (33) llegó a infundir
a toda Inglaterra. Por lo demás, si una elevada cuota de ganancia y la expansión
de los negocios pueden ser causas de un alto tipo de interés, ello no quiere
decir, ni mucho menos, que el elevado tipo de interés sea causa de una ganancia
alta.
El
problema está precisamente en saber si este elevado interés (tal cosa se puso de
manifiesto realmente en la crisis) ¿no perdura o no llega incluso a su apogeo
después que la alta cuota de ganancia se ha introducido en el reino de las
sombras?
“3,718. En lo que se refiere a una gran elevación del tipo de descuento, se
trata de un factor que se deriva por entero del mayor valor del capital, y la
causa de este mayor valor del capital es, a mi juicio, cosa que cualquiera puede
descubrir con entera claridad. Ya he mencionado el hecho de que en los 13 años
durante los cuales se mantuvo en vigor esta ley bancaria, el comercio de
Inglaterra aumentó de 45 a 120 millones de libras esterlinas. Basta pensar en
todos los hechos que estas simples cifras llevan implícitos; imaginarse la
enorme demanda de capital que lleva consigo un aumento tan gigantesco del
comercio y piénsese al mismo tiempo que la fuente natural de la oferta para
esta gran demanda, o sean, los ahorros anuales del país durante los tres o
cuatro años últimos, se vio absorbida por una inversión tan poco rentable como
la relacionada con la guerra. Confieso que me produce asombro que el tipo de
interés no sea mucho más elevado aún; dicho en otros términos, me asombra que la
necesidad de capital como consecuencia de estas operaciones gigantescas no sea
aún mucho más fuerte de lo que se ha comprobado ya.”
¡Qué
extraña mescolanza de palabras, la de nuestro lógico de la usura! Aquí se nos
vuelve a presentar con su valor acrecentado del capital. Parece imaginarse que,
de una parte, se operó esta expansión enorme del proceso de reproducción, es
decir, esta acumulación del capital real, y que, de otra parte, existía un
“capital” objeto de una “enorme demanda”, surgiendo como resultado de ello este
gigantesco aumento del comercio. ¿Es que este enorme aumento de la producción no
era de por sí el aumento del capital y, al crear la demanda, no creaba al mismo
tiempo la oferta y también, simultáneamente, una oferta acrecentada de
capital-dinero? Si el tipo de interés subió mucho fue, sencillamente, porque la
demanda de capital-dinero creció más rápidamente todavía que la oferta, lo cual,
dicho en otros términos, se traduce en que, al extenderse la producción
industrial, se extendió también su desarrollo sobre la base del sistema del
crédito. En otras palabras, la expansión industrial efectiva determinó una mayor
demanda de, “concesiones de crédito”, y esta demanda es, visiblemente, lo que
nuestro banquero entiende por “enorme demanda de capital”. No fue,
indudablemente, la extensión de la simple demanda de capital lo que hizo
que el comercio de exportación aumentase de 45 millones a 120. Y, continuando,
¿qué quiere decir Overstone cuando afirma que los ahorros anuales del país
devorados por la guerra de Crimea constituyen la fuente natural de la oferta
para esta gran demanda? En primer lugar, ¿de qué modo acumuló Inglaterra desde
1792 hasta 1815, en una guerra muy distinta, ciertamente, a la de Crimea? En
segundo lugar, si la fuente natural se agotó, ¿de qué fuente emanó, pues el
capital? Es sabido que Inglaterra no recibió dinero de naciones
extranjeras. Si además de la fuente natural existe otra fuente artificial, ¿qué
método más grato puede tener a mano una nación que quiera consumir la fuente
natural en la guerra, reservando la fuente artificial para los negocios? Pero,
si solamente existía el antiguo capital-dinero, cómo podía duplicar su acción
por medio de un elevado tipo de interés? El señor Overstone cree,
evidentemente, que los ahorros anuales del país (los cuales, en este caso, se
habían consumido ya, al parecer) no se convierten más que en capital-dinero.
Pero, si no existiese verdadera acumulación, es decir, aumento de los medios de
producción, ¿de qué serviría acumular, en forma de dinero, los créditos sobre
esta producción?
Overstone confunde el aumento del “valor del capital” derivado de una cuota
alta de ganancia con el aumento que nace del aumento de la demanda de
capital-dinero. Esta demanda puede proceder de causas completamente
independientes de la cuota de ganancia. El mismo pone como ejemplo que en 1847
subió a consecuencia de la depreciación del capital real y efectivo. Según las
necesidades de su causa, unas veces se refiere al valor del capital, al capital
real o al capital dinero.
La
mala fe de nuestro lord bancario, a la par que su estrecho punto de vista de
banquero, que él lleva didácticamente a sus últimas consecuencias, se ponen de
relieve también en lo que sigue: “3,728. (Pregunta:) Decía usted que, a su
juicio, el tipo de descuento no tiene para el comerciante una importancia
esencial; ¿quiere usted tener la bondad de decirme qué considera usted corno la
cuota usual de ganancia?” El señor Overstone reputa “imposible” contestar a
esta pregunta. “3,729. Suponiendo que la cuota de ganancia media sea del 7 al,
10%, un cambio operado en el tipo de descuento del 2 al 7 o al 8%, tiene por
fuerza que afectar esencialmente a la cuota de ganancia, ¿no es cierto?” La
pregunta confunde la cuota del beneficio de empresario con la cuota de ganancia
y pierde de vista que la cuota de ganancia es la fuente común del interés, y del
beneficio de empresario. El tipo de interés puede no afectar en lo más mínimo a
la cuota de ganancia, pero no así al beneficio de empresario. Respuesta de Overstone: “En primer lugar, los hombres de, negocios no pagarán un tipo de
descuento que merme esencialmente su ganancia; antes de eso, preferirán
renunciar a su negocio [Eso será si pueden hacerlo sin arruinarse. Mientras sus
ganancias son altas pagan el descuento, porque quieren; cuando son bajas, porque
no tienen otro remedio]. “¿Qué significa el descuento? ¿Por qué descuenta
alguien una letra?. Porque desea obtener un capital mayor. [¡Alto ahí! Porque
desea anticipar el reflujo en dinero de su capital inmovilizado y evitar la
paralización de su negocio. Porque se ve obligado a hacer frente a un pago ya
vencido. Un capital acrecentado sólo lo reclama cuando los negocios marchan bien
o cuando, aunque vayan mal, especula con capital ajeno. El descuento no es, en
modo alguno, un simple medio de extender los negocios.] ¿Y por qué desea poder
disponer de un capital mayor? Porque quiere invertirlo. ¿Y por qué quiere
invertirlo? Porque es rentable, pero no seria rentable para él si el descuento
absorbiese su ganancia.”
Este
lógico tan pagado de sí mismo da por supuesto que las letras sólo se descuentan
para extender el negocio y que el negocio se extiende porque es rentable. El
primer supuesto es falso. El hombre de negocios descuenta sus letras,
generalmente, para anticipar la forma-dinero de su capital, manteniendo así en
marcha el proceso de reproducción; no para extender el negocio o conseguir
capital adicional, sino para compensar el crédito que da con el crédito que
recibe. Y si pretende ampliar su negocio mediante el crédito no le aprovechará
gran cosa el descuento de letras, el cual no es otra cosa que un simple cambio
de forma de un capital-dinero que tiene ya en sus manos; en este caso, lo que
hará será contraer un préstamo fijo a largo plazo. Claro está que el especulador
descuenta sus letras especulativas para ampliar así su negocio, para cubrir un
negocio dudoso con otro de la misma naturaleza; no para obtener una ganancia,
sino para entrar en posesión de capital ajeno.
Después de identificar así el descuento con el préstamo de capital adicional
(en vez de identificarlo con la conversión de las letras de cambio, que
representa capital, en dinero contante), el señor Overstone se repliega
inmediatamente en cuanto empiezan a apretarle las clavijas. “3,730. Pregunta:)
Una vez que se han metido en el negocio, ¿no se ven obligados los comerciantes a
proseguir sus operaciones durante algún tiempo, aunque se produzca un alza
pasajera del tipo de interés? (Overstone:) No cabe duda de que en cualquier
transacción concreta, si alguien puede llegar a disponer de capital a un tipo
bajo de interés en vez de a un tipo alto, enfocando el problema desde este punto
de vista limitado, la cosa será agradable para él”. En cambio, es un punto de
vista muy abierto, al parecer, aquel en que se coloca Overstone cuando de pronto
sólo entiende por “capital” su capital de banquero y considera, por tanto, como
un hombre carente de capital al que descuenta las letras en su banco,
simplemente porque su capital existe en forma de mercancías, o porque la
forma-dinero de su capital es una letra de cambio que el señor Overstone traduce
en otra forma--dinero.
“3,732. ¿Puede usted indicar, con referencia a la ley bancaria de 1844, cuál es
la relación aproximada entre el tipo de interés y la reserva-oro del Banco? ¿Es
cierto que cuando el oro del Banco ascendía a 9 o 10 millones, el tipo de
interés era el 6 o el 7 % y que cuando aquél ascendía a 16 millones éste
descendió al 3 o al 4%? [El interpelante quiere obligarle a explicar el tipo de
interés --en la medida en que es influenciado por la reserva de oro del banco a
partir de la cuota de interés o influenciado por el valor del capital.] “Yo no
digo que ése sea el caso, pero sí así fuese tendríamos, a mi juicio, que adoptar
medidas aún más severas que las de 1844, pues si fuese cierto que a mayor
reserva-oro menor tipo de interés, tendríamos que poner manos a la obra desde
este punto de vista, y al elevar en proporciones ilimitadas las reservas-oro,
haríamos bajar los intereses a cero.” Cayley, el interpelante, sin inmutarse
ante este mal chiste, sigue preguntando: “3,733. Si ése fuese el caso,
suponiendo que se devolviesen al Banco 5 millones oro, las reservas-oro
ascenderían en el transcurso de los próximos seis meses a unos 16 millones y
suponiendo además que el tipo de interés descendiese así al 3 o al 4%, ¿cómo
podría afirmarse que la baja del tipo de interés se debía a una paralización en
los negocios? -- “Yo he dicho que es la gran elevación del tipo de interés
recientemente producida. y no la baja del tipo de interés, la que se halla
íntimamente relacionada con la gran extensión de los negocios.” Pero lo que
Cayley dice es esto: sí el alza del tipo de interés, unida a la contracción de
las reservas-oro, es un signo de expansión de los negocios, habrá que llegar
necesariamente a la conclusión de que la baja del tipo de interés, unida a la
ampliación de las reservas-oro, es indicio del descenso de los negocios. A lo
cual Overstone no sabe qué contestar. “3,736. (Pregunta:) Observo que decía
usted [el texto dice siempre Your Lordship] (34) que el
dinero es el instrumento para obtener capital [en esto consiste precisamente el
error, en concebirlo como un instrumento, cuando el dinero es siempre la forma
del capital]. Al disminuir las reservas-oro [del Banco de Inglaterra], ¿no
consiste la gran dificultad, por el contrario, en que los capitalistas no pueden
obtener dinero alguno? --Overstone: No, no son los capitalistas, sino los no
capitalistas, los que procuran obtener dinero. --¿Y por qué procuran obtener
dinero?. --Porque por medio del dinero pueden disponer del capital de los
capitalistas para regentar los negocios de gentes que no lo son.” Aquí,
Overstone declara redondamente que los industriales y comerciantes no son
capitalistas y que el capital del capitalista es exclusivamente capital-dinero.
“3,737. ¿Entonces, las gentes que libran letras no son capitalistas? --Las
gentes que libran letras pueden ser capitalistas y pueden no serlo.” Aquí está
atrapado en corto.
Le
preguntan luego si las letras de los comerciantes no representan las mercancías
vendidas o embarcadas por ellos. Y el interpelado niega que estas letras
representen el valor de las mercancías exactamente lo mismo que los billetes de
banco representan el oro (3,740 y 3.741). Esto es ya algo verdaderamente
desvergonzado.
“3,742. ¿No es la finalidad del comerciante el obtener dinero? --No; el obtener
dinero no es la finalidad que se persigue cuando se libra una letra: es cuando
se descuenta la letra cuando se persigue esa finalidad.” Cuando se libra
una letra de cambio se convierte una mercancía en una forma
de dinero-crédito, del mismo modo que al descontarla se convierte este
dinero-crédito en otra forma de dinero, o sea, en billetes de banco. De todos
modos, el Sr. Overstone reconoce aquí que la finalidad perseguida al descontar
una letra es obtener dinero. Antes sostenía que el descuento consistía, no en
convertir el capital de una forma en otra, sino en obtener capital adicional.
“3,743. “¿Cuál es el gran deseo del mundo comercial bajo la presión de un pánico
como el que, según su declaración, se produjo en 1825, en 1837 y en 1839?
¿Aspira a entrar en posesión de capital o de dinero legal de pago? --Aspira a
disponer de capital para poder continuar sus negocios.” A lo que aspira es a
obtener medios de pago para hacer frente a las letras vencidas, en vista de la
escasez de crédito existente y para no verse obligado a vender sus mercancías al
malbarato. Si no tienen capital alguno, con los medios de pago obtienen,
naturalmente, al mismo tiempo, un capital, puesto que obtienen un valor sin
entrar ningún equivalente. La apetencia de dinero como tal no consiste nunca mas
que en el deseo de traducir el valor de la forma de mercancía o de crédito en la
forma de dinero. De aquí también, prescindiendo de la crisis, la gran diferencia
que existe entre la transferencia de capital y el descuento, el cual se limita
a convertir los créditos de dinero de una forma en otra o en dinero real.
(Yo
--el editor-- me permitiré interpolar aquí una observación.
Lo
mismo en Norman que en Loyd‑Overstone, el banquero aparece siempre como alguien
que “adelanta capital” y su cliente como aquel que exige “capital” del banquero.
Así, Overstone dice, por ejemplo, que quien descuenta en un banco sus letras es
“porque desea obtener capital” (3,729) y que es agradable para él “poder
disponer de capital a bajo tipo de interés” (3,730). “El dinero es el
instrumento para obtener capital” (3,736) y en las crisis de pánico el
gran deseo del mundo de los negocios es “llegar a disponer de capital” (3,743).
A pesar de todo el confusionismo de Loyd-Overstone acerca de lo que es el
capital, no cabe la menor duda de que designa claramente como capital lo que el
banquero entrega a su cliente, como un capital que el cliente no poseía con
anterioridad, que le ha sido anticipado y que representa un capital adicional
con respecto a aquel de que el cliente ya disponía.
El
banquero se ha acostumbrado hasta tal punto a actuar como distribuidor --en
forma de préstamos-- de capital social disponible en forma de dinero, que no
puede por menos de considerar como préstamo toda operación en la que entrega una
cantidad de dinero. Todo el dinero que hace efectivo se le antoja un adelanto.
Cuando el dinero se desembolsa directamente en concepto de préstamo, esto es
literalmente exacto. Cuando se invierte en forma de descuento de letras,
representa en realidad, para él mismo, un anticipo hasta el día del vencimiento
de la letra descontada. Va afianzándose así en su espíritu la idea de que no
puede hacer ningún pago que no tenga el carácter de un anticipo. Y no anticipo
simplemente en el sentido en que toda inversión de dinero hecha para obtener un
interés o una ganancia puede considerarse económicamente como un anticipo que
el poseedor del dinero en cuanto particular se hace a sí mismo como empresario,
sino un anticipo en el sentido concreto de que el banquero entrega al cliente en
concepto de préstamo una suma que viene a acrecentar proporcionalmente el
capital de que éste dispone.
Esta
idea, trasplantada de la oficina bancaria a la economía política, es la que hace
surgir el problema litigioso, fuente de confusión, de si lo que el banquero pone
en dinero constante a la disposición de su cliente es capital o simplemente
dinero, medio de circulación, currency. Para resolver este problema
litigioso --en el fondo, sencillo--, debemos colocarnos en el punto de vista del
cliente del banquero. Todo depende de lo que éste pide y obtiene.
Si el
banco concede al cliente un préstamo basado simplemente en su crédito personal,
sin garantía alguna de su parte, la cosa es clara. El cliente obtiene, en este
caso, un anticipo de determinada magnitud de valor que viene a sumarse al
capital empleado anteriormente por él. Y lo obtiene en forma de dinero; no
obtiene, pues solamente dinero, sino que obtiene capital-dinero.
Si el
crédito se le concede entregando en garantía títulos y valores, etc, se trata de
un anticipo, en el sentido de que se te entrega una cantidad de dinero bajo
reserva de devolución. Pero no es anticipo de capital, pues aquí los títulos y
valores que se dan en prenda representan también capital, y además por un
importe superior al del anticipo. Por consiguiente, el prestatario recibe un
valor-capítal inferior al que da en prenda; no se trata para él, ni mucho menos,
de una adquisición de capital adicional. No realiza esta operación porque
necesite capital --puesto que lo tiene ya con sus títulos y valores--, sino
porque necesita dinero. Estamos, pues, ante un caso de anticipo de dinero,
pero no de capital.
Y si
el anticipo se hace mediante descuento de letras desaparece hasta la forma
misma de anticipo. Aquí se trata ya de una simple operación de compra y venta.
La letra pasa por endoso a la propiedad del banco, mientras el dinero pasa a
ser propiedad del cliente; no se plantea, por otra parte, el problema de
devolución. Cuando el cliente compra dinero contante con una letra o con otro
instrumento de crédito semejante no realiza una operación de anticipo,
exactamente lo mismo que no la realiza cuando compra el dinero contante con una
mercancía cualquiera de su propiedad, algodón, hierro, trigo, etc. Y mucho menos
una operación de anticipo de capital. Toda compra y venta entre
comerciantes implica una transferencia de capital, y el anticipo sólo existe
allí donde la transferencia de capital no es mutua, sino unilateral y por
tiempo limitado.
Por
consiguiente, el descuento de letras sólo puede servir de vehículo a un
anticipo de capital cuando se trate de letras libradas con fines de
especulación, que no representen mercancías vendidas, letras que ningún banquero
se presta a recibir, siempre y cuando que sepa de lo que se trata. Por tanto, en
el negocio normal de descuento de letras el cliente no obtiene del banco
anticipo alguno, ni en capital ni en dinero, sino que obtiene simplemente dinero
a cambio de una mercancía vendida.
Los
casos en que el cliente solicita y obtiene capital del banco se distinguen, por
tanto, muy claramente de aquellos en que el banco le limita a anticiparle o
venderle dinero. Y como el señor Loyd-Overstone (que era el banquero de mi
firma en Manchester), personalmente, no solía, salvo en casos rarísimos,
adelantar a nadie fondos sin una garantía, es también evidente que sus hermosos
relatos acerca de esas masas de capital que los bondadosos banqueros ponen a
disposición de los comerciantes que lo necesitan, no pasan de ser,
sencillamente, jactanciosos embustes.
Por
lo demás, ya Marx dice lo mismo en el cap. XXXII: “La demanda de medios de pago
es simple demanda de convertibilidad en dinero, allí donde los
comerciantes y productores pueden ofrecer buenas garantías, y es demanda de
capital-dinero si no pueden darlas: por tanto, un anticipo de medios de
pago no les da solamente la forma-dinero, sino el equivalente que les
falta para pagar, en la forma que sea.” Y en el cap. XXXIII: “Al desarrollarse
el sistema de crédito y concentrarse el dinero en manos de los bancos, son
éstos, nominalmente al menos, quienes lo adelantan. Estos adelantos se
refieren solamente al dinero que se halla en circulación. Son anticipos de
circulación, no anticipos de los capitales circulantes.” Y el señor Chapmann,
testigo de mayor excepción, confirma aquella concepción de las operaciones de
descuento expuestas más arriba, al decir, en “Bank Committee” 1857: “El
banquero ha comprado la letra.” Evidencia. Pregunta 5,139.
En el
capítulo XXVIII tendremos ocasión, por lo demás, de volver sobre este tema,
(F. E.)
“3.744. ¿Tendría usted la bondad de decirnos qué entiende realmente por capital?
(Respuesta de Overstone:) El capital se halla formado por diversas
mercancías por medio de las cuales se mantiene en marcha el negocio (capital
consists of various commodities, by the meabs of which trade is carried
on); hay capital fijo y capital circulante. Los barcos, los docks,
los astilleros, son capital fijo; los víveres, los vestidos, etc, capital
circulante.”
“3,745. ¿Tiene el reflujo M oro en el extranjero consecuencias perjudiciales
para Inglaterra? --no, siempre y cuando que se atribuya a esta palabra un
sentido racional. [Y ahora sale la vieja teoría ricardiana del dinero]. “En el
estado natural de las cosas, el dinero del mundo se distribuye en diversas
proporciones entre los distintos países; estas proporciones son tales que en
esta distribución [del dinero] el comercio entre un país cualquiera y todos los
demás países del mundo representa un simple comercio de trueque; pero hay
influencias perturbadoras que afectan de vez en cuando a esta distribución, y
cuando surgen estas influencias una parte del dinero refluye de un determinado
país a los demás.” “3,746. Emplea usted ahora la palabra dinero. Si no le he
entendido mal, antes llamaba usted a esto pérdida de capital. ¿A qué llamaba yo
pérdida de capital?” “3,747. Al reflujo, del oro. --No, yo no he dicho eso. Si
considera usted el oro como capital, se trata, indudablemente, de una pérdida de
capital: se renuncia a una determinada proporción de este metal precioso, de que
está formado el dinero mundial” “3,748. ¿No decía usted antes que un cambio en
cuanto al tipo de descuento no era sino un indicio de que cambiaba el valor del
capital? --Sí.” “3,749. ¿Y que el tipo de descuento en general cambiaba al
cambiar las reservas-oro del Banco de Inglaterra? --Sí; pero ya he dicho que las
fluctuaciones del tipo de interés que nacen de un cambio de la cantidad de
dinero [en la cual incluye, por tanto, la cantidad de oro real] en un
determinado país son insignificantes.”
“3,750. ¿Quiere usted, pues, decir que se produce una disminución de capital
cuando se manifiesta un alza, prolongada pero pasajera, del descuento sobre el
tipo usual? --Una disminución en un cierto sentido de la palabra. Cambia la
proporción entre el capital y la demanda de capital, pero puede ocurrir que
esto se deba al aumento de la demanda y no a la disminución cuantitativa del
capital.” (Pero hace poco se nos decía precisamente que capital = dinero u oro
y poco antes se explicaba el alza del tipo de interés por la elevada cuota de
ganancia determinada por la ampliación y no por la restricción del negocio o del
capital.)
“3,751. ¿A qué capital se refiere usted especialmente, aquí? --Depende
exclusivamente del capital que cada cual necesite. Es el capital de que la
nación dispone para desarrollar sus negocios, y si estos negocios se duplican se
producirá una gran demanda en cuanto al capital con que deben ser atendidos.”
[Este astuto banquero empieza duplicando los negocios y luego, a posteriori,
la demanda del capital con que han de duplicarse. No ve nunca mas que a sus
clientes, que reclaman al señor Loyd un capital mayor para duplicar sus
negocios.] -“El capital es como cualquier otra mercancía. [¿Pero no acaba de
decirnos el señor Loyd que el capital es, precisamente, la totalidad de las
mercancías? Su precio cambia [es decir, que las mercancías cambian dos veces de
precio, una vez en cuanto mercancías, y otra vez en cuanto capital] con arreglo
a la oferta y la demanda.”
“3,752. Las fluctuaciones del tipo de descuento se hallan, en general,
relacionadas con las fluctuaciones de las reservas-oro atesoradas por el Banco.
¿Es éste el capital a que usted se refiere? --No.” “3,753. ¿Podría usted poner
un ejemplo de un caso en que se acumulase en el Banco de Inglaterra una reserva
grande de capital, coincidiendo ello con un tipo elevado de descuento?
--En el Banco de Inglaterra no se acumula capital, sino dinero.” “3,754.
Decía usted que el tipo de interés depende de la cantidad del capital; ¿tendría
usted la bondad de decir a qué capital se refiere y podría indicar algún caso en
que existiese en el Banco una gran reserva-oro y al mismo tiempo rigiese un tipo
alto de interés? --Es muy probable [¡vaya, vaya!] que la acumulación de oro del
Banco pueda coincidir con un tipo bajo de interés, porque un periodo de poca
demanda de capital [es decir, de capital-dinero; la época de que aquí se habla,
la de 1844 y 45, fue una época de prosperidad] es un período durante el cual
puede acumularse, naturalmente, el medio o instrumento que sirve para disponer
de capital.” “3,755. ¿Cree usted, pues, que no existe relación alguna entre el
tipo de descuento y la masa de oro atesorada por el Banco? --Puede existir una
relación, pero no una relación de principio [sin embargo, su, ley bancaria de
1844 erige precisamente en principio para el Banco de Inglaterra el que regule
el tipo de interés por la masa del oro que se halla en su poder]; ambas cosas
pueden ocurrir simultáneamente (there may be a coincidence of time).”
“3,758. “Entonces, pretende usted decir que la dificultad, entre los
comerciantes de nuestro país, en épocas en que escasea el dinero y como
consecuencia de un tipo alto de descuento, consiste en obtener capital y no en
obtener dinero? --Confunde usted dos cosas que yo no identifico en esta forma;
la dificultad consiste en obtener capital y consiste igualmente en obtener
dinero. La dificultad de obtener dinero y la de obtener capital es la misma
dificultad, considerada en dos fases distintas del proceso.” Aquí, el pez vuelve
a picar en el anzuelo. La primera dificultad consiste en descontar una letra o
en obtener un anticipo sobre mercancías. Es la dificultad de convertir en dinero
un capital o un signo comercial de valor representativo de capital. Esta
dificultad se manifiesta, entre otras cosas, en el elevado tipo de interés.
Pero, una vez que se ha obtenido el dinero, ¿en qué consiste la segunda
dificultad? ¿Es que cuando se trata solamente de pagar, encuentra nadie
dificultades para desprenderse de su dinero? Y tratándose de comprar, ¿quién
encuentra dificultades para realizar compras, en tiempos de crisis? Aun
suponiendo que esto se refiriese al caso concreto de un encarecimiento del
trigo, el algodón, etcétera, esta dificultad se manifestaría, no en el valor del
capital-dinero, es decir, en el tipo de interés, sino solamente en el precio de
la mercancía: pero esta dificultad ha quedado superada desde el momento en que
nuestro hombre tiene en su poder el dinero necesario para comprar.
"3,760. Pero un tipo más elevado de descuento, ¿no constituye una dificultad
mayor para obtener dinero? --Constituye una dificultad mayor para obtener
dinero, pero no es la posesión del dinero lo que interesa; esto es simplemente
la forma [forma que permite al banquero embolsarse una ganancia] en que
se presenta dentro de las complicadas relaciones de un país civilizado, la mayor
dificultad de obtener capital.”
“3,763. (Respuesta de Overstone:) El banquero es el intermediario, que por una
parte recibe depósitos y, por otra parte, invierte estos depósitos,
confiándolos en forma de capital a personas que, etc.”
Hemos
averiguado, por fin. lo que nuestro banquero entiende por capital. Convierte el
dinero en capital al “confiarlo” a otros o, dicho con menos eufemismo, al
prestarlo a interés.
Después de habernos asegurado que los cambios operados en el tipo de descuento
no guardan ninguna relación esencial con los cambios en cuanto a la cuantía de
las reservas-oro del Banco o de la cantidad de dinero existente. aunque puedan
coincidir. a lo sumo, en el tiempo, ahora el señor Overstone repite:
“3,805. Cuando el dinero disminuye dentro del país por su reflujo, aumenta su
valor y el Banco de Inglaterra tiene que adaptarse a este cambio producido en
el valor del dinero [es decir, en el valor del dinero como capital o,
dicho en otros términos, en el tipo de interés, pues el valor del dinero,
como dinero, comparado con las mercancías, sigue siendo el mismo]. Lo cual
se expresa técnicamente diciendo que eleva el tipo de interés.”
“3,819. Yo no confundo jamás ambas cosas.” Es decir, el dinero y el capital,
por la sencilla razón de que jamás las distingue.
“3,834. La enorme suma que fue necesario pagar para el sustento necesario del
país [para comprar trigo, en 1847] y que era, en realidad, capital.”
“3,841. Las fluctuaciones del tipo de descuento guardan, indudablemente, una
relación muy intima con el estado de las reservas-oro (del Banco de
Inglaterra], pues el estado de las reservas es el exponente del aumento o la
disminución de la cantidad de dinero existente dentro del país, disminuye o
aumenta el valor del dinero, aumento o disminución a que se adaptará el tipo
bancario de descuento.” Aquí reconoce, pues, lo que negaba de una vez por todas
en el n° 3.755 [p. 451]. “3,842. Media entre ambas una íntima relación.” Es
decir, entre la cantidad de oro existente en el issue department
[departamento de emisión de billetes del Banco de Inglaterra] y la reserva de
billetes existente en el banking department [departamento bancario].
Aquí, explica los cambios operados en el tipo de interés por los cambios que
afectan a la cantidad de dinero. Y lo que dice, es falso. Las reservas pueden
disminuir porque aumente el dinero circulante dentro del país. Es lo que ocurre
cuando el público toma más billetes sin que disminuyan las reservas metálicas.
Pero entonces aumenta el tipo de interés. porque el capital bancario del Banco
de Inglaterra se halla limitado con arreglo a la ley de 1844. Pero de esto no
puede él decir palabra, puesto que según esta ley no existe relación alguna
entre los dos departamentos del Banco.
“3,859. Una cuota elevada de ganancia producirá siempre una gran demanda de
capital, una gran demanda de capital aumentará su valor.” He aquí, por fin, la
relación existente entre una cuota alta de ganancia y la demanda de capital, tal
como Overstone se la representa. Sin embargo, en 1844-45, por ejemplo, existía
en la industria algodonera una elevada cuota de ganancia porque, a pesar de la
fuerte demanda de géneros de algodón, el algodón en bruto se cotizaba y siguió
cotizándose barato. El valor del capital (y ya veíamos cómo, en un pasaje
anterior, Overstone llama capital a lo que cada cual emplea en su negocio, es
decir, aquí, el valor del algodón en bruto) no fue elevado para el fabricante.
Puede que la elevada cuota de ganancia obligase a algunos fabricantes
algodoneros a tomar dinero en préstamo para ampliar su industria. Esto haría que
aumentase su demanda de capital-dinero, pero solamente de esto.
“3,889. El oro puede ser dinero o no serlo, exactamente lo mismo que el papel
puede ser un billete de banco o no serlo.”
“3,896. ¿Estoy en lo cierto al creer que abandona usted la tesis que sostenía en
1840 en el sentido de que las fluctuaciones en cuanto a los billetes circulantes
del Banco de Inglaterra debían regirse por las fluctuaciones relativas a la
cuantía de las reservas-oro? --La he abandonado en el sentido de que, según el
estado actual de nuestros conocimientos, debemos sumar a los billetes
circulantes los atesorados en las reservas bancarias del Banco de Inglaterra.”
Esto es superlativo. La norma arbitraria según la cual el Banco puede emitir
tantos billetes como oro atesore y 14 millones más determina, naturalmente, el
que su emisión de billetes fluctúe con las fluctuaciones de las reservas-oro.
Pero como “el estado actual de nuestros conocimientos” ha revelado claramente
que la masa de billetes que el Banco puede fabricar según esto (y que el
issue department transfiere al banking department), que esta
circulación entre los dos departamentos del Banco de Inglaterra, que fluctúa
con las fluctuaciones de las reservas-oro, no determina las fluctuaciones de la
circulación de billetes de banco fuera de los muros del Banco de Inglaterra,
resultará que la segunda, o sea, la verdadera circulación, es indiferente ahora
para la administración del Banco y que la única decisiva es la circulación entre
los dos departamentos del Banco, cuya diferencia con respecto a la verdadera
circulación se manifiesta en las reservas. Esta circulación sólo tiene
importancia para el mundo exterior porque las reservas indican hasta qué punto
el Banco se acerca al máximo legal de su emisión de billetes y qué cantidad
pueden obtener todavía los clientes del Banco del banking department.
He
aquí un ejemplo que revela brillantemente la mala fides (35) de Overstone:
“4,243. ¿Oscila, a su juicio, la cantidad de capital de un mes a otro hasta tal
punto que su valor cambie al modo como hemos visto en los últimos años por las
fluctuaciones del tipo de descuento? --La proporción entre la oferta y la
demanda de capital puede oscilar, indudablemente. aún dentro de plazos cortos.
Si Francia indicase mañana que desea contraer un empréstito de grandes
proporciones, esto determinaría sin duda alguna, inmediatamente, un gran cambio
en cuanto al valor del dinero, es decir, en cuanto al valor del
capital, en Inglaterra.”
“4,245. Si Francia indicase que necesitaba repentinamente 30 millones de
mercancías para un fin cualquiera, esto provocaría una gran demanda de
capital, para emplear la expresión más científica y más simple.”
“4,246. El capital que Francia desease comprar con su empréstito es una
cosa y el dinero con que lo comprase otra cosa distinta; ¿es el dinero
lo que cambia de valor, o no? --Volvamos al viejo problema, que yo considero más
propio del cuarto de estudio de un sabio que de la sala de reuniones de este
comité.” Y dicho esto, nuestro banquero se retira, pero no precisamente al
cuarto de estudio del sabio.2
NOTAS AL PIE DEL
CAPÍTULO XXVI
1 Es decir,
primero se fijaba el dividendo y luego se dedujo por éste al accionista
individual, al pagar el impuesto sobre la renta; pero a partir de 1844 el Banco
empezaba pagando el impuesto de la ganancia y luego se distribuían los
dividendos free of Income Tax (31). Por tanto, los mismos dividendos
nominales resultan. en el segundo caso, más elevados, pues incluyen la cantidad
a que asciende el impuesto. (F. E.)
2 Más detalles
sobre la confusión conceptual de Overstone en materia de capital, al final del
capítulo XXXII [F. E.]
CAPÍTULO
XXVII
EL PAPEL DEL
CRÉDITO EN LA PRODUCCIÓN CAPITALISTA
Las
observaciones generales que hasta ahora hemos podido hacer con respecto al
sistema de crédito son las siguientes:
I.
Necesidad del sistema de crédito como vehículo para compensar las cuotas de
ganancia o para el movimiento de esta compensación, sobre la que descansa toda
la producción capitalista.
II.
Disminución de los gastos de circulación.
I)
Uno de los gastos principales de circulación es el dinero mismo, en cuanto valor
de por sí. De tres modos se economiza el dinero por medio del crédito:
a)
Haciendo que desaparezca en una gran parte de las transacciones.
b)
Acelerando la circulación de los medios circulantes.1 Esto coincide
en parte con lo que diremos en 2). Por una parte, la aceleración a que
nos referimos tiene carácter técnico; es decir, permaneciendo idénticos el
volumen y la cantidad de los actos de circulación de mercancías que sirven de
vehículo al consumo, con una masa menor de dinero o de signos monetarios se
realiza el mismo servicio. Esto se halla relacionado con la técnica del sistema
bancario. Por otra parte, el crédito acelera la velocidad de la metamorfosis de
las mercancías y, por tanto, la velocidad de la circulación del dinero.
c)
Sustituyendo el dinero-oro por el papel-moneda.
2)
Aceleración por medio del crédito de las distintas fases de la circulación o de
la metamorfosis de las mercancías y también de la metamorfosis del capital y,
por tanto, aceleración del proceso de reproducción en general. (Por otro lado,
el crédito permite desdoblar con un mayor intervalo entre si los actos de la
compra y la venta, sirviendo por tanto de base a la especulación.) Contracción
del fondo de reserva, lo que puede enfocarse desde dos puntos de vista: de una
parte, como disminución de los medios circulantes; de otra parte, como
restricción de la parte del capital que ha de existir siempre en forma de
dinero.2
III.
Creación de sociedades anónimas. Y, como consecuencia de ello:
1)
Extensión en proporciones enormes de la escala de la producción y de las
empresas inasequibles a los capitales individuales. Al mismo tiempo, se
convierten en empresas sociales algunas empresas que antes se hallaban
regentadas por el gobierno.
2)
El capital, que descansa de por sí sobre un régimen social de producción y
presupone una concentración social de medios de producción y fuerzas de trabajo,
adquiere así directamente la forma de capital de la sociedad (capital de
individuos directamente asociados) por oposición al capital privado, y sus
empresas aparecen como empresas sociales por oposición a las empresas privadas.
Es la supresión del capital como propiedad privada dentro de los limites del
mismo régimen capitalista de producción.
3)
Transformación del capitalista realmente en activo en un simple gerente,
administrador de capital ajeno, y de los propietarios de capital en simples
propietarios, en simples capitalistas de dinero. Aun cuando los dividendos que
perciben incluyan el interés y el beneficio de empresario, es decir. la ganancia
total (pues el sueldo del gerente es o debe ser un simple salario para remunerar
un cierto tipo de trabajo calificado cuyo precio regula el mercado de trabajo,
como el de otro trabajo cualquiera), esta ganancia total sólo se percibe ahora
en forma de interés, es decir, como simple remuneración de la propiedad del
capital, separada por entero de la función que desempeña en el proceso real de
reproducción, lo mismo que esta función se halla separada, en la persona del
gerente, de la propiedad del capital. La ganancia aparece así (y ya no solamente
una parte de ella, el interés, que deriva su justificación de la ganancia del
prestatario) como simple apropiación de trabajo ajeno sobrante, emanada de la
transformación de los medios de producción en capital, es decir, de su
enajenación con respecto al verdadero productor, de su antagonismo
como propiedad ajena frente a todos los individuos que intervienen realmente en
la producción, desde el gerente hasta el último jornalero. En las sociedades
anónimas, la función aparece separada de la propiedad del capital y el trabajo
aparece también, por tanto. completamente separado de la propiedad sobre los
medios de producción y sobre el trabajo sobrante. Este resultado del máximo
desarrollo de la producción capitalista constituye una fase necesaria de
transición hacia la reversión del capital a propiedad de los productores, pero
ya no como propiedad privada de productores aislados, sino como propiedad de
los productores asociados, como propiedad directa de la sociedad. Y es, de otra
parte, una fase de transición hacia la transformación de todas las funciones del
proceso de reproducción aún relacionadas hasta aquí con la propiedad del
capital en simples funciones de los productores asociados, en funciones
sociales.
Antes
de seguir adelante, debemos registrar esto. que tiene importancia desde el
punto de vista económico. Puesto que aquí la ganancia reviste exclusivamente la
forma del interés, esta clase de empresas sólo son posibles siempre y cuando que
arrojen simples intereses, siendo ésta una de las causas que contienen el
descenso de la cuota general de ganancia, ya que estas empresas, en las que el
capital constante guarda una proporción tan desmedida con el capital variable,
no entran necesariamente en la compensación de la cuota general de ganancia.
(Desde que Marx escribió lo que antecede, se han desarrollado, como es sabido,
nuevas formas de empresas industriales que representan la segunda y la tercera
potencia de las sociedades anónimas. La rapidez diariamente creciente con que
hoy puede aumentarse la producción en todos los campos de la gran industria
choca con la lentitud cada vez mayor de la expansión del mercado para dar salida
a esta producción acrecentada. Lo que aquélla produce en meses apenas es
absorbido por éste en años. Añádase a esto la política arancelaria con que cada
país industrial se protege frente a los demás y especialmente frente a
Inglaterra, estimulando además artificialmente la capacidad de producción
interior. Las consecuencias son: superproducción general crónica, precios bajos,
tendencia de las ganancias a disminuir e incluso a desaparecer, en una palabra,
la tan cacareada libertad de competencia ha llegado al final de su carrera y se
ve obligada a proclamar por sí misma su manifiesta y escandalosa bancarrota. La
proclama a través del hecho de que no hay ningún país en que los grandes
industriales de una determinada rama no se asocien para formar un consorcio cuya
finalidad es regular la producción. Un comité se encarga de señalar la cantidad
que cada establecimiento ha de producir y de distribuir en última instancia los
encargos recibidos. En algunos casos han llegado a formarse incluso consorcios
internacionales, por ejemplo, entre la producción siderúrgica de Inglaterra y de
Alemania. Pero tampoco esta forma de socialización de la producción ha sido
suficiente. El antagonismo de intereses entre las distintas empresas rompía con
harta frecuencia los diques del consorcio y volvía a imponerse la competencia.
Para evitar esto se recurrió, en aquellas ramas en que el nivel de producción lo
consentía, a concentrar toda la producción de una rama industrial en una gran
sociedad anónima con una dirección única. Esto se ha hecho ya en los Estados
Unidos en más de una ocasión: en Europa, el ejemplo más importante de esto,
hasta ahora, es el United Alkali Trust, que ha puesto toda la producción
británica de sosa en manos de una sola empresa. A los antiguos propietarios de
las distintas minas --más de treinta-- se les indemnizaron sus inversiones en
acciones de la nueva sociedad, al precio tasado, con un total de 5 millones de
libras esterlinas, que representan el capital fijo del trust. La
dirección técnica de la explotación sigue en manos de los que venían
manejándola, pero la dirección de los negocios se concentra ahora en manos de la
gerencia general. El capital circulante (floating capital), que asciende
sobre poco más o menos a un millón de libras esterlinas, ha sido suscrito por el
público. Capital total, por tanto: 6 millones de libras esterlinas. Así, pues,
en esta rama, base de toda la industria química, la competencia ha sido
sustituida en Inglaterra por el monopolio, preparándose así del modo más
halagüeño la futura expropiación por la sociedad en su conjunto, por la nación,
F. E.)
Esto
equivale a la supresión del régimen de producción capitalista dentro del propio
régimen de producción capitalista y, por tanto, a una contradicción que se anula
a si misma y aparece prima facie como simple fase de transición hacía una
nueva forma de producción. Su modo de manifestarse es también el de una
contradicción de ese tipo. En ciertas esferas implanta el monopolio y provoca,
por tanto, la injerencia del Estado. Produce una nueva aristocracia financiera,
una nueva clase de parásitos en forma de proyectistas, fundadores de sociedades
y directores puramente nomínales: todo un sistema de especulación y de fraude
con respecto a las fundaciones de sociedades y a la emisión y al tráfico de
acciones. Es una especie de producción privada, pero sin el control de la
propiedad privada.
IV.
Prescindiendo del sistema de las acciones --que representa una abolición de la
industria privada capitalista a base del propio régimen capitalista y que va
destruyendo la industria privada a medida que se extiende y se asimila nuevas
ramas de producción--, el crédito brinda al capitalista individual o a quien
pasa por capitalista un poder absoluto dentro de ciertos límites de disposición
sobre capital ajeno y propiedad ajena, que es también, por tanto, un poder de
disposición sobre trabajo ajeno.3 La facultad de disponer de
capital social, no de capital propio, le permite disponer también de trabajo
social. Es el mismo capital que se posee realmente o en opinión del público
el que sirve de base exclusiva para la superestructura del
crédito. Y esto es aplicable especialmente al comercio al por mayor, por cuyas
manos pasa la mayor parte del producto social. Desaparecen aquí todos los
criterios y todos los fundamentos explicativos que aún eran más o menos válidos
dentro del régimen capitalista de producción. Lo que el comerciante al por mayor
dedicado a la especulación arriesga es la propiedad social y no su
misma propiedad. No menos absurda resulta ahora la frase según la
cual el capital nace del ahorro, pues lo que este especulador exige es,
precisamente, que otros ahorren para él. (Del mismo modo que Francia,
últimamente, ha ahorrado y reunido mil quinientos millones de francos para los
estafadores del canal de Panamá. Todo el escándalo del canal de Panamá aparece
descrito con toda precisión en estas páginas, veinte años antes de producirse.
F. E.) A la otra frase, la de la abstinencia, viene a darle ahora
un bofetón en la cara el lujo, convertido también en instrumento de crédito.
Ideas que aún podían tener un sentido en una fase menos avanzada de la
producción capitalista, pierden ahora toda su razón de ser. Los triunfos y los
fracasos conducen por igual a la centralización de los capitales y, por tanto, a
la expropiación en la escala más gigantesca. La expropiación se extiende aquí
desde el productor directo hasta el modesto y mediano capitalista. Esta
expropiación constituye el punto de partida del régimen capitalista de
producción; el llevarla a cabo es su meta; se trata, en última instancia, de
expropiar a todos los individuos de los medios de producción, los cuales, al
desarrollarse la producción social, dejan de ser medios y productos de la
producción privada para convertirse en medios de producción puestos en manos de
productores asociados, en producto social de éstos y que, por tanto, sólo pueden
ser propiedad social suya. Pero, dentro del sistema capitalista, esta
expropiación se presenta bajo una forma antagónica, como la apropiación de la
propiedad social por unos cuantos, y el crédito da a estos pocos individuos el
carácter cada vez más marcado de simples aventureros. La propiedad existe aquí
bajo forma de acciones, cuyo movimiento y cuya transferencia son, por tanto,
simple resultado del juego de la Bolsa, donde los peces chicos son devorados por
los tiburones y las ovejas por los lobos bursátiles. El sistema de las acciones
entraña ya la antítesis de la forma tradicional en que los medios sociales de
producción aparecen como propiedad individual; pero, al revestir la forma de la
acción, siguen encuadrados dentro del marco capitalista, por consiguiente, este
sistema, en vez de superar el antagonismo entre el carácter de la riqueza como
riqueza social y como riqueza privada, se limita a imprimirle una nueva forma.
Las
fábricas cooperativas de los obreros mismos son, dentro de la forma tradicional,
la primera brecha abierta en ella, a pesar de que, donde quiera que existen, su
organización efectiva presenta, naturalmente, y no puede por menos de presentar,
todos los defectos del sistema existente. Pero dentro de estas fábricas aparece
abolido el antagonismo entre el capital y el trabajo, aunque, por el momento,
solamente bajo una forma en que los obreros asociados son sus propios
capitalistas, es decir, emplean los medios de producción para valorizar su
propio trabajo. Estas fábricas demuestran cómo al llegar a una determinada fase
de desarrollo de las fuerzas materiales productivas y de formas sociales de
producción adecuadas a ellas, del seno de un régimen de producción surge y se
desarrolla naturalmente otro nuevo. Sin el sistema fabril derivado del régimen
capitalista de producción no se hubieran podido desarrollar las fábricas
cooperativas, y mucho menos sin el sistema de crédito, fruto del mismo régimen
de producción. El sistema de crédito, base fundamental para la gradual
transformación de las empresas privadas capitalistas en sociedades anónimas
capitalistas, constituye también el medio para la extensión paulatina de las
empresas cooperativas en una escala más o menos nacional. Las empresas
capitalistas por acciones deben ser consideradas, al igual que las fábricas
cooperativas, como formas de transición entre el régimen capitalista de
producción y el de producción asociada; la única diferencia es que en un caso
el antagonismo aparece abolido negativamente, mientras que en el otro caso
aparece abolido en sentido positivo.
Hasta
aquí hemos examinado el desarrollo del sistema de crédito --y la abolición de
la propiedad del capital que este sistema lleva implícita-- con referencia
principalmente al capital industrial. En los capítulos siguientes estudiaremos
el crédito con referencia al capital a interés como tal, tanto la acción que
ejerce sobre este capital, como la forma que aquí reviste, para lo cual habremos
de consignar aún unas cuantas observaciones específicamente económicas.
Pero
antes, diremos lo siguiente:
Si el
sistema de crédito aparece como la palanca principal d la superproducción y del
exceso de especulación en el comercio es pura y simplemente, porque el proceso
de reproducción, que es por su propia naturaleza un proceso elástico, se ve
forzado aquí hasta el máximo, y se ve forzado porque una gran parte del capita
social es invertido por quienes no son sus propietarios, los cuales lo manejan,
naturalmente, con mayor desembarazo que los propietarios, ya que éstos, cuando
actúan personalmente, tantean de un modo meticuloso los límites y las
posibilidades de su capita privado. No hace más que destacarse así el hecho de
que la valorización del capital basada en el carácter antagónico de la
producción capitalista sólo consiente hasta cierto punto su libre y efectivo
desarrollo, pues en realidad constituye una traba y un límite inmanentes de la
producción, que el sistema de crédito se encarga de romper constantemerte.4
Por consiguiente, el crédito acelera e desarrollo material de las fuerzas
productivas y la instauración de mercado mundial, bases de la nueva forma de
producción, que e misión histórica del régimen de producción capitalista
implantar hasta un cierto nivel. El crédito acelera al mismo tiempo las
explosiones violentas de esta contradicción, que son las crisis, y con ellas
los elementos para la disolución del régimen de producción vigente.
La
doble característica inmanente al sistema de crédito: de una parte, el
desarrollar los resortes de la producción capitalista, el enriquecimiento
mediante la explotación del trabajo ajeno, hasta convertirlos en el más puro y
gigantesco sistema de juego y especulación, reduciendo cada vez más el número
de los contados individuos que explotan la riqueza social y, de otra parte, el
establecer la forma de transición hacía un régimen de producción nuevo. Esta
dualidad es la que da a los principales portavoces del crédito, desde Law hasta
Issac Pereire, esa agradable fisonomía mixta de estafadores y de profetas.
NOTAS
AL PIE DEL CAPÍTULO XXVII
1
“El promedio de la circulación de billetes del Banco de Francia era, en 1812,
106.538,000 francos y en 1818, 101.205,000 francos, mientras que la circulación
en dinero, la masa total de las entradas y los pagos ascendió en 1812, a
2,837.712,000 francos y en 1818 a 9,665.030,000 francos. Por consiguiente, la
proporción entre la circulación operada en Francia en 1812 y en 1818 era de 3 a
1. El gran regulador del ritmo de la circulación es el crédito. Así se explica
por qué una presión violenta sobre el mercado de dinero coincide generalmente
con una circulación plena” (The Currency Theory Reviewed; etc. p.
65). “Entre septiembre de 1833 y septiembre de 1843 se fundaron en Gran Bretaña
cerca de 300 bancos que emitían billetes propios; esto trajo como
consecuencia una reducción de 2 1/2 millones en la circulación de billetes, que
era, a fines de septiembre de 1833, de 36.035,244 libras esterlinas y de
33.518,544 libras a fines de septiembre de 1843” (ob. cit, p. 53). “La
acción maravillosa de la circulación escocesa le permite realizar con 100
libras esterlinas la misma cantidad de operaciones de dinero que en Inglaterra
requieren 420 libras” (ob. cit, p. 55; esto último se refiere
solamente al aspecto técnico de la operación).
2
“Antes de la creación de los bancos, la suma de capital necesaria para que
pudiese funcionar el medio circulante era, desde luego. mayor de lo que exigía
la circulación real de mercancías” (Economist, 1845. p. 238).
3 Véanse, por ejemplo, en el Times [ver. 3, 5 y 7
de diciembre de 1857] las listas de quiebras de un año de crisis como el de 1857
y compárese el patrimonio propio de los quebrados con el volumen de sus deudas.
“El poder adquisitivo de quienes poseen capital y crédito excede con mucho, en
verdad, de todo lo que pueden imaginarse quienes no tienen el menor
conocimiento práctico de lo que son los mercados especulativos”.
(Tooke, Inquiry
into the Currency Principle, p. 79).
“El hombre que tenga
fama de poseer suficiente capital para la marcha normal de sus negocios y
disfrute de un buen crédito en su rama de operaciones puede, si abriga una idea
optimista en cuanto a la coyuntura ascendente del artículo en que trabaja y las
circunstancias le favorecen en los comienzos y en el transcurso de su
especulación, llevar a cabo compras de un volumen verdaderamente enorme en
comparación con su capital” (I. c, p. 137). Los fabricantes, los
comerciantes, etc, hacen todos ellos negocios que rebasan considerablemente los
límites de su capital. Hoy día, el capital puede considerarse mucho más como la
base sobre que descansa un amplio crédito que como el límite de las operaciones
de cambio de un negocio comercial cualquiera” (Economist 1847. p. 1333).
4
Th. Chalmers [On Political Economy, etc, Londres.
1832].
CAPÍTULO XXVIII
MEDIOS DE
CIRCULACIÓN Y CAPITAL CONCEPCIONES DE TOOKE Y DE FULLARTON
La
diferencia entre circulación y capital, tal como la presentan Tooke, 1
Wilson y otros, y en la que aparecen revueltas y confundidas las
diferencias entre los medios de circulación como dinero, como capital-dinero en
general, y como capital a interés (moneyed capital, en el sentido en que
los ingleses emplean esta expresión), puede reducirse a dos aspectos.
El
medio de circulación de una parte como moneda (dinero), cuando sirve de
vehículo a la inversión de renta, es decir, cuando facilita el tráfico
entre los consumidores individuales y los pequeños comerciantes, categoría en la
que hay que incluir a todos los comerciantes que venden a los consumidores; es
decir, a los consumidores individuales, a diferencia de los consumidores
productivos o productores. Aquí, el dinero circula en función de moneda, a pesar
de que repone constantemente capital. Una determinada parte del
dinero de un país se consagra constantemente a esta función, aunque esta parte
se halle formada por distintas monedas, sustituidas continuamente unas por
otras. En cambio, cuando el dinero sirve de vehículo a la transferencia de
capital, ya sea como medio de compra (medio de circulación) o como medio de
pago, es capital. No es, pues, ni su función de medio de compra ni la de medio
de pago la que lo distingue de la moneda, pues también puede actuar como medio
de compra entre unos comerciantes y otros, siempre y cuando que sus compras se
realicen al contado, y como medio de pago entre comerciante y consumidor sí se
concede crédito y la renta se consume primero y luego se paga. La diferencia
consiste, por tanto, en que en el segundo caso este dinero no repone el capital
solamente para una de las partes, para el vendedor, sino que se invierte, se
desembolsa también como capital por la otra parte, por el comprador. La
diferencia es, pues, en realidad, la que medía entre la forma-dinero de la
renta y la forma dinero del capital, pero no la diferencia entre circulación
y capital, pues tanto entre los comerciantes como entre los comerciantes y los
consumidores circula una parte del dinero determinada en cuanto a su
cantidad y en ambas funciones desempeña, por tanto, las funciones
propias de la circulación. La concepción de Tooke siembra aquí la
confusión desde diversos puntos de vista:
1)
confunde las determinaciones funcionales;
2)
involucra la cuestión referente a la cantidad del dinero circulante,
aglutinándolo en sus dos funciones;
3)
involucra el problema referente a las proporciones relativas de las cantidades
de medios de circulación que circulan en ambas funciones y, por tanto, en ambas
esferas del proceso de reproducción.
Sobre
el punto 1: confusión de las determinaciones funcionales. El dinero es, bajo una
de sus formas, circulación (currency) y bajo la otra, capital. Cuando el
dinero actúa en una u otra de estas dos funciones, ya sea para realizar la renta
o para transferir capital, funciona en las compras y las ventas o en los pagos,
como medio de compra o medio de pago, y, en el sentido amplio de la palabra,
como medio de circulación. La otra función con que se presenta en los libros de
quien lo entrega o de quien lo recibe, y en la que representa para él capital o
renta, no hace cambiar esto en lo más mínimo, y ello se manifiesta también de un
doble modo. Aunque las clases de dinero que circulan en ambas esferas son
distintas, las mismas monedas, un billete de cinco libras por ejemplo, pasan de
una órbita a otra y llenan alternativamente las mismas funciones; cosa
inevitable, entre otras razones, porque el comerciante al por menor sólo puede
imprimir a su capital la forma de dinero a través de la moneda que recibe de sus
clientes. Puede darse por supuesto que la verdadera moneda fraccionaría tiene e
centro de gravedad de su circulación en el campo del comercio al por menor; el
pequeño comerciante necesita constantemente esta clase de moneda para el cambio
y la recibe siempre de sus clientes en concepto de pago. Pero recibe también
dinero, es decir moneda en el metal que constituye la medida del valor, por
tanto en Inglaterra, piezas de cinco libras e incluso billetes de banco
principalmente por pequeñas cantidades, v. gr. por 5 y 10 libras.
Estas monedas de oro y estos billetes, unidos tal vez a la moneda fraccionaría
sobrante, las deposita diariamente o semanalmente en su banco y con ellas paga
sus compras, mediante órdenes de pago contra su cuenta corriente bancaria. Pero
todo el público, en su calidad de consumidor, se encarga de retirar también
constantemente de los bancos, directa o indirectamente, como forma-dinero de sus
rentas, estas mismas monedas y estos mismos billetes de banco (por ejemplo, los
fabricantes retiran dinero menudo para el pago de salarios), con lo que refluyen
continuamente a manos de los pequeños comerciantes, volviendo a realizar así una
parte de su capital y también, al mismo tiempo, de su renta. Es ésta una
circunstancia importante, que Tooke pierde totalmente de vista. El valor-capital
sólo existe como tal, en su estado puro, cuando el dinero se invierte como
capital-dinero en el comienzo mismo del proceso de reproducción (libro II,
sección I [ver pp. 27‑36]. En la mercancía producida no existe ya solamente
capital; existe también plusvalía; la mercancía producida no es solamente
capital de por sí, sino algo que se ha convertido ya en capital, capital con la
fuente de la plusvalía a ella incorporada. Por consiguiente, lo que el
comerciante al por menor cede por dinero que refluye a sus manos, o sea, su
mercancía, es para él capital más ganancia, capital más renta.
Pero
además, al refluir el capital circulante al comerciante al por menor, recobra la
forma-dinero de su capital.
Es
completamente falso, por tanto, querer convertir la diferencia entre la
circulación, como circulación de renta y como circulación de capital, en una
diferencia entre circulación y capital. En Tooke, semejante modo de expresarse
obedece al hecho de que este autor se sitúa sencillamente en el punto de vista
del banquero que emite billetes de banco propios. El importe de sus billetes,
que se halla constantemente (aunque formado siempre por billetes distintos) en
manos del público, funcionando como medio de circulación, no le cuesta más que
el papel y los gastos de impresión. Estos billetes son títulos de deuda (letras
de cambio) en circulación emitirlos contra él mismo, pero que le aportan dinero
y le sirven, por tanto, como medio para la valorización de su capital. Pero son
algo distinto de su capital, tanto del propio como del recibido de otros. Y es
de aquí de donde surge para él una diferencia especial entre la circulación y el
capital. la cual, sin embargo no tiene nada que ver con los conceptos como
tales. y menos aún con el modo como Tooke los determina.
La
distinta función --el hecho de que funcione como forma-dinero de la renta
o como forma-dinero del capital-- no hace cambiar por el momento en lo más
mínimo el carácter del dinero como medio de circulación; el dinero conserva este
carácter lo mismo cuando desempeña una que cuando desempeña otra función. Claro
está que cuando aparece como la forma-dinero de la renta funciona más
bien como verdadero medio de circulación (moneda, medio de compra), por razón de
la dispersión de estas compras y ventas y porque la mayoría de los que gastan
sus ingresos, que son los obreros, pueden comprar relativamente poco a crédito,
mientras que en las operaciones del mundo comercial, donde el medio de
circulación es la forma-dinero del capital, el dinero funciona fundamentalmente
como medio de pago, en parte por virtud de la concentración y en parte porque
aquí predomina el sistema de crédito. Pero la diferencia existente entre el
dinero como medio de pago y el dinero como medio de compra (medio de
circulación) es una diferencia inherente al dinero mismo y no una diferencia
existente entre el dinero y el capital. El hecho de que en el comercio al por
menor circulen más cobre y plata y en el comercio al por mayor más oro no quiere
decir que la diferencia entre la plata y el cobre, de una parte, y de otra el
oro sea una diferencia entre circulación y capital.
Sobre el punto 2: el problema sobre la cantidad del dinero
circulante de un modo global en ambas funciones. Tan pronto como el dinero
circula, sea como medio de compra o como medio de pago --en una o en otra de
estas dos órbitas e independientemente de su función de realizar renta o
capital--, rigen en cuanto a la cantidad de su masa circulante las leyes
expuestas más arriba al estudiar la circulación simple de mercancías (libro I,
cap. III, 2, b
[pp. 79‑88]).
El grado de velocidad de circulación y, por tanto, el número de
veces que las mismas monedas repiten en un determinado periodo de tiempo la
misma función de medios de compra y de pago, la masa de las compras y ventas
simultáneas, los pagos respectivos, la suma de precios de las mercancías
circulantes y, finalmente. las balanzas de pagos que han de saldarse en el
mismo período de tiempo, determinan en ambos casos la masa del dinero
circulante, la masa de la currency. El hecho de que el dinero que así
funciona sea para quien lo paga o quien lo recibe capital o renta es
indiferente, no altera en lo más mínimo los términos del problema. Su masa se
determina pura y simplemente por su función como medio de compra y de pago.
Sobre
el punto 3: problema de las proporciones relativas de las cantidades de medios
de circulación que circulan en ambas funciones y, por tanto, en ambas órbitas
del proceso de reproducción. Las dos órbitas de circulación se hallan
íntimamente relacionadas entre sí, en el sentido de que, de una parte, la masa
de las rentas que han de invertirse expresan el volumen del consumo, mientras
que de otra parte, la magnitud de las masas de capital que circulan en la
producción y en el comercio expresan el volumen y la velocidad del proceso de
reproducción. No obstante, las mismas circunstancias obran de un modo distinto
e incluso en sentido opuesto sobre las cantidades de las masas de dinero
circulantes en ambas funciones u órbitas o en las cantidades de la circulación,
que es la expresión bancaria empleada por los ingleses. Y esto da nuevo
aliciente a la absurda distinción de Tooke entre circulación y capital. El
hecho de que los señores de la teoría de la currency confundan dos cosas
dispares no es, ni mucho menos, una razón para presentarlas como distinciones de
conceptos.
En
épocas de prosperidad, de gran expansión, de aceleración y energía del proceso
de reproducción, los obreros trabajan a pleno rendimiento. La mayoría de las
veces, se produce también en estos casos una subida de salarios que viene a
compensar, en cierto modo, el descenso de los mismos por debajo de su nivel
medio tal como se presenta en otros períodos del ciclo comercial. Al mismo
tiempo, aumentan considerablemente las rentas de los capitalistas. El consumo
aumenta con carácter general. Suben también de un modo regular los precios de
las mercancías, por lo menos en distintas ramas comerciales decisivas. Todo
esto hace que aumente la cantidad del dinero circulante, por lo menos dentro de
ciertos limites. ya que la mayor velocidad de circulación contrarresta, a su
vez, el aumento de la masa de los medios circulantes. Como la parte de la renta
social que se halla formada por el salario es desembolsada originariamente por
el capitalista industrial en forma de capital variable y siempre en forma de
dinero, en tiempos de prosperidad se necesita una cantidad mayor de dinero para
su circulación. Pero no debemos hacerlo figurar en cuenta dos veces: una vez
como dinero necesario para la circulación del capital variable y otra vez como
dinero necesario para la circulación de la renta de los obreros. El dinero que
se paga a los obreros en concepto de salarios es gastado por los obreros en el
comercio al por menor, con lo cual refluye sobre poco más o menos semanalmente
a los bancos como depósitos de los pequeños comerciantes, después de servir de
vehículo, en ciclos más pequeños, a diversas operaciones intermedias. En épocas
de prosperidad, el reflujo del dinero para los capitalistas industriales se
desarrolla sin entorpecimiento, por lo cual su necesidad de disponibilidades de
dinero no aumenta por el hecho de que tengan que pagar más salarios, de que
necesiten más dinero para la circulación de su capital variable.
El
resultado total a que llegamos es que en los períodos de prosperidad aumenta de
un modo decisivo la masa de los medios de circulación destinados a la inversión
de las rentas.
Por
lo que se refiere a la circulación necesaria para la transferencia de
capitales, es decir, solamente entre los mismos capitalistas, estos periodos
prósperos son al mismo tiempo los períodos del crédito más elástico y más fácil.
La velocidad de la circulación entre unos capitalistas y otros se halla
directamente regulada por el crédito, y la masa de los medios de circulación
necesaria para saldar los pagos e incluso para las compras al contado disminuye,
por tanto, relativamente. Puede crecer en términos absolutos, pero disminuye
desde luego relativamente, si se la compara con la expansión del proceso de
reproducción. De una parte, se liquidan pagos mayores de masa sin que medie
dinero alguno: de otra parte, dada la gran vivacidad del proceso, impera un
movimiento más rápido de las mismas cantidades de dinero, tanto en cuanto medio
de compra como en cuanto medio de pago. La misma masa de dinero sirve de
vehículo al reflujo de un número mayor de capitales individuales.
Vista
en su conjunto, la circulación de dinero aparece, en estos periodos, en su
plenitud (full), si bien la segunda parte de ella (transferencia de
capitales) se contrae relativamente, por lo menos, mientras que la primera parte
(gasto de rentas) se extiende en valor absoluto.
Los
reflujos expresan la reconversión del capital-mercancías a dinero, D - M -
D', como hemos visto al examinar el proceso de reproducción (libro II,
sección I, 3, pp. 39-49). El crédito hace que el reflujo en forma de dinero sea
independiente del momento del reflujo real, tanto para el capitalista
industrial como para el comerciante. Ambos venden a crédito; su mercancía
se enajena, pues, antes de que vuelva a convertirse en dinero para el vendedor,
antes, por tanto, de que revierta a sus manos en forma de dinero. Por otra
parte, tanto el capitalista industrial como el comerciante compran a crédito,
con lo cual el valor de su mercancía vuelve a convertirse para ellos ya en
capital productivo, ya en capital-mercancías antes de que este valor se haya
convertido realmente en dinero, antes de que el precio de las mercancías haya
vencido y se haya pagado. En estos períodos de prosperidad, el reflujo se
desarrolla de un modo fácil y sin entorpecimiento. El pequeño comerciante paga
con seguridad al comerciante al por mayor, éste al fabricante, el fabricante al
importador de las materias primas. etc. La apariencia de reflujos rápidos y
seguros sigue manteniéndose durante mucho tiempo, aun cuando ya no responda a
la realidad, gracias al crédito, una vez que éste se pone en marcha, puesto que
los reflujos basados en el crédito sustituyen a los reflujos reales. Los bancos
empiezan a recelar tan pronto como sus clientes tienden a pagarles más en
letras que en dinero. (Véase la declaración del director del Banco de Liverpool
supra, pp. 432 s.)
Debemos insertar aquí algo expuesto ya por nosotros con anterioridad: “En
épocas en que predomina el crédito la velocidad de la circulación de dinero
crece más rápidamente que los precio de las mercancías,
mientras que cuando el crédito amengua los precios de las mercancías disminuyen
mas lentamente que la velocidad de la circulación”. (Zur Kritik der
politischen Oekonomie (37) [Berlín] 1859, pp. 83 y 84.).
En
los períodos de crisis ocurre al revés. La circulación núm.1 se contrae, los
precios bajan y bajan también los salarios; el número de obreros en activo se
restringe, la masa de las operaciones de circulación disminuye. En cambio, en la
circulación núm. 2 aumenta, a medida que disminuye el crédito, la necesidad de
disponibilidades de dinero, punto en el cual insistiremos más adelante.
No
cabe la menor duda de que al disminuir el crédito, cosa que coincide con la
paralización del proceso de reproducción, la masa de circulación necesaria para
el núm. 1, desembolso de las rentas disminuye, aumentando en cambio la que se
necesita para el núm. 2, transferencia de capital. Pero hay que investigar hasta
qué punto esta tesis es idéntica a la establecida por Fullarton y otros: “La
demanda de capital a préstamo y la demanda de medios adicionales de circulación
son cosas completamente distintas y no suelen coincidir” 2
En
primer lugar, es evidente que en el primero de los dos casos señalados más
arriba, en tiempos de prosperidad, en que tiene que aumentar necesariamente la
masa de los medios circulantes, crece la demanda de ellos. Pero es asimismo
evidente que por el hecho de que un fabricante retire de su cuenta corriente en
el banco mayor cantidad en oro o billetes de banco, porque se vea obligado a
desembolsar más capital en forma de dinero, no aumenta su demanda de capital,
sino que aumenta solamente su demanda de esta forma específica en que desembolsa
su capital. La demanda versa solamente sobre la forma técnica en que lanza su
capital a la circulación. Del mismo modo que, según el distinto grado de
desarrollo del sistema de crédito, el mismo capital variable, por ejemplo, la
misma cantidad de salarios, requiere en un país una masa mayor de medios de
circulación que en otro, en Inglaterra v. gr, más que en Escocia y
en Alemania más que en Inglaterra. Y en la agricultura acontece, análogamente,
que el mismo capital puesto en funciones en el proceso de reproducción requiere
para poder funcionar distintas cantidades de dinero según las distintas
estaciones del año.
Pero
la distinción, tal como Fullarton la establece, no es exacta. No es, ni mucho
menos, como él sostiene, la intensa demanda de préstamos lo que distingue los
períodos de paralización de los períodos de prosperidad, sino la facilidad con
que en los tiempos prósperos satisface esta demanda y la
dificultad con que tropieza en cuanto sobreviene crédito durante la fase de
prosperidad y, por tanto, el enorme aumento de la demanda de capital prestado y
la facilidad con que la oferta se pone a disposición en estos periodos, lo que
provoca el estancamiento del crédito en las épocas de paralización. No es,
pues, la diferencia en cuanto a la magnitud de la demanda de capital prestado lo
que caracteriza a ambos períodos.
Como
ya hemos dicho más arriba, ambos periodos se distinguen, en primer lugar, por
el hecho de que en las épocas de prosperidad predomina la demanda de medios de
circulación entre consumidores y comerciantes y en el período de reflujo la
demanda de medios de circulación entre capitalistas, mientras que en las épocas
de paralización de negocios disminuye la primera y aumenta la segunda.
Ahora
bien, lo que a Fullarton y otros les llama la atención como lo decisivamente
importante es el fenómeno de que en las épocas en que aumentan las securities
--las prendas y las letras de cambio-- en manos del Banco de
Inglaterra, su circulación de billetes disminuye, y viceversa. Pero la cuantía
de las securities expresa el volumen de las disponibilidades de dinero,
de las letras descontables y de los anticipos sobre títulos y valores
negociables. Por eso Fullarton dice, en el pasaje citado más arriba, pp. 425-26,
nota 2; los títulos y valores securities (40) que se hallan en posesión
del Banco de Inglaterra varían casi siempre en razón inversa a su circulación de
billetes, y esto confirma la vieja tesis, tan acreditada en la banca privada, de
que ningún banco puede extender su emisión de billetes por encima de una
determinada cantidad, que la necesidad de su público señala; y si quiere hacer
anticipos por encima de esta cantidad, deberá hacerlos de su capital, bien
liquidando títulos y valores, bien empleando para ello ingresos en dinero que de
otro modo habrían invertido en títulos y valores.
Pero
aquí se pone también de manifiesto lo que Fullarton entiende por capital. ¿Qué
quiere decir aquí capital? Que el banco no puede seguir haciendo anticipos con
sus propios billetes, promesas de pagos que a él no le cuestan, naturalmente,
nada. ¿Con qué hace, entonces, sus anticipos? Con el importe obtenido de la
venta de securities in reserve [títulos y valores de su reserva], es
decir, de valores del Estado, acciones y otros títulos rentables. ¿Pero, a
cambio de qué vende estos valores? A cambio de dinero, de oro o de billetes de
banco, en la medida en que éstos sean medios legales de pago, como lo son los
del Banco de Inglaterra. Por tanto, lo que anticipa es siempre y en cualquier
circunstancia, dinero. Pero ahora este dinero forma parte de su capital. La cosa
es clara cuando se anticipa oro. Si se anticipan billetes de banco, estos
billetes representan ahora capital, porque tienen un valor efectivo, el de los
títulos y valores enajenados a cambio de ellos. Tratándose de bancos privados,
los billetes que afluyen a ellos mediante la venta de títulos y valores sólo
podrán ser, por regla general, billetes del Banco de Inglaterra o billetes suyos
propios, puesto que otros difícilmente se aceptarán en pago de los títulos y
valores vendidos. Pero sí se trata del mismo Banco de Inglaterra, sus propios
billetes, al recobrarlos, le cuestan capital, es decir títulos rentables.
Además, con ello retira de la circulación sus propios billetes. Si vuelve a
emitir estos billetes o emite en vez de ellos otros nuevos por el mismo importe,
esta emisión representa, por tanto, un capital. Y estos billetes representan
capital, lo mismo sí se emplean para hacer anticipos a capitalistas que sí más
tarde, al disminuir la demanda de estas disponibilidades de dinero, se emplean
para realizar nuevas inversiones en títulos y valores. En cualquiera de los
casos, la palabra capital sólo se emplea aquí en un sentido bancario, en el que
significa que el banquero se ve obligado a prestar algo más que su simple
crédito.
Como
es sabido, el Banco de Inglaterra hace todos sus anticipos en sus propios
billetes. Sí a pesar de ello la circulación de billetes del Banco disminuye, por
regla general, en la misma proporción en que aumentan las letras descontadas y
las prendas que se hallan en su poder, es decir, los anticipos hechos por él,
¿qué ocurre con los billetes puestos en circulación? ¿Cómo refluyen al Banco?
Por de pronto, sí la demanda de disponibilidades de dinero
responde a una balanza nacional de pagos desfavorable y sirve de vehículo, por
tanto, a una retirada de oro, la cosa es muy sencilla. Las letras se descuentan
en billetes de banco. Los billetes se canjean en el Banco mismo, en el issue
department (41) por oro, y el oro es exportado. Es exactamente lo
mismo que si el Banco, al descontar las letras, pagase directamente en oro, sin
recurrir a la mediación de los billetes. Esta demanda ascendente --que, en
ciertos casos, llega hasta 7 y 10 millones de libras esterlinas-- no añade,
naturalmente, ni un solo billete de cinco libras a la circulación interior del
país. Cuando se dice que aquí el banco adelanta capital y no medios de
circulación, esto tiene un doble sentido. En primer lugar, significa que no
adelanta crédito, sino un valor real, una parte de su capital propio o del
capital depositado en sus arcas. En segundo lugar, que no adelanta dinero para
la circulación interior, sino para la circulación internacional, dinero mundial;
para lo cual es necesario que el dinero revista siempre su forma de tesoro, su
corporeidad metálica; forma donde no es solamente forma de valor, sino igual al
valor del que es la forma monetaria. Y aunque este oro representa, tanto para el
banco como para el exportador de oro, capital, capital bancario o capital
comercial, la demanda que surge no se refiere a él como tal capital, sino como
la forma absoluta del capital-dinero. Esta demanda surge precisamente en el
momento en que los mercados extranjeros se hallan abarrotados de capital-mercancías
inglés irrealizable. Por tanto, lo que se apetece no es el capital como tal
capital, sino el capital como dinero, bajo la forma en que el dinero
es la mercancía general del mercado mundial; y ésta es su forma originaria como
metal precioso. Por consiguiente, los reflujos de oro no son, como sostienen
Fullarton, Tooke y otros, a mere question of capital, sino a question
of money (42), aun cuando en una función específica. El hecho de que
no se trate de un problema de circulación interior, como afirman las
gentes de la teoría de la currency, no prueba en modo alguno, como
sostienen Fullarton y otros, que se trate de una simple question of capital.
Se trata de una question of money bajo la forma en que el dinero
constituye un medio internacional de pago. “Si este capital [el precio de compra
de los millones de quarters de trigo extranjero, después de una mala
cosecha dentro del país] se transfiere en mercancías o en dinero contante es un
punto que no afecta en modo alguno a la naturaleza de la operación”.
(Fullarton, ob.
cit, p. l3l.)
Pero sí afecta muy
considerablemente al problema de sí se produce o no una retirada de oro. El
capital se traspasa bajo la forma de metal precioso porque no puede traspasarse,
o sólo a costa de grandes pérdidas, en forma de mercancías. El miedo que el
moderno sistema bancario tiene a las retiradas de oro sobrepuja a todo lo que,
en su tiempo, pudo llegar a soñar el sistema monetario, para el que sólo los
metales preciosos constituían la verdadera riqueza. Fijémonos, por ejemplo, en
la siguiente declaración del gobernador del Banco de Inglaterra, Morris, ante la
comisión parlamentaria sobre la crisis de 1847-48: “3,846.
(Pregunta:) Cuando hablo de la depreciación de los stocks y del capital
fijo, ¿no sabe usted que todo el capital invertido en stocks y productos
de todo género se habían depreciado del mismo modo; que el algodón en rama, la
seda en rama, la lana en bruto se enviaban al continente a los mismos precios
irrisorios y que el azúcar, el café y el té se vendían con grandes pérdidas como
en las ventas forzosas? Era inevitable que el país sufriese una pérdida
considerable para hacer frente a la salida de oro que se habría
producido como consecuencia de la importación en masa de medios de
subsistencia.” “3,848. ¿No opina usted que habría sido preferible
recurrir a los 8 millones de libras esterlinas atesorados en el Banco, en vez
de esforzarse en recobrar el oro a costa de tales sacrificios? --No, no opino
eso--. Como se ve, es el oro lo que aquí se considera como la única riqueza.
El
descubrimiento de Tooke citado por Fullarton, a saber: que, salvo una o dos
excepciones que pueden ser explicadas satisfactoriamente, toda baja notable en
el curso del cambio producida durante el último medio siglo y seguida de una
retirada del oro, ha coincidido siempre con un nivel relativamente bajo de los
medios de circulación y viceversa (Fullarton, p. 121) demuestra que estas
retiradas del oro se producen, generalmente después de un período de animación y
especulación, como “signo de un crack ya iniciado, como síntoma de
mercados abarrotados, de cesación de la demanda de nuestros productos en el
extranjero, de reflujos más lentos y, como consecuencia necesaria de todo
esto, de falta de confianza en el comercio, de cierre de fábricas, de hambre de
obreros y de una paralización general de la industria y el comercio” (p. 129).
Es ésta, naturalmente, al mismo tiempo, la mejor refutación de la tesis
sostenida por los mantenedores de la currency de que a full
circulation drives out bullion and a low circulation attracts it, (43).
Por el contrario, aunque en las épocas de prosperidad existe generalmente
una fuerte reserva de oro en el Banco de Inglaterra, esta reserva se forma
siempre en los períodos lánguidos de estancamiento que siguen a la
tormenta.
Toda
la sabiduría de que se hace gala con respecto a las salidas del oro
consiste en decir que la demanda de medios internacionales de circulación
y de pago difiere de la demanda de medios interiores de pago y
circulación (de donde se deriva por sí mismo que “the existence of a
drain does not necessarily imply any diminution of the internal demand for
circulation” (44), como Fullarton dice en la p. 112), y que la
exportación de metales preciosos, su lanzamiento a la circulación internacional,
es algo distinto al lanzamiento de billetes de banco o monedas a la circulación
interior. Por lo demás, ya hemos señalado más arriba [tomo I, p. 108] que el
movimiento del tesoro concentrado como fondo de reserva para los pagos
internacionales no guarda de por sí relación alguna con el movimiento del
dinero como medio de circulación. Es cierto que constituye una complicación el
hecho de que las distintas funciones del tesoro que aquí han sido expuestas,
derivándolas de la naturaleza del dinero --su función de fondo de reserva para
medios de pago, para pagos vencidos en el interior del país, de fondo de reserva
de medios de circulación, y finalmente de fondo de reserva del dinero mundial--,
se atribuyen a un fondo de reserva único, de donde se sigue asimismo que, en
ciertas circunstancias, una retirada del oro del Banco en el interior del país
puede combinarse con la retirada al extranjero. Otra complicación es la que
supone la otra función que arbitrariamente se atribuye a este tesoro: la de
servir de fondo de garantía para la convertibilidad de billetes de banco, en
aquellos países donde se halla desarrollado el sistema de crédito y el dinero
crediticio. Y a esto hay que añadir, por último: 1° la concentración del fondo
nacional de reserva en un solo banco central; 2° su reducción al mínimo. De aquí
también la queja de Fullarton (p. 143): “No es posible contemplar la completa
calma y la facilidad absoluta con que en los países del continente suelen
transcurrir las alteraciones del curso del cambio (of the exchange),
en contraste con el estado de inquietud febril y con la conmoción que en
Inglaterra se producen siempre que las reservas del Banco parecen acercarse a su
agotamiento total, sin dejarse impresionar por las grandes ventajas que en este
sentido tiene una circulación de tipo metálico”.
Pero,
prescindiendo del reflujo del oro, ¿cómo un banco que emite billetes, el Banco
de Inglaterra, por ejemplo, puede aumentar la cuantía de las disponibilidades de
dinero concedidas por él sin aumentar su emisión de billetes?
Todos
los billetes que se hallan fuera de las paredes del banco, ya estén en
circulación o se hallen atesorados por particulares, están, por lo que al banco
mismo se refiere, en circulación, es decir, fuera del poder del banco. Por
consiguiente, si éste extiende sus descuentos y préstamos sobre valores, sus
anticipos sobre securities, los billetes entregados en estas
operaciones deberán refluir a sus manos, pues de otro modo engrosarán la cuantía
de la circulación, que es precisamente lo que se trata de evitar. Este reflujo
puede operarse de dos modos.
Primero: El
banco paga a A billetes a cambio de títulos o valores; A paga a B, con los
billetes, las letras vencidas y B vuelve a depositar los billetes en el banco.
Con ello termina la circulación de estos billetes, pero el préstamo subsiste.
(The loan remains, and the currency, if not wanted, finds its way bach to the
issue.
(45) Fullarton, p. 97.) Los billetes anticipados por el
banco a A retornan ahora a manos de aquél; en cambio, el banco se convierte en
acreedor de A o del librado en la letra descontada por A, en deudor de B por la
suma de valor expresada en estos billetes, y B dispone así de una parte
equivalente del capital del banco.
Segundo:
A paga a B y el
propio B o C, a quien B ha entregado los billetes en pago, paga con ellos al
banco, directa o indirectamente, letras vencidas. En este caso, al banco se le
paga con sus propios billetes. Con esto queda terminada la operación (faltando
solamente que A vuelva a pagar al banco).
Ahora
bien, ¿hasta qué punto puede considerarse el adelanto del banco a A como
anticipo de capital, o simplemente como anticipo de medios de pago? 3
(Esto
dependerá de la naturaleza del mismo anticipo. Hay que examinar, por tanto, tres
casos.
Primer caso.
A recibe del
banco las sumas adelantadas a base de su crédito personal, sin entregar a cambio
de ello garantía alguna. En este caso, no se les anticipan solamente medios de
pago, sino que se le entrega también, incondicionalmente, un nuevo capital, que
hasta su devolución puede emplear y valorizar en su empresa como capital
adicional.
Segundo caso.
A ha pignorado al
banco valores, títulos de la Deuda pública o acciones, obteniendo a cambio un
anticipo de dinero contante por dos tercios, supongamos, del valor de aquellos
títulos en el día en que se realiza la operación. En este caso, A obtiene los
medios de pago que necesitaba, pero no un capital adicional, puesto que ha
entregado al banco un valor-capital mayor del que recibe. Pero este
valor-capital, aun siendo mayor, no era apto para sus necesidades momentáneas
--medios de pago--, porque se hallaba invertido rentablemente en una determinada
forma: por otra parte, A tenia sus razones para no convertirlo directamente en
medios de pago, vendiéndolo. Sus títulos y valores tenían, entre otras, la
finalidad de servir de capital de reserva y como tal lo pone A en funciones.
Por consiguiente, entre A y el banco se opera una transferencia temporal y
recíproca de capital, de tal modo que A no recibe un capital adicional (por el
contrario), pero si los medios de pago que necesitaba. En cambio, para el banco
la operación realizada constituye una inversión temporal de capital-dinero en
forma de préstamo, la transformación de capital-dinero de una forma en otra,
transformación que es precisamente la función esencial de las operaciones
bancarias.
Tercer caso.
A descuenta una
letra en el banco y recibe su importe en dinero contante, deduciendo el
descuento. En este caso vende al banco un capital-dinero en forma no líquida por
el importe de su valor en forma liquida, la letra aún no vencida por dinero
contante. La letra es ahora propiedad del banco. No importa que, en caso de
falta de pago del último endosante, A responda al banco del importe de la letra;
esta responsabilidad la comparte con los demás endosantes y con el librador,
contra los cuales puede ejercer, a su vez, la acción de reembolso. Esta
operación no implica, por tanto, un anticipo, sino un simple acto de
compra-venta. Por eso A no tiene nada que reembolsar al banco, el cual se
reembolsa por si mismo haciendo efectiva la letra en el momento de su
vencimiento. Se trata también de una transferencia mutua de capital entre A y el
banco, exactamente igual a la que se opera en la compra-venta de cualquier otra
mercancía, razón por la cual A no, obtiene capital adicional alguno. Lo que A
necesitaba y ha obtenido son medios de pago; y los ha obtenido con la operación
mediante la cual el banco le ha convertido una forma de su capital-dinero: la
letra, en otra forma: el dinero.
Por
consiguiente, sólo en el primer caso puede decirse que existe un verdadero
anticipo de capital. En el segundo caso y en el tercero existe solamente, a lo
sumo, en el sentido en que puede decirse que se “anticipa capital” en una
inversión de capital cualquiera. En este sentido anticipa el banco
capital-dinero a A; más para A sólo es capital-dinero, en el sentido de
que constituye, en general, una parte de su capital. Y no lo solicita ni lo
emplea especialmente como capital, sino específicamente como medio de pago. De
otro modo cualquier venta pura y simple de mercancías con la que se obtienen
medios de pago podría ser considerada como un anticipo del capital. F. E.).
En
los bancos privados que emiten billetes existe la diferencia de que, caso de que
sus billetes no permanezcan en la circulación local ni vuelvan a sus manos en
forma de depósitos o para el pago de las letras vencidas, estos billetes van a
parar a manos de gentes a las cuales tienen que cambiárselos por el oro o
billetes del Banco de Inglaterra. Por donde, en este caso, el anticipo de sus
billetes representa en realidad un anticipo de billetes del Banco de Inglaterra
o, lo que para ellos equivale a lo mismo, de oro, es decir, de una parte de su
capital bancario. Y otro tanto puede decirse del caso en que el mismo Banco de
Inglaterra u otro banco cualquiera sometido a un límite máximo legal de emisión
de billetes tenga que vender títulos o valores para retirar sus propios billetes
de la circulación y entregarlos otra vez en forma de anticipos: sus propios
billetes representan aquí una parte de su capital bancario movilizado.
Aun
cuando la circulación fuese puramente metálica, podría ocurrir simultáneamente:
1° que una retirada del oro [aquí se alude, manifiestamente, a una retirada
del oro que emigra, por lo menos parcialmente, al extranjero. F. E.]
vaciase las arcas de las reservas: 2°, puesto que el oro, fundamentalmente, sólo
lo necesitan los bancos para saldar pagos (para liquidar transacciones ya
efectuadas), sus anticipos sobre títulos y valores podrían aumentar
considerablemente, pero refluyendo a ellos en forma de depósitos o como
reembolso de las letras ya vencidas, de tal modo que, por una parte, al aumentar
los títulos y valores en la cartera del banco, disminuyese la reserva total de
éste y que, por otra parte, retuviese ahora como deudor de sus depositarios la
misma suma que antes poseía como propietario, reduciéndose finalmente la masa
total de los medios circulantes.
Hasta
aquí hemos partido del supuesto de que los anticipos se hacían en billetes de
banco, traduciéndose por tanto en un aumento momentáneo, aunque llamado a
desaparecer enseguida, de la emisión de billetes. Pero no es necesario que
ocurra así. En vez de entregarle billetes, el banco puede abrir a A un crédito
en sus libros, haciendo que éste, su deudor, se convierta en su depositante
imaginario. A pagará a sus acreedores con cheques sobre el banco y los que
reciben estos cheques los traspasarán a su banquero, el cual los canjeará en la
Clearing House por los cheques extendidos contra él. En este caso, no
median para nada billetes y toda la operación se reduce a que el banco salde con
un cheque extendido contra él mismo la reclamación que puede hacer,
reembolsándose realmente con el crédito que le asiste contra A. En este caso, le
adelanta una parte de su capital bancario, puesto que le cede una parte de sus
propios créditos.
Cuando esta demanda de disponibilidad de dinero es demanda de capital, versa
solamente sobre capital-dinero, capital desde el punto de vista del banquero,
sobre oro --en los casos de retirada del oro al extranjero-- o sobre billetes
del banco nacional, que la banca privada sólo puede adquirir mediante compra a
cambio de un equivalente y que para ella representan, por tanto, capital. O se
trata, finalmente, de valores rentables, de títulos del Estado, de acciones, etc,
que es necesario vender para obtener oro o billetes de banco. Ahora bien.
estos valores, cuando se trata de títulos del Estado. sólo son capital para
quien los ha comprado, para quien por tanto representan su precio de compra, el
capital invertido en ellos; de por sí no son tal capital, sino simples títulos
de crédito; si se trata de hipotecas, son simples derechos a percibir las rentas
futuras de la tierra, y si se trata de acciones, simples títulos de propiedad
que autorizan a percibir la plusvalía futura. Ninguno de estos objetos
representa verdadero capital, forma parte integrante del capital ni constituye
de por si un valor. También. y por medio de operaciones parecidas, puede
convertirse en depósito el dinero perteneciente al banco, con lo cual éste se
convierte de propietario en deudor del mismo, es decir, lo retiene por otro
título posesorio. Pero aunque esto sea muy importante para él, no altera en lo
más mínimo la masa del capital, incluso del capital-dinero, existente dentro del
país. Por consiguiente, el capital sólo figura aquí como capital-dinero. y si no
existe bajo la forma real de dinero existe como simple título de capital. Y esto
es muy importante, pues la escasez y la demanda de capital bancario se
confunden con una disminución del capital real, que en estos casos existe, por
el contrario, en excesiva abundancia, bajo la forma de medios de producción y de
productos, que hacen presión sobre los mercados.
Es,
pues, muy fácil explicar cómo crece la masa de los títulos y valores retenidos
por el banco como garantía y cómo, por tanto, el banco puede atender a la
creciente demanda de disponibilidades de dinero aunque la masa global de los
medios de circulación permanezca estacionaria o incluso disminuya. En tales
épocas de penuria de dinero, esta masa global se mantiene dentro de ciertos
límites de un doble modo: 1° por la retirada del oro; 2° por la
demanda de dinero como simple medio de pago, allí donde los billetes entregados
refluyen inmediatamente o donde, por medio del crédito abierto en los libros,
las transacciones se desarrollan sin necesidad de entregar billetes; donde, por
tanto, es una simple transacción de crédito la que sirve de vehículo a los pagos
cuyo saldo era la única finalidad perseguida por la operación. Es característica
del dinero que cuando funciona simplemente para saldar pagos (y en tiempos de
crisis se buscan anticipos para pagar, no para comprar; para liquidar
operaciones anteriores, no para iniciar otras nuevas) su circulación tiende
siempre a desaparecer, incluso allí donde el saldo se realiza por medio de
simples operaciones de crédito, sin que intervenga para nada el dinero, que, por
tanto, en caso de gran demanda de disponibilidades de dinero, pueda efectuarse
una masa enorme de estas transacciones sin necesidad de ampliar la circulación.
Pero el simple hecho de que la circulación del Banco de Inglaterra se mantenga
estacionaria, e incluso disminuya, simultáneamente con una fuerte disponibilidad
de dinero facilitada por él, no prueba en modo alguno con evidencia, como
entienden Fullarton, Tooke y otros (a consecuencia de su error consistente en
creer que la disponibilidad de dinero equivale a la obtención de capital on
loan (46) de capital adicional), que la circulación del dinero (de los
billetes de banco) no aumente y se extienda en su función de medios de pago.
Como la circulación de los billetes como medios de compra disminuye en los
tiempos de paralización de los negocios en que se necesita de una fuerte
disponibilidad de dinero, su circulación como medio de pago puede aumentar y,
sin embargo, permanecer estable e incluso disminuir la suma global de la
circulación, la suma de los billetes de banco que funcionan como medios de
compra y de pago. La circulación, como medio de pago, de los billetes de banco
que refluyen inmediatamente al banco emisor no es, desde el punto de vista de
estos economistas, tal circulación.
Sí la
circulación como medio de pago aumentase en mayor grado de lo que disminuye su
circulación como medio de compra, aumentaría la circulación global, aunque
disminuyese considerablemente, en cuanto a la masa, el dinero que funciona como
medio de compra. Y esto es lo que realmente ocurre en ciertos momentos de la
crisis, a saber, cuando se derrumba totalmente el crédito, a consecuencia de lo
cual no sólo son invendibles las mercancías y los títulos y valores, Sino que se
hace también imposible descontar las letras y no se admiten más que los pagos al
contado, o como los comerciantes dicen, el dinero contante y sonante. Fullarton
y otros autores no comprenden que la circulación de los billetes de banco como
medios de pago es precisamente lo característico de estas épocas de penuria de
dinero: por eso consideran este fenómeno como algo fortuito. “Refiriéndonos
nuevamente a esos ejemplos de pugna violenta por la posesión de billetes de
banco, que caracteriza las épocas de pánico y que a veces puede conducir, como
ocurrió a fines del año 1825, a un acrecentamiento súbito, aunque transitorio,
de la emisión de billetes y que incluso se mantiene durante las retiradas del
año 1825, a un acrecentamiento súbito, aunque transitorio, de naturales y
necesarios de un curso bajo del cambio; en tales casos, la demanda no versa
sobre la circulación [debiera decir sobre la circulación como medios de compra],
sino sobre el atesoramiento; es una demanda que parte de banqueros y
capitalistas asustados y que se presenta con carácter general en la última fase
de la crisis [por tanto, demanda de billetes de banco], como
reserva de medios de pago, después de un largo período de retirada del oro, y
presagia su fin” (Fullarton, p. 130).
Ya al
tratar del dinero como medio de pago (libro I, cap. III, 3, b [páginas 101 s.]
expusimos cómo al interrumpirse violentamente la cadena de los pagos, el dinero
se trueca de una forma puramente ideal en la forma real y a la par absoluta del
valor frente a las mercancías. Algunos ejemplos de esto que decimos pueden verse
allí mismo (notas 52 y 53). Esta interrupción es en parte efecto y en parte
causa del quebrantamiento del crédito y de las circunstancias que lo acompañan:
abarrotamiento de los mercados, depreciación de las mercancías, interrupción de
la producción, etcétera.
Pero
es evidente que Fullarton convierte la distinción existente entre el dinero como
medio de compra y el dinero como medio de pago en la falsa distinción entre la
currency y el capital. Punto de vista que al igual que otros suyos,
obedece a la estrecha concepción de banquero que este autor tiene de la
circulación.
Aún
podría investigarse si lo que escasea en estas épocas de penuria es el capital
o el dinero en su función de medio de pago. Lo cual es, como se sabe, objeto de
controversia.
En
primer lugar, cuando la penuria se manifiesta en la retirada del oro, es
evidente que lo que se busca es el medio internacional de pagos. Y el dinero, en
su función de medio internacional de pagos, es el oro en su corporeidad
metálica, como sustancia de valor por sí, como masa de valor. Es, al mismo
tiempo, el capital, pero no como capital-mercancías, sino como capital-dinero,
capital no en forma de mercancías, sino en forma de dinero (y, concretamente, de
dinero en el sentido eminente de la palabra, en el sentido en que existe en la
mercancía general del mercado mundial). No estamos aquí ante una antítesis entre
la demanda de dinero como medio de pago y la demanda de capital. La antítesis
media entre el capital en su forma de dinero y en su forma de mercancía; y la
forma en que aquí se busca, la única bajo la que puede funcionar, es su forma-dinero.
Prescindiendo de esta demanda de oro (o de plata) no puede decirse que en estas
épocas de crisis escasee en modo alguno el capital. Puede ocurrir esto en
circunstancias extraordinarias, tales como la carestía del trigo, la crisis del
algodón, etc.; pero estos fenómenos no son, ni mucho menos, signos necesarios o
naturales de tales épocas; y la existencia de semejante penuria de capital no
puede, por tanto, inferirse de antemano del hecho de que exista una penuria de
disponibilidades de dinero. Por el contrario, los mercados se hallan
abarrotados, pletóricos de capital-mercancias. No es, por tanto, desde luego, la
penuria de capital-mercancías lo que determina la crisis. Más adelante
tendremos ocasión de volver sobre este problema.
NOTAS
AL PIE DEL CAPÍTULO XVIII
1 Insertamos aquí, en su idioma original, el pasaje
correspondiente de Tooke, extractado más arriba. pp. 458 s,
en traducción: “The business of bankers, setting aside the issue of
promissory notes payable on demand. may be divided into two branches,
corresponding with the distinction pointed out by Dr. (Adam) Smith of the
transactions between dealers and dealers, and between dealers and consumers. One
branch of the bankers' business is to collect capital from those who have not
inmmediate employment for it, and to distribute or transfer it to those who
have. The other branch is to receive deposits of the incomes of their customers,
and to pay our the amount, as it is wanted for expenditure by the latter in the
objects of their consumption. the former being a circulation of capital, the
latter of currency.” (3 6) (Tooke. Inquiry into the Currency Principle, p. 36).
La primera es “the concentration of capital on the one hand and the
distribution of it on the other”, la segunda “administering the
circulation for local purposes of the district” (ob. cit, p. 37).
Kinnear se
acerca mucho más a la concepción certera, en el siguiente pasaje: “El dinero se
necesita para realizar dos operaciones esencialmente distintas. Como medio de
cambio entre comerciantes es el instrumento por medio del cual se realizan
transferencias de capital, es decir, el intercambio de una determinada suma de
capital en dinero por una suma igual de capital en mercancías. Pero el dinero
invertido en pagar salarios y en las compras y ventas efectuadas entre
comerciantes y consumidores no es capital, sino renta, la parte de la renta de
la colectividad invertida en los gastos diarios. Este dinero circula en el uso
diario constante y sólo esto es lo que podemos llamar medio de circulación (currency)
en sentido estricto. Los anticipos de capital dependen exclusivamente de la
voluntad del banco o de otros poseedores de capital, pues prestatarios se
encuentran siempre; pero la cantidad de medios de circulación depende de las
necesidades de la colectividad en el seno de la cual circula el dinero para
atender a las necesidades de los gastos diarios”.
(J. G. Kinnear, The
Crisis and the Currency, Londres, 1847 [pp. 3 s]).
2 “A demand for capital on loan and a demand for
additional circulation are quite distinct things, and not often found associated”.
Fullarton, On the Regulation of Currencies, 21 ed, Londres. 1845
(p. 82. epígrafe del cap. 5).
“Es en efecto, un
gran error creer que la demanda de concesión de crédito [pecuniary accomodation]
(es decir. de préstamo de capital) sea idéntica a una demanda de medios
adicionales de circulación, ni siquiera que ambas se combinen frecuentemente.
Toda demanda surge bajo condiciones que la condicionan de un modo especial y que
difieren unas de otras. Cuando todo aparece floreciente, los salarios están
altos, los precios tienden a subir y las fábricas trabajan a plena producción,
se necesita generalmente una afluencia adicional de medios de circulación
(currency) para cumplir las funciones adicionales inseparables de la
necesidad de ampliar y aumentar los pagos, pero es, fundamentalmente. en las
fases más avanzadas del ciclo comercial, cuando empiezan a presentarse
dificultades, cuando los mercados están abarrotados y los reembolsos de las
mercancías se dilatan cuando aumenta el tipo de interés y el Banco se ve
presionado a adelantar capital Es cierto que el Banco no suele adelantar
capital sino por medio de sus billetes de banco (promisory notes) y que,
por tanto, el rehusar la emisión de billetes (to refuse the notes)
equivale a rehusar la concesión de crédito (to refuse accomodation). Pero
una vez concedido el crédito todo se regula con arreglo a las exigencias del
mercado; el préstamo permanece y el medio de circulación. si no se emplea,
encuentra su camino de vuelta hacía el emisor. Un examen muy superficial de los
informes parlamentarios basta para convencer a cualquiera de que la cantidad de
títulos y valores que se encuentra en manos del Banco de Inglaterra se mueve más
frecuentemente en sentido contrario a la cantidad de sus billetes en circulación
que en consonancia con ella y de que, por tanto, el ejemplo de esta gran
institución bancaria no constituye ninguna excepción al principio a que tanta
importancia dan los banqueros provinciales, a saber, el de que ningún banco
puede aumentar la cantidad de sus billetes en circulación cuando responda ya a
los fines normales de la circulación de billetes de banco, sino que después de
rebasar este límite, todo aumento afecta a su capital y requiere la venta de
algunos de los títulos y valores que tiene en reserva o la renuncia a ulteriores
inversiones en ellos. El cuadro formado a base de los informes parlamentarios
correspondientes a los años de 1833 a 1840. a que hemos hecho referencia en
páginas anteriores. nos presenta reiterados ejemplos de esta verdad: dos de
ellos, sobre todo, son tan significativos, que no creo necesario aducir otros.
Cuando, el 3 de enero de 1837, los recursos monetarios del Banco habían llegado
a su máxima tensión para mantener en pie el crédito y hacer frente a las
dificultades del mercado de dinero, encontrarlos que sus desembolsos para
préstamos y descuentos ascienden a la enorme cifra de 17.022,000 libras
esterlinas, suma a que apenas se había llegado nunca desde la guerra [1793-1815]
y que era casi igual al total de los billetes emitidos, el cual se mantuvo
invariable entretanto, sin exceder de 17.076.000 libras. Por otra parte, nos
encontramos el 4 de junio de 1833 con una circulación de billetes de banco de
18.892,000 libras esterlinas, combinada con una existencia bancaria de títulos
y valores privados disponibles que no excedía de 972,000 libras esterlinas, es
decir, la cifra más baja casi, si no la más baja en absoluto, que se registró
durante todo el siglo último”, (Fullarton, ob. cit, pp. 97, 98). Que la
demand for pecuniary accomodation (38) no tiene por qué ser critica, ni
mucho menos, a la demand for gold (39) (lo que Wilson, Tooke y
otros llaman capital) se desprende de las siguientes declaraciones del señor
Weguelin, Gobernador del Banco de Inglaterra: “El descuento de letras hasta esta
suma (un millón diario durante tres días consecutivos) no disminuiría la reserva
(de billetes de banco) a menos que el público reclamase una suma mayor de
circulación activa. Los billetes emitidos en el descuento de letras refluirán
por mediación de los bancos y a través de los depósitos. A no ser que aquellas
transacciones tengan por finalidad la exportación de oro o se produzca un pánico
en el interior del país, de tal modo que el público retenga sus billetes de
banco en vez de depositarlos en los bancos, la reserva no resultará afectada por
esas gigantescas operaciones de circulación”. “El Banco puede descontar millón y
medio diarios de libras esterlinas, y lo hace constantemente, sin que ello
afecte en lo más mínimo a sus reservas. Los billetes refluyen de nuevo al Banco
como depósitos y la única modificación consiste en la transferencia de una
cuenta a otra(Repor, on Bank Acts, 1857, declaración núm. 241,500). Por
consiguiente, los billetes sólo actúan aquí como medio de transferencia de
créditos.
3 El pasaje siguiente, insertado aquí entre paréntesis, es
incomprensible dentro del contexto del original y ha sido refundido por mí
hasta el paréntesis final. El punto que aquí se examina fue estudiado ya en otro
aspecto en el cap.
XXVI [cf. pp. 444-448]) F.E.
CAPÍTULO
XXIX
LAS PARTES INTEGRANTES DEL
CAPITAL BANCARIO
Ahora
es necesario examinar cómo se halla formado el capital bancario.
Como
hemos visto más arriba, Fullarton y otros autores convierten la distribución
entre el dinero como medio de circulación y el dinero como medio de pago (y
también como dinero mundial, en cuanto entra en consideración el reflujo del
dinero) en una distinción entre circulación (currency) y capital.
El
curioso papel que aquí desempeña el capital hace que con el mismo cuidado con
que la economía ilustrada procuraba inculcar la idea de que el dinero no es
capital, procura esta economía de banqueros imbuir la noción de que en realidad
el dinero es el capital por excelencia.
En
nuestras posteriores investigaciones se pondrá de manifiesto, sin embargo, que
aquí el capital-dinero se confunde con el moneyed capital
concebido como capital a interés, mientras que en la primera acepción el
capital-dinero no es nunca más que una forma de transición del capital, en la
que éste se distingue de las otras formas, o sea, del capital-mercancías y del
capital productivo.
El
capital bancario se halla formado: 1) por dinero contante, oro o
billetes, 2) por títulos y valores. Éstos pueden dividirse, a su vez, en
dos partes: valores comerciales, letras de cambio pendientes de vencimiento y
cuyo descuento constituye el verdadero negocio del banquero, y valores públicos,
como los títulos de la Deuda pública, los certificados del Tesoro, las acciones
de todas clases, en una palabra, los valores que rinden un interés, pero que se
distinguen esencialmente de las letras de cambio. Entre ellos pueden incluirse
también las hipotecas. El capital formado por estos elementos materiales se
divide, a su vez, en dos partes: el capital de inversión del banquero mismo y
los depósitos, que forman su banking capital o capital prestado. Y
en los bancos de emisión hay que añadir, además, los billetes de banco.
Dejaremos a un lado, por el momento, los depósitos y los billetes. Es evidente
que la formación real del capital bancario -integrado por el dinero, las letras
de cambio y los títulos y valores- no cambia en lo más mínimo por el hecho de
que estos distintos elementos representen un capital propio o sean depósitos, es
decir, capital de otras personas. La división subsistirá lo mismo si el banquero
opera con su propio capital que si opera con capital recibido en depósito.
La
forma del capital a interés lleva implícita la idea de que toda renta concreta y
regular en dinero aparezca como interés de un capital, ya provenga de un capital
o no. Primero se convierte en interés la renta en dinero y tras el interés se
encuentra luego el capital de que nace El capital a interés hace también que
toda suma de valor aparezca como capital a interés, siempre y cuando que no sea
invertida como renta; es decir, como suma matriz (principal) por
oposición al interés posible o real que es susceptible de rendir.
La
cosa es muy sencilla. Supongamos que el tipo medio de interés sea el 5%. Según
esto, una suma de 500 libras esterlinas convertida en capital a interés
produciría 25 libras al año. Cada ingreso fijo anual de 25 libras se considera,
pues, como interés de un capital de 500 libras. Sin embargo, esto no pasa de ser
una idea puramente ilusoria, salvo en el caso en que la fuente de las 25 libras,
ya se trate de un simple título de propiedad o de un crédito o de un elemento
real de producción, una tierra, por ejemplo, sea directamente transferible o
asuma una forma susceptible de transferencia. Tomemos como ejemplo la Deuda
pública y el salario.
El
Estado tiene que pagar a sus acreedores, todos los años, una determinada
cantidad de intereses por el capital que le prestan. El acreedor, en este caso,
no puede reclamar a su deudor la devolución del dinero prestado, sino
simplemente vender a otro el crédito, su título o sus títulos de la Deuda. El
capital mismo ha sido consumido, invertido por el Estado. Ha dejado de existir.
Lo que el acreedor del Estado posee es: 1º un título de deuda contra él,
por 100 libras esterlinas, supongamos; 2º el derecho, que este título de
deuda le confiere, a participar en una determinada suma, digamos en 5 libras, o
sea, en el 5%, de los ingresos anuales del Estado, es decir, del producto anual
de los impuestos públicos; 3º la posibilidad de vender a otros, si lo
desea, este título de deuda de 100 libras esterlinas. Si el tipo de interés es
el 5%, garantizado además por el Estado, el poseedor A podrá vender a B el
título de deuda, normalmente, por 100 libras esterlinas, pues a B tanto le da
prestar 100 libras al 5% anual como desembolsar 100 libras que le asegure un
tributo de 5 libras anuales por parte del Estado. Pero el capital cuyo fruto
(interés) se considera el pago del Estado es, en todos estos casos, un capital
ilusorio, ficticio. No sólo porque la suma prestada al Estado ya no existe, sino
además porque jamás se destinó a gastarse, a invertirse como capital, y sólo su
inversión como capital habría podido convertirla en un capital que se conserva a
sí mismo. Para el acreedor primitivo A la parte de los impuestos anuales que a
él le corresponde representa el interés de su capital, lo mismo que para el
usurero la parte de la fortuna del pródigo correspondiente a sus réditos, aunque
en ninguno de estos dos casos se invierta como capital la suma de dinero
prestada. La posibilidad de vender al Estado el título de la Deuda pública
representa para A la posible recuperación de la suma matriz. En cuanto a B,
desde su punto de vista privado su capital se ha invertido como capital a
interés. En realidad, se limita a ocupar el puesto de A y a comprar su título de
deuda contra el Estado. Por mucho que estas transacciones se multipliquen, el
capital de la Deuda pública sigue siendo un capital puramente ficticio y desde
el momento en que los títulos de la deuda fuesen invendibles, desaparecería la
apariencia de este capital. A pesar de ello, este capital ficticio tiene, como
veremos, su movimiento propio.
Por
oposición a este capital de la Deuda pública, que tiene la mínima parte de
capital -del mismo modo que el capital a interés es, en general, la matriz de
todas las formas absurdas de capital, por donde se explica que las deudas, por
ejemplo, puedan aparecer a los ojos del banquero como mercancía-, fijémonos
ahora en la fuerza de trabajo. El salario es considerado aquí como interés y,
por tanto, la fuerza de trabajo como el capital que lo arroja. Si, por ejemplo,
el salario de un año = 50 libras esterlinas y el tipo de interés el 5%,
tendremos que la fuerza anual de trabajo equivaldría a un capital de 1,000
libras esterlinas. El absurdo de la concepción capitalista alcanza aquí su punto
culminante, pues en vez de explicar la valorización del capital por la
explotación de la fuerza de trabajo se procede a la inversa, explicando la
productividad de la fuerza de trabajo como si ésta fuese también esa cosa
mística que se llama el capital a interés. En la segunda mitad del siglo XVII
(en Petty, por ejemplo), era ésta una idea muy acariciada, pero todavía hoy es
sostenida muy seriamente por los economistas vulgares y sobre todo por los
estadísticos alemanes.1 Hay sin embargo, desgraciadamente, dos
factores que se interponen de un modo fastidioso ante esta vacua idea: el
primero es que el obrero necesita trabajar para percibir este interés y el
segundo que no puede convertir en dinero por medio de la transferencia el
valor-capital de su fuerza de trabajo. Lejos de ello, el valor anual de su
fuerza de trabajo equivale a su salario anual medio y lo que a su comprador le
tiene que reponer mediante su trabajo es este valor mismo más la plusvalía, que
representa la valorización de dicho valor. En el régimen de la esclavitud sí
tiene el obrero un valor-capital, que es su precio de compra. Y cuando se
alquila un esclavo, quien lo alquila tiene que abonar el interés del precio de
compra y además el desgaste anual del capital.
La
formación del capital ficticio se llama capitalización. Para capitalizar
cualquier ingreso periódico lo que se hace es considerarlo, con arreglo al tipo
medio de interés, como el rendimiento que daría un capital, prestado a este tipo
de interés. Por ejemplo, si el ingreso anual = 100 libras esterlinas y el tipo
de interés = 5% las 100 libras representarían el interés anual de 2,000 libras
esterlinas, las cuales podrían considerarse como valor-capital del título
jurídico de propiedad sobre las 100 libras anuales. Para quien compra este
título de propiedad las 100 libras esterlinas de ingreso anual representarían
así, en realidad, los intereses de su capital invertido al 5%. De este modo se
borra hasta el último rastro del verdadero proceso de valorización del capital y
se refuerza la idea del capital como un autómata que se valoriza a sí mismo y
por su propia virtud.
Aun
en aquellos casos en que el título de deuda -el título de valor-, no es, como
ocurre en el caso de la Deuda pública, un capital puramente ilusorio, es
puramente ilusorio el valor-capital de este título.
Ya
hemos visto más arriba cómo el sistema de crédito crea capital asociado. Los
títulos de valor se consideran como títulos de propiedad que representan este
capital. Las acciones de las compañías ferroviarias, mineras, navales y de otras
sociedades representan un verdadero capital, a saber: el capital invertido y que
funciona en estas empresas o la suma de dinero desembolsado por los socios para
que pueda ser invertido en ellas como capital. Lo cual no excluye, ni mucho
menos, la posibilidad de que se trate de una simple especulación. Pero este
capital no existe por doble concepto, de una parte como valor-capital de los
títulos de propiedad, de las acciones, y de otra parte como el capital realmente
invertido o que ha de invertirse en aquellas empresas. Existe solamente bajo
esta segunda forma y la acción no es otra cosa que un título de propiedad que da
derecho a participar pro rata en la plusvalía que aquel capital
produzca. No importa que A venda este título a B y B a C. Estas transacciones no
alteran en lo más mínimo la naturaleza de la cosa. Con ello A o B convertirán su
título en capital, pero C, en cambio, convertirá su capital en un simple título
de propiedad que le dará derecho a percibir la plusvalía que se espera del
capital-acciones.
El
movimiento independiente desplegado por el valor de estos títulos de propiedad,
no sólo el de los títulos de la Deuda pública, sino también el de las acciones,
viene a confirmar la apariencia de que constituyen un verdadero capital, además
del capital o del derecho de que pueden ser títulos representativos. Se los
convierte, en efecto, en mercancías cuyo precio adquiere un movimiento propio y
una plasmación peculiar. Su valor comercial asume una determinación distinta de
su valor nominal, sin que se modifique el valor (aunque pueda modificarse la
valorización) del verdadero capital. De una parte, su valor comercial oscila con
la cuantía y la seguridad de los rendimientos que dan derecho a percibir. Si el
valor nominal de una acción, es decir, de la suma desembolsada que la acción
primitivamente representa, es de 100 libras esterlinas y la empresa arroja el
10% en vez del 5%, su valor comercial, dada una igualdad de circunstancias,
aumentará, y con un tipo de interés del 5% sobre 200 libras esterlinas,
capitalizadas al 5%, vendrá a representar ahora un capital ficticio de 200
libras. Quien la compre por 200 libras, obtendrá un 5% de renta sobre esta
inversión de capital. Y a la inversa, cuando el rendimiento de la empresa
disminuya. El valor comercial de estos títulos es en parte especulativo, puesto
que no depende solamente de los ingresos reales, sino de los ingresos esperados,
calculados de antemano. Pero si se da por supuesta como algo contante la
valorización del capital o, donde no exista tal capital, como ocurre con la
Deuda pública, se fija por la ley el rendimiento anual o puede adelantarse con
suficiente seguridad, tenemos que el precio de estos títulos y valores aumenta o
disminuye en razón inversa al tipo de interés. Si el tipo de interés sube del 5
al 10%, resultará que un título que asegura un ingreso de 5 libras sólo
representa un capital de 50. Si el tipo de interés baja al 21/2%,
tendremos que el mismo título representa un capital de 200 libras. Su valor es
siempre, simplemente, el ingreso capitalizado, es decir, el rendimiento que da,
calculado a base de un capital imaginario y con arreglo al tipo de interés
vigente. Por eso en épocas de apuros en el mercado de dinero estos títulos o
valores bajarán de precio de un doble modo; en primer lugar, porque subirá el
tipo de interés y, en segundo lugar, porque en estos casos los títulos y valores
se lanzan en masa al mercado para convertirse en dinero. Y esta baja de precio
se produce independientemente del hecho de que el rendimiento que estos títulos
aseguran a sus poseedores sea constante, como lo es en los títulos de la Deuda
pública, o de que la valorización del capital efectivo que representan pueda ser
afectado por las perturbaciones del proceso de reproducción, como ocurre en las
empresas industriales. En este caso, a la depreciación a que nos estamos
refiriendo vendrá a añadirse otra. Cuando pasa la tormenta, estos títulos
recobran de nuevo su nivel anterior, siempre y cuando que no correspondan a
empresas quebradas o de pura especulación. Su depreciación durante la crisis
actúa como poderoso medio de centralización de las fortunas en dinero.2
En la
medida en que la depreciación o el aumento de valor de estos títulos es
independiente del movimiento del valor del verdadero capital que representan, la
riqueza de una nación no disminuye ni aumenta en lo más mínimo por aquella
depreciación o aumento de valor. “El 23 de octubre de 1847 los fondos públicos y
las acciones del Canal y de los ferrocarriles habían experimentado ya una baja
de 114.752,225 libras esterlinas” (Morris, gobernador del Banco de Inglaterra,
declaración en la memoria sobre Commercial Distress, 1847-48).
Siempre y cuando que su depreciación no reflejase la paralización real de la
producción y del tráfico en ferrocarriles y canales o el lanzamiento del capital
a empresas carentes positivamente de valor, la nación no se empobreció ni en un
céntimo al estallar esta pompa de jabón de un capital-dinero puramente nominal.
Todos
estos títulos no representan en realidad otra cosa que derechos acumulados,
títulos jurídicos sobre la producción futura, cuyo valor-dinero o valor-capital
o bien no representa capital alguno, como ocurre en el caso de la Deuda pública,
o se regula independientemente del valor del capital real que representan.
En
todos los países de producción capitalista existe una masa inmensa del llamado
capital a interés o moneyed capital bajo esta forma. Y por
acumulación del capital-dinero no debe entenderse, en gran parte, sino la
acumulación de estos derechos a la producción, la acumulación del precio
comercial, del valor-capital ilusorio de estos derechos.
Ahora
bien, una parte del capital bancario se invierte en estos llamados títulos a
interés. Es ésta, incluso, una parte del capital de reserva, que no funciona en
las verdaderas operaciones bancarias. La parte más importante se halla formada
por las letras de cambio, es decir, por las promesas de pago de los capitalistas
industriales o los comerciantes. Estas letras de cambio son títulos a interés
para el que presta el dinero; es decir, si las compra, descuenta los intereses
correspondientes al plazo durante el cual han de hallarse todavía en
circulación. Es lo que se llama el descuento de letras. La deducción que se haga
de la suma que representa la letra dependerá, pues, del tipo de interés vigente
en cada momento.
La
última parte del capital bancario se halla formada, finalmente, por su
reserva-dinero de oro o billetes de banco. Los depósitos, cuando no sean a largo
plazo, se hallan siempre a disposición de los imponentes. Se hallan en un estado
constante de fluctuación. Pero lo que unos retiran lo reponen otros, con lo cual
fluctúa poco, en épocas de negocios normales, la suma media general de dinero
depositado.
Los
fondos de reserva de los bancos en países de producción capitalista desarrollada
expresan siempre por término medio el volumen de dinero atesorado en un país, y
una parte de este dinero atesorado consiste, a su vez, en títulos, en simples
asignaciones por una cantidad de oro, que no constituyen de por sí ningún valor.
Por eso la mayor parte del mismo capital bancario es puramente ficticio y se
halla formado por títulos de deuda (letras de cambio), títulos de la Deuda
pública (que representan capital pretérito) y acciones (asignaciones que dan
derecho a percibir rendimientos futuros). No debiendo olvidarse que el valor en
dinero del capital que estos títulos representan en las arcas del banquero, aun
cuando sean asignaciones que den derecho a percibir rendimientos seguros (como
ocurre con los títulos de la Deuda pública) o títulos de propiedad sobre un
capital efectivo (como es el caso de las acciones), es absolutamente ficticio y
se regula por normas divergentes de las del valor del capital efectivo que
representan, al menos en parte; o que, cuando significan simples créditos sobre
rendimientos y no un capital, el crédito sobre el mismo rendimiento se expresa
en un capital-dinero ficticio y que varía constantemente. Además, hay que añadir
que este capital bancario ficticio no representa, en gran parte, un capital del
propio banquero, sino del público que lo deposita en sus manos, con interés o
sin él.
Los
depósitos se hacen siempre en dinero, en oro o en billetes de banco, o bien en
asignaciones sobre oro o billetes. Con excepción del fondo de reserva que se
forma o se amplía con arreglo a las necesidades de la circulación real, estos
depósitos se encuentran siempre, en realidad, bien en manos de los industriales
y comerciantes, cuyas letras de cambio se descuentan con él y cuyos anticipos de
él, bien en manos de los comerciantes en títulos y valores (los corredores de
bolsa) o en manos de particulares que han vendido sus títulos y valores o en
manos del gobierno (en el caso de certificados del Tesoro y de nuevos
empréstitos). Los depósitos, por su parte, llenan una doble función. Por una
parte, se prestan según se ha dicho ya, como capital a interés y no se hallan,
por tanto, en las cajas de los bancos, sino que figuran solamente en sus libros
como saldo de los imponentes. De otra parte, funcionan simplemente como tales
partidas en los libros de contabilidad, en la medida en que los saldos mutuos de
los depositantes se compensan y van nivelándose entre sí mediante los cheques
librados contra sus depósitos de cuenta corriente, siendo indiferente, para
estos efectos, el que los depósitos se hallen en poder del mismo banquero, que
se encargue de ir compensando entre sí las distintas cuentas corrientes, o en
poder de diversos banqueros que cambien entre sí sus cheques, abonándose
simplemente el saldo.
Al
desarrollarse el capital a interés y el sistema de crédito, parece duplicarse y
a veces triplicarse todo el capital por el diverso modo a como el mismo capital
o simplemente el mismo título de deuda aparece en distintas manos bajo diversas
formas.3 La mayor parte de este “capital-dinero” es puramente
ficticio. Todos los depósitos, con excepción del fondo de reserva, no son más
que saldos en poder del banquero, pero no existen nunca en depósito. Cuando
sirven para las operaciones de giros, funcionan como capital para el banquero,
una vez que éste los presta. Los banqueros se pagan recíprocamente las mutuas
asignaciones sobre los depósitos no existentes mediante operaciones de descargo
en estos saldos.
Dice
A. Smith, refiriéndose al papel que el capital desempeña en los préstamos de
dinero: “Aun en forma de interés monetario, el dinero no viene a ser sino un
medio de transferir de mano en mano aquellos capitales que el dueño no emplea
por sí mismo. Estos capitales pueden exceder en una proporción muy grande la
cantidad de dinero que se emplea como instrumento para esas finalidades, puesto
que una misma pieza puede servir para realizar diferentes préstamos, de la misma
manera que sirve para efectuar distintas compras. A, por ejemplo, presta a W mil
libras, con las cuales éste compra inmediatamente a B mercancías por el valor de
esa misma cantidad; B no necesitando esa suma de dinero, presta los mismos
signos monetarios a X, que compra sin dilación a C otras mil libras en
mercaderías. C, de la misma manera y por las mismas razones, se las presta a Y,
quien a su vez las invierte en comprar bienes a D. Así, pues, unos mismos signos
monetarios de metal o de papel, pueden servir, en el transcurso de muy pocos
días, para realizar tres operaciones de préstamo y otras tres de compra, cada
una de las cuales es igual al valor total de los referidos signos. Lo que las
tres personas que disponen de dinero, A, B, C, prestan a los tres prestatarios
W, X, Y, no es otra cosa sino la capacidad para efectuar esas compras. En este
poder consiste tanto el valor como la utilidad de los préstamos. El capital que
se presta por los tres capitalistas es igual al valor de los bienes que se
adquieren con él, y tres veces mayor que la masa de moneda que sirve de
instrumento para efectuar esas compras. No obstante, aquellos préstamos queden
quedar muy bien asegurados si los bienes adquiridos por los prestatarios se
emplean de tal forma que, a su debido tiempo, restituyan, con beneficio, un
valor equivalente al de la moneda metálica o de papel. Y así como los mismos
signos monetarios pudieron servir de instrumento para tres préstamos diferentes,
por una cuantía equivalente a tres veces su valor, y acaso para otros treinta,
así también pueden servir de instrumentos para la devolución del principal.” (La
riqueza de las naciones, libro II, Cap. IV, ed. F. de C. E, pp.
318-9).
De
igual modo que la misma moneda puede realizar diferentes compras, según la
velocidad con que circule, puede también, por la misma razón, efectuar
diferentes préstamos, pues las compras hacen que pase de mano en mano y el
préstamo no es sino una transferencia del dinero de una mano a otra, a la que no
sirve de mediadora ninguna compra. El dinero representa para cada uno de los
vendedores la forma transfigurada de su mercancía; hoy, en que todo valor se
expresa como valor-capital, representa en los distintos préstamos,
sucesivamente, distintos capitales, lo que no hace más que expresar en distintos
términos la afirmación anterior de que puede realizar sucesivamente distintos
valores-mercancías. Al mismo tiempo, sirve de medio de circulación para hacer
que los capitales-mercancías pasen de unas manos a otras. Mientras permanece en
manos del prestamista, no es aún medio de circulación, sino encarnación de valor
de su capital. Y bajo esta forma la transfiere en préstamo a un tercero. Si A
prestase el dinero a B y éste a C sin que mediase ninguna compra, el mismo
dinero no representaría tres capitales, sino un solo
valor-capital. El número de capitales que realmente represente depende del
número de veces que funcione como forma de valor de diferentes
capitales-mercancías.
Lo
mismo que A. Smith dice de los préstamos en general puede decirse de los
depósitos, que no son en realidad más que un modo distinto de denominar los
préstamos que el público hace a los bancos. Las mismas monedas pueden servir de
instrumento para una serie inacabable de depósitos.
“Es
indiscutiblemente cierto que las 1,000 libras esterlinas que una persona
deposita en poder de A pueden volver a gastarse mañana y formar un depósito en
poder de B. Al día siguiente, si B se desprende de ellas, pueden depositarse en
manos de C, y así sucesivamente, hasta el infinito. Por tanto, las mismas 1,000
libras en dinero pueden, por medio de toda una serie de transferencias,
multiplicarse hasta una suma absolutamente indeterminable de depósitos. Cabe,
pues, perfectamente la posibilidad de que las nueve décimas partes de los
depósitos del Reino Unido no tengan más realidad que las de los correspondientes
asientos en los libros de contabilidad de los bancos que tienen que dar cuenta
de ellos. Así ocurre, por ejemplo, en Escocia, donde la circulación de dinero no
ha excedido nunca de 3 millones de libras esterlinas y los depósitos ascienden,
sin embargo, a 27 millones. Por consiguiente, si no se desatase nunca un asalto
general contra los bancos para reclamar los depósitos, las mismas 1,000 libras
esterlinas, recorriendo su camino a la inversa, podrían saldar con la misma
facilidad una suma igualmente indeterminable. Como las mismas 1,000 libras
esterlinas con que hoy alguien salda una deuda a un comerciante al por menor
pueden emplearse mañana en saldar la deuda que éste tiene con el comerciante al
por mayor y al día siguiente para cubrir la deuda del comerciante con el banco y
así sucesivamente, hasta el infinito, puede ocurrir que las 1,000 libras pasen
de mano en mano y de banco en banco y salden la suma de depósitos más alta que
pueda imaginarse” (The Currency Theory Reviewed, pp.
62 y 63).
En
este sistema de crédito todo se duplica y triplica y se convierte en simples
fantasmas, y lo mismo acontece con el “fondo de reserva”, donde por fin creía
uno haber hecho presa en algo sólido.
Volvamos a oír lo que dice Mr. Morris, el gobernador del Banco de Inglaterra:
“Las reservas de los bancos privados se hallan, en forma de depósitos, en manos
del Banco de Inglaterra. La primera consecuencia de un reflujo del oro parece
afectar solamente a este banco, afecta también a los demás bancos, puesto que es
el reflujo de una parte de la reserva que tienen en depósito en nuestro banco.
Lo mismo exactamente afectará a las reservas de todos los bancos provinciales” (Commercial
Distress, 1847-48 [p. 277, núms. 3,639 y 3,642]). Finalmente, los fondos
de reserva se reducen todos, en realidad, a los del Banco de Inglaterra.4
Pero también este fondo de reserva tiene una existencia doble. El fondo de
reserva del banking department equivale al exceso de billetes que
el Banco de Inglaterra está autorizado a emitir sobre los billetes que se hallan
en circulación. El máximo legal de los billetes que pueden emitirse es = 14
millones (para las que no se necesita reserva metálica; es, aproximadamente, a
lo que asciende la deuda del Estado para con el Banco) más la cuantía de las
reservas del Banco en metales preciosos. Por tanto, suponiendo que estas
reservas asciendan a 14 millones de libras, el Banco de Inglaterra podrá emitir
28 millones de libras en billetes de Banco, y si de ellos circulan 20 millones,
tendremos que el fondo de reserva del banking department será = 8
millones. Estos 8 millones de billetes representarán, legalmente, el capital
bancario de que el Banco podrá disponer y, al mismo tiempo, el fondo de reserva
para sus depósitos. Si, en estas condiciones, se produce un reflujo del oro que
reduce las reservas de metales preciosos del Banco en 6 millones -en vista de lo
cual tendrá que ser destruida la misma cantidad en billetes de banco-, nos
encontraríamos con que la reserva del banking department
descendería de 8 millones a 2. Por una parte, el Banco elevaría
considerablemente su tipo de interés; por otra parte, los bancos que tuviesen
depósitos en su poder y los demás imponentes verían grandemente reducido el
fondo de reserva del Banco para sus propios saldos. En 1857, los cuatro bancos
por acciones más importantes de Londres amenazaron con exigir sus depósitos si
el Banco de Inglaterra no conseguía una “orden del gobierno” declarando en
suspenso la ley bancaria de 1844,5 con lo cual acarrearía la
bancarrota del banking department. Puede así darse el caso, como
se dio en 1847, de que el banking department dé en quiebra,
mientras en el issue department yacen inactivos una serie de
millones (en 1847, por ejemplo, eran 8 millones) como garantía de la
convertibilidad de los billetes de banco circulantes. Pero esto es también algo
puramente ilusorio.
“Gran
parte de los depósitos para la que los propios banqueros no tienen demanda va a
parar a manos de los bill-brokers” (que literalmente

quiere decir corredores de letras de cambio, pero que en realidad son
semibanqueros), “quienes entregan a los banqueros a cambio y como garantía
letras de cambio comerciales descontadas ya por ellos para personas de Londres y
de las provincias. El bill-broker responde ante el banquero del reembolso
de este dinero at call (dinero inmediatamente reembolsable en
cuanto se exija); y estas operaciones alcanzan un volumen tan enorme, que Mr.
Neave, el actual gobernador del Banco (de Inglaterra), dice en su declaración
testifical: “Sabemos que un broker tenía en su poder 5 millones y tenemos
razones para suponer que otro llegó a tener de 8 a 10 millones; uno tenía 4,
otro 31/2, otro más de 8. Me refiero a los depósitos en
poder de los brokers” (Report of Committee on
Bank Acts, 1857-58, p. v, párrafo núm. 8).
“Los bill-brokers
de Londres.
realizaban sus enormes operaciones sin ninguna reserva en
metálico; se confiaban a las entradas por las letras que iban venciendo
sucesivamente o, en caso necesario, a su poder, que les permitiría obtener
anticipos del Banco de Inglaterra contra el depósito de las letras ya
descontadas por ellos” [Op. cit, p. VIII, párrafo núm. 17]. Dos
firmas de bill-brokers de Londres suspendieron pagos en 1847, y las dos
volvieron a reanudar sus negocios, para volver a suspender pagos en 1857. El
pasivo de una de ellas ascendía en 1847, en números redondos, a 2.683,000 libras
esterlinas con un capital de 180,000 libras; en 1857, su pasivo ascendía a
5.300,000 libras esterlinas, mientras que el capital no excedía, seguramente, de
más de la cuarta parte del que tenía en 1847. El pasivo de la otra firma
oscilaba en ambos años entre 3 y 4 millones, con un capital no superior a 45,000
libras esterlinas” (op. cit, p. XXI, párrafo núm. 52).
NOTAS
AL PIE DEL CAPÍTULO XXIX
1. El
obrero tiene un valor-capital, el cual se descubre considerando como intereses
el valor en dinero de sus ingresos anuales. Capitalizando al 4% los tipos medios
de salario, obtenemos como valor medio de un obrero agrícola de sexo masculino
el siguiente: en la Austria alemana, 1,500 táleros; en Prusia, 1,500; en
Inglaterra, 3,750; en Francia, 2,000; en la Rusia interior, 750” (Von Reden,
Vergleichende Kulturstatistik, Berlín, 1848, p. 434).
2. (A raíz de la revolución de febrero, cuando en París se
depreciaron hasta el máximo y se volvieron invendibles los títulos y valores, un
comerciante suizo llamado R. Zwilchenbart (quien se lo contó a mi padre) reunió
todo el dinero que pudo y, llevándolo consigo, se presentó en París a Rothschild,
a quien propuso hacer un negocio juntos. Rothschild se quedó mirándole, le
agarró de los hombros y le preguntó: “Avez-vous de Fargent
sur vous?” - “Oui, M. le baron.” - “Alors
vous étes mon hommel” Emprendieron el negocio y
obtuvieron brillantes resultados.
F. E.).
3.
(Esta duplicación y triplicación del capital se ha desarrollado
considerablemente en los últimos años, gracias, por ejemplo, a los Financial
Trusts, que ocupan ya una rúbrica especial en los boletines de cotización
de la bolsa de Londres. Se forma una sociedad para comprar una determinada clase
de valores rentables, por ejemplo, de títulos de la deuda extranjera, de bonos
de la deuda pública norteamericana o de la deuda municipal inglesa, acciones de
ferrocarriles, etc. El capital, que asciende, por ejemplo, a 2 millones, se
reúne mediante suscripción de acciones; la dirección compra los valores
correspondientes o especula con ellos de un modo más o menos activo,
distribuyendo entre los accionistas como dividendos los intereses anuales,
después de deducir los gastos. Además, en algunas sociedades anónimas existe la
práctica de dividir las acciones ordinarias en dos clases: preterred
[acciones preferentes] y deferred [acciones postergadas]. Las acciones
preferentes obtienen un interés fijo, el 5%, por ejemplo, siempre y cuando que
las ganancias totales obtenidas dejen margen para ello; el resto se distribuye
entre las demás acciones. De este modo, la inversión “sólida” de capital en
acciones preferentes se desglosa más o menos definidamente de la inversión del
capital para fines de verdadera especulación con las acciones deferred. Y
como algunas grandes empresas no se avienen a esta nueva moda, se ha dado el
caso de que, al fundarse una sociedad, invierta uno o varios millones de libras
esterlinas en las acciones de aquéllas, emitiendo luego por el valor nominal de
estas acciones otras nuevas, la mitad con el carácter de preferentes y el resto
con el carácter de ordinarias. F. E.)
4.
Cómo se ha ido acentuando este fenómeno desde entonces lo demuestra la siguiente
relación de las reservas bancarias de los quince bancos más importantes de
Londres en noviembre de 1892, tomada del Daily News de 15
diciembre del mismo año:
De
estos 23 millones de libras esterlinas a que, aproximadamente, ascienden las
reservas, 25 millones por lo menos están depositados en las arcas del Banco de
Inglaterra, quedando a lo sumo tres millones en metálico en las cajas de los
mismos bancos. Las reservas de numerario del departamento bancario del propio
Banco de Inglaterra no llegaban, en el mismo noviembre de 1892, a los 16
millones de libras. F. E.
5. La
derogación de la ley bancaria de 1844 permite al Banco emitir cualesquiera
cantidades de billetes, sin preocuparse de que se hallen cubiertas por la
reserva-oro en su poder; es decir, le permite crear cuantas cantidades quiera de
capital-dinero ficticio en papel, haciendo por este medio anticipos a los bancos
y corredores de letras de cambio y, a través de ellos, al comercio. [F. E.]
CAPÍTULO
XXX
CAPITAL-DINERO Y CAPITAL
EFECTIVO. I
Los
únicos problemas difíciles que tenemos que abordar aquí, en relación con el
sistema de crédito, son los siguientes:
Primero:
La acumulación del verdadero capital-dinero. ¿Hasta qué punto es y hasta qué
punto no es esto un signo de acumulación efectiva de capital, es decir, de
reproducción en escala ampliada? La llamada plétora de capital, expresión que
sólo se aplica al capital a interés, es decir, al capital-dinero, ¿es
simplemente una manera especial de designar la superproducción industrial, o
constituye un fenómeno especial al lado de ella? ¿Coincide esta plétora, este
exceso de oferta de capital-dinero con la existencia de masas estancadas de
dinero (lingotes, dinero-oro y billetes de banco), de tal modo que este exceso
de dinero real sea una expresión y forma de manifestarse de aquella plétora de
capital prestado?
Segundo:
¿Hasta qué punto expresan los apuros de dinero, es decir, la escasez de capital
prestado, una escasez de capital efectivo (de capital-mercancías y capital
productivo)? ¿Hasta qué punto coincide, por otra parte, con la escasez de dinero
como tal, con la escasez de medios de circulación?
En la
medida en que hasta ahora hemos venido examinando la forma peculiar de la
acumulación del capital-dinero y de la riqueza-dinero en general, hemos visto
que se reducían a la acumulación de títulos de propiedad sobre el trabajo. La
acumulación de capital en forma de la Deuda pública no significa, como hemos
visto, otra cosa que la acumulación de una clase de acreedores del Estado
autorizados a percibir ciertas sumas sobre la masa de los impuestos públicos.1
Estos hechos, en los que hasta una acumulación de deudas puede hacerse pasar por
una acumulación de capital, revelan hasta qué extremos de tergiversación llega
el sistema de crédito. Estos títulos de deuda extendidos por un capital
originariamente prestado y gastado desde hace ya mucho tiempo, estos duplicados
de papel de un capital ya destruido, funcionan como capital para sus poseedores
en la medida en que son mercancías susceptibles de ser vendidas y, por tanto, de
volver a convertirse en capital.
Los
títulos de propiedad sobre negocios sociales, ferrocarriles, minas, etcétera,
son, en efecto, como también hemos visto, títulos que dan derecho a un capital
efectivo, pero no dan a quien los posee ningún poder de disposición sobre este
capital. Este capital no puede ser sustraído de donde está. Sólo dan derecho a
reclamar una parte de la plusvalía que se obtenga. Pero estos títulos se
convierten también en duplicados de papel del capital efectivo, lo mismo que si
al talón se le adjudicase un valor propio además del de la carga y conjuntamente
con ella. Se convierten en representantes nominales de capitales inexistentes.
El capital efectivo existe al lado de ellos y no cambia de mano, ni mucho menos,
porque cambien de mano estos duplicados. Estos títulos se convierten en formas
del capital a interés, porque no sólo garantizan ciertos rendimientos, sino que
además pueden venderse, convirtiéndose de nuevo, con ello, en valores-capitales.
En la medida en que la acumulación de estos títulos expresa la acumulación de
ferrocarriles, minas, barcos de vapor, etc, expresa la ampliación del proceso
real de reproducción, del mismo modo que, por ejemplo, la ampliación de una
lista de impuestos sobre la propiedad mobiliaria expresa la expansión de esta
propiedad. Pero como duplicados susceptibles de ser negociados por sí mismos
como mercancías y de circular, por consiguiente, por sí mismos como
valores-capitales, son algo ilusorio y su cuantía de valor puede disminuir o
aumentar con absoluta independencia del movimiento de valor del capital
efectivo, del que ellos no son más que títulos. Su cuantía de valor, es decir,
su cotización en Bolsa presenta, con la baja del tipo de interés -cuando éste es
independiente de los movimientos peculiares del capital-dinero, simple
consecuencia de la tendencia de la cuota de ganancia a la baja-, necesariamente,
la tendencia al alza, por donde esta riqueza imaginaria, que en cuanto a su
expresión de valor tiene un determinado valor nominal originario para cada una
de sus partes alícuotas, se expansioria ya por esa sola razón a medida que se
desarrolla la producción capitalista.2
El
ganar o perder como resultado de las oscilaciones de precio de estos títulos de
propiedad y de su centralización en manos de los reyes de los ferrocarriles, etc,
va convirtiéndose cada vez más, realmente, en obra del azar, que ahora sustituye
al trabajo como modalidad originaria de adquisición de la propiedad del capital
y también a la violencia abierta. Esta clase de riqueza en dinero imaginario
constituye una parte considerable no sólo de la riqueza en dinero de los
particulares, sino también, como ya hemos dicho, de los mismos banqueros.
Por
acumulación del capital-dinero podría también entenderse -basta enunciar esto
para verlo- la acumulación de la riqueza en manos de los banqueros (prestamistas
de dinero por profesión) como mediadores entre los particulares poseedores de
capitales en dinero, de una parte, y de otra el Estado, los municipios y los
prestamistas reproductivos, explotando éstos toda la enorme extensión del
sistema de crédito y el crédito en general como si fuese su capital privado. Los
particulares a quienes nos referimos poseen siempre el capital y los ingresos en
forma de dinero o de créditos que versan directamente sobre dinero. La
acumulación de la fortuna de esta clase puede desarrollarse en una dirección.
muy distinta de la acumulación real, pero en todo caso demuestra que esta clase
se embolsa una buena parte de ésta.
Reduzcamos a límites más estrechos el problema de que tratamos: los valores del
Estado, al igual que las acciones y otros títulos y valores de todas clases, son
bases de inversión para el capital dado en préstamo, para el capital destinado a
producir intereses. Son formas de préstamo de este capital. Pero no son de por
sí el capital prestado que en ellas se invierte. Por otra parte, en la medida en
que el crédito desempeña un papel directo en el proceso de reproducción, lo que
necesita el industrial o el comerciante cuando quiere que se le descuente una
letra o se le coloque un empréstito no son acciones ni valores del Estado. Lo
que quiere y necesita es, sencillamente, dinero. Por eso, cuando no puede
procurárselo de otro modo, lo que hace es vender o pignorar aquellos títulos y
valores. Es la acumulación de este capital a préstamo lo que tenemos que
estudiar aquí, y especialmente la del capital-dinero a préstamo. Aquí no se
trata del préstamo de casas, maquinaria u otro capital fijo. Ni se trata tampoco
de los anticipos que los industriales y comerciantes se hacen recíprocamente en
mercancías y dentro de la órbita del proceso de reproducción, aunque también
este punto deberá ser investigado en detalle por nosotros más adelante. Trátase
exclusivamente de los préstamos en dinero hechos por los banqueros, como
mediadores, a los industriales y comerciantes.
Empecemos, pues, analizando el crédito comercial, es decir, el crédito que se
conceden mutuamente los capitalistas que se ocupan de la reproducción y que
constituye la base del sistema de crédito. Su representante es la letra de
cambio, un certificado de deuda con un plazo fijo de pago, document of
deferred payment. Todo el mundo concede crédito con una mano y lo
obtiene con la otra. Prescindamos en absoluto, por el momento, del crédito
bancario, que constituye un factor completamente distinto, esencialmente
diverso. Cuando estas letras de cambio vuelvan a circular entre los comerciantes
como medios de pago, mediante endoso de unos a otros, pero sin que medie todavía
el descuento, trátase simplemente de una transferencia del título de deuda de A
a B, sin que cambie en lo más mínimo la trama. La operación se limita a la
sustitución de una persona por otra. También en este caso puede operarse la
liquidación sin que intervenga para nada el dinero. El fabricante de hilados A,
por ejemplo, tiene que pagar una letra de cambio al corredor de algodón B y éste
al importador C. Si C se dedica al mismo tiempo a exportar hilados, cosa
bastante frecuente, puede ocurrir que le compre hilados a A pagándole con una
letra y que el fabricante de hilados A le pague al corredor B con su propia
letra, recibida en pago de C, en cuyo caso sólo quedará, a lo sumo, un saldo de
dinero. Toda esta transacción no hace más que operar el cambio de algodón por
hilados. El exportador se limita a representar al fabricante de hilados y el
corredor de algodón al plantador algodonero.
Ahora
bien, examinando el ciclo de este crédito puramente comercial, hay que hacer dos
observaciones:
Primera:
El saldo de estos créditos recíprocos depende del reflujo del capital, es decir,
de la operación M-D, que aquí aparece aplazada. Si el fabricante
de hilados recibe una letra de cambio del fabricante de telas, éste podrá
pagarle si entretanto consigue vender las telas lanzadas por él al mercado. Si
el especulador en trigo entrega una letra de cambio contra su agente, éste podrá
pagar el dinero si entretanto logra vender el trigo al precio esperado. Por
consiguiente, estos pagos dependerán de la fluidez de la reproducción, es decir,
del proceso de producción y de consumo. Pero como los créditos son mutuos, la
solvencia de cada uno de los deudores dependerá, al mismo tiempo, de la
solvencia de los otros, pues al aceptar su letra de cambio cada uno de ellos
puede confiar bien en el reflujo del capital en su propia industria, bien en su
reflujo en la industria de un tercero que deba hacerle efectiva en el período
intermedio una letra aceptada. Aparte de la perspectiva de reflujo del capital,
la posibilidad del pago dependerá exclusivamente del capital de reserva de que
disponga el librador de la letra para poder hacer frente a sus compromisos, caso
de que el esperado reflujo falle.
Segunda:
Este sistema de crédito no elimina la necesidad de los pagos en dinero al
contado. De un lado, tenemos que una gran parte de los gastos deben pagarse
siempre al contado, como ocurre con los salarios, los impuestos, etc. De otro
lado, puede ocurrir, por ejemplo, que B, a quien C entrega una letra de cambio
en función de pago, tenga que hacer efectiva a D una letra ya vencida antes de
que venza aquélla, pero luego necesitará disponer de dinero contante. Un ciclo
tan completo de reproducción como el descrito más arriba entre el plantador de
algodón y el fabricante de hilados, y viceversa, constituye siempre una
excepción y se ve constantemente interrumpido, necesariamente, en muchos puntos.
Hemos visto, al tratar del proceso de reproducción (libro II, sec. III [pp.
453-456]), que los productores de capital constante cambian entre sí, en parte,
capital constante. En estas operaciones, pueden compensarse más o menos sus
letras de cambio. Y lo mismo ocurre en la línea ascendente de la producción, en
que el corredor de algodón tiene que girar sobre el fabricante de hilados, éste
sobre el fabricante de tejidos, el fabricante de tejidos sobre el exportador y
éste sobre el importador (que tal vez lo es también de algodón). Pero no siempre
se establece un ciclo de las transacciones ni, por tanto, una posibilidad de
esquivar la serie de los créditos. El crédito del fabricante de hilados contra
el fabricante de tejidos, por ejemplo, no se salda con el crédito del proveedor
de carbón contra el fabricante de maquinaria; el fabricante de hilados no puede
ostentar nunca, en su industria, contra créditos frente al fabricante de
maquinaria, porque su producto, o sea, los hilados, no entra nunca como elemento
en el proceso de reproducción de éste. Por eso estos créditos tienen que
saldarse, necesariamente, mediante pago en dinero.
Los
límites que circunscriben este crédito comercial, considerado de por sí, son:
1º la riqueza de los industriales y comerciantes, es decir, su posibilidad
de disponer de un capital de reserva, caso de que el reflujo del capital se
dilate; 2º este mismo reflujo. El reflujo puede dilatarse en cuanto al
tiempo o puede ocurrir que entretanto bajen los precios de las mercancías o que
éstas queden momentáneamente invendibles por la paralización de los mercados.
Cuanto más largo sea el plazo de vencimiento de la letra, mayor necesitará ser,
en primer lugar, el capital de reserva y mayor será también la posibilidad de
que se restrinja o se dilate el reflujo como consecuencia de la baja de precios
o del abaratamiento del mercado. En segundo lugar, la recuperación del dinero
será tanto más incierta cuanto más condicionada se halle la transacción
originaria por el alza o la baja de los precios de las mercancías. Pero es
evidente que a medida que se desarrolla la productividad del trabajo y, por
tanto, la producción en gran escala, 1º los mercados se extienden y se
alejan de los centros de producción; 2º los créditos tienen que
prolongarse, y 3º el elemento especulativo tiende necesariamente a
dominar cada vez más las transacciones comerciales. La producción en gran escala
y con destino a mercados más remotos lanza todo el producto en manos del
comercio; pero es imposible que el capital de una nación se duplique, haciendo
que el comercio de por sí se halle en condiciones de comprar con su capital
propio todo el producto nacional y de volver luego a venderlo. En estos casos
es, pues, inexcusable recurrir al crédito; crédito cuya extensión crece al
crecer el volumen de valor de la producción y cuya duración se prolonga al
aumentar el alejamiento de los mercados. Es un juego de acciones y reacciones.
El desarrollo del proceso de producción hace que se extienda el crédito, y el
crédito se traduce en la extensión de las operaciones industriales y
mercantiles.
Si
examinamos este crédito, aparte del crédito bancario, vemos que es evidente que
crece a medida que se desarrolla el mismo capital industrial. Capital de
préstamo y capital industrial son, aquí, cosas idénticas; los capitales
prestados son capitales-mercancías, destinados bien al consumo individual en
definitiva, bien a la reposición de los elementos constantes del capital
productivo. Por consiguiente, lo que aquí aparece como capital prestado es
siempre capital que se halla en una determinada fase del proceso de reproducción
pero que pasa de unas manos a otras mediante a compra y la venta, mientras que
el equivalente de ello sólo le es pagado al comprador posteriormente, dentro del
plazo convenido. El algodón, por ejemplo, pasa mediante una letra de cambio a
manos del fabricante de hilados, los hilados, también, mediante una letra de
cambio, a manos del fabricante de tejidos, la tela es adquirida a cambio de una
letra por el comerciante, de manos del cual sale, mediante el mismo instrumento
de crédito, para ser adquirida por el exportador, quien la traspasa en las
mismas condiciones a un comerciante de la India, el cual la vende, comprando con
su producto añil, etc. Durante esta peregrinación de unas manos a otras el
algodón se convierte en telas y éstas son finalmente transportadas a la India y
cambiadas por añil, el cual se embarca para Europa y vuelve a incorporarse al
proceso de reproducción. El crédito sirve aquí de mediador a las diversas fases
del proceso de reproducción, sin necesidad de que el fabricante de hilados pague
el algodón, el fabricante de tejidos los hilados, el comerciante las telas, etc.
La mercancía algodón recorre en los primeros actos del proceso las distintas
fases de producción y este tránsito tiene como agente mediador el crédito. Tan
pronto como el algodón adquiere en la producción su forma final de mercancía,
este capital-mercancías sólo pasa por las manos de diversos comerciantes que
sirven de mediadores para su transporte a lejanos mercados y el último de los
cuales vende por fin la mercancía al consumidor, comprando a cambio de ella
otras mercancías destinadas bien al consumo, bien al proceso de reproducción.
Por consiguiente, hay que distinguir aquí dos etapas: en la primera, el crédito
sirve de mediador en las distintas fases reales sucesivas de la producción del
mismo artículo; en la segunda, simplemente del paso del artículo producido de
manos de un comerciante a manos de otro, incluyendo el transporte, es decir, de
la etapa M-D. Pero también aquí vemos que la mercancía se
encuentra siempre, por lo menos, en la órbita de la circulación, es decir, en
una de las fases del proceso de reproducción.
Por
consiguiente, lo que aquí se presta no es nunca un capital inactivo, sino un
capital que tienen que cambiar necesariamente de forma en manos de su poseedor,
que existe bajo una forma en que es, para él, simple capital-mercancías, es
decir, un capital llamado a transformarse de nuevo y, por lo menos, a
convertirse primeramente en dinero. Por tanto, aquí el crédito sirve de mediador
de la metamorfosis de la mercancía, no sólo de M-D, sino también
de D-M y del proceso real de producción. Abundancia de crédito
dentro del ciclo de la reproducción -prescindiendo del crédito bancario- no
significa, pues, abundancia de capital inactivo que se ofrece en préstamo y
busca una inversión rentable, sino una gran actividad del capital en el proceso
de la reproducción. Por tanto, el crédito sirve aquí de mediador 1º, en
la medida en que se trate de capitalistas industriales, de la transición del
capital industrial de una fase a otra, de la conexión entre las órbitas de
producción vinculadas entre si; 2º, cuando se trate de comerciantes, del
transporte y del paso de las mercancías de una manos a otras hasta su venta
definitiva por dinero o su cambio por otras mercancías.
El
máximo del crédito equivale aquí a la actividad más completa del capital
industrial, es decir, a la máxima tensión de su fuerza de reproducción, sin
tener en cuenta para nada los límites del consumo. Estos límites del consumo se
encarga de ampliarlos la tensión del mismo proceso de reproducción, que de una
parte amplía el consumo de sus rentas por los obreros y los capitalistas y de
otra parte se identifica con la tensión del consumo productivo.
Mientras el proceso de reproducción se mantiene en marcha y, por tanto, se halla
asegurado el reflujo del capital, este crédito dura y se extiende, y su
extensión se basa en la extensión del mismo proceso de reproducción. Tan pronto
como se produce una paralización porque se dilate el reflujo del capital, se
abarroten los mercados o bajen los precios, se producirá una plétora de capital
industrial, pero bajo una forma que le impedirá cumplir sus funciones. Habrá una
masa de capital-mercancías, pero invendible. Una masa de capital fijo, pero
ociosa en gran parte por el estancamiento de la reproducción. El crédito se
restringirá 1º porque este capital permanecerá inactivo, es decir,
paralizado en sus fases de reproducción, ya que no podrá consumar su
metamorfosis; 2º porque se quebrantará la confianza en la fluidez del
proceso de reproducción; 3º porque disminuirá la demanda de este crédito
comercial. El fabricante de hilados que restringe su producción y tiene en sus
almacenes una masa de hilados invendible no necesita comprar a crédito algodón;
el comerciante no necesita seguir comprando mercancías a crédito, porque tiene
ya más de las que puede vender.
Por
consiguiente, al verse entorpecida esta expansión o, simplemente, la tensión
normal del proceso de reproducción, se produce también una escasez de crédito;
resulta difícil obtener a crédito mercancías. La exigencia del pago al contado y
las precauciones en las ventas a crédito son, especialmente, características de
aquella fase del ciclo industrial que sigue a los cracks. En plena
crisis, cuando todo el mundo tiene que vender y no puede y, sin embargo,
necesita vender para poder pagar, es cuando mayor es la masa no del capital
inactivo que necesita colocarse, sino del capital entorpecido en su proceso de
reproducción, aunque la escasez de crédito sea, en estos casos, mayor que nunca
(y, por tanto, más alto el tipo de descuento en el crédito bancario). El capital
ya invertido se halla en estos casos, realmente, inactivo, en grandes masas,
pues el proceso de reproducción se paraliza. Las fábricas dejan de funcionar,
las materias primas se acumulan, los productos terminados se amontonan como
mercancías en el mercado. No hay, pues, nada más falso que atribuir a estas
situaciones una escasez de capital productivo. Existe, por el contrario, una
plétora de capital productivo, en parte con respecto a la medida normal, pero
actualmente restringida de la reproducción, y en parte con respecto al consumo
paralizado.
Supongamos que toda la sociedad esté formada simplemente por capitalistas
industriales y obreros asalariados. Prescindamos asimismo de los cambios de
precios, que impiden a grandes porciones del capital total de la sociedad
reponerse en sus proporciones medias y que, dada la trabazón general de todo el
proceso de reproducción, tal como se desarrolla gracias al crédito, tiene
necesariamente que provocar siempre paralizaciones generales transitorias.
Prescindamos también de los negocios ficticios y de las operaciones
especulativas, que el sistema de crédito estimula. En estas condiciones, las
crisis sólo podrían explicarse por una desproporción entre las diversas ramas de
la producción y por la desproporción entre el consumo de los capitalistas mismos
y su acumulación. Pero, tal como se plantean en realidad las cosas, la
reposición de los capitales invertidos en la producción depende en gran parte de
la capacidad de consumo de las clases no productivas, mientras que la capacidad
de consumo de los obreros se halla limitada en parte por las leyes del salario y
en parte por el hecho de que estas leyes sólo se aplican en la medida en que su
aplicación sea beneficiosa para la clase capitalista. La razón última de toda
verdadera crisis es siempre la pobreza y la capacidad restringida de consumo de
las masas, con las que contrasta la tendencia de la producción capitalista a
desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviesen más límite que la
capacidad absoluta de consumo de la sociedad.
Sólo
en un caso puede hablarse de una escasez real de capital productivo, por lo
menos en las naciones capitalistamente desarrolladas: en caso de malas cosechas
generales, ya se trate de los medios fundamentales de alimentación o bien de las
materias primas más importantes para la industria.
Pero
a este crédito comercial hay que añadir el verdadero crédito de dinero. Los
adelantos que se hacen unos a otros los industriales y comerciantes se
entretejen con los adelantos en dinero por parte de los banqueros y los
prestamistas. En el descuento de letras de cambio, el adelanto de dinero es
puramente nominal. Un fabricante vende su producto cobrando con letras de
cambio, que le descuenta un bill-broker. En realidad, éste se
limita a disponer del crédito de su banquero, quien a su vez le adelanta el
capital-dinero de sus imponentes, que no son sino los industriales y
comerciantes mismos, y también los obreros (por medio de las cajas de ahorros),
los rentistas de la tierra y demás clases improductivas. De este modo, cualquier
fabricante o comerciante individual puede eludir la necesidad de disponer de un
fuerte fondo de reserva y sustraerse también a la necesidad de depender del
reflujo efectivo de su capital. Pero, por otro lado, debido en parte al
mecanismo de las letras de cambio libradas sin cesar y en parte a las
operaciones de mercancías realizadas con el fin de tener una base para la simple
fabricación de letras, todo este proceso se complica de tal modo, que la
apariencia de una industria muy sólida y de un reflujo seguro del capital sólo
puede subsistir tranquilamente una vez que el reflujo del capital se consigue,
en parte a costa de estafar a los prestamistas de dinero y en parte a costa de
estafar a los productores. Por eso es precisamente en vísperas de un crack
cuando los negocios parecen desarrollarse de un modo casi exageradamente sólido.
La mejor prueba de esto nos la suministran, por ejemplo, los Reports
on Bank Acts de 1857 y 1858, en los que todos los directores
de bancos y comerciantes, en una palabra, todos los expertos invitados a
declarar, se felicitan mutuamente por el esplendor y la solidez de los
negocios, exactamente un mes antes de estallar la crisis de agosto de 1857.
Y es curioso que el propio Tooke, en su History of Prices
comparta una vez más esta ilusión como historiador de todas las crisis. Los
negocios se mantienen brillantes y el campo en una situación de prosperidad
hasta que súbitamente, de la noche a la mañana, se produce la catástrofe.
Volvamos ahora a la acumulación del capital-dinero.
No
toda ampliación del capital-dinero susceptible de ser prestado significa una
acumulación efectiva de capital o una ampliación del proceso de reproducción.
Donde más claramente se revela esto es en la fase del ciclo industrial
inmediatamente posterior a la superación de una crisis, cuando el capital de
préstamo yace inactivo en masa. En estos momentos, en que el proceso de
producción se restringe (después de la crisis de 1847 se redujo en una tercera
parte la producción, en los distritos industriales de Inglaterra), en que los
precios de las mercancías descienden hasta su nivel más bajo y en que el
espíritu de empresa se paraliza, impera un tipo de interés, que no significa
sino el aumento del capital susceptible de ser prestado, como consecuencia
precisamente de la contracción y la paralización del capital industrial. Es
evidente que, al bajar los precios de las mercancías y disminuir las
transacciones, y al contraerse el capital invertido en salarios, se necesitan
menos medios de circulación, y que, por otra parte, al liquidarse las deudas
pendientes con el extranjero, en parte por el reflujo del oro y en parte por la
bancarrota, no se necesita ya ningún dinero adicional para llenar la función del
dinero mundial; y que, finalmente, la extensión del negocio del descuento de
letras disminuye con el número y la cuantía de estas letras. Disminuye, por
tanto, la demanda de capital-dinero a préstamo, ya sea en concepto de medios de
circulación o en concepto de medios de pago (pues de nuevas inversiones de
capital no hay ni qué hablar), con lo cual este capital-dinero presenta una
abundancia relativa. También aumenta positivamente en estas condiciones, como se
expondrá más abajo, la oferta de capital-dinero en préstamo.
Así ,
después de la crisis de 1847, se impuso una “restricción de las operaciones y
una gran plétora de dinero.” (Commercial Distress, 1847-1848,
declaración núm. 1,664.) El tipo de interés era muy bajo a causa de la
“destrucción casi completa del comercio y de la ausencia casi total de la
posibilidad de invertir dinero.” (Ob. cit, p. 21 [núm. 231].
Declaración de Hodgson, director del Royal Bank de Liverpool.) Las siguientes
palabras revelan a qué absurdos llegan estos señores (y Hodgson es uno de los
mejores) en su empeño de explicarse esto: “Los apuros (1847) nacían de una
disminución real del capital-dinero dentro del país, producida en parte por la
necesidad de pagar en oro las importaciones de todas las partes del mundo y en
parte por la transformación del capital circulante (floating capital)
en capital fijo.” [Ob. cit, p. 39. núms. 464, 466.] No es fácil
comprender cómo la transformación de capital circulante en capital fijo puede
hacer disminuir el capital-dinero dentro del país, ya que, por ejemplo, en los
ferrocarriles, que eran las empresas principales en que por aquel entonces se
invertía capital, no se construyen viaductos o se tienden railes con oro ni con
papel, y el dinero para adquirir acciones ferroviarias, en la medida en que se
depositaba simplemente para percibir pagos, funcionaba exactamente lo mismo que
cualquier otro dinero depositado en los bancos e incluso aumentaba
momentáneamente, como ya se ha puesto de relieve más arriba, el capital-dinero
susceptible de ser prestado; y en la medida en que se gastaba realmente en
obras, circulaba como medio de compras y de pagos por el país. El capital-dinero
sólo podía resultar afectado en la medida en que el capital fijo no es un
artículo de exportación, es decir, en la medida en que con la imposibilidad de
exportación desaparecía también el capital disponible reunido mediante el cobro
de los artículos exportados y, por tanto, los reembolsos en dinero contante o en
lingotes. Pero en aquella época, los artículos ingleses de exportación se
amontonaban también como artículos invendibles en los mercados extranjeros. Para
los comerciantes y fabricantes de Manchester, etc, que habían invertido una
parte del capital normal de sus negocios en acciones de compañías ferroviarias y
que, por tanto, dependían del capital prestado para el desarrollo de sus
operaciones, es evidente que su floating capital se había
convertido en capital fijo, debiendo afrontar las consecuencias de ello. Pero lo
mismo habría ocurrido si, en vez de invertir en ferrocarriles el capital
perteneciente a sus negocios pero sustraído a ellos, lo hubiesen invertido, por
ejemplo, en minas, cuyo producto es también capital circulante, hierro, carbón,
cobre, etc. La disminución real del capital-dinero disponible a causa de las
malas cosechas, las importaciones de trigo y las exportaciones de oro, era,
naturalmente, un acontecimiento que no guardaba la menor relación con las
especulaciones de las compañías ferroviarias. “Casi todas las casas comerciales
habían empezado a retirar en mayor o menor proporción el dinero de sus negocios
para invertirlo en ferrocarriles.” [Ob. cit, p. 18, núm. 177.]
“Los anticipos tan extensos hechos así por las casas comerciales a los
ferrocarriles movieron a aquéllas a apoyarse demasiado en los bancos por medio
de los descuentos de letras, para desarrollar así sus operaciones comerciales.”
(El mismo Hodgson, ob. cit, p. 43 [núm. 526].) “En Manchester, se
produjeron pérdidas inmensas por la especulación ferroviaria.” (R. Gardner, ya
citado en libro I, cap. XIII, 3 c [p. 338] y en otras partes de esta
obra, declaración núm. 4,884, ob. cit, [p. 369].)
Una
de las causas principales de la crisis de 1847 fue el gigantesco abaratamiento
de los mercados y la ilimitada especulación que se desarrolló en el comercio de
mercancías con las Indias orientales. Hubo también, sin embargo, otras
circunstancias que contribuyeron a hacer quebrar riquísimas casas que se
dedicaban a estos negocios: “Disponían de abundantes recursos, pero no había
medio de ponerlos en circulación. Todo su capital se había inmovilizado en
propiedades territoriales en Mauritius o en fábricas de añil y azúcar. Se
encontraban con obligaciones contraídas hasta la suma de 500 o 600,000 libras
esterlinas y no disponían de medios circulantes para poder pagar sus letras,
hasta que por último se demostró que, para poder pagar sus letras, tenían que
confiarse totalmente a su crédito.” (Ch. Turner, gran comerciante de las Indias
orientales, declaración núm. 730, ob. cit.) En el mismo sentido,
Gardner (núm. 4,872, ob cit.): “Inmediatamente después del tratado
con China, se abrieron ante el país tan grandes perspectivas de una extensión
formidable de nuestro comercio con aquella nación, que se construyeron muchas
grandes fábricas expresamente para producir con vistas a ello, para fabricar los
tejidos de algodón que tenían mejor salida en el mercado chino, las cuales
vinieron a añadirse a todas las otras fábricas ya existentes.” “4,874. ¿Cómo se
desarrollaron estos negocios? Del modo más ruinoso, que casi es imposible
relatar; yo no creo que de todos los embarques hechos a China en 1844 y 1845 se
hayan reembolsado más de las dos terceras partes; y como el té es el principal
artículo de reexportación de China y se nos habían hecho concebir tan grandes
esperanzas, confiábamos nosotros, los fabricantes, con toda seguridad, en que se
reducirán considerablemente los aranceles para la importación de este artículo.”
Y ahora viene, candorosamente expresado, el credo característico del fabricante
inglés: “Nuestro comercio con un mercado extranjero no se halla limitado por su
capacidad de compra de mercancías, sino que se halla limitado dentro de nuestro
propio país por nuestra capacidad de consumir los productos obtenidos a cambio
de nuestros artículos industriales.” (Naturalmente, los países relativamente
pobres con quienes comercia Inglaterra pueden pagar y consumir todos los
artículos industriales ingleses que se les envíen, por muchos que sean, pero,
desgraciadamente, la rica Inglaterra no puede digerir los productos recibidos a
cambio de ellos.) “4,876. Al principio envié allá algunas mercancías, que fueron
vendidas con el 15% de pérdida, en la plena convicción de que el precio al cual
podían mis agentes comprar té dejaría aquí una ganancia tan grande que
permitiría cubrir; llegué a perder a veces hasta el 25 y el 50%.” “4,877.
¿Exportaban los fabricantes por cuenta propia? Casi siempre; pero, al parecer,
se dieron cuenta muy pronto de que por este camino no conseguían nada y animaron
a los fabricantes a exportar más bien a consignación, en vez de interesarse
ellos mismos en el negocio.” En cambio, en 1857, las pérdidas y las bancarrotas
cayeron principalmente sobre los hombros de los comerciantes, pues esta vez los
fabricantes dejaron a su cargo el abarrotar los mercados extranjeros por cuenta
propia.”
Una
expansión del capital-dinero producida por el hecho de que, a consecuencia de la
difusión del sistema bancario (véase más abajo el ejemplo de Ipswich, donde en
el curso de pocos años inmediatamente anteriores a 1857 se cuadruplicaron los
depósitos de los arrendatarios), lo que antes era tesoro privado o reserva
monetaria se convierte siempre en capital de préstamo durante un determinado
tiempo, no expresa un aumento de los depósitos en los bancos por acciones de
Londres, tan pronto como éstos empiezan a abonar intereses por los depósitos.
Mientras la escala de producción permanece invariable, la expansión sólo
determina la abundancia del capital-dinero susceptible de ser prestado con
respecto al capital productivo. De aquí el tipo bajo de interés.
Cuando el proceso de reproducción vuelve a alcanzar el nivel de prosperidad que
precede al exceso de tensión, el crédito comercial logra una extensión muy
grande, que vuelve a tener luego, en realidad, la base “sólida” de un reflujo
fácil de conseguir y de una extensa producción. En situaciones así, el tipo de
interés sigue siendo bajo, aun cuando resulte superior al mínimo. Es éste, en
efecto, el único momento en que puede, decirse que el tipo bajo de
interés y, por tanto, la relativa abundancia del capital prestable coinciden con
una extensión relativa del capital industrial. La facilidad y la regularidad del
reflujo, combinadas con un crédito comercial extenso, aseguran la oferta de
capital de préstamo a pesar del aumento de la demanda e impiden que suba el
nivel del tipo de interés. Por otra parte, es precisamente en estos momentos
cuando aparecen en escena en un grado ostensible los caballeros que operan sin
capital de reserva o sin capital de ninguna clase y, por tanto, basándose
exclusivamente en el crédito monetario. Y a esto se añade, además, la gran
extensión del capital fijo bajo todas sus formas y la iniciación en masa de
nuevas empresas de gran alcance. El interés asciende ahora a su nivel medio. Y
vuelve a alcanzar su nivel máximo tan pronto como estalla la nueva crisis;
desaparece repentinamente el crédito, se estancan los pagos, se paraliza el
proceso de reproducción y, con las excepciones indicadas más arriba, se produce
al lado de una falta casi absoluta de capital de préstamo una plétora de capital
industrial inactivo.
Por
consiguiente, el movimiento del capital de préstamo, tal como se refleja en el
tipo de interés, discurre en conjunto en dirección inversa a la del capital
industrial. La fase en que el tipo bajo de interés, pero superior al mínimo,
coincide con el “alivio” y la creciente confianza que se producen después de la
crisis, y especialmente, la fase en que alcanza su nivel medio, el punto
central, equidistante de su mínimo y de su máximo, son los únicos momentos que
expresan la coincidencia de la abundancia de capital de préstamo con la gran
expansión del capital industrial. Pero, al iniciarse el ciclo industrial, el
tipo bajo de interés coincide con la contracción, y al final del ciclo el tipo
elevado de interés coincide con la superabundancia de capital industrial. El
tipo de interés que acompaña al “alivio” expresa el hecho de que el crédito
comercial sólo necesita en una medida muy pequeña del crédito bancario, pues
puede desenvolverse todavía por sus propios medios.
La
característica de este ciclo industrial es que el mismo ciclo, una vez dado el
primer impulso, no tiene más remedio que reproducirse periódicamente.3
Al ceder la tensión, la producción cae por debajo de la fase alcanzada en el
ciclo anterior y para la que ahora existe la base técnica. En los tiempos de
prosperidad -del período intermedio-, sigue desarrollándose sobre esta base. En
el período de superproducción y especulación, pone en tensión hasta el máximo
las fuerzas productivas hasta rebasar con mucho los límites capitalistas del
proceso de producción.
La
escasez de medios de Pago que se produce en el período de crisis es algo que se
comprende por sí mismo. La convertibilidad de las letras de cambio sustituye a
la metamorfosis directa de las mercancías, tanto más cuanto que precisamente en
estos períodos aumenta el número de las casas comerciales que trabaja
simplemente a crédito. Y una legislación bancaria ignorante y al revés, como la
de 1844-45, puede contribuir a acentuar todavía más la crisis.
En un
sistema de producción en que toda la trama del proceso de reproducción descansa
sobre el crédito, cuando éste cesa repentinamente y sólo se admiten los pagos al
contado, tiene que producirse inmediatamente una crisis, una demanda violenta y
en tropel de medios de pago. Por eso, a primera vista, la crisis aparece como
una simple crisis de crédito y de dinero. Y en realidad, sólo se trata de la
convertibilidad de las letras de cambio en dinero. Pero estas letras representan
en su mayoría compras y ventas reales, las cuales, al sentir la necesidad de
extenderse ampliamente, acaban sirviendo de base a toda la crisis. Pero, al lado
de esto, hay una masa inmensa de estas letras que sólo representan negocios de
especulación, que ahora se ponen al desnudo y explotan como pompas de jabón;
además, especulaciones montadas sobre capitales ajenos, pero fracasadas;
finalmente, capitales-mercancías depreciadas o incluso invendibles o un reflujo
de capital ya irrealizable. Y todo este sistema artificial de extensión violenta
del proceso de reproducción no puede remediarse, naturalmente, por el hecho de
que un banco, el Banco de Inglaterra, por ejemplo, entregue a los especuladores,
con sus billetes, el capital que les falta y compre todas las mercancías
depreciadas por sus antiguos valores nominales. Por lo demás, aquí todo aparece
al revés, pues en este mundo hecho de papel no se revelan nunca el precio real y
sus factores, sino solamente barras, dinero metálico, billetes de banco, letras
de cambio, títulos y valores. Y esta inversión se pone de manifiesto sobre todo
en los centros de que se condensa todo el negocio de dinero del país, como
ocurre en Londres; todo el proceso aparece como algo inexplicable, menos ya en
los centros mismos de producción.
Por
lo demás, en lo que se refiere a la superabundancia del capital industrial que
se revela en las crisis, hay que observar lo siguiente: el capital-mercancías es
de por sí, al mismo tiempo, capital-dinero, es decir, una determinada suma de
valor expresada en el precio de las mercancías. Como valor de uso, es una
determinada cantidad de determinados objetos útiles, de los cuales existe
plétora en el momento de la crisis. Pero, como capital-dinero de por sí, como
capital-dinero potencial, se halla sometido a un proceso constante de expansión
y contracción. En vísperas de la crisis y ya dentro de ella, se produce una
contracción del capital-mercancías en su calidad de capital dinero potencial.
Éste representa para su poseedor y los acreedores de éste (así como también en
cuanto garantía de las letras de cambio y los préstamos) menos capital-dinero
que en el momento en que se compró y en que se celebraron las operaciones de
descuento y las pignoraciones basadas en él. Si es esto lo que se quiere decir
cuando se afirma que el capital-dinero de un país disminuye en los tiempos de
crisis, vale tanto como decir que han bajado los precios de las mercancías. Por
lo demás, esta bancarrota de los precios no hace más que compensar su anterior
inflación.
Los
ingresos de las clases improductivas y de las que viven de rentas fijas
permanecen en su mayor parte estacionarios durante la inflación de los precios,
que acompaña siempre a la superproducción y a la superespeculación. Su capacidad
de consumo disminuye, por tanto, en términos relativos y, con ella, su capacidad
para reponer la parte de la reproducción total que normalmente debiera ser
absorbida por su consumo. Aun cuando su demanda permaneciese nominalmente
estacionaría, disminuiría en realidad.
En lo que se refiere a las importaciones y exportaciones, hay que
observar que todos los países se ven arrastrados unos tras otros a la crisis y
que luego se pone de manifiesto que todos ellos, con muy pocas excepciones, han
importado y exportado más de lo debido, con lo cual la balanza de pagos es
desfavorable para todos y el problema no reside por tanto, en realidad, en
la balanza de pagos misma. Por ejemplo, Inglaterra padece de reflujo de oro. Ha
importado más de la cuenta. Pero, al mismo tiempo, todos los demás países están
sobresaturados de mercancías inglesas. Por tanto, también en ellos han importado
en exceso y se ven sobreimportados. (Claro está que existe una diferencia entre
el país que exporta a crédito y aquellos que exportan poco a crédito o no
exportan nada por este procedimiento. Pero también éstos importan a crédito;
únicamente no ocurre así en los casos en que las mercancías son enviadas a ellos
en consignación.) Puede ocurrir que la crisis estalle primeramente en
Inglaterra, en el país que concede el mayor crédito y reclama el crédito menor,
porque la balanza de pagos, la balanza de los pagos vencidos que es necesario
liquidar inmediatamente, vaya en contra suya, a pesar de que la balanza
general de comercio sea favorable a ella. Esto último se explica
en parte por el crédito que este país concede y en parte por la masa de
capitales prestados al extranjero, por virtud de la cual refluyen a él una masa
de mercancías, además de los verdaderos reembolsos comerciales. (Pero a veces la
crisis se manifiesta primeramente en los Estados Unidos, en el país que obtiene
de Inglaterra la mayor parte del crédito comercial y de capitales.) El crack
producido en Inglaterra, iniciado y acompañado por el reflujo de oro, salda la
balanza de pagos de Inglaterra, en parte por la bancarrota de sus importadores
(acerca de esto diremos algo más después), en parte por el envío al extranjero a
precios baratos de una parte de su capital-mercancías, en parte por la venta de
títulos y valores extranjeros y la compra de títulos y valores ingleses, etc.
Luego, le llega la vez a otro país. La balanza de pagos era, momentáneamente,
favorable a él; pero ahora desaparece o se acorta a causa de la crisis el plazo
que en tiempos normales existía entre la balanza de pagos y la balanza de
comercio y todos los pagos deben ser hechos efectivos inmediatamente. Y vuelve a
repetirse aquí la misma historia de antes. En Inglaterra se produce ahora un
reflujo de oro y en el otro país una baja de éste.
Lo que en un país aparece como
exceso de importaciones aparece en el otro país como exceso de exportaciones y
viceversa. Pero la realidad es que en todos los países se produce un exceso de
importaciones y de exportaciones (y téngase en cuenta que aquí nos estamos
refiriendo a la crisis general y no a malas cosechas, etc.); es decir,
superproducción, estimulada por el crédito y la inflación general de precios que
lo acompaña.
En 1857 estalló en
los Estados Unidos la crisis. El reflujo del oro se extendió de Inglaterra a
Norteamérica. Pero tan pronto como explotó la inflación en los Estados Unidos se
produjo la crisis en Inglaterra y el reflujo del oro pasó aquí desde
Norteamérica. Y lo mismo ocurrió entre Inglaterra y el continente. La balanza de
pagos, en tiempos de crisis, es contraria a todo país, por lo menos a todo país
comercialmente desarrollado, pero siempre a uno tras otro, como en los incendios
de gavillas, tan pronto como les va llegando el turno del pago; y la crisis, una
vez que ha estallado, por ejemplo, en Inglaterra, condensa en un período muy
corto toda la serie de estos plazos. Entonces se revela que todos los países se
han excedido al mismo tiempo en las exportaciones (es decir, en la producción) y
en las importaciones (es decir, en el comercio), que en todos ellos se han
exagerado los precios y se ha forzado el crédito. Y en todos sobreviene la misma
bancarrota. El fenómeno del reflujo del oro va presentándose en todos, uno tras
otro, y demuestra precisamente por su carácter general: 1º que el reflujo
del oro es, simplemente, una manifestación de la crisis, y no su causa; 2º
que el orden por el que se presenta en los diversos países sólo indica cuando le
llega a cada uno de ellos el turno de ajustar sus cuentas con el ciclo, cuando
vence en él el plazo de las crisis y se ponen en acción los elementos latentes
de ésta.
Es característico
de los escritores ingleses en materia de economía -y la más notable literatura
económica inglesa se reduce desde 1830 fundamentalmente, a obras sobre
currency, crédito y crisis- el considerar la exportación de metales
preciosos en tiempos de crisis, a pesar del giro de los cambios, desde el punto
de vista exclusivo de Inglaterra, como un fenómeno puramente nacional, cerrando
resueltamente los ojos ante el hecho de que si su Banco aumenta el tipo de
interés en tiempos de crisis todos los demás bancos europeos hacen lo mismo y no
viendo que si hoy ellos ponen el grito en el cielo por el reflujo del oro,
mañana ese grito se oirá en los Estados Unidos y pasado mañana en Alemania y en
Francia.
En 1847 “había que
hacer frente en Inglaterra a las obligaciones en curso” (debidas en gran parte
al trigo). “Desgraciadamente se les hizo frente en gran parte mediante
bancarrotas.” (La rica Inglaterra se da un respiro mediante la bancarrota frente
al continente y los Estados Unidos.) “En la medida en que no se las liquidó
mediante la bancarrota, se hizo frente a ellas recurriendo a la exportación de
metales preciosos.” (Report of Committee of Bank
Acts, 1857.) por tanto, en aquello en que las crisis inglesas se ven
agudizadas por la legislación bancaria, esta legislación constituye un medio
para estafar, en tiempos de hambre y penuria, a los países exportadores de
cereales, primero en el trigo y luego en el dinero adeudado por él. El prohibir
las exportaciones de trigo en estas épocas, tratándose de países que adolecen
más o menos de carestía, constituye, pues, un medio muy racional contra este
plan del Banco de Inglaterra de “hacer frente a sus obligaciones” derivadas de
las importaciones de trigo “mediante bancarrotas”. Vale mucho más que los
productores de trigo y los especuladores pierdan una parte de sus ganancias en
beneficio de su país que no pierdan su capital en provecho de Inglaterra.
De lo
dicho se desprende que en las crisis y, en general, en las paralizaciones de los
negocios el capital-mercancías pierde en gran parte su cualidad de
capital-dinero potencial. Y lo mismo ocurre con el capital ficticio, con los
títulos y valores rentables, en la medida en que circulan en Bolsa como
capitales-dinero. Su precio baja a medida que sube el tipo de interés. Baja
asimismo por la escasez general de crédito, que obliga a sus poseedores a
lanzarlos en masa al mercado para conseguir dinero. Y, finalmente, tratándose de
acciones, baja unas veces al disminuir las rentas que dan derecho a percibir y
otras veces como consecuencia del carácter especulativo de las empresas que con
harta frecuencia representan. Este capital-dinero ficticio disminuye enormemente
en épocas de crisis, y con él el poder de sus poseedores de obtener dinero en el
mercado a cuenta de él. Sin embargo, la disminución de la cotización en dinero
de estos títulos y valores en los boletines de cotización no tiene nada que ver
con el capital real que representan y sí mucho, en cambio, con la solvencia de
sus poseedores.
NOTAS
AL PIE DEL CAPÍTULO XXX
1. “Los títulos
del Estado no son sino el capital imaginario que representa la parte de la renta
anual destinada al pago de las deudas. Se ha dilapidado un capital de la misma
magnitud; éste sirve como índice del empréstito, pero no es esto lo que
representa el título del Estado, pues el capital ha dejado ya de existir.
Entretanto, tienen que surgir necesariamente nuevas riquezas del trabajo de la
industria; una parte anual de estas riquezas se asigna de antemano a quienes
tomaron a préstamo aquellas riquezas disipadas; esta parte es sustraída por
medio de los impuestos a los que producen las riquezas para ser entregadas a los
acreedores del Estado y, partiendo de la proporción habitual dentro del país
entre el capital y el interés, se supone la existencia de un capital imaginario
tan grande como el capital del que podría brotar la renta anual que los
acreedores tienen derecho a percibir” (Sismondi, Nouveaux Principes
[París, 1819], tomo II, p. 227).
2. Una parte del
capital-dinero acumulado y prestable no es, en realidad, más que una simple
expresión del capital industrial. Si, por ejemplo, Inglaterra tenía invertidos,
en 1857, unos 80 millones de libras esterlinas en ferrocarriles norteamericanos
y otras empresas, esta inversión se basaba en la exportación de mercancías
inglesas no reembolsadas por los norteamericanos. El exportador inglés libraba
letras sobre los Estados Unidos para cubrir el importe de las mercancías
exportadas, cuyas letras eran compradas por los accionistas ingleses y enviadas
a los Estados Unidos en pago de las acciones suscritas.
* Se trata,
evidentemente, de una errata. Debe decir ciclos (Ed.).
3 (Como ya hemos hecho notar en otro pasaje, se ha operado aquí
un viraje desde la última gran crisis general. La forma aguda del proceso
periódico con su ciclo de diez años que hasta entonces venía observándose parece
haber cedido el puesto a una sucesión más, bien crónica y larga de períodos
relativamente cortos y tenues de mejoramiento de los negocios y de períodos
relativamente largos de opresión sin solución alguna. Aunque tal vez se trate
simplemente de una mayor duración del ciclo. En la infancia del comercio
mundial, de 1815 a 1847, pueden observarse sobre poco más o menos crisis* de
Cinco años; de 1847 a 1867, los ciclos son, resueltamente, de diez años;
¿estaremos tal vez en la fase preparatoria de un nuevo crack mundial de
una vehemencia inaudita? Hay algunos indicios de ello. Desde la última crisis
general de 1867, se han producido grandes cambios. El gigantesco desarrollo de
los medios de comunicación -navigación transoceánica de vapor, ferrocarriles,
telégrafo eléctrico, Canal de Suez- ha creado por primera vez un verdadero
mercado mundial. Inglaterra, país que antes monopolizaba la industria, tiene hoy
a su lado una serie de países industriales competidores; en todos los
continentes se han abierto zonas infinitamente más extensas y variadas a la
inversión del capital europeo sobrante, lo que le permite distribuirse mucho más
y hacer frente con más facilidad a la superespeculación local. Todo esto
contribuye a eliminar o amortiguar fuertemente la mayoría de los antiguos focos
de crisis y las ocasiones de crisis. Al mismo tiempo, la concurrencia del
mercado interior cede ante los cartels y los trusts y en el
mercado exterior se ve limitada por los aranceles protectores de que se rodean
todos los grandes países con excepción de Inglaterra. Pero, a su vez, estos
aranceles protectores no son otra cosa que los armamentos para la campaña
general y final de la industria que decidirá de la hegemonía en el mercado
mundial. Por donde cada uno de los elementos con que se hace frente a la
repetición de las antiguas crisis lleva dentro de sí el germen de una crisis
futura mucho más violenta.
F. E.)
CAPÍTULO
XXXI
CAPITAL-DINERO Y CAPITAL
EFECTIVO. II
(Continuación)
No
hemos llegado aún, ni mucho menos, al término del problema de hasta qué punto la
acumulación del capital en forma de capital-dinero susceptible de ser prestado
coincide con la verdadera acumulación, con la ampliación real del proceso de
reproducción.
La
transformación del dinero en capital-dinero susceptible de ser prestado es un
proceso mucho más simple que el de la transformación del dinero en capital
productivo. Pero aquí tenemos que distinguir dos cosas:
1º
la simple transformación del dinero en capital de préstamo;
2º
la transformación de capital o renta en dinero, que a su vez se transforma en
capital de préstamo.
El
segundo punto es el único que puede llevar implícita una acumulación positiva
del capital de préstamo enlazada con la verdadera acumulación del capital
industrial.
1. Transformación
de dinero en capital de préstamo
Ya
hemos visto que puede producirse una acumulación, una superabundancia de capital
de préstamo que sólo guarda conexión con la acumulación productiva en el sentido
de que se halla en razón inversa a ella. Esto ocurre en dos fases del ciclo
industrial, primeramente en el momento en que el capital industrial se contrae
bajo las dos formas de capital-mercancías y de capital productivo, y en segundo
lugar en el momento en que empieza a mejorar la situación, pero en que todavía
el crédito comercial no recurre mucho al crédito bancario. En el primer caso, el
capital-dinero que antes se empleaba en la producción y en el comercio aparece
ahora como capital de préstamo inactivo; en el segundo caso, aparece empleado en
una medida creciente, pero a un tipo muy bajo de interés, pues ahora es el
capitalista industrial y comercial quien prescribe las condiciones del préstamo
al capitalista poseedor del dinero. La plétora de capital de préstamo expresa en
el primer caso un estancamiento del capital industrial y en el segundo una
independencia relativa del crédito comercial con respecto al crédito bancario,
basada en la fluidez del reflujo, en los plazos cortos del crédito y en la
preponderancia de los negocios emprendidos con capital propio. Aún no han salido
a escena los especuladores que cuentan con capital-crédito ajeno; y las gentes
que operan con capital propio están aún muy lejos de trabajar con operaciones
que puedan considerarse ni remotamente como puras operaciones de crédito. En la
primera fase, la plétora de capital de préstamo es precisamente lo inverso de un
signo de acumulación real. En la segunda, coincide con la expansión renovada del
proceso de reproducción; la acompaña, pero no es la causa determinante de ella.
La plétora de capital de préstamo cede ya, sólo es puramente relativa, con
relación a la demanda. La extensión del proceso real de acumulación se ve
estimulada en ambos casos por el hecho de que el tipo de interés, que en el
primer caso coincide con los precios bajos y en el segundo con el alza lenta de
los precios, aumenta la parte de la ganancia que se convierte en beneficio del
empresario. Y este mismo fenómeno se da más aún al subir el tipo de interés a su
nivel medio en los momentos de culminación del período de prosperidad, en que,
aun habiendo aumentado, no guarda sin embargo relación con la ganancia.
Hemos
visto, por otra parte, que puede producirse una acumulación del capital de
préstamo sin que medie una acumulación efectiva, por medios puramente técnicos,
tales como la extensión y la concentración del sistema bancario, el ahorro de
las reservas de circulación o también del fondo de reserva de los medios de pago
de los particulares, que de este modo se convierten por breve tiempo en capital
de préstamo. Aunque este capital de préstamo, que por ello se llama también
capital flotante (floating capital), sólo conserva la forma de
capital de préstamo durante períodos breves (y que sólo necesita ser descontado
por corto tiempo), fluye y refluye constantemente. Lo que unos retiran lo
ingresan otros. Por donde, en realidad, la masa del capital-dinero susceptible
de ser prestado (no nos referimos aquí a préstamos por años, sino simplemente a
préstamos de corta duración, garantizados con letras de cambio y depósitos)
crece independientemente en absoluto de lo que es la verdadera acumulación.
Bank-Committee,
1857. Pregunta núm. 501; “¿Qué entiende usted por foating capital?”
(Mr. Weguelin, gobernador del banco de Inglaterra:) “Es el capital que puede
emplearse para préstamos de dinero a corto plazo. 502) Billetes del Banco de
Inglaterra. de los bancos provinciales, y el volumen del dinero existente en el
país. (Pregunta:) No parece, según los informes que obran en poder del Comité,
que si usted entiende por floating capital la circulación activa”
(es decir, los billetes del Banco de Inglaterra [F. E]) “se produzcan en esta
circulación activa oscilaciones muy importantes”. (Sin embargo, hay una gran
diferencia entre que los medios de esta circulación activa sean adelantados por
los prestamistas de dinero o por los mismos capitalistas reproductivos.
Respuesta de Weguelin:) “Yo incluyo en el floating capital las
reservas de los banqueros, en las que se dan considerables oscilaciones.” Es
decir, las oscilaciones importantes afectan a la parte de los depósitos que los
banqueros no vuelve a prestar, sino que figuran como su reserva y también, en
gran parte, como reserva del Banco de Inglaterra en el cual han sido
depositados. Por último, el mismo señor Weguelin nos dice que el floating
capital es el bullion, es decir, las barras y el metal amonedado
(503). Es, verdaderamente, maravilloso ver cómo en este galimatías del crédito
del mercado de dinero todas las categorías de la economía política adquieren
otro sentido y otra forma. Floating capital es aquí sinónimo de
circulating capital, que naturalmente es algo muy distinto, y
money es capital, y bullion es capital y los billetes
de banco son circulation, y el capital es una commodity y
las deudas son commodities y el fixed capital dinero
invertido en títulos y valores de difícil salida.
“Los bancos por acciones de Londres. han visto aumentar sus
depósitos de 8.850,774 libras esterlinas en 1847 a 43.100,724 libras esterlinas
en 1857. Los datos y testimonios que obran en poder del Comité permiten llegar a
la conclusión de que una gran parte de esta inmensa suma procede de fuentes que
antes no podían emplearse para este fin, de que la costumbre de abrir una cuenta
corriente en el banco y depositar dinero en ella se ha hecho extensiva a
numerosas fuentes que antes no podían ser empleadas con esta finalidad y de que
la costumbre de abrir una cuenta en el banco y depositar dinero en ello se ha
hecho extensiva a numerosas clases que antes no invertían su capital (!) en esta
forma. Mr. Rodwell, presidente de la asociación de los bancos privados
provinciales” (a diferencia de los bancos por acciones [F. E]) “y delegado por
ella para declarar ante el Comité, hace constar que en la región de Ipswich esta
costumbre se ha cuadruplicado últimamente entre los arrendatarios y pequeños
comerciantes de la región y que casi todos los arrendatarios, hasta los que sólo
pagan 50 libras de renta anual, depositan ahora su dinero en los bancos. La masa
de estos depósitos encuentra, naturalmente, su vía hacia el empleo en los
negocios y gravita principalmente hacia Londres, que es el centro de las
actividades comerciales, donde se emplea especialmente en el descuento de letras
de cambio y en otras operaciones de anticipos a los clientes de los banqueros
londinenses. Sin embargo, una gran parte de estos depósitos, para la que los
mismos banqueros no encuentran directamente demanda, va a parar a manos de los
bill-brokers, quienes entregan a los banqueros, a cambio de ella,
letras comerciales sobre Londres y las provincias, descontadas ya por ellos.”
(Bank-Committee,
1858, p. v [párrafo núm. 8].)
El
banquero, al adelantar dinero a cuenta de las letras de cambio descontadas ya
por el bill-broker, lo que hace en realidad es volver a
descontarlas; pero en la práctica muchas de estas letras han sido redescontadas
ya por el mismo bill-broker, y el mismo dinero con que el banquero
redescuenta las letras del bill-broker es empleado por éste para
volver a descontar otras nuevas. Véase ahora a dónde conduce esto: “Las letras
de acomodación y los créditos en blanco han creado extensos créditos ficticios,
cosa que ha venido a facilitar el método seguido por los bancos provinciales por
acciones, los cuales descuentan estas letras y luego las someten al redescuento
exclusivamente, para ello, en el crédito del banco, sin atender para nada a la
condición de las mismas letras.” (Ob. cit. [página XXI, párrafo
núm. 52].)
Acerca de este redescuento y de la ayuda que este aumento puramente técnico del
capital-dinero susceptible de ser prestado significa para las especulaciones a
base del crédito, es interesante el siguiente pasaje tomado del Economist:
“durante muchos años, el capital -es decir, el capital-dinero de préstamo- fue
acumulándose en algunos distritos del país más rápidamente de lo que se
empleaba, mientras que en otros los medios de su inversión se multiplicaban más
aprisa que el mismo capital. Y así, mientras que en los distritos agrícolas los
banqueros no encontraban ocasión para invertir sus depósitos rentables y
seguramente en su propia comarca, en los distritos industriales y en los centros
comerciales se encontraban con más demanda de capital de la que podían
satisfacer. Los efectos de estas distintas situaciones según los diversos
distritos condujo en los últimos años al nacimiento y a la difusión
vertiginosamente rápida de una nueva clase de casas dedicadas a la distribución
de capital, que, aunque generalmente se designan con el nombre de bill-brokers,
son en realidad banqueros en la mayor de las escalas. El negocio de estas casas
consiste en asumir, para determinados períodos y con un determinado interés,
unos y otros estipulados, el capital sobrante de los bancos de aquellos
distritos que no disponen de medios propios de inversión, así como los medios
temporalmente ociosos de las sociedades anónimas y las grandes casas
comerciales, para adelantar este dinero por un tipo más alto de interés a los
bancos de los distritos en que existe mayor demanda de capital; generalmente,
mediante el redescuento de las letras de cambio de sus clientes. De este modo,
la Lombardstreet se ha convertido en el gran centro de transferencia de los
capitales inactivos de una parte del país en que no pueden emplearse
rentablemente a la otra parte, en que existe demanda para ellos; y esto tanto
para las distintas partes del país como para los individuos que se encuentran en
una posición parecida.
En un
principio, todas estas actividades se reducían casi exclusivamente a préstamos
con garantía bancaria. Pero a medida que el capital del país crecía rápidamente
y se iba atesorando cada vez más mediante la creación de nuevos bancos, los
fondos puestos a disposición de estas casas de descuento llegaron a ser tan
grandes, que dichas casas empezaron a adelantar dinero primero sobre, dock
warrants (certificados de depósito sobre mercancías guardadas en los
almacenes de los puertos o estaciones) y luego sobre talones de carga que no
representaban aún, ni mucho menos, productos llegados a su destino, aunque a
veces, si bien no generalmente, se hubiesen librado ya letras por su importe
sobre los corredores de mercancías. Esta práctica no tardó en hacer cambiar todo
el carácter de los negocios ingleses. Estas facilidades que se ofrecían en la
Lombardstreet daban a los corredores de mercancías de Mincing Lane [la Bolsa
londinense del té y del café] una posición muy fuerte; estos corredores
reflejaban, a su vez, todas las ventajas de los comerciantes importadores, los
cuales tomaban una parte tan considerable en ello, que mientras que veinticinco
años antes el hecho de tomar crédito a cuenta de sus talones de carga o incluso
de sus dock warrants habría arruinado el crédito de un
comerciante, en los últimos años esta práctica se ha generalizado tanto, que se
la puede considerar como norma y no como lo que era hace veinticinco años, como
una rara excepción. Y hasta tal punto se ha extendido este sistema, que en la
Lombardstreet se han llegado a conceder grandes sumas sobre letras de cambio
libradas a cuenta de la cosecha todavía en pie en las
lejanas colonias. Estas facilidades trajeron como consecuencia el que los
comerciantes importadores ampliasen sus negocios con el extranjero e invirtiesen
su capital flotante (floating), con el que hasta ahora habían operado en
sus negocios, del modo más reprobable, en plantaciones coloniales, sobre las que
sólo podían ejercer un control muy pequeño o no podían ejercer control alguno.
He aquí la concatenación directa de los créditos. El capital del país acumulado
en nuestros distritos agrícolas se deposita en pequeñas cantidades en los bancos
del país y se centraliza para que pueda ser empleado en la Lombardstreet. Pero
sólo se moviliza rentablemente, primero, gracias a la extensión de los negocios
en nuestros distritos mineros e industriales mediante el redescuento de las
letras por aquellos bancos, y, segundo, para la concesión de mayores facilidades
a los importadores de productos extranjeros, mediante anticipos sobre dock
warrants y talones de carga, con lo cual el capital comercial “legítimo
es movilizado por las casas que se dedican a negocios con el extranjero y a
negocios coloniales, destinándose así a los tipos más reprobables de inversión
en plantaciones ultramarinas” (Economist [20 de noviembre] 1847, p.
1,334). Ahí tenemos, pues, el “hermoso” entrelazamiento de los créditos. El
imponente del campo cree que deposita su dinero en manos de su banquero
exclusivamente y se hace además la ilusión de que si su banquero llega a prestar
dinero a alguien es a particulares conocidos suyos. No tienen ni la más remota
idea de que este banquero pone sus depósitos a disposición de un bill-broker
de Londres sobre cuyas operaciones ninguno de los dos, ni el banquero ni el
imponente, tienen el menor control.
Ya
hemos visto más arriba cómo las grandes empresas públicas, las compañías de
ferrocarriles, por ejemplo, pueden aumentar momentáneamente el capital de
préstamo al dejar siempre disponibles en los bancos durante cierto tiempo las
cantidades desembolsadas, hasta que llegue la hora de darles un empleo efectivo.
Por
lo demás, la masa del capital de préstamo difiere totalmente de la cantidad de
la circulación. Por cantidad de circulación entendemos aquí la suma de los
billetes de banco y el metal amonedado que se hallan en circulación en un país,
incluyendo los lingotes de metales preciosos. Una parte de esta cantidad forma
la reserva de los bancos, cuyo volumen oscila constantemente.
“El
12 de noviembre de 1857” (fecha en que se declaró en suspenso la ley bancaria de
1844) “la reserva total del Banco de Inglaterra, incluyendo todos los
bancos-sucursales, ascendía solamente a 580,751 libras esterlinas; la suma de
los depósitos ascendía en la misma fecha a 221/2 millones
de libras, de los cuales cerca de 61/2 millones
pertenecían a los banqueros londinenses” (Bank Acts, 1858, p. LVII).
Las
variaciones del tipo de interés (prescindiendo de las producidas en períodos
largos o de las diferencias entre el tipo de interés de diversos países, pues
las primeras se hallan condicionadas por las variaciones de la cuota general de
ganancia y las segundas por las diferencias entre las cuotas de ganancia y el
desarrollo del crédito) dependen de la oferta de capital de préstamo (suponiendo
que las demás circunstancias, e nivel de confianza, etc, sean las mismas), es
decir, del capital que se presta en forma de dinero, metal amonedado y billetes
de banco; a diferencia del capital industrial que se presta como tal, en forma
de mercancías, por medio del crédito comercial, entre los mismos agentes de la
reproducción.
Sin
embargo, la masa de este capital-dinero susceptible de ser prestado es distinta
e independiente de la masa del dinero circulante.
Si,
por ejemplo, se prestan 20 libras esterlinas cinco veces al día, se prestará un
capital-dinero de 100 libras, lo cual llevará implícito al mismo tiempo que
estas 20 libras esterlinas funcionan además cuatro veces por lo menos como medio
de compra y de pago; pues si no mediasen los eslabones de la compra y el pago a
través de los cuales aquella suma representa cuatro veces la forma transfigurada
del capital (es decir, la forma de mercancía, incluyendo también la fuerza de
trabajo), no constituiría un capital de 100 libras esterlinas, sino solamente
cinco créditos por 20 libras cada uno.
Tratándose de países de crédito desarrollado, podemos admitir que todo el
capital-dinero disponible para ser prestado existe bajo la forma de depósitos
bancarios o en poder de los prestamistas de dinero ¿Esto puede decirse, por lo
menos, del negocio de préstamos de dinero en general. Además, en las épocas de
buenos negocios, y antes de que se desate la verdadera especulación, si existen
facilidades de crédito y creciente confianza, la mayor parte de las funciones de
la circulación se realizarán por medio de simples transferencias de crédito, sin
necesidad de recurrir a dinero metálico ni a dinero-papel.
La
simple posibilidad de grandes sumas en depósito con una cantidad relativamente
pequeña de medios de circulación depende exclusivamente:
1º
Del número de compras y pagos que realice la misma moneda;
2º
Del número de veces que retorne en depósito a los bancos, pues la posibilidad de
repetir su función de medio de compra y de pago se halla condicionada por el
número de veces que vuelva a convertirse en depósito. Por ejemplo, un
comerciante al por menor deposita semanalmente en su banco 100 libras esterlinas
en dinero; el banquero las emplea para hacer efectivo una parte del dinero
depositado por el fabricante; éste paga con ellas a los obreros, los cuales las
utilizan para pagar al comerciante al por menor, quien las reingresa en el banco
como depósito. De este modo, las 100 libras impuestas por el comerciante al por
menor servirán, primero, para hacer efectivo un depósito del fabricante,
segundo, para pagar a los obreros, tercero, para que éstos paguen al propio
tendero, y cuarto para que éste deposite en el banco otra parte de su
capital-dinero; por donde al cabo de 20 semanas, suponiendo que no se vea en la
necesidad de girar contra este dinero, el comerciante al por menor habrá
constituido en manos de su banquero, con las mismas 100 libras, un depósito de
2,000.
En
qué medida se halla ocioso este capital-dinero sólo puede saberse comprobando el
flujo y el reflujo de los fondos de reserva de los bancos. Por eso Mr. Weguelin,
gobernador del Banco de Inglaterra en 1857, llega a la conclusión de que el
“único” capital de reserva es el oro que se encuentra en las arcas del Banco:
“1,258. A mi juicio, la tasa de descuento se halla determinada en realidad por
la cuantía del capital inactivo existente en el país. El volumen del capital
inactivo se halla representado por las reservas del Banco de Inglaterra que son
prácticamente las reservas-oro. Por consiguiente, cuando el oro refluye
disminuye con ello el volumen del capital inactivo dentro del país, con lo cual
aumenta, como es lógico, el valor de la parte restante”. “1,364 [W. Newmarch]:
Las reservas-oro del Banco de Inglaterra son, en realidad, la reserva central o
el tesoro contante que sirve de base a todos los negocios del país. Sobre este
tesoro o este receptáculo es sobre el que repercuten siempre los efectos de los
cambios exteriores” (Report on Bank Acts, 1857
[páginas 108, 109]).
Una
pauta de la acumulación del capital efectivo, es decir, del capital productivo y
del capital-mercancías, nos la da la estadística de las exportaciones e
importaciones. Y esta estadística nos revela que en el período de desarrollo de
la industria inglesa (1815-1870), el cual se mueve a través de los ciclos
decenales, el máximo de la ultima época de prosperidad anterior a la
crisis reaparece siempre como mínimo de la época de prosperidad que viene
inmediatamente después, para luego remontarse hasta un máximo mucho más elevado.
El
valor real o declarado de los productos exportados por la Gran Bretaña e Irlanda
en el año de prosperidad de 1824 fue de 40.396,300 libras esterlinas. La crisis
de 1825 hace descender el volumen de las exportaciones por debajo de esta suma,
oscilando entre los 35 y los 39 millones anuales. Al retornar la prosperidad en
1834, rebasa el anterior nivel máximo con 41.649,191 libras esterlinas, llegando
en 1836 al nuevo máximo de 53.368,571 libras. En 1837 vuelve a descender a 42
millones, por donde el nuevo mínimo es ya muy superior al antiguo máximo, para
oscilar después entre 50 y 53 millones. El retorno de la prosperidad hace que el
volumen de las exportaciones ascienda en 1844 a 581/2
millones, lo que vuelve a rebasar ya con mucho el máximo de 1836. En 1845 llega
a 60.111,082 libras; baja luego, en 1846, a 57 millones y en 1847 arroja cerca
de 59 millones. En 1848 desciende a cerca de 53 millones y en 1849 vuelve a
subir a 631/2 millones, en 1853 a cerca de 99 millones, en
1854 a 97 millones, en 1855 a 941/2 millones y en 1856 a
cerca de 116 millones, alcanzando el máximo en 1857 con 122 millones. En 1858
baja a 116 millones, para remontarse de nuevo a 130 millones ya en 1859, en 1860
a cerca de 136 millones, en 1861 alcanza a 125 millones solamente (con lo que el
nuevo mínimo vuelve a ser más alto que el máximo anterior) y en 1863 arroja la
cifra de 1461/2 millones.
La
misma comprobación podría hacerse, naturalmente en lo tocante a las
importaciones, que revelan la extensión del mercado, pero aquí sólo nos interesa
la escala de la producción. (Esto sólo puede aplicarse a Inglaterra,
naturalmente, con referencia a la época del monopolio industrial; pero es
aplicable con carácter general a todos los países en que existe una gran
industria moderna, durante la época de expansión del mercado mundial. F. E.)
2. Transformación
de capital o rentas en dinero que se convierte, a su vez, en capital de préstamo
Examinamos aquí la acumulación del capital-dinero en cuanto no es expresión bien
de un estancamiento en el flujo del crédito comercial, bien del ahorro, ya sea
de los verdaderos medios de circulación, ya del capital de reserva de los
agentes interesados en la reproducción.
Fuera
de estos dos casos, la acumulación de capital-dinero puede obedecer al aflujo
extraordinario de oro, como ocurrió en 1852 y en 1853 a consecuencia de la
explotación de las nuevas minas de oro de Australia y California. Este oro fue
depositado en el Banco de Inglaterra. Los depositantes recibieron a cambio
billetes de banco, que no volvieron a depositar directamente en poder de los
banqueros. De este modo, aumentaron extraordinariamente los medios circulantes
(Declaración de Weguelin, Bank Committee, 1857, núm. 1,329). El
Banco procuró valorizar estos depósitos rebajando al 2% el tipo de descuento. La
masa de oro depositada en el Banco de Inglaterra ascendió en término de seis
meses (1853) a 22-23 millones.
Huelga decir que la acumulación de todos los capitalistas dedicados a prestar
dinero se realiza siempre directamente en forma de dinero, a diferencia de la
verdadera acumulación de los capitalistas industriales, la cual se efectúa
generalmente, como hemos visto, mediante el aumento de los elementos que forman
el mismo capital reproductivo. El desarrollo del sistema de crédito y la enorme
concentración del negocio de préstamo de dinero en manos de los grandes bancos
tiene, por tanto, que acelerar ya de por sí la acumulación del capital
susceptible de ser prestado, como forma distinta de la acumulación real. Este
rápido desarrollo del capital de préstamo es, por tanto, un resultado de la
acumulación real, pues es consecuencia del desarrollo del proceso de
reproducción, y la ganancia que constituye la fuente de acumulación de estos
capitalistas monetarios no es sino una deducción de la plusvalía arrancada por
los capitalistas reproductivos (y, al mismo tiempo, la apropiación de una parte
de los intereses producidos por los ahorros de otros). El capital
de préstamo acumula a costa de los industriales y los comerciantes al mismo
tiempo. Hemos visto cómo en las fases malas del ciclo industrial puede elevarse
tanto el tipo de interés, que llegue incluso a absorber temporalmente la
ganancia en algunas ramas industriales cuya situación sea especialmente
desfavorable. Al mismo tiempo, bajan los precios de los valores del Estado y de
otros títulos y valores. Es el momento que los poseedores de capitales-dinero
aprovechan para comprar en masa estos títulos y valores depreciados, que al
sobrevenir la nueva fase no tardan en volver a cotizarse más altos y en recobrar
su cotización normal. Logrando esto, vuelven a lanzarlos al mercado,
apropiándose de este modo una parte del capital-dinero del público. La parte no
lanzada al mercado rinde intereses más altos, por haberse adquirido a bajo
precio. Y toda la ganancia conseguida por los poseedores de los
capitales-dineros, y que vuelven a convertir en capital, la convierten ante todo
en capital-dinero destinado a préstamos. La acumulación de este capital,
distinta de la verdadera acumulación, aunque fruto de ella, sigue, pues, su
curso, si nos fijamos solamente en los capitalistas monetarios, en los
banqueros, etcétera, como acumulación de esta clase especial de capitalistas. Y
tiene que crecer necesariamente a medida que se extiende el sistema de crédito,
tal como acompaña a la ampliación real del proceso de reproducción.
Cuando el tipo de interés es bajo, la depreciación del capital-dinero recae
principalmente sobre los imponentes, no sobre los bancos. Antes de desarrollarse
en Inglaterra los bancos por acciones, se hallaban en poder de los bancos sin
producir intereses las tres cuartas partes de los depósitos. Actualmente, cuando
los producen, representan como mínimo un 1% menos que el tipo de interés
corriente.
Por
lo que se refiere a la acumulación en dinero de las demás clases capitalistas,
prescindimos de la parte que se invierte en títulos y valores rentables y se
acumula en esta forma. Nos limitamos a examinar la parte que es lanzada al
mercado como capital-dinero destinado a préstamos.
Tenemos aquí, en primer lugar, la parte de la ganancia que no se consume como
renta, sino que se destina a la acumulación, pero que los capitalistas
industriales no tienen, de momento, medio de invertir en sus propios negocios.
Esta ganancia existe directamente bajo la forma de capital-mercancías, una parte
de cuyo valor representa, realizándose con éste en dinero. Pues bien, si no
vuelve a convertirse (prescindimos por el momento del comerciante, al que hemos
de referimos de un modo especial) en los elementos de producción del
capital-mercancías, no tiene más remedio que permanecer durante algún tiempo
bajo la forma de dinero. Y esta masa crece a medida que crece la masa misma del
capital, aun cuando disminuya la cuota de ganancia. La parte que se destina a
gastarse como renta va consumiéndose poco a poco, pero entretanto que se consume
constituye, como depósito, un capital de préstamo en poder del banquero. Por
tanto, hasta el incremento de la parte de la ganancia invertida como renta se
traduce en una gradual y constantemente renovada acumulación de capital de
préstamo. Y lo mismo ocurre con la otra parte destinada a la acumulación. Con el
desarrollo del sistema de crédito y de su organización, hasta el aumento de las
rentas, es decir, del consumo de los capitalistas industriales y comerciales, se
traduce, pues, en una acumulación del capital destinado a préstamos. Y esto es
aplicable a todas las rentas que van consumiéndose gradualmente, es decir, a la
renta del suelo, a los salarios en sus formas más elevadas, a los ingresos de
las clases improductivas, etc. Todas ellas revisten durante cierto tiempo la
forma de rentas en dinero y pueden, por tanto, convertirse en depósitos y,
consiguientemente, en capital destinado a préstamo. Es aplicable a todas las
rentas, ya se destinen al consumo o a la acumulación, siempre y cuando que
existan de algún modo en forma de dinero, que sean una parte de valor del
capital-mercancías transformable en dinero y, por consiguiente, expresión y
resultado de la verdadera acumulación, pero no el mismo capital productivo. Si
un fabricante de hilados cambia su producto por algodón, y la parte que
constituye su renta por dinero, la existencia real de su capital industrial
serán los hilados que pasan a manos del fabricante de tejidos o tal vez del
consumidor privado, y además la existencia -ya sea para fines de reproducción o
para fines de consumo- tanto del valor-capital como de la plusvalía contenida en
él. El volumen de la plusvalía convertida en dinero dependerá del volumen de la
plusvalía que se contenga en los hilados. Pero tan pronto como se convierte en
dinero, éste sólo representa la existencia de valor de esta plusvalía. Y como
tal se convierte en factor del capital destinado a préstamos. Para ello sólo
hace falta una cosa: que se constituya en depósito, si es que su propio poseedor
no se adelanta a prestarlo. En cambio, para que pueda volver a convertirse en
capital productivo tiene que darse, además, otra condición: que alcance un
determinado límite mínimo.
CAPÍTULO
XXXII
CAPITAL-DINERO Y CAPITAL
EFECTIVO
(Conclusión)
III
La
masa del dinero que revierte así a capital es resultado del proceso de
reproducción en masa, pero considerada por sí, como capital-dinero susceptible
de ser prestado, no es por sí misma masa de capital reproductivo.
Lo
más importante de lo expuesto hasta aquí es que la expansión de la parte de la
renta destinada al consumo (prescindiéndose aquí del obrero, ya que su renta =
al capital variable) se presenta primeramente como acumulación de
capital-dinero. Entra, pues, en la acumulación del capital-dinero un factor
esencialmente distinto de la acumulación efectiva del capital industrial, pues
la parte del producto anual destinada al consumo no se convierte en modo alguno
en capital. Una parte de ella repone capital, es decir, el capital
constante de los productores de medios de consumo, pero, en la medida en que se
convierte realmente en capital, existe bajo la forma natural de la renta de los
productores de este capital constante. El mismo dinero que representa la renta,
que sirve como simple intermediario del consumo, se convierte normalmente,
durante cierto tiempo, en capital-dinero susceptible de ser prestado. Cuando
este dinero representa salarios, es al mismo tiempo la forma-dinero del capital
variable; y cuando repone el capital constante de los productores de medios de
consumo, es la forma-dinero que reviste momentáneamente su capital constante y
sirve para comprar los elementos naturales de su capital constante que ha de ser
repuesto. Ni bajo una forma ni bajo otra expresa de por sí acumulación, aunque
su masa aumente a medida que aumenta el volumen del proceso de reproducción.
Pero llena temporalmente la función de dinero susceptible de ser prestado y, por
tanto, la función de capital-dinero. Por tanto, en este sentido, la acumulación
de capital-dinero tiene que reflejar siempre necesariamente una acumulación
mayor de capital del que realmente existe, ya que la expansión del consumo
individual, a la que sirve de vehículo el dinero, aparece como acumulación de
capital-dinero, puesto que suministra la forma-dinero para la acumulación real,
para el dinero que abre nuevas inversiones de capital.
La
acumulación del capital-dinero susceptible de ser prestado no expresa, pues, en
parte, más que el hecho de que todo el dinero en que se convierte el capital
industrial en su proceso cíclico reviste la forma, no de dinero invertido
por los reproductores, sino de dinero prestado por ellos, por donde, en
realidad, la inversión de dinero que necesariamente tiene que efectuarse en el
proceso de reproducción aparece como inversión de dinero prestado. En realidad,
se prestan unos a otros a base del crédito comercial el dinero que necesitan
para el proceso de reproducción. Pero esto reviste la forma de que el banquero a
quien se le presta una parte de los reproductivos se lo presta, a su vez, a otra
parte de ellos, operación en la que el banquero aparece como dispensador de
bendiciones; y al mismo tiempo bajo la forma de que el poder de disposición
sobre este capital se concentra enteramente en manos de los banqueros como
intermediarios.
Sólo
nos resta ahora exponer algunas formas especiales de acumulación de
capital-dinero. Queda libre capital, por ejemplo, al bajar los precios de los
elementos de producción, materias primas, etc. Si el industrial no puede ampliar
directamente su proceso de reproducción, una parte de su capital dinero queda
eliminado como sobrante del ciclo de reproducción y se convierte en
capital-dinero susceptible de ser prestado. En segundo lugar, queda libre
capital en forma de dinero, principalmente en poder del comerciante, cuando
surgen interrupciones en los negocios. Si el comerciante ha terminado una serie
de negocios y no puede, a consecuencia de tales interrupciones, iniciar la nueva
serie de negocios hasta pasado algún tiempo, el dinero realizado representará
para él tesoro, capital sobrante. Pero representará, al mismo tiempo,
acumulación directa de capital-dinero susceptible de ser prestado. En el primer
caso, la acumulación de capital-dinero expresa la repetición del proceso de
reproducción en condiciones más favorables, liberación efectiva de una parte del
capital que antes se haya vinculado y, por tanto, la posibilidad de ampliar el
proceso de reproducción con los mismos recursos pecuniarios. En el segundo caso
representa, por el contrario, una simple interrupción del curso de las
transacciones. Pero, tanto en uno como en otro caso, el capital se convierte en
capital-dinero susceptible de ser prestado, representa acumulación de este
capital-dinero, actúa por igual sobre el mercado de dinero y el tipo de interés,
aunque unas veces obre como acicate y otras veces como rémora del proceso real
de acumulación. Finalmente, se produce acumulación de capital-dinero por la
existencia de gentes que, después de hacer su negocio y ponerlo a buen seguro,
se retiran del proceso de reproducción. Cuantas más ganancias se obtengan en el
transcurso del ciclo industrial, más numerosas serán las gentes que obren así.
Aquí, la acumulación de capital-dinero susceptible de ser prestado expresa, de
una parte, acumulación real (en cuanto a su volumen relativo) y, de otra parte,
simplemente la proporción en que los capitalista industriales se convierten en
simples capitalistas financieros.
Por
lo que se refiere a la otra parte de la ganancia que no se destina a ser
consumida como renta, sólo se convierte en capital-dinero cuando no puede
emplearse directamente en ampliar los negocios en la rama de producción en que
se obtiene. Esto puede obedecer a una de dos causas. Una es que esta rama de
producción se halle pletórica de capital. Otra, que la acumulación, para poder
funcionar como capital, necesite alcanzar antes cierto volumen, según las
proporciones de la inversión de nuevo capital en este negocio concreto. Empieza,
pues, convirtiéndose en capital-dinero susceptible de ser prestado y sirve para
ampliar la producción en otras ramas. Suponiendo que todas las demás
circunstancias permanezcan invariables, la masa de la ganancia destinada a
convertirse de nuevo en capital dependerá de la masa de la ganancia obtenida y,
por tanto, de volumen del mismo proceso de reproducción. Pero si esta nueva
acumulación tropieza en su desarrollo con dificultades, con carencia de órbitas
de inversión: si, por consiguiente, están abarrotadas las ramas de producción y
existe exceso de oferta de capital de préstamo, esta plétora de capital-dinero
susceptible de ser prestado sólo demostrará una cosa, a saber: las trabas con
que tropieza la producción capitalista. La siguiente especulación a base
de crédito pondrá de manifiesto que no existe ningún obstáculo positivo que se
oponga al empleo de este capital superfluo. Existe, si, un obstáculo nacido de
las leyes por las que se rige su valorización, de las trabas que se oponen al
capital, para valorizarse como tal capital. La plétora de capital-dinero de por
si no indica necesariamente superproducción ni tampoco carencia de esferas de
inversión para el capital.
La
acumulación de capital de préstamo consiste simplemente en que el dinero
cristalice como dinero susceptible de ser prestado. Este proceso difiere mucho
de su transformación efectiva en capital; es, simplemente, la acumulación de
dinero bajo una forma en que puede convertirse en capital. Pero esta acumulación
puede expresar, como ha sido puesto de manifiesto, factores muy distintos de la
verdadera acumulación. Al irse ampliando constantemente la acumulación efectiva,
esta acumulación ampliada de capital-dinero puede, en parte, ser resultado suyo
y en parte resultado de factores que la acompañan, pero que difieren totalmente
de ella, y en parte, finalmente, resultado incluso de entorpecimientos de la
verdadera acumulación. Ya el hecho de que la acumulación de capital de préstamo
se vea incrementada por estos factores independientes de la verdadera
acumulación pero que, a pesar de ello, la acompañan, tiene necesariamente que
producir en determinadas fases del ciclo una plétora constante de
capital-dinero, la cual aumenta a medida que se desarrolla el crédito. Con ella
tiene que desarrollarse, por tanto, al mismo tiempo, la necesidad de empujar al
proceso de producción haciéndole desbordarse sobre sus límites capitalistas:
exceso de comercio, superproducción, exceso de crédito. Y al mismo tiempo, esto
tiene que revestir siempre necesariamente formas que provoquen una reacción.
Huelga entrar a examinar aquí lo que se refiere a la acumulación de
capital-dinero procedente de la renta del suelo, el salario, etc, Bastará
destacar un aspecto del problema, y es que la operación del ahorro efectivo y la
abstinencia (por los atesoradores), en la medida en que contribuye a la
acumulación, queda reservada por la división del trabajo, a medida que se
desarrolla la producción capitalista, a aquellos que perciben el mínimo de
dichos elementos y que no pocas veces pierden lo que habían ahorrado, como les
ocurre a los obreros con las quiebras de los bancos. De una parte, tenemos que
el capital del capitalista industrial no es “ahorrado” por él mismo, ya que, en
proporción a la magnitud de su capital, el capitalista dispone siempre de los
ahorros de otros; de otra parte, el capitalista de dinero convierte los ahorros
ajenos en capital propio y el crédito que se abren entre sí los capitalistas
reproductivos y que el público les abre a ellos, en su fuente privada de
enriquecimiento. Naufraga así la última ilusión del sistema capitalista
consistente en hacer creer que el capital es el fruto del propio trabajo y del
propio ahorro. La apropiación del trabajo ajeno no es sólo la fuente de la
ganancia, sino que también el capital con que ese trabajo ajeno es puesto en
movimiento y explotado consiste en una propiedad ajena que el capitalista
financiero pone a disposición del capitalista industrial y con la que, a su vez,
explota a éste.
Aun
hemos de decir algunas cosas más acerca del capital-crédito.
La
frecuencia con que la misma moneda pueda figurar como capital de préstamo
dependerá íntegramente, como ya hemos expuesto más arriba:
1º
de la frecuencia con que realice valores de mercancías en venta o en pago, es
decir, de la frecuencia con que transfiera capital y, además, de la frecuencia
con que realice rentas. Por consiguiente, la frecuencia con que pase a otras
manos como valor realizado, ya sea de capital o de renta, dependerá,
evidentemente, del volumen y la masa de las operaciones reales de cambio;
2º
esto dependerá de la economía de los pagos y del desarrollo y la organización
del sistema de crédito;
3º
finalmente, de la concatenación y el ritmo de acción de los créditos, de tal
modo que cuando el dinero cristalice en un punto como depósito, en otro punto se
movilice inmediatamente como préstamo.
Aun
partiendo de que el capital-préstamo exista simplemente bajo la forma de dinero
real, oro o plata, mercancía cuyo talón sirve de medida de valores, una gran
parte de este capital-dinero es siempre, por fuerza, algo puramente ficticio, es
decir, títulos sobre valores, ni más ni menos que los signos de valor. Cuando el
dinero funciona dentro del ciclo del capital se convierte por un momento en
capital-dinero, pero no se convierte en capital-dinero susceptible de ser
prestado, sino que o bien se cambia por los elementos del capital productivo o
bien se paga al realizarse la renta en forma de medios de circulación sin que,
por tanto, pueda convertirse en capital de préstamo para su poseedor. Pero,
cuando se convierte en capital de préstamo y el mismo dinero aparece
reiteradamente con esta función, es evidente que sólo existe en un punto
como dinero metálico; en los demás puntos existe solamente bajo la forma de
derecho a reclamar un capital. La acumulación de estos derechos nace, según el
supuesto de que partimos, de la verdadera acumulación, es decir, de la
transformación del capital-mercancías, etc, en dinero; sin embargo, la
acumulación de estos derechos o títulos difiere como tal tanto de la acumulación
real, de la que nace, como de la futura acumulación (del nuevo proceso de
producción), a la que sirven de vehículo los préstamos de dinero.
Prima
facie, el capital de préstamo existe siempre en forma de dinero 1
y más tarde bajo la forma de derecho a reclamar una cantidad de dinero, a partir
del momento en que el dinero en que primitivamente existía se convierte en
forma-dinero real en manos del prestatario. Para el prestamista se convierte en
el derecho a reclamar el dinero, en un título de propiedad. La misma masa de
dinero real puede representar, por tanto, muy distintas masas de capital-dinero.
El simple dinero, ya represente capital realizado o renta realizada, se
convierte en capital de préstamo por el mero acto de préstamo, por su
transformación en depósito, si consideramos la forma general en el sistema de
crédito ya desarrollado. El depósito es capital-dinero para el depositante. Pero
en manos del banquero puede ser simplemente capital-dinero potencial que
permanece inactivo en su caja en vez de estar en la de su propietario.
2
A
medida que crece la riqueza material crece la clase de lo capitalistas
financieros; aumentan, en primer lugar, el número y la riqueza de los
capitalistas que se retiran, de los rentistas; en segundo lugar, se fomenta el
sistema de crédito y aumenta con ello el número de banqueros, prestamistas de
dinero, financieros, etc. Al desarrollarse el capital-dinero disponible, se
desarrolla la masa de los valores rentables, títulos del Estado, acciones, etc,
como más arriba hemos expuesto. Pero aumenta al mismo tiempo la demanda de
capital-dinero disponible, puesto que los jobbers [los especuladores de
bolsa] que especulan con estos títulos y valores desempeñan un papel fundamental
en el mercado de dinero. Si todas las compras y ventas de estos títulos y
valores no fuesen más que la expresión de inversiones reales de capital, sería
acertado decir que no podrían influir en la demanda de capital de préstamo, ya
que si A vende un título obtiene a cambio de él exactamente la misma cantidad de
dinero que B invierte en el título comprado. Sin embargo, incluso entonces,
puesto que aun existiendo el título, no existe el capital (por lo menos, no
existe como capital-dinero) que primitivamente representa, engendra siempre una
demanda proporcional por el correspondiente capital-dinero. De todos modos,
trátase de un capital-dinero del que antes disponía B y ahora dispone A.
Banks
Acts, 1857. Núm. 4,886: “¿Indicaría, a su juicio, acertadamente las
causas que determinan el tipo de descuento, si dijese que se halla regulado por
la cantidad del capital que se encuentra en el mercado y que puede emplearse
para el descuento de letras comerciales, a diferencia de otras clases de
valores? (Chapman): -No; yo entiendo que el tipo de interés se halla afectado
por todos los valores fácilmente convertibles (all convertible
securities of a current character); sería falso
limitar el problema al descuento de letras, pues si existe una gran demanda de
dinero sobre (depósito de) consolidados, e incluso de bonos del tesoro, como
ocurría recientemente en grandes proporciones, y a un tipo de interés mucho más
alto que el comercial, sería absurdo decir que esto no afecta para nada a
nuestro mundo comercial, pues le afectará muy esencialmente.” “4,890. Cuando se
hallan en el mercado valores buenos y fácilmente negociables, reconocidos como
tales por los banqueros, y sus poseedores desean obtener dinero sobre ellos, es
indudable que esto influirá sobre las letras comerciales; yo no puedo esperar,
por ejemplo, que nadie me dé dinero al 5% sobre una letra comercial, si puede
invertir su dinero al 6% en consolidados etc.; nos afecta del mismo modo; nadie
puede pedirme que le descuente una letra al 51/2% si tengo
la posibilidad de prestar mi dinero al 6%.” “4,892. De las gentes que compran
como inversiones fijas de capital 2,000 libras esterlinas o 5,000 ó 10,000
libras de valores, no podemos decir que ellas tengan una influencia esencial en
el mercado financiero. Si me pregunta usted por el tipo de interés que rinden
los (depósitos de) consolidados, me referiré a las gentes que negocian por
cientos de miles, a los llamados jobbers, (49) que suscriben grandes
cantidades de empréstitos públicos o las compran en el mercado y que luego se
ven obligados a retener estos valores hasta que pueden deshacerse de ellos con
una ganancia; estas gentes tienen que tomar dinero prestado para estas
operaciones.”
Al
desarrollarse el crédito, se crean grandes mercados donde se concentra dinero,
como ocurre en Londres, que son al mismo tiempo centros del comercio sobre estos
valores. Los banqueros ponen a disposición de la crema de estos negociantes
grandes masas del capital-dinero perteneciente al público, fomentando así esta
casta de especuladores. “En la Bolsa de Valores se consigue el dinero,
generalmente, más barato que en ningún otro sitio”, decía en 1848, ante la
Comisión secreta de la Cámara de los Lores, el gobernador del Banco de
Inglaterra (Commercial Distress, 1848, impr. en 1857, núm. 219).
Al
estudiar el capital de interés, expusimos que el interés medio correspondiente a
una larga serie de años se determina, suponiendo que las demás circunstancias
permanezcan invariables, por la cuota media de la ganancia, no por el beneficio
del empresario, que equivale a la ganancia menos el interés [véanse pp. 379
ss.].
También hemos dicho y será investigado a fondo más adelante que asimismo en
cuanto a las variaciones del interés comercial -del interés que se imputa por
los descuentos y empréstitos dentro del círculo del mundo comercial y de los
prestamistas de dinero- se presenta en el transcurso del ciclo industrial una
fase en que el tipo de interés rebasa su mínimo y alcanza el nivel medio (que
más tarde rebasa también), y en que este movimiento es resultado del alza de la
ganancia.
Sin
embargo, dos cosas hay que observar aquí:
Primera:
Cuando el tipo de interés se mantiene alto durante largo tiempo (refiriéndose al
tipo de interés en un país determinado, como Inglaterra, donde la cuota media de
interés es durante largo tiempo un tipo dado y se manifiesta también en los
intereses pagados por los empréstitos a largo plazo a los que puede darse el
nombre de intereses privados), esto es, prima facie, una prueba de
que la cuota de ganancia se mantiene alta durante este mismo tiempo; pero no
demuestra necesariamente que sea alta la cuota del beneficio de empresario. Esta
última diferencia desaparece en mayor o menor medida tratándose de capitalistas
que operan preferentemente con capital propio; éstos realizan una cuota alta de
ganancia, puesto que se pagan a sí mismos los intereses del capital. La
posibilidad de un tipo de interés alto mantenido durante largo tiempo -sin
referirnos aquí a la fase de la verdadera crisis- se da cuando rige una cuota
elevada de ganancia. Es posible, sin embargo, que esta cuota elevada de
ganancia, después de deducir el alto tipo de interés, sólo deje margen para una
cuota baja de beneficio de empresario. Y puede también ocurrir que éste siga
disminuyendo, mientras que la cuota de ganancia se mantiene alta. Cabe esta
posibilidad, porque las empresas, una vez iniciadas, tienen que llevarse
adelante. En esta fase, se opera considerablemente con simple capital-crédito
(capital ajeno); y la alta cuota de ganancia puede, en ciertos casos, ser una
cuota especulativa, de perspectiva. La cuota alta de interés puede coincidir con
una cuota elevada de ganancia, pero a base de reducir el beneficio de
empresario. Puede abonarse -y esto es lo que a veces ocurre en épocas de
especulación-, no a costa de la ganancia, sino a costa del mismo capital ajeno
tomado a préstamo, situación que puede mantenerse durante algún tiempo.
Segunda:
La expresión de que la demanda de capital-dinero y, por tanto, la cuota de
interés aumentan por ser alta la cuota de ganancia no es idéntica a la tesis de
que aumenta la demanda de capital industrial, razón por la cual es alto el tipo
de interés.
En
épocas de crisis llega a su máximo la demanda de capital de préstamo y, por
tanto, el tipo de interés; la cuota de ganancia, y con ella la demanda de
capital industrial, punto menos que desaparecen. En estas épocas, nadie pide
dinero prestado más que para pagar, para saldar obligaciones ya contraídas. En
cambio, en las épocas de reanimación de los negocios que siguen a la crisis se
busca capital prestado para comprar y para convertir el capital-dinero en
capital productivo o en capital comercial. En esos casos, son el capitalista
industrial o el comerciante quienes lo solicitan. El capitalista industrial,
para invertirlo en medios de producción y en fuerza de trabajo.
La
creciente demanda de fuerza de trabajo no puede justificar nunca el alza del
tipo de interés, en la medida en que se halla determinado por la cuota de
ganancia. La subida del salario no explica nunca una ganancia más alta, aunque,
fijándonos en fases especiales del ciclo industrial, puede ser una de las
consecuencias que se deriven de ella.
Puede
ocurrir que aumente la demanda de fuerza de trabajo, porque la explotación del
trabajo se desarrolla en condiciones especialmente favorables, pero de tal modo
que esta demanda ascendente de fuerza de trabajo y, por tanto, de capital
variable no haga de por sí que aumente la ganancia, sino que lejos de ello la
haga disminuir proporcionalmente. Sin embargo, puede aumentar con ello la
demanda de capital-dinero, haciendo esto que aumente el tipo de interés. El
precio comercial de la fuerza de trabajo aumentará entonces por encima de la
media, se dará entrada a un número de obreros superior al normal y, al mismo
tiempo, subirá el tipo de interés, puesto que esas condiciones hacen que aumente
la demanda de capital-dinero. La creciente demanda de fuerza de trabajo encarece
esta mercancía como otra cualquiera, hace que suba su precio, pero no la
ganancia, la cual responde en lo fundamental precisamente a la baratura relativa
de esta mercancía. Pero, al mismo tiempo, hace subir el tipo de interés -bajo
las circunstancias que se dan por supuestas-, puesto que hace que aumente la
demanda de capital-dinero. Si el capitalista de dinero, en vez de prestar éste,
se convirtiese en industrial, el hecho de que tenga que pagar el trabajo caro no
elevaría de por sí su ganancia, sino que, por el contrario, la haría disminuir
proporcionalmente. La coyuntura de las circunstancias puede ser tal que, a pesar
de ello, aumente su ganancia, pero no porque pague más caro a sus obreros. Pero
esta última circunstancia, en la medida en que hace subir la demanda de
capital-dinero, es suficiente para hacer subir el tipo de interés. Si aumentasen
por cualesquiera causas los salarios, en coyunturas que por lo demás fuesen
desfavorables, el alza de los salarios haría descender la cuota de ganancia y,
en cambio, haría subir el tipo de interés, en la medida en que creciese la
demanda de capital-dinero.
Si
prescindimos del trabajo, lo que Overstone llama “demanda de capital” consiste
pura y simplemente en la demanda de mercancías. La demanda de mercancías hace
subir el precio de éstas, ya sea porque la demanda sea superior a la media o
porque la oferta sea inferior a ella. Si el capitalista industrial o el
comerciante tiene que pagar ahora, por ejemplo, 150 libras esterlinas por la
misma masa de mercancías por la que antes pagaba solamente 100, tendrá que tomar
prestadas 150 libras esterlinas en vez de 100 como antes, lo cual le supondrá,
al tipo del 5%, un pago de 71/2 libras en vez de 5, en
concepto de intereses. La masa de los intereses que vendrá obligado a pagar
aumentará al aumentar la masa del capital prestado.
Todo
el intento del señor Overstone consiste en presentar como idénticos los
intereses del capital de préstamo y del capital industrial, mientras que su ley
bancaria estriba, por el contrario, en explotar en beneficio del capital-dinero
la diferencia que existe entre estos intereses.
Es
posible que la demanda de mercancías, caso de que su oferta descienda por debajo
de la media, no absorba más capital-dinero que antes. Habrá que pagar la misma
suma y tal vez una suma menor por su valor total, pero por la misma suma se
obtendrá una cantidad menor de valores de uso. En este caso, la demanda de
capital-dinero susceptible de ser prestado seguirá siendo la misma y, por tanto,
el tipo de interés no subirá aunque suba la demanda de mercancía en proporción a
su oferta y aumente, por consiguiente, el precio de la mercancía. El tipo de
interés sólo puede resultar afectado siempre que crezca la demanda total de
capital de préstamo, que no es el caso en la hipótesis anterior.
Pero
la oferta de un artículo puede también descender por debajo de la media, como
ocurre en caso de malas cosechas con el trigo, el algodón, etcétera, y aumentar
sin embargo la demanda de capital de préstamo, porque se especule para conseguir
que los precios suban todavía más, y el procedimiento más directo para hacerlos
subir consiste en retirar temporalmente del mercado una parte de la mercancía.
Para que se pueda pagar la mercancía comprada sin venderla se moviliza dinero
por medio del “sistema de las letras comerciales”. En este caso, crece la
demanda de capital de préstamo y el tipo de interés puede subir como
consecuencia de este intento encaminado a entorpecer artificialmente la
afluencia de mercancías. El alza del tipo de interés expresa, en este caso, una
disminución artificial de la oferta del capital-mercancías.
Por
otra parte, puede ocurrir que la demanda de un artículo aumente porque haya
aumentado su oferta y el artículo se cotice por debajo de su precio medio.
En
este caso la demanda de capital de préstamo puede seguir siendo la misma o
incluso disminuir, porque con la misma suma de dinero se obtenga mayor cantidad
de mercancías. Pero podría producirse también un almacenamiento especulativo de
mercancías, en parte con objeto de aprovechar el momento favorable para fines de
producción, en parte esperando a que más tarde suban los precios. En este caso,
podría aumentar la demanda de capital de préstamo y la elevación del tipo de
interés sería así expresión de una inversión de capital en el almacenamiento
excedente de elementos del capital productivo. Aquí sólo estamos examinando la
demanda de capital de préstamo en cuanto se halla influida por la demanda y la
oferta del capital-mercancías. Ya hemos puesto de relieve más arriba cómo
influye sobre la oferta de capital del préstamo el estado fluctuante del proceso
de reproducción en las fases del ciclo industrial. Overstone involucra
taimadamente la tesis trivial de que la cuota comercial del tipo de interés se
halla determinada por la oferta y la demanda de capital (de préstamo) con su
propia hipótesis, según la cual el capital de préstamo se identifica con el
capital en general, procurando con ello convertir al usurero en el único
capitalista y a su capital en el único capital.
En
épocas de crisis, la demanda de capital de préstamo es la busca de medios de
pago, y nada más; en modo alguno demanda de dinero como medio de compra. En
estos casos, puede subir mucho el tipo de interés, lo mismo si abunda que si
escasea el capital real, tanto el capital productivo como el capital-mercancías.
La demanda de medios de pago es simple demanda de convertibilidad en dinero,
allí donde los comerciantes y productores pueden ofrecer buenas garantías, y es
demanda de capital-dinero en la medida en que no ocurre eso, donde, por
tanto, un anticipo de medios de pago no les da solamente la forma-dinero,
sino el equivalente que les falta para pagar, en la forma que sea. Es
aquí donde ambos lados de la teoría corriente tienen razón y a la vez se
equivocan al enjuiciar las crisis. Los que dicen que existe simplemente escasez
de medios de pago, o bien se fijan solamente en los poseedores de garantías
bona fide (50) [de títulos sobre mercancías recibidas], o bien son
necios que creen que un banco tiene el deber y además la posibilidad de
convertir a todos los especuladores quebrados, por medio de unos papeles, en
capitalistas solventes y sólidos. Los que dicen que existe simplemente escasez
de capital, o bien se entretienen en simples logomaquias, puesto que
precisamente en esas épocas existe en masa capital inconvertible a
consecuencia del exceso de importaciones y de la superproducción, o se refieren
simplemente a aquellos caballeros del crédito que se ven colocados realmente en
una situación en que ya no siguen obteniendo capital ajeno para manejarlo y
exigen que el banco no sólo les ayude a pagar el capital perdido, sino que
además les permita proseguir sus estafas.
Constituye una base de la producción capitalista que el dinero se enfrente a la
mercancía como forma sustantiva del valor, o que el valor de cambio asuma una
forma sustantiva en el dinero, lo cual sólo es posible siempre y cuando que una
determinada mercancía se convierta en el material por cuyo valor se miden todas
las demás mercancías, convirtiéndose precisamente así en la mercancía general,
en la mercancía por antonomasia, por oposición a todas las demás. Y esto tiene
que manifestarse en un doble sentido, sobre todo tratándose de países
capitalistamente desarrollados donde el dinero se repone en grandes
proporciones, a saber: de una parte, mediante operaciones de crédito, de otra
parte, mediante dinero-crédito. En épocas de crisis, en que el crédito se reduce
o desaparece en absoluto, pronto el dinero se enfrenta súbita y absolutamente a
las mercancías como medio único de pago y como la verdadera existencia del
valor. De aquí la depreciación general de las mercancías, la dificultad, más
aún, la imposibilidad de convertirlas en dinero, es decir, en su propia forma
puramente imaginaria. Y, en segundo lugar, el dinero-crédito mismo sólo es
dinero en la medida en que representa absolutamente al dinero real por el
importe de su valor nominal. Con la retirada del oro, su convertibilidad en
dinero, es decir, su identidad con el oro real, se convierte en algo
problemático. De aquí las medidas coactivas, el alza del tipo de interés, etc,
para asegurar las condiciones de esta convertibilidad. Esto puede agudizarse en
mayor o menor medida mediante una falsa legislación basada en falsas teorías
sobre el dinero e imponerse a la nación por exigirlo así el interés de los
traficantes en dinero de los Overstone y consortes. Pero la base de esto reside
en la base del mismo régimen de producción. Una desvalorización del
dinero-crédito (para no hablar de privarla, lo que sería puramente imaginario,
de sus propiedades monetarias) haría estremecerse todas las relaciones
existentes. Se sacrifica, por tanto, el valor de las mercancías para asegurar la
existencia mítica y autónoma de este valor en dinero. Como valor-dinero sólo se
asegura de un modo general mientras se asegura el dinero. Para asegurar un par
de millones de dinero, hay que sacrificar, por tanto, muchos millones de
mercancías. Esto es inevitable en la producción capitalista y constituye una de
sus bellezas. En los sistemas anteriores de producción no existe esto, pues la
estrecha base sobre la que se mueven no permite que se desarrollen en ellos ni
el crédito ni el dinero-crédito. Mientras el carácter social del trabajo
aparezca como la existencia en dinero de la mercancía y, por
tanto, como un objeto situado al margen de la verdadera producción, serán
inevitables las crisis de dinero, como crisis independientes o como agudización
de las crisis reales. Es evidente, por otra parte, que mientras no se halle
quebrantado el crédito de un banco, éste puede, en tales casos, mitigar el
pánico mediante el aumento del dinero-crédito y acentuarlo con su retirada. Toda
la historia de la moderna industria enseña que, si la producción interior se
hallase organizada, los metales sólo serían necesarios, en realidad, para saldar
el comercio internacional cuando su equilibrio se rompiese momentáneamente. Y la
suspensión de los pagos en metálico de los llamados bancos nacionales, medio al
que se recurre como única medida salvadora, demuestra que dentro del país ya hoy
no se necesita el dinero metálico.
Entre
dos individuos sería ridículo decir que, en sus relaciones mutuas, presentan
ambos una balanza de pagos desfavorable. Si son deudor y acreedor el uno del
otro y viceversa, es evidente que, caso de que sus créditos no se salden, tiene
que quedar deudor el uno del otro por la diferencia. Pero entre las naciones no
ocurre esto, ni mucho menos. Y que no ocurre lo reconocen todos los economistas
al decir que la balanza de pagos puede ser favorable o desfavorable a una
nación, aunque su balanza comercial tenga necesariamente que nivelarse en última
instancia. La balanza de pagos se distingue de la balanza comercial en que es
una balanza comercial que vence dentro de un plazo determinado. Lo que hacen las
crisis es condensar en un plazo más corto la diferencia entre la balanza de
pagos y la balanza comercial; y las situaciones concretas que se desarrollan en
la nación en la que se presenta la crisis y en la que, por tanto, vence ahora el
término de los pagos, se encargan ya de producir esta contracción del plazo de
compensación. En primer lugar, el éxodo de los metales preciosos; en segundo
lugar, la venta de las mercancías recibidas en consignación; la exportación de
mercancías para su venta o para conseguir en el interior del país anticipos en
dinero a cuenta de ellas; el alza del tipo de interés, la rescisión de los
créditos, la baja de los títulos y valores, la venta de títulos y valores
extranjeros, la atracción de capital extranjero para invertirlo en estos títulos
y valores desvalorizados y, finalmente, la bancarrota, que viene a saldar toda
una masa de créditos. En estos casos, aún se envían con frecuencia metales al
país en que ha estallado la crisis, porque las letras de cambio en él son
inseguras y lo más seguro es hacer los pagos en metálico. A esto hay que añadir
el hecho de que, por lo que se refiere al Asía, todos los países capitalistas
son sus deudores, la mayoría de ellos simultáneamente, de un modo directo o
indirecto. Tan pronto como estas diversas circunstancias proyectan plenamente
sus efectos sobre la otra nación interesada, se presenta también en ella la
exportación de oro y plata, en una palabra, se declara el vencimiento de los
créditos, y todos los fenómenos indicados se repiten.
En el
crédito comercial, el interés, como diferencia entre el precio a crédito y el
precio al contado, sólo entra en el precio de las mercancías cuando las letras
tienen un plazo de vencimiento superior al normal. En otro caso, no. Y esto se
explica por el hecho de que todos toman este crédito con una mano y lo dan con
la otra. (Esto no está de acuerdo con mi experiencia. F. E.) El
descuento, cuando se desarrolla en esta forma, no se halla regulado por este
crédito comercial. sino por el mercado de dinero.
Si la
demanda y la oferta de capital-dinero, que determinan el tipo de interés, fuesen
idénticas a la demanda y la oferta de capital real, como sostiene Overstone, el
interés tendría que ser al mismo tiempo bajo y alto según que nos fijásemos en
distintas mercancías o en la misma mercancía en distintas etapas (materia prima,
artículo a medio fabricar y producto terminado). En 1844, el tipo de interés del
Banco de Inglaterra osciló entre el 4% (de enero a septiembre) y el 21/2
y el 3% de noviembre hasta fines de año. En 1845, fue del 21/2,
23/4 y el 3% de enero a octubre y en los últimos meses del
año osciló entre el 3 y el 5%. El precio medio del buen algodón de Nueva Orleans
fue en 1844 de 61/2 peniques y en 1845 de 47/6
peniques. El 3 de marzo de 1844, las existencias de algodón en Liverpool eran de
627,042 balas y el 3 de marzo de 1845 de 773,800 balas. A juzgar por el bajo
precio del algodón, el tipo de interés vigente en 1845 debía ser bajo, como en
realidad lo fue durante la mayor parte de aquella época. Pero, juzgando por los
hilados, habría debido ser alto, pues los precios eran relativamente elevados y
las ganancias en absoluto. Con algodón a 4 peniques la libra podía hilarse en
1845, con 4 peniques de costo de hilado, una madeja (núm. 40 gut
secunda mule twist), que le salía, por tanto, al fabricante de
hilados por 8 peniques y que en septiembre y octubre de 1845 podía vender a
razón de 101/2 u 111/2 peniques la
libra (véase más adelante el testimonio de Wylie).
La
solución de todo este problema puede formularse del modo siguiente:
La
demanda y la oferta de capital de préstamo serían idénticas a la demanda y la
oferta de capital en general (aunque esta última frase es absurda, pues para el
industrial o el comerciante la mercancía es una forma de su capital, pero ellos
nunca exigen capital como tal, sino que exigen siempre solamente esta mercancía
específica en sí, la compran y la pagan en tanto que mercancía como trigo o como
algodón, independientemente del papel que esté llamada a desempeñar en el ciclo
de su capital) si no existiesen prestamistas de dinero y en vez de eso los
capitalistas prestamistas se hallasen en posesión de la maquinaria, las materias
primas, etc, y las prestasen o las alquilasen, como hoy se alquilan las casas, a
los capitalistas industriales, que son a su vez propietarios de una parte de
estos objetos. En estas condiciones, la oferta de capital a préstamo es idéntica
a la oferta de elementos de producción para el capitalista industrial y a la
oferta de mercancías para el comerciante. Pero es evidente que, en este caso, la
división de la ganancia entre el prestamista y el prestatario dependería ante
todo íntegramente de la proporción en que este capital se tomase a préstamo y en
que fuese propiedad de quien lo emplease.
Según
el señor Weguelin (Bank Acts, 1857), el tipo de interés se
determina por “la masa del capital inactivo” (252); “sólo es un índice de la
masa del capital ocioso que busca una inversión” (271); más adelante, llama a
este capital inactivo floating capital (285) y entiende por tal
los “billetes del Banco de Inglaterra y otros medios de circulación dentro del
país; por ejemplo, los billetes de los bancos provinciales y la moneda existente
en el interior del país. Incluyo también en el floating capital
las reservas de los bancos” (502, 503), y más adelante también el oro en barras
(503). El mismo Weguelin nos dice así que el Banco de Inglaterra influye
considerablemente en el tipo de interés en épocas “en que nosotros” (o sea, en
Banco de Inglaterra) “tenemos de hecho en nuestras manos la mayor parte del
capital inactivo” (1,198), mientras que, según las declaraciones del señor
Overstone reproducidas más arriba, el Banco de Inglaterra “no es ningún sitio
para capital”. Dice además Weguelin: “A mi juicio, el tipo de descuento se
regula por la cantidad de capital inactivo que hay en el país. La cantidad de
dinero inactivo se halla representada por la reserva del Banco de Inglaterra,
que es en realidad una reserva metálica. Por consiguiente, cuando disminuye el
tesoro metálico, esto hace disminuir la cantidad de dinero inactivo dentro del
país, con lo cual aumenta el valor del resto que aún existe” (1,258). J. Stuart
Mill dice (2,102): “El Banco se ve obligado, para mantener la solvencia de su
banking department, a hacer todo lo posible por llenar la reserva de
este departamento; por tanto, tan pronto como advierta que baja de nivel, deberá
asegurarse una reserva y restringir sus descuentos o vender títulos y valores”
[p. 188]. La reserva, cuando se tiene en cuenta solamente el banking
department, es reserva solamente para los depósitos. Según los Overstones,
el banking department debe actuar solamente como banquero, sin
preocuparse para nada de la emisión “automática” de billetes. Pero en épocas de
verdadera crisis, el instituto, independientemente de la reserva del banking
department, formada exclusivamente por billetes, no pierde de vista el
tesoro metálico, y no debe perderlo de vista si no quiere dar en quiebra. Pues a
medida que desaparece la reserva metálica, desaparece también la reserva de los
billetes de banco, y nadie debiera saber esto tan bien como el señor Overstone,
ya que fue precisamente él quien lo organizo tan sabiamente con su ley bancaria
de 1844.
NOTAS
AL PIE DEL CAPÍTULO XXXII:
1.
Bank Acts, 1857, declaraciones de Twells banquero: “4,516. Como
banquero, ¿hace usted negocios con capital o con dinero? -Nosotros operamos con
dinero”. “4,517. ¿Cómo se hacen efectivos los depósitos en su banco? -En
dinero”. “4,518. ¿Cómo se pagan? -En dinero”. “[4,519] ¿Puede afirmarse, pues,
que esos depósitos son algo más que dinero? -No”.
Overstone
(véase cap.
XXXVI [pp. 459 ss.] confunde continuamente capital
y money. Value of money es, para él, también el interés, pero
siempre y cuando que se halle determinando por la masa del dinero; value of
capital, es tal como él lo concibe, el interés en cuanto determinado por la
demanda de capital productivo y por la ganancia que arroja. Dice Overstone:
“4,140. El empleo de la palabra capital es muy peligroso”. “4,148. Las
exportaciones de oro de Inglaterra representan una disminución de la cantidad de
dinero existente dentro del país la cual tiene que provocar, naturalmente, un
aumento de la demanda en el mercado de dinero en general”. (Y no, por tanto,
según esto, en el mercado de capital). “4,112. A medida que el dinero sale del
país, disminuye la cantidad de dinero existente dentro de éste. Esta disminución
de la cantidad de dinero que permanece dentro del país hace que aumente el valor
de este dinero”.
(Esto
representa, originariamente, en su teoría, un aumento de valor del dinero como
tal dinero provocado por la contracción de la circulación, comparando el dinero
con los valores de las mercancías; por tanto, este aumento del valor del dinero
= a la disminución del valor de las mercancías. Pero como entretanto ha quedado
irrefutablemente demostrado incluso para él que la masa del dinero circulante no
determina los precios, resulta que ahora es la disminución del dinero como medio
de circulación la que hace que aumente su valor como capital a interés, y por
tanto, el tipo de interés). “Y este valor incrementado del dinero restante pone
un dique a la retirada del dinero y dura hasta que ha hecho refluir la cantidad
de dinero necesaria para restablecer el equilibrio”. Véase más abajo la
continuación de las contradicciones en que incurre Overstone [infra. pp,
482 ss.]
2.
Aquí nos encontramos con la confusión de que ambas cosas son “dinero”: el
depósito, como derecho a reclamar un pago del banquero y el dinero depositado en
manos del banquero mismo. El banquero Twells, en sus declaraciones ante la
Comisión Bancaria de 1857, pone el siguiente ejemplo: “Inicío el negocio con
10,000 libras esterlinas. Destino 5,000 a comprar mercancías y las coloco en mi
almacén. Las 5,000 libras restantes las deposito en un banco para girar sobre
ellas a medida que las vaya necesitando. Pero sigo considerando las 10,000
libras como mi capital, aunque la mitad de esta suma reviste la forma de un
depósito o de dinero”. (4,258). Partiendo de aquí, se desarrolla ahora el
siguiente lindo debate: “4,531. Es decir, ¿que ha confiado usted sus 5,000
libras en billetes de banco a otra persona? -Exactamente”. “4,532. Entonces,
¿esta persona tiene las 5,000 libras en depósito? -Ciertamente”. “4,533. ¿Y
usted, tiene otras 5,000 libras depositadas? -Exactamente”. “4,534. ¿La otra
persona tiene 5,000 libras esterlinas en dinero y usted tiene 5,000 libras
esterlinas en dinero? -Ciertamente”. “4,535. ¿Pero no es, en último resultado,
otra cosa que dinero? -No”. La confusión proviene, en parte, de lo siguiente: A,
que ha depositado en el banco las 5,000 libras, puede girar sobre ellas, sigue
disponiendo de ellas exactamente lo mismo que si las tuviese todavía en su
poder. En este sentido, las 5,000 libras son, para él, dinero potencial. Pero al
girar sobre ellas va destruyendo proporcionalmente su depósito. Si retira de él
dinero real y su dinero se ha concedido ya en préstamo a otro, no se le pagará
con su propio dinero, sino con otro dinero depositado en el banco. Si paga una
deuda a B con un cheque contra su banquero y B deposita este cheque en su banco
y el banquero de A tiene, a su vez, un cheque contra el banquero de B, de tal
modo que ambos banqueros puedan limitarse a canjear sus cheques, resultará que
el dinero depositado por A habrá cumplido por dos veces la función propia del
dinero: una vez en manos de aquel que ha recibido el dinero depositado por A;
otra vez en manos del mismo A. La segunda vez se opera una compensación de
créditos (el crédito de A contra su banquero y el crédito de éste contra el
banquero de B) sin que medie para nada dinero. El depósito actúa dos veces como
dinero, una vez como dinero real y otra vez como derecho a reclamar una cantidad
de dinero. Los simples derechos a reclamar dinero pueden hacer las veces de
dinero mediante el mecanismo de la compensación de créditos.
CAPÍTULO
XXXIII
LOS MEDIOS DE CIRCULACIÓN
EN EL SISTEMA DE CRÉDITO
“El
gran regulador del ritmo de la circulación es el crédito. Así se explica por qué
las crisis agudas del mercado de dinero suelen coincidir con la abundancia de la
circulación” (The Currency Theor Reviewed, página
65). Esto debe entenderse en dos sentidos. En primer lugar, todos los métodos
que ahorran medios de circulación se basan en el crédito. En segundo lugar,
tomemos, por ejemplo, un billete de 500 libras esterlinas. A se lo entrega hoy a
B en pago de una letra de cambio; B lo deposita el mismo día en su banco, el
cual descuenta con él, siempre el mismo día, una letra de cambio, a favor de C;
C la paga a su banco, éste la pasa al bill-broker para que la descuente,
etc. La celeridad con que circula aquí el billete de banco como medio de compras
y de pagos se halla condicionada por la celerida (con que retorna siempre a
alguien en forma de depósito, para pasa de nuevo a otro en forma de préstamo. La
simple economía de medios de circulación aparece desarrollada hasta el máximo en
la Clearing House, en el simple intercambio de letras vencidas y en la función
predominante del dinero como medio de pago simplemente para saldar las
diferencias. Pero la existencia de estas letras descansa, a su vez, sobre el
crédito que se conceden mutuamente los industriales y comerciantes. Retirad este
crédito y disminuirá enseguida el número de letras de cambio, sobre todo el de
las libradas a larga vista, y con ellas la eficacia de este método de
compensación. Y esta economía, que consiste en eliminar el dinero de los actos
de circulación y que se basa íntegramente en la función del dinero como medio de
pago, la cual descansa, a su vez, sobre el crédito, sólo puede ser (si
prescindimos de la técnica más o menos desarrollada en cuanto a la concentración
de estos pagos) de dos clases: los créditos mutuos, representados por letras de
cambio o cheques, se compensan unas veces en manos del mismo banquero, que se
limita a transcribir el crédito de la cuenta de un cliente a la de otro, y otras
veces entre distintos banqueros.1 La concentración de 8 a 10 millones
de letras de cambio en manos de un bill-broker, por ejemplo, en manos de
la firma Overend, Gurney & Co, fue uno de los medios principales empleados para
ampliar localmente la escala de esta compensación. Esta economía aumenta la
eficacia del medio de circulación, puesto que, gracias a ella, basta con una
pequeña cantidad de él para el simple saldo de la balanza. De otra parte, el
ritmo del dinero que funciona como medio de circulación (lo cual es también una
manera de economizarlo) depende íntegramente de la corriente de las compras y
las ventas, o bien de la concatenación de los pagos, siempre y cuando que se
efectúen unos tras otros en dinero. Pero el crédito sirve de vehículo para ello
y activa así el ritmo de la circulación. Cada moneda sólo puede circular, por
ejemplo, cinco veces y permanece más tiempo en cada mano -como simple medio de
circulación, sin la interposición del crédito- si A, su primitivo poseedor,
compra a B, B a C, C a D, D a E y E a F, es decir, si su paso de una mano a otra
se efectúa solamente por medio de compras y ventas reales. Pero si B deposita en
poder de su banquero el dinero recibido de A en pago y el banquero se lo entrega
a C como descuento de una letra, C compra a D, éste lo deposita en su banco y el
banco se lo presta a E, el cual compra a F, tendremos que su ritmo como simple
medio de circulación (medio de compra) se opera a través de varias operaciones
de crédito: el depósito que B efectúa en su banco y el descuento que éste hace a
C, el depósito de B en poder de su banquero y el descuento de éste a favor de E,
o sean, cuatro operaciones de crédito. Sin estas operaciones de crédito, no
habría podido operar la misma moneda cinco compras seguidas en un período de
tiempo dado. El hecho de que cambie de mano sin que medien operaciones de compra
y venta reales -como depósito y descuento- es lo que viene aquí a acelerar su
circulación en una serie de operaciones reales y efectivas de cambio.
Ya
hemos visto más arriba como el mismo billete de banco puede crear depósitos en
poder de diferentes banqueros. También puede crear distintos depósitos en manos
de un solo banquero. Este descuenta con el billete depositado por A la letra de
cambio de B, B paga a C y C deposita el mismo billete en el mismo banco, el cual
lo invierte.
Ya
pusimos de manifiesto al estudiar la circulación simple del dinero (libro I,
cap. III [pp. 83-84]) que la masa del dinero realmente circulante, partiendo
como de factores dados del ritmo de circulación y de la economía de los pagos,
se determina por los precios de las mercancías y la masa de las transacciones. Y
la misma ley rige para la circulación fiduciaria.
En el
cuadro siguiente se indican las cifras medias anuales de los billetes del Banco
de Inglaterra para cada año, en la medida en que se hallan en manos del público
y, concretamente, los billetes de 5 y 10 libras, los de 20 a 100 y los de
importes superiores, de 200 a 1,000 libras, así como el porcentaje que dentro de
la circulación total representa cada una de estas categorías. Las cifras
expresan millares.

(Bank
Acts. 1858, p. XXVI).
El
total de los billetes de banco en circulación aumenta, pues, de un modo positivo
de 1844 a 1857, a pesar de haber ascendido a más del doble el tráfico comprobado
por exportaciones e importaciones. Los billetes pequeños de 5 y 10 libras
aumentan, como indica el cuadro, de 9.263,000 libras esterlinas en 1844 a
10.659,000 libras en 1857. Y esto ocurre simultáneamente con el aumento de la
circulación oro, que se acentúa considerablemente por estos mismos años. En
cambio, se registra un descenso de los billetes de cantidades superiores (de 200
a 1,000 libras), descenso que es de 5.856,000 libras esterlinas en 1852 a
3.241,000 libras en 1857 y que representa, por tanto, una disminución de más de
21/2 millones. Esto se explica del modo siguiente: “El 8
de junio de 1854, los bancos privados de Londres dieron entrada en la
organización de la Clearing House a los bancos por acciones y, poco después, se
organizó el clearing final en el Banco de Inglaterra. Los saldos diarios
se liquidan mediante transferencias en las cuentas corrientes que en el Banco de
Inglaterra tienen abiertas los distintos bancos. Este sistema hace que sean
inútiles los billetes por cantidades altas de que los bancos se valían
anteriormente para cubrir saldos respectivos” (Bank Acts, 1858, p.
V).
Hasta
qué punto se reduce a un mínimo el empleo del dinero en el comercio al por mayor
lo demuestra el cuadro que reproducimos en el libro I, cap. III, nota 55 [p.
104] y que fue facilitado a la Comisión bancaria por Morrison, Dillon & Co, una
de las más importantes casas de Londres de esas en que un comerciante al por
menor puede adquirir todas sus existencias de mercancías.
Según
el testimonio de W. Newmarch ante la Comisión (Bank Acts, 1857,
núm. 1,741), había otros factores que contribuían también al ahorro de medios de
circulación: la tarifa de un penique para el franqueo de las cartas, los
ferrocarriles, los telégrafos, en una palabra, los progresos de los medios de
comunicación, lo que permite que Inglaterra, con el mismo volumen aproximado de
circulación de billetes de banco, pueda realizar ahora un volumen cinco a seis
veces mayor de negocios que antes. A ello contribuyó también esencialmente,
según el dicho testimonio, el hecho de haber sido eliminados de la circulación
los billetes de más de 10 libras. Newmarch considera esto como una explicación
natural del hecho de que en Escocia e Irlanda, donde circulan también billetes
de 1 libra, haya aumentado en un 31% aproximadamente la circulación de billetes
de banco (1,741). Indica como cifra de circulación total de billetes de banco en
el Reino Unido, incluyendo los billetes de 1 libra, 39 millones de libras
esterlinas (1,749). La circulación de oro = 70 millones de libras (1,750). En
Escocia, la circulación de billetes de banco fue de 3.120,000 de libras
esterlinas en 1834, de 3.020,000 en 1844 y de 4.050,000 en 1854 (1,752).
Ya
esto, por sí solo, indica que no está, ni mucho menos, al alcance de los bancos
de emisión multiplicar el número de billetes en circulación, siempre y cuando
que estos billetes sean convertibles en dinero a la vista. (Aquí no se habla
para nada de papel-moneda inconvertible; los billetes de banco inconvertibles
sólo pueden funcionar como medio general de circulación allí donde se hallan
respaldados de hecho por el crédito del Estado, como, por ejemplo, ocurre
actualmente en Rusia. Esto los coloca bajo la acción de las leyes que rigen el
papel-moneda de Estado inconvertible que han sido estudiadas ya (libro I, cap.
III, 2, c: La moneda. El signo de valor [pp. 89
ss.] F. E.).
La
cantidad de billetes en circulación se rige por las necesidades del comercio, y
cada billete superfluo retorna inmediatamente a las manos del que lo emite. Y
como en Inglaterra sólo los billetes del Banco de Inglaterra circulan con
carácter general como medio legal de pago, podemos prescindir aquí de la
circulación insignificante y puramente local de los billetes emitidos por los
bancos provinciales.
El
señor Neave, gobernador del Banco de Inglaterra, declara ante el Bank
Committee: “Núm. 947. (Pregunta:) ¿Sostiene usted que, cualesquiera que sean
las medidas que adopte, el importe de los billetes que se hallan en manos del
público es siempre el mismo, o sean, 20 millones de libras esterlinas,
aproximadamente? -En tiempos normales, las necesidades del público parecen
exigir unos 20 millones. En ciertas épocas del año, que se repiten
periódicamente, esta cifra aumenta en 1 ó 11/2 millones.
Si el público necesita más, puede obtenerlo siempre, como he dicho, del Banco de
Inglaterra.” “948. Decía usted que durante el pánico el público no quería
permitirles reducir la cantidad de billetes en circulación; ¿querría usted
razonar esto? -En épocas de pánico, el público tiene, a mi juicio, plenos
poderes para obtener billetes de banco; y, naturalmente, mientras el Banco se
halla obligado por un deber, el público puede, al amparo de él, recibir del
Banco estos billetes.” “949. Al parecer ¿el Banco de Inglaterra necesita tener
en circulación constantemente unos 20 millones en billetes? -20 millones en
manos del público; la cifra varía. Unas veces son 181/2
millones, otras veces 19 ó 20, pero como término medio puede usted poner de 19 ó
20 millones.”
Declaraciones de Thomas Tooke ante la Comisión de la Cámara de los Lores sobre
la Commercial Distress (Crisis Comercial, 1848-57. [p. 347]), núm.
3,094: “El Banco no puede aumentar a su antojo la cantidad de billetes que
circula entre el público; lo que sí puede hacer, pero sólo por medio de una
operación muy violenta, es reclucirla.”
J. C.
Wright, con treinta años de actuación como banquero en Nottingham, después de
explicar en detalle la imposibilidad de que los bancos provinciales nunca
mantengan en circulación más billetes de los que el público necesita y desea,
dice refiriéndose a los billetes del Banco de Inglaterra (Commercial
Distress, 1848-57), núm. 2,844: “No conozco ningún límite [a la emisión de
billetes] por parte del Banco de Inglaterra, pero todo aquello en que exceda a
las necesidades de la circulación pasa a los depósitos, adoptando así otra
forma.”
Y
esto mismo es aplicable a Escocia, donde apenas circula más que papel, pues
aquí, al igual que en Irlanda, están autorizados también los billetes de 1 libra
y the scotch hate gold. (51) Kennedy, director de un
banco escocés, declara que los bancos no podrían siquiera reducir su circulación
de billetes y “opina que mientras las operaciones comerciales interiores
requieran billetes u oro para poder realizarse, los banqueros tendrán que
suministrar los medios de circulación necesarios para alimentar estas
operaciones, ya sea a instancia de sus depositantes o de otro modo. Los bancos
escoceses pueden restringir sus operaciones, pero no pueden ejercer ningún
control sobre su emisión de billetes” (l. c, núms. 3,446-48). Y en
términos parecidos se expresa Anderson, director de la Union Bank
of Scofland, l. c, núm. 3,578: “¿Impide el sistema
del intercambio mutuo de billetes (entre los bancos escoceses) que un banco
emita mas billetes de los necesarios? -Sí; pero tenemos un medio más eficaz que
el intercambio de billetes (que, en realidad, no tiene nada que ver con esto,
aunque asegura la circulación de los billetes de cualquier banco por toda
Escocia) y es la práctica general existente en Escocia de tener una cuenta
corriente en un banco; todo el que cuenta con algún dinero tiene una cuenta en
un banco, en la que ingresa diariamente el dinero que no necesita de momento, lo
cual hace que al final de cada día de operaciones se concentre en los bancos
todo el dinero, con excepción de lo que cada cual lleva en su bolsillo.”
Y lo
mismo ocurre en Irlanda, según lo que declaran el gobernador del Banco de
Irlanda, Mac Donnel, y el director del Provincial Bank of
Ireland, Murray, ante la misma Comisión.
La
circulación de billetes no es tan sólo independiente de la voluntad del Banco de
Inglaterra, sino también del estado de las reservas-oro en los sótanos del
Banco, el cual asegura la convertibilidad de los billetes emitidos. “El 18 de
septiembre de 1846, la circulación de billetes del Banco de Inglaterra ascendía
a 20.900,000 libras esterlinas y su reserva metálica era de 16.273,000 libras;
el 5 de abril de 1847, la circulación era de 20.715,000 libras y la reserva
metálica de 10.246,000. Es decir que, a pesar de haberse explotado 6 millones de
libras de oro y plata, la circulación de billetes de banco no se redujo” (J. G.
Kinnear, The Crisis and the Currency,
Londres, 1847, p. 5). Huelga decir, sin embargo, que esto sólo rige bajo las
condiciones actualmente existentes en Inglaterra, y aún así siempre y cuando que
las leyes no dispongan otra cosa acerca de la proporción entre la emisión de
billetes y las reservas metálicas.
Son,
pues, las necesidades del comercio y sólo ellas las que influyen en la cantidad
del dinero circulante -billetes de banco y oro-. Y a este propósito hay que
tener en cuenta en primer lugar las fluctuaciones periódicas que se repiten
todos los años, cualquiera que sea el estado general de los negocios, de tal
modo que desde hace veinte años “la circulación es en determinados meses alta y
en otros baja, mientras que en ciertos meses presenta un nivel medio” (Newmarch,
Bank Acts, 1857, núm. 1,650).
Así,
todos los años, en el mes de agosto, salen del Banco de Inglaterra a la
circulación interior, para pagar los gastos de la cosecha, varios millones, la
mayor parte de ellos en oro; como se trata fundamentalmente de atender al pago
de salarios, no son muy aptos para estos fines, en cuanto a Inglaterra, los
billetes de banco. Antes de final de año, todo este dinero retorna a las arcas
del Banco de Inglaterra. En Escocia apenas circulan más que billetes de a libra
en soberanos, por tanto, la circulación de billetes de banco se dilata en unos 3
ó 4 millones al presentarse estas situaciones, que se dan dos veces al año, en
mayo y en noviembre; semanas después se inicia ya el reflujo y al mes ha
retornado todo el dinero (Anderson, Commercial Distress, 1849-57,
núms. 3,595-3,600).
La
circulación de billetes del Banco de Inglaterra experimenta también una
oscilación trimestral, provocada por el pago trimestral de los “dividendos”, es
decir, de los intereses de la Deuda pública, que hace que empiece retirándose de
la circulación una parte de los billetes de banco, para luego volver a circular
entre el público, retornándose enseguida a su punto de partida. Weguelin (Bank
Acts, 1857. núm. 38) calcula en 21/2 millones la
cifra de la oscilación que esto determina en cuanto a la circulación de
billetes. En cambio, el señor Chapman, de la conocida firma Overend. Gurney &
Co, cifra en proporciones mucho más altas la perturbación causada en el mercado
de dinero por este factor a que nos referimos. “Si retira usted de la
circulación 6 ó 7 millones para impuestos, con el fin de hacer frente al pago de
dividendos, tiene que haber necesariamente alguien que facilite mientras tanto
esta cantidad” (Bank Acts, 1857, núm. 5,196).
Mucho
más importantes y sostenidas son las fluctuaciones en cuanto al volumen del
medio circulante que corresponder a las diversas fases del ciclo industrial.
Oigamos lo que dice acerca de esto otro asociado de aquella firma, el venerable
cuáquero Samuel Gurney (en Commercial Distress, 1848-57,
núm. 2,645): “A fines de octubre (de 1847) se hallaban en manos del público
20.800,000 libras esterlinas en billetes de banco. Era muy difícil, por aquel
entonces, obtener billetes de banco en el mercado de dinero. Se debía ello al
temor general de que no sería posible procurárselos por virtud de la restricción
impuesta por la ley bancaria de 1844. Actualmente (es decir, en marzo de 1848),
los billetes de banco que se hallan en manos del público ascienden. a 17.700,000
libras esterlinas, pero como ahora no existe ninguna alarma comercial, esta
cantidad es más de la necesaria. “2,650. El importe de los billetes de banco.
que se hallan fuera de la custodia del Banco de Inglaterra constituye un
exponente absolutamente insuficiente del estado activo de la circulación, si al
mismo tiempo no se tiene en cuenta. el estado del mundo comercial y del
crédito.” “2,651. La sensación de que el importe actual de la circulación que se
halla en manos del público es más de la necesaria responde en gran medida a
nuestra situación actual de gran estancamiento. Si rigiesen precios altos y los
negocios estuviesen animados, los 17.700,000 libras esterlinas nos producirían
una sensación de escasez.”
(Mientras el estado de los negocios sea tal que los adelantos hechos se
reembolsen regularmente y el crédito permanezca también inalterable, la
expansión y la contracción de la circulación se ajustarán sencillamente a las
necesidades de los industriales y los comerciantes. Como, al menos en
Inglaterra, el oro no desempeña ningún papel en el comercio al por mayor y la
circulación de oro, prescindiendo de las fluctuaciones que se producen en
distintas épocas del año, puede ser considerada como una magnitud relativamente
constante durante largo tiempo, tenemos que la circulación de billetes del Banco
de Inglaterra constituye un barómetro bastante exacto de estos cambios. En los
períodos de calma que suceden a las crisis se reduce al mínimo la circulación y
al reanimarse la demanda se produce también una gran apetencia de medios de
circulación, que se acentúa a medida que crece la prosperidad; la masa de medios
de circulación llega a su apogeo en los períodos de exceso de tensión y de
superespeculación, pero enseguida vuelve a estallar la crisis y de la noche a la
mañana desaparecen del mercado los billetes de banco que la víspera circulaban
en tal abundancia, y con ellos se esfuman los descontadores de letras, los que
concedían adelantos sobre títulos y valores, los compradores de mercancías. El
Banco de Inglaterra tiene que acudir en socorro y remedio de estos males, pero
sus fuerzas se agotan también enseguida, pues la ley bancaria de 1844 le obliga
a restringir su circulación de billetes de banco precisamente en el momento en
que todo el mundo clama por billetes, en que los que poseen mercancías no pueden
venderlas y tienen, sin embargo, que pagar y están dispuestos a hacer todos los
sacrificios con tal de obtener papel-moneda. “Durante la alarma -dice el
banquero Wright, citado más arriba, en Commercial Distress,
1848-57, núm. 2,930-, el país necesita el doble de medios de circulación que en
épocas normales, porque los absorben los banqueros y otras personas.”
En
cuanto estalla la crisis, ya sólo interesan los medios de pago. Y como todo el
mundo depende de los demás para obtenerlos y nadie sabe si el otro estará en
condiciones de pagar al llegar el día del vencimiento, se desata un verdadero
pugilato para apoderarse de los medios de pago existentes en el mercado, es
decir, de los billetes de banco. Todos se dedican a acumular cuantos pueden
obtener, con lo cual los billetes desaparecen de la circulación en el preciso
instante en que más se necesitan. Samuel Gurney (en Commercial
Distress, 1848-57, núm. 1,116) cifra en 4 a 5 millones de libras esterlinas
la cantidad de billetes de banco que en octubre de 1847, en un momento de
pánico, se retiraron de la circulación. F. E.)
Singularmente interesante es, en este respecto, el interrogatorio del socio de
Gurney, del ya citado Chapman, ante el Bank Committee de 1857.
Reproduciremos en el contexto la parte fundamental de sus declaraciones, si bien
algunos de los puntos tocados en ellas habrán de ser tratados por nosotros más
adelante.
El
señor Chapman manifiesta lo siguiente:
“4,963. No tengo reparo en decir que no me parece conveniente que el mercado de
dinero se halle en manos de cualquier capitalista individual (como algunos que
hay en Londres), el cual pueda provocar una escasez enorme de dinero y una
crisis, precisamente en los momentos en que desciende considerablemente la
circulación. Y esto es posible, pues existe más de un capitalista que puede
retirar uno o dos millones de libras esterlinas de la masa de medios de
circulación, si con ello se beneficia.” “4,965. Un gran especulador puede vender
consolidados por valor de 1 ó 2 millones, retirando así el dinero del mercado.
Algo parecido a esto ha ocurrido no hace mucho, y ello produce una crisis
extraordinariamente violenta” [p. 471].
4,967. Los billetes de banco son, en estos casos, evidentemente improductivos.
“Pero esto no les preocupa, con tal de conseguir una gran finalidad; su gran
finalidad consiste en hacer que suban los precios de los valores, en producir
una crisis de dinero, y tienen en sus manos todos los medios para conseguirlo.”
Un ejemplo: una mañana, existía una gran demanda de dinero en la bolsa de
valores: nadie sabía las causas de ello; alguien propuso a Chapman que le
prestase 50,000 libras esterlinas al 7%. Chapman estaba asombrado, pues su tipo
de interés era mucho más bajo: aceptó. Poco después, volvió a verle la misma
persona y contrató otro préstamo de 50,000 libras al 71/2%,
enseguida otro de 100,000 al 8%, y aún pretendía obtener otra cantidad al 81/2%.
Pero, al llegar aquí, a Chapman le entró miedo. Más tarde, se averiguó que había
sido retirada del mercado una importante suma de dinero. Pero, dice Chapman,
“presté a pesar de ello una suma considerable al 8%, y no fui más allá porque
sentí miedo; no tenía idea de lo que podía venir después”.
No
debe olvidarse que, aunque al parecer permanezcan de un modo bastante constante
19 a 20 millones de libras en manos del público, de un lado la parte de estos
billetes que circula de un modo real y, de otro lado, la parte que se halla
ociosa, atesorada como reserva en poder de los bancos, varían entre sí
constantemente y en proporciones considerables. Si esta reserva es grande y, por
tanto, la circulación real baja, esto quiere decir, desde el punto de vista del
mercado de dinero, que la circulación está colmada (the circulation
is full, money is plentiful); si la reserva
es pequeña y, por consiguiente, la circulación real se halla, colmada, el
mercado de dinero dice de ésta que es baja (the circulation is
low, money is scarce); es decir, es baja la cantidad
del capital de préstamo ocioso. La expansión o la contracción reales de la
circulación, independientes de las fases del ciclo industrial -pero de tal modo
que la cantidad que el público necesita siga siendo la misma- sólo se producen
por motivos técnicos, por ejemplo, en los momentos en que vence el plazo para
pagar los impuestos o los intereses de la Deuda pública. El pago de los
impuestos hace que afluyan a las arcas del Banco de Inglaterra billetes de banco
y oro en cantidad superior a la normal, contrayéndose de hecho la circulación,
sin tener en cuenta las necesidades de ésta. Y al revés, cuando se pagan los
dividendos de la Deuda pública. En el primer caso, se contraen préstamos en el
Banco para obtener medios de circulación. En el segundo caso, baja el tipo de
interés de los bancos privados a causa del aumento momentáneo de sus reservas.
Esto no tiene absolutamente nada que ver con la masa absoluta de los medios de
circulación, sino que guarda relación simplemente con la firma bancaria que
lanza al mercado estos medios de circulación y para la que este proceso se
presenta como un proceso de enajenación de capital de préstamo, embolsándose,
por tanto, la ganancia correspondiente.
En un
caso, se produce un desplazamiento puramente temporal del medio circulante, que
el Banco de Inglaterra compensa haciendo adelantos a corto plazo y con un
interés bajo poco antes de que llegue el vencimiento de los impuestos
trimestrales y de los dividendos también trimestrales; y estos billetes
excedentes así emitidos llenan por el momento la laguna producida por el pago de
los impuestos, mientras que su retorno al Banco hace que refluya poco después la
plétora de billetes que lanza al público el pago de los dividendos.
En el
otro caso, el que la circulación sea baja o se halle colmada no significa más
que una distinta distribución de la misma masa de medios de circulación en
circulación activa y depósitos, es decir, en instrumentos de préstamos.
Por
otra parte, cuando aumenta el número de billetes emitidos a cambio del oro que
afluye, por ejemplo, al Banco de Inglaterra, estos billetes ayudan a realizar
los descuentos fuera del Banco y refluyen a él a través de los pagos de los
préstamos, con lo cual la masa absoluta de los billetes circulantes sólo aumenta
momentáneamente.
Si la
circulación se halla colmada por razón de la extensión de los negocios (cosa que
también es posible a base de precios relativamente bajos), el tipo de interés
puede ser relativamente alto por la demanda de capital de préstamo a
consecuencia del alza de las ganancias y del incremento de nuevas inversiones.
Si la circulación es baja por razón de la contracción de los negocios o bien por
la gran fluidez del crédito, el tipo de interés puede ser también bajo aunque
los precios sean altos. (Véase Hubbard.)
La
cantidad absoluta de la circulación sólo influye de un modo determinante sobre
el tipo de interés en épocas de crisis. En estos casos, pueden ocurrir dos
cosas: una es que la demanda de circulación colmada sólo exprese la demanda de
medios de atesoramiento (prescindiendo del ritmo amortiguado con que circula el
dinero y con que las mismas monedas se convierten constantemente en capital de
préstamo) por razón de la falta de crédito, como ocurrió en 1847, en que la
derogación de la ley bancaria no ocasionó ninguna expansión de la circulación,
pero bastó, sin embargo, para sacar de nuevo a la luz y lanzar a la circulación
los billetes acumulados. Otra es que, en algunas circunstancias, se necesiten
realmente más medios de circulación, como sucedió en 1857, en que la circulación
aumentó realmente durante algún tiempo, después de la derogación de la ley
bancaria.
Fuera
de estos casos, la masa absoluta de la circulación no influye sobre el tipo de
interés, ya que, en primer lugar -partiendo de la economía y el ritmo de la
circulación como de factores dados-, ésta se halla determinada por los precios
de las mercancías y la masa de las transacciones (de estos dos factores, uno
neutraliza casi siempre los efectos del otro) y, finalmente, por el estado del
crédito mientras que la inversa no es verdadera: la masa en circulación no
determina el estado del crédito; y en segundo lugar, no existe una relación
entre los precios de las mercancías y el interés.
Durante la vigencia del Bank Restriction Act (1797-1820) se
produjo una plétora de currency y el tipo de interés era siempre mucho
más alto que desde la reanudación de los pagos al contado. Más tarde, volvió a
descender rápidamente al restringirse la emisión de billetes de banco y subir el
curso del cambio. En 1822, 1823 y 1832, la circulación general era baja y bajo
también el tipo de interés. En 1824, 1825 y 1836, la circulación era alta y el
tipo de interés subió. En el verano de 1830, la circulación era alta y el tipo
de interés bajo. Desde los descubrimientos de las minas auríferas, se ha
expansionado la circulación de dinero en toda Europa y ha subido el tipo de
interés. Por tanto, éste no depende de la masa de dinero circulante.
Donde
mejor se manifiesta la diferencia entre la emisión de medios de circulación y
los préstamos de capital es en el verdadero proceso de reproducción. Al
estudiarlo (libro II, sección III), hemos visto el intercambio que se establece
entre los diversos elementos que forman la producción. Por ejemplo, el capital
variable se halla formado, objetivamente, por los medios de subsistencia de los
obreros, por una parte del propio producto de éstos. Pero se les ha ido abonando
fragmentariamente en dinero. Este dinero tiene que ser adelantado por el
capitalista y el que a la semana siguiente pueda desembolsar el nuevo capital
variable empleando para ello de nuevo el dinero desembolsado en la semana
anterior, dependerá en gran parte de la organización del sistema de crédito. Y
lo mismo ocurre en cuanto a los actos de intercambio entre los distintos
elementos que integran un capital social en su conjunto, por ejemplo, entre los
artículos de consumo y los medios de producción de artículos de consumo. El
dinero para ponerlos en circulación tiene que ser adelantado, como sabemos, por
una de las partes entre las que se efectúa el intercambio o por ambas al mismo
tiempo. Este dinero permanece en la circulación, pero después de realizado el
intercambio retorna siempre a aquel que lo desembolsó, puesto que lo ha
adelantado rebasando su capital industrial realmente en activo (véase libro II,
cap. XX [pp. 390-400]). Al desarrollarse el sistema de crédito y concentrarse el
dinero en manos de los bancos, son éstos, nominalmente al menos, quienes lo
adelantan. Estos adelantos se refieren solamente al dinero que se halla en
circulación. Son anticipos de circulación y no anticipos de capitales
circulantes.
Chapman [Bank
Acts 1857]: “5,062.
Puede haber épocas
en que los billetes de banco que se hallan en manos del público representen una
gran cantidad y, sin embargo, sea imposible conseguir ninguno.” El dinero existe
también en los momentos de pánico; pero todo el mundo se guarda mucho de
convertirlo en capital, en dinero susceptible de ser prestado; todo el mundo lo
conserva disponible para las necesidades reales de pago.”
“5,099. ¿Los bancos de los distritos agrícolas les envían a ustedes y a otras
firmas de Londres sus sobrantes ociosos? -Sí.” “5,100. ¿A su vez, los distritos
fabriles de Lancashire y Yorkshire les dan a ustedes letras a descontar para sus
fines comerciales? -Si.” “5,101. ¿Es decir, que de ese modo el dinero sobrante
en una parte del país se pone al servicio de las necesidades de otra parte del
país? -Exactamente.”
Chapman dice que la práctica de los bancos de invertir su capital-dinero
sobrante por breve tiempo en la compra de consolidados y de bonos del tesoro ha
disminuido mucho en los últimos tiempos, desde que se acostumbra a prestar este
dinero at call (de un día para otro, con la obligación de
devolverlo cuando el prestamista lo reclame). El mismo considera altamente
perjudicial para su negocio la compra de esa clase de valores. Por eso prefiere
invertirlo en buenas letras, una parte de las cuales vence diariamente, lo que
le permite saber en todo momento con cuanto dinero líquido puede contar cada
día” (5,001-5,005).
El
mismo aumento de las exportaciones se presenta más o menos para cada país, sobre
todo para el país que concede el crédito, como una exigencia creciente que pesa
sobre el mercado interior de dinero, pero que sólo se siente como tal en épocas
de crisis. En períodos de aumento de las exportaciones, las mercancías inglesas
enviadas en consignación se cubren generalmente con letras a largo plazo
libradas por los fabricantes contra los comerciantes exportadores (5,126).
“5,127. ¿No es frecuente el caso de que exista un convenio por virtud del cual
estas letras se renuevan de tiempo en tiempo? -(Chapman.): Esta es una cosa que
nos ocultan, pues no aceptaríamos ninguna letra así. Seguramente ocurrirá eso,
pero nada puedo decir acerca de ello” (¡El inocente Chapman!) “5,129. Cuando se
produce un gran aumento de las exportaciones hasta de 20 millones de libras,
como ha ocurrido solamente en un año, en el año anterior, ¿no se traduce eso por
sí mismo en una gran demanda de capital para el descuento de las letras que
representan estas exportaciones? -Indudablemente.” “5,130. Como Inglaterra suele
conceder crédito al extranjero para todas sus exportaciones ¿no condicionará
esto la absorción de un capital adicional correspondiente durante el tiempo en
que esta situación se mantenga? -Inglaterra concede enormes créditos, pero a
cambio de ello recibe a crédito sus materias primas. De Norteamérica giran
siempre sobre nosotros a sesenta días y de otros países a noventa. Nosotros, por
nuestra parte, abrimos crédito a los otros; cuando enviamos mercancías a
Alemania, concedemos de dos a tres meses.”
Wilson pregunta a Chapman (5,131) si contra estas materias primas y mercancías
coloniales importadas no se libran letras contra Inglaterra ya en el momento de
embarcarlas y si estas letras no se reciben con los documentos de embarque.
Chapman cree que sí, pero dice que no está enterado de estas operaciones
“comerciales” y que debe consultarse a gentes peritas en la materia. En las
exportaciones a los Estados Unidos, dice Chapman, “las mercancías se simbolizan
en tránsito” [5,133]; con esta jerga quiere decir que el comerciante inglés de
exportación gira letras a cuatro meses contra estas mercancías sobre una de las
grandes firmas bancarias norteamericanas, cubriéndose el banco en los Estados
Unidos.
“5,136. Cuando se trata de países lejanos, ¿no suele dirigir las operaciones el
comerciante, el cual espera por su capital hasta que se venden las mercancías?
-Puede que existan casas tan ricas por sus propios medios que estén en
condiciones de invertir su propio capital sin que se les adelante nada a cuenta
de las mercancías; pero, en la mayor parte de los casos, estas mercancías se
convierten en dinero anticipado mediante letras aceptadas por firmas conocidas.”
“5,137. Estas casas se hallan establecidas. en Londres, Liverpool y en otros
sitios.” “5,138. ¿No significa, por tanto, ninguna diferencia el que el
fabricante tenga que poner su propio dinero o el que encuentre en Londres o
Liverpool un comerciante que se encargue de adelantarlo? -Exactamente. El
fabricante no tiene nada que ver con esto, salvo en unos pocos casos” (en 1847,
por el contrario, en casi todos). “Un comerciante en artículos fabricados, en
Manchester, por ejemplo, compra mercancías y las embarca por mediación de una
casa respetable de Londres; tan pronto como la casa de Londres se convence de
que todo ha sido embalado como se convino, gira letras a seis meses sobre la
casa de Londres contra estas mercancías destinadas a la India, a China o a donde
sea; enseguida interviene el mundo bancario y le descuenta estas letras; de este
modo, cuando llega el día en que tiene que pagar las mercancías en cuestión,
tiene ya el dinero dispuesto, gracias al descuento de aquellas letras.” “5,139.
Pero, aunque tenga el dinero, ¿no ha tenido que adelantarlo el banquero? -El
banquero tiene las letras, pues las ha comprado; invierte su capital
bancario en esta forma, es decir, para descontar letras comerciales.” (Lo cual
quiere decir que tampoco Chapman considera el descuento de letras como un
anticipo, sino como una compra de mercancías. F. E.) “5,140. Pero
esto constituye a pesar de todo, una parte de las exigencias que recaen sobre el
mercado de dinero de Londres, ¿no es así? -Indudablemente; en esto consiste la
ocupación esencial del mercado de dinero y del Banco de Inglaterra. El Banco de
Inglaterra se siente tan satisfecho con recibir estas letras como nosotros, pues
sabe que son una buena inversión.” “5,141. De este modo, a medida que aumentan
las exportaciones, ¿aumenta también la demanda en el mercado de dinero? -A
medida que aumenta la prosperidad del país, nosotros (es decir, los Chapmans) la
compartimos.” “5,142. Entonces, cuando se extienden súbitamente estos diversos
campos de inversión de capital, ello ¿trae como natural consecuencia el alza del
tipo de interés? -No cabe la menor duda acerca de esto.”
5,143: Chapman: “no acierto a comprender del todo que con nuestro gran volumen
de exportaciones, tengamos tanto campo de empleo para el oro”.
5,144: el digno Wilson pregunta: “¿Nopodrá estar la explicación en que abrimos
mayor crédito para nuestras exportaciones que el que obtenemos para nuestras
importaciones? -Yo, por mi parte, lo pondría en duda. Si alguien os presenta
para aceptar letras contra sus mercancías de Manchester enviadas a las Indias,
no las aceptaría por menos de diez meses. Tenemos que pagar a los Estados Unidos
por su algodón, y esto es absolutamente seguro, algún tiempo antes de ser
pagadas por las Indias; pero el investigar los efectos en que esto se traduce es
un punto bastante delicado.” “5,145. Si experimentásemos, como el año pasado, un
aumento en las exportaciones de artículos manufacturados por valor de 20
millones de libras esterlinas, tendríamos que haber experimentado previamente un
aumento muy considerable en la importación de materias primas” (así planteado el
problema, el exceso de exportación es idéntico al exceso de importación y la
superproducción idéntica al supercomercio), “para poder producir esta cantidad
acrecentada de mercancías, ¿no es eso? -Indudablemente.” “[5,146.] Habríamos
tenido que saldar una balanza muy considerable; es decir, la balanza habría
tenido que ser desfavorable para nosotros en el momento, pero a la larga el
curso del cambio con Norteamérica nos favorece, y desde hace mucho tiempo
venimos recibiendo de los Estados Unidos cantidades considerables de metales
preciosos.”
5,148: Wilson pregunta al archiusurero Chapman si no considera sus altos
intereses como signo de gran prosperidad y elevadas ganancias. Chapman,
visiblemente asombrado de la ingenuidad de que da pruebas este sicofante,
contesta en sentido afirmativo, naturalmente, pero es lo suficientemente sincero
para añadir lo siguiente: “Hay algunos que no pueden salir del paso de otro
modo; tienen obligaciones que cumplir y deben cumplirlas, sea o no beneficioso;
pero si se sostiene” (el alto tipo de interés), “será signo de prosperidad”.
Ambos olvidan que puede ser también signo, como ocurrió en 1857, de que siembran
la inseguridad en el país esos caballeros andantes del crédito que pueden
permitirse el lujo de pagar un alto interés porque lo pagan a costa del bolsillo
ajeno (pero contribuyendo con ello a establecer el tipo de interés para todos) y
porque entretanto viven desahogadamente de las ganancias anticipadas. Por lo
demás, al mismo tiempo, esto puede permitir precisamente a los comerciantes
realizar negocios verdaderamente rentables. El sistema de los anticipos hace que
los reflujos sean completamente engañosos. Esto explica también lo siguiente,
que no requiere explicación por lo que se refiere al Banco de Inglaterra, puesto
que éste, cuando el tipo de interés es alto, descuenta a tipo más bajo que los
demás.
“5,156. Creo qué puedo decir -manifiesta Chapman- que nuestras sumas de
descuento, en el momento actual, en que llevamos ya tanto tiempo con un tipo de
descuento alto, han llegado a su máximo.” (Esto lo decía Chapman en 21 de julio
de 1857, un par de meses antes de producirse el crack.) “5,157. [En] 1852
(en que el tipo de interés estaba bajo) “no eran tan grandes, ni mucho menos”.
Porque en realidad por aquel entonces era mucho más sólido el estado de los
negocios.
“5,159. Si existiese en el mercado una gran plétora de dinero. y el tipo de
descuento bancario fuese bajo, tendríamos un descenso de letras. En 1852 nos
encontrábamos en una fase completamente distinta. Las exportaciones e
importaciones del país no eran entonces absolutamente nada, en comparación con
lo que son hoy.” “5,161. Con este tipo alto de interés, nuestros descuentos son
hoy tan grandes como en l854” (en que el tipo de interés era de un 5 a un 51/2%).
Resulta altamente divertido ver en el interrogatorio de Chapman cómo estas
gentes consideran en realidad el dinero del público como de su propiedad y se
creen con derecho a obtener la convertibilidad perpetua de las letras
descontadas por ellos. La simpleza de las preguntas y respuestas es muy grande.
Es deber del legislador hacer que sean convertibles en todo momento las letras
aceptadas por las grandes firmas y velar porque el Banco de Inglaterra se las
vuelva a descontar en cualesquiera circunstancias a los bill-brokers.
Sin tener en cuenta que en 1857 dieron en quiebra tres de estos bill-brokers
con una quiebra de cerca de 8 millones de libras esterlinas y un capital propio
insignificante en comparación con estas deudas. “5,177. ¿Quiere usted decir con
ello que a su juicio” (las letras aceptadas por Baring o Loyd) “debieran ser
descontables obligatoriamente, al modo como es hoy obligatoriamente canjeable
por oro un billete del Banco de Inglaterra? -Mi opinión es que sería algo muy
deplorable que esos efectos no fuesen descontables; se crearía una situación muy
extraordinaria si una persona tuviese que declararse en suspensión de pagos
porque, poseyendo letras aceptadas por Smith, Payne & Co, o por Jones Loyd y Co,
no pudiesen descontarlas.” “5,178. Las letras aceptadas por Baring ¿no
representan la obligación de hacer efectiva una determinada suma de dinero al
vencimiento de la letra? -Es muy exacto; pero cuando los señores Baring asumen
esta obligación, como cualquier comerciante cuando se obliga a lo mismo, no
piensan ni por sueños que tendrán que pagar en soberanos la suma adecuada;
cuentan con que la saldarán en la Clearing House.” “5,180. ¿Cree usted entonces
que debiera imaginarse un sistema que dé al público el derecho a recibir el
dinero antes del vencimiento de las letras, estando obligado un tercero a
descontárselas? -No, yo no creo esto; pero si quiere decir que no debiéramos
contar con la posibilidad de que se nos descontaran las letras comerciales,
tendríamos que cambiar toda la estructura de las cosas.” “5,182. ¿Cree usted,
pues, que” (una letra comercial) “debiera ser convertible en dinero exactamente
lo mismo que es convertible en oro un billete del Banco de Inglaterra?”
-“Exactamente lo mismo, en ciertas y determinadas circunstancias.” “5,184. ¿Cree
usted, por tanto, que las instituciones de la currency debieran estar
organizadas de tal modo que una letra comercial de solidez inatacable fuese
canjeable por dinero en cualquier momento, exactamente lo mismo que un billete
de banco? -Eso es lo que yo pienso.” “5,185. ¿Pero no irá usted tan lejos como a
pretender que el Banco de Inglaterra u otra institución cualquiera sea obligada
por la ley a canjear esas letras? -Voy, desde luego, tan lejos como a sostener
que si redactamos una ley para la regulación de la currency, debemos
adoptar las medidas necesarias para evitar la posibilidad de que se produzca una
inconvertibilidad de las letras comerciales libradas dentro del país, siempre y
cuando que sean inatacablemente sólidas y legitimas.” -Tal es la convertibilidad
que tiene la letra comercial frente a la convertibilidad del billete de banco.
“5,190. Los financieros del país no representan realmente sino al
público”, como el señor Chapman lo representaría más tarde ante los tribunales
en el proceso Davison.
Véanse los Great City Frauds.
(Los grandes fraudes
de la City).
“5,196. Durante las fechas trimestrales” (en que se abonan los dividendos) “es.
absolutamente necesario para nosotros recurrir al Banco de Inglaterra. Si retira
usted de la circulación 6 ó 7 millones de renta pública como anticipo de los
dividendos, tiene que haber necesariamente alguien que supla esta cantidad y la
ponga a su disposición en el período intermedio.” (En este caso se trata, por
tanto, de suministro de dinero, no de capital ni de capital de préstamo.)
“5,169. Todo el que conozca nuestro mundo comercial sabe que cuando se presenta
una de esas situaciones en que los bonos del tesoro son invendibles, en que las
obligaciones de la Compañia de las Indias orientales pierden todo su valor, en
que resulta imposible descontar las mejores letras comerciales, tiene que
producirse necesariamente una gran preocupación en aquellos que están obligados
por sus negocios a realizar instantáneamente pagos en los medios de circulación
habituales en el país, simplemente con que ello se les exija, que es lo que les
ocurre a todos los banqueros. Esto trae como consecuencia el que todo el mundo
duplique sus reservas. E imagínese usted las consecuencias a que esto conduce en
todo el país si cada uno de los banqueros que operan en el campo y de los que
hay unos 500, encarga a su corresponsal en Londres que le remita 5,000 libras
esterlinas en billetes de banco. Aunque tomásemos como media una suma tan
reducida, lo que es completamente absurdo, nos encontraríamos con que de este
modo se sustraerían a la circulación 21/2 millones de
libras esterlinas. ¿Cómo sustituir esta suma?”.
Por
otra parte, los capitalistas privados, etc, quieren retener el dinero, no
separarse de él por alto que sea el interés que les abonen, pues dicen, con
Chapman: “5,195. Preferimos no cobrar intereses a estar preocupados con la idea
de si podremos recobrar el dinero cuando lo necesitemos.”
“5,173. Nuestro sistema es éste: tenemos 300 millones de libras esterlinas de
obligaciones, cuyo pago en moneda corriente del país puede reclamársenos en un
momento dado, y esta moneda nacional, si la invertimos toda en estos fines,
asciende a 23 millones de libras o a la cantidad que sea; ¿acaso no es ésta una
situación que puede arrastrarnos a convulsiones en cualquier momento?” De aquí
que, en las crisis, el sistema de crédito se trueque repentinamente en el
sistema monetario.
Prescindiendo del pánico interior que se produce en los casos de crisis, sólo
puede hablarse de la cantidad de dinero en lo que se refiere a los metales, al
dinero mundial. Y es éste precisamente el que Chapman elimina, al referirse
exclusivamente a 23 millones en billetes de banco.
El
mismo Chapman: “5,218. La causa primaria de las perturbaciones producidas en el
mercado de dinero” (en abril y más tarde en octubre de 1847) “residía
indudablemente en la masa de dinero necesaria para regular el curso del cambio,
a consecuencia del volumen extraordinario de exportaciones efectuadas durante el
año.”
En
primer lugar, esta reserva del dinero del mercado mundial había quedado
reducida, por aquel entonces, a su mínimo. En segundo lugar, servía al mismo
tiempo de seguridad para la convertibitidad del dinero-crédito, de los billetes
de banco. Reunía, por tanto, dos funciones completamente distintas, pero
emanadas ambas de la naturaleza del dinero, puesto que el dinero real es siempre
dinero del mercado mundial y el dinero-crédito tiene siempre como base el dinero
del mercado mundial.
En
1847, a no ser por la derogación de la ley bancaria de 1844, “no habrían podido
las Clearing Houses hacer frente a sus operaciones” (5,221).
Sin
embargo, Chapman intuía la crisis inminente: “5,236. Hay ciertas situaciones del
mercado de dinero (y la actual no está muy lejos de eso) en que el dinero es muy
difícil de conseguir, haciéndose necesario recurrir al banco.”
“5,239. Por lo que se refiere a las sumas retiradas por nosotros del Banco el
viernes, el sábado y el lunes, 19, 20 y 22 de octubre de 1847, nos habríamos
sentido contentísimos si al miércoles siguiente hubiésemos podido recobrar las
letras de cambio: tan pronto como pasó el pánico, refluyó a nuestras manos el
dinero.” En efecto, el martes, 23 de octubre, fue declarada en suspenso la ley
bancaria, con lo cual quedó conjurada la crisis.
En el
núm. 5,274, Chapman cree que las letras en curso libradas simultáneamente sobre
Londres suman unos 100 ó 120 millones de libras esterlinas. Sin incluir en esta
suma las letras de carácter local sobre plazas provinciales.
“5,287. Mientras que el importe de billetes de banco en manos del público
ascendía en octubre de 1856 a 21.155,000 libras esterlinas, había sin embargo
una dificultad extraordinaria para obtener dinero: a pesar de tener tanto en sus
manos el público, nosotros no podíamos llegar a él.” Esto ocurría por efecto del
miedo debido a la crisis que atravesó durante algún tiempo (marzo de 1856) el
Eastern Bank. (Banco oriental).
5,290-92. Tan pronto como pasa el pánico, “todos los banqueros que se benefician
con los intereses empiezan inmediatamente a dar ocupación a su dinero.”
5,302. Chapman explica la inquietud que se produce al disminuir las reservas
bancarias, no por el miedo a causa de los depósitos, sino porque todos aquellos
que pueden verse en el caso de tener que pagar de pronto grandes sumas saben
perfectamente que pueden verse obligados a recurrir al Banco como último recurso
para hacer frente a la crisis en el mercado de dinero; y “si el Banco dispone de
una reserva muy pequeña , no se alegrará de recibirnos, sino todo lo contrario”.
Por
lo demás, es hermoso ver cómo va desapareciendo la reserva como magnitud
efectiva. Los banqueros retienen un mínimo para sus negocios corrientes, en
parte en su poder y en parte en poder del Banco de Inglaterra. Los bill-brokers
retienen “el dinero bancario suelto del país” sin reserva alguna. Y el Banco de
Inglaterra sólo tiene para hacer frente a las deudas de sus depósitos las
reservas de los banqueros y otras reservas, además de los public
deposits, (52) etc, que deja hundirse hasta el punto más bajo, a 2 millones,
por ejemplo. Por tanto, aparte de estos 2 millones en papel toda esta
especulación, en tiempos de crisis (la cual disminuye la reserva, puesto que los
billetes de banco que se ingresan a cambio de los metales que salen tienen que
ser anulados), no cuenta absolutamente con más reserva que el tesoro metálico,
por cuya razón cualquier disminución de él por el éxodo del oro no hace más que
acentuar la crisis.
“5,306. Si no existiese dinero para operar las compensaciones en la Clearing
House, no veo qué otra solución nos quedaría sino reunirnos y hacer nuestros
pagos en primeras letras, en letras sobre la oficina del Tesoro, sobre Smith,
Payne & Co, etc,” “5,307. Por consiguiente, si el gobierno no se preocupase de
proveerles a ustedes de medios de circulación, ¿crearían ustedes uno por sí y
ante sí? -¿Qué podríamos hacer? Viene el público y nos arrebata de las manos el
medio de circulación; éste no existe.” “5,308. ¿Se limitarían, pues, a hacer en
Londres lo que diariamente se hace en Manchester? -Sí.”
Es
muy buena la respuesta de Chapman a la pregunta que Cayley (Birmingham-man de la
escuela de Attwood) le formula con referencia a la idea que Overstone tiene del
capital: “5,315. Se ha dicho ante el Comité que en una crisis como la de 1847 lo
que preocupa no es encontrar dinero, sino capital; ¿qué opina usted de esto? -No
lo entiendo; nosotros sólo comerciamos en dinero, no entiendo lo que quiere
usted decir”. “5,316. Si por eso (por capital comercial) entiende usted la
cantidad de dinero que un hombre tiene metido en su negocio y le pertenece en
propiedad; si llama usted a eso capital, esta suma no representa casi nunca más
que parte muy pequeña del dinero con que opera en su negocio, gracias al crédito
que el público le concede”. por mediación de los Chapman.
“5,339. ¿Es por falta de riqueza por lo que suspendemos nuestros pagos? -En modo
alguno. No existe falta de riqueza, sino que nos movemos bajo un sistema
extraordinariamente artificioso, y cuando existe una demanda enorme e inminente
(superincumbent) de medios de circulación, pueden darse circunstancias
que nos impidan entrar en posesión de ellos. ¿Es que por eso va a paralizarse
toda la actividad comercial del país? ¿Es que vamos a cerrar por eso todos los
cauces de la ocupación?” “5,338. Si se nos plantease la disyuntiva de mantener
en pie una de las dos cosas, los pagos al contado o la industria del país, yo sé
muy bien cuál de las dos sacrificaría.”
A
propósito de la acumulación de billetes de banco “con la mira de agudizar la
crisis y aprovecharse de las consecuencias” (5,358), dice que esto podría
ocurrir muy fácilmente. Bastaría con que se decidiesen a hacerlo tres bancos
grandes. “5,383. ¿Puede usted desconocer, siendo como es uno de los hombres
iniciados en los grandes negocios de nuestra capital, que los capitalistas
aprovechan estas crisis para obtener enormes ganancias a costa de la ruina de
aquellos que caen como víctimas? -Acerca de esto no puede caber la menor duda.”
Podemos creer a Chapman a pies juntillas cuando nos dice esto, aunque acabara
estrellándose en el intento de “obtener enormes ganancias a costa de la ruina de
los que caen, como víctimas”. Pues cuando su associé Gurney dice: “Toda
modificación de la coyuntura aprovecha al que está informado”, Chapman afirma:
“Una parte de la sociedad no sabe nada de la otra; ahí tenemos por ejemplo al
fabricante que exporta sus mercancías al continente o que importa sus materias
primas y que no sabe nada de quién negocia con lingotes de oro.” (5,046.) Así se
explica que, un buen día, Gurney y Chapman no “supiesen entender” lo que pasaba
y diesen en quiebra de un modo poco airoso.
Ya
hemos visto más arriba que la emisión de billetes de banco no significa siempre
adelanto de capital. El siguiente testimonio de Tooke ante la Comisión de
Commercial Distress de la Cámara de los Lores, en 1848, demuestra
simplemente que el adelanto de capital, aun cuando se lleve a cabo por el Banco
mediante la emisión de nuevos billetes, no representa sin más un aumento de la
calitidad de billetes en circulación:
“5,099. ¿Cree usted que el Banco de Inglaterra, por ejemplo, pueda aumentar
considerablemente sus adelantos sin que esto se traduzca en un aumento de la
emisión de billetes? -Hay hechos sobrados que así lo demuestran. Uno de los
ejemplos más palmarios fue el año 1835, en que el Banco hizo uso de los
depósitos de las Indias occidentales y del empréstito concertado con la Compañía
de las Indias orientales, para aumentar sus anticipos al público: al mismo
tiempo disminuyó realmente algo la cifra de los billetes de banco en manos del
público. Y algo semejante pudo observarse en 1846, en el momento en que se
hicieron efectivos en el Banco los depósitos de las compañías ferroviarias; los
títulos y valores” (en descuento y en depósito) “subieron a unos 30 millones
aproximadamente, sin que se produjese ningún efecto perceptible en cuanto al
importe de los billetes de banco en manos del público.”
Pero
el comercio al por mayor dispone, además de los billetes de banco, de otro medio
de circulación, mucho más importante todavía para él: las letras de cambio. El
señor Chapman nos ha mostrado cuán esencial es para la buena marcha de los
negocios que las letras sólidas sean pagaderas en todas partes y bajo
cualesquiera circunstancias:
Gilt
nicht mehr der Tausves Jontof,
Was soll gelten, Zeter, Zeter!
(53)
Ahora
bien ¿qué relación guardan entre sí estos dos medios de circulación?
Gilbart dice acerca de esto: “Al restringirse el importe de la circulación de
billetes de banco, aumenta normalmente el importe de las letras en circulación.
Las letras son de dos clases: letras comerciales y letras bancarias. Cuando el
dinero escasea, los prestamistas de dinero dicen: ‘Gire usted contra nosotros y
aceptaremos la letra’, y cuando un banquero provincial descuenta una letra a un
cliente, no le entrega dinero contante y sonante, sino una letra propia a 21
días sobre su agente de Londres. Y estas letras sirven de medio de circulación”
(G. W. Gilbart, An Inquiry into the Causes
of the Pressure, etc, p. 31).
Lo
cual es confirmado, bajo una forma algo distinta. por Newmatch. Bank
Acts, 1857, núm. 1426: “No existe conexión alguna entre las fluctuaciones en
cuanto al importe de las letras en circulación y las que afectan a los billetes
de banco circulantes. El único resultado aproximadamente uniforme es. que, tan
pronto como se presenta la más pequeña crisis en el mercado de dinero, apenas se
manifiesta un alza en el tipo de descuento, aumenta considerablemente el volumen
de la circulación de letras, y viceversa.”
Pero
las letras libradas en tales épocas no son, ni mucho menos, solamente las letras
bancarias a corto plazo a que se refiere Gilbart. Por el contrario: son en gran
parte letras de acomodación que no representan ningún negocio real o que sólo
responden a negocios que se inician simplemente como base para librar letras; y
los ejemplos tanto de unos como de otros abundan. Por eso dice el Economist
(Wilson), comparando la seguridad de estas letras con la de los billetes de
banco: “Los billetes de banco pagaderos a la vista no pueden nunca circular en
exceso, pues el excedente refluiría siempre al banco para ser canjeado; en
cambio pueden emitirse letras a dos meses en gran exceso, puesto que no existe
ningún medio que permita fiscalizar la emisión hasta el momento en que vencen y
entonces se hallan ya sustituidas por otras. Es completamente incomprensible
para nosotros que un país pueda admitir la seguridad de la circulación de
letras, pagaderas en una fecha futura, y en cambio oponer toda clase de reparos
contra la circulación de papel moneda pagadero a la vista” (Economist [22
mayo], 1847, p. 575).
Por
consiguiente, la cantidad de letras circulantes se halla determinada
exclusivamente por las necesidades del comercio, al igual que la de los billetes
de banco. En tiempos normales circulaban en el Reino Unido, refiriéndose a la
década del cincuenta, con 39 millones de billetes de banco, unos 300 millones de
letras de cambio, de ellas 100 a 120 millones solamente en Londres. El volumen
de circulación de las letras no ejerce la menor influencia sobre el volumen de
la circulación de billetes de banco, y ésta sólo influye sobre aquélla en las
épocas de escasez de dinero, en que aumenta la cantidad de letras y desmerece su
calidad. Finalmente, en momentos de crisis falla completamente la circulación de
letras de cambio: la gente no acepta más que pagos al contado y las promesas de
pago no sirven de nada, sólo el billete de banco conserva su capacidad
circulatoria, por lo menos hasta la fecha en Inglaterra, puesto que detrás del
Banco de Inglaterra está la nación con toda su riqueza.
Ya
hemos visto cómo hasta el señor Chapman, a pesar de ser en 1857 un magnate del
mercado de dinero, se queja amargamente de que existen en Londres unos cuantos
grandes capitalistas de dinero lo suficientemente fuertes para poder llevar el
desorden, en el momento dado, a todo el mercado de dinero, sangrando así del
modo más infame a los pobres pequeños financieros. Hay, pues, según él, unos
cuantos grandes tiburones capaces de agudizar considerablemente cualquier crisis
vendiendo consolidados por valor de 1 ó 2 millones y sustrayendo así al mercado
una cantidad igual en billetes de banco (y, al mismo tiempo, en capital de
préstamo disponible). Y asegura que para llevar a cabo esta maniobra,
consistente en convertir en pánico una crisis, bastaría con que trabajasen de
acuerdo tres grandes bancos.
La
gran potencia del capital en Londres es, naturalmente, el Banco de Inglaterra,
el que, sin embargo, se halla en la imposibilidad de manifestar su poder de un
modo tan brutal por la posición que ocupa como organismo semiestatal. No
obstante, también él sabe encontrar -sobre todo desde la ley bancaria de 1844-
los medios y los caminos necesarios para poner a buen recaudo su cosecha.
El
Banco de Inglaterra tiene un capital de 14.553,000 libras esterlinas y dispone,
además, de cerca de 3 millones de libras de “saldo”, es decir, de ganancias no
distribuidas, y de todo el dinero que afluye al gobierno en concepto de
impuesto, etc, y que es obligatorio depositar en sus arcas mientras se le da
empleo. Si a esto añadimos la suma de los demás depósitos (que en tiempos
normales ascienden a unos 30 millones de libras) y de los billetes emitidos sin
cobertura, aún encontraremos que se queda más bien corto el cálculo de Newmarch
cuando dice (en Bank Acts, 1857, 1889): “Estoy convencido de que
la suma total de los fondos continuamente ocupados en el mercado de dinero (de
Londres) puede cifrarse en unos 120 millones de libras esterlinas, de una parte
muy considerable de los cuales, hacía un 15 o un 20%, dispone el Banco de
Inglaterra.”
Cuando el Banco emite billetes que no se hallan cubiertos por la
reserva metálica acumulada en sus sótanos crea signos de valor que no son
simplemente medios de circulación, sino que son además, para él, capital
adicional -aunque ficticio- por el importe nominal de estos billetes no
cubiertos. Capital adicional que rinde al Banco, naturalmente, una ganancia
adicional. En
Bank Acts, 1857, pregunta Wilson a Newmarch: “1,563.
La circulación de
los propios billetes de un banco, es decir, el importe de ellos que por término
medio permanece en manos del público, viene a complementar el capital efectivo
de este banco, ¿no es cierto? -Absolutamente cierto. “1,564. ¿Toda la ganancia
que el banco obtiene de esta circulación es, por tanto, una ganancia que procede
del crédito y no de un capital realmente poseído por él? -Absolutamente cierto.”
Esto
mismo es aplicable, naturalmente, a los bancos privados que emiten billetes. En
sus respuestas núms. 1,866-68. Newmarch considera las dos terceras partes de
todos los billetes de banco emitidos por estos establecimientos (ya que para la
otra tercera parte deben estos bancos contar con reservas metálicas) como
“creación de otro tanto capital”, puesto que se ahorra dinero metálico en
iguales proporciones. La ganancia del banquero no podrá ser, por tanto, mayor
que la de otros capitalistas. Queda en pie el hecho de que saca su ganancia de
este ahorro nacional de dinero metálico. El hecho de que lo que es un ahorro
nacional aparezca convertido en ganancia privada no les choca a los economistas
burgueses, pues la ganancia en general no es otra cosa que apropiación del
trabajo nacional. ¿Hay nada más disparatado que el que, por ejemplo, en
1797-1817 el Banco de Inglaterra, cuyos billetes sólo gozan de crédito a través
del Estado, se haga pagar luego por el Estado, y consiguientemente por el
público, bajo la forma de intereses por los empréstitos públicos, por el poder
que el propio Estado le confiere de convertir estos mismos billetes de papel en
dinero, para prestárselos luego al Estado?
Por
lo demás, los bancos disponen de otros medios para crear capital. Según el mismo
Newmarch, los bancos provinciales tienen, como ya hemos dicho más arriba, la
costumbre de enviar sus fondos sobrantes (es decir, los billetes del Banco de
Inglaterra) a los bill-brokers de Londres, quienes les devuelven a
cambio de ello letras descontadas. El Banco sirve con estas letras a sus
clientes, pues tiene como norma no volver a poner en circulación las letras
recibidas de sus clientes provinciales, para que las operaciones comerciales de
estos clientes no sean conocidas en su propia vecindad. Estas letras recibidas
de Londres no sirven solamente para entregarlas a clientes que deben hacer pagos
directos a Londres, a menos que prefieran hacer que el Banco les entregue una
orden de pago directa sobre la capital; sirven también para llevar a cabo pagos
en las plazas provinciales, puesto que el endoso bancario les garantiza el
crédito local. En Lancashire, por ejemplo, han desplazado de la circulación
todos los billetes emitidos por los bancos provinciales y gran parte de los
billetes del Banco de Inglaterra (Bank Acts, 1857, números
1568-74).
Vemos, pues, cómo los bancos crean crédito y capital: lº mediante emisión
de billetes de banco propios; 2º mediante el libramiento de órdenes de
pago sobre Londres hasta con 21 días de plazo de vencimiento, pero que se les
hacen efectivas inmediatamente de librarse; 3º mediante el pago de letras
descontadas, cuya capacidad de crédito se establece primordial y esencialmente,
al menos en cuanto al distrito local de que se trata, por el endoso del banco.
El
poder del Banco de Inglaterra se revela en su regulación de la cuota comercial
del tipo de interés. En épocas en que los negocios se desarrollan normalmente,
puede ocurrir que el Banco de Inglaterra no pueda cerrar el paso a una corriente
moderada de huida del oro de sus reservas metálicas mediante la elevación del
tipo de descuento,2 porque los bancos privados y por acciones y los
bill-brokers, cuya potencia de capital ha aumentado considerablemente en
los últimos treinta años, se encarguen de satisfacer la demanda de medios de
pago. En este caso, tiene que echar mano de otros recursos. Pero, para los
momentos críticos sigue rigiendo lo que el banquero Glyn (de la firma Glyn,
Mills, Currie & Co.) declaró ante la Comisión de Commecial Distress,
1848-57: “1,709. En los momentos de gran crisis dentro del país, es el Banco de
Inglaterra el que impone el tipo de interés.” “1,710. En tiempos de crisis
extraordinaria, cuando se hallan relativamente restringidos los descuentos de
los banqueros privados o los brokers, recaen sobre el Banco de
Inglaterra, lo cual da a éste poder para fíjar la cuota comercial del tipo de
interés.”
Claro
está que, como institución pública protegida por el Estado y dotada por éste de
privilegios, no puede emplear este poder a su libre albedrío, como si se tratase
de una empresa privada. Por eso dice Hubbard ante la Comisión bancaria Bank
Acts, 1857: “2,844. (Pregunta:) ¿No se da el caso de que cuando más alto
es el tipo de descuento más baratos son los servicios que presta el Banco de
Inglaterra y de que cuando aquél es más alto son los servicios de los brokers
más baratos? -(Hubbard): Ese caso se dará siempre, pues el Banco de Inglaterra
no desciende nunca tanto como sus competidores, ni se eleva tampoco tanto cuando
más alto es el tipo de interés.”
A
pesar de eso, se produce una situación grave en el mundo de los negocios cuando
el Banco, en momentos de crisis, aprieta las tuercas, como suele decirse, es
decir, eleva todavía más el tipo de interés, superior ya a la media. “Tan pronto
como el Banco de Inglaterra aprieta las tuercas, cesan todas las compras
destinadas a la exportación. Los exportadores esperan a que la depresión de los
precios llegue a su punto más bajo, y sólo entonces y nunca antes se lanzan a
comprar. Pero al llegar a este punto, el curso se halla ya regulado de nuevo: el
oro deja de ser exportado antes de que se llegue a este punto máximo de
depresión. Las compras de mercancías para la exportación pueden, si acaso, hacer
que retorne una parte del oro enviado al extranjero, pero llegan demasiado tarde
para impedir el éxodo” (G. W. Gilbart, An Inquiry into
the Causes of the Pressure on the
Money Market, Londres, 1840, p. 35). “Otro de los efectos de la regulación
del medio de circulación mediante el cambio exterior es que, en tiempos de
crisis, provoca una subida enorme del tipo de interés” (ob. cit,
p. 40). “Las costas que supone el restablecer el curso de los cambios pesan
sobre la industria productiva del país mientras que en el transcurso de este
proceso la ganancia del Banco de Inglaterra aumenta positivamente por el hecho
de que sus operaciones siguen desarrollándose con una cantidad menor de metales
preciosos” (ob. cit, p. 52).
Pero
“estas grandes fluctuaciones del tipo de interés -dice Samuel Gurney- son
beneficiosas para los banqueros y comerciantes en dinero; todas las
fluctuaciones son comerciales, redundan en beneficio de quien sabe entenderlas”.
Y aunque los Gurneys se queden con la mejor parte en la despiadada explotación
de la situación de penuria de los negocios, cosa que el Banco de Inglaterra no
puede permitirse hacer con el mismo desahogo, es indudable que también éste saca
de ello bonitas ganancias, sin hablar de las ganancias privadas que les caen por
sí mismas en el regazo a los señores directores, gracias a la posición
excepcional en que se hallan colocados para conocer la situación general de los
negocios. Según los datos del Lord’s Committee, en 1817, al
reanudarse los pagos al contado, estas ganancias del Banco de Inglaterra
ascendían, para todo el período que va de 1797 a 1817, a las cifras siguientes:
Bonuses and increase of
dividends
(Inversiones-extraordinarias y aumento de dividendos) |
7.451,136 |
New stock divided amongst
the propietors
(Nuevas acciones
distribuidas a los accionistas) |
7.276,500 |
Increased value of capital
(Incremento de valor del
capital) |
14.553,000 |
Total: |
29.280,636 |
sobre
un capital de 11.642,400 libras esterlinas en 19 años (D. Hardcastle, Bank
and Bankers, 2ª ed, Londres 1843, p. 120). Si calculamos con
arreglo al mismo principio las ganancias totales del Banco de Irlanda, que en
1797 suspendió también los pagos al contado, obtenemos el resultado siguiente:
Dividends as per returns due
1821 (Dividendos con vencimiento en 1821) |
4.736,085 |
Declared bonuses
(Inversiones extraordinarias) |
1.225,000 |
Surplus assets (Aumento del
activo) |
1.214,800 |
Increased value of capital
(Incremento de valor del capital) |
4.185,000 |
Total: |
11.360,885 |
sobre
un capital de 3 millones de libras (ob. cit, p. 363 [364]).
¡Y
aún se habla de centralización! El sistema de crédito, cuyo eje son los
supuestos bancos nacionales y los grandes prestamistas de dinero y usureros que
pululan en torno a ellos, constituye una enorme centralización y confiere a esta
clase parasitaria un poder fabuloso que le permite, no sólo diezmar
periódicamente a los capitalistas industriales, sino inmiscuirse del modo más
peligroso en la verdadera producción, de la que esta banda no sabe absolutamente
nada y con la que no tiene nada que ver. Las leyes de 1844 y 1845 prueban el
creciente poder de estos bandoleros, con los que se alían los financieros y
stock-jobbers. (54)
Y si
aún hay alguien que piensa que estos honorables bandidos sólo explotan la
producción nacional e internacional en interés de la producción de los mismos
explotados se convencerá de su error leyendo la siguiente digresión acerca de la
alta dignidad moral de los banqueros: “Los establecimientos bancarios son
instituciones religiosas y morales. ¡Cuántas veces el miedo a ser contemplado
por el ojo vigilante y reprobatorio de su banquero hace que un nuevo comerciante
se abstenga de andar en compañía de gentes bulliciosas y dilapidadoras! ¡Qué
angustiosa preocupación la suya de no perder la estimación del banquero, de
guardar las apariencias de la respetabilidad! El temor de que el banquero le
frunza el ceño influye más en él que las prédicas morales de sus amigos; tiembla
ante la posibilidad de que se le crea capaz de cometer un fraude o de incurrir
en el más leve testimonio falso, por miedo a inspirar sospechas y a que, como
consecuencia de ello, el banco le restrinja o le retire el crédito. El consejo
de su banquero es más importante para él que el de su confesor” (G. M. Bell,
director de un banco de Escocia, The Philosophy of Joint
Stock Banking, Londres, 1840, pp. 46 y 47).
NOTAS
AL PIE DEL CAPÍTULO XXXIII
1.
Promedio de días durante los cuales un billete de banco se ha mantenido en
circulación:
Año |
5 libr. |
10 libr. |
20-100
Libr. |
200-500
Libr. |
1,000 libr. |
1792 |
? |
236 |
209 |
31 |
22 |
1818 |
148 |
137 |
121 |
18 |
13 |
1846 |
79 |
71 |
34 |
12 |
8 |
1856 |
70 |
58 |
27 |
9 |
7 |
(Datos suministrados por el cajero del Banco de Inglaterra, Marshall, en
Report of Bank Acts, 1857, II Apéndice, pp. 300-30l.)
2. En
la asamblea general de accionistas de la Uníon Bank of London
celebrada el 17 de enero de 1894, el presidente, señor Ritchie, informó que
el Banco de Inglaterra había elevado el descuento, en 1893 del 21/2%
(en julio) al 3 y el 4% (en agosto) y, en vista de que, a pesar de ello, había
perdido 41/2 millones en cuatro semanas, hasta el 5%, lo
cual hizo que refluyese el oro y permitió reducir el tipo de descuento bancario
al 4% en septiembre y al 3% en octubre. Pero este tipo bancario no fue
reconocido en el mercado. “Cuando el tipo bancario era el 5%, el tipo del
mercado era el 31/2% y el tipo para el dinero el 21/2%;
cuando el tipo bancario descendió al 4%, el tipo de descuento era el 23/8%
y el tipo para el dinero el 13/4%; cuando el tipo bancario
era el 3%, el tipo de descuento era el 11/2% y el tipo
para el dinero un poco más bajo” (Daily News, 18 enero, 1894).
(F. E.)
CAPÍTULO
XXXIV
EL “CURRENCY PRINCIPLE” Y
LA LEGISLACIÓN BANCARIA INGLESA DESDE 1844
(En
una obra anterior1 hemos investigado la teoría de Ricardo sobre el
valor del dinero en relación con los precios de las mercancías; aquí podemos,
por tanto, limitarnos a lo más indispensable. Según Ricardo, el valor del dinero
-metálico- se determina por el tiempo de trabajo materializado en él, pero sólo
en tanto que la cantidad de dinero guarda las proporciones adecuadas con la masa
y el precio de las mercancías puestas en circulación. Si la cantidad de dinero
rebasa aquella proporción, disminuye su valor y suben los precios de las
mercancías, si queda por debajo de las proporciones adecuadas, sube su valor y
los precios de las mercancías bajan; siempre dando por supuesto que las demás
circunstancias no varíen. En el primer caso, el país en que se produzca este
sobrante de oro, exportará el oro tan pronto como se cotice por debajo de su
valor e importará mercancías; en el segundo caso, afluirá el oro a los países en
que se cotice por encima de su valor, mientras que las mercancías depreciadas
huirán de ellos a otros mercados en que puedan alcanzar precios normales. Como,
en estas condiciones, “el oro mismo, sea amonedado o en barras, puede llegar a
convertirse en un signo de valor, de un valor metálico superior o inferior a su
valor propio, es indudable que idéntica suerte pueden correr los billetes de
banco convertibles que se hallen en circulación. Aunque los billetes de banco
sean convertibles, y, por tanto, su valor real corresponda a su valor nominal,
la masa global del dinero circulante, oro y billetes (the aggregate currency
consisting of metal and of convertible notes), puede apreciarse o
depreciarse, según que su cantidad total, por las razones más arriba expuestas,
se eleve o descienda por encima o por debajo del nivel determinado por el valor
de cambio de las mercancías circulantes y por el valor metálico del oro. Esta
depreciación, no la del papel con respecto al oro, sino la del oro y la del
papel juntos, o sea, la de la masa total de los medios de circulación de un
país, constituye uno de los principales descubrimientos de Ricardo, que Lord
Overstone & Co. pusieron a su servicio y que Sir Robert Peel convirtió en
principio fundamental de su legislación bancaria de 1844 y 1845” (ob.
cit, p. 155).
No
necesitamos reproducir aquí la demostración, desarrollada en el mismo lugar de
la falsedad de esta teoría ricardiana. Sólo nos interesa una cosa: el modo cómo
las tesis de Ricardo fueron elaboradas por la escuela de los teóricos bancarios
de donde surgieron las leyes bancarias de Peel, citadas más arriba.
“Las
crisis comerciales producidas durante el siglo XIX, especialmente las grandes
crisis de 1825 y 1836 no desarrollaron la teoría ricardiana del dinero, pero sí
sacaron de ello nuevas consecuencias prácticas. No eran ya fenómenos económicos
sueltos, como los que en Hume explican la depreciación de los metales preciosos
en los siglos XVI y XVII o los que en Ricardo determinan la depreciación del
papel-moneda durante el siglo XVIII y a comienzos del XIX, sino las grandes
tormentas del mercado mundial, en las que se descarga el choque de todos los
elementos del proceso burgués de producción, cuyo origen y cuya solución se
buscaban dentro de la órbita más superficial y más abstracta de este proceso: en
la órbita de la circulación del dinero. La premisa verdaderamente teórica de la
que parte la escuela de los artistas económicos de las tormentas sólo consiste,
en realidad, en el dogma de que Ricardo ha descubierto las leyes de la
circulación puramente metálica. Toda su misión quedaba reducida a someter a
estas leyes la circulación fiduciaria o de los billetes de banco.
El
fenómeno más general y más palpable de las crisis comerciales es la baja
repentina y general de los precios de las mercancías que se presenta a
continuación de un alza prolongada y general de los mismos. La baja general de
los precios de las mercancías puede expresarse como un alza del valor relativo
del dinero en relación con todas las mercancías, y al alza general de los
precios, por el contrario, como una baja del valor relativo del dinero. En ambas
expresiones, se define el fenómeno, pero no se le explica. La distinta
fraseología deja los términos del problema tan en pie como los dejaría su
traducción del alemán al inglés. Por eso la teoría ricardiana del dinero fue
recibida tan de buen grado: porque daba a una simple tautología la apariencia de
una relación causal. ¿De dónde provenía la baja general periódica de los precios
de las mercancías? De un descenso periódico en cuanto al valor relativo del
dinero. ¿De dónde provenía, por el contrario, el alza general periódica de los
precios de las mercancías? Del alza periódica en cuanto al valor relativo del
dinero. Con la misma razón podía decirse que el alza y la baja periódicas de los
precios provenía de su alza y baja periódicas. Una vez que se reconoce la
transformación de la tautología en una relación causal, todo lo demás se deduce
de una manera muy sencilla. El alza de los precios de las mercancías nace de la
baja del valor del dinero, la baja del valor del dinero, a su vez, como sabemos
por Ricardo, de la plétora de la circulación, es decir, del hecho de que la masa
del dinero circulante se eleva por encima del nivel determinado por su propio
valor inmanente y por los valores inmanentes de las mercancías. Y lo mismo, a la
inversa, la baja general de los precios de las mercancías, la cual se explica
por el alza del valor del dinero sobre su valor inmanente como consecuencia de
una deficiente circulación. Por consiguiente, los precios suben y bajan
periódicamente porque circula periódicamente demasiado dinero o demasiado poco.
Y aunque se demuestre que el alza de los precios coincide con una circulación
reducida de dinero y su baja con una circulación incrementada, siempre podrá
afirmarse para salir al paso de esto que, por efecto de la disminución o del
aumento de la masa circulante de mercancías, aumento o circulación que, por lo
demás, jamás podrán probarse estadísticamente, aumenta o disminuye en términos
relativos, aunque no absolutos, la cantidad de dinero circulante. Ahora bien, ya
veíamos que según Ricardo, estas fluctuaciones generales de los precios tienen
que producirse también necesariamente con una circulación puramente metálica,
pero que se compensan al turnarse unas con otras, ya que, por ejemplo, una
circulación insuficiente determina la baja de los precios de las mercancías, la
baja de los precios de las mercancías, la exportación de éstas al extranjero,
esta exportación, a su vez, la afluencia de oro del exterior, y ésta una nueva
alza de los precios de las mercancías. Y a la inversa en caso de plétora de
circulación, en que se importen mercancías y se exporte oro. Pero como, a pesar
de estas fluctuaciones generales de los precios, que brotan directamente de la
naturaleza de la propia circulación metálica ricardiana, su forma violenta y
explosiva, su forma de crisis, corresponde a los períodos del sistema de crédito
desarrollado, es claro como la luz del día que la emisión de billetes de banco
no se ajusta exactamente a las leyes de la circulación metálica. La circulación
metálica tiene su recurso salvador en la importación y exportación de metales
preciosos, que entran inmediatamente en circulación convertidos en moneda y que
de este modo, al afluir o refluir, hacen bajar o subir los precios de las
mercancías. Esta misma influencia sobre los precios de las mercancías es la que
quiere que produzcan artificialmente los bancos mediante la imitación de las
leyes propias de la circulación metálica. Si afluye dinero del extranjero, ello
demuestra que la circulación es insuficiente, que el valor del dinero se halla
demasiado alto y las mercancías se cotizan a precios demasiado bajos, por lo
cual es necesario lanzar a la circulación billetes de banco en proporción al oro
nuevamente importado. Billetes que, por el contrario, deben retirarse de la
circulación en la misma proporción en que el oro emigre del país. Dicho en otros
términos, la emisión de billetes de banco deberá regularse con arreglo a la
importación y exportación de metales preciosos o con arreglo al cambio exterior.
La falsa premisa ricardiana según la cual el dinero sólo es moneda y, por tanto,
todo el oro importado se traduce en un aumento del medio de circulación, razón
por la cual hace subir los precios, mientras que todo el oro exportado disminuye
la cantidad de moneda y, por consiguiente, hace que los precios bajen; esta
premisa teórica se convierte aquí en un experimento práctico encaminado a
poner en circulación tanta cantidad de moneda como oro exista en cada momento
dado. Lord Overstone (el banquero Jones Loyd), el coronel Torrens, Norman,
Clay, Arbuthnot y toda una serie de escritores conocidos en Inglaterra bajo el
nombre de escuela del Currency Principle, (55) no sólo han
predicado esta doctrina, sino que, además, mediante las leyes bancarias dictadas
por Sir Robert Peel en 1844 y 1845, la erigieron en fundamento de la legislación
bancaria inglesa y escocesa. El ignominioso fiasco tanto teórico como práctico a
que condujo esta escuela después del experimento realizado en la más grandiosa
escala nacional no podremos exponerlo sino cuando estudiemos la teoría del
crédito” (ob. cit, pp. 165-168).
La
crítica de esta escuela fue hecha por Thomas Tooke, James Wilson (en el
Economist de 1844-47) y John Fullarton. Pero ya tuvimos ocasión de ver en
varios lugares de esta obra, principalmente en el capítulo XXVII [pp. 462 ss.]
cuán mal comprendían estos mismos autores la naturaleza del dinero y con qué
poca claridad enfocaban ellos también la relación entre el dinero y el capital.
Diremos ahora, en relación con las deliberaciones de la Comisión de la Cámara de
los Comunes, de 1857, algo acerca de las leyes bancarias de Peel (Bank
Committee de 1857) (F. E.).
J. G.
Hubbard, ex-gobernador del Banco de Inglaterra, declara: “2,400. Los efectos de
la exportación de oro. no se refieren para nada a los precios de las mercancías.
Guardan en cambio una relación muy grande con los precios de los títulos y
valores, puesto que a medida que cambia el tipo de interés resulta
necesariamente afectado, en fuertes proporciones, el valor de las mercancías que
representan este interés.” Aduce dos cuadros referentes a los años 1834-43 y
1844-53, demostrativos de que el movimiento de los precios de quince de los más
importantes artículos comerciales era independiente en absoluto de la emigración
y la afluencia del oro y del tipo de interés. En cambio, estos cuadros revelan
la existencia de una íntima conexión entre la retirada y la afluencia del oro,
que es en realidad “el representante de nuestro capital ávido de inversión”, y
el tipo de interés. “En 1847 se retransfirió a los Estados Unidos un volumen muy
grande de títulos y valores, retornó también a Rusia una cantidad de títulos y
valores rusos y regresaron otros títulos y valores continentales a los países de
que importábamos trigo.”
Los
quince artículos que sirven de base a los siguientes cuadros aducidos por
Hubbard son: algodón, hilados de algodón, tejidos de algodón, lana, paños de
lana, lino, lienzo, añil, mineral de hierro, latón, cobre, talco, azúcar, café y
seda.
I.
De 1834 a 1843

Hubbard glosa este cuadro y el siguiente de este modo: “Lo mismo que en el
decenio de 1834 a 1843, en el de 1844-53 las fluctuaciones observadas en el oro
del Banco fueron acompañadas siempre por un aumento o un descenso del valor en
préstamo del dinero adelantado en concepto de descuento; por otra parte, los
cambios operados en los precios de las mercancías dentro del país muestran una
independencia completa con respecto a la masa de la circulación, tal como se
manifiesta en las fluctuaciones de oro del Banco de Inglaterra” (Bank
Acts, 1857, Report II, páginas 290 y 291).
II
De 1844 a 1853

Como es la oferta y la demanda de mercancías la que regula sus
precios comerciales, resulta evidente aquí cuán falsa es la identificación,
sostenida por Overstone, de la demanda de capital-dinero susceptible de ser
prestado (o, mejor dicho, de las desviaciones de la oferta de esta clase de
capital), tal como se expresa en el tipo de descuento, y la demanda de verdadero
“capital”. La afirmación de que los precios de las mercancías se regulan por las
fluctuaciones en cuanto al volumen de la currency se encubre ahora bajo
la frase de que las fluctuaciones del tipo de descuento expresan fluctuaciones
del tipo de descuento expresan fluctuaciones en cuanto a la demanda de verdadero
capital material, a diferencia del capital-dinero. Ya hemos visto cómo lo mismo
Norman que Overstone afirmaban en realidad esto ante la misma Comisión y a qué
pobres subterfugios se veían obligados a recurrir, sobre todo el segundo, hasta
afirmar por último una posición (cap.
XXVI [pp. 439 ss, 446 s]).
Es, en
realidad, la vieja cantinela de que los cambios operados en cuanto a la masa del
oro existente, al aumentar o disminuir la masa del medio de circulación dentro
del país, hacen necesariamente que suban o bajen en él los precios de las
mercancías. Las exportaciones de oro conducen necesariamente, según esta teoría
de la currency, a la subida de los precios de las mercancías en el país
hacia el que afluye el oro, y con ellos el valor de las exportaciones del país
exportador de oro en el mercado del país que lo importa; el valor de las
exportaciones de este último en el mercado del primero descenderá, por tanto, a
la par que sube en su país de origen, hacía el que afluye el oro. Pero, en
realidad, la disminución de la masa del oro sólo hace subir el tipo de interés.
mientras que el aumento de aquélla hace bajar éste; y si estas fluctuaciones del
tipo de interés no entrasen en cuenta al fijar el precio de costo o al
determinar la oferta y la demanda, no afectarían en lo más mínimo a los precios
de las mercancías.
N.
Alexander, jefe de una gran casa de exportaciones a la India, se expresa del
modo siguiente, en el mismo informe, acerca de la fuerte corriente de emigración
de plata hacia la India y China a mediados de la década del cincuenta, debida en
parte a la guerra civil china, que oponía un dique al mercado de las telas
inglesas en aquel país, y en parte a la plaga que se había declarado entre los
gusanos de seda en Europa y que restringía considerablemente la producción
sedera de Italia y Francia:
“4,337. La plata ¿emigra hacia China o hacia la India? -Se envía la plata a la
India y se emplea una buena parte de ella en comprar opio, enviándolo todo a
China para formar un fondo destinado a la compra de seda; el estado de los
mercados en la India (a pesar de la plata acumulada allí) hace que sea más
beneficioso para el comerciante enviar plata que telas u otros artículos de
fabricación inglesa.” “4,338. ¿No se produjo una gran corriente emigratoria de
plata de Francia, por medio de la cual hemos obtenido este metal? -Sí, muy
grande.” “4,344. En vez de importar seda de Francia e Italia, la exportamos en
grandes cantidades a esos países, tanto seda de Bengala como de China.”
Por
tanto, se enviaba a Asia plata -el metal monetario de este continente- en vez de
mercancías, pero no porque hubiesen subido los precios de estas mercancías en el
país de producción (Inglaterra), sino porque habían bajado -a consecuencia del
exceso de importación- en el país importador; y a pesar de que esta plata afluía
a Inglaterra de Francia y tenía que pagarse en parte con oro. Según la teoría de
la currency, estas importaciones habrían debido hacer bajar los precios
en Inglaterra, elevándolos en China y la India.
Otro
ejemplo. Wylie, uno de los primeros comerciantes de Liverpool, declaró lo
siguiente ante la Comisión de los Lores (Commercial Distress,
1848-57): “1,994. A fines de 1845 no había negocio más provechoso y que rindiese
ganancias tan altas” (como la industria de hilados de algodón). “Las existencias
de algodón eran grandes y podía conseguirse algodón bastante bueno a 4 peniques
la libra, utilizable para hilar una buena secunda mule twist
nº 40 [hilado a máquina de segunda clase] con un gasto de otros 4 peniques, lo
que suponía unos 8 peniques de desembolso total para el fabricante. Este hilado
fue vendido en grandes masas en septiembre y octubre de 1845, habiéndose
concertado también grandes contratos de suministro a razón de 101/2
y 111/2 peniques la libra; en algunos casos, los
fabricantes obtuvieron ganancias iguales al precio de compra del algodón.”
“1,996. El negocio siguió siendo rentable hasta comienzos de 1846.” “2,000. El 3
de marzo de 1844, las existencias de algodón (627,042 balas) ascendían a más del
doble de las de hoy (7 de marzo de 1848, en que su volumen es de 301,070 balas),
a pesar de lo cual el precio era 11/4 peniques por libra
más caro.” (61/4 peniques en vez de 5.) Al mismo tiempo,
el hilado -secunda mule twist nº 40 de buena calidad- había
bajado en octubre de 111/2- 12 peniques a 91/2
peniques en octubre de 1847, y en diciembre a 73/4
peniques; el hilado se vendía al precio de compra del algodón que constituía su
materia prima.” (L. c, núms. 2,021, 2,023).) Así se corroboraba la
sabiduría interesada de Overstone de que el dinero debía ser “caro”, por ser
“raro” el capital. El 3 de marzo de 1844 el tipo de interés bancario era del 3%;
en octubre y noviembre de 1847 subió al 8 y el 9%; el 7 de marzo de 1848 era del
4%. Los precios del algodón descendieron muy por debajo del nivel
correspondiente a la oferta, a consecuencia de la paralización total del mercado
y del pánico producido por la elevación del tipo de interés. Esto trajo como
resultado, de una parte, un enorme descenso de las importaciones en 1848 y, de
otra parte, la baja de la producción en los Estados Unidos; como consecuencia de
ello, nueva subida de los precios del algodón en 1849. Según Overstone, las
mercancías eran demasiado caras porque existía demasiado dinero en el país.
“2,002. El reciente empeoramiento de la situación de la industria algodonera no
se debe a la escasez de materia prima, puesto que los precios son bajos a pesar
de haber disminuido considerablemente las existencias de algodón en rama.” Pero
en Overstone se advierte una grata confusión del precio o el valor de las
mercancías con el valor del dinero, o sea, con el tipo de interés. En su
contestación a la pregunta 2,026, Wylie formula su juicio de conjunto sobre la
teoría de la currency, según la cual Cardwell y Sir Charles Wood, en mayo
de 1847, “habían afirmado la necesidad de llevar a efecto en la totalidad de su
contenido la ley bancaria de l844.” “Creo que estos principios son de tal
naturaleza, que asignarían al dinero un valor artificialmente alto y a todas las
mercancías un valor artificialmente bajo y ruinoso.” -Y dice, además,
refiriéndose a los efectos de esta ley bancaria en cuanto a la marcha general de
los negocios: “Como las letras a cuatro meses, que son las letras corrientes
libradas por las ciudades fabriles contra los comerciantes y banqueros por las
mercancías vendidas a éstos y destinadas a los Estados Unidos, sólo podían
descontarse a costa de grandes esfuerzos, vióse entorpecida en considerables
proporciones la exportación de los encargos, hasta la carta del Gobierno de 25
de octubre” (declarando en suspenso la ley bancaria), “por la que volvieron a
ser descontables estas letras a cuatro meses.” (2,097.) La suspensión de esta
ley bancaria fue considerada como un acto de verdadera liberación también en las
provincias. “2,102. En el pasado octubre” (de 1847), “casi todos los compradores
americanos que adquieren aquí mercancías restringieron todo lo posible sus
encargos, y al llegar a los Estados Unidos la noticia del encarecimiento del
dinero, todos los nuevos encargos cesaron.” “2,134. El trigo y el azúcar eran
casos especiales. El mercado de trigo se vio afectado por las perspectivas de la
cosecha, y el azúcar por las enormes existencias e importaciones.” “2,163. Una
gran parte de nuestras obligaciones de pago hacia los Estados Unidos. se
liquidaron mediante pública subasta de las mercancías consignadas y muchas
fueron anuladas, me temo yo, por la bancarrota que aquí se produjo.” “2,196. Si
mal no recuerdo, en nuestra Bolsa de valores llegaron a pagarse, en
octubre de 1847, hasta el 70% de intereses.”
(La
crisis de 1837, con sus largas secuelas, seguidas en 1842 de una crisis
adicional completa, y la ceguera interesada de los industriales y comerciantes,
quienes se negaban en redondo a reconocer la existencia de una superproducción
-pues la economía vulgar consideraba este fenómeno como algo totalmente absurdo
e imposible- habían conseguido sembrar por fin en las cabezas aquella confusión
que permitió a la escuela de la currency trasplantar su dogma a la
práctica en una escala nacional. Se impuso así la legislación bancaria de
1844-45.)
La
ley bancaria de 1844 divide el Banco de Inglaterra en dos departamentos: un
departamento de emisión de billetes y un departamento bancario. El primero
obtiene garantías -Deuda pública, en su mayor parte- por 14 millones, recibe
toda la reserva metálica, de la cual solamente 1/4 a lo
sumo puede consistir en plata, y emite una suma de billetes equivalente al
importe total de ambas. Aquellos billetes que no se hallan aún en manos del
público se custodian en el departamento bancario, en unión de la pequeña
cantidad de monedas necesarias para el uso diario (hacia un millón), la reserva
constantemente disponible del Banco. El departamento de emisión entrega al
público oro por billetes y billetes por oro; las demás relaciones con el público
corren a cargo del departamento bancario. Los bancos privados de Inglaterra y
Gales autorizados en 1844 para emitir billetes conservan este derecho, pero su
emisión de billetes es sometida a una tasa; cuando uno de estos bancos deja de
emitir billetes propios, el Banco de Inglaterra puede elevar en 2/3
de la tasa establecida el importe de billetes de banco no cubiertos: por este
método, la cifra de estos billetes se elevó en 1892 de 14 a l61/2
millones de libras esterlinas [a 16.450,000 libras, para dar la cifra exacta].
Esto
quiere decir que por cada cinco libras esterlinas en oro que salen del tesoro
del Banco refluye al departamento de emisión y es destruido un billete de cinco
libras; por cada cinco soberanos que afluyen al tesoro, entra en circulación un
billete de cinco libras esterlinas. De este modo, se pone en práctica la
circulación ideal del papel-moneda de Overstone, ajustada exactamente a las
leyes de la circulación metálica, y se cierra para siempre el paso a las crisis,
según las afirmaciones de los hombres de la currency.
Pero,
en realidad, el desdoblamiento del Banco en dos departamentos independientes
privaba a la dirección de la posibilidad de disponer libremente, en momentos
decisivos, de todos sus recursos disponibles, pudiendo así darse el caso de que
el departamento bancario se viese abocado a la bancarrota, mientras el
departamento de emisión poseía intactos varios millones de oro, y además sus 14
millones de garantías. Y este caso podía darse tanto más fácilmente cuanto que
en casi todas las crisis hay un momento en que se produce una fuerte corriente
de emigración de oro al extranjero, que es contrarrestada fundamentalmente por
la reserva metálica del Banco. Por cada cinco libras que salen al extranjero se
retira de la circulación en el interior del país un billete de cinco libras: es
decir, que la masa de medios de circulación se reduce precisamente en el momento
en que mayor cantidad de ellos y con mayor apremio se necesitan. La ley bancaria
de 1844 incita, pues, directamente a todo el mundo comercial a que, en el
momento de estallar la crisis, se apresure a constituir una reserva de billetes
de banco, es decir, a que acelere y agudice todavía más la crisis, al fomentar
así artificialmente la demanda de disponibilidades de dinero, es decir, de
medios de pago, tendencia que surte sus efectos en los momentos decisivos, a la
par que restringe la oferta de ellos, hace que el tipo de interés alcance en las
crisis proporciones inauditas; por consiguiente, la ley a que nos referimos,
lejos de impedir las crisis, lo que hace es fomentarlas hasta un punto en que
tiene que hundirse todo el mundo industrial o tiene que irse a pique la ley
bancaria vigente. Por dos veces, el 25 de octubre de 1847 y el 12 de noviembre
de 1857, llegó la crisis a este extremo; en vista de ello, el gobierno eximió al
Banco de la restricción de su emisión de billetes, declarando en suspenso la ley
de 1844, lo cual bastó en ambas ocasiones para conjurar la crisis. En 1847,
bastó la certeza de que podían volver a obtenerse billetes de banco con garantía
de primera clase, para que saliesen de nuevo a la luz del día y volviesen a
lanzarse a la circulación los 4-5 millones en billetes atesorados. En 1857 se
emitieron cerca de un millón de billetes más de la cantidad legal, pero sólo por
muy corto tiempo.
Debe
advertirse, además, que la legislación de 1844 presenta todavía ciertas huellas
del recuerdo de los primeros veinte años del siglo, de la época en que se
decretó la suspensión de los pagos al contado del Banco y se depreciaron los
billetes. Aún se percibe marcadamente el miedo a que los billetes, de banco
puedan perder el crédito, miedo muy injustificado, pues ya en 1825 había
conjurado la crisis la puesta en circulación de una vieja cantidad de billetes
de una libra que no tenían curso, demostrando así que el crédito de los billetes
de banco permanecía inquebrantable, aun en los momentos de más fuerte y más
generalizada desconfianza. Y la cosa es lógica, pues no en vano estos signos de
valor se hallan respaldados en realidad por toda la nación y por su crédito.
F. E.)
Oigamos ahora dos o tres testimonios acerca de los efectos de la
ley bancaria. J. St. Mill opina que la ley bancaria de 1844 ha puesto un dique a
los excesos de la especulación. Afortunadamente, este hombre sabio habló el 12
de junio de 1857. Cuatro meses después, estallaba la crisis. J. St. Mill da
literalmente las gracias a los “directores de bancos y al público comercial en
general” por el hecho de que “comprenden la naturaleza de una crisis comercial
mucho mejor que antes y el gran daño que se infieren a sí mismos y que irrogan
al público al apoyar los excesos de la especulación”.
(Bank Committee,
1857, núm. 2,031.)
El
sabio Mill entiende que si se emiten billetes de 1 libra “para adelantarlos a
los fabricantes, etc, que desembolsan salarios. estos billetes pueden ir a parar
a manos de otros que los inviertan para fines de consumo, en cuyo caso los
billetes constituyen de por sí una demanda de mercancías y pueden,
momentáneamente, tender a fomentar una subida de precios”. [núm. 2,066]. ¿El
señor Mill cree, por tanto, que los fabricantes pagarán salarios más altos
porque los paguen en papel en vez de pagarlos en oro? ¿O entiende que si el
fabricante obtiene un adelanto de 100 libras esterlinas en billetes y canjea
éstos por oro, este salario encontrará menos demanda que si lo pagase
directamente en billetes de 1 libra? ¿Acaso no sabe que en ciertos distritos
mineros, por ejemplo, se pagaban los salarios en billetes de bancos locales,
distribuyéndose un billete de cinco libras entre varios obreros? ¿Es que esto
aumenta su demanda? ¿O acaso los banqueros adelantan a los fabricantes dinero
más fácilmente y en mayor abundancia en billetes pequeños que en billetes
grandes?
(Este
extraño miedo que Mill siente a los billetes de 1 libra sería inexplicable si
toda su obra de economía política no diese pruebas de un eclecticismo que no
retrocede ante ninguna contradicción. De una parte, se pronuncia en muchas cosas
a favor de Tooke y en contra de Overstone; de otra parte, cree en la
determinación de los precios de las mercancías por la cantidad de dinero
existente. No está, pues, convencido, ni mucho menos, de que por cada billete de
a libra que se emita -suponiendo que todas las demás circunstancias permanezcan
invariables- afluya un soberano al tesoro del Banco; teme que la masa de medios
de circulación aumente y que, como consecuencia de ello, se deprecie, es decir,
que suban los precios de las mercancías. Eso y no otra cosa es lo que se esconde
detrás de los reparos apuntados más arriba. F. E.)
Acerca del desdoblamiento del Banco y de la excesiva preocupación por garantizar
el reembolso de los billetes de banco, declara Tooke ante la Comisión sobre las
Commercial Distress, 1848-57:
Las
grandes fluctuaciones del tipo de interés producidas en 1847, comparadas con las
del 1837 y 1839, se deben exclusivamente, según él, a la división del Banco en
dos departamentos (3,010.) -La seguridad de los billetes de banco no resultó
afectada en 1825, ni en 1837 y 1839 (3,015). -La demanda de oro en 1825 sólo se
proponía llenar el vacío producido por el completo descrédito en que habían
caído los billetes de 1 libra emitidos por los bancos provinciales: este vacío
sólo podía llenarse con oro, entretanto que el Banco de Inglaterra emitiese
también billetes de a libra. (3,022) -En noviembre y diciembre de 1825 no
existía ni la más pequeña demanda de oro para la exportación. (3,023.)
“Por
lo que se refiere a la falta de crédito del Banco dentro y fuera del país, una
suspensión de los pagos de dividendos y depósitos habría traído consecuencias
mucho más graves que una suspensión de los pagos de billetes de banco.” (3,028.)
“3,035. ¿No opina usted que cualquier factor que ponga en peligro en última
instancia la convertibilidad de los billetes de banco en momentos de crisis
comercial, puede crear nuevas y serias dificultades? -En modo alguno.”
En el transcurso del año 1847. “el aumento de la emisión de
billetes de banco habría contribuido tal vez a aumentar de nuevo el oro en caja
del Banco, como lo hizo en 1825”.
(3,058.)
Newmarch
declara en 1857 ante el [Committee on] Bank Acts:
“1,357.
El primer efecto malo. en que se tradujo esa separación de los
dos departamentos (del banco) y el consiguiente y necesario desdoblamiento de la
reserva-oro fue que las operaciones bancarias del Banco de Inglaterra, es decir,
toda aquella rama de sus operaciones que lo mantiene en relación más directa con
el comercio del país, tenían que proseguirse ahora con la mitad solamente del
volumen de las antiguas reservas. Y este desdoblamiento de las reservas trajo
como consecuencia el que, al reducirse por poco que fuese la reserva del
departamento bancario, el Banco se viese obligado a elevar su tipo de descuento.
Por eso esta disminución de las reservas provocó toda una serie de cambios
bruscos en cuanto al tipo de descuento.” “1,358. Estos cambios fueron unos
sesenta” (hasta junio de 1857) “mientras que antes de 1844, en el mismo período
de tiempo, no habían pasado de una docena.”
Tiene
también un interés especial la declaración formulada ante el Comité de la Cámara
de los Lores para las Commercial Distress (1848-1857) por Palmer,
quien desde 1811 fue director y durante algún tiempo gobernador del Banco de
Inglaterra:
“828.
En diciembre de 1825, el Banco sólo retenía 1.100,000 libras esterlinas oro. Y
habría dado en quiebra total, irremisiblemente, si por aquel entonces hubiera
estado en vigor esta ley” (la de 1844). En diciembre emitió, me parece, de 5 a 6
millones de billetes en una sola semana, lo cual alivió de un modo considerable
el pánico existente.”
“825.
El primer período” (desde el 1º de julio de 1825), “en que la actual legislación
bancaria se habría derrumbado si el Banco hubiese intentado llevar a término las
transacciones ya iniciadas, fue el del 28 de febrero de 1837, por aquel
entonces, el Banco tenía en su poder de 3.900,000 a 4 millones de libras
esterlinas, y sólo habría podido guardar en reserva 650,000. Otro período es el
de 1839, que va del 9 de julio al 5 de diciembre.” “826. ¿A cuánto ascendía la
reserva, en este caso? El 5 de septiembre, la reserva consistía en un déficit de
unas 200,000 libras esterlinas en total (the reserve was minus altogether
200,000 £). El 5 de noviembre ascendía ya a 1 - 11/2
millones de libras, aproximadamente.” “830. La ley de 1844 habría impedido al
Banco hacer frente a las operaciones con Norteamérica en 1837.” “831. Tres de
las casas norteamericanas más importantes dieron en quiebra. Apenas había
ninguna casa dedicada a negociar con Norteamérica que conservase su crédito, y
si entonces no hubiese acudido en socorro al Banco, no creo que hubieran podido
salvarse más de una o dos firmas.” “836. La crisis de 1837 no puede en modo
alguno compararse con la de 1847. La de 1837 se limitó, fundamentalmente, al
mercado norteamericano.” “833. (A comienzos de junio de 1837 se discutió en la
dirección del Banco el problema de cómo poner remedio a la crisis.) “A propósito
de lo cual algunos señores defendieron la tesis. de que el principio adecuado
consistía en elevar el tipo de interés, con lo cual bajarían los precios de las
mercancías; en una palabra, en encarecer el dinero y abaratar las mercancías,
con lo cual se harían efectivos los pagos al extranjero (by which the foreign
payment would be accomplished).” “906. Al decretarse la restricción
artificial de los poderes del Banco por la ley de 1844, en vez del límite
anterior y natural que oponía a sus facultades el volumen real de su reserva
metálica, produce un entorpecimiento artificial de los negocios y, como
consecuencia de ello, una influencia sobre los precios de las mercancías, que
habría sido absolutamente innecesaria sin esta ley.” “968. Bajo la acción de la
ley de 1844, no es posible reducir esencialmente las reservas metálicas del
Banco, en las condiciones normales, a menos de 91/2
millones. Esto provocaría una presión sobre los precios y el crédito, que se
traduciría en un viraje tal en cuanto al cambio exterior, que aumentaría la
importación de oro y, con ella, la cantidad de oro existente en el departamento
de emisión.” “996. Bajo la restricción actual, no tiene usted” (es decir, el
Banco) “el control sobre la plata necesario en momentos en que hay que echar
mano de ella para influir en el cambio exterior.” “999. ¿Cuál era la finalidad
del precepto reduciendo las reservas-plata del Banco a 1/5
de sus reservas metálicas? -No me es posible contestar a esta pregunta.
La
finalidad era encarecer el dinero; exactamente lo mismo que, prescindiendo de la
teoría de la currency, la separación de los departamentos bancarios y la
obligación impuesta a los bancos escoceses e irlandeses de tener oro en reserva
para responder de la emisión de billetes por encima de cierto límite. Producíase
así una descentralización del tesoro metálico nacional que lo hacía apto para
corregir el curso exterior, cuando éste fuese desfavorable. Todas estas normas
conducen a la elevación del tipo de interés: la que dispone que el Banco de
Inglaterra no puede emitir billetes por valor de más de 14 millones de libras a
menos que se hallen cubiertos por su reserva-oro; la que ordena que el
departamento bancario se rija como un banco cualquiera, reduciendo el tipo de
interés en épocas de plétora de dinero y elevándolo en épocas de crisis; la
reducción de las reservas plata, recurso fundamental para rectificar el cambio
exterior con el continente y con Asia; el precepto referente a los bancos
escoceses e irlandeses, que no necesitan nunca oro para la exportación y que en
la actualidad tienen que retenerlo, bajo el pretexto de una convertibilidad de
sus billetes, que en realidad es puramente ilusoria. El hecho es que la ley de
1844 provoca por vez primera, en 1857, una irrupción en busca de oro sobre los
bancos irlandeses. La nueva legislación bancaria no distingue tampoco entre la
retirada del oro al extranjero y la que va al interior del país, aunque sus
efectos son, por supuesto, absolutamente distintos. De aquí las constantes y
violentas fluctuaciones, dice Palmer en dos sitios distintos, en los núms. 992 y
994, que el Banco sólo puede comprar plata a cambio de billetes si el cambio
exterior es favorable a Inglaterra, si existe, por tanto, superabundancia de
plata, pues: “1,003. La única finalidad de que pueda retenerse en plata una
parte considerable de la reserva metálica es la de facilitar los pagos al
extranjero durante él tiempo en que el comercio exterior sea contrario a
Inglaterra.” “1,004. La plata es una mercancía que, por ser dinero en el resto
del mundo, constituye la mercancía más adecuada. para este fin” (es decir, para
los pagos al extranjero). “Sólo los Estados Unidos han empleado, en estos
últimos tiempos, exclusivamente oro.”
En su
opinión, el Banco, en tiempos de crisis, no necesitaba elevar el tipo de interés
por encima del antiguo nivel del 5%, mientras el cambio anterior desfavorable no
atrajese el oro al extranjero. A no ser por la ley de 1844, habría podido
descontar sin dificultad alguna todas las letras de primera clase (first
class bills) que le fueron presentadas. (1,018-20.) Pero, con la ley de 1844
y en la situación en que el Banco se encontraba en octubre de 1847, “no había
ningún tipo de interés que el Banco pudiese exigir a casas solventes, que éstas
no se hallasen dispuestas a abonar para poder seguir haciendo efectivos sus
pagos.” [1,022.] Y este elevado tipo de interés era precisamente la finalidad
que la ley se proponía.
“1,029. Debo hacer una importante distinción entre la influencia que el tipo de
interés ejerce sobre la demanda extranjera” (de metales preciosos) “y una
elevación del tipo de interés impuesta con el fin de impedir que la gente se
agolpe en el Banco durante un período de escasez de crédito dentro del país.”
“1,023. Antes de la ley de 1844, cuando el cambio era favorable a Inglaterra y
reinaba en el país la inquietud e incluso el pánico, no se oponía ningún límite
a la emisión de billetes, lo único que podía aliviar este estado de crisis.”
Así
se expresa un hombre que estuvo durante treinta y nueve años al frente de la
dirección del Banco de Inglaterra. Escuchemos ahora a un banquero privado,
Twells, socio de la firma Spooner, Attwood & Co, desde 1801. Es el único de
todos los testigos que desfilan ante el Bank Committee de 1857 que
echa una mirada a la situación real del país y ve la crisis que se avecina.
Trátase, por lo demás, de una especie de littleshilling-man de
Birmingham, pues no en vano sus socios, los hermanos Attwood, son los fundadores
de esta escuela (véase Contribución a la crítica de la economía política,
p. 59.) He aquí lo que dice: “4,488. ¿Qué efectos cree usted que ha tenido la
ley de 1844? -Si hubiera de contestarle como banquero, le diría que ha dado
resultados excelentes, pues ha suministrado una abundante cosecha a los
banqueros y capitalistas (financieros [F. E.]) de todas clases. Ha dado,
en cambio, resultados muy malos para el hombre de negocios honrado y laborioso,
que necesita un tipo de descuento estable para poder hacer sus arreglos con
cierta seguridad. Ha convertido los préstamos de dinero en un negocio
extraordinariamente rentable.” “4,489. ¿[la ley bancaria] permite a los bancos
por acciones de Londres pagar el 20 al 22%? -Uno estaba pagando hace poco el 18%
y otro, creo, el 20; tienen razones sobradas para apoyar la ley.” “4,490.
¿Oprime mucho a los pequeños comerciantes y a los comerciantes respetables que
no disponen de gran capital? -El único medio de que yo dispongo para saber esto
es la masa tan enorme de letras aceptadas por ellos que no se pagan. Estas
letras son siempre pequeñas, oscilan entre 20 y 100 libras esterlinas, y muchas
de ellas quedan en descubierto y retornan protestadas a todas las partes del
país, lo que es siempre, entre pequeños comerciantes,. signo de malestar.” En el
nº 4,494 declara que el negocio no es ya rentable. Las observaciones que siguen
son importantes, pues indican que este hombre veía el estado latente de crisis
cuando ninguno de los otros se daba cuenta de ella.
4,494. En Mincing Lane [la Bolsa londinense del café y del té] los
precios se mantienen casi estables, pero no se vende nada, no se puede vender a
ningún precio; la gente se atiene al precio nominal.” “4,495. El declarante cita
un caso: un francés envía a un corredor de Mincing Lane mercancías
por valor de 3,000 libras esterlinas para ser vendidas a cierto precio. El
corredor no puede conseguir este precio y el francés no puede vender por menos.
La mercancía permanece inmóvil, pero el francés necesita dinero. El corredor le
adelanta, por tanto, 1,000 libras esterlinas, del modo siguiente: el francés,
con garantía de las mercancías, libra una letra por 1,000 libras a tres meses,
sobre el corredor. Pasados los tres meses la letra vence, pero las mercancías
siguen invendibles. El corredor tiene que recoger la letra y, aunque se halla
garantizado por 3,000 libras, no puede liquidar esta cantidad y se ve en apuros.
De este modo, el uno arrastra al otro. “4,496. Por lo que se refiere a las
grandes exportaciones. Si los negocios andan mal en el interior del país, esto
provoca necesariamente un fuerte movimiento de exportación.” “4,497. ¿Cree usted
que haya descendido el consumo interior? -En proporciones muy considerables.
verdaderamente enormes, los comerciantes al por menor son en eso la mejor
autoridad.” “4,498. Y sin embargo, las importaciones son muy considerables: ¿no
indica esto un gran consumo? -Sí, a condición de que pueda usted vender;
pero hay muchos almacenes llenos de estas mercancías; en el ejemplo que acabo de
poner hemos visto que se importaban mercancías por valor de 3,000 libras, pero
estas mercancías permanecen invendibles.”
“4,514. ¿Cuando el dinero es caro, afirmaría usted que el capital es barato?
-Sí.” -Por consiguiente, este declarante no comparte, ni mucho menos, el
criterio de Overstone de que el alto tipo de interés equivale a capital caro.
Cómo
se desarrollan ahora los negocios: “4,516. Otros se meten muy de lleno en los
asuntos, hacen negocios enormes exportando e importando, en proporciones muy
superiores a las que les permite su capital; acerca de esto no puede caber la
menor duda. Y la cosa puede salirles bien; si tienen suerte, pueden acumular
grandes fortunas y pagarlo todo. Es, en gran parte, el sistema a base del cual
se desenvuelve hoy una parte considerable de los negocios. Estas gentes pierden
de buen grado el 20, el 30 y hasta el 40% en un embarque, sabiendo que el
siguiente les resarcirá de la pérdida. Si les sale mal una operación tras otra,
se van a pique; y éste es, precisamente, el caso que hemos visto con frecuencia
en los últimos tiempos; hemos visto dar en quiebra a firmas sin un solo chelín
en el activo.”
“4,791. El tipo bajo de interés (durante los últimos diez años [F. E.])
influye, evidentemente, en contra de los banqueros, pero sin ponerle de
manifiesto los libros comerciales difícilmente podría explicarle cuánto más
altas son ahora las ganancias (las suyas propias [F. E.] en comparación
con las anteriores. Cuando el tipo de interés es bajo como consecuencia de un
exceso de emisión de billetes de banco, se forman depósitos considerables;
cuando es alto, esto nos produce una ganancia directa.” “4,794. Cuando puede
obtenerse dinero a un tipo de interés moderado, aumenta la demanda de dinero;
prestamos más, y el dinero surte efecto (para nosotros, los banqueros [F. E])
por este camino. Cuando el tipo de interés aumenta, recibimos más dinero del
conveniente, más de lo que debiéramos recibir.”
Hemos
visto cómo el crédito reconocido a los billetes del Banco de Inglaterra se
considera inconmovible por todos los expertos. A pesar de ello, la ley bancaria
inmoviliza de un modo absoluto de 9 a 10 millones en oro para su
convertibilidad. La sanidad y la intangibilidad del tesoro se pone así en
práctica de un modo muy distinto a como lo hacían los antiguos atesoradores. W.
Brown (Liverpool) declara, en Commercial Distress, 1847-48, núm.
2,311: “En cuanto a la utilidad que entonces produjo este dinero (la reserva
metálica del departamento bancario), diremos que fue la misma que si se hubiese
arrojado al mar; en efecto, no podía invertirse ni la más mínima parte de él sin
acabar con la ley del parlamento.”
El
empresario de construcciones E. Capps, a quien citábamos ya más arriba y de
cuyas declaraciones tomábamos también la descripción del moderno sistema de
construcciones de Londres (libro II, cap. XII [p. 219]), resume en las palabras
siguientes su punto de vista acerca de la ley bancaria de 1844 (Bank
Acts, 1857): “5,508. ¿Opina usted, pues, en general que el actual sistema
(el de la legislación bancaria) constituye una organización muy hábil para hacer
que las ganancias de la industria vayan a parar periódicamente al bolsillo del
usurero? -Exactamente, ésa es mi opinión. Me consta que el negocio de
construcción ha producido ese resultado.”
Como
ya hemos dicho, la ley bancaria de 1845 embutió a los bancos escoceses dentro de
un sistema muy parecido al inglés. Se les obligó a tener una reserva de oro para
responder de su emisión de billetes por encima de una cantidad fijada para cada
banco. He aquí algunos testimonios emitidos ante el Bank Committee
de 1857 sobre los resultados de esta medida.
Kennedy, director de un banco escocés: “3,357. ¿Había en Escocia, antes de la
aplicación de la ley de 1844, algo a que pudiera darse el nombre de una
circulación de oro? -Ni en lo más mínimo; la gente no quiere oro (the
people dislike gold).” “3,450. Las 900,000 libras
aproximadamente que los bancos escoceses deben retener en oro, desde 1845, no
sirven, a su juicio, más que para perjudicar y absorben sin beneficio alguno una
parte igual del capital de Escocia.”
Oigamos ahora a Anderson, director del Union Bank
of Scotland: “3,558.
¿La única demanda
fuerte de oro cerca del Banco de Inglaterra, por parte de los bancos escoceses,
obedecía al cambio exterior? -En efecto; y esta demanda no disminuye por el
hecho de que tengamos oro en Edimburgo.” “3,590. Mientras tengamos la misma
cantidad de títulos y valores en poder del Banco de Inglaterra (o en poder de
los bancos provinciales ingleses), tendremos el mismo poder que antes para
retirar oro de aquel Banco.”
Finalmente, un artículo del Economist (Wilson): “Los
bancos escoceses tienen cantidades inactivas de dinero contante en poder de sus
agentes de Londres, los cuales las tienen en poder del Banco de Inglaterra. Esto
permite a los bancos escoceses disponer de las reservas metálicas del Banco de
Inglaterra dentro de los límites de aquellas cantidades, reservas que ocupan
allí el lugar en que pueden emplearse cuando haya que hacer pagos al exterior.”
Este sistema fue alterado por la ley de 1845: “Al aplicarse a Escocia la ley de
1845, se produjo una fuerte corriente de retirada de monedas del oro del Banco
de Inglaterra, para hacer frente en Escocia a una demanda puramente eventual,
que tal vez no llegara a realizarse nunca. Desde entonces, una suma considerable
se encuentra normalmente movilizada en Escocia y otra suma considerable viaja
continuamente de Londres a Escocia y de Escocia a Londres. Tan pronto como un
banquero escocés espera que aumente la demanda de sus billetes hace que le
envíen de Londres una caja de oro; una vez que pasa este período, la caja es
devuelta a Londres, sin que la mayor parte de las veces llegue siquiera a
abrirse.” (Economist,
23 oct. 1847. [pp. 1,214 s.]
(¿Y
qué dice a todo esto el padre de la ley bancaria, el banquero Samuel Jones Loyd,
alias Lord Overstone?
Ya
en 1848 repetía ante la Comisión sobre las Commercial Distress de
la Cámara de los Lores, que “la crisis de dinero y el tipo elevado de interés,
ocasionados por la escasez de capital, no puede aliviarse aumentando la emisión
de billetes”, [1,514] a pesar de que, el 25 de octubre de 1847, bastó con que el
gobierno autorizase a aumentar la emisión de billetes para poner freno a
la crisis.
Sigue sosteniendo que “la elevada cuota del tipo de interés y la
depresión de la industria fabril son una consecuencia necesaria de la
disminución del capital material utilizable para fines industriales y
comerciales”.
[1,604.] Y sin embargo, la depresión de la industria fabril
consistía desde hacía varios meses en el hecho de que el capital-mercancía
material abarrotaba los graneros, siendo absolutamente invendible, y en que, por
ello mismo, el capital productivo material se mantenía ocioso en todo o en parte
para no producir todavía más capital-mercancía invendible.
Y, ante la Comisión bancaria de 1857, declara nuestro hombre:
“Gracias a la severa y pronta observancia de los principios en que se basa la
ley de 1844, todo se ha desarrollado de un modo regular y fácil, el sistema
monetario es seguro e inconmovible, la prosperidad del país indiscutida y la
confianza pública en la ley de 1844 gana fuerza de día en día. Si la Comisión
desea aún más pruebas prácticas acerca de la solidez de los principios sobre que
descansa esta ley y de los beneficiosos resultados asegurados por ella, bastará
con contestarle lo siguiente: echen ustedes una mirada en torno suyo; contemplen
ustedes la situación actual de los negocios de nuestro país, fíjense en la
satisfacción del pueblo: observen la prosperidad y la riqueza de todas las
clases de la sociedad; cuando hayan hecho todo esto, la Comisión estará en
condiciones de decidir si desea o no impedir que siga en vigor una ley que ha
producido tales resultados.”
[Bank Committee, 1857, núm. 4,189.]
La contestación a este ditirambo entonado por Overstone a la
Comisión el 14 de julio, fue la contraestrofa del 12 de noviembre del mismo año:
la carta enviada a la dirección del Banco por la que el gobierno declaraba en
suspenso la milagrosa ley de 1844 para ver el modo de salvar lo que aún podía
ser salvado. F.E.)
NOTAS
AL PIE DEL CAPÍTULO XXXIV
1. C.
Marx, Contribución a la crítica de la economía política, Berlín, 1859,
pp. 150 ss.
CAPÍTULO
XXXV
LOS METALES PRECIOSOS Y EL
CURSO DEL CAMBIO
1. El movimiento
de las reservas-oro
Con
referencia a la acumulación de billetes de banco en tiempos de crisis, hay que
observar que aquí se repite el atesoramiento de metales preciosos, tal como se
presenta en épocas tranquilas de los estados más primitivos de la sociedad. La
ley de 1844 es interesante en cuanto a sus efectos precisamente porque trata de
convertir en medio de circulación todos los metales preciosos existentes dentro
del país; pretende equiparar la retirada del oro a la contracción del medio de
circulación y la afluencia del oro a su expansión. Con lo cual se aporta
experimentalmente la prueba en contrario. Con una sola excepción, que enseguida
mencionaremos, la masa de los billetes circulantes del Banco de Inglaterra no ha
alcanzado nunca, desde 1847, el máximo de la cifra señalada como límite de
emisión. Y la crisis de 1857 demuestra, por otra parte, que, en ciertas y
determinadas circunstancias, no basta este máximo. Del 13 al 30 de noviembre de
1857 circularon por término medio 488,830 libras esterlinas diarias por encima
del máximo legal (Bank Acts, 1858, p. XI). La cifra máxima
señalada por la ley era, entonces, la de 14.475,000 libras esterlinas, más el
importe de la reserva metálica atesorada en los sótanos del Banco.
Por
lo que se refiere a la retirada y afluencia del oro, hay que tener en cuenta:
Primero. Debe distinguirse entre las idas y venidas del metal dentro de la zona
que no produce oro ni plata, de una parte, y de otra la corriente del oro y la
plata desde sus fuentes de producción a través de los diversos países y la
distribución de la cantidad que afluye entre éstos.
Antes de ponerse en explotación las minas de oro de Rusia, California y
Australia, la afluencia de este metal, desde comienzos del siglo actual, sólo
bastaba para reponer las monedas desgastadas, para los usos corrientes como
material de lujo y para la exportación de plata al Asia.
Sin
embargo, a partir de entonces, gracias al comercio asiático con América y
Europa, aumentó en proporciones extraordinarias la exportación de plata al Asia.
La plata exportada de Europa era suplida en gran parte por el oro adicional.
Además, una parte del oro nuevo era absorbido por la circulación monetaria
interior. Se calcula que hasta 1857 se incorporaron a la circulación interior de
Inglaterra unos 30 millones adicionales de oro. 1 Desde 1844 aumentó
el nivel medio de las reservas metálicas en todos los bancos centrales de Europa
y los Estados Unidos. El aumento de la circulación monetaria interior hizo que,
después del pánico, en el período de calma subsiguiente, aumentasen ya mas
rápidamente las reservas bancarias, como consecuencia de la mayor masa de
monedas de oro repelidas e inmovilizadas por la circulación interior.
Finalmente, desde los últimos descubrimientos de yacimientos de oro aumentó,
como resultado de la mayor riqueza, el consumo de metales preciosos para
artículos de lujo.
Segundo.
Entre los países no productores de oro y plata afluyen y refluyen constantemente
los metales preciosos; el mismo país importa y exporta continuamente oro y
plata. Y según que predomine uno u otro aspecto del movimiento, podremos decir
si prevalece en último término el aflujo o reflujo de estos metales, ya que los
dos movimientos, puramente oscilatorios y no pocas veces paralelos, se
neutralizan en gran parte. Pero esto hace que, con vistas a este resultado, se
pasen por alto la constancia y el curso, en general paralelo, de estos
movimientos. Se concibe siempre el problema, pura y simplemente, como si el
exceso de importación o de exportación de los metales preciosos sólo fuese
efecto y expresión de la proporción entre la importación y la exportación de
mercancías, cuando expresa al mismo tiempo, en realidad, la proporción de un
movimiento de importación y exportación de los mismos metales preciosos,
independientemente del comercio de mercancías.
Tercero.
El exceso de las importaciones sobre las exportaciones y viceversa se mide, en
conjunto, por el aumento o la disminución de las reservas metálicas en los
bancos centrales. La mayor o menor exactitud de este barómetro depende,
naturalmente, del grado de centralización del sistema bancario. De ello depende
la posibilidad de que los metales preciosos acumulados en el llamado banco
nacional representen el encaje metálico de la nación. Pero, suponiendo que así
sea, aquel barómetro no será exacto, porque la importación adicional es
absorbida en ciertas condiciones por la circulación interior y por el empleo
creciente del oro y la plata para fines de lujo; y además, porque sin
importación adicional se producirá un desglosamiento de monedas de oro para la
circulación interior, con lo cual podrá verse mermado el tesoro metálico, aun
sin que aumente simultáneamente la exportación.
Cuarto.
La exportación de metales adopta la forma de retirada (drain) cuando el
movimiento de descenso se mantiene durante algún tiempo, de tal modo que pueda
considerarse como tendencia del movimiento y la reserva metálica del Banco
descienda considerablemente por debajo de su nivel medio, tendiendo hacia el
mínimo medio de estas reservas. Este se establece de un modo más o menos
arbitrario, en el sentido de que la legislación dispone de un modo distinto en
cada caso concreto en lo que se refiere a la garantía de pago al contado de los
billetes, etc. Acerca de los límites cuantitativos a que esta retirada del oro
puede llegar en Inglaterra, declara Newmarch ante el [Committee on]
Bank Acts, 1857, núm. 1,494: “Si juzgamos por la experiencia, es
muy poco verosímil que la retirada de metales pueda, a consecuencia de
cualesquiera fluctuaciones en el comercio exterior, exceder de 3 ó 4 millones de
libras esterlinas.” El 23 de octubre de 1847 señala el punto máximo de descenso
de las reservas oro del Banco de Inglaterra, con una disminución de 5.198,156
libras esterlinas con respecto al 26 de diciembre de 1846 y de 6.453,748 con
relación al 29 de agosto de 1846, fecha en que estas reservas registran su nivel
máximo.
Quinto.
La función de las reservas metálicas del llamado Banco Nacional, función que,
sin embargo, no es, ni mucho menos, la que regula exclusivamente el volumen de
las reservas metálicas, ya que éstas pueden engrosar por la simple paralización
de los negocios dentro y fuera del país, es triple: 1) La de servir de
fondo de reserva para los pagos internacionales; en una palabra, de fondo de
reserva de dinero mundial. 2) La de fondo de reserva para la circulación
metálica interior, que unas veces se expansiona y otras veces se contrae. 3)
Algo que se relaciona con la función bancaria y no guarda la menor relación con
las funciones del dinero como dinero puro y simple: la de servir de fondo de
reserva para los pagos de depósitos y la convertibilidad de los billetes de
banco. Las reservas metálicas pueden resultar, pues, afectadas por factores que
guardan relación con todas y cada una de estas tres funciones; es decir, en
cuanto a fondo internacional, con la balanza de pagos, cualesquiera que sean las
razones a que ésta responda y su relación con la balanza comercial; como fondo
de reserva de la circulación metálica interior, por su expansión o contracción.
La tercera función, la de fondo de garantía, aunque no determine el movimiento
independiente de la reserva metálica, actúa de un doble modo. Si se emiten
billetes de banco que suplan el dinero metálico (incluyendo, por tanto, las
monedas de plata, en aquellos países en que es la plata la medida de los
valores) en la circulación interior, desaparecerá la función 2, de fondo de
reserva, y una parte de los metales preciosos que ha desempeñado esa función
emigrará durante largo tiempo al extranjero. En este caso, no se desglosará
ninguna cantidad de moneda metálica para la circulación interior, con lo cual
desaparecerá al mismo tiempo el reforzamiento temporal de la reserva metálica
mediante la inmovilización de una parte del metal amonedado circulante. Además,
si debe retenerse en todo caso un mínimo de las reservas metálicas para el pago
de depósitos y la convertibilidad de los billetes, esto afectará de un modo
peculiar a los efectos propios de la retirada o la afluencia de oro; influirá en
la parte de las reservas que el Banco se halla obligado a retener bajo
cualesquiera circunstancias o en aquella de que en otras épocas procura
desembarazarse como inútil. En una circulación puramente metálica y en un
régimen bancario concentrado, el Banco consideraría también sus reservas
metálicas como garantía para el pago de sus depósitos, y una retirada de metales
podría producir el mismo pánico que se produjo en Hamburgo en 1857.
Sexto.
Exceptuando tal vez la de 1837, las verdaderas crisis estallan siempre después
del viraje del curso del cambio, es decir, tan pronto como las importaciones de
metales preciosos vuelven a predominar sobre las exportaciones.
En
1825 se produjo el verdadero crack después de cesar la retirada del oro.
En 1839 se produjo una retirada del oro sin que llegase a producirse el crack.
En 1847, la retirada del oro cesó en abril y el crack se presentó en
octubre. En 1857, el éxodo del oro al extranjero había cesado a comienzos de
noviembre y el crack estalló ya muy avanzado el mismo mes.
Esto se destaca con especial claridad en la crisis de 1847, en que la retirada
del oro terminó ya en el mes de abril, después de provocar una crisis
relativamente benigna, no llegando a producirse la verdadera crisis comercial
hasta el mes de octubre.
Los
siguientes testimonios fueron formulados ante el Secret Committee
of the House of Lords on Commercial
Distress, (56) en 1848; las declaraciones de testigos (evidence) no
fueron editadas hasta 1857 (citadas también como Commercial Distress,
184-857).
Declaración de Tooke: “En abril de 1847 se produjo una crisis, que en rigor
equivalía a un pánico, pero que duró relativamente poco y no fue acompañada por
quiebras comerciales de importancia. En octubre la crisis adquirió una
intensidad mayor de la que había llegado a tener nunca en abril y provocó una
cantidad casi inaudita de bancarrotas comerciales” (2,996). “En abril, el cambio
exterior, sobre todo con los Estados Unidos, nos reveló la necesidad de exportar
una cantidad considerable de oro como pago del volumen extraordinariamente
grande de importaciones; sólo gracias a un esfuerzo verdaderamente enorme logró
el Banco detener la retirada del oro y elevar el curso del cambio” (2,997). “En
octubre, el cambio era ya favorable a Inglaterra” (2,998). “El viraje en el
cambio exterior se produjo en la tercera semana de abril” (3,000). “En los meses
de julio y agosto se mantuvo fluctuante; a comienzos del mes de agosto fue
siempre favorable ya a Inglaterra” (3,001). En agosto, la retirada del oro
“obedecía a la demanda para la circulación interior” [3,003].
J.
Morris, gobernador del Banco de Inglaterra: “aunque el cambio exterior se ha
hecho favorable a Inglaterra desde agosto de 1847, razón por la cual vuelve a
importarse oro, las reservas metálicas del Banco siguieron disminuyendo. Se
desparramaron por el país, a consecuencia de la demanda interior, 2.000,000 de
libras esterlinas en oro” (137). Esto se explica, de una parte, por el mayor
contingente de obreros que encontraron ocupación en las obras de construcción de
ferrocarriles y, de otra parte, por el “deseo, de los banqueros de poseer una
reserva-oro propia en tiempos de crisis” (147).
Palmer, ex-gobernador y desde 1811 director del Banco de Inglaterra: “684.
Durante todo el período que va desde mediados de abril de 1847 hasta el día en
que se declara en suspenso la ley bancaria de 1844, el curso exterior fue
favorable a Inglaterra.”
La
retirada de los metales, que en abril de 1847 provoca un pánico independiente de
la crisis es, pues, aquí, como siempre, una simple precursora de la crisis y
cambia de rumbo ya antes de que ésta estalle. En 1839, con un estado de gran
depresión comercial, se produce una retirada muy considerable de metales -para
conseguir trigo, etc.-, pero sin crisis ni pánico financiero.
Séptimo.
Tan pronto como se extinguen las crisis generales, el oro y la plata
-prescindiendo de la afluencia de metales preciosos nuevos de los países de
producción- se distribuyen de nuevo en las proporciones en que antes existían
como tesoro especial de los distintos países, en su estado de equilibrio.
Suponiendo que las demás circunstancias permanezcan invariables, su magnitud
relativa en cada país será determinada por el papel que desempeñen en el mercado
mundial. Refluyen del país que posee una parte superior a la normal y afluyen al
que posee menos: estos movimientos de afluencia y reflujo no hacen otra cosa que
restablecer su primitiva distribución entre los distintos tesoros nacionales.
Sin embargo, esta redistribución se lleva a efecto por medio de la acción de
diversas circunstancias, a las que nos referiremos al estudiar el cambio
exterior. Al restablecerse la distribución normal -por encima de este punto- se
produce al principio un aumento y luego vuelve a producirse un reflujo. (Esta
última afirmación sólo es aplicable, evidentemente, a Inglaterra, como centro
del mercado mundial de dinero. F. E.)
Octavo.
La retirada de metales es, casi siempre, síntoma de un cambio producido en la
situación del comercio exterior, el cual, es, a su vez, indicio de que las
condiciones vuelven a madurar para una nueva crisis.
2
Noveno.
La balanza de pagos puede ser favorable al Asia y contraria a Europa y los
Estados Unidos. 3
La
importación de metales preciosos se efectúa, predominantemente, en dos épocas.
De una parte, en la primera fase de tipo bajo de interés que sigue a la crisis y
expresa la reducción de la producción; de otro lado, en la segunda fase, en que
el tipo de interés aumenta, pero sin alcanzar todavía su nivel medio. Es ésta la
fase en que el movimiento de retorno se provoca fácilmente, en que el crédito
comercial es grande y, por tanto, la demanda de capital de préstamo no crece
proporcionalmente al aumento de la producción. En ambas fases, en que el capital
de préstamo es relativamente abundante, la afluencia excedente de capital
existente en forma de oro y plata, es decir, en una forma en que, por el momento
sólo puede funcionar como capital de préstamo, tiene necesariamente que influir
de un modo considerable en el tipo de interés y, por tanto, en la tónica de
todos los negocios.
Por
otra parte, el reflujo, la fuerte y continuada exportación de metales preciosos,
se presenta tan pronto como los ingresos no son ya líquidos, los mercados están
abarrotados y la aparente prosperidad sólo puede mantenerse en pie gracias al
crédito; es decir, tan pronto como existe ya una demanda mucho más fuerte de
capital de préstamo y, por tanto, el tipo de interés alcanza, por lo menos, su
nivel medio. Bajo la acción de estos factores, que se reflejan precisamente en
la retirada de metales preciosos, se robustece considerablemente la influencia
de la continuada sustracción de capital en la forma en que existe directamente
como capital-dinero susceptible de ser prestado. Y esto tiene por fuerza que
influir directamente en el tipo de interés. Pero el alza del tipo de interés, en
vez de restringir las operaciones de crédito, lo que hace es ampliarlas y poner
en supertensión todos sus recursos. Por eso este período precede y anuncia al
crack.
Pregunta formulada a Newmarch (Bank Acts, 1857): “1,520. ¿Al
aumentar el tipo de interés aumenta también, por tanto, el volumen de las letras
en circulación? -Así parece. “1,522. En épocas tranquilas, normales, el
verdadero instrumento del cambio es el Libro Mayor; pero cuando surgen
dificultades, cuando en circunstancias como, por ejemplo, las que he enunciado,
se eleva el tipo de descuento del Banco, los negocios se reducen por sí mismos
al giro de letras, estas letras no sólo son más adecuadas para servir como
prueba legal de las operaciones realizadas, sino que además se ajustan mejor a
la finalidad de realizar nuevas compras y pueden emplearse sobre todo como medio
de crédito para obtener capital.” A esto hay que añadir que, tan pronto como el
Banco, ante circunstancias más o menos amenazadoras, eleva el tipo de descuento
-lo que sienta al mismo tiempo la probabilidad de que el Banco acorte el plazo
de vencimiento de las letras que ha de descontar-, se generalice el temor de que
esto siga in crescendo. Por eso todo el mundo, y en primer término quien
especula con el crédito, procura descontar en lo sucesivo y poder disponer,
llegado el momento, de la mayor cantidad posible de medios de crédito. Por
consiguiente, las razones que acabamos de exponer conducen al hecho de que la
simple cantidad, tanto de los metales preciosos importados como de los
exportados, no influye como tal, sino, en primer lugar, a través del carácter
específico de los metales preciosos como capital en forma de dinero y, en
segundo lugar, como la pluma añadida a la carga puesta en el platillo de la
balanza y que basta para inclinar definitivamente a uno de los lados el platillo
en el momento en que la balanza empieza a vacilar; es decir, surte efecto porque
se produce en circunstancias en que cualquier exceso en uno u otro sentido puede
decidir. De otro modo, seria completamente inconcebible que una retirada de oro
por valor de 5 a 8 millones de libras (supongamos, que es el limite a que llega
hasta ahora la experiencia), pudiese traducirse en ningún efecto un poco
importante; esta pequeña diferencia en más o en menos de capital, que aparece
como algo muy secundario incluso frente a los 70 millones de libras esterlinas
en oro que circulan por término medio en Inglaterra, representa en realidad,
dentro de una producción del volumen de la inglesa, una magnitud insignificante.
4 Pero es precisamente el desarrollo del sistema de crédito y del sistema
bancario el que, de una parte, empuja a todo el capital-dinero a ponerse al
servicio de la producción (o, lo que es lo mismo, a convertirse todas las
entradas de dinero en capital), mientras de otra parte, al llegar a una cierta
fase del ciclo, reduce las reservas metálicas a un mínimo en que ya no pueden
cumplir las funciones que les corresponde; es, decimos, este sistema bancario y
de crédito desarrollado el que crea este exceso de sensibilidad de todo el
organismo. En fases de producción menos avanzadas, la disminución o el
acrecentamiento del tesoro con respecto a su volumen medio es algo relativamente
indiferente. Y asimismo es relativamente ineficaz, por otra parte, una retirada
muy grande de oro, siempre y cuando que no se produzca en el período crítico del
ciclo industrial.
En
la explicación que aquí damos se prescinde de los casos en que la retirada de
metal es consecuencia de malas cosechas, etc. En estos casos, la grande y súbita
alteración del equilibrio de la producción, cuya expresión es la retirada de
metales, hace innecesaria toda otra explicación de sus efectos. Estos son tanto
mayores cuanto mayor es la intensidad de la producción en los momentos en que la
alteración se produce.
Prescindimos también de la función de la reserva metálica como garantía de la
convertibilidad de los billetes de banco y piedra angular de todo el sistema de
crédito. El banco central es la piedra angular del sistema de crédito. 5
La necesidad de que el sistema de crédito se trueque en el sistema monetario fue
expuesta ya en el libro I, cap. III [pp. 101 s.], al tratar del medio de
pago. Tanto Tooke como Overstone reconocen que son necesarios los mayores
sacrificios en cuanto a la riqueza real para mantener en momentos críticos la
base metálica. La discusión gira solamente en torno a un más o un menos y en
torno al tratamiento más o menos racional de lo inevitable. 6 La
existencia de una cierta cantidad de metal, insignificante en comparación con la
producción total, se reconoce como punto angular del sistema. De aquí el bello
dualismo teórico, aun prescindiendo de la temible ejemplificación de ese
carácter de pivote angular en las crisis. Mientras trata ex professo
“del capital”, la economía ilustrada mira con el mayor de los des precios al oro
y la plata, como si en realidad se tratase de la forma más secundaria y más
inútil del capital. Pero al entrar en el sistema bancario, la cosa se invierte y
el oro y la plata se convierten en el capital por excelencia, a cuya
conservación hay que sacrificar toda otra rama de capital y de trabajo. Ahora
bien, ¿qué es lo que distingue al oro y la plata de las otras formas de la
riqueza? No es la magnitud del valor, pues ésta se determina por la cantidad de
trabajo materializado en ellos. Es el ser encarnaciones sustantivas, expresiones
del carácter social de la riqueza. (La riqueza de la sociedad sólo existe
como riqueza de los individuos propietarios privados de ella. Y si se afirma
como riqueza social es, simplemente por el hecho de que estos individuos, para
satisfacer sus necesidades cambian entre sí los valores de uso cualitativamente
distintos. Par lo cual, en la producción capitalista, no existe más medio que el
dinero. Por donde es el dinero y sólo él lo que realiza la riqueza individual
como riqueza social; es el dinero, es este objeto, lo que encarna la naturaleza
social de esta riqueza. F. E.) Esta su existencia social aparece, pues,
más allá, como objeto, como cosa, como mercancía, junto a los elementos reales
de la riqueza social y a margen de ellos. Cuando la producción funciona sin
entorpecimiento se olvida esto. El crédito, que es también una forma social de
la riqueza, desplaza al dinero y usurpa el lugar que a éste corresponde. Es la
confianza en el carácter social de la producción la que hace aparecer la
forma-dinero de los productos como algo llamado a desaparecer, como algo
puramente ideal, como mera representación. Pero tan pronto como se estremece el
crédito -fase que se presenta siempre, necesariamente, en el ciclo de la moderna
industria-, se pretende que toda la riqueza real se convierta efectiva y
súbitamente en dinero, en oro y plata, aspiración disparatada, pero que brota
forzosamente del sistema mismo. Y toda la cantidad de oro y plata de que se
dispone para hacer frente a estas desorbitadas pretensiones se reduce a los dos
o tres millones guardados en las arcas del Banco. 7 Por eso los
efectos de la retirada del oro hacen resaltar palmariamente el hecho de que la
producción no se halla sometida realmente al control social como una producción
verdaderamente social, y lo hacen resaltar de un modo visible bajo la forma de
que la forma social de la riqueza existe como un objeto situado al margen
de ella. En realidad, el sistema capitalista comparte esta cualidad con otros
sistemas anteriores de producción basados en el comercio de mercancías y en el
cambio privado. Pero es bajo aquél donde resalta del modo más palmario y bajo la
forma grotesca de una contradicción y un contrasentido absurdos, ya que 1º
en el sistema capitalista es donde la producción aparece eliminada del modo
más completo, la producción en función del valor de uso directo, del propio uso
del productor, donde, por tanto, la riqueza sólo existe como un proceso social;
2º porque, al desarrollarse el sistema de crédito, la producción
capitalista tiende a suprimir continuamente este límite metálico, a la par
material y fantástico, de la riqueza y de su movimiento, pero rompiéndose sin
cesar la cabeza contra él.
En
las crisis, nos encontramos con el postulado de que todas las letras, todos los
títulos y valores, todas las mercancías puedan convertirse de golpe y
simultáneamente en dinero bancario y todo el dinero bancario, a su vez, en oro.
2. El cambio
exterior
(El
barómetro del movimiento internacional de los metales monetarios es, como es
sabido, el cambio exterior. Si Inglaterra tiene que pagar más dinero a Alemania
que Alemania a Inglaterra, sube en Londres el precio del marco, expresado en
libras esterlinas, y baja en Hamburgo y Berlín el precio de la libra esterlina,
expresado en marcos. Y si este superávit de las obligaciones de pago de
Inglaterra a favor de Alemania no se compensa al aumentar, por ejemplo, las
compras de Alemania en Inglaterra, el precio que deberá pagarse en libras
esterlinas por el cambio del marco en Alemania aumentará hasta un punto en que
será rentable enviar de Inglaterra a Alemania, como medio de pago, metal
-lingotes de oro o plata- en vez de letras. Es así como se desarrollan las
cosas, en su proceso típico.
Si
esta exportación de metales preciosos adquiere cierto volumen y se mantiene
durante largo tiempo, resultarán menoscabadas la reserva bancaria inglesa y el
mercado de dinero inglés, y el Banco de Inglaterra verase obligado a dictar
medidas para precaverse contra esto. Estas medidas consisten esencialmente, como
hemos visto, en elevar el tipo de interés. Cuando la retirada de oro reviste
proporciones considerables, el mercado de dinero es, por lo general, difícil, es
decir, la demanda de capital de préstamo en forma de dinero supera
considerablemente la oferta y la elevación del tipo de interés sobreviene por sí
misma, como consecuencia de ello, el tipo de descuento decretado por el Banco de
Inglaterra corresponde entonces a la situación y se impone en el mercado. Pero
se dan también casos en que la retirada de los metales responde a otras
combinaciones de negocios que no son las normales (por ejemplo, a los
empréstitos contratados por otros Estados, a las inversiones de capital en el
extranjero, etc.) y en que el mercado londinense como tal no justifica en modo
alguno una subida de la cuota eficiente de interés; en estos casos, el Banco de
Inglaterra tiene que empezar por preocuparse de hacer que “escasee el dinero”,
para decirlo en los términos usuales, mediante fuertes empréstitos en el
“mercado abierto”, para crear de este modo, artificialmente, la situación que
justifique o haga necesaria una elevación del tipo de interés, maniobra que va
resultándole más difícil un año tras otro. F. E.)
Ahora bien, para ver cómo influye sobre el cambio exterior esta elevación del
tipo de interés nos bastará leer las siguientes declaraciones formuladas ante la
Comisión de legislación bancaria de la Cámara de los Comunes en 1857 (cit,
como Bank Acts o Bank Committee, 1857).
John Stuart
Mill: “2,176.
Cuando los negocios se hacen difíciles. se produce una baja
considerable en el precio de los títulos y valores. Los extranjeros mandan
comprar en Inglaterra acciones de ferrocarriles o los tenedores ingleses de
acciones ferroviarias extranjeras las venden en otros países, eliminándose
proporcionalmente la transferencia de oro.” “2,182. Una grande y rica clase de
banqueros y comerciantes en títulos y valores, por medio de los cuales se logra
normalmente la compensación del tipo de interés y la nivelación del barómetro
comercial (pressure) entre los distintos países. está siempre al acecho,
en espera de poder comprar títulos y valores que prometan subir de precio.; el
lugar adecuado para realizar estas compras será siempre el país que envía oro al
extranjero.” “2,183. Estas inversiones de capital efectuaronse en una medida
considerable en 1857; en proporciones suficientes para hacer que disminuyese la
retirada del oro.”
J. G. Hubbard, exgobernador y desde 1838 miembro de la dirección
del Banco de Inglaterra: “2,545. Existen grandes cantidades de títulos y valores
europeos. que tienen una circulación en los distintos mercados de dinero de
Europa, y estos títulos y valores, tan pronto como en un mercado bajan 1 ó 2%,
son adquiridos inmediatamente para ser enviados a los mercados en que conservan
su valor anterior.” “2,566. ¿No tienen los países extranjeros una deuda
considerable con los comerciantes de Inglaterra?-.Sí, muy considerable.” “2,566.
¿Bastaría, pues, con hacer efectivas estas deudas para explicar una acumulación
grandísima de capital en Inglaterra? -En 1847, nuestra posición se restableció
por fin al echar una raya por debajo de los tantos más cuantos millones que los
Estados Unidos y Rusia adeudaban antes a Inglaterra.” (Inglaterra adeudaba a los
dichos países, por la misma época. “Tantos más cuantos millones” por trigo y se
apresuró a “echar también una raya” por debajo de ellos mediante bancarrotas de
los deudores ingleses. Véase el informe sobre las leyes bancarias, supra,
cap. XXX, pp. 508
s. [F. E.])
“2,572. En 1847, el
curso del cambio entre Inglaterra y San Petersburgo era muy alto. Al dictarse la
carta del gobierno autorizando al Banco para emitir billetes sin atenerse al
límite prescrito de 14 millones (es decir, sin ajustarse a la reserva-oro [F.
E]), sé impuso la condición de que el descuento se mantuviese en el 8%. En
aquel momento y con aquel tipo de descuento, era un negocio rentable enviar oro
de San Petersburgo a Londres para prestarlo a su llegada al 8% hasta la fecha de
vencimiento de las letras a tres meses que se libraban contra el oro vendido.”
“2,573. Son muchos los puntos que hay que tener en cuenta en todas las
operaciones sobre oro; todo dependerá del cambio exterior y del tipo de interés
a que pueda invertirse el dinero hasta el vencimiento de la letra” (librada
contra él [F. E]).
El cambio exterior
con Asia
Los
puntos que siguen son importantes, de una parte, porque demuestran cómo
Inglaterra, cuando su cambio exterior con Asia es desfavorable, tiene
necesariamente que reponerse en otros países cuyas importaciones de productos
asiáticos se pagan por mediación de Inglaterra. Y en segundo lugar, porque el
señor Wilson repite aquí una vez más el necio intento de identificar los efectos
de una exportación de metales preciosos sobre el cambio exterior con los efectos
que la exportación de capital en general ejerce sobre este cambio; ambas cosas
en el caso de que se trate realmente de exportaciones realizadas no como medio
de pago o de compra, sino con fines de inversión de capital. Es evidente, ante
todo, que el envío a la India de tantos más cuantos millones de libras
esterlinas en metales preciosos o en rieles de vías férreas para ser invertidos
allí en ferrocarriles, no son más que dos formas distintas de transferir de un
país a otro el mismo volumen de capital; transferencia que, además, no figura en
la cuenta de las operaciones mercantiles usuales y que no abre al país
exportador más perspectiva de reflujo que la renta anual que en su día estos
ferrocarriles puedan rendir. Si esta exportación reviste la forma de metales
preciosos, por tratarse de esta clase de metales, que constituyen, como tales,
capital-dinero directamente susceptible de ser prestado y base de todo el
sistema monetario, no influirán directa y necesariamente, bajo cualesquiera
circunstancias, en el mercado de dinero, pero sí influirán en él bajo las
circunstancias anteriormente expuestas y, consiguientemente, en el tipo de
interés del país exportador de estos metales preciosos. E influirán asimismo, no
menos directamente, en el cambio exterior. En efecto, si se hacen envíos de
metales preciosos es, precisamente, porque y en la medida en que las letras de
cambio libradas, por ejemplo, sobre la India y que se ofrecen en el mercado de
dinero de Londres, no bastan para cubrir estas remesas extraordinarias. Se crea,
por tanto, una demanda de letras sobre la India que rebasa la oferta, con lo
cual el curso del cambio se vuelve momentáneamente contra Inglaterra, no porque
este país tenga deudas con la India, sino porque tiene que enviarle sumas
extraordinarias. A la larga, estos envíos de metales preciosos a la India tienen
necesariamente que contribuir a aumentar en la India la demanda de mercancías
inglesas, ya que indirectamente acreditan la capacidad de consumo de la India
para las mercancías de Europa. Si, por el contrario, el capital es enviado en
forma de rieles, etcétera, estos envíos no influirán para nada en el curso del
cambio, puesto que la India no tiene por qué hacer a Inglaterra pagos a cambio
de ellos. Tampoco influirán necesariamente, por la misma razón, en el mercado de
dinero. Wilson pretende obtener a todo trance esta influencia diciendo que tales
inversiones extraordinarias producen una demanda extraordinaria de créditos de
dinero, con lo cual influirán en el tipo de interés. Y puede ocurrir que así
sea; pero es totalmente equivocado afirmar que esto ocurrirá necesariamente y en
cualesquiera circunstancias. Cualquiera que sea el sitio al que se envíen y en
el que se coloquen los rieles, sea en suelo inglés o en suelo indio, no
representan otra cosa que una determinada extensión de la producción inglesa en
una órbita concreta. Es una necedad afirmar que sería imposible extender la
producción, incluso dentro de límites muy amplios, sin elevar el tipo de
interés. Podrá aumentar los créditos de dinero, es decir, la suma de negocios en
los que intervienen operaciones de crédito, pero para ello no es necesario que
se eleve el tipo de interés; éste puede permanecer invariable. Así ocurrió, en
efecto, durante la fiebre ferroviaria que cundió por Inglaterra en la década del
cuarenta. El tipo de interés no aumentó. Y es evidente que, cuando se trate de
verdadero capital, es decir, en este caso concreto, de mercancías, los efectos
en cuanto al mercado de dinero son exactamente los mismos si estas mercancías se
hallan destinadas al extranjero que si se destinan al consumo interior. Sólo
existiría una diferencia si las inversiones de capital de Inglaterra en el
extranjero ejerciesen una influencia restrictiva sobre sus exportaciones
comerciales -aquellas exportaciones que deben ser pagadas y que, por tanto, se
traducen en un reembolso- o en la medida en que estas inversiones de capital
representasen ya, en general, un síntoma de supertensión del crédito y de
iniciación de operaciones de especulación.
En el
siguiente interrogatorio, es Wilson quien pregunta y Newmarch quien contesta [Bank
Acts, 1857].
“1,786. Decía usted antes, refiriéndose a la demanda de plata para el Asia
oriental, que, a su juicio, el cambio exterior con la India era favorable a
Inglaterra, a pesar de los envíos constantes de importantes reservas metálicas
al Oriente de Asia. ¿Tiene usted razones en apoyo de ello? -Evidentemente. Nos
encontramos con que el valor real de las exportaciones del Reino Unido a la
India en 1851 ascendió a 7.420,000 libras esterlinas, a lo que hay que sumar el
importe de las letras de la India House, es decir, los fondos que la Compañía de
las Indias orientales saca de la India para hacer frente a sus propios gastos.
Estas letras ascendieron en dicho año a 3.200,000 libras esterlinas, lo que
quiere decir que el total de las exportaciones del Reino Unido a la India
arroja, durante el año a que nos referimos, 10.620,000 libras esterlinas. El
valor real de las exportaciones de mercancías ascendió, en 1855. a 10.350,000
libras esterlinas; las letras de la India House se remontaron en aquel año a
3.700,000 libras; por tanto, la exportación total a 14.050,000 libras. Para el
año de 1851 me parece que no disponemos de ningún medio que nos permita
averiguar el valor real de las importaciones de mercancías de la India a
Inglaterra; en cambio, sí lo tenemos respecto a los años 1854 y 55. El valor
total efectivo de las importaciones de mercancías de la India a Inglaterra fue,
en 1855, de 12.670,000 libras esterlinas, suma que, comparada con las 14.050,000
libras de las exportaciones, deja a favor de Inglaterra, en el comercio directo
entre los dos países, un saldo de 1.380,000 libras esterlinas.”
Luego
Wilson observa que el cambio exterior puede resultar también afectado por el
comercio indirecto. Así, por ejemplo, las exportaciones de la India a Australia
y Norteamérica se cubren con letras libradas sobre Londres, influyendo por tanto
en el curso del cambio exactamente lo mismo que si las mercancías fuesen
exportadas directamente de la India a Inglaterra. Además, si tomamos la India y
China juntas, vemos que la balanza es contraria a Inglaterra, pues China tiene
que efectuar constantemente a la India pagos considerables por los envíos de
opio y a Inglaterra le ocurre lo mismo con China, por donde las cantidades van a
parar a la India, dando un rodeo (1787, 1788).
En el
núm. 1,791, Wilson pregunta si el efecto sobre el cambio exterior sería idéntico
lo mismo cuando el capital “sale en forma de rieles de ferrocarril y locomotoras
que cuando se exporta como dinero metálico”. La respuesta de Newmarch es
absolutamente acertada: dice que los 12 millones de libras esterlinas enviadas
en los últimos años a la India para la construcción de ferrocarriles sirvieron
para comprar una renta anual que la India tiene que pagar a Inglaterra
periódicamente y en plazos fijos. “En lo que se refiere a los efectos directos
sobre el mercado de los metales preciosos, la inversión de los 12 millones sólo
puede ejercerlos siempre y cuando que sea necesario exportar metales para
realizar la verdadera inversión en dinero.”
1,797. (Pregunta Weguelin): “Si este hierro (los rieles) no se traduce en ningún
reembolso, ¿cómo puede decirse que influye en el cambio exterior? -Yo no creo
que la parte de la inversión que se exporta en forma de mercancías afecte al
estado de los cambios. Podemos decir que el estado de los cambios entre dos
países depende exclusivamente de la cantidad de obligaciones o letras que se
ofrece en un país, comparada con la cantidad que se ofrece en el otro; ésta es
la teoría nacional del cambio exterior. Por lo que se refiere a la exportación
de los 12 millones, es lo cierto que, por el momento, estos 12 millones se
limitan a suscribirse; si la operación se realizase de tal modo que estos 12
millones se invirtiesen íntegramente en dinero metálico en Calcuta, Bombay y
Madrás, esta súbita demanda influiría violentamente en el precio de la plata y
en el cambio exterior, exactamente lo mismo que si la Compañía de las Indias
orientales anunciase mañana que elevaba sus letras de 3 millones a 12. Pero la
mitad de estos 12 millones se invierte. en comprar mercancías en Inglaterra.
rieles para ferrocarril, madera y otros materiales, es una inversión de capital
inglés en la misma Inglaterra, sobre una determinada clase de mercancías que son
enviadas a la India, y ahí termina la cosa. 1,798. (Weguelin): “¿Pero la
producción de estas mercancías de hierro y madera que son necesarias para los
ferrocarriles, provoca un fuerte consumo de mercancías extranjeras, el cual
puede afectar, sin embargo, al cambio exterior? -Indudablemente.”
Enseguida, Wilson señala que el hierro supone en lo esencial trabajo y que el
salario abonado por este trabajo representa a su vez, en gran parte, mercancías
importadas (1,799), y luego pregunta:
“1,801. Pero, para decirlo en términos muy generales: si las mercancías que se
producen con medios de consumo de esos artículos importados se exportan en tales
condiciones, que no se obtiene reembolso alguno por ellas, ni en productos ni
bajo ninguna otra forma, ¿no traerá esto como consecuencia el hacer que el
cambio sea desfavorable para nosotros? -Este principio fue exactamente el que
vimos aplicado en Inglaterra durante el período de las grandes inversiones
ferroviarias (en 1845 [F. E.]). Durante tres, cuatro o cinco años
seguidos se invirtieron en ferrocarriles 30 millones de libras esterlinas, y
casi todas ellas en salarios. Durante tres años se mantuvo en la construcción de
ferrocarriles, locomotoras, vagones y estaciones a una cifra de población mayor
que la que trabajaba en todos los distritos fabriles juntos. Esta población
invertía sus salarios en la compra de té, azúcar, bebidas espirituosas y otras
mercancías extranjeras; éstas debían ser importadas; sin embargo, puede
comprobarse que durante el tiempo en que se realizaron estas grandes inversiones
el cambio entre Inglaterra y otros países no se alteró considerablemente. No se
produjo retirada de metales preciosos, sino más bien una afluencia de ellos.”
1,802. Wilson insiste en que a base de una balanza comercial nivelada y de un
cambio a la par entre Inglaterra y la India, los envíos extraordinarios de
hierro y locomotoras “tienen necesariamente que influir en los cambios con la
India”. Newmarch no cree lo mismo, siempre y cuando que los rieles se exporten
como inversión de capital, sin que la India venga obligada a pagarlos bajo una u
otra forma, y añade: “Estoy de acuerdo con el principio de que ningún país puede
a la larga tener un cambio desfavorable con todos aquellos países con quienes
comercia; el cambio desfavorable con un país produce necesariamente un cambio
favorable con otro.” A esto le opone Wilson la siguiente trivialidad: “1,803.
¿Pero la transferencia de capital no sería la misma exportándose el capital bajo
una forma o bajo otra?- En lo que se refiere a la obligación, evidentemente sí.”
“1,804. Por consiguiente, los efectos de la construcción de ferrocarriles en la
India en nuestro mercado de capital ¿serán los mismos, ya se exporten metales
preciosos o mercancías, y el valor del capital aumentará exactamente lo mismo
que si todo se exportase bajo la forma de metales preciosos?”
El
hecho de que no subiesen los precios del hierro era, desde luego, una prueba de
que no había aumentado el “valor” del “capital” encerrado en los rieles. De lo
que se trata es del valor del capital, del tipo de interés. Wilson se empeña en
identificar el capital en dinero y el capital en general. Nos encontramos ante
todo con el hecho escueto de que en Inglaterra se suscriben 12 millones de
libras para la construcción de ferrocarriles en la India. Este hecho no guarda
relación ninguna directa con el cambio exterior y el destino que se dé a los 12
millones es también indiferente, en lo que al mercado de dinero se refiere. Si
la situación del mercado de dinero es favorable, ello no necesita traducirse en
efecto alguno, como lo vemos por los empréstitos ferroviarios ingleses suscritos
en 1844 y 1845, que no afectaron tampoco para nada al mercado de dinero. Pero si
el mercado de dinero se presenta ya, en cierto modo, difícil, aquel hecho puede
repercutir, indudablemente, sobre el tipo de interés, pero sólo en sentido
ascensional, lo cual, según la teoría de Wilson, tendrá que reflejarse
favorablemente en los cambios para Inglaterra, es decir, entorpecer la tendencia
a la exportación de metales preciosos; si no hacia la India, si hacia otros
países. El señor Wilson salta de una cosa a otra. En la pregunta 1,802 se dice
que tendrá que resultar afectado el cambio exterior; en la núm. 1,804 aparece
afectado el “valor del capital”; son dos cosas muy distintas. El tipo de interés
puede influir en el cambio exterior y el curso del cambio puede influir en el
tipo de interés, pero el curso del cambio puede modificarse permaneciendo
constante el tipo de interés y, a la inversa, variar éste permaneciendo
constante el curso de cambio. A Wilson no acaba de entrarle en la cabeza el
hecho de que la simple forma en que se realizan las exportaciones de capital al
extranjero se traduce en esa diferencia de efectos, es decir, que la diferencia
de forma del capital reviste esta importancia, y sobre todo y muy en primer
término su forma-dinero, cosa que contradice abiertamente a la explicación
económica. Newmarch contesta a Wilson de un modo incompleto en el sentido de que
no le hace notar que ha saltado de repente y sin razón alguna del cambio
exterior al tipo de interés. La contestación que da a la pregunta 1,804 es
vacilante e insegura: “No cabe duda de que cuando se trata de reunir 12 millones
es indiferente, en lo que al tipo general de interés se refiere, que estos 12
millones se exporten en metales preciosos o en materiales. Creo, sin embargo
(hermosa transición, este ‘sin embargo’, para pasar a decir todo lo contrario)
‘que esto no es del todo indiferente’ (es indiferente, pero no es, sin embargo,
del todo indiferente), ‘puesto que en un caso los 6 millones de libras
esterlinas retornarían enseguida, mientras que en el otro caso no retornarían
tan inmediatamente. Por eso supondría alguna (¡qué manera tan precisa de
expresarse!) diferencia el que estos 6 millones se invirtiesen dentro del país o
se enviasen al extranjero en su totalidad.’” ¿Qué quiere decir eso de que los 6
millones de libras esterlinas retornarían enseguida? En la medida en que estos 6
millones se invierten en Inglaterra, existen bajo la forma de rieles,
locomotoras, etc, enviados a la India, de donde ya no vuelven, y su valor sólo
retorna mediante la amortización, es decir, muy lentamente, mientras que los 6
millones de metales preciosos retornan en especie y muy rápidamente, tal vez. Al
invertirse en salarios, los 6 millones son devorados, pero el dinero en que se
desembolsan sigue circulando dentro del país o pasa a las reservas. Lo mismo
ocurre con las ganancias de los fabricantes de rieles y con la parte de los 6
millones destinada a reponer su capital constante. Por consiguiente, Newmarch
sólo emplea esa frase equívoca de “retornar” para no decir directamente que el
dinero se queda dentro del país y que, en la medida en que actúa como
capital-dinero susceptible de ser prestado, la única diferencia en cuanto al
mercado de dinero (prescindiendo del hecho de que la circulación pueda haber
absorbido mayor cantidad de dinero metálico) es la de que se desembolsa por
cuenta de A en vez de desembolsarse por cuenta de B. Esta clase de inversiones,
en que el capital se transfiere al extranjero en mercancías y no en forma de
metales preciosos sólo pueden influir en el cambio exterior (y no con el país en
que la inversión se realiza) siempre y cuando que la producción de estas
mercancías exportadas requiera la importación extraordinaria de otras mercancías
extranjeras. En este caso la producción no está destinada a liquidar aquella
importación extraordinaria. Pero lo mismo acontece en todas las exportaciones a
crédito, ya se trate de inversiones de capital o de exportaciones para fines
comerciales corrientes. Además, estas importaciones extraordinarias pueden
provocar también, de rechazo, una demanda extraordinaria de mercancías inglesas,
por ejemplo, en las colonias o en los Estados Unidos.
Antes
[en núm. 1,786], había dicho Newmarch que, a consecuencia de las letras de la
Compañía de las Indias orientales, las exportaciones de Inglaterra a la India
eran mayores que las importaciones. Sir Charles Wood lo somete a un estrecho
interrogatorio acerca de este punto. Este superávit de las exportaciones
inglesas a la India sobre las exportaciones de la India a Inglaterra se debe en
realidad a una importación de la India por la que Inglaterra no paga con ningún
equivalente: las letras de la Compañía de las Indias orientales (hoy, por el
gobierno de las Indias orientales) se traducen en un tributo impuesto a la
India. Así, por ejemplo, en 1855 la cifra de importaciones de la India a
Inglaterra fue de 12.670,000 libras esterlinas; la de las exportaciones de
Inglaterra a la India, de 10.350,000 libras. Saldo a favor de la India:
2.250,000 libras esterlinas. “Si el estado del asunto se redujese a esto, estas
2.250,000 libras sobrantes tendrían que ser remitidas a la India bajo una forma
u otra. Pero aquí entran en juego las reivindicaciones de la India House. Este
organismo anuncia que se halla en condiciones de girar letras sobre los
distintos presidentes de la India hasta la suma de 3.250,000 libras esterlinas.
(Cantidad percibida para cubrir los gastos originales en Londres a la Compañía
de las Indias orientales y los dividendos que deben ser pagados a los
accionistas.) Con lo cual no sólo se liquida el saldo de las 2.500,000 libras
producido por la vía comercial, sino que resulta además otro millón de
diferencia” (1,917).
1,922. (Wood:) “¿Entonces, los efectos de estas letras de la
India House no consisten en aumentar las exportaciones a la India, sino en
reducirlas proporcionalmente?” (Debería decir en reducir la necesidad de cubrir
las importaciones de la India con exportaciones hechas a aquel país por la misma
cantidad.) El señor Newmarch explica esto diciendo que los ingleses, a cambio de
estos 3.700,000 libras esterlinas exportan a la India “buenos gobiernos”
(1,925). Wood, que como ministro para la India conocía muy bien la clase de
“buenos gobiernos” exportados a aquel país por los ingleses, dice en el núm.
1,926, exacta e irónicamente: “Es decir, que la exportación determinada, como
usted dice, por las letras de la India House es una exportación de buenos
gobiernos y no de mercancías.”
Como Inglaterra exporta mucho “de este modo”, como “buenos
gobiernos” e inversiones de capital en países extranjeros -obteniendo, por
tanto, importaciones absolutamente independientes de la marcha normal de los
negocios, tributos que recibe, en parte, a cambio de los “buenos gobiernos” que
exporta y en parte como renta del capital invertido en las colonias y en otros
sitios, tributos por los cuales no tiene que pagar equivalente alguno-, es
evidente que el cambio exterior no sufre modificación alguna por el hecho de que
Inglaterra se limite a apropiárselos sin exportar nada a cambio de ellos; y es
también evidente, por tanto, que el cambio exterior no resulta tampoco afectado
si vuelve a invertir estos tributos, no en Inglaterra, sino en el extranjero,
productivamente o de un modo improductivo; si los emplea, por ejemplo, en mandar
municiones a la Crimea. Además, siempre y cuando que las importaciones del
extranjero pasen a formar parte de las rentas de Inglaterra -pues siempre habrán
de ser hechas efectivas, naturalmente, bien en concepto de tributo, en cuyo caso
no será necesario un equivalente, mediante cambio por estos tributos no pagados
o por la vía normal del comercio-, Inglaterra podrá darles uno de estos dos
empleos: consumirlas o volver a invertirlas como capital. Ninguno de los dos
empleos afectará al cambio exterior, cosa que el sabio Wilson no echa de ver. Lo
mismo si es el producto nacional que si es el producto extranjero el que forma
parte de la renta, en cuyo segundo caso se presupone simplemente el cambio de
productos nacionales por extranjeros, el consumo de esta renta, sea productivo o
improductivo, no altera en lo más mínimo el cambio exterior, aunque influya en
la escala de la producción. Y a esto debemos atenernos para enjuiciar lo que se
dice a continuación.
1,934. Wood
pregunta cómo afectaría al curso del cambio con Turquía el envío de pertrechos
de guerra a la Crimea. Newmarch contesta: “No creo que el simple envío de
pertrechos de guerra afectase necesariamente el curso del cambio; en cambio lo
afectaría con toda seguridad el envío de metales preciosos.” Aquí distingue,
pues, entre el capital en forma de dinero y otra clase de capital. Pero
enseguida expone Wilson:
“1,935. Si se
realizase una exportación en gran escala de cualquier artículo, no cubierta por
otra importación correspondiente (el señor Wilson olvida que, en lo que a
Inglaterra se refiere, se efectúa una importación muy importante que no está
cubierta jamás por una exportación correspondiente, como no sea bajo la forma de
“buenos gobiernos” o de capital de inversión previamente exportado; una
importación que, en todo caso, no entra en el movimiento comercial corriente.
Pero esta importación vuelve a trocarse, por ejemplo, por productos
norteamericanos, y el hecho de que éstos se exporten sin estar cubiertos por una
importación congruente no altera en lo más mínimo el hecho de que el valor de
esta importación puede consumirse sin una salida equivalente de productos hacia
el exterior; se recibe sin contraexportación, razón por la cual puede también
consumirse sin entrar en la balanza comercial), no se pagaría la deuda exterior
contraída mediante la importación.” (Pero si esta importación se hubiese pagado
ya previamente, por ejemplo, mediante el crédito concedido en el extranjero, no
se contraería con ello deuda alguna y el problema no guardaría la menor relación
con la balanza internacional; se reduciría a una inversión productiva o
improductiva, lo mismo si los productos así consumidos eran interiores que si
eran extranjeros.) “Por eso, esta operación afectaría necesariamente al curso
del cambio, al no pagarse la deuda exterior, ya que la exportación no se
hallaría cubierta por una importación correspondiente a ella. Y esto es
aplicable a todos los países en general.”
La exposición de
Wilson equivale a decir que toda exportación no cubierta por una importación
correspondiente a ella es, al mismo tiempo, una importación sin la
correspondiente exportación, ya que en la producción de los artículos exportados
entran mercancías extranjeras, mercancías que son, por tanto, importadas. La
premisa de que se parte es que cada una de estas exportaciones se base en una
importación no pagada o la produzca, es decir, cree una deuda hacia el
extranjero. Lo cual es falso, aun prescindiendo de estos dos hechos: 1º
que Inglaterra cuenta con importaciones gratis, por las que no paga ningún
equivalente, como ocurre, por ejemplo, con una parte de sus importaciones de la
India. Puede cambiarlas por artículos importados de Norteamérica y exportar
éstos sin contraimportación; en todo caso, por lo que al valor se refiere,
exportara simplemente algo que no le ha costado nada a ella. Y 2º que
puede haber pagado importaciones, norteamericanas por ejemplo, que constituyen
capital adicional; si estas importaciones se consumen improductivamente, por
ejemplo, en municiones de guerra, ello no creará deuda alguna con los Estados
Unidos ni afectará al cambio exterior con Norteamérica. Newmarch se contradice
en los núms. 1,934 y 1,935; en el 1,938, Wood le llama la atención acerca de
ello: “Si ninguna parte de las mercancías empleadas en la fabricación de los
artículos que exportamos sin recibir nada a cambio” (gastos de guerra [F. E.]
) “procede del país al que estos artículos son enviados, ¿cómo afectará esto al
cambio exterior con este país? Supongamos que el cambio con Turquía se halle en
el estado normal de equilibrio, ¿cómo afectará al curso del cambio entre
Inglaterra y Turquía la exportación de pertrechos de guerra hacia la Crimea?”
-Al llegar aquí, Newmarch pierde la ecuanimidad; se olvida de que esta pregunta
ha sido contestada ya por él exactamente en el núm. 1,934 y dice: “Me parece que
ya hemos agotado el problema práctico y que nos estamos remontando a una región
muy elevada de debates metafísicos.”
(Otra de las
versiones que Wilson da a su afirmación es la de que el cambio exterior resulta
afectado por toda transferencia de capital de un país a otro, lo mismo si
reviste la forma de metales preciosos que si se efectúa bajo la forma de
mercancías. Wilson sabe, naturalmente, que el cambio exterior es afectado por el
tipo de interés, especialmente por la proporción entre los tipos de interés
vigentes en los dos países cuyo cambio exterior mutuo se trata de estudiar. Pues
bien, si logra demostrar que el superávit de capital en general, empezando por
tanto por él, consiste en mercancías de todas clases, incluyendo los metales
preciosos, influye también de un modo determinante sobre el tipo de interés,
habrá avanzado un paso más hacia su meta; la transferencia de una parte
considerable de este capital a otro país modificará entonces el tipo de interés
en ambos países en sentido inverso, modificando también en segunda instancia el
cambio exterior entre ambos países. F. E.)
Dice Wilson en el
Economist, [22 de mayo] 1847, p. 574, dirigido en aquel entonces por él:
“Es evidente que
ese superávit de capital representado por grandes existencias de todas clases,
incluyendo los metales preciosos, tiene que conducir necesariamente no sólo a la
baja de los precios de las mercancías en general, sino también a la baja del
tipo de interés por el empleo de capital 1). Cuando tengamos a mano
existencias de mercancías suficientes para atender a las necesidades del país
durante los dos años próximos, se podrá disponer de estas mercancías para un
período dado a un tipo mucho más bajo que si las existencias sólo alcanzasen
para dos meses 2). Todos los empréstitos de dinero, cualquiera que sea la
forma bajo la que se hagan, representan simplemente la transferencia del poder
de mando sobre las mercancías de manos de uno a manos de otro. Por consiguiente,
si existe exceso de mercancías el tipo de interés será necesariamente bajo,
mientras que si aquéllas escasean el tipo de interés tiene que ser alto 3).
Si las mercancías afluyen en más abundancia, aumentará el número de vendedores
en proporción al de compradores, y a medida que la cantidad rebase las
necesidades del consumo directo habrá que almacenar para usarlas posteriormente
una cantidad cada vez mayor de ellas. En estas circunstancias, un poseedor de
mercancías venderá en condiciones más favorables con vistas a un pago futuro o a
crédito que si estuviese seguro de que todas sus existencias van a ponerse a la
venta en plazo de pocas semanas 4).”
A propósito de la
tesis 1 debe observarse que la reducción de la producción puede ir
acompañada perfectamente de una fuerte afluencia de metales preciosos,
como ocurre siempre en los períodos subsiguientes a las crisis. En la fase
siguiente pueden afluir metales preciosos de los países que producen
preferentemente esta clase de metales; la importación de otras mercancías es
compensada generalmente, en estos períodos, por la exportación. El tipo de
interés es bajo en ambas fases y sólo aumenta lentamente; el por qué ya lo hemos
visto. Este tipo bajo de interés podría explicarse siempre y en todas partes sin
recurrir a ninguna clase de influencias de “grandes existencias de todas
clases”. Por otra parte, ¿cómo iban a operarse estas influencias? El bajo precio
del algodón, por ejemplo, permite que los fabricantes de hilados, etc, obtengan
altas ganancias. ¿Por qué, entonces, es bajo el tipo de interés? No será, de
seguro, porque sean elevadas las ganancias que pueden obtenerse con el capital
prestado, sino única y exclusivamente porque, en las circunstancias imperantes,
la demanda de capital de préstamo no crece en proporción a estas ganancias, es
decir, porque los movimientos del capital de préstamo no son paralelos a los del
capital industrial. El Economist pretende probar precisamente lo
contrario: que los movimientos de aquel capital coinciden exactamente con los
del capital industrial.
La tesis 2,
reduciendo hasta donde sea necesario para que tenga sentido la premisa absurda
de las existencias capaces para dos años, presupone un abarrotamiento del
mercado de mercancías. Esto se traduciría en una baja de los precios. Habría que
pagar menos por una bala de algodón, por ejemplo. Pero de aquí no se deduce, ni
mucho menos, que podría obtenerse más barato el dinero necesario para comprar
esta mercancía. Esto dependerá del estado del mercado de dinero. Si puede
conseguirse más barato, será, pura y simplemente, porque el crédito comercial se
halla en una situación que le permite recurrir menos que de ordinario al crédito
bancario. Las mercancías que saturan el mercado serán medios de subsistencia o
medios de producción. El bajo precio de ambos hará subir las ganancias del
capitalista industrial. ¿Por qué ha de reducir el tipo de interés como no sea
por el contraste, no por la identidad, entre la abundancia de capital industrial
y la demanda de créditos de dinero? Las condiciones permiten que el comerciante
y el industrial puedan concederse fácilmente crédito; esta facilidad con que se
obtiene el crédito comercial hace que tanto el industrial como el comerciante
necesiten menos crédito bancario; por eso el tipo de interés puede ser bajo.
Pero este bajo tipo de interés no tiene nada que ver con la afluencia de metales
preciosos, aunque ambos fenómenos puedan discurrir paralelamente y aunque los
mismos factores que determinan los precios bajos de los artículos de importación
puedan determinar también la superabundancia de los metales preciosos que
afluyen. Si el mercado de artículos de importación se hallase realmente
abarrotado, esto demostraría el descenso de la demanda de mercancías importadas,
el cual sería inexplicable a base de precios bajos, a menos que fuese como
resultado de la reducción de la producción industrial del interior del país;
pero esto, a su vez, sería también inexplicable a base de un exceso de
importación a precios bajos. Toda una serie de absurdos para probar que la baja
de los precios es igual a la baja del interés. Ambos fenómenos pueden coexistir
paralelamente. Pero si coexisten será como expresión del contraste entre las dos
direcciones que siguen el movimiento del capital industrial y el del
capital-dinero susceptible de ser prestado, no como expresión de su identidad.
Y no se ve
tampoco, como resultado de esta otra argumentación, por qué en el punto 3,
el interés del dinero debe ser bajo cuando exista abundancia de mercancías. Si
las mercancías son baratas, necesitaré, supongamos, 1,000 libras esterlinas en
vez de 2,000, como antes, para comprar una determinada cantidad de ellas. Pero
puede también ocurrir que siga invirtiendo 2,000 libras esterlinas y compre con
ellas el doble de mercancías que antes, ampliando el negocio con el mismo
desembolso de capital, capital que tengo que buscar tal vez prestado. Sigo
comprando lo mismo que antes, por valor de 2,000 libras esterlinas. La demanda
que yo represento en el mercado de dinero sigue siendo, pues, la misma, aunque
aumente la que represento en el mercado de mercancías, al disminuir el precio de
éstas. Pero si esta segunda demanda disminuyese, es decir, si no aumentase la
producción al descender los precios de las mercancías, lo que chocaría contra
todas las leyes del Economist, disminuiría la demanda de capital-dinero
susceptible de ser prestado, aunque aumentase la ganancia; pero esta ganancia
acrecentada crearía demanda de capital de préstamo. Por lo demás, el bajo nivel
de los precios de las mercancías puede obedecer a tres causas. La primera es la
escasez de demanda. En este caso el tipo de interés es bajo porque la producción
se halla paralizada y no porque las mercancía sean baratas, puesto que esta
baratura es simple reflejo de aquella paralización. La segunda causa es el
exceso de oferta con respecto a la demanda. Este caso puede darse como
consecuencia del abarrotamiento de los mercados, etc, que conduce a la crisis y
puede coincidir, dentro de la misma crisis, con un alto tipo de interés. Y puede
darse también porque disminuya el valor de las mercancías pudiendo por tanto
satisfacerse la misma demanda a más bajo precio ¿Por qué tiene que bajar, en
este último caso, el tipo de interés? ¿Porque aumente la ganancia? Si fuese
porque hace falta menos capital-dinero para mantener el mismo capital productivo
o el mismo capital-mercancías, esto sólo probaría una cosa: que la ganancia y el
interés se hallan entre sí en razón inversa. En todo caso, la tesis general del
Economist es falsa. Los precios bajos en dinero de las mercancías y el
tipo bajo de interés no van juntos, necesariamente. De otro modo, tendríamos que
en los países más pobres, donde más bajos son los precios en dinero de los
productos, sería también más bajo el tipo de interés, y en los países más ricos,
donde más altos son los productos en dinero de los productos agrícolas, sería
también más alto el tipo de interés. En general, el Economist reconoce
que la disminución del valor del dinero no influye para nada en el tipo de
interés. 100 libras esterlinas seguirán rindiendo 105, lo mismo que antes; si
ahora las 100 valen menos, valdrán menos también las 5. La proporción no se
altera en lo más mínimo por el alza de valor o la depreciación de la suma
originaria. Considerada como valor, una determinada cantidad de mercancías es
igual a una determinada suma de dinero. Si aumenta el valor de aquélla, será
igual a una suma de dinero mayor, y a la inversa, si disminuyese. Si es = 2,000,
el 5% será = 100; si es = 1,000, el 5% será = 50. Pero esto no hace cambiar en
lo más mínimo el tipo de interés. La única conclusión racional a que esto nos
llevará es la de que, a base de las 2,000 libras serán necesarios más créditos
de dinero que a base de las 1,000. Pero esto sólo revela aquí la razón inversa
que existe entre la ganancia y el interés, pues la ganancia aumenta con la
baratura de los elementos del capital constante y el variable, y el interés, por
el contrario, disminuye. Pero puede darse también el caso contrario, y se da en
efecto frecuentemente. El algodón, por ejemplo, puede ser barato porque no
exista demanda de hilados ni de tejidos; y puede ser relativamente caro porque
las grandes ganancias obtenidas en la industria algodonera creen una gran
demanda de esa materia prima. Por otra parte, puede ocurrir que la ganancia de
los industriales sea elevada precisamente por ser bajo el precio del algodón. La
lista publicada por Hubbard demuestra que los movimientos del tipo de interés y
los de los precios de las mercancías son absolutamente distintos e
independientes entre sí; en cambio, los movimientos del tipo de interés se
ajustan exactamente a los movimientos de la reserva metálica y del cambio
exterior.
“Por consiguiente
-dice el Economist-, si existe exceso de mercancías, el tipo de interés
será necesariamente bajo.” Exactamente lo contrario de esto es lo que sucede en
las crisis; las mercancías existen en exceso, son inconvertibles en dinero y el
tipo de interés es, por consiguiente, alto; en otra fase del ciclo impera una
gran demanda de mercancías, lo que determina lógicamente fáciles reflujos, pero
al mismo tiempo un alza de los precios de las mercancías y, al tipo de interés
bajo en razón de las fáciles entradas. “Si aquéllas (las mercancías) escasean,
el tipo de interés tiene que ser alto.” De nuevo nos encontramos con que es lo
contrario de esto precisamente lo que acontece en las épocas en que cede la
tensión de la crisis. Las mercancías escasean, hablando en términos absolutos, y
no solamente con respecto a la demanda, y el tipo de interés es bajo.
Que, (punto 4), al
estar abarrotado el mercado, un poseedor de mercancías liquide éstas más baratas
-suponiendo que pueda venderlas- con la perspectiva de un rápido agotamiento de
las existencias, es algo bastante evidente. No lo es tanto, en cambio, el porqué
ello ha de hacer bajar el tipo de interés.
Si el mercado se
halla abarrotado de mercancías importadas, puede ocurrir que el tipo de interés
aumente al aumentar la demanda de capital de préstamo por parte de sus
poseedores para no verse obligados a lanzar al mercado sus mercancías. Y puede
ocurrir también que disminuya porque la fluidez del crédito comercial mantenga
todavía relativamente baja la demanda de crédito bancario.
El Economist
menciona el rápido efecto que en 1847 ejerció sobre el cambio exterior el
aumento del tipo de interés y de otra clase de presiones. Pero no debe olvidarse
que a pesar de haber variado el rumbo del cambio exterior, el oro siguió
retirándose hasta fines de abril, sin que se produjese el viraje hasta comienzos
de mayo.
El 1º de
enero de 1847 la reserva metálica del Banco ascendía a 15.066,691 libras
esterlinas; tipo de interés 31/2%; cambio a tres meses
sobre París 25.27; sobre Hamburgo 13.10; sobre Amsterdam l2.31/4.
El 5 de marzo la reserva metálica había descendido a 11.595,535 libras
esterlinas; el tipo de interés aumenta, en esta fecha, al 4%; el cambio sobre
París desciende al 25.671/2, sobre Hamburgo al 13.91/4,
sobre Amsterdam al 12.21/2.
El oro sigue
retirándose, véase cuadro siguiente:

La
exportación total de metales preciosos de Inglaterra ascendió en 1847 a
8.602,597 libras esterlinas.
La distribución fue
la siguiente:
A |
Estados Unidos |
3.226,411 |
libras ester. |
A |
Francia |
2.479,892 |
“ “ |
A |
Las Ciudades hanseáticas |
958,781 |
“ “ |
A |
Holanda |
247,743 |
“ “ |
A pesar del viraje
operado en el cambio exterior a fines de marzo, el oro sigue retirándose todavía
durante un mes entero, probablemente hacia los Estados Unidos.
“Vemos aquí -dice
el Economist [21 de agosto] 1847, p. 954- cuán rápidos y palmarios son
los efectos del alza del tipo de interés y de la crisis de dinero subsiguiente
en la corrección de un curso desfavorable y en el viraje de la retirada del oro,
haciendo que afluya de nuevo a Inglaterra. Estos efectos fueron logrados
totalmente al margen de la balanza de pagos. Un tipo alto de interés determinó
la baja de precio de los títulos y valores, tanto los extranjeros como los
ingleses, y provocó una gran compra de ellos por cuenta del extranjero. Esto
hizo que aumentase la suma de las letras giradas desde Inglaterra, mientras que
por otra parte, dado el tipo de interés, la dificultad para obtener dinero era
tan grande que la demanda de estas letras disminuyó, a medida que aumentaba su
suma. Por la misma causa, fueron anulados los encargos de compra de mercancías
extranjeras, realizándose inversiones de capital inglés en títulos y valores
extranjeros y trayéndose el dinero a Inglaterra para invertirlo aquí. Así,
leemos, por ejemplo, en el Río de Janeiro Prices Current
de 10 de mayo: “El cambio exterior” (sobre Inglaterra) “ha sufrido un nuevo
retroceso, determinado principalmente por la presión ejercida sobre el mercado
con respecto a las remesas por el importe de importantes compras de fondos
públicos (brasileños) por cuenta de ingleses.” El capital inglés que había sido
invertido en el extranjero en distintos títulos y valores cuando el tipo de
interés era aquí muy bajo, retornaba así a su punto de partida ante la subida
del tipo de interés.”
La balanza
comercial de Inglaterra
Solamente la India
tiene que pagar unos 5 millones por “buenos gobiernos”, intereses y dividendos
del capital británico, etc, cantidad en la que no se incluyen en absoluto las
sumas enviadas todos los años a su país por los funcionarios como ahorro de sus
sueldos y por los comerciantes ingleses como parte de sus ganancias, para que
sean invertidas en Inglaterra.
Todas las colonias
británicas tienen que hacer constantemente y por las mismas razones grandes
remesas. La mayoría de los bancos de Australia, las Indias occidentales y el
Canadá están fundados con capital británico y tienen que pagar sus dividendos en
Inglaterra. Inglaterra posee también muchos títulos públicos extranjeros,
europeos y norte y sudamericanos, por los que percibe intereses. Añádase a esto
su participación en los ferrocarriles, canales, minas, etc, extranjeros, con sus
correspondientes dividendos. Las remesas por todos estos conceptos se hacen casi
exclusivamente en productos y rebasan el volumen de las exportaciones de
Inglaterra.
En cambio, lo que
Inglaterra remite al extranjero con destino a los tenedores de títulos y valores
ingleses y para ser consumido por los ingleses residentes en otros países
representa, al lado de esto, una cantidad insignificante.
El problema, en
cuanto afecta a la balanza comercial y al cambio exterior, es “en cada momento
dado un problema de tiempo. Por regla general. Inglaterra abre largos créditos
para sus exportaciones, mientras que las importaciones son pagadas al contado.
En ciertos momentos, esta diferencia en cuanto a la usance (57) ejerce
una influencia considerable sobre el curso del cambio. En una época en que, como
ocurrió en 1850, nuestras exportaciones aumentan en proporciones considerables,
tiene que ponerse en marcha necesariamente una expansión constante de la
inversión de capital británico, por lo cual las remesas de 1850 pueden hacerse
contra mercancías exportadas ya en 1849. Pero si las exportaciones hechas en
1850 exceden en 6 millones de las de 1849, el efecto práctico de ello será el de
enviar fuera del país más dinero del que ha refluido en el año anterior, por
cuyo procedimiento se influye en el curso del cambio y en el tipo de interés. De
otro lado, tan pronto como nuestros negocios se deprimen por efecto de una
crisis y nuestras exportaciones se ven muy restringidas, las remesas vencidas
correspondientes a las exportaciones más considerables de años anteriores
exceden mucho al valor de nuestras importaciones; el curso del cambio toma, a
tono con esto, un rumbo favorable a nosotros, el capital se acumula rápidamente
en el interior del país y desciende el tipo de interés.” (Economist, 11
enero 1851 [p. 30].)
El curso del
cambio exterior puede variar por las siguientes causas:
1)
A consecuencia de la balanza de pagos existente en un momento dado, cualesquiera
que sean los factores que la determinen: factores puramente mercantilistas,
inversiones de capital en el extranjero o gastos públicos, en caso de guerra,
etc, siempre y cuando que ello exija pagos al contado en el extranjero.
2)
Como resultado de la depreciación del dinero en un país, ya se trate de dinero
metálico o de papel-moneda. Esto es puramente nominal. Si 1 libra esterlina
pasase a representar solamente la mitad de dinero que antes, se le calcularía,
evidentemente, en l21/2 francos y no en 25, como antes.
3)
Cuando se trate del curso del cambio entre países, uno de los cuales emplee como
“dinero” la plata y el otro el oro, el cambio exterior dependerá de las
fluctuaciones relativas del valor de estos dos metales, ya que sus fluctuaciones
alteran, evidentemente, la paridad entre ambos. Un ejemplo de lo último eran las
cotizaciones de 1850; aquellas cotizaciones eran contrarias a Inglaterra, a
pesar de que sus exportaciones habían experimentado un aumento enorme. Esto era
el resultado del alza momentánea de valor de la plata en comparación con el del
oro. (Véase Economist, 30 noviembre 1850 [pp. 1,319 s])
La
paridad del cambio exterior es, para 1 libra esterlina: sobre París, 25 francos
y 20 céntimos de franco; sobre Hamburgo, 13 marcos; sobre Amsterdam, 11 gúldenes
y 97 centavos de gulden. En la proporción en que el cambio sobre París excede de
25,20 favorece al deudor inglés que tiene que hacer pagos a Francia o al
comprador de mercancías francesas. Ambos necesitan menos libras esterlinas para
conseguir el fin que se proponen. En países remotos en que no es fácil conseguir
metales preciosos, si escasean las letras y resulta insuficiente para las
remesas que han de hacerse a Inglaterra, esto trae como consecuencia natural la
subida de los precios en aquellos productos que normalmente se embarcan con
destino a Inglaterra, ya que aumenta la demanda de ellos para enviarlos a este
país en vez de letras de cambio; es lo que se produce en la India con
frecuencia.
Puede
darse un cambio exterior desfavorable e incluso una retirada del oro cuando
imperen en Inglaterra una gran superabundancia de dinero, un tipo bajo de
interés y un precio alto de los títulos y valores.
En el
transcurso del año 1848, Inglaterra recibió grandes cantidades de plata de la
India, pues las letras buenas escaseaban y las letras de mediana calidad eran
aceptadas de mala gana a consecuencia de la crisis de 1847 y de la gran escasez
de crédito para las operaciones con la India. Toda esta plata, apenas recibida,
emigraba hacia el continente, donde la revolución había convertido cada rincón
en una base de atesoramiento. En 1850, la mayor parte de esta plata emprendió el
viaje de regreso a la India, pues el estado del cambio exterior hacía que esta
operación resultase rentable.
El sistema monetario es esencialmente católico, el sistema de
crédito sustancialmente protestante.
The
Scotch hate gold.
Como papel, la
existencia-dinero de las mercancías es una existencia puramente social. Es la
fe la que salva. La fe en el valor del dinero como espíritu inmanente de las
mercancías, la fe en el régimen de producción y en su orden predestinado, la fe
en los distintos agentes de la producción como simples personificaciones del
capital que se valoriza a sí mismo. Pero, del mismo modo que el protestantismo
no se emancipa de los fundamentos del catolicismo, el sistema de crédito sigue
moviéndose sobre los fundamentos del sistema monetario.
NOTAS
AL PIE DEL CAPÍTULO XXXV
1. Cómo influyó
esto sobre el mercado de dinero lo revelan las siguientes manifestaciones de W.
Newmarch: “1,509. Hacia fines de 1853, se produjeron considerables temores entre
el público; en septiembre, el Banco de Inglaterra elevó su tipo de descuento por
tres veces seguidas. En los primeros días de octubre. se reveló un grado
considerable de preocupación y alarma entre el público. Estos temores y esta
inquietud se superaron en su mayor parte antes de fines de noviembre y quedaron
casi totalmente eliminadas con la llegada de 5 millones de oro de Australia. El
mismo fenómeno se repitió en el otoño de 1954, con la llegada de cerca de 6
millones de metal precioso. Y volvió a repetirse en el otoño de 1855, que fue,
como sabemos, un período de agitación e inquietud, con la llegada de unos 8
millones de oro durante los meses de septiembre, octubre y noviembre. A fines de
1856, volvemos a encontrarnos con lo mismo. En una palabra, podría apelar
perfectamente a la experiencia de casi cada miembro de la Comisión para que
dijese si no es cierto que ya nos hemos habituado, en cuanto se presenta una
crisis financiera, a ver el remedio natural y completo para hacerle frente en la
llegada de un barco cargado de oro.”
2. Según Newmarch,
la retirada del oro al extranjero puede producirse por tres órdenes de causas, a
saber: 1º por causas puramente comerciales, es decir, cuando la
importación haya sido mayor que la exportación, como ocurrió entre 1836 y 1844 y
de nuevo en 1847, principalmente a causa de la fuerte importación de trigo;
2º para procurarse los medios de invertir capital inglés en el extranjero,
como ocurrió en 1857 con motivo de las inversiones en los ferrocarriles de la
India; 3º para gastar definitivamente ese dinero en el extranjero, como
ocurrió en 1853 y 1854 en el Oriente para fines de guerra.
3. 1918. Newmarch.
“Si toma usted a India y China juntas, si se cuentan los cambios entre la India
y Australia y las operaciones aún más importantes entre China y los Estados
Unidos, en cuyo caso el negocio será un negocio triangular y se operará una
compensación en vez de efectuarse nuestra mediación, entonces, es exacto que la
balanza comercial no sólo era contraria a Inglaterra, sino que era además
contraria a Francia y a los Estados Unidos” (Bank Acts, 1857 [p.
169]).
4. Véase, por
ejemplo, la ridícula respuesta de Weguelin, en la que dice que 5 millones de oro
que se retiran representan un capital tanto menor y pretende explicar así
fenómenos que no se presentan en caso de aumentos de precio o depreciaciones,
expansiones y contracciones infinitamente mayores del verdadero capital
industrial. Por otra parte, tenemos el intento no menos ridículo de explicar
estos fenómenos directamente como síntomas de una expansión o contracción en la
masa del capital real (considerado en cuanto a sus elementos materiales).
5 Newmarch (Bank
Acts, 1857): “1,364. La reserva metálica del Banco de Inglaterra es, en
realidad, la reserva central o del tesoro metálico central a base del cual se
operan todos los negocios del país. Es, por decirlo así, el punto angular en
torno al cual tienen que girar todos los negocios del país; todos los demás
bancos del país consideran al Banco de Inglaterra como el tesoro central o el
receptáculo de donde tienen que sacar su reserva de moneda de oro y plata, y los
efectos del cambio exterior recaen siempre precisamente sobre esta reserva y
este receptáculo.”
6.
“Por consiguiente, prácticamente ambos, Tooke y Loyd, harían frente a una
demanda excesiva de oro con una restricción prematura de los créditos mediante
la elevación del tipo de interés y la disminución de los adelantos de capital.
Sólo que Loyd provoca, con su ilusión, restricciones y preceptos (legales)
perturbadores e incluso peligrosos” (Economist [11 diciembre], 1847, pp.
1,418).
7.
“¿Está usted completamente de acuerdo con la tesis de que, para modificar la
demanda de oro no hay más camino que elevar el tipo de interés? -Chapman (socio
de la gran firma, de corredores de letras Overend Gurney & C.): Ese es mí
criterio. Cuando nuestro oro desciende hasta cierto punto, lo mejor que hacemos
es tocar a rebato y decir: estamos en decadencia y quien envíe oro al extranjero
debe hacerlo por su cuenta y riesgo” (Bank Acts, 1857. declaración
núm. 5,057).
CAPÍTULO XXXVI
ALGUNOS RASGOS
PRECAPITALISTAS
El capital a
interés o capital usurario, para emplear el término arcaico, figura con su
hermano gemelo, el capital comercial, entre las formas antediluvianas del
capital que preceden desde muy lejos al régimen de producción capitalista y con
las que nos encontramos en las más diversas formaciones económicas de la
sociedad.
La existencia del
capital usurario sólo exige que una parte por lo menos de los productos se
convierta en mercancías y que, a la par con el comercio de mercancías, se
desarrollen las diversas funciones propias del dinero.
El desarrollo del
capital usurario se enlaza al del capital comercial, y especialmente al del
capital comercial en dinero. En la antigua Roma, a partir de los últimos tiempos
de la República, en que la manufactura se hallaba muy por debajo del antiguo
nivel medio, el capital comercial, el capital de negocios monetarios y el
capital usurario -dentro de la forma antigua- había llegado a su punto máximo de
desarrollo.
Ya hemos visto
cómo con el dinero se asocia fácilmente el atesoramiento. Sin embargo, el
atesorador profesional no llega a adquirir importancia hasta que no se convierte
en usurero.
El comerciante
toma dinero a préstamo para sacar de él una ganancia, para emplearlo como
capital, es decir, para invertirlo. Por consiguiente, también bajo sus formas
anteriores aparece frente a él, lo mismo que frente al capitalista de los
tiempos modernos, el prestamista de dinero. Esta relación especifica fue
percibida también por las universidades católicas. Las universidades de Alcalá,
de Salamanca, de Ingolstadt, de Friburgo, de Brisgovia, de Maguncia, de Colonia
y de Tréveris fueron reconociendo una tras otra la licitud de los intereses,
tratándose de préstamos comerciales. Las primeras cinco aprobaciones de este
tipo fueron recogidas en los archivos del Consulado de la ciudad de Lyon e
impresas en el apéndice al Traité de l'usure et des intérêts, Lyon,
Bruyset Ponthus.” (M. Augier, Du crédit public, etc, París, 1842, p.
206.) Bajo todas las formas en que existe la economía esclavista (no de un modo
patriarcal, sino como en los últimos tiempos de Grecia y de Roma), como medio de
enriquecimiento, en que el dinero es, por tanto, el medio para apropiarse el
trabajo ajeno por la compra de esclavos, de tierra, etc, el dinero, precisamente
porque puede invertirse de este modo, es valorizable como capital, rinde
intereses.
Sin embargo, las
formas características bajo las que existe el capital usurario en los tiempos
anteriores al régimen capitalista de producción son dos. Formas características,
he dicho. Estas mismas formas se repiten a base de la producción capitalista,
pero como formas puramente secundarías. Ya no son, bajo este régimen, las formas
que determinan el carácter del capital a interés. Estas dos formas son:
primera, la usura mediante préstamos de dinero hechos a los grandes
dilapidadores de la época, principalmente los terratenientes: segunda, la
usura mediante préstamos de dinero hechos a los pequeños productores que se
hallan en posesión de sus propias condiciones de trabajo, entre los que se
cuenta el artesano, pero muy específicamente el campesino, ya que en todas las
situaciones precapitalistas, en la medida en que dejan margen para la existencia
de pequeños productores aislados e independientes, es la clase campesina la que
forma su inmensa mayoría.
Ambas cosas, tanto
la ruina de los ricos terratenientes por la usura como el estrujamiento de los
pequeños productores, conducen a la formación y concentración de grandes
capitales en dinero. Pero la extensión en que este proceso destruye el antiguo
régimen de producción, como ha ocurrido en la Europa moderna, para sustituirlo
por el régimen de producción capitalista, depende íntegramente de la fase de
desarrollo histórico en que el país se encuentre y de las circunstancias
relacionadas con ello.
El capital
usurario como forma característica del capital a interés corresponde a la fase
de predominio de la pequeña producción, a la fase de los campesinos que trabajan
para sí mismos y de los pequeños maestros artesanos. Allí donde al trabajador,
como ocurre bajo el régimen de producción ya desarrollado, se le enfrentan las
condiciones de trabajo y el producto de éste como capital, no necesita tomar
prestado dinero alguno como productor. Y sí lo hace es recurriendo al Monte de
Piedad para atender a sus necesidades personales más perentorias. En cambio,
cuando el trabajador es propietario, real o nominal, de sus condiciones de
trabajo y de su producto, aparece como productor ante el capital del prestamista
de dinero, el cual se enfrenta con él como capital usurario. Newman expresa esto
de un modo bastante insulso cuando dice que el banquero es un personaje
prestigioso, mientras que al usurero se le odia y se le desprecia, porque aquél
presta a los ricos y éste presta a los pobres (J W. Newman, Lectures on
Political Economy, Londres, 1851, p. 44). Pasa por alto que entre uno y otro
se interpone la diferencia existente entre dos sistemas sociales de producción,
con sus órdenes sociales correspondientes, sin que el problema pueda resolverse
invocando el contraste entre pobres y ricos. Más bien podríamos decir que la
usura de que son víctimas los pequeños productores, va siempre de la mano con la
que arruina a los terratenientes ricos. Tan pronto como la usura de los
patricios romanos acabó de arruinar por completo a los plebeyos romanos, a los
pequeños campesinos, esta forma de explotación tocó a su fin y la economía de
los pequeños campesinos fue desplazada por la economía puramente esclavista.
El usurero puede
embolsarse aquí bajo la forma del interés todo lo que exceda de los medios más
elementales de subsistencia (que formarán más tarde el salario) de los
productores (excedente que más adelante se presentará bajo la forma de la
ganancia y la renta del suelo); por eso es absurdo querer comparar la cuantía de
este interés, allí donde absorbe toda la plusvalía con la
sola excepción de la parte que corresponde al Estado, con la cuantía del
tipo moderno de interés, en que el interés, por lo menos el normal, sólo
constituye una parte de esta plusvalía. No se tiene presente al presentar el
problema así, que el obrero asalariado produce y entrega al capitalista para el
que trabaja la ganancia, el interés y la renta del suelo, en una palabra, toda
la plusvalía. Carey establece esta comparación absurda para hacer ver con ella
cuán beneficioso es para los obreros el desarrollo del capital, con el
consiguiente descenso del tipo de interés. Sí, además, el usurero, no contento
con apropiarse el sobretrabajo de su víctima, va adquiriendo poco a poco los
títulos de propiedad sobre sus mismas condiciones de trabajo, sobre la tierra,
la casa, etc, y labora sin descanso por expropiarle de ellas, vuelve a olvidarse
algo fundamental, y es que esta expropiación completa del obrero con respecto a
sus condiciones de trabajo no es un resultado al que tienda el régimen
capitalista de producción, sino la premisa ya sentada de la que parte. El
esclavo asalariado no se halla expuesto, como no se hallaba tampoco el esclavo
verdadero al peligro de verse reducido a esclavitud por deudas, por lo menos en
su calidad de productor; puede sufrir esa suerte, si acaso, en cuanto
consumidor. El capital usurario, bajo esta forma en la que se apropia en
realidad todo el trabajo sobrante de los productores directos sin alterar el
régimen de producción; en que la propiedad o la posesión de los productores
sobre las condiciones de trabajo -y el sistema de pequeños productores aislados
que a él corresponde- constituye una premisa esencial; en que, por tanto, el
capital no impera directamente sobre el trabajo ni se enfrenta, por
consiguiente, a éste como capital industrial; este capital usurario arruina este
régimen de producción, paraliza las fuerzas productivas en vez de desarrollarlas
y al mismo tiempo eterniza este estado de cosas lamentable, en el que la
productividad social del trabajo no se desarrolla, como en la producción
capitalista, a costa del trabajo mismo.
De este modo, la
acción del usurero es, de una parte, un trabajo de zapa y destrucción de la
riqueza y la propiedad antiguas y feudales. De otra parte, socava y arruina la
producción de los pequeños campesinos y los pequeños burgueses, en una palabra,
todas aquellas formas en que el productor aparece todavía como propietario de
sus medios de producción. Dentro del régimen capitalista de producción ya
desarrollado, el obrero no es propietario de las condiciones de producción, de
la tierra que cultiva, de las materias primas que elabora, etc. Pero a este
proceso de enajenación de las condiciones de producción con respecto al
productor corresponde aquí una conmoción que transforma radicalmente el mismo
régimen de producción. Los obreros aislados se reúnen en grandes talleres, donde
desarrollan actividades separadas, pero coordinadas entre sí; las herramientas
se convierten en máquinas. El mismo régimen de |