POESÍA COMPLETA

Charles Baudelaire

1821-1867

 


 

ÍNDICE

AL LECTOR.

SPLEEN E IDEAL.

I. Bendición.

II. EL ALBATROS.

III. ELEVACIÓN.

IV. CORRESPONDENCIAS.

V. (YO AMO EL RECUERDO...).

VI. LOS FAROS.

VII. LA MUSA ENFERMA.

VIII. LA MUSA VENAL.

IX. EL MAL MONJE.

X. EL ENEMIGO.

XI. L DE LA MALA SUERTE.

XII. LA VIDA ANTERIOR.

XIII. CARAVANA DE GITANOS.

XIV. EL HOMBRE Y EL MAR.

XV. DON JUAN EN LOS INFIERNOS.

XVI. CASTIGO DEL ORGULLO.

XVII. LA BELLEZA.

XVIII. EL IDEAL.

XIX. LA GIGANTA.

XX. LA MASCARA.

XXI. HIMNO A LA BELLEZA.

XXII. PERFUME EXÓTICO.

XXIII. LA CABELLERA.

XXIV. (YO TE ADORO...).

XXV.(TU PONDRÍAS AL UNIVERSO ENTERO...).

XXVI. SED NON SATIATA.

XXVII. (CON SU VESTIMENTA...).

XXVIII. LA SERPIENTE QUE DANZA.

XXIX. UNA CARROÑA.

XXX. DE PROFUNDIS CLAMAVI.

XXXI. EL VAMPIRO.

XXXII. (UNA NOCHE...).

XXXIII. REMORDIMIENTO POSTUMO.

XXXIV. EL GATO.

XXXV. DUELLUM.

XXXVI. EL BALCÓN.

XXXVII. EL POSESO.

XXXVIII. UN FANTASMA.

XXXIX. (YO TE DOY ESTOS VERSOS...).

XL. SEMPER EADEM.

XLI. TODA INTEGRA.

XLII. (QUE DIRÁS ESTA NOCHE...).

XLIII. LA ANTORCHA VIVIENTE.

XLIV. REVERSIBILIDAD.

XLV. CONFESIÓN.

XLVI. EL ALBA ESPIRITUAL.

XLVII. ARMONÍA DE LA TARDE.

XLVIII. EL FRASCO.

XLIX. EL VENENO.

L. CIELO ENCAPOTADO.

LI. EL GATO.

LII. EL HERMOSO NAVIO.

LIII. LA INVITACIÓN AL VIAJE.

LIV. LO IRREPARABLE.

LV. PLATICA.

LVI. CANTO DE OTOÑO.

LVII. A UNA MADONA.

LVIII. CANCIÓN DE LA TARDE.

LIX. SISINA.

LX. FRANCISCAE MEAE LAUDES.

LXI. A UNA DAMA CRIOLLA.

LXII. MOESTA ET ERRABUNDA.

LXIII. EL ESPECTRO.

LXIV. SONETO OTOÑAL.

LXV. TRISTEZAS DE LA LUNA.

LXVI. LOS GATOS.

LXVII. LOS BUHOS.

LXVIII. LA PIPA.

LXIX. LA MÚSICA.

LXX. SEPULTURA.

LXXI. UN GRABADO FANTÁSTICO.

LXXII. EL MUERTO ALEGRE.

LXXIII. EL TONEL DEL ODIO.

LXXIV. LA CAMPANA RAJADA.

LXXV. SPLEEN.

LXXVI. SPLEEN.

LXXVII. SPLEEN.

LXXVIII. SPLEEN.

LXXIX. OBSESIÓN.

LXXX. EL GUSTO DE LA NADA.

LXXXI. ALQUIMIA DEL DOLOR.

LXXXII. HORROR SIMPÁTICO.

LXXXIII. EL HEOTONTIMORUMENOS.

LXXXIV. LO IRREMEDIABLE.

LXXXV. EL RELOJ.

CUADROS PARISIENSES.

LXXXVI. PAISAJE.

LXXXVII. EL SOL.

LXXXVIII. A UNA MENDIGA PELIRROJA.

LXXXIX. EL CISNE.

XC. LOS SIETE ANCIANOS.

XCI. LAS VIEJECITAS.

XCII. LOS CIEGOS.

XCIII. A UNA TRANSEÚNTE.

XCIV. EL ESQUELETO LABRADOR.

XCV. CREPÚSCULO VESPERTINO.

XCVI. EL JUEGO.

XCVII. DANZA MACABRA.

XCVIII. EL AMOR DE LA MENTIRA.

XCIX. (YO NO HE OLVIDADO...).

C. (A LA CRIADA...).

CI. BRUMAS Y LLUVIAS.

CII. SUEÑO PARISIENSE.

CIII. EL CREPÚSCULO MATUTINO.

EL VINO.

CIV. EL ALMA DEL VINO.

CV. EL VINO DE LOS TRAPEROS.

CVI. EL VINO DEL ASESINO.

CVII. EL VINO DEL SOLITARIO.

CVIII. EL VINO DE LOS AMANTES.

FLORES DEL MAL.

CIX. LA DESTRUCCIÓN.

CX. UN MÁRTIR

CXI. MUJERES CONDENADAS.

CXII. LAS DOS BUENAS HERMANAS.

CXIII. LA FUENTE DE SANGRE.

CXIV. ALEGORÍA.

CXV. LA BEATRIZ.

CXVI. UN VIAJE A CITEREA.

CXVII. EL CUPIDO Y EL CRÁNEO.

REBELIÓN.

CXVIII. EN RENIEGO DE SAN PEDRO.

CXIX. ABEL Y CAÍN.

CXX. LAS LETANÍAS DE SATÁN.

LA MUERTE

CXXI. LA MUERTE DE LOS AMANTES.

CXXII. LA MUERTE DE LOS POBRES.

CXXIII. LA MUERTE DE LOS ARTISTAS.

CXXIV. EL FINAL DE LA JORNADA.

CXXV. EL SUEÑO DE UN CURIOSO.

CXXVI. EL VIAJE.

LOS DESPOJOS. (1866).

I. LA PUESTA DE SOL ROMÁNTICA.

PIEZAS CONDENADAS. Extraídas de LAS FLORES DEL MAL.

II. LESBOS.

III. MUJERES CONDENADAS.

IV. EL LETEO.

V. PARA AQUELLA QUE ES MUY ALEGRE.

VI. LAS JOYAS.

VII. LA METAMORFOSIS DEL VAMPIRO.

GALANTERÍAS.

VIII. EL SURTIDOR.

IX. LOS OJOS DE BERTA

X. HIMNO.

XI. LAS PROMESAS DE UN ROSTRO.

XII. EL MONSTRUO.

XIII. ALABANZAS DE MI FRANCISCA.

EPÍGRAFES.

XIV. VERSOS PARA EL RETRATO. De MONSIEUR HONORÉ DAUMIER.

XV. LOLA DE VALENCIA.

XVI. SOBRE "TASSO EN LA PRISIÓN".

PIEZAS DIVERSAS.

XVII. LA VOZ.

XVIII. LO IMPREVISTO.

XIX. EL RESCATE.

XX. A UNA MALABARESA.

AGREGADOS DE LA TERCERA EDICIÓN. DE LAS FLORES DEL MAL.

I. EPÍGRAFE PARA UN LIBRO CONDENADO.

II. A THEODORE DE BANVILLE.

III. IMITACIÓN DE LONGFELLOW.

IV. LA PLEGARIA DE UN PAGANO.

V. LA TAPADERA.

VI. EL EXAMEN DE MEDIANOCHE.

VII. MADRIGAL TRISTE.

VIII. EL ANUNCIADOR.

IX. EL REBELDE.

X. MUY LEJOS DE AQUÍ.

XI. EL ABISMO.

XII. LAS LAMENTACIONES DE UN ICARO.

XIII. RECOGIMIENTO.

XIV. LA LUNA OFENDIDA.

POESÍAS DIVERSAS.

I.

II.

III. INCOMPATIBILIDAD.

IV .

V.

VI.

VII.

VIII.

IX.

X.

XI. SOBRE UN ÁLBUM DE MADAME EMILE CHEVALET.

XII.

XIII.

XIV. MONSELET PAILLARD

PROYECTO DE EPILOGO PARA LA SEGUNDA EDICIÓN DE LAS FLORES DEL MAL.

VERSIÓN ORIGINAL EN FRANCÉS


 

AL LECTOR

 

La necedad, el error, el pecado, la tacañería,

Ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos,

Y alimentamos nuestros amables remordimientos,

Como los mendigos nutren su miseria.

 

Nuestros pecados son testarudos, nuestros arrepentimientos cobardes;

Nos hacemos pagar largamente nuestras confesiones,

Y entramos alegremente en el camino cenagoso,

Creyendo con viles lágrimas lavar todas nuestras manchas.

 

Sobre la almohada del mal está Satán Trismegisto

Que mece largamente nuestro espíritu encantado,

Y el rico metal de nuestra voluntad

Está todo vaporizado por este sabio químico.

 

¡Es el Diablo quien empuña los hilos que nos mueven!

A los objetos repugnantes les encontramos atractivos;

Cada día hacia el Infierno descendemos un paso,

Sin horror, a través de las tinieblas que hieden.

 

Cual un libertino pobre que besa y muerde

el seno martirizado de una vieja ramera,

Robamos, al pasar, un placer clandestino

Que exprimimos bien fuerte cual vieja naranja.

 

Oprimido, hormigueante, como un millón de helmintos,

En nuestros cerebros bulle un pueblo de Demonios,

Y, cuando respiramos, la Muerte a los pulmones

Desciende, río invisible, con sordas quejas.

 

Si la violación, el veneno, el puñal, el incendio,

Todavía no han bordado con sus placenteros diseños

El canevás banal de nuestros tristes destinos,

Es porque nuestra alma, ¡ah! no es bastante osada.

 

Pero, entre los chacales, las panteras, los podencos,

Los simios, los escorpiones, los gavilanes, las sierpes,

Los monstruos chillones, aullantes, gruñones, rampantes

En la jaula infame de nuestros vicios,

 

¡Hay uno más feo, más malo, más inmundo!

Si bien no produce grandes gestos, ni grandes gritos,

Haría complacido de la tierra un despojo

Y en un bostezo tragaríase el mundo:

 

¡Es el Tedio! - los ojos preñados de involuntario llanto,

Sueña con patíbulos mientras fuma su pipa,

Tú conoces, lector, este monstruo delicado,

-Hipócrita lector, -mi semejante, -¡mi hermano!

 

1855.


 

SPLEEN E IDEAL

 

I

 

Bendición

 

Cuando, por un decreto de las potencias supremas,

El Poeta aparece en este mundo hastiado,

Su madre espantada y llena de blasfemias

Crispa sus puños hacia Dios, que de ella se apiada:

 

-"¡Ah! ¡no haber parido todo un nudo de víboras,

Antes que amamantar esta irrisión!

¡Maldita sea la noche de placeres efímeros

En que mi vientre concibió mi expiación!

 

Puesto que tú me has escogido entre todas las mujeres

Para ser el asco de mi triste marido,

Y como yo no puedo arrojar a las llamas,

Como una esquela de amor, este monstruo esmirriado,

 

¡Yo haré rebotar tu odio que me agobia

Sobre el instrumento maldito de tus perversidades,

Y he de retorcer tan bien este árbol miserable,

Que no podrán retoñar sus brotes apestados!"

 

Ella vuelve a tragar la espuma de su odio,

Y, no comprendiendo los designios eternos,

Ella misma prepara en el fondo de la Gehena

Las hogueras consagradas a los crímenes maternos.

 

Sin embargo, bajo la tutela invisible de un Ángel,

El Niño desheredado se embriaga de sol,

Y en todo cuanto bebe y en todo cuanto come,

Encuentra la ambrosía y el néctar bermejo.

 

El juega con el viento, conversa con la nube,

Y se embriaga cantando el camino de la cruz;

Y el Espíritu que le sigue en su peregrinaje

Llora al verle alegre cual pájaro de los bosques.

 

Todos aquellos que él quiere lo observan con temor,

O bien, enardeciéndose con su tranquilidad,

Buscan al que sabrá arrancarle una queja,

Y hacen sobre El ensayo de su ferocidad.

 

En el pan y el vino destinados a su boca

Mezclan la ceniza con los impuros escupitajos;

Con hipocresía arrojan lo que él toca,

Y se acusan de haber puesto sus pies sobre sus pasos.

 

Su mujer va clamando en las plazas públicas:

"Puesto que él me encuentra bastante bella para adorarme,

Yo desempeñaré el cometido de los ídolos antiguos,

Y como ellos yo quiero hacerme redorar;

 

¡Y me embriagaré de nardo, de incienso, de mirra,

De genuflexiones, de viandas y de vinos,

Para saber si yo puedo de un corazón que me admira

Usurpar riendo los homenajes divinos!

 

Y, cuando me hastíe de estas farsas impías,

Posaré sobre él mi frágil y fuerte mano;

Y mis uñas, parecidas a garras de arpías,

Sabrán hasta su corazón abrirse un camino.

 

Como un pájaro muy joven que tiembla y que palpita,

Yo arrancaré ese corazón enrojecido de su seno,

Y, para saciar mi bestia favorita,

Yo se lo arrojaré al suelo con desdén!"

 

Hacia el Cielo, donde su mirada alcanza un trono espléndido,

El Poeta sereno eleva sus brazos piadosos,

Y los amplios destellos de su espíritu lúcido

Le ocultan el aspecto de los pueblos furiosos:

 

-"Bendito seas, mi Dios, que dais el sufrimiento

Como divino remedio a nuestras impurezas

Y cual la mejor y la más pura esencia

Que prepara los fuertes para las santas voluptuosidades!

 

Yo sé que reservarás un lugar para el Poeta

En las filas bienaventuradas de las Santas Legiones,

Y que lo invitarás para la eterna fiesta

De los Tronos, de las Virtudes, de las Dominaciones.

 

Yo sé que el dolor es la nobleza única

Donde no morderán jamás la tierra y los infiernos,

Y que es menester para trenzar mi corona mística

Imponer todos los tiempos y todos los universos.

 

Pero las joyas perdidas de la antigua Palmira,

Los metales desconocidos, las perlas del mar,

Por vuestra mano engastados, no serían suficientes

Para esa hermosa Diadema resplandeciente y diáfana;

 

Porque no será hecho más que de pura luz,

Tomada en el hogar santo de los rayos primitivos,

Y del que los ojos mortales, en su esplendor entero,

No son sino espejos oscurecidos y dolientes!"

 

1857.


 

II

 

EL ALBATROS

 

Frecuentemente, para divertirse, los tripulantes

Capturan albatros, enormes pájaros de los mares,

Que siguen, indolentes compañeros de viaje,

Al navío deslizándose sobre los abismos amargos.

 

Apenas los han depositado sobre la cubierta,

Esos reyes del azur, torpes y temidos,

Dejan lastimosamente sus grandes alas blancas

Como remos arrastrar a sus costados.

 

Ese viajero alado, ¡cuan torpe y flojo es!

Él, no ha mucho tan bello, ¡qué cómico y feo!

¡Uno tortura su pico con una pipa,

El otro remeda, cojeando, del inválido el vuelo!

 

El Poeta se asemeja al príncipe de las nubes

Que frecuenta la tempestad y se ríe del arquero;

Exiliado sobre el suelo en medio de la grita,

Sus alas de gigante le impiden marchar.

 

1859.


 

III

 

ELEVACIÓN

 

Por encima de los lagos, por encima de los valles,

De las montañas, de los bosques, de las nubes, de los mares,

Allende el sol, allende lo etéreo,

Allende los confines de las esferas estrelladas,

 

Mi espíritu, tú me mueves con agilidad,

Y, como un buen nadador que desfallece en la onda,

Tú surcas alegremente la inmensidad profunda

Con una indecible y máscula voluptuosidad.

 

¡Vuela muy lejos de esas miasmas mórbidas,

Ve a purificarte en el aire superior,

Y bebe, como un puro y divino licor,

La luminosidad que colma los espacios límpidos!

 

Detrás del tedio y los grandes pesares

Que abruman con su peso la existencia brumosa,

Dichoso aquel que puede con ala vigorosa

Arrojarse hacia los campos luminosos y serenos;

 

¡Aquel cuyos pensamientos, cual alondras,

Hacia los cielos matutinos tienden un libre vuelo!

¡Que se cierna sobre la vida, y alcance sin esfuerzo

El lenguaje de las flores y de las cosas mudas!

 

1857.


 

IV

 

CORRESPONDENCIAS

 

La Natura es un templo donde vividos pilares

Dejan, a veces, brotar confusas palabras;

El hombre pasa a través de bosques de símbolos

que lo observan con miradas familiares.

 

Como prolongados ecos que de lejos se confunden

En una tenebrosa y profunda unidad,

Vasta como la noche y como la claridad,

Los perfumes, los colores y los sonidos se responden.

 

Hay perfumes frescos como carnes de niños,

Suaves cual los oboes, verdes como las praderas,

Y otros, corrompidos, ricos y triunfantes,

 

Que tienen la expansión de cosas infinitas,

Como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso,

Que cantan los transportes del espíritu y de los sentidos.

 

1857.


 

V

 

(YO AMO EL RECUERDO...)

 

Yo amo el recuerdo de esas épocas desnudas,

En que Febo se complacía en dorar las estatuas,

Cuando el hombre y la mujer en su agilidad

Gozaban sin mentira y sin ansiedad,

Y, el cielo amoroso acariciándoles el lomo,

Desplegaban la salud de su noble máquina.

Cibeles, entonces, fértil en frutos generosos,

No estimaba sus redes un peso muy oneroso,

Pero, loba de corazón henchido de ternuras vulgares,

Amamantaba al universo con sus pezones morenos.

El hombre, elegante, robusto y fuerte, tenía el derecho

De mostrarse orgulloso de las beldades que le llamaban su rey;

¡Frutos puros de todo ultraje y vírgenes de grietas,

Cuya carne lisa y firme atraía las mordeduras!

 

El Poeta actualmente, cuando quiere concebir

Estas nativas grandezas, en los lugares donde se dejan ver

La desnudez del hombre y de la mujer,

Siente un frío tenebroso envolver su alma

Ante este negro cuadro lleno de espanto.

¡Oh, monstruosidades llorando su vestimenta!

¡Oh, ridículos troncos! ¡torsos dignos de máscaras!

¡Oh, pobres cuerpos retorcidos, flacos, ventrudos o fláccidos,

Que el dios Utilitario, implacable y sereno,

Niños, los fajó en sus pañales de bronce!

¡Y vosotras, mujeres, ¡ah!, pálidas cual cirios

Que roe y que nutre el libertinaje, y vosotras, vírgenes,

Del vicio materno arrastrando la herencia.

Y todas las fealdades de la fecundidad!

 

Nosotros tenemos, es verdad, naciones corrompidas,

De los pueblos antiguos, bellezas ignoradas:

Rostros corroídos por los chancros del corazón,

Y como quien diría bellezas de la languidez,

Pero estas invenciones de nuestras musas tardías

No impedirán jamás a las razas enfermizas

Rendir a la juventud un homenaje profundo,

-¡A la santa juventud, al aire simple, a la dulce frente,

A la mirada límpida y clara como un agua corriente,

Y que va derramando sobre todo, indiferente

Como el azul del cielo, los pájaros y las flores,

Sus perfumes, sus cánticos y sus dulces colores!

 

1857.


 

VI

 

LOS FAROS

 

Rubens, río de olvido, jardín de la pereza,

Almohada de carne fresca donde no se puede amar,

Pero donde la vida afluye y se agita sin cesar,

Como el aire en el cielo y la mar en el mar;

 

Leonardo da Vinci, espejo profundo y sombrío,

Donde los ángeles encantadores, con dulce sonrisa

Toda llena de misterio, aparecen en la sombra

De los ventisqueros y los pinos que cierran su paisaje;

 

Rembrandt, triste hospital lleno de murmullos,

Y por un gran crucifijo decorado solamente,

Donde la plegaria llorosa se exhala de las inmundicias,

Y de un rayo invernal atravesado bruscamente;

 

Miguel Ángel, lugar impreciso do vénse los Hércules

Mezclarse a los Cristos, y elevarse muy erguidos

Fantasmas pujantes que en los crepúsculos

Desgarran su sudario estirando sus dedos;

 

Cóleras de boxeador, impudicias de fauno,

Tú que supiste recoger la belleza de los granujas,

Gran corazón henchido de orgullo, hombre débil y amarillo,

Puget, melancólico emperador de los forzados;

 

Watteau, este carnaval en el que no pocos corazones ilustres,

Como mariposas, flotan relucientes,

Decoraciones frescas y leves iluminadas por lámparas

Que vierten la locura en este baile vertiginoso;

 

Goya, pesadilla llena de cosas desconocidas,

Fetos que se hacen cocer en medio de los sabats,

Viejas ante el espejo y niñas todas desnudas,

Para tentar los demonios ajustando bien sus medias;

 

Delacroix, lago de sangre obsedido por malvados ángeles,

Sombreado por un bosque de pinos siempre verde,

Donde, bajo un cielo triste, fanfarrias extrañas

Pasan, cual un suspiro ahogado de Weber;

 

¡Estas maldiciones, estas blasfemias, estos lamentos,

Estos éxtasis, estos gritos, estos llantos, estos Te Deum,

Son un eco repetido por mil laberintos;

Es para los corazones mortales un divino opio!

 

Es un grito repetido por mil centinelas,

¡Una orden  transmitida por mil portavoces.

Es un faro encendido sobre mil ciudadelas,

Un clamor de cazadores perdidos en los inmensos bosques!

 

¡Porque verdaderamente, Señor, el mejor testimonio

Que podencos dar de nuestra dignidad

Es este ardiente sollozo que rueda de edad en edad

Y viene a morir al borde de vuestra eternidad!

 

1857.


 

VII

 

LA MUSA ENFERMA

 

Mi pobre Musa, ¡ah! ¿Qué tienes, pues, esta mañana?

Tus ojos vacíos están colmados de visiones nocturnas,

Y veo una y otra vez reflejados sobre tu tez

La locura y el horror, fríos y taciturnos.

 

El súcubo verdoso y el rosado duende,

¿Te han vertido el miedo y el amor de sus urnas?

La pesadilla con un puño despótico y rebelde;

¿Te ha ahogado en el fondo de un fabuloso Minturno?

 

Yo quisiera que exhalando el perfume de la salud

Tu seno de pensamientos fuertes fuera siempre frecuentado,

Y que tu sangre cristiana corriera en oleadas rítmicas,

Como los sones numerosos de ]as sílabas antiguas,

Donde reinan vez a vez el padre de las canciones,

Febo, y el gran Pan, el señor de las mieses.

 

1857.


 

VIII

 

LA MUSA VENAL

 

Oh, musa de mi corazón, amante de los palacios,

¿Tendrás tú, cuando Enero suelte sus Bóreas,

Durante los negros tedios de las nevadas veladas,

Un tizón para calentar tus dos pies violáceos?

 

¿Reanimarás, pues, tus hombros marmóreos

En los nocturnos rayos que atraviesan los postigos?

Sintiendo tu bolsa tan seca como tu paladar,

¿Recogerás tú el oro de las bóvedas azúreas?

 

Necesitas, para ganar tu pan de cada día,

Como un monaguillo, manejar el incensario,

Entonar Te Deum en el que nada crees,

 

O, saltimbanqui en ayunas, desplegar tus encantos

Y tu risa humedecida de lágrimas invisibles,

Para dilatar las carcajadas de la vulgaridad.

 

1857.


 

IX

 

EL MAL MONJE

 

Los claustros antiguos sobre sus amplios muros

Despliegan en cuadros la santa Verdad,

Cuyo efecto, caldeando las piadosas entrañas.

Atempera la frialdad de su austeridad.

 

En días que de Cristo florecían las semillas,

Más de un ilustre monje, hoy poco citado,

Tomando por taller el campo santo,

Glorificaba la Muerte con simplicidad.

 

-Mi alma es una tumba que, pésimo cenobita,

Desde la eternidad recorro y habito;

Nada embellece los muros de este claustro odioso.

 

¡Oh, monje holgazán! ¿Cuándo sabré yo hacer

Del espectáculo vivido de mi triste miseria

El trabajo de mis manos y el amor de mis ojos?

 

1851.


 

X

 

EL ENEMIGO

 

Mi juventud no fue sino una tenebrosa borrasca,

Atravesada aquí y allá por brillantes soles;

El trueno y la lluvia han hecho tal desastre,

Que restan en mi jardín muy pocos frutos bermejos.

 

He aquí que he llegado al otoño de las ideas,

Y que es preciso emplear la pala y los rastrillos

Para acomodar de nuevo las tierras inundadas,

Donde el agua orada hoyos grandes como tumbas.

 

Y ¿quién sabe si las flores nuevas con que sueño

Encontrarán en este suelo lavado como una playa

El místico alimento que haría su vigor?

 

-¡Oh, dolor! ¡oh, dolor! ¡El Tiempo devora la vida,

Y el oscuro Enemigo que nos roe el corazón

Con la sangre que perdemos crece y se fortifica!

 

1855.


XI

 

EL DE LA MALA SUERTE

(El artista ignorado.)

 

¡Para levantar un peso tan abrumador,

Sísifo, sería menester tu coraje!

Por más que se ponga amor en la obra,

El Arte es largo y el Tiempo es corto.

 

Lejos de las sepulturas célebres,

Hacia un cementerio aislado,

Mi corazón, cual un tambor enlutado,

Va, tocando marchas fúnebres.

 

-Más de una joya duerme amortajada

En las tinieblas y el olvido,

Muy lejos de azadones y de sondas;

 

Más de una flor despliega con pesar

Su perfume dulce como un secreto

En las soledades profundas.

 

1852.


 

XII

 

LA VIDA ANTERIOR

 

Yo he vivido largo tiempo bajo amplios pórticos

Que los soles marinos teñían con mil fuegos,

Y que sus grandes pilares, erectos y majestuosos,

Hacían que en la noche, parecieran grutas basálticas.

 

Las olas, arrollando las imágenes de los cielos,

Mezclaban de manera solemne y mística

Los omnipotentes acordes de su rica música

A los colores del poniente reflejados por mis ojos.

 

Fue allí donde viví durante las voluptuosas calmas,

En medio del azur, de las ondas, de los esplendores

Y de los esclavos desnudos, impregnados de olores,

 

Que me refrescaban la frente con las palmas,

Y cuyo único afán era profundizar

El secreto doloroso que me hacía languidecer.

 

1855.


 

XIII

 

CARAVANA DE GITANOS

 

La tribu profética, de pupilas ardientes

Ayer se ha puesto en marcha, cargando sus pequeños

Sobre sus espaldas, o entregando a sus fieros apetitos

El tesoro siempre listo de sus senos pendientes.

 

Los hombres van a pie bajo sus armas lucientes

A lo largo de los carromatos, donde los suyos se acurrucan,

Paseando por el cielo sus ojos apesadumbrados

Por el nostálgico pesar de las quimeras ausentes.

 

Desde el fondo de su reducto arenoso, el grillo,

Mirándolos pasar, redobla su canción;

Cibeles, que los ama, aumenta sus verdores,

 

Hace brotar el manantial y florecer el desierto

Ante estos viajeros, para los que está abierto

El imperio familiar de las tinieblas futuras.

 

1852.


 

XIV

 

EL HOMBRE Y EL MAR

 

¡Hombre libre, siempre adorarás el mar!

El mar es tu espejo; contemplas tu alma

En el desarrollo infinito de su oleaje,

Y tu espíritu no es un abismo menos amargo.

 

Te complaces hundiéndote en el seno de tu imagen;

La abarcas con ojos y brazos, y tu corazón

Se distrae algunas veces de su propio rumor

Al ruido de esta queja indomable y salvaje.

 

Ambos sois tenebrosos y discretos:

Hombre, nadie ha sondeado el fondo de tus abismos,

¡Oh, mar, nadie conoce tus tesoros íntimos,

Tan celosos sois de guardar vuestros secretos!

 

Y empero, he aquí los siglos innúmeros

En que os combatís sin piedad ni remordimiento,

Tanto amáis la carnicería y la muerte,

¡Oh, luchadores eternos, oh, hermanos implacables!

 

1852.


 

XV

 

DON JUAN EN LOS INFIERNOS

 

Cuando Don Juan descendió hacia la onda subterránea

Y hubo dado su óbolo a Caronte,

Un sombrío mendigo, la mirada fiera como Antístenes,

Con brazo vengativo y fuerte empuñó cada remo.

 

Mostrando sus senos fláccidos y sus ropas abiertas,

Las mujeres se retorcían bajo el negro firmamento,

Y, como un gran rebaño de víctimas ofrendadas,

En pos de él arrastraban un prolongado mugido.

 

Sganarelle riendo le reclama su paga,

Mientras que Don Luis, con un dedo tembloroso

Mostraba a todos los muertos, errante en las riberas,

El hijo audaz que se burló de su frente nevada.

 

Estremeciéndose bajo sus lutos, la casta y magra Elvira,

Cerca del esposo pérfido y que fue su amante,

Parecía reclamarle una suprema sonrisa

En la que brillara la dulzura de su primer juramento.

 

Erguido en su armadura, un gigante de piedra

Permanecía en la barra y cortaba la onda negra;

Pero el sereno héroe, apoyado en su espadón,

Contemplaba la estela y sin dignarse ver nada.

 

1846.


 

XVI

 

CASTIGO DEL ORGULLO

 

En los tiempos maravillosos en que la Teología

Florecía con la máxima savia y energía,

Se cuenta que un día un doctor de los más grandes,

-Luego de haber forzado los corazones indiferentes;

Y haberlos conmovido en sus profundidades negras;

Después de haber franqueado hacia las celestes glorias

Caminos singulares para él mismo ignorados,

Donde sólo los Espíritus puros quizás habían llegado-,

Cual un hombre encaramado muy alto, presa de pánico,

Exclamó, transportado por un orgullo satánico:

"¡Jesús, pequeño Jesús!  ¡te he impulsado tan alto!

Pero, si yo hubiera querido atacarte a despecho

De la armadura, tu vergüenza igualaría a tu gloria,

Y tú no serías más que un feto irrisorio!"

 

Inmediatamente su razón desapareció.

El brillo de ese sol con un crespón se cubrió;

Todo el caos rodó en esa inteligencia,

Templo en otro tiempo viviente, pleno de orden y de opulencia,

Bajo las bóvedas del cual tanta pompa había lucido.

El silencio y la noche se instalaron en él,

Como en una bodega cuya llave se ha perdido.

Desde entonces se pareció a las bestias callejeras,

Y, cuando se marchó sin ver nada, a través

De los campos, sin distinguir los estíos de los inviernos,

Sucio, inútil y feo como una cosa usada,

Fue de los niños el júbilo y la irrisión.

 

1850.


 

XVII

 

LA BELLEZA

 

Soy hermosa, ¡oh, mortales! cual un sueño de piedra,

Y mi pecho, en el que cada uno se ha magullado a su vez,

Está hecho para inspirar al poeta un amor

Eterno y mudo así como la materia.

 

Tengo mi trono en el azar cual una esfinge incomprendida;

Uno un corazón de nieve a la blancura de los cisnes;

Aborrezco el movimiento que desplaza las líneas,

Y jamás lloro y jamás río.

 

Los poetas, ante mis ampulosas actitudes,

Que parezco copiar de los más altivos monumentos,

consumirán sus días en austeros estudios;

 

Porque tengo, para fascinar a esos dóciles amantes,

Puros espejos que tornan todas las cosas más bellas:

¡Mis ojos, mis grandes ojos, los de los fulgores eternos!

 

1857.


 

XVIII

 

EL IDEAL

 

No serán jamás esas beldades de viñetas,

Productos averiados, nacidos de un siglo bribón,

Esos pies con borceguíes, esos dedos con castañuelas,

Los que logren satisfacer un corazón como el mío.

 

Le dejo a Gavarni, poeta de clorosis,

Su tropel gorjeante de beldades de hospital,

Porque no puedo hallar entre esas pálidas rosas

Una flor que se parezca a mi rojo ideal.

 

Lo que necesita este corazón profundo como un abismo,

Eres tú, Lady Macbeth, alma poderosa en el crimen,

Sueño de Esquilo abierto al clima de los austros;

 

¡Oh bien tú, Noche inmensa, hija de Miguel Ángel,

Que tuerces plácidamente en una pose extraña

Tus gracias concebidas para bocas de Titanes!

 

1851.


 

XIX

 

LA GIGANTA

 

Cuando Natura en su inspiración pujante

Concebía cada día hijos monstruosos,

Me hubiera placido vivir cerca de una joven giganta,

Como a los pies de una reina un gato voluptuoso.

 

Me hubiera agradado ver su cuerpo florecer con su alma

Y crecer libremente en sus terribles juegos;

Adivinar si su corazón cobija una sombría llama

En las húmedas brumas que flotan en sus ojos;

 

Recorrer a mi gusto sus magníficas formas;

Arrastrarme en la pendiente de sus rodillas enormes,

Y a veces, en estío, cuando los soles malsanos,

 

Laxa, la hacen tenderse a través de la campiña,

Dormir despreocupadamente a la sombra de sus senos,

Como una plácida aldea al pie de una montaña.

 

1857.


 

XX

 

LA MÁSCARA

 

Estatua alegórica según el gusto del Renacimiento

A Ernest Christophe,  Estatuario.

 

Contemplemos este tesoro de gracias florentinas;

En la ondulación de este cuerpo musculoso

La Elegancia y la Fuerza abundan, hermanas Divinas.

Esta mujer, trozo verdaderamente milagroso,

Divinamente robusta, adorablemente delgada,

Está hecha para reinar sobre lechos suntuosos,

Y encantar los ocios de un pontífice o de un príncipe.

 

-Por eso, contemplo esa sonrisa, fina y voluptuosa

En que la fatuidad pasea su éxtasis;

Esa prolongada mirada taimada, lánguida y burlona;

Ese rostro delicado, realzado por la gasa,

Del que cada rasgo nos dice con aire vencedor:

"¡La Voluptuosidad me llama y el Amor me corona!"

A este ser dotado de tanta majestad

-¡Ved que encanto excitante la gentileza le otorga!

Aproximémonos, y giremos en torno a su belleza.

 

¡Oh, blasfemia del arte! ¡Oh, sorpresa fatal!

¡La mujer de cuerpo divino, prometiendo la ventura,

Por lo alto termina en un monstruo bicéfalo!

 

-¡Pero, no!  Sólo es una máscara, un decorado engañoso,

Este rostro iluminado por una exquisita mueca,

Y, mira, aquí, crispada atrozmente,

La verdadera cabeza, y el sincero rostro

Vuelto al abrigo de la cara que miente.

¡Pobre gran belleza!   ¡El magnífico río

De tus lágrimas vuélcase en mi corazón receloso;

Tu mentira me embriaga, y mi alma se abreva

En los raudales que el Dolor hace brotar de tus ojos!

 

-Pero, ¿por qué llora ella?  Ella, beldad perfecta

Que pondría a sus plantas al género humano vencido,

¿Qué mal misterioso corroe su flanco de atleta?

 

-¡Ella llora, insensata, porque ella ha vivido!

¡Y porque vive! Pero, lo que ella deplora

Sobre todo, lo que la hace temblar hasta las rodillas,

Es que mañana, ¡ah! ¡tendrá que vivir todavía!

¡Mañana, pasado mañana y siempre! - ¡Como nosotros!

 

1859.


 

XXI

 

HIMNO A LA BELLEZA

 

¿Vienes del cielo profundo o surges del abismo,

Oh, Belleza? Tu mirada infernal y divina,

Vuelca confusamente el beneficio y el crimen,

Y se puede, por eso, compararte con el vino.

 

Tú contienes en tu mirada el ocaso y la aurora;

Tú esparces perfumes como una tarde tempestuosa;

Tus besos son un filtro y tu boca un ánfora

Que tornan al héroe flojo y al niño valiente.

 

¿Surges tú del abismo negro o desciendes de los astros?

El Destino encantado sigue tus faldas como un perro;

Tú siembras al azar la alegría y los desastres,

Y gobiernas todo y no respondes de nada,

 

Tú marchas sobre muertos, Belleza, de los que te burlas;

De tus joyas el Horror no es lo menos encantador,

Y la Muerte, entre tus más caros dijes,

Sobre tu vientre orgulloso danza amorosamente.

 

El efímero deslumbrado marcha hacia ti, candela,

Crepita, arde y dice: ¡Bendigamos esta antorcha!

El enamorado, jadeante, inclinado sobre su bella

Tiene el aspecto de un moribundo acariciando su tumba.

 

Que procedas del cielo o del infierno, ¿qué importa,

¡Oh, Belleza! ¡monstruo enorme, horroroso, ingenuo!

Si tu mirada, tu sonrisa, tu pie me abren la puerta

De un infinito que amo y jamás he conocido?

 

De Satán o de Dios ¿qué importa?  Ángel o Sirena,

¿Qué importa si, tornas -hada con ojos de terciopelo,

Ritmo, perfume, fulgor ¡oh, mi única reina!-

El universo menos horrible y los instantes menos pesados?

 

1860.


 

XXII

 

PERFUME EXÓTICO

 

Cuando, los dos ojos cerrados, en una cálida tarde otoñal,

Yo aspiro el aroma de tu seno ardiente,

Veo deslizarse riberas dichosas

Que deslumbran los rayos de un sol monótono;

 

Una isla perezosa en que la naturaleza da

Árboles singulares y frutos sabrosos;

Hombres cuyo cuerpo es delgado y vigoroso

Y mujeres cuya mirada por su franqueza sorprende.

 

Guiado por tu perfume hacia deleitosos climas,

Yo diviso un puerto lleno de velas y mástiles

Todavía fatigados por la onda marina,

 

Mientras el perfume de los verdes tamarindos,

Que circula en el aire y satura mi olfato,

Se mezcla en mi alma con el canto de los marineros.

 

1857.


 

XXIII

 

LA CABELLERA

 

¡Oh, vellón, rizándose hasta la nuca!

¡Oh, bucles, ¡Oh, perfume saturado de indolencia!

¡Éxtasis!  ¡Para poblar esta tarde la alcoba oscura

Con los recuerdos adormecidos en esta cabellera

Yo la quiero agitar en el aire como un pañuelo!

 

¡La lánguida Asia y la ardiente África,

Todo un mundo lejano, ausente, casi difunto,

Vive en tus profundidades, selva aromática!

Así como otros espíritus bogan sobre la música,

El mío, ¡oh, mi amor! flota sobre tu perfume.

 

Yo acudiré allá donde el árbol y el hombre, llenos de savia,

Desfallecen largamente bajo el ardor de los climas;

Fuertes trenzas, ¡Sed la ola que me arrebata!

Tú contienes, mar de ébano, un deslumbrante sueño

De velas, de remeros, de llamas y de mástiles:

 

Un puerto ruidoso en el que mi alma puede beber

A raudales el perfume, el sonido y el color;

En el que los navíos, deslizándose en el oro y en la seda,

Abren sus amplios brazos para abarcar la gloria

De un cielo puro en el que palpita el eterno calor.

 

Sumergiré mi cabeza anhelante de embriaguez,

En este negro océano donde el otro está encerrado;

Y mi espíritu sutil que el rolido acaricia

Sabrá encontrarte ¡oh fecunda pereza!

¡Infinitos arrullos del ocio embalsamado!

 

Cabellos azules, pabellón de tinieblas tendidas,

Me volvéis el azur del cielo inmenso y redondo;

Sobre los bordes aterciopelados de tus crenchas retorcidas

Me embriago ardientemente con los olores confundidos

Del aceite de coco, del almizcle y la brea.

 

¡Hace tiempo! ¡Siempre! ¡Mi mano en tus crines pesadas

Sembrará el rubí, la perla y el zafiro,

A fin de que a mi deseo jamás seas sorda!

¿No eres tú el oasis donde sueño, y la calabaza

De la que yo sorbo a largos tragos el vino del recuerdo?

 

1859.


 

XXIV

 

(YO TE ADORO...)

 

Yo te adoro al igual que la bóveda nocturna,

Oh, vaso de tristeza, oh gran taciturna,

Y te amo lo mismo, bella, cuando tú me huyes,

Y cuando me pareces, ornamento de mis noches,

Más irónicamente acumular las leguas

Que separan mis brazos de las inmensidades azules.

 

Me adelanto al ataque, y trepo en los asaltos,

Como alrededor de un cadáver un coro de gusanos,

Y quiero ¡oh, bestia implacable y cruel!

Hasta esta frialdad por la que me eres más bella!

 

1857.


 

XXV

 

(TU PONDRÍAS AL UNIVERSO ENTERO...)

 

Meterías al universo entero en tu calleja,

¡Mujer impura!  El hastío torna tu alma cruel.

Para ejercitar tus dientes en este juego singular,

Necesitas cada día un corazón en el pesebre.

Tus ojos, iluminados cual tiendas

Y tejos llameantes en los festejos públicos,

Utilizan insolentemente un poder prestado,

Sin conocer jamás la ley de su belleza.

 

¡Máquina ciega y sorda, en crueldades fecunda!

Salutífero instrumento, bebedor de la sangre del mundo,

¿Cómo no tienes vergüenza y cómo no has visto,

Ante todos los espejos, palidecer tus atractivos?

La grandeza de este mal en que te crees sabia

¿No te ha hecho nunca retroceder de espanto,

Cuando la natura, grande en sus designios ocultos,

De ti se sirve, ¡oh mujer! ¡oh reina de los pecados!

-De ti, vil animal-, para amasar un genio?

 

¡Oh, fangosa grandeza! ¡sublime ignominia!

 

1857.


 

XXVI

 

SED NON SATIATA

 

Extravagante deidad, oscura como las noches,

Con perfume mezclado de almizcle y de habano,

Obra de algún obi, el Fausto de la sabana,

Hechicera con ijares de ébano, engendro de negras mediasnoches,

 

Yo prefiero a la constancia, al opio, a las noches,

El elixir de tu boca donde el amor se pavonea;

Cuando hacia ti mis deseos parten en caravana,

Tus ojos son la cisterna donde beben mis hastíos.

 

Por esos dos grandes ojos negros, tragaluces de tu alma,

¡Oh, demonio sin piedad! vierte sobre mí menos fuego;

Que no soy el Estigio para abrazarte nueve veces,

 

¡Ay! y no puedo, Megera libertina,

Para quebrar tu coraje y dejarte en las últimas,

En el infierno de tu lecho volverme Proserpina.

 

1857.


XXVII

 

(CON SU VESTIMENTA...)

 

Con su vestimenta ondulante y nacarada,

Hasta cuando camina, se creería que ella danza,

Como esas largas serpientes que los juglares sagrados

En el extremo de sus bastones agitan con cadencia.

 

Como las arenas sombrías y el azur de los desiertos,

Insensibles ambos al humano sufrimiento,

Como las prolongadas redes de las olas de los mares,

Ella se desenvuelve con indiferencia.

 

Sus ojos pulidos están hechos de minerales encantos,

Y en esta naturaleza extraña y simbólica

Donde el ángel inviolado se mezcla a la esfinge antigua,

 

Donde todo no es más que oro, acero, luz y diamantes,

Resplandece eternamente, cual un astro inútil,

La fría majestad de la mujer estéril.

 

1857.


 

XXVIII

 

LA SERPIENTE QUE DANZA

 

¡Cómo me agrada ver, querida indolente,

De tu cuerpo tan bello,

Como una estofa vacilante,

Reverberar la piel!

 

Sobre tu cabellera profunda,

De acres perfumes,

Mar oloroso y vagabundo

De olas azules y sombrías,

 

Cual un navío que se despierta

Al viento matutino,

Mi alma soñadora apareja

Para un horizonte lejano.

 

Tus ojos, en los que no se revela

Nada dulce ni amargo,

Son dos joyas frías en las que se mezcla

El oro con el hierro.

 

Al verte marchar cadenciosa,

Bella en tu abandono,

Se diría una sierpre que danza

En el extremo de un bastón.

 

Bajo el fardo de tu pereza

Tu cabeza de niño

Se balancea con la molicie

de un joven elefante.

 

Y tu cuerpo se inclina y se estira

Cual un fino navío

Que rola bordeando y sumerge

Sus vergas en el agua.

 

Como un oleaje engrosado por la fusión

De los glaciares rugientes,

Cuando el agua de tu boca sube

Al borde de tus dientes,

 

Yo creo beber un vino de Bohemia

Amargo y vencedor,

¡Un cielo líquido que esparce

Estrellas en mi corazón!

 

1857.


 

XXIX

 

UNA CARROÑA

 

Recuerdas el objeto que vimos, mi alma,

Aquella hermosa mañana de estío tan apacible;

A la vuelta de un sendero, una carroña infame

Sobre un lecho sembrado de guijarros,

 

Las piernas al aire, como una hembra lúbrica,

Ardiente y exudando los venenos,

Abría de una manera despreocupada y cínica

Su vientre lleno de exhalaciones.

 

El sol dardeaba sobre aquella podredumbre,

Como si fuera a cocerla a punto,

Y restituir centuplicado a la gran Natura,

Todo cuanto ella había juntado;

 

Y el cielo contemplaba la osamenta soberbia

Como una flor expandirse.

La pestilencia era tan fuerte, que sobre la hierba

Tú creíste desvanecerte.

 

Las moscas bordoneaban sobre ese vientre podrido,

Del que salían negros batallones

De larvas, que corrían cual un espeso líquido

A lo largo de aquellos vivientes harapos.

 

Todo aquello descendía, subía como una marea,

O se volcaba centelleando;

Hubiérase dicho que el cuerpo, inflado por un soplo indefinido,

Vivía multiplicándose.

 

Y este mundo producía una extraña música,

Como el agua corriente y el viento,

O el grano que un aechador con movimiento rítmico,

Agita y revuelve en su harnero.

 

Las formas se borraron y no fueron sino un sueño,

Un esbozo lento en concretarse,

Sobre la tela olvidada, y que el artista acaba

Solamente para el recuerdo.

 

Detrás de las rocas una perra inquieta

Nos vigilaba con mirada airada,

Espiando el momento de recuperar del esqueleto

El trozo que ella había aflojado.

 

-Y sin embargo, tú serás semejante a esa basura,

A esa horrible infección,

Estrella de mis ojos, sol de mi natura,

¡Tú, mi ángel y mi pasión!

 

¡Sí! así estarás, oh reina de las gracias,

Después de los últimos sacramentos,

Cuando vayas, bajo la hierba y las floraciones crasas,

A enmollecerte entre las osamentas.

 

¡Entonces, ¡oh mi belleza!  Dile a la gusanera

Que te consumirán los besos,

Que yo he conservado la forma y la esencia divina

De mis amores descompuestos!

 

1844 (?)


 

XXX

 

DE PROFUNDIS CLAMAVI

 

Imploro tu piedad, Tú, el único que yo amo,

Desde el fondo del abismo oscuro donde mi corazón ha caído.

 

Es un universo triste de horizonte plúmbeo,

Donde flotan en la noche el horror y la blasfemia;

 

Un sol sin calor se cierne por encima seis meses,

Y los otros seis la noche cubre la tierra;

Es un lugar más desnudo que la tierra polar;

-¡Ni bestias, ni arroyos, ni verdor, ni bosques!

 

Pues bien, no hay horror en el mundo que supere

La fría crueldad de este sol de hielo

Y esta inmensa noche semejante al viejo Caos;

 

Envidio la suerte de los más viles animales

Que pueden sumergirse en un sueño estúpido,

¡A tal punto la madeja del tiempo lentamente se devana!

 

1851.


 

XXXI

 

EL VAMPIRO

 

Tú que, como una cuchillada,

En mi corazón doliente has entrado;

Tú que, fuerte como un tropel

De demonios, llegas, loca y adornada,

 

De mi espíritu humillado

Haces tu lecho y tu imperio,

-Infame a quien estoy ligado,

Como el forzado a la cadena,

 

Como al juego el jugador empedernido,

Como a la botella el borracho,

Como a los gusanos la carroña,

-¡Maldita, maldita seas!

 

He implorado a la espada rápida

La conquista de mi libertad,

Y he dicho al veneno pérfido

Que socorriera mi cobardía.

 

¡Ah! El veneno y la espada

Me han desdeñado y me han dicho:

"Tú no eres digno de que te arranquen

De tu esclavitud maldita,

 

¡Imbécil! - de su imperio

Si nuestros esfuerzos te libraran,

Tus besos resucitarían

El cadáver de tu vampiro!"

 

1855.


 

XXXII

 

(UNA NOCHE...)

 

Una noche que estaba junto a una horrible judía,

Como a la vera de un cadáver, un cadáver tendido,

Me dediqué a pensar, cerca de aquel cuerpo vendido,

En la triste belleza de la que mi deseo se priva.

 

Me representé su majestad nativa,

Su mirada de vigor y de gracias armada,

Sus cabellos que le forman un casco perfumado,

Y cuyo recuerdo para el amor me reanima.

 

Porque yo hubiera con fervor besado tu noble cuerpo,

Y desde tus pies frescos hasta tus negras trenzas

Desplegado el tesoro de las profundas caricias,

 

Si, cualquier noche, con lágrimas derramadas sin esfuerzo.,

Pudieras solamente, ¡oh reina de crueldad!

Oscurecer el esplendor de tus frías pupilas.

 

1857.


 

XXXIII

 

REMORDIMIENTO POSTUMO

 

Cuando tú duermas, mi bella tenebrosa,

En el fondo de un mausoleo construido en mármol negro,

Y cuando no tengas por alcoba y morada

Más que una bóveda lluviosa y una fosa vacía;

 

Cuando la piedra, oprimiendo tu pecho miedosa

Y tus caderas que atemperaba un deleitoso abandono,

Impida a tu corazón latir y querer,

Y a tus pies correr su carrera aventurera,

 

La tumba, confidente de mi ensueño infinito

(Porque la tumba siempre interpretará al poeta),

Durante esas interminables noches de las que el sueño está proscrito,

 

Te dirá: "¿De qué te sirve, cortesana imperfecta,

No haber conocido lo que lloran los muertos?"

-Y el gusano roerá tu piel como un remordimiento.

 

1855.


 

XXXIV

 

EL GATO

 

Ven, mi hermoso gato, cabe mi corazón amoroso;

Retén las garras de tu pata,

Y déjame sumergir en tus bellos ojos,

Mezclados de metal y de ágata.

 

Cuando mis dedos acarician complacidos

Tu cabeza y tu lomo elástico,

Y mi mano se embriaga con el placer

De palpar tu cuerpo eléctrico,

 

Veo a mi mujer en espíritu.  Su mirada,

como la tuya, amable bestia,

Profunda y fría, corta y hiende como un dardo,

 

Y, de los pies hasta la cabeza,

Un aire sutil, un peligroso perfume,

Flotan alrededor de su cuerpo moreno.

 

1857.


 

XXXV

 

DUELLUM

 

Dos guerreros se han precipitado uno sobre el otro; sus armas

Han salpicado el aire con destellos y sangre.

Estos juegos, estos tintineos del hierro son el estrépito

De una juventud víctima del amor plañidero.

 

¡Las espadas se han quebrado! como nuestra juventud,

¡Mi querida!  Pero los dientes, las uñas aceradas,

Vengan pronto la espada y la daga traidora.

-¡Oh, furor de los corazones maduros por el amor ulcerados!

 

En el barranco frecuentado por panteras y onzas

Nuestros héroes, agarrándose malamente, han rodado,

Y su piel florecerá la aridez de las zarzas.

 

-¡Este abismo, es el infierno, por nuestros amigos habitado!

¡Rodemos hacia él, sin remordimientos, amazona inhumana,

A fin de eternizar el ardor de nuestro odio!

 

1858.


 

XXXVI

 

EL BALCÓN

 

Madre de los recuerdos, amante de las amantes,

¡Oh, tú, todos mis placeres! ¡Oh tú, todos mis deberes!

Tú me recordarás la belleza de las caricias,

La dulzura del hogar y el encanto de las noches,

¡Madre de los recuerdos, amante de las amantes!

 

¡Las veladas iluminadas por el ardor del carbón,

Y las tardes en el balcón, veladas de vapores rosados.

¡Cuan dulce me era tu seno! y tu corazón ¡qué caro!

Nos hemos dicho con frecuencia imperecederas cosas

En las veladas iluminadas por el ardor del carbón.

 

¡Qué hermosos son los soles en las cálidas tardes!

¡Qué profundo el espacio! ¡Qué potente el corazón!

Inclinándome hacia ti, reina de las adoradas,

Yo creía respirar el perfume de tu sangre.

¡Qué hermosos son los soles en cálidas tardes!

 

La noche se apaciguaba como en un claustro,

Y mis ojos en la oscuridad barruntaban tus pupilas,

Y yo bebía tu aliento, ¡oh dulzura! ¡oh veneno!

Y tus pies se adormecían en mis manos fraternales.

La noche se apaciguaba como en un claustro.

 

Yo sé del arte de evocar los minutos dichosos,

Y volví a ver mi pasado agazapado en tus rodillas.

Porque ¿a qué buscar tus bellezas lánguidas

Fuera de tu querido cuerpo y de tu corazón tan dulce?

¡Yo sé del arte de evocar los minutos dichosos!

 

Esos juramentos, esos perfumes, esos besos infinitos,

¿Renacerán de un abismo vedado a nuestras sondas,

Como suben al cielo los soles rejuvenecidos

Luego de lavarse en el fondo de los mares profundos?

-¡Oh, juramentos! ¡oh, perfumes! ¡oh, besos infinitos!

 

1857.


 

XXXVII

 

EL POSESO

 

El sol se ha cubierto con un crespón. Como él,

¡Oh, Luna de mi vida! arrópate de sombra;

Duerme o fuma a tu agrado; permanece muda, sombría,

Y húndete íntegra en el abismo del Hastío;

 

¡Te amo así! Sin embargo, si hoy tú deseas,

Como un astro eclipsado que sale de la penumbra,

Pavonearte en los lugares que la Locura obstruye,

¡Está bien! Delicioso puñal, ¡surge de tu vaina!

 

¡Ilumina tu pupila a la llama de los candelabros!

¡Ilumina el deseo en las miradas de los rústicos!

Todo lo tuyo para mí es placer, morboso o petulante;

 

Sé lo que quieras, noche negra, roja aurora;

No hay una fibra en todo mi cuerpo palpitante

Que no exclame: ¡Oh mi querido Belzebú, te adoro!

 

1859.


 

XXXVIII

 

UN FANTASMA

 

(1)

Las tinieblas

 

En las cavernas de insondable tristeza

Donde el Destino ya me ha relegado;

Donde jamás penetra un rayo rosado y alegre;

Donde, sólo, con la Noche, áspera huéspeda,

 

Yo soy como un pintor que un Dios burlón

Condena a pintar, ¡ah! sobre las tinieblas;

Oh, cocinero de apetitos fúnebres,

Yo hago hervir y como mi corazón,

 

Por instantes brilla, se extiende, y se exhibe

Un espectro hecho de gracia y de esplendor.

En un soñador paso oriental,

 

Cuando alcanza su total grandeza,

Yo reconozco a mi bella visita:

¡Es Ella! Negra y, no obstante, luminosa.

 

(2)

El perfume

 

Lector, ¿alguna vez has respirado

Con embriaguez y lenta golosina

El grano de incienso que satura una iglesia,

O de un "sachet" el almizcle inveterado?

 

¡Encanto profundo, mágico, con que nos embriaga

En el presente el pasado revivido!

Así el amante sobre un cuerpo adorado

Del recuerdo recoge la flor exquisita.

 

De sus cabellos elásticos y pesados,

Viviente "sachet", incensario de la alcoba,

Un aroma subía, salvaje y fiero,

 

Y de sus ropas, muselina o terciopelo,

Todas impregnadas de su juventud pura,

Se desprendía un perfume de piel.

 

(3)

El marco

 

Así como un bello marco agrega a la pintura,

Bien que ella sea de un pincel muy alabado,

Yo no sé qué de extraño y de encantado

Al distanciarla de la inmensa natura,

 

Así, joyas, muebles, metales, dorados,

Se adaptaban precisos a su rara belleza;

Nada ofuscaba su perfecta claridad,

Y todo parecía servirle de marco.

 

Hasta se hubiera dicho a veces que ella creía

Que todo quería amarla; pues ahogaba

Su desnudez voluptuosamente

 

En los besos de la seda y de la lencería,

Y, lenta o brusca, en cada movimiento

Mostraba la gracia infantil de un simio.

 

(4)

El retrato

 

La Enfermedad y la Muerte producen cenizas

De todo el fuego que por nosotros arde.

De aquellos grandes ojos tan fervientes y tan tiernos,

De aquella boca en la que mi corazón se ahogó,

 

De aquellos besos pujantes cual un dictamen,

De aquellos transportes más vivos que los rayos,

¿Qué resta? ¡Es horrendo! ¡oh, mi alma mía!

Nada más que un diseño muy pálido, con tres trazos,

 

Que, como yo, muere en la soledad,

Y que el Tiempo, injurioso anciano,

Cada día frota con su ala ruda...

 

Negro asesino de la Vida y del Arte,

¡Tú no matarás jamás en mi memoria

Aquella que fue mi placer y mi gloria!

 

1860.


 

XXXIX

 

(YO TE DOY ESTOS VERSOS...)

 

Yo te doy estos versos a fin de que, si mi nombre

Aborda afortunadamente las épocas lejanas,

Y hace soñar una noche los cerebros humanos,

Navío favorecido por un gran aquilón,

 

Tu memoria, semejante a las fábulas inciertas,

Fatiga al lector como un tímpano,

Y por un fraternal y místico eslabón

Queda como pendiente de mis rimas altivas;

 

Ser maldito a quien, del abismo profundo

Hasta lo más alto del cielo, nada, fuera de mí, responde;

-¡Oh tú que, como una sombra de rastro efímero,

 

Hollas con un paso leve y una mirada serena

Los estúpidos mortales que te han juzgado amarga,

Estatua con ojos de jade, gran ángel con la frente de bronce!

 

1857.


 

XL

 

SEMPER EADEM

 

"¿De dónde os viene, decís, esta tristeza extraña,

Trepando como el mar sobre el peñón negro y desnudo?"

-Cuando nuestro corazón ha hecho una vez su vendimia,

¡Vivir es un mal! Es un secreto de todos conocido,

 

Un dolor muy simple y nada misterioso,

Y, como vuestra alegría, brillante para todos.

Deja de buscar, entonces, ¡Oh, bella curiosa!

Y, por más que vuestra voz sea dulce, ¡callad! ¡callaos!

 

¡Callad, ignorante! ¡Alma siempre arrebatada!

¡Boca de risa infantil! Más aún que la Vida,

La Muerte nos retiene casi siempre con lazos sutiles.

¡Dejad, dejad mi corazón embriagarse de una mentira,

Sumergirse en vuestros bellos ojos como en un hermoso sueño,

Y dormitar mucho tiempo a la sombra de vuestras pestañas!

 

1860.


 

XLI

 

TODA INTEGRA

 

El Demonio, en mi altillo,

Esta mañana vino a verme,

Y, tratando de cogerme en falta,

Me ha dicho: "Yo quisiera saber,

 

Entre todas las hermosas cosas

De que está hecho su encanto,

Entre los objetos negros o rosados

Que componen su cuerpo encantador,

 

Cuál es el más dulce." -¡Oh, mi alma!

Tú respondiste al Aborrecido:

Puesto que en Ella todo está dictaminado,

Nada puede ser preferido.

 

Cuando todo me encanta, yo ignoro

Si alguna cosa me seduce,

Ella deslumbra como la Aurora

Y consuela como la Noche;

 

Y la armonía es harto exquisita,

Que gobierna todo su bello cuerpo,

Para que la impotencia analice

Anotando los numerosos acordes.

 

¡Oh, metamorfosis mística

De todos mis sentidos fundidos en uno!

¡Su aliento produce la música,

Así como su voz hace el perfume!

 

1857.


 

XLII

 

(QUE DIRÁS ESTA NOCHE...)

 

¿Qué dirás esta noche, pobre alma solitaria,

Qué dirás, corazón mío, corazón otrora marchito,

A la hermosísima, a la buenísima, a la carísima,

Cuya divina mirada de pronto te ha reflorecido?

 

-Emplearemos nuestro orgullo entonando sus loas,

Nada vale la dulzura de su autoridad;

Su carne espiritual tiene el perfume de los Ángeles,

Y su mirada nos reviste con un manto de claridad.

 

Que así sea la noche y en la soledad,

Que así sea en la calle y entre la multitud,

Su fantasma en el aire danza como una antorcha.

 

A veces él habla y dice: "Soy bella y ordeno

Que por el amor mío no améis más que lo Bello;

Yo soy el Ángel guardián, la Musa y la Madona".

 

1854.


 

XLIII

 

LA ANTORCHA VIVIENTE

 

Marchan ante mí, estos Ojos llenos de luces,

Que un Ángel sapientísimo sin duda ha imantado;

Avanzan, esos divinos hermanos que son mis hermanos,

Sacudiendo ante mis ojos sus fuegos diamantinos.

 

Salvándome de toda trampa y de todo pecado grave,

Conducen mis pasos por la ruta de lo Bello;

Son mis servidores y yo soy su esclavo;

Todo mi ser obedece a esa viviente antorcha.

 

Encantadores ojos, brilláis con el fulgor místico

Que tienen los cirios ardiendo en pleno día; el sol

Enrojece, pero no extingue su llama fantástica;

 

Ellos celebran la Muerte, vosotros cantáis el Despertar;

¡Vosotros marcháis entonando el despertar de mi alma,

Astros de los cuales ningún sol puede marchitar la llama!

 

1854.


 

XLIV

 

REVERSIBILIDAD

 

Ángel lleno de alegría, ¿conoces la angustia,

La vergüenza, los remordimientos, los sollozos, las molestias,

Y los vagos terrores de esas horribles noches

Que oprimen el corazón como un papel estrujado?

Ángel lleno de alegría, ¿conoces la angustia?

 

Ángel lleno de bondad, ¿conoces el odio,

Los puños crispados, en la sombra y las lágrimas de hiel,

Cuando la venganza bate su infernal llamado,

Y de nuestras facultades se hace la capitana?

Ángel lleno de bondad, ¿conoces el odio?

 

Ángel lleno de salud, ¿conoces las fiebres,

Que a lo largo de los murallones pálidos del hospicio,

Como exiliados, se marchan arrastrando los pasos,

Buscando el raro sol y moviendo los labios?

Ángel pleno de salud, ¿conoces las fiebres?

 

Ángel lleno de belleza, ¿conoces las arrugas,

Y el miedo de envejecer, y este horrendo tormento

De leer el secreto horror de la abnegación

En los ojos donde largo tiempo bebieron nuestros ojos ávidos?

Ángel lleno de belleza, ¿conoces las arrugas?

 

Ángel lleno de ventura, de alegría y de luces,

David moribundo habría pedido la salvación

A las emanaciones de tu cuerpo encantado;

Pero, de ti yo no imploro, ángel, más que tus plegarias,

¡Ángel lleno de ventura, de alegría y de luces!

 

1853.


 

XLV

 

CONFESIÓN

 

Una vez, una sola, amable y dulce mujer,

En mi brazo tu brazo pulido

Se apoyó (sobre el fondo tenebroso de mi alma

Este recuerdo no ha palidecido);

 

Era tarde; cual una medalla nueva

La luna llena se mostraba,

Y la solemnidad de la noche, como un río,

Sobre París durmiente corría.

 

Y a lo largo de las casas, bajo las puertas cocheras,

Los gatos pasaban furtivamente,

El oído en acecho, o bien, como sombras queridas.

Nos acompañaban lentamente.

 

De pronto, en medio de la intimidad libre

Abierta a la pálida claridad,

De ti, rico y sonoro instrumento donde no vibra

Más que la radiante alegría,

 

De ti, clara y alegre cual una fanfarria

En la mañana chispeante,

Una nota llorosa, una nota discordante,

Se escapó vacilando

 

Como un niño endeble, horrible, sombrío, inmundo,

Del que su familia se avergonzara,

Y que, durante mucho tiempo, para ocultarlo al mundo,

En una cueva lo tuviera en secreto.

 

Pobre ángel, ella entonó, su nota chillona:

"Nada aquí abajo es cierto,

Y siempre, por más que se acicale,

Se traiciona el egoísmo humano;

 

"Es duro oficio el de ser bella mujer,

Y es el trabajo banal

De la bailarina loca y fría que se pasma

En una sonrisa maquinal;

 

"Construir sobre los corazones es una cosa necia;

Que todo vacila, amor y belleza,

Hasta que el Olvido los arroja en su capacho,

¡Para volverlos a la Eternidad!"

 

Con frecuencia he evocado esta luna encantada,

Este silencio y esta languidez,

Y esta confidencia horrible murmurada

En el confesionario del corazón.

 

1855.


 

XLVI

 

EL ALBA ESPIRITUAL

 

Cuando entre los disolutos el alba blanca y bermeja

Se asocia con el Ideal roedor,

Por obra de un misterio vengador

En el bruto adormecido un ángel se despierta.

 

De los Cielos Espirituales el inaccesible azur,

Para el hombre abatido que aún sueña y sufre,

Se abre y se hunde con la atracción del abismo.

Así, cara Diosa, Ser lúcido y puro,

 

Sobre los restos humeantes de estúpidas orgías

Tu recuerdo más claro, más rosado, más encantador,

Ante mis ojos agrandados voltigea incesante

 

El sol ha oscurecido la llama de las bujías;

¡Así, siempre vencedor, tu fantasma se parece,

Alma resplandeciente, al sol inmortal!

 

1854.


 

XLVII

 

ARMONÍA DE LA TARDE

 

He aquí que llega el tiempo en que vibrante en su tallo

Cada flor se evapora cual un incensario;

Los sonidos y los perfumes giran en el aire de la tarde,

¡Vals melancólico y lánguido vértigo!

 

Cada flor se evapora cual un incensario;

El violín vibra como un corazón afligido;

¡Vals melancólico y lánguido vértigo!

El cielo está triste y bello como un gran altar.

 

El violín vibra como un corazón afligido,

¡Un corazón tierno que odia la nada vasta y negra!

El cielo está triste y bello como un gran altar;

El sol se ha ahogado en su sangre coagulada.

 

Un corazón tierno, que odia la nada vasta y negra,

¡Del pasado luminoso recobra todo vestigio!

El sol se ha ahogado en su sangre coagulada...

¡Tu recuerdo en mí luce como una custodia!

 

1857.


 

XLVIII

 

EL FRASCO

 

Hay fuertes perfumes para los que toda materia

Es porosa.  Se diría que penetran el vaso.

Al abrir un cofrecillo llegado del Oriente

Cuya cerradura rechina y se resiste chirriando,

 

O bien en una casa desierta en algún armario

Lleno del acre olor del tiempo, polvoriento y negro,

A veces encontramos un viejo frasco que se recuerda

Del que surge vivísima un alma que resucita.

 

Mil pensamientos dormían, crisálidas fúnebres,

Temblando dulcemente en las pesadas tinieblas,

Que entreabren su ala y toman su impulso,

Teñidas de azur, salpicadas de rosa, laminadas de oro.

 

He aquí el recuerdo embriagador que revolotea

En el aire turbado; los ojos se cierran: el Vértigo

Agarra el alma vencida y la arroja a dos manos

Hacia un abismo oscurecido de miasmas humanas;

 

La derriba al borde de un abismo secular,

Donde, Lázaro oloroso desgarrando un sudario,

Se mueve en su despertar el cadáver espectral

De un viejo amor rancio, encantador y sepulcral.

 

Así, cuando yo esté perdido en la memoria

De los hombres, en el rincón de un siniestro armario

guando me hayan arrojado, viejo frasco desolado,

Decrépito, polvoriento, sucio, abyecto, viscoso, rajado,

 

¡Yo seré tu ataúd, amable pestilencia!

El testigo de tu fuerza y de tu virulencia,

¡Caro veneno preparado por los ángeles! licor

Que me corroe, ¡Oh, la vida y la muerte de mi corazón!

 

1857.


 

XLIX

 

EL VENENO

 

El vino sabe revestir el más sórdido antro

De un lujo milagroso,

Y hace surgir más de un pórtico fabuloso

En el oro de su vapor rojizo,

Como un sol poniéndose en un cielo nebuloso.

 

El opio agranda lo que no tiene límites,

Prolonga lo ilimitado,

Profundiza el tiempo, socava la voluptuosidad,

Y de placeres negros y melancólicos

Colma el alma más allá de su capacidad.

 

Todo eso no vale el veneno que destila

De tus ojos, de tus ojos verdes,

Lagos donde mi alma tiembla y se ve al revés...

Mis sueños acuden en tropel

Para refrescarse en esos abismos amargos.

 

Todo esto no vale el terrible prodigio

De tu saliva que muerde,

Que sume en el olvido mi alma sin remordimiento,

¡Y, arrastrando el vértigo,

La rueda desfalleciente en las riberas de la muerte!

 

1857.


 

L

 

CIELO ENCAPOTADO

 

Se diría tu mirar por un vapor cubierto;

Tu pupila misteriosa (¿es azul, gris o verde?)

Alternativamente tierna, soñadora, cruel,

Refleja la indolencia y la palidez del cielo.

 

Tú recuerdas esos días blancos, tibios y velados,

Que hacen fundirse en lágrimas los corazones hechizados,

Cuando, agitados por un mal desconocido que los tuerce,

Los nervios demasiado despiertos se burlan del espíritu que duerme.

 

Te asemejas a veces a esos bellos horizontes

Que iluminan los soles de las brumosas estaciones...

¡Cómo resplandeces, paisaje humedecido

Que inflaman los rayos cayendo de un cielo encapotado!

 

¡Oh, mujer peligrosa, oh seductores climas!

¿Adoraré también tu nieve y tu escarcha,

Y, lograré extraer del implacable invierno

Placeres más agudos que el hielo y el hierro?

 

1857.


LI

 

EL GATO

 

(1)

 

En mi cerebro se pasea,

Como en su morada,

Un hermoso gato, fuerte, suave y encantador.

Cuando maúlla, casi no se le escucha,

 

A tal punto su timbre es tierno y discreto;

Pero, aunque, su voz se suavice o gruña,

Ella es siempre rica y profunda:

Allí está su encanto y su secreto.

 

Esta voz, que brota y que filtra,

En mi fondo más tenebroso,

Me colma cual un verso cadencioso

Y me regocija como un filtro.

 

Ella adormece los más crueles males

Y contiene todos los éxtasis;

Para decir las más largas frases,

Ella no necesita de palabras.

 

No, no hay arco que muerda

Sobre mi corazón, perfecto instrumento,

Y haga más noblemente

Cantar su más vibrante cuerda.

 

Que tu voz, gato misterioso,

Gato seráfico, gato extraño,

En que todo es, cual en un ángel,

¡Tan sutil como armonioso!

 

(II)

 

De su piel blonda y oscura

Brota un perfume tan dulce, que una noche

Yo quedé embalsamado, por haberlo

Acariciado una vez, nada más que una.

 

Es el espíritu familiar del lugar;

El juzga, él preside, él inspira

Todas las cosas en su imperio;

¿No será un hada, Dios?

 

Cuando mis ojos, hacia este gato amado

Atraídos como por un imán,

Se vuelven dócilmente

Y me contemplo en mí mismo,

 

Veo con asombro

El fuego de sus pupilas pálidas,

Claros fanales, vividos ópalos,

Que me contemplan fijamente.

1857.


 

LII

 

EL HERMOSO NAVIO

 

Yo deseo relatarte, ¡oh, voluptuosa hechicera!

Los diversos atractivos que engalanan tu juventud;

Pintar quiero tu belleza,

Donde la infancia se alía con la madurez.

 

Cuando barres el aire con tus faldas amplias,

Produces el efecto de un hermoso navío haciéndose a la mar,

Desplegado el velamen, y que va rolando

Siguiendo un ritmo dulce, y perezoso, y lento.

 

Sobre tu cuello largo y torneado, sobre tus hombros opulentos,

Tu cabeza se pavonea con extrañas gracias;

Con un aire plácido y triunfal

Atraviesas tu camino, majestuosa criatura.

 

Yo te quiero relatar, ¡oh, voluptuosa hechicera!

Los diversos atractivos que engalanan tu juventud;

Pintarte quiero tu belleza,

Donde la infancia se alía a la madurez.

 

Tu pecho que se adelanta y que realza el muaré,

Tu seno triunfante es una bella armadura

Cuyos paneles combados y claros

Como los escudos atajan los dardos;

 

¡Escudos provocadores, armados de puntas rosadas!

Armario de dulces secretos, lleno de buenas cosas,

De vinos, perfumes, licores

¡Que harían delirar los cerebros y los corazones!

 

Cuando vas barriendo el aire con tu falda amplia,

Produces el efecto de un hermoso navío haciéndose a la mar,

Desplegado el velamen, y que va rolando

Siguiendo un ritmo dulce, y perezoso, y lento.

 

Tus nobles piernas, bajo los volados que ellas impulsan,

Atormentan los deseos oscuros, y los acucian,

Como dos hechiceros que hacen

Girar un filtro negro en un vaso profundo.

 

Tus brazos, que se burlarían de precoces hércules,

Son de las boas relucientes los sólidos émulos,

Hechos para estrechar obstinadamente,

Como para estampar en tu corazón, tu amante.

 

Sobre tu cuello largo y torneado, sobre tus hombros opulentos,

Tu cabeza se pavonea con extrañas gracias;

Con un aire plácido y triunfal

Atraviesas tu camino, majestuosa criatura.

 

1857.


 

LIII

 

LA INVITACIÓN AL VIAJE

 

Mi niña, mi hermana,

¡Piensa en la dulzura

De vivir allá juntos!

Amar libremente,

¡Amar y morir

En el país que a ti se parece!

Los soles llorosos

De esos cielos encapotados

Para mi espíritu tienen la seducción

Tan misteriosa

De tus traicioneros ojos,

Brillando a través de sus lágrimas.

 

Allá, todo es orden y belleza,

Lujo, calma y voluptuosidad.

 

Muebles relucientes,

Pulidos por los años,

Decorarían nuestra alcoba;

Las más raras flores

Mezclando sus olores

Al vago aroma del ámbar

Los ricos artesonados,

Los espejos profundos,

El esplendor oriental,

Todo allí hablaría

Al alma en secreto

Su dulce lengua natal.

 

Allá, todo es orden y belleza,

Lujo, calma y voluptuosidad.

 

Mira en esos canales

Dormir los barcos

Cuyo humor es vagabundo;

Es para saciar

Tu menor deseo

Que vienen desde el cabo del mundo.

-Los soles en el ocaso

Recubren los campos,

Los canales, la ciudad entera,

De jacinto y de oro;

El mundo se adormece

En una cálida luz

 

Allá, todo es orden y belleza,

Lujo, calma y voluptuosidad.

 

1855.


 

LIV

 

LO IRREPARABLE

 

¿Podemos ahogar el viejo, el prolongado Remordimiento,

Que vive, se agita y se retuerce,

Y se nutre de nosotros como el gusano de los muertos,

Como de la encina la oruga?

¿Podernos ahogar el implacable Remordimiento?

 

¿En qué filtro, en qué vino, en qué tisana,

Ahogaremos este viejo enemigo,

Paciente como la hormiga?

Destructor y goloso como la cortesana,

¿En qué filtro? -¿En qué vino?- ¿en qué tisana?

 

Dilo, bella hechicera, ¡oh! di, si tú lo sabes,

A este espíritu colmado de angustia

Y semejante al moribundo que aplastan los heridos,

Que el casco del caballo holla,

Dilo, bella hechicera, ¡oh! di, si tú lo sabes,

 

A este agonizante que el lobo ya olfatea

Y que atisba el cuervo,

¡A este soldado fatigado! si es preciso que desespere

De tener su cruz y su tumba;

¡Este pobre agonizante que el lobo ya olfatea!

 

¿Podemos iluminar un cielo cenagoso y negro?

¿Podemos desgarrar las tinieblas

Más densas que la paz, sin mañana y sin noche,

Sin astros, sin relámpagos fúnebres?

¿Podemos iluminar un cielo cenagoso y negro?

 

La Esperanza que brillaba en las ventanas del Albergue

Se apagó, ¡ha muerto para siempre!

Sin luna y sin destellos, ¿dónde encontrarán albergue

Los mártires de un camino malo?

¡El Diablo ha apagado todo en las ventanas del Albergue!

 

Adorable hechicera, ¿amas los condenados?

Di, ¿conoces lo irremisible?

¿Conoces el Remordimiento, el de los rasgos envenenados,

Para el que nuestro corazón sirve de blanco?

Adorable hechicera, ¿amas los condenados?

 

Lo Irreparable roe con su diente maldito

Nuestra alma, lastimoso monumento,

Y con frecuencia ataca, como el termita,

Por la base el edificio.

¡Lo Irreparable roe con su diente maldito!

 

-Yo he visto algunas veces, en el foro de un escenario trivial

Que inflamaba la orquesta sonora,

Un hada encender en un cielo infernal

Una milagrosa aurora;

Y yo he visto algunas veces, en el foro de un escenario trivial

Un ser que sólo siendo luz, oro y gasa,

Derribar al enorme Satán;

Pero mi corazón, al que jamás visita el éxtasis,

¡Es un escenario donde se aguarda

Siempre, siempre en vano, el Ser de las alas de gasa!

 

1857.


 

LV

 

PLATICA

 

¡Eres un hermoso cielo de otoño, claro y rosado!

Pero la tristeza en mí sube como el mar,

Y deja, al refluir, sobre mi labio moroso

El recuerdo penetrante de su limo amargo.

 

-Tu mano se desliza en vano sobre mi pecho que se pasma;

Lo que ella busca, amiga, es un lugar saqueado

Por la garra y el diente feroz de la mujer.

No busques más mi corazón; las bestias lo han devorado.

 

Mi corazón es un palacio mancillado por el tumulto;

¡En él se embriagan, se matan, se arrancan los cabellos!

-¡Un perfume flota alrededor de tu garganta desnuda!...

 

¡Oh, Belleza, duro flagelo de las almas, tú lo quieres!

¡Con tus ojos de fuego, brillante como orgías!,

¡Calcinas estos jirones que han desdeñado las bestias!

 

1857.


 

LVI

 

CANTO DE OTOÑO

 

I

 

Pronto nos hundiremos en las frías tinieblas;

¡Adiós, viva claridad de nuestros menguados estíos!

Escucho ya caer con resonancias fúnebres

La leña retumbante sobre el empedrado de los patios.

 

Todo el invierno va a penetrar en mi ser: cólera,

Odio, estremecimientos, horror, trabajo duro y forzado,

Y, como el sol en su infierno polar,

Mi corazón no será más que un bloque rojo y helado.

 

Escucho temblando cada leño que cae;

El patíbulo que erigen no tiene eco más sordo.

Mi espíritu se asemeja a la torre que sucumbe

Bajo la arremetida del ariete infatigable y pesado.

 

Me parece que, mecido por este chocar monótono,

Clavarán con gran prisa en alguna parte un ataúd,

¿Para quién? -Ayer era verano; ¡he aquí el otoño!

Este ruido misterioso repercute como un adiós.

 

II

 

De tu lánguida mirada amo la luz verdosa,

Dulce beldad; pero hoy todo me es amargo,

Y nada, ni tu amor, ni tu alcoba, ni el hogar,

Valen para mí lo que el sol radiante sobre el mar.

 

Y sin embargo, ámame, ¡corazón tierno! sé maternal

Hasta para un ingrato, aún para un perverso;

Amante o hermana, sé la dulzura efímera

De un glorioso otoño o de un sol poniente.

 

¡Breve tarea!  La tumba aguarda; ¡Está ávida!

¡Ah! Déjame, mi frente posada sobre tus rodillas,

gustar, añorando el estío blanco y tórrido,

Del otoño el destello amarillo y dulce!

 

1859.


 

LVII

 

A UNA MADONA

(Ex-voto a la manera española)

 

Yo quiero erigir para ti, Madona, mi amante,

Un altar subterráneo en el fondo de mi angustia,

Y cavar en el rincón más negro de mi corazón,

Lejos del deseo mundanal y de la mirada burlona,

Un nicho de azur y de oro todo esmaltado,

Donde tú te erigirás, Estatua maravillosa.

Con mis Versos pulidos, enmallados por un puro metal

Sabiamente constelado de rimas de cristal,

Yo haré para tu cabeza una enorme Corona;

Y de mis Celos, oh Mortal Madona,

Yo sabré cortarte un Manto, de manera

Bárbara, tieso y pesado, y forrado de sospechas,

Que, como una garita, encerrará tus encantos;

No de Perlas bordado, ¡sino de todas mis Lágrimas!

Tu Ropa, será mi deseo, trémulo,

Ondulante, mi Deseo que sube y que desciende,

En las cimas meciéndose, en los valles reposando,

Y reviste con un beso todo tu cuerpo blanco y rosado.

Yo te haré de mi Respeto, hermosos Escarpines

De raso, para tus pies Divinos humillados,

Que, aprisionándolos en un muelle abrazo,

Cual un molde fiel conservarán la impronta.

Si yo no puedo, malogrado todo mi arte diligente,

Por Peana tallar una Pluma de plata,

Pondré la Serpiente que me muerde las entrañas

Bajo tus talones, a fin de que tú pises y te mofes,

Reina victoriosa y fecunda en redenciones,

Este monstruo hinchado de odio y de salivazos.

Tú verás mis Pensamientos, alineados como los Cirios

Ante el altar florido de la Reina de las Vírgenes,

Estrellando el cielorraso pintado de azul,

Mirándote siempre con ojos de fuego;

Y como todo en mí te quiere y te admira,

Todo se hará Benjuí, Incienso, Olíbano, Mirra,

Y sin cesar hacia ti, cumbre blanca y nevada,

En Vapores ascenderá mi Espíritu tempestuoso.

Finalmente, para completar tu papel de María,

Y para mezclar el amor con la barbarie,

¡Negra Voluptuosidad! de los siete Pecados capitales,

Verdugo lleno de remordimientos, yo haré siete Puñales

Bien afilados, y, como un juglar insensible,

Tomando lo más profundo de tu amor por blanco,

¡Yo los plantaré a todos en tu Corazón jadeante,

En tu Corazón sollozante, en tu Corazón sangrante!

 

1860.


 

LVIII

 

CANCIÓN DE LA TARDE

 

Aunque tus cejas malas

Te infunden un aire extraño

Que no es digno de un ángel,

Hechicera de los ojos atrayentes,

 

¡Yo te adoro!, ¡oh, mi frívola,

Mi terrible pasión!

Con la devoción

del sacerdote por su ídolo.

 

El desierto y la floresta

Embalsaman tus trenzas rústicas.

Tu cabeza tiene las actitudes

Del enigma y del secreto.

 

Sobre tu carne el perfume vaga

Como alrededor del incensario;

Tú encantas como la noche,

Ninfa tenebrosa y cálida.

 

¡Ah! los filtros más fuertes

Nada valen para tu pereza,

¡Y tú conoces la caricia

Que hace revivir a los muertos!

 

Tus caderas están enamoradas

De tus hombros y de tus senos,

Y tú enardeces los cojines

Con tus actitudes lánguidas.

 

Algunas veces, para aplacar

Tu rabia misteriosa,

Tú prodigas, seria,

La mordedura y el beso;

 

Tú me desgarras, mi morena,

Con una risa burlona,

Y luego pones sobre mi corazón

Tu mirada suave como la luna.

 

Bajo tus escarpines de satín,

Bajo tus encantadores pies de seda,

Yo, yo deposito mi inmensa alegría,

Mi genio y mi destino,

 

Mi alma por ti curada,

¡Por ti, luz y color!

Explosión de calor

¡En mi negra Siberia!

 

1860.


 

LIX

 

SISINA

 

¡Imaginaos a Diana en galante cabalgata,

Recorriendo los bosques o batiendo los zarzales,

Cabellos y pecho al viento, embriagándose de ruido,

Soberbia y desafiando a los mejores jinetes!

 

¿Has visto a Turingia, amante de la carnicería,

Incitando al asalto a un pueblo descalzo,

Las mejillas y la mirada ardientes, encarnando su personaje,

Y trepando, sable en mano, las reales escaleras?

 

¡Tal la Sisina! Pero, la dulce guerrera

Tiene el alma tan caritativa como asesina;

Su coraje, enloquecido de pólvora y de tambores,

 

Ante los suplicantes sabe abatir las armas,

Y su corazón, azotado por la llama, tiene siempre,

Para el que se muestra digno, un receptáculo de lágrimas.

 

1859.


 

LX

 

FRANCISCAE MEAE LAUDES

(Versos compuestos para una modista erudita y devota)

 

Novis te cantabo chordis,

O novelletum quod ludís

In solitudine cordis.

 

Esto sertis implicata,

O femina delicata,

Per quam solvuntur peccata!

 

Sicut beneficum Lethe,

Hauriam oscula de te,

Quae imbuta es magnete.

 

Quum vitiorum tempestas

Turbabat omnes semitas,

Apparuisti, deitas,

 

Velut stella salutaris

In naufragiis amaris...

Suspendam cor tuis aris!

 

Piscina plena virtutis,

Fons aeternae juventutis,

Labris vocem redde mutis!

 

Quod erat spurcum, cremasti;

Quod rudius, exaequasti;

Quod debile, confirmasti!

 

In fame mea taberna,

In nocte mea lucerna,

Recte me semper guberna.

 

Adde nunc vires viribus,

Dulce balneum suavibus

Unguentatum odoribus!

 

Meos circa lumbos mica,

O castitatis lorica,

Aqua tincta seraphica;

 

Patera gemmis corusca,

Pañis salsus, mollis esca,

Divinum vinum, Francisca!

 

(Véase al final de GALANTERÍAS)

1857.


 

LXI

 

A UNA DAMA CRIOLLA

 

En el país perfumado que el sol acaricia,

Yo he conocido, bajo un dosel de árboles empurpurados

Y palmeras de las que llueve sobre los ojos la pereza,

A una dama criolla de encantos ignorados.

 

Su tez es pálida; la morena encantadora

Tiene en el cuello un noble amaneramiento;

Alta y esbelta, al marchar como una cazadora,

Su sonrisa es tranquila y sus ojos arrogantes.

 

Si fueras, Señora, al verdadero país de la gloria,

Sobre las riberas del Sena o del verde Loire,

Beldad digna de ornar las antiguas moradas,

 

Harías, en el recogimiento umbríos refugios,

Germinar mil sonetos en los corazones de los poetas

Que tus grandes ojos someterían más esclavos que tus negros.

 

1845.


 

LXII

 

MOESTA ET ERRABUNDA

 

Dime, ¿a veces, tu corazón no vuela, Ágata,

Lejos del negro océano de la inmunda ciudad,

Hacia otro océano donde el resplandor estalla,

Azul, claro, profundo, como la virginidad?

Dime, ¿a veces, tu corazón no vuela, Ágata?

 

¡La mar, la mar inmensa, consuela nuestros desvelos!

¿Qué demonio ha dotado a la mar, ronca cantante

Que acompaña el inmenso órgano de los vientos gruñidores,

De esta función sublime de canción de cuna?

¡La mar, la mar inmensa, consuela nuestros desvelos!

 

¡Llévame, vagón!   ¡Llévame, fragata!

¡Lejos! ¡lejos! ¡aquí el lodo formado está por nuestras lágrimas!

-¿Es verdad que, a veces, el triste corazón de Ágata

Dice: "Lejos de los remordimientos, de los crímenes, de los dolores,

Llévame, vagón; llévame, fragata"?

 

¡Cuan lejos estás, paraíso perfumado!

Donde bajo un claro azur todo no es más que amor y alegría,

Donde lo que se ama es digno de ser amado,

¡Dónde, en la voluptuosidad pura el corazón se ahoga!

¡Cuan lejos estás, paraíso perfumado!

 

Pero, el verde paraíso de los amores infantiles,

Las carreras, las canciones, los besos, los ramilletes,

Los violines vibrando detrás de las colinas,

Con los jarros de vino, de noche, entre las frondas,

-Pero, el verde paraíso de los amores infantiles,

 

El inocente paraíso, lleno de placeres furtivos,

¿Está más lejos que la India y que la China?

¿Podemos recordarlo con gritos lastimeros

Y animar aún con una voz argentina,

El inocente paraíso lleno de placeres furtivos?

 

1855.


 

LXIII

 

EL ESPECTRO

 

Como los ángeles, con ojo furtivo,

Yo volveré a tu alcoba

Y hasta ti me deslizaré sin ruido

Entre las sombras de la noche;

 

Y te daré, mi morena,

Besos fríos como la luna

Y caricias de serpiente

Alrededor de una fosa rampante.

 

Cuando llegue la mañana lívida,

Tú encontrarás mi lugar vacío,

En el que hasta en la noche hará frío.

 

Como otros para la ternura,

Sobre tu vida y sobre tu juventud,

Yo, yo quiero reinar por el terror.

 

1857.


 

LXIV

 

SONETO OTOÑAL

 

Ellos me dicen, tus ojos, claros como el cristal:

"Para ti, caprichoso amante, ¿Cuál es, pues, mi mérito?"

-¡Eres encantador, y callas!  Mi corazón, que todo irrita,

Excepto el candor del antiguo animal,

 

No quiere mostrarte su secreto infernal,

Mecedora cuya mano a largos sueños me invita,

Ni su negra leyenda con el fuego escrita.

¡Yo odio la pasión y el espíritu me hace mal!

 

Amémonos dulcemente.  El amor en su guarida,

Tenebroso, emboscado, tiende su arco fatal.

Yo conozco los artilugios de su viejo arsenal:

 

¡Crimen, horror y locura! - ¡Oh, pálida margarita!

Como yo, ¿no eres tú un sol otoñal,

Oh, mi blanquísima, oh, mi frigidísima Margarita?

 

1859.


 

LXV

 

TRISTEZAS DE LA LUNA

 

Esta noche, la luna sueña con más pereza;

Tal como una beldad, sobre numerosos cojines,

Que con mano distraída y leve acaricia

Antes de dormirse, el contorno de sus senos,

 

Sobre el dorso satinado de las muelles eminencias,

Desfalleciente, ella se entrega a largos espasmos,

Y pasea sus miradas sobre las imágenes blancas

Que trepan hasta el azur como floraciones.

 

Cuando, a veces, sobre este globo, en su languidez ociosa,

Ella deja escapar una lágrima furtiva,

Un poeta piadoso, enemigo del sueño,

 

En la cavidad de su mano coge esta lágrima pálida,

Con reflejos irisados, como un fragmento de ópalo,

Y la coloca en su corazón lejos de las miradas del sol.

 

1857.


 

LXVI

 

LOS GATOS

 

Los amantes fervorosos y los sabios austeros

Gustan por igual, en su madurez,

De los gatos fuertes y dulces, orgullo de la casa,

Que como ellos son friolentos y como ellos sedentarios.

 

Amigos de la ciencia y de la voluptuosidad,

Buscan él silencio y el horror de las tinieblas;

El Erebo se hubiera apoderado de ellos para sus correrías fúnebres,

Si hubieran podido ante la esclavitud inclinar su arrogancia.

 

Adoptan al soñar las nobles actitudes

De las grandes esfinges tendidas en el fondo de las soledades,

Que parecen dormirse en un sueño sin fin;

 

Sus grupas fecundas están llenas de chispas mágicas,

Y fragmentos de oro, cual arenas finas,

Chispean vagamente en sus místicas pupilas.

 

1847.


 

LXVII

 

LOS BUHOS

 

Bajo los techos negros que los abrigan,

Los búhos se mantienen alineados,

Como dioses extraños,

Clavando su mirada roja. Meditan.

 

Sin moverse se mantendrán

Hasta la hora melancólica

En que, empujando el sol oblicuo,

Las tinieblas se establezcan.

 

Su actitud, por sabia, enseña

Que es preciso en este mundo que tema

El tumulto y el movimiento;

 

El hombre embriagado por la sombra que pasa

Lleva siempre el castigo

De haber querido cambiar de sitio.

 

1851.


LXVIII

 

LA PIPA

 

Yo soy la pipa de un autor;

Se comprueba, al contemplar mi rostro

De abisinio o de cafre,

Que mi dueño es un gran fumador.

 

Cuando está colmado de dolor,

Yo humeo como la casucha

Donde se prepara la comida

Para el regreso del labrador.

 

Yo envuelvo y arrullo su alma

En la red móvil y azul

Que asciende de mi boca encendida,

 

Y envuelvo un poderoso dictamen

Que encanta su corazón y cura

De fatigas a su espíritu.

 

1857.


 

LXIX

 

LA MÚSICA

 

¡La música frecuentemente me coge como un mar!

Hacia mi pálida estrella,

Bajo un techado de brumas o en la vastedad etérea,

Yo me hago a la vela;

 

El pecho saliente y los pulmones hinchados

Como velamen,

Yo trepo al lomo de las olas amontonadas

Que la noche me vela;

 

Siento vibrar en mí todas las pasiones

De un navío que sufre;

El buen viento, la tempestad y sus convulsiones

 

Sobre el inmenso abismo

Me mecen.  ¡Otras veces, calma chicha, gran espejo

De mi desesperación!

 

1857.


 

LXX

 

SEPULTURA

 

Si en una noche pesada y sombría

Un buen cristiano, por caridad,

Detrás de unos viejos escombros

Entierra vuestro cuerpo alabado,

 

A la hora en que las castas estrellas

Cierran sus ojos abrumados,

La araña en ellos hará sus telas,

Y la víbora sus crías;

 

Escucharéis durante todo el año

sobre vuestra cabeza condenada

Los aullidos lamentables de los lobos

 

Y de las brujas famélicas,

El retozar de los viejos lúbricos.

Y las conspiraciones de los negros rateros.

 

1857.


 

LXXI

 

UN GRABADO FANTÁSTICO

 

Este espectro singular no tiene otro aderezo,

Grotescamente plantado sobre su frente de esqueleto,

Que una diadema horrible y carnavalesca.

Sin espuelas, sin fusta, acosa un caballo,

Fantasma como él, rocín apocalíptico,

Que babea por el belfo como un epiléptico.

A través del espacio se precipitan juntos,

Y hollan el infinito con un casco atrevido.

El jinete pasea su sable que flamea

Sobre las multitudes innúmeras que su montura tritura,

Y recorre, cual un príncipe inspeccionando su palacio,

El cementerio inmenso y frío, sin horizonte,

En el que yacen, bajo la luz de un sol blanco y opaco,

Los pueblos de la historia antigua y moderna.

 

1857.


 

LXXII

 

EL MUERTO ALEGRE

 

En una tierra crasa y llena de caracoles

Yo mismo quiero cavar una fosa profunda,

Donde pueda holgadamente tender mis viejos huesos

Y dormir en el olvido como un tiburón en la onda.

 

Yo odio los testamentos y yo odio las tumbas;

Antes que implorar una lágrima del mundo

Viviente, preferiría invitar a los cuervos

A sangrar todas las puntas de mi osamenta inmunda.

 

¡Oh, gusanos! negros compañeros sin orejas y sin ojos,

Ved cómo hasta vosotros llega un muerto libre y alegre;

Filosóficos vividores, hijos de la podredumbre,

 

A través de mi ruina pasad sin remordimientos,

Y decidme si hay aún alguna tortura

Para este viejo cuerpo sin alma ¡y muerto entre los muertos!

 

1851.


 

LXXIII

 

EL TONEL DEL ODIO

 

El Odio es el tonel de las pálidas Danaides;

La Venganza consternada con brazos rojos y fuertes

Se ha complacido en precipitar en sus tinieblas vacías

Grandes cubos colmados de sangre y de lágrimas de los muertos,

 

El Demonio hace hoyos secretos en esos abismos,

Por donde huirían mil años de sudores y esfuerzos,

Aunque ella lograra reanimar sus víctimas,

Y para oprimirlas resucitar sus cuerpos.

 

El Odio es un beodo en el fondo de una taberna,

Que siente siempre la sed nacer del licor

Y multiplicarse como la hidra de Lerna.

 

-Mas los bebedores felices conocen a su vencedor,

Y el Odio es consagrado a la suerte lamentable

De no poder jamás dormirse bajo la mesa.

 

1855.


 

LXXIV

 

LA CAMPANA RAJADA

 

Es amargo y dulce, durante las noches de invierno,

Escuchar, cabe, el fuego que palpita y humea,

Los recuerdos lejanos lentamente elevarse

Al ruido de los carrillones que cantan en la bruma.

 

Bienaventurada la campana de garganta vigorosa

Que, malgrado su vejez, alerta y saludable,

Arroja fielmente su grito religioso,

¡Tal como un veterano velando bajo la tienda!

 

Yo, tengo el alma rajada, y cuando en su tedio

Ella quiere de sus canciones poblar el frío de las noches,

Ocurre con frecuencia que su voz debilitada

 

Parece el rudo estertor de un herido olvidado

Al borde de un lago de sangre, bajo un montón de muertos,

Y que muere, sin moverse, entre inmensos esfuerzos.

 

1851.


 

LXXV

 

SPLEEN

 

(I)

 

Pluvioso, irritado contra la ciudad entera,

De su urna, en grandes oleadas vierte un frío tenebroso

Sobre los pálidos habitantes del vecino cementerio

Y la mortandad sobre los arrabales brumosos.

 

Mi gato sobre el ladrillo buscando una litera

Agita sin reposo su cuerpo flaco y sarnoso;

El alma de un viejo poeta vaga en la gotera

Con la triste voz de un fantasma friolento.

 

El bordón se lamenta, y el leño ahumado

Acompaña en falsete al péndulo acatarrado,

Mientras que en un mazo de naipes lleno de sucios olores,

 

Herencia fatal de una vieja hidrópica,

El hermoso valet de coeur y la dama de pique

Charlan siniestramente de sus amores difuntos.

 

1857.


 

LXXVI

 

SPLEEN

 

(II)

 

Yo tengo más recuerdos que si tuviera mil años.

 

Un gran mueble de cajones atiborrado de facturas,

De versos, de dulces esquelas, de procesos, de romances,

Con abundantes cabellos enredados en recibos,

Oculta menos secretos que mi triste cerebro.

Es una pirámide, una inmensa cueva,

Que contiene más muertos que la fosa común.

-Yo soy un cementerio aborrecido de la luna,

Donde, como remordimientos, se arrastran largos gusanos

Que se encarnizan siempre sobre mis muertos más queridos.

Yo soy un viejo gabinete lleno de rosas marchitas,

Donde yace toda una maraña de modas anticuadas,

Donde los pasteles plañideros y los pálidos Boucher,

Solos, exhalan el olor de un frasco destapado.

 

Nada iguala en longitud a las cojas jornadas,

Cuando bajo los pesados flecos de las nevadas épocas

El hastío, fruto de la melancólica incuria,

Adquiere las proporciones de la inmortalidad.

-Desde ya tú no eres más, ¡oh, materia viviente!

Que una peña rodeada de un vago espanto,

Adormecida en el fondo de un Sahara brumoso;

Una vieja esfinge ignorada del mundo indiferente,

Olvidada sobre el mapa, y cuyo humor huraño

No canta más que a los rayos del sol poniente.

 

1857.


 

LXXVII

 

SPLEEN

 

(III)

 

Yo soy como el rey de un país lluvioso,

Rico, pero impotente, joven y no obstante antiquísimo,

Que, de sus preceptores despreciando las reverencias,

Se hastía con sus perros como con otras bestias.

Nada puede distraerle, ni caza, ni halcón,

Ni su pueblo muriendo ante su balcón.

Del bufón favorito la grotesca balada

No distrae más la frente de este cruel enfermo;

Su lecho flordelisado se transforma en tumba,

Y las azafatas, para las que todo príncipe es bello,

No saben más encontrar el impúdico tocado

Para arrancar una sonrisa a este joven esqueleto.

El sabio que le hace el oro jamás ha podido

De su ser extirpar el elemento corrompido,

Y en esos baños de sangre que de los romanos proceden,

Y de los que de sus lejanos días los poderosos se recuerdan,

No ha sabido recalentar este cadáver alelado

Por el que corre, en lugar de sangre, el agua verde del Leteo.

 

1857.


 

LXXVIII

 

SPLEEN

 

(IV)

 

Cuando el cielo bajo y pesado como tapadera

Sobre el espíritu gemebundo presa de prolongados tedios,

Y del horizonte, abarcando todo el círculo,

Nos vierte un día negro más triste que las noches;

 

Cuando la tierra se cambia en un calabozo húmedo,

Donde la Esperanza, como un murciélago,

Se marcha batiendo los muros con su ala tímida

Y golpeándose la cabeza en los cielorrasos podridos;

 

Cuando la lluvia, desplegando sus enormes regueros

De una inmensa prisión imita los barrotes,

Y una multitud muda de infames arañas

Acude para tender sus redes en el fondo de nuestros cerebros,

 

Las campanas, de pronto, saltan enfurecidas

Y lanzan hacia el cielo su horrible aullido,

Cual espíritus errabundos y sin patria

Poniéndose a gemir porfiadamente.

 

-Y largos cortejos fúnebres, sin tambores ni música,

Desfilan lentamente por mi alma; la Esperanza

Vencida, llora, y la Angustia atroz, despótica,

Sobre mi cráneo prosternado planta su bandera negra.

 

1857.


 

LXXIX

 

OBSESIÓN

 

Grandes bosques, me espantáis como catedrales;

Aulláis como el órgano; y en nuestros corazones malditos,

Estancias de eterno duelo donde vibran viejos estertores,

Responden a los ecos de vuestros De profundis.

 

¡Yo te odio, Océano! tus saltos y tus tumultos,

Mi espíritu en él los recobra. Esta risa amarga

Del hombre vencido, lleno de sollozos y de insultos,

Yo la escucho en la risa enorme del mar.

 

¡Cómo me agradarías, oh noche! ¡Sin estas estrellas

Cuya luz habla un lenguaje conocido!

¡Porque yo busco el vacío, y el negro, y el desnudo!

 

Pero, las tinieblas son ellas mismas las telas

donde viven, brotando de mis ojos por millares,

Los seres desaparecidos de las miradas familiares.

 

1860.


LXXX

 

EL GUSTO DE LA NADA

 

Melancólico espíritu, en otros tiempos enamorado de la lucha,

La Esperanza, cuya espuela acuciaba tu ardor,

¡No quiere más montarte! Acuéstate sin pudor,

Viejo caballo cuyos cascos en cada obstáculo chocan.

 

Resígnate, corazón mío; duerme tu sueño de bruto.

 

Espíritu vencido, ¡despeado! Para ti, viejo merodeador,

El amor no tiene más gusto, no más que la disputa,

¡Adiós, pues, cantos del cobre y suspiros de la flauta!

¡Placeres, no tentéis más un corazón sombrío y embustero!

 

¡La Primavera adorable ha perdido su perfume!

 

Y el Tiempo me engulle minuto tras minuto,

Como la nieve inmensa un cuerpo ya tieso;

Yo contemplo desde lo alto el globo en su redondez

Y no busco más el abrigo de una choza.

 

Avalancha, ¿quieres arrastrarme en tu caída?

 

1859.


 

LXXXI

 

ALQUIMIA DEL DOLOR

 

El Uno te ilumina con su ardor,

El otro en ti te pone su duelo, ¡Natura!

El que dice a uno: ¡Sepultura!

Dice al otro: ¡Vida y esplendor!

 

Hermes desconocido que me asistes

Y que siempre me intimidas,

Tú me haces al igual de Midas,

El más triste de los alquimistas;

 

Por ti yo cambio el oro en hierro

Y el paraíso en infierno;

En el sudario de las nubes

 

Descubro un cadáver querido,

Y sobre las celestes riberas

Levanto grandes sarcófagos.

 

1860.


 

LXXXII

 

HORROR SIMPÁTICO

 

De este cielo extravagante y lívido,

Atormentado como tu destino,

¿Qué pensamientos en tu alma vacía

Descienden? Responde, libertino.

 

-Insaciablemente, ávido

De lo oscuro y lo incierto,

Yo no gemiré como Ovidio

Arrojado del paraíso latino.

 

Cielos desgarrados como arenales

En vosotros se contempla mi orgullo;

Vuestras amplias nubes enlutadas

 

Son los carros fúnebres de mis sueños,

Y vuestros fulgores son el reflejo

Del Infierno donde mi corazón se complace.

 

1860.


 

LXXXIII

 

EL HEOTONTIMORUMENOS

(Pieza de Terencio)

 

Para J.G.F.

 

Yo te golpearé sin cólera

Y sin odio, como un leñador,

¡Como Moisés la roca!

Y haré de tus párpados,

 

Para abrevar mi Sahara,

Brotar las aguas del sufrimiento.

Mi deseo preñado de esperanza

Sobre tus lágrimas saladas flotará

 

Como un navío que zarpa,

Y en mi corazón que embriagarán

¡Tus queridos sollozos resonarán

Como un tambor que bate a la carga!

 

¿No soy yo un falso acorde

En la divina sinfonía,

Gracias a la voraz Ironía

Que me sacude y me muerde?

 

¡Ella está en mi garganta, la grita!

¡Es toda mi sangre, este veneno negro!

¡Yo soy el siniestro espejo

Donde la furia se contempla!

 

¡Yo soy la herida y el cuchillo!

¡Yo soy la bofetada y la mejilla!

¡Yo soy los miembros y la rueda,

Y la víctima y el verdugo!

 

Yo soy de mí corazón el vampiro,

-Uno de esos grandes abandonados

A la risa eterna condenados,

¡Y que no pueden más sonreír!

 

1857.


 

LXXXIV

 

LO IRREMEDIABLE

 

I

 

Una Idea, una Forma, un Ser

Surgido del azur y caído

En una Estigia cenagosa y plomiza

Donde ninguna mirada del Cielo penetra;

 

Un Ángel, imprudente viajero

Que ha tentado el amor de lo informe,

En el fondo de una pesadilla enorme

Debatiéndose como un nadador,

 

Y luchando, ¡angustias fúnebres!

Contra un gigantesco remolino

Que va cantando como los locos

Y pirueteando en las tinieblas;

 

Un desdichado hechizado

En sus tanteos fútiles,

Para huir de un lugar lleno de reptiles,

Buscando la luz y la clave;

 

Un condenado descendiendo sin lámpara

Al borde de un abismo cuyo olor

Traiciona la húmeda profundidad,

De eternas escaleras sin peldaños,

 

Donde velan monstruos viscosos

Cuyos enormes ojos fosforescentes

Hacen una noche más negra todavía

Dejándoles visibles sólo a ellos;

 

Un navío apresado en el polo,

Como en una trampa de cristal,

Buscando por qué estrecho fatal

Ha caído en aquel calabozo;

 

-Emblemas nítidos, cuadro perfecto

De una fortuna irremediable,

¡Qué hace pensar que el Diablo

Realiza siempre bien cuanto él hace!

 

II

 

¡Coloquio sombrío y límpido

De un corazón convertido en su espejo!

Pozo de la Verdad, claro y negro,

Donde tiembla una estrella lívida,

 

Un faro irónico, infernal,

Antorcha de gracias satánicas,

Consuelo y gloria únicos,

-¡La conciencia en el Mal!

 

1857.


 

LXXXV

 

EL RELOJ

 

¡Reloj! ¡Divinidad siniestra, horrible, impasible,

Cuyo dedo nos amenaza y nos dice: ¡Recuerda!

Los vibrantes Dolores en tu corazón lleno de terror

Se plantarán pronto como en un blanco;

 

El Placer vaporoso huirá hacia el horizonte

Tal como una sílfide hacia el fondo del pasillo;

Cada instante te devora un trozo de la delicia

Acordada a cada hombre para toda su estancia.

 

Tres mil seiscientas veces por hora, el Segundero

Murmura: ¡Recuerda! -Rápido, con su voz

De insecto, Ahora dice: ¡Yo soy Antaño,

Y yo he bombeado tu vida con mi trompa inmunda!

 

¡Remember! ¡Recuerda! pródigo Esto memorl

(Mi garganta de metal habla todas las lenguas.)

¡Los minutos, muerte juguetona, son gangas

Que no hay que dejar sin extraer el oro!

 

¡Recuerda! que el Tiempo es un jugador ávido

Que gana sin trampear, ¡en todo golpe! es la ley.

El día declina; la noche aumenta: ¡recuerda!

El abismo tiene siempre sed; la clepsidra se vacía.

 

Luego sonará la hora en que el Divino Azar,

Donde la augusta Virtud, tu esposa todavía virgen,

Donde el Arrepentimiento mismo (¡oh, el postrer refugio!)

Donde todo te dirá: ¡Muere, viejo flojo! ¡es muy tarde!"

 

1860.


 

CUADROS PARISIENSES

 

LXXXVI

 

PAISAJE

 

Yo quiero, para componer castamente mis églogas,

Acostarme cerca del cielo, como los astrólogos,

Y vecino de los campanarios, escuchar soñando

Sus himnos solemnes arrastrados por el viento.

Las dos manos bajo el mentón, desde lo alto de la bohardilla,

 

Yo veré el taller que canta y que charla;

Las chimeneas, los campanarios, esos mástiles de la cité,

Y los amplios cielos que hacen soñar con la eternidad.

 

Es grato, a través de las brumas, ver nacer

Las estrellas en el azur, la lámpara en la ventana,

Los vahos del carbón trepar al firmamento

Y la luna volcar su pálido encantamiento.

Yo veré las primaveras, los estíos, los otoños,

Y cuando llegue el invierno de las nieves monótonas,

Cerraré por todas partes portezuelas y postigos

Para edificar en la noche mis feéricos palacios.

Entonces soñaré con horizontes azulados,

Jardines, surtidores llevando en los alabastros,

Besos, pájaros cantando noche y día,

Y todo cuanto el Idilio tiene de más infantil.

El Motín, atronando vanamente en mi ventana,

No hará levantar mi frente de mi pupitre;

Porque estaré sumergido en esta voluptuosidad

De evocar la Primavera con mi voluntad,

Extraer un sol de mi corazón, y hacer

De mis pensamientos ardientes una tibia atmósfera.

 

1857.


 

LXXXVII

 

EL SOL

 

A lo largo del viejo faubourg, donde penden en las casuchas

Las persianas, abrigo de secretas lujurias,

Cuando el sol cruel cae con trazos redoblados

Sobre la ciudad y los campos, sobre los techos y los trigales,

Yo acudo a ejercitarme solo en mi fantástica esgrima,

Husmeando en todos los rincones las sorpresas de la rima.

Tropezando sobre las palabras como sobre los adoquines.

Chocando a veces con versos hace tiempo soñados.

 

Este padre nutricio, enemigo de las clorosis,

Despierta en los campos los versos como las rosas;

Hace evaporarse las preocupaciones hacia el cielo,

Y colma los cerebros y las colmenas de miel.

Es él quien rejuvenece a los que empuñan muletas

Y los torna alegres y dulces como muchachas jóvenes,

Y ordena a los sembrados crecer y madurar

¡En el corazón inmortal que siempre quiere florecer!

 

Cuando, igual que un poeta, desciende en las ciudades,

Ennoblece el destino de las cosas más viles,

Introduciéndose cual rey, sin ruido y sin lacayos,

En todos los hospitales y en todos los palacios.

 

1861.


 

LXXXVIII

 

A UNA MENDIGA PELIRROJA

 

Blanca muchacha de los cabellos rojizos,

Cuyo vestido por los agujeros

Deja ver la pobreza

Y la belleza,

 

Para mí, poeta enclenque,

Tu joven cuerpo enfermizo,

Lleno de pecas,

Tiene su dulzura.

 

Tú llevas más galantemente

Que una reina de romance

Sus coturnos de terciopelo

Tus zuecos burdos.

 

En lugar de un harapo muy corto,

Un soberbio traje de corte

Arrastra con pliegues rumorosos y largos

Sobre tus talones;

 

En lugar de medias agujereadas,

Para los ojos taimados

Sobre tu pierna un puñal de oro

Reluce todavía;

 

Nudos mal ajustados

Desnudan para nuestros pecados

Tus dos hermosos senos, radiantes

Como dos ojos;

 

Que para desnudarte

Tus brazos se hacen rogar

Y expulsan con golpes vivaces

Los dedos traviesos,

 

Perlas del más bello oriente,

Sonetos del maestro Belleau

Por tus galantes engrillados

Sin cesar ofrecidos

 

Chusma de rimadores

Dedicándote sus primores

Y contemplando tu zapato

Bajo la escalera,

 

Más de un paje enamorado del azar,

Más que un señor y más que un Ronsard

¡Espiaban por diversión

Tu fresco escondrijo!

 

Tú contabas en tus lechos

Más besos que lises

Y ordenabas bajo tus leyes

¡Más de un Valois!

 

-Empero tú vas mendigando

Algún viejo mendrugo yaciendo

En el umbral de cualquier Véfour

De la encrucijada;

 

Tú vas curioseando por debajo

Joyas de veintinueve sueldos

Que yo no puedo, ¡oh, perdón!

Regalarte.

 

¡Ve, pues, sin otro adorno,

Perfumes, perlas, diamante,

Que tu magra desnudez!

¡Oh, mi belleza!

 

1861.


LXXXIX

 

EL CISNE

 

A Víctor Hugo.

 

I

 

¡Andrómaca, pienso en ti! Este riacho,

Pobre y triste espejo donde antaño resplandeció

La inmensa majestad de vuestros dolores de viuda,

Este Simoïs mentiroso que con vuestras lágrimas crece,

 

Ha fecundado de pronto mi memoria fértil,

Cuando yo atravesaba el nuevo Carrousel.

El viejo París terminó (la forma de una ciudad

Cambia más rápido, ¡ah!, que el corazón de un mortal);

 

Yo no veo sino con el espíritu todo este caserío,

Este montón de capiteles esbozados y los fustes,

Las hierbas, los grandes bloques verdecidos por el agua de las charcas,

Y brillando en las ventanas, el bric-a-bras confuso.

 

Allí se mostraba antaño una casa de fieras;

Allá yo vi, una mañana, en la hora en que bajo los cielos

Fríos y claros el Trabajo se despierta, en que la basura

Empuja un sombrío huracán en el aire silencioso,

 

Un cisne que se había evadido de su jaula,

Y, con sus patas palmípedas frotando el empedrado seco,

Sobre el suelo' áspero arrastraba su blanco plumaje.

Cerca de un arroyo sin agua la bestia abriendo el pico

 

Bañaba nerviosamente sus alas en el polvo,

Y decía, el corazón lleno de su bello lago natal:

"Agua, ¿Cuándo lloverás? ¿Cuándo tronarás, rayo?"

Yo veo este desdichado, mito extraño y fatal,

 

Hacia el cielo algunas veces, como el hombre de Ovidio,

Hacia el cielo irónico y cruelmente azul,

Sobre su cuello convulsivo tender su cabeza ávida,

¡Como si dirigiera reproches a Dios!

 

II

 

¡París cambia! ¡pero, nada en mi melancolía

Se ha movido! palacios nuevos, andamiajes, bloques,

Viejos arrabales, todo para mí vuélvese alegoría,

Y mis caros recuerdos son más pesados que rocas.

 

También ante este Louvre una imagen me oprime:

Y pienso en mi gran cisne, con sus gestos locos,

Como los exiliados, ridículo y sublime,

¡Y roído por un deseo sin tregua! y luego en vos,

 

Andrómaca, de los brazos de un gran esposo caída,

Vil rebaño, bajo la mano del soberbio Pirro,

Cabe una tumba vacía en éxtasis doblegado;

Viuda de Héctor, ¡ah! ¡y mujer de Heleno!

 

Yo pienso en la negra, enflaquecida y tísica,

Chapaleando en el lodo, y buscando, la mirada huraña,

Los cocoteros ausentes del África soberbia

Detrás de la muralla inmensa de neblina;

 

En cualquiera que ha perdido lo que no se encuentra

¡Jamás, jamás! ¡en los que beben lágrimas!

¡Y maman del Dolor cual de una buena loba!

¡En los flacos huérfanos secándose cual flores!

 

También en la selva donde mi espíritu se exilia

¡Un viejo Recuerdo resuena con la plenitud del cuerno!

Pienso en los marineros olvidados en una isla,

¡En los cautivos, en los vencidos!...  ¡y en muchos otros todavía!

 

1860.


 

XC

 

LOS SIETE ANCIANOS

A Víctor Hugo

 

Hormigueante ciudad, llena de sueños,

Donde el espectro en pleno Día agarra al transeúnte!

Los misterios rezuman por todas partes como las savias

En los canales estrechos del coloso poderoso.

 

Una mañana, mientras que en la triste calle

Las casas, cuya altura prolonga la bruma,

Simulaban los dos muelles de un río crecido,

Y que, decoración semejante al alma del actor,

 

Una niebla sucia y amarilla inundaba tanto el espacio,

Yo seguía, atesando mis nervios cual un héroe

Y discutiendo con mi alma ya cansada,

El "faubourg" sacudido por las pesadas carretas.

 

De pronto, un anciano cuyos guiñapos amarillos

Imitaban el color de este cielo lluvioso,

Y de los que el aspecto había hecho llover las limosnas,

Sin la maldad que lucía en sus ojos,

 

Se me apareció. Se hubiera dicho su pupila empapada

En la hiel; su mirada agudizando la escarcha,

Y su barba de largas guedejas, afilada como una espada,

Se proyectaba, parecida a la de Judas.

 

No estaba encorvado, sino quebrado, su espinazo

Hacía con su pierna imperfecto ángulo recto,

Si bien su bastón, completando su estampa,

Le imprimía el talante y el paso torpe

 

De un cuadrúpedo enfermo o de un brasero de tres patas.

En la nieve y el barro avanzaba atascándose,

Cual si aplastara muertos bajo sus chanclos,

Hostil al universo más bien que indiferente.

 

Su semejante le seguía: barbas, ojos, dorso, bastón, guiñapos,

Ningún rasgo distinguía, del mismo infierno llegado,

Este jumento centenario, y estos espectros barrocos

Marchaban con el mismo peso hacia un final desconocido.

 

¿A qué complot infame estaba yo expuesto,

O qué perverso azar así me humillaba?

¡Porque yo conté siete veces, de minuto en minuto,

Este siniestro anciano que se multiplicaba!

 

Que aquel que se burla de mi inquietud,

Y que no se ha sentido alcanzado por un estremecimiento fraternal,

Si bien que, pese a tanta decrepitud,

¡Estos siete monstruos horribles tenían el aire eterno!

 

¿Hubiera yo, sin morir, contemplado el octavo,

Sosías inexorable, irónico y fatal,

Asqueante Fénix, hijo y padre de sí-mismo?

-Mas volví las espaldas al cortejo infernal.

 

¡Exasperado como un ebrio que viera doble,

Retorné, cerré mi puerta, espantado,

Enfermo y pasmado, el espíritu afiebrado y turbado,

Herido por el misterio y por el absurdo!

 

Vanamente mi razón quería empuñar la barra;

La tempestad jugando derrotaba mis esfuerzos,

¡Y mi alma danzaba, danzaba, vieja gabarra

Sin mástiles, sobre un mar monstruoso y sin riberas!

 

1859.


 

XCI

 

LAS VIEJECITAS

A Víctor Hugo

 

En los pliegues sinuosos de las viejas capitales,

Donde todo, hasta el horror, vuelve a los sortilegios,

Espío, obediente a mis humores fatales,

Los seres singulares, decrépitos y encantadores.

 

Estos monstruos dislocados fueron antaño mujeres

¡Eponina o Lais!  Monstruos rotos, jorobados

O torcidos, ¡amémoslos! son todavía almas

Bajo faldas agujereadas y bajo fríos trapos.

 

Trepan, flagelados por el cierzo inicuo,

Estremeciéndose al rodar estrepitoso de los ómnibus,

Y apretando contra su flanco, cual si fueran reliquias,

Un saquito bordado de flores o de arabescos;

 

Trotan, muy parecidos a marionetas;

Se arrastran, como hacen las bestias heridas,

O bailan, sin querer bailar, pobres campanillas

De las que cuelga un Demonio sin piedad. Destrozados

 

Como están, tienen ojos taladrantes cual una barrena,

Brillantes como esos agujeros en los que el agua duerme en la noche;

Tienen los ojos divinos de la tierna niña

Que se maravilla y ríe a todo cuanto reluce.

 

-¿Habéis observado que muchos féretros de viejas

Son casi tan pequeños como el de un niño?

La Muerte sabia deposita en esas cajas iguales

Un símbolo de un sabor caprichoso y cautivante,

 

Y cuando entreveo un fantasma débil

Atravesando de París el hormigueante cuadro,

Me parece siempre que este ser frágil

Se marcha muy dulcemente hacia una nueva cuna;

 

A menos que, meditando sobre la geometría,

Yo no busque, en el aspecto de esos miembros discordes,

Cuántas veces es preciso que el obrero varíe

La forma de la caja donde se meten todos esos cuerpos.

 

-Esos ojos son pozos abiertos por un millón de lágrimas,

Crisoles que un metal enfriado recubre con pajuelas...

¡Esos ojos misteriosos tienen invencibles encantos

Para aquel que el austero Infortunio amamanta!

 

II

 

De Frascati difunta Vestal enamorada;

Sacerdotisa de Talía, ¡ah!, de la que el apuntador

Enterrado sabe el nombre; célebre evaporada

Que Tívole antaño sombreaba en su flor,

¡Todas me embriagan! Pero, entre esos seres débiles

Los hay que, haciendo del dolor una miel,

Han dicho al Sacrificio que les prestaba sus alas:

Hipógrifo poderoso, ¡llévame hasta el cielo!

 

La una, por su patria en la desdicha ejercitada,

La otra, que el esposo sobrecargó de dolores,

La otra, por su hijo Madona traspasada,

¡Todas habrían podido formar un río con sus lágrimas!

 

III

 

¡Ah!  ¡Cómo he seguido a esas viejecitas!

Una, entre otras, a la hora en que el sol poniente

Ensangrienta el cielo con heridas bermejas,

Pensativa, se sentaba apartada sobre un banco,

 

Para escuchar uno de esos conciertos, ricos en cobre

Con los que los soldados, a veces, inundan nuestros jardines,

Y que, en esas tardes de oro en las que nos sentimos revivir,

Vierten cierto heroísmo en el corazón de los ciudadanos.

 

Aquélla, erecta aún, altiva y oliendo a la regla,

Aspirando ávidamente ese canto vivido y guerrero;

Su mirada, a veces, se abría como el ojo de una vieja águila;

¡Su frente de mármol parecía hecha para el laurel!

 

IV

 

Tal como camináis, estoicas y sin quejas,

A través del caos de vivientes ciudades,

madres de sangrante corazón, cortesanas o santas,

De las que, antaño, los nombres por todos eran citados.

 

Vosotras que fuisteis la gracia o que fuisteis la gloria,

¡Nadie os reconoce! Un beodo incivil

Os enrostra al pasar un amor irrisorio;

Sobre vuestros talones brinca un niño flojo y vil.

 

Avergonzadas de existir, sombras encogidas,

medrosas, agobiadas, costeáis los muros;

Y nadie os saluda, ¡extraños destinos!

¡Despojos de humanidad para la eternidad maduros!

 

Pero yo, yo que de lejos tiernamente os espío,

La mirada inquieta, fija sobre vuestros pasos vacilantes,

Como si yo fuera vuestro padre, ¡oh, maravilla!

Saboreo sin que lo sepáis placeres clandestinos:

 

Veo expandirse vuestras pasiones novicias;

Sombríos o luminosos, veo vuestros días perdidos;

¡Mi corazón multiplicado disfruta de todos vuestros vicios!

¡Mi alma resplandece de todas vuestras virtudes!

 

¡Ruinas! ¡Mi familia! ¡oh, cerebros congéneres!

¡Yo cada noche os hago una solemne despedida!

¿Dónde estaréis mañana, Evas octogenarias,

Sobre las que pesa la garra horrorosa de Dios?

 

1859.


 

XCII

 

LOS CIEGOS

 

¡Contémplalos, alma mía; son realmente horrendos!

Parecidos a maniquíes; vagamente ridículos;

Terribles, singulares como los sonámbulos;

Asestando, no se sabe dónde, sus globos tenebrosos.

 

Sus ojos, de donde la divina chispa ha partido.

Como si miraran a lo lejos, permanecen elevados

Hacia el cielo; no se les ve jamás hacia los suelos

Inclinar soñadores su cabeza abrumada.

 

Atraviesan así el negror ilimitado,

Este hermano del silencio eterno. ¡Oh, ciudad!

Mientras que alrededor nuestro, tú cantas, ríes y bramas,

 

Prendada del placer hasta la atrocidad,

¡Mira! ¡Yo me arrastro también! Pero, más que ellos, ofuscado,

Pregunto: ¿Qué buscan en el Cielo, todos estos ciegos?

 

1860.


 

XCIII

 

A UNA TRANSEÚNTE

 

La calle ensordecedora alrededor mío aullaba.

Alta, delgada, enlutada, dolor majestuoso,

Una mujer pasó, con mano fastuosa

Levantando, balanceando el ruedo y el festón;

 

Ágil y noble, con su pierna de estatua.

Yo, yo bebí, crispado como un extravagante,

En su pupila, cielo lívido donde germina el huracán,

La dulzura que fascina y el placer que mata.

 

Un rayo...  ¡luego la noche! - Fugitiva beldad

Cuya mirada me ha hecho súbitamente renacer,

¿No te veré más que en la eternidad?

 

Desde ya, ¡lejos de aquí! ¡Demasiado tarde! ¡Jamás, quizá!

Porque ignoro dónde tú huyes, tú no sabes dónde voy,

¡Oh, tú!, a la que yo hubiera amado, ¡oh, tú que lo supiste!

 

1860.


 

XCIV

 

EL ESQUELETO LABRADOR

 

I

 

En las láminas de anatomía

Que yacen en estos muelles polvorientos,

Donde tanto libro cadavérico

Duerme como una antigua momia,

 

Dibujos a los cuales la gravedad

Y el saber de un viejo artista,

Por más que el tema sea triste,

Han comunicado la Belleza,

 

Se ven, lo que hace más completos

Esos misteriosos horrores,

Cavando como labradores,

Desollados y Esqueletos.

 

II

 

De este terreno que escarbáis,

Labriegos resignados y lúgubres,

Con todo el esfuerzo de vuestras vértebras,

O de vuestros músculos descarnados,

 

Decid, ¿qué cosecha extraña,

Forzados salidos del osario,

Arrancasteis y de qué granjero

Habéis llenado el granero?

 

¿Queréis (¡con un destino harto duro,

Espantoso y claro emblema!)

Mostrar que en la fosa misma

El sueño prometido no es seguro;

 

Que alrededor nuestro la Nada es traidora;

Que todo, hasta la Muerte, nos mientes,

Y que sempiternamente,

¡Ah! necesitaremos quizá

 

En algún país desconocido

Cavar la tierra áspera

Y hundir una pesada pala

Bajo nuestro pie sangriento y desnudo?

 

1859.


 

XCV

 

CREPÚSCULO VESPERTINO

 

He aquí la noche encantadora, amiga del criminal;

Llega como un cómplice, a paso de lobo; el cielo

Se cierra lentamente cual una gran alcoba,

Y el hombre impaciente se cambia en bestia salvaje.

 

¡Oh noche!, amable noche, deseada por aquel

Cuyos brazos, sin mentir, pueden decir: ¡Hoy

Hemos trabajado! - Es la noche la que alivia

Los espíritus que devora un dolor salvaje,

El sabio obstinado cuya frente se abruma,

Y el obrero encorvado que recobra su lecho.

 

Mientras tanto demonios malignos en la atmósfera

Se despiertan pesadamente, cual hombres de negocios,

Y golpean al volar los postigos y el altillo.

A través de las luces que atormenta el viento

La Prostitución se enciende en las calles;

Como un hormiguero ella abre sus salidas;

Por todas partes traza un oculto camino,

Cual el enemigo que intenta un asalto;

Ella se agita en el seno de la ciudad de fango

Como un gusano que roba al Hombre lo que ha comido.

 

Se escuchan aquí y allí las cocinas silbar,

Los teatros chillar, las orquestas roncar;

Las mesas redondas, en las que el juego hace las delicias,

Llénanse de rameras y de estafadores, sus cómplices,

 

Y los ladrones, que no tienen tregua ni merced,

Pronto han de comenzar su trabajo, ellos también,

Y forzar suavemente las puertas y las cajas

Para vivir unos días y vestir a sus amantes.

 

¡Recógete, alma mía, en este grave instante,

Y cierra tu oído a este rugido.

Esta es la hora en que los dolores de los enfermos se agudizan!

La Noche sombría les agarra la garganta; concluyen

Su destino y van hacia la fosa común;

El hospital se llena de sus suspiros. - Más de uno

No llegará jamás en busca de la sopa perfumada,

AI rincón del hogar, de noche, junto a un alma amada.

 

Todavía la mayoría de ellos, jamás han conocido

La Dulzura del hogar, ¡Jamás han vivido!

 

1852.


 

XCVI

 

EL JUEGO

 

En los sillones marchitos, cortesanas viejas,

Pálidas, las cejas pintadas, la mirada zalamera y fatal,

Coqueteando y haciendo de sus magras orejas

Caer un tintineo de piedra y de metal;

 

Alrededor de verdes tapetes, rostros sin labio,

Labios pálidos, mandíbulas desdentadas,

Y dedos convulsionados por una infernal fiebre,

Hurgando el bolsillo o el seno palpitante;

 

Bajo sucios cielorrasos una fila de pálidas arañas

Y enormes quinqués proyectando sus fulgores

Sobre frentes tenebrosas de poetas ilustres

Que acuden a derrochar sus sangrientos sudores;

 

He aquí el negro cuadro que en un sueño nocturno

Vi desarrollarse bajo mi mirada perspicaz.

Yo mismo, en un rincón del antro taciturno,

Me vi apoyado, frío, mudo, ansioso,

 

Envidiando de esas gentes la pasión tenaz,

De aquellas viejas rameras la fúnebre alegría,

¡Y todos gallardamente ante mí traficando,

El uno con su viejo honor, la otra con su belleza!

 

¡Y mi corazón se horrorizó contemplando a tanto infeliz

Acudiendo con fervor hacia el abismo abierto,

Y que, ebrio de sangre, preferiría en suma

El dolor a la muerte y el infierno a la nada!

 

1857.


 

XCVII

 

DANZA MACABRA

 
Para Ernesto Christophe
 

Como un viviente, arrogante de su noble estatura,

Con su gran ramillete, su pañuelo y sus guantes,

Ella tiene la indolencia y la desenvoltura

De una coqueta flaca de porte extravagante.

 

¿Se vio alguna vez en el baile un talle más delgado?

Su vestido exagerado, en su real amplitud,

Se vuelca abundantemente sobre un pie seco que oprime

Un zapato adornado, bello cual una flor.

 

El frunce que juega al borde de las clavículas,

Cual arroyo lascivo frotándose en el peñasco,

Defiende púdicamente de las chanzas ridículas

Los fúnebres encantos que ella sabe ocultar,

 

Sus ojos profundos están hechos de vacío y de tinieblas,

Y su cráneo, con flores artísticamente peinado,

Oscila lánguidamente sobre sus frágiles vértebras,

¡Oh, encanto de un fantasma locamente emperifollado!

 

Algunos te tomarán por una caricatura,

Sin comprender, amantes ebrios de carne,

La elegancia sin nombre de tu humana armadura.

¡Tú respondes, gran esqueleto, a mi gusto más caro!

 

¿Vienes a turbar, con tu imponente mueca,

La fiesta de la Vida? o ¿algún viejo deseo,

Acicateando aún tu viviente esqueleto,

Te impulsa, crédula, al aquelarre del Placer?

 

¿Con el cantar de los violines, y las llamas de las bujías,

Esperas expulsar tu pesadilla burlona,

Y vienes a implorar al torrente de las orgías

Que refresque el infierno encendido en tu corazón?

 

¡Inagotable pozo de necedad y de errores!

¡Del antiguo dolor eterno alambique!

A través del retorcido enrejado de tus costillas

Yo veo, todavía errante, el insaciable áspid.

 

A la verdad, temo que tu coquetería

No alcance un precio digno de sus esfuerzos;

¿Quién, entre esos corazones mortales, alcanza la burla?

¡Los sortilegios del horror sólo embriagan a los fuertes!

 

El abismo de tus ojos, pleno de horribles pensamientos,

Exhala el vértigo, y los bailarines prudentes

No contemplarán sin amargas náuseas

La sonrisa eterna de tus treinta y dos dientes.

 

Empero, ¿quién no ha estrechado entre sus brazos un esqueleto,

Y quién no se ha nutrido de cosas sepulcrales?

¿Qué importa el perfume, el vestido o el tocado?

El que hace ascos demuestra que se cree bello.

 

Bayadera sin nariz, irresistible trotona,

Diles, pues, a estos bailarines que se hacen los ofuscados:

"Arrogantes galanes, pese al arte de los polvos y del colorete,

¡Exhaláis todos la muerte! ¡Oh, esqueletos almizclados!

 

¡Antinoos marchitos, dandis de rostro glabre,

Cadáveres barnizados, lovelaces canosos,

El alboroto universal de la danza macabra

Os arrastra hacia lugares desconocidos!

 

Desde los muelles fríos del Sena a los bordes ardientes del Ganges,

El tropel mortal salta y se pasma, sin ver

La trompeta del Ángel en un agujero del techo

Siniestramente boquiabierto cual un negro trabuco.

 

En todo clima, bajo todo sol, la Muerte te admira

En tus contorsiones, risible Humanidad,

Y a menudo, como tú, perfumándose de mirra,

Mezcla su ironía a tu insensatez!"

 

1857.


 

XCVIII

 

EL AMOR DE LA MENTIRA

 

Cuando te veo pasar, ¡oh!, mi querida, indolente,

Al cantar de los instrumentos que se rompe en el cielo raso

Suspendiendo tu andar armonioso y lento,

Y paseando el hastío de tu mirar profundo;

 

Cuando contemplo bajo la luz del gas que la colora,

Tu frente pálida, embellecida por morbosa atracción,

Donde las antorchas nocturnas encienden una aurora,

Y tus ojos atraen cual los de un retrato,

 

Yo me digo: ¡Qué hermosa es! y ¡qué singularmente fresca!

El recuerdo macizo, real e imponente torre,

La corona, y su corazón cual un melocotón magullado,

Está maduro, como su cuerpo, para el sabio amor.

 

¿Eres el fruto otoñal de sabores soberanos?

¿Eres la urna fúnebre aguardando algunas lágrimas,

Perfume que hace soñar con oasis lejanos,

Almohada acariciante, o canastillo de flores?

 

Yo sé que hay miradas, de las más melancólicas,

Que no recelan jamás secretos preciosos;

Hermosos alhajeros sin joyas, medallones sin reliquias,

Más vacíos, más profundos que vosotros mismos, ¡oh Cielos!

 

¿Pero, no basta que tú seas la apariencia,

Para regocijar un corazón que rehuye la verdad?

¿Qué importa tu torpeza o tu indiferencia?

Máscara o adorno, ¡salud!  Yo adoro tu beldad.

 

1860.


 

XCIX

 

(YO NO HE OLVIDADO...)

 

Yo no he olvidado, vecina a la ciudad,

Nuestra blanca morada, pequeña pero tranquila;

Su Pomona de yeso y su vieja Venus

En un bosquecillo insignificante ocultando sus miembros desnudos,

 

Y el sol, en la tarde, refulgente y soberbio,

Que, detrás del cristal en que se quebraba su gavilla,

Parecía, ojo inmenso abierto en el cielo curioso,

Contemplar vuestras cenas largas y silenciosas,

Derramando generosamente sus bellos reflejos de cirio

Sobre el mantel frugal y las cortinas de sarga.

 

1857.


C

 

(A LA CRIADA...)

 

A la criada de la que con toda el alma estabais celosa

Y que duerme su sueño bajo un humilde césped,

Debiéramos, sin embargo, llevarle algunas flores.

Los muertos, los pobres muertos, tienen grandes dolores,

Y cuando Octubre sopla, talador de viejos árboles,

Su viento melancólico alrededor de sus mármoles,

En verdad, deben encontrar los vivos harto ingratos,

Durmiendo, como lo hacen, cálidamente entre sus sábanas,

Mientras que, devorados por negras ensoñaciones,

Sin compañero de lecho, sin gratas conversaciones,

Viejos esqueletos helados consumidos por el gusano,

Sienten escurrirse las nieves del invierno

Y el siglo transcurrir, sin que amigos ni familia

Reemplacen los jirones que penden de su verja.

Cuando el leño silba y canta, si en la tarde,

Tranquila, en el sillón yo la veía sentarse,

Si, en una noche azul y fría de diciembre,

Yo la encontraba acurrucada en un rincón de mi cuarto,

Grave, y viniendo del fondo de su lecho eterno

Incubar el niño crecido bajo su mirada maternal,

¿Qué podría responder yo a esta alma piadosa,

Viendo caer las lágrimas de su pupila hueca?

 

1857.


 

CI

 

BRUMAS Y LLUVIAS

 

¡Oh, finales de otoño, inviernos, primaveras cubiertas de lodo,

Adormecedoras estaciones! yo os amo y os elogio

Por envolver así mí corazón y mi cerebro

Con una mortaja vaporosa y en una tumba baldía.

 

En esta inmensa llanura donde el austro frío sopla,

Donde en las interminables noches la veleta enronquece,

Mi alma mejor que en la época del tibio reverdecer

Desplegará ampliamente sus alas de cuervo.

 

Nada es más dulce para el corazón lleno de cosas fúnebres,

Y sobre el cual desde hace tiempo desciende la escarcha,

¡Oh, blanquecinas estaciones, reinas de nuestros climas!,

 

Que el aspecto permanente de vuestras pálidas tinieblas,

-Si no es en una noche sin luna, uno junto al otro,

El dolor adormecido sobre un lecho cualquiera.

 

1857.


 

CII

 

SUEÑO PARISIENSE

 

Constantin Guys

 

I

 

De aquel terrible paisaje,

Tal que jamás un mortal vio,

Esta mañana todavía la imagen,

Vaga y lejana, me arrebataba.

 

¡El sueño estaba lleno de milagros!

Por un capricho singular

Yo había desterrado del espectáculo

El vegetal singular,

 

Y, pintor orgulloso de mi genio,

saboreaba en mi cuadro

La embriagante monotonía

Del metal, del mármol y del agua.

 

Babel de escaleras y de arcadas,

Era un palacio infinito,

Lleno de fuentes y cascadas

Volcando el oro mate o bruñido;

 

Y cataratas pesadas,

Como cortinas de cristal,

Pendían, deslumbrantes,

De las murallas de metal.

 

No de árboles, sino de columnatas,

Los dormidos estanques nos rodeaban,

Donde gigantescas náyades,

Como mujeres, se contemplaban.

 

Napas de agua derramábanse, azules

Entre malecones rosados y verdes,

A lo largo de millones de leguas,

Hacia el confín del universo;

 

¡Eran piedras inauditas

Y oleadas mágicas; eran

Inmensos espejos deslumbrantes

Por todo cuanto ellos reflejaban!

 

Indolentes y taciturnos,

Los Ganges, en el firmamento,

Volcaban el tesoro de sus urnas

En abismos de diamante.

 

Arquitecto de mis hechizos,

Yo hacía, a mi capricho,

Bajo un túnel de pedrerías

Pasar un océano domado;

Y todo, aun el color negro,

Parecía límpido, claro, irisado;

El líquido engastaba su gloria

En el destello cristalizado.

 

¡Ningún astro, desde luego, nada de vestigios

De sol, ni siquiera en lo bajo del cielo,

Para iluminar estos prodigios,

Que brillaban con su propio fuego!

 

Y sobre estas movientes maravillas

Cerníase (¡terrible novedad!

¡Todo para la vista, nada para los oídos!)

Un silencio de eternidad.

 

II

 

Al reabrir mis ojos llameantes

He visto el horror de mi rincón,

Y sentí, penetrando en mi alma,

La punta de las preocupaciones malditas;

 

El péndulo de los acentos fúnebres

Sonaba brutalmente el mediodía,

Y el cielo volcaba tinieblas

Sobre el triste mundo adormilado.

 

1860.


 

CIII

 

EL CREPÚSCULO MATUTINO

 

La diana cantaba en los patios de los cuarteles,

Y el viento de la mañana soplaba sobre las linternas.

 

Era la hora en que el enjambre de los sueños malignos

Tuerce sobre sus almohadas los atezados adolescentes;

Cuando, cual un ojo sangriento que palpita y se menea,

La lámpara en el amanecer es una mancha roja;

Cuando el alma, bajo el peso del cuerpo rudo y pesado,

Imita los combates de la lámpara y del día.

Como un rostro en llanto que las brisas enjugan,

El aire está lleno del escalofrío de las cosas que se fugan,

Y el hombre está fatigado de escribir y la mujer de amar,

 

Las casas, aquí y allá, comienzan a humear,

Las hembras de placer, el párpado lívido,

Boca abierta, dormían con su sueño estúpido;

Las pordioseras, arrastrando sus senos fláccidos y fríos,

Soplaban sobre sus tizones y soplaban sobre sus dedos.

Era la hora en que, entre el frío y la roñería

Se agravan los dolores de las mujeres yacientes;

Cual un sollozo cortado por un vómito espumoso

El canto del gallo, a lo lejos, rasgaba el aire brumoso;

Un mar de nieblas bañaba los edificios,

Y los agonizantes en el fondo de los hospicios

Exhalaban su postrer estertor en hipos desiguales.

Los libertinos regresaban, destrozados por sus esfuerzos.

 

La aurora tiritante, vestida de rosa y verde,

Avanzaba lentamente sobre el Sena desierto,

Y la sombra de París, frotándose los ojos,

Empuñaba sus herramientas, anciano laborioso.

 

1852.


 

EL VINO

 

 

CIV

 

EL ALMA DEL VINO

 

Una noche, el alma del vino cantó en las botellas:

"¡Hombre, hacia ti elevo, ¡oh! querido desheredado,

Bajo mi prisión de vidrio y mis lacres bermejos,

Una canción colmada de luz y de fraternidad!

 

Sobre la colina en llamas, yo sé cuánto se requiere

De pena, de sudor y de sol abrasador

Para engendrar mi vida y para infundirme el alma;

Mas, no seré ni ingrato ni dañino,

 

Pues que experimento un regocijo inmenso cuando caigo

En el gaznate de un hombre consumido por su labor,

Y su cálido pecho es una dulce tumba

En la cual me siento mucho mejor que en mis frías bodegas.

 

¿Oyes resonar las canciones dominicales

Y la esperanza que gorjea en mi pecho palpitante?

Los codos sobre la mesa y arremangado,

Tú me glorificarás y te sentirás contento;

 

Yo iluminaré los ojos de tu mujer arrebatada;

A tu hijo le volveré su fuerza y sus colores

Y seré para ese frágil atleta de la vida

El ungüento que fortalece los músculos de los luchadores.

 

En ti yo caeré, vegetal ambrosía,

Grano precioso arrojado por el eterno Sembrador,

Para que de nuestro amor nazca la poesía

Que brotará hacia Dios cual una rara flor!"

 

1844.


 

CV

 

EL VINO DE LOS TRAPEROS

 

Frecuentemente, al claro fulgor de un reverbero

Del cual bate el viento la llama y atormenta el vidrio,

En el corazón de un antiguo arrabal, laberinto fangoso

Donde la humanidad bulle en fermentos tempestuosos,

 

Se ve un trapero que llega, meneando la cabeza,

Tropezando, y arrimándose a los muros como un poeta,

Y, sin cuidarse de los polizontes, sus sombras negras

Expande todo su corazón en gloriosos proyectos.

 

Formula juramentos, dicta leyes sublimes,

Aterra los malvados, redime las víctimas,

Y bajo el firmamento cual un dosel suspendido,

Se embriaga con los esplendores de su propia virtud.

 

Sí, esta gente hostigada por miserias domésticas,

Molidos por el trabajo y atormentados por la edad,

Derrengados y doblándose bajo un montón de basuras,

Vómitos confusos del enorme París,

 

Retornan, perfumados de un olor de toneles,

Seguidos de compañeros, encanecidos en las batallas,

Cuyos mostachos penden como las viejas banderas.

Los pendones, las flores y los arcos triunfales

 

Iérguense ante ellos, ¡solemne sortilegio!

¡Y en la ensordecedora y luminosa orgía

Clarines, sol, aclamaciones y tambores,

Tráenle la gloria al pueblo ebrio de amor!

 

Es así como a través de la Humanidad frívola

El vino arrastra el oro, deslumbrante Pactolo;

Por la garganta del hombre canta sus proezas

Y reina por sus dones así como los verdaderos reyes.

 

Para ahogar el rencor y acunar la indolencia

De todos estos viejos malditos que mueren en silencio,

Dios, tocado por los remordimientos, había hecho el sueño;

¡El hombre agregó el Vino, hijo sagrado del Sol!

 

1852.


 

CVI

 

EL VINO DEL ASESINO

 

Mi mujer está muerta, ¡soy libre!

Puedo, pues, beber hasta el hartazgo.

Cuando regresaba sin un sueldo,

Sus gritos me desgarraban los nervios.

 

Tanto como un rey soy dichoso;

El aire es puro, el cielo admirable...

¡Teníamos un verano semejante

Cuando me enamoré!

 

La horrible sed que me desgarra

Tendría necesidad para saciarse

De tanto vino como puede contener

Su tumba; - lo que no es poco decir:

 

La he echado al fondo de un pozo,

Y hasta he arrojado sobre ella

todas las piedras del brocal.

-¡La olvidaré si puedo!

 

En nombre de los juramentos de ternura,

De los que nadie nos puede desligar,

Y para reconciliarnos

Como en los buenos tiempos de nuestra embriaguez,

 

Le imploré una cita,

Por la noche, en un camino oscuro.

¡Ella acudió! -¡loca criatura!

¡Somos todos más o menos locos!

 

Estaba todavía bonita,

¡Si bien muy cansada! Y yo,

¡Yo la quería mucho! He aquí porque

Le dije: ¡Deja esta existencia!

 

Nadie puede comprenderme. Uno solo

Entre estos borrachos estúpidos

¿Pensó en sus noches morbosas

Hacer del vino una mortaja?

 

Esta crápula invulnerable

Como las máquinas de hierro

Jamás, ni en verano ni en invierno,

Ha conocido el amor verdadero,

 

¡Con sus negros encantos,

Su cortejo infernal de clamores,

Sus frascos de veneno, sus lágrimas,

Su estrépito de cadena y de osamentas!

 

-¡Heme aquí, libre y solitario!

Estaré esta noche borracho perdido;

Entonces, sin miedo y sin remordimiento,

Me echaré en el suelo,

 

¡Y dormiré como un perro!

El carretón de pesadas ruedas

Cargado de piedras y de barro,

El vagón desenfrenado puede quizá

 

Aplastar mi cabeza culpable

O cortarme por la mitad,

¡Yo me río, tanto como de Dios,

Del Diablo o de la Santa Mesa!

 

1848.


 

CVII

 

EL VINO DEL SOLITARIO

 

La mirada singular de una mujer galante

Que se desliza hacia nosotros como el rayo blanco

Que la luna ondulante envía al lago tembloroso,

Cuando en él quiere bañar su belleza indolente;

 

El último escudo de la talega en los dedos de un jugador;

Un beso libertino de la flaca Adelina;

Los sones de una música enervante y mimosa,

Semejante al grito lejano del humano dolor,

 

Todo eso no vale nada, ¡oh! botella profunda,

Los bálsamos penetrantes que tu panza fecunda

Guarda, piadosa para el corazón sediento del poeta;

 

¡Tu le viertes la esperanza, la juventud y la vida,

-Y el orgullo, este tesoro de toda miseria,

Que nos vuelve triunfantes y semejantes a los dioses.

 

1857


 

CVIII

 

EL VINO DE LOS AMANTES

 

¡Hoy el espacio muestra todo su esplendor!

Sin freno, sin espuelas, sin bridas.

¡Partamos, cabalgando sobre el vino

Hacia un cielo mágico y divino!

 

Cual dos ángeles a los cuales tortura

Una implacable calentura,

En el azul diáfano de la mañana

¡Sigamos hacia el espejismo lejano!

 

Muellemente mecidos sobre las alas

Del torbellino inteligente,

En un delirio paralelo,

 

¡Hermana mía, uno al lado del otro, navegando,

Huiremos sin reposo ni treguas

Hacia el paraíso de mis sueños!

 

1857


 

FLORES DEL MAL

 

CIX

 

LA DESTRUCCIÓN

 

Incesante a mi vera se agita el Demonio;

Flota alrededor mío como un aire impalpable;

Lo aspiro y lo siento que quema mis pulmones

Y los llena de un deseo eterno y culpable.

 

A veces toma, sabiendo mi gran amor al Arte,

La forma de la más seductora de las mujeres,

Y, bajo especiosos pretextos de tedio,

Habitúa mis labios a filtros infames.

 

Me conduce así, lejos de la mirada de Dios,

Jadeante y destrozado por la fatiga, en medio

De las llanuras del Hastío, profundas y desiertas,

 

Y despliega ante mis ojos llenos de confusión

Vestimentas mancilladas, heridas abiertas,

¡Y el aparejo sangriento de la Destrucción!

 

1855


 

CX

 

UN MÁRTIR

(Dibujo de un maestro desconocido)

 

En medio de los frascos, de las telas recamadas

Y de los muebles voluptuosos,

Mármoles, cuadros, ropas perfumadas

Se arrastran en pliegues suntuosos,

 

En una alcoba tibia donde, como en un invernáculo,

El aire es peligroso y fatal,

Donde los ramilletes moribundos en sus féretros de vidrio

Exhalan su suspiro final,

 

Un cadáver sin cabeza derrama, cual un río,

Sobre la almohada desalterada

Una sangre roja y vivida con la que la tela se abreva

Con la avidez de un prado.

 

Semejante a las visiones pálidas que engendran la sombra

Y que nos encadenan los ojos,

La cabeza, con el montón de sus crines oscuras

Y de sus joyas preciosas,

 

Sobre el velador, como una ranúncula,

Reposa; y, vacía de pensamientos,

Una mirada vaga y pálida como un crepúsculo

Se escapa de sus ojos revulsivos.

 

Sobre el lecho, el tronco desnudo sin escrúpulos exhibe

En el más completo abandono

El secreto esplendor y la belleza fatal

De que la natura le hizo don;

 

Una media rosada, bordada de oro, en la pierna,

Como un recuerdo ha quedado;

La liga, cual un ojo secreto que fulgura,

Clava una mirada diamantina.

 

El singular aspecto de esta soledad

Y de un gran retrato lánguido,

Con ojos provocadores como su actitud,

Revela un amor tenebroso,

 

Un júbilo culpable y festejos extraños

Llenos de besos infernales,

Con los que se regocija el enjambre de ángeles malos

Flotando en los pliegues de los cortinados;

 

Y empero, al contemplar la delgadez elegante

Del hombro de contorno anguloso,

La cadera un poco puntiaguda y la cintura airosa

Cual un reptil irritado,

 

¡Ella es aún muy joven! -Su alma exasperada

Y sus sentimientos por el hastío mordidos,

¿Estuvieron entreabiertos a la jauría alterada

Los deseos errantes y perdidos?

 

El hombre vengativo, viviente, que tú no has podido,

Malgrado tanto amor, saciar,

¿Colmó sobre tu carne inerte y complaciente

La inmensidad de su deseo?

 

¡Responde, cadáver impuro! y por tus trenzas rígidas

Levantándote con un brazo febriciente,

Dime, cabeza horrenda, sobre tus dientes fríos,

¿No estampó él su suprema despedida?

 

-Lejos del mundo burlón, lejos de la multitud impura,

Lejos de los magistrados curiosos,

Duerme en paz, duerme en paz, extraña criatura,

En tu tumba misteriosa;

 

Tu esposo corre por el mundo y tu forma inmortal

Vela cerca suyo cuando él duerme;

Tanto como tú sin duda él te será fiel

Y constante hasta la muerte.

 

1857.


 

CXI

 

MUJERES CONDENADAS

 

Como bestias meditabundas sobre la arena tumbadas,

Ellas vuelven sus miradas hacia el horizonte del mar,

Y sus pies se buscan y sus manos entrelazadas

Tienen suaves languideces y escalofríos amargos.

 

Las unas, corazones gustosos de las largas confidencias,

En el fondo de bosquecillos donde brotan los arroyos,

Van deletreando el amor de tímidas infancias

Y cincelan la corteza verde de los tiernos arbustos;

 

Otras, cual religiosas, caminan lentas y graves,

A través de las rocas llenas de apariciones,

Donde San Antonio ha visto surgir como de las lavas

Los pechos desnudos y purpúreos de sus tentaciones;

 

Las hay, a la lumbre de resinas crepitantes,

Que en la cavidad muda de los viejos antros paganos

Te apelan en auxilio de sus fiebres aullantes,

¡Oh, Baco, adormecedor de remordimientos pasados!

 

Y otras hay, cuya garganta gusta de los escapularios,

Que, barruntando una fusta bajo sus largas vestimentas,

Mezclan, en el bosque sombrío y las noches solitarias,

La espuma del placer con las lágrimas de los tormentos.

 

¡Oh vírgenes, oh demonios, oh monstruos, oh mártires,

De la realidad, grandes espíritus desdeñosos,

Buscadoras del infinito, devotas y sátiras,

Ora llenas de gritos, ora llenas de lágrimas,

 

Vosotras que hasta vuestro infierno mi alma ha perseguido,

Pobres hermanas mías, yo os amo tanto como os compadezco,

Por vuestros tristes dolores, vuestra sed insaciable,

¡Y las urnas de amor del que vuestros corazones desbordan!

 

1857


 

CXII

 

LAS DOS BUENAS HERMANAS

 

La Licencia y la Muerte son dos gentiles rameras,

Pródigas de besos y ricas en salud,

Cuyo vientre siempre virgen y cubierto de andrajos

En la incesante labor jamás ha procreado.

 

Al poeta siniestro, enemigo de las familias,

Favorito del infierno, cortesano mal rentado,

Tumbas y lupanares muestran bajo sus atractivos

Un lecho que el remordimiento jamás ha frecuentado

 

Y la tumba y la alcoba, en blasfemias fecundas

Nos ofrendan, vez a vez, como dos buenas hermanas,

Terribles placeres y horrendas dulzuras.

 

¿Cuándo quieres enterrarme, Licencia, la de los brazos inmundos?

¡Oh, Muerte!  ¿Cuándo vendrás, su rival en atractivos,

Para mezclar sus mirtos infectos con tus negros cipreses?

 

1842.


 

CXIII

 

LA FUENTE DE SANGRE

 

Me parece a veces que mi sangre corre a raudales,

Cual una fuente con rítmicos sollozos.

La escucho bien que corre con un prolongado murmullo,

Pero, me palpo en vano para encontrar la herida.

 

A través de la ciudad, como en un campo cercado,

Se marcha, transformando los adoquines en islotes,

Saciando la sed de cada criatura,

Y en todas partes colorando de rojo la natura.

 

He implorado frecuentemente a los vinos capitosos

Adormecieran sólo un día el terror que me consume;

¡Qué el vino hace ver más claro y afina más el oído!

 

He buscado en el amor un sueño olvidadizo;

Mas el amor no es para mí sino un colchón de agujas

¡Hecho para dar de beber a esas crueles mujeres!

 

1857.


 

CXIV

 

ALEGORÍA

 

Es una mujer hermosa y de rica prestancia,

Que deja en el vino arrastrar su cabellera.

Las zarpas del amor, los venenos del garito,

Todo se desliza y embota en el granito de su piel.

 

Ella se ríe de la Muerte y burla del Libertinaje,

Esos monstruos cuya mano, que siempre araña y rasga,

En sus juegos dañinos y, sin embargo, respetada

De su cuerpo firme y erecto la ruda majestad.

Camina como diosa y reposa cual sultana;

Pone en el placer la fe mahometana,

Y con sus brazos abiertos, que abarcan sus pechos,

Atrae las miradas de los seres humanos.

Ella cree, ella sabe, esta virgen infecunda,

Y, por consiguiente, necesaria para la marcha del mundo,

Que la belleza del cuerpo es un sublime don

Que de toda infamia arranca el perdón.

Ignora el Infierno tanto como el Purgatorio,

Y cuando la hora llegue de entrar en la Noche negra,

Ella mirará el rostro de la Muerte,

Como a un recién nacido, -sin odio y sin remordimiento.

 

1857


 

CXV

 

LA BEATRIZ

 

En las tierras cenicientas, calcinadas, sin verdor,

Como yo me lamentara un día a la Natura,

Mientras mi pensamiento vagaba al azar,

Agucé lentamente sobre mi corazón el puñal,

Y vi en pleno mediodía descender sobre mi cabeza

La nube fúnebre y pesada de una tempestad,

Que llevaba un tropel de demonios viciosos,

Parecidos a enanos crueles y curiosos.

A considerarme fríamente se pusieron

Y, como viandantes sobre un loco que admiran,

Los escuché reír y cuchichear entre ellos,

Cambiando muchas señas y guiñadas.

 

-"Contemplemos complacidos esta caricatura

Y esta sombra de Hamlet imitando su postura,

La mirada indecisa y los cabellos al viento.

¿No inspira gran piedad ver a este buen compañero,

Este vagabundo, este histrión vacante, este bribón,

Porque sabe desempeñar artísticamente su rol,

Empeñarse en atraer con la canción de sus dolores

Las águilas, los grillos, los arroyos y las flores,

Y hasta a nosotros, autores de estos viejos papeles,

Recitarnos aullando sus tiradas públicas?"

 

Habría podido (mi orgullo alto cual los montes

Domina la nube y el grito de los demonios)

Desviar simplemente mi testa soberana,

Si no hubiera visto entre su tropel, obscena,

¡Crimen que no hizo vacilar al sol!

La reina de mi corazón, la de mirada incomparable,

Que se reía con ellos de mi sombría angustia

Y les hacía, a veces, alguna sucia caricia.

 

1857.


 

CXVI

 

UN VIAJE A CITEREA

 

Mi corazón, como un pájaro, voltigeaba gozoso

Y planeaba libremente alrededor de las jarcias;

El navío rolaba bajo un cielo sin nubes,

Cual un ángel embriagado de un sol radiante.

 

¿Qué isla es ésta, triste y negra? -Es Citerea,

Nos dicen, país celebrado en las canciones,

El dorado banal de todos los galanes en el pasado.

Mirad, después de todo, no es sino un pobre erial.

 

-¡Isla de los dulces secretos y de los regocijos del corazón!

De la antigua Venus, soberbio fantasma

Sobre tus aguas ciérnese un como aroma,

Que satura los espíritus de amor y languidez.

 

Bella isla de los mirtos verdes, plena de flores abiertas,

Venerada eternamente por toda nación,

Donde los suspiros de los corazones en adoración

Envuelven como incienso sobre un rosedal

 

Donde el arrullo eterno de una torcaz

-Citerea no era sino un lugar de los más áridos,

Un desierto rocoso turbado por gritos agrios.

¡Yo, empero, vislumbraba un objeto singular!

 

No era aquello un templo sobre las umbrías laderas,

Al cual la joven sacerdotisa, enamorada de las flores,

Acudía, encendido el cuerpo por secretos ardores,

Entreabriendo su túnica las brisas pasajeras;

 

Pero, he aquí que rozando la costa, más de cerca

Para turbar los pájaros con nuestras velas blancas,

Vimos que era una horca de tres ramas,

Destacándose negra sobre el cielo, como un ciprés.

 

Feroces pájaros posados sobre su cebo

Destruían con saña un ahorcado ya maduro,

Cada uno hundiendo, cual instrumento, su pico impuro

En todos los rincones sangrientos de aquella carroña;

 

Los ojos eran dos agujeros, y del vientre desfondado

Los intestinos pesados caíanle sobre los muslos,

Y sus verdugos, ahítos de horribles delicias,

A picotazos lo habían absolutamente castrado.

 

Bajo los pies, un tropel de celosos cuadrúpedos,

El hocico levantado, husmeaban y rondaban;

Una bestia más grande en medio se agitaba

Como un verdugo rodeado de ayudantes.

 

Habitante de Citerea, hijo de un cielo tan bello,

Silenciosamente tu soportabas estos insultos

En expiación de tus infames cultos

Y de los pecados que te ha vedado el sepulcro.

 

Ridículo colgado, ¡tus dolores son los míos!

Sentí, ante el aspecto de tus miembros flotantes,

Como una náusea, subir hasta mis dientes,

El caudal de hiel de mis dolores pasados;

 

Ante ti, pobre diablo, inolvidable,

He sentido todos los picos y todas las quijadas

De los cuervos lancinantes y de las panteras negras

Que, en su tiempo, tanto gustaron de triturar mi carne.

 

-El cielo estaba encantador, la mar serena;

Para mí todo era negro y sangriento desde entonces.

¡Ah! y tenía, como en un sudario espeso,

El corazón amortajado en esta alegoría.

 

En tu isla, ¡oh, Venus! no he hallado erguido

Mas que un patíbulo simbólico del cual pendía mi imagen...

-¡Ah! ¡Señor! ¡Concédeme la fuerza y el coraje

De contemplar mi corazón y mi cuerpo sin repugnancia!

 

1852.


 

CXVII

 

EL CUPIDO Y EL CRÁNEO

(Vieja viñeta)

 

Cupido está sentado sobre el cráneo

De la Humanidad,

Y sobre este trono el profano,

Con risa desvergonzada,

 

Sopla alegremente burbujas redondas

Que suben en el aire,

Como para alcanzar los mundos

En el fondo del éter.

 

El globo luminoso y frágil

Toma un gran impulso,

Estalla y escupe su alma sutil

Como un sueño dorado.

 

Escucho al cráneo, en cada burbuja

Rogar y gemir:

-"Este juego feroz y ridículo,

¿Cuándo debe concluir?

 

Porque lo que tu boca cruel

Desparrama en el aire,

Monstruo asesino, es mi cerebro,

¡Mi sangre y mi carne!"

 

1855.


 

REBELIÓN

 

CXVIII

 

EN RENIEGO DE SAN PEDRO

 

¿Qué es lo que Dios hace, entonces, de esta oleada de anatemas

Que sube todos los días hacia sus caros Serafines?

¿Cómo un tirano ahíto de manjares y de vinos,

Se adormece al suave rumor de nuestras horrendas blasfemias?

 

Los sollozos de los mártires y de los ajusticiados,

Son, sin duda, una embriagadora sinfonía,

Puesto que, malgrado la sangre que su voluptuosidad cuesta,

¡Los cielos todavía no están saciados del todo!

 

-¡Ah, Jesús! ¡Recuérdate del Huerto de los Olivos!

En tu candidez prosternado, rogabas

A Aquel que en su cielo reía del ruido de los clavos

Que innobles verdugos hundían en tus carnes vivas,

 

Cuando viste escupir sobre tu divinidad

La crápula del cuerpo de guardia y de la servidumbre,

Y cuando sentiste incrustarse las espinas,

En tu cráneo donde vivía la inmensa Humanidad;

 

Cuando de tu cuerpo roto la pesadez horrible

Alargaba tus dos brazos distendidos, que tu sangre

Y tu sudor manaban de tu frente palidecida,

Cuando tú fuiste ante todos colgado como un blanco.

 

¿Recordabas, acaso, aquellos días tan brillantes, y tan hermosos

En que llegaste para cumplir la eterna promesa,

Cuando atravesaste, montado sobre una mansa mula

Caminos colmados de flores y de follaje,

 

En que el corazón henchido de esperanzas y de valentía,

Azotaste sin rodeos a todos aquellos mercaderes viles?

¿Cuando fuiste tú, finalmente, el amo? El remordimiento,

¿No ha penetrado en tu flanco mucho antes que la lanza?

 

-Por cierto, en cuanto a mi, saldré satisfecho

De un mundo donde la acción no es la hermana del ensueño;

¡Pueda yo empuñar la espada y perecer por la espada!

San Pedro ha renegado de Jesús ... ¡Hizo bien!

 

1852.


 

CXIX

 

ABEL Y CAÍN

 

I

 

Raza de Abel, duerme, bebe y come;

Dios te sonríe complaciente.

 

Raza de Caín, en el fango

Arrástrate y muere miserablemente.

 

¡Raza de Abel, tu sacrificio

Halaga la nariz de Serafín!

 

Raza de Caín, tu suplicio,

¿Tendrá alguna vez fin?

 

Raza de Abel, ve tus sembrados

Y tus ganados crecer;

 

Raza de Caín, tus entrañas

Aúllan hambrientas como un viejo can.

 

Raza de Abel, calienta tu vientre

En el hogar patriarcal;

 

Raza de Caín, en tu antro

Tiembla de frío, ¡pobre chacal!

 

¡Raza de Abel, ama y pulula!

Tu oro también procrea.

 

Raza de Caín, corazón ardiente,

Guárdate de esos grandes apetitos.

 

¡Raza de Abel, tú creces y paces

Como las mariquitas de los bosques!

 

Raza de Caín, sobre los caminos

Arrastra tu prole hasta acorralarla.

 

II

 

¡Ah, raza de Abel, tu carroña

Abonará el suelo humeante!

 

Raza de Caín, tu quehacer

No se cumple suficientemente;

 

Raza de Abel, he aquí tu vergüenza:

¡El hierro vencido por el venablo!

 

¡Raza de Caín, al cielo trepa,

Y sobre la tierra arroja a Dios!

1857


 

CXX

 

LAS LETANÍAS DE SATÁN

 

¡Oh tú!, el más sabio y el más hermoso de los Ángeles,

Dios traicionado por la suerte y privado de alabanzas,

 

¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!

 

¡Oh, Príncipe del exilio al cual se ha agraviado,

Y que, vencido, siempre te yergues más fuerte!

 

¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!

 

Tú que sabes todo, gran rey de las cosas subterráneas,

Curandero familiar de las angustias humanas,

 

¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!

 

Tú que, aun a los leprosos, a los parias malditos

Enseñas por el amor el gusto del Paraíso,

 

¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!

 

¡Oh, tú, que de la muerte, tu vieja y fuerte amante,

Engendras la Esperanza, -una loca encantadora!

 

¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!

 

Tú que infundes al proscripto esa mirada serena y altiva

Que condena todo un pueblo alrededor de un patíbulo,

 

¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!

 

Tú que sabes en qué rincones de las tierras envidiosas

El Dios celoso oculta las piedras preciosas,

 

¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!

 

Tú, cuya clara mirada conoce los profundos arsenales

Donde duerme sepultado el pueblo de los metales,

 

¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!

 

Tú, cuya larga mano oculta los precipicios

Al sonámbulo errante en el borde de los edificios,

 

¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!

 

Tú que, mágicamente, ablandas los viejos huesos

Del borracho retardado hollado por los caballos,

 

¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!

 

Tú que, para consolar al hombre débil que sufre,

Nos enseñas a mezclar el salitre y el azufre,

 

¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!

 

Tú que pones tu impronta, ¡oh!, cómplice sutil,

Sobre la frente del Creso implacable y vil,

 

¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!

 

Tú que pones en los ojos y el corazón de las rameras

El culto de la llaga y el amor de los andrajos,

 

¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!

 

Báculo de los exiliados, lámpara de los inventores,

Confesor de los ahorcados y de los conspiradores,

 

¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!

 

Padre adoptivo de los que en su negra cólera

Del paraíso terrestre arrojó Dios Padre,

 

¡Oh, Satán, apiádate de mi larga miseria!

 

PLEGARIA

 

¡Gloria y alabanza a ti, Satán, en las alturas

Del Cielo, donde tú reinas, y en las profundidades

Del Infierno, donde, vencido, sueñas en silencio!

Haz que mi alma un día, bajo el Árbol de la Ciencia,

Cerca de ti repose, a la hora en que sobre tu frente

Como un Templo nuevo sus ramas se desplieguen!

 

1857.


 

LA MUERTE

 

CXXI

 

LA MUERTE DE LOS AMANTES

 

Tendremos lechos llenos de olores tenues,

Divanes profundos como tumbas,

Y extrañas flores sobre vasares,

Abiertas para nosotros bajo cielos más hermosos.

 

Aprovechando a porfía sus calores postreros,

Nuestros dos corazones serán dos grandes antorchas,

Que reflejarán sus dobles destellos

En nuestros dos espíritus, estos espejos gemelos.

 

Una tarde hecha de rosa y de azul rústico,

Cambiaremos nosotros un destello único,

Cual un largo sollozo preñado de adioses;

 

Y más tarde un Ángel, entreabriendo las puertas,

Acudirá para reanimar, fiel y jubiloso,

Los espejos empañados y las antorchas muertas.

 

1851.


 

CXXII

 

LA MUERTE DE LOS POBRES

 

Es la Muerte que consuela, ¡ah! y que hace vivir;

Es el objeto de la vida, y es la sola esperanza

Que, como un elixir, nos sostiene y nos embriaga,

y nos da ánimos para avanzar hasta el final;

 

A través de la borrasca, y la nieve y la escarcha,

Es la claridad vibrante en nuestro horizonte negro,

Es el albergue famoso inscripto sobre el libro,

Donde se podrá comer, y dormir, y sentarse;

 

Es un Ángel que sostiene entre sus dedos magnéticos

El sueño y el don de los ensueños extáticos,

Y que rehace el lecho de las gentes pobres y desnudas;

 

Es la gloria de los Dioses, es el granero místico,

Es la bolsa del pobre y su patria vieja,

¡Es el pórtico abierto sobre los Cielos desconocidos!

 

1852.


 

CXXIII

 

LA MUERTE DE LOS ARTISTAS

 

¿Cuántas veces tendré que sacudir mis cascabeles

Y besar tu frente ruin, triste caricatura?

Para acertar en el blanco, de mística natura,

¿Cuántos? ¡Oh carcaj mío! ¿Cuántos venablos perderé?

 

¡Consumiremos nuestra alma en sutiles complots,

Y derribaremos más de una pesada armadura,

Antes de contemplar la gran Criatura

De la cual el informal deseo nos llena de sollozos!

 

Los hay que jamás han conocido su ídolo,

Y estos escultores condenados y señalados por una afrenta,

Que van martillándose el pecho y la frente,

 

No tienen más que una esperanza ¡extraño y sombrío Capitolio!

Y es que la Muerte cerniéndose como un nuevo sol

¡Hará desplegarse a las flores de su cerebro!

 

1851.


 

CXXIV

 

EL FINAL DE LA JORNADA

 

Bajo una luz descolorida

Corre, danza y se tuerce sin razón

La Vida, impudente y vocinglera,

Así, en cuanto en el horizonte

 

La noche voluptuosa sube,

Sosegándolo todo, hasta el hambre,

Borrándolo todo, hasta la vergüenza,

El Poeta se dice: ¡"Finalmente"!

 

Mi espíritu, como mis vértebras,

Implora ardiente el reposo;

El corazón lleno de pensamientos fúnebres,

 

Voy a tenderme de espaldas

Envolviéndome en vuestros cortinados,

"¡Oh, refrescantes tinieblas!"

 

1867.


 

CXXV

 

EL SUEÑO DE UN CURIOSO

 

A F.N.

 

¿Conoces, como yo, el dolor sabroso?,

Y de ti haces decir: "¡Oh, que hombre singular!"

-Iba yo a morir. Era aquello en mi alma amorosa,

Deseo mezclado al horror, un mal particular;

 

Angustia y viva esperanza, sin humor ficticio.

Cuanto más se vaciaba la fatal ampolleta,

Más áspera y deliciosa era mi tortura;

Todo mi corazón se desprendía del mundo familiar.

 

Me sentía cual el niño ávido del espectáculo,

Aborreciendo el telón como se odia un obstáculo...

Finalmente la verdad fría se reveló:

 

Estaba yo muerto, inesperadamente, y la famosa aurora

Me envolvía.- Y, ¿qué? Entonces, ¿no es más que esto?

La cortina se había alzado y yo esperaba todavía.

 

1860.


 

CXXVI

 

EL VIAJE

 

A Máxime du Camp

 

I

 

Para el niño, enamorado de mapas y estampas,

El universo es igual a su vasto apetito.

¡Ah! ¡Cuan grande es el mundo a la claridad de las lámparas!

¡Para las miradas del recuerdo, el mundo qué pequeño!

 

Una mañana zarpamos, la mente inflamada,

El corazón desbordante de rencor y de amargos deseos,

Y nos marchamos, siguiendo el ritmo de la onda

Meciendo nuestro infinito sobre el confín de los mares.

 

Algunos, dichosos al huir de una patria infame;

Otros, del horror de sus orígenes, y unos contados,

Astrólogos sumergidos en los ojos de una mujer,

La Circe tiránica de los peligrosos perfumes.

 

Para no convertirse en bestias, se embriagan

De espacio y de luz, y de cielos incendiados;

El hielo que los muerde, los soles que los broncean,

Borran lentamente la huella de los besos.

 

Pero los verdaderos viajeros son los únicos que parten

Por partir; corazones ligeros, semejantes a los globos,

De su fatalidad jamás ellos se apartan,

Y, sin saber por qué, dicen siempre: ¡Vamos!

 

¡Son aquellos cuyos deseos tienen forma de nubes,

Y que como el conscripto, sueñan con el cañón,

En intensas voluptuosidades, mutables, desconocidas,

Y de las que el espíritu humano jamás ha conocido el nombre!

 

II

 

Imitamos ¡horror! al trompo y la pelota

En su danza y sus saltos; hasta en nuestros sueños

La Curiosidad nos atormenta y nos envuelve,

Como un Ángel cruel que fustigará soles.

 

¡Singular fortuna en la que el final se desplaza,

Y no estando en parte alguna, puede hallarse por doquier!

¡Donde el Hombre, que jamás la esperanza abandona,

Para lograr el reposo corre siempre como un loco!

 

Nuestra alma es nave de tres palos buscando su Icaria;

Una voz resuena en el puente: "¡Atención!"

Una voz desde la cofa, ardiente y loca, clama:

"¡Amor...  gloria... felicidad!" ¡Infierno! ¡Es un escollo!

 

Cada islote señalado por el vigía

Es un Eldorado prometido por el Destino;

La imaginación, que acucia su orgía

No halla más que un arrecife al amanecer.

 

¡Oh, el infeliz enamorado de tierras quiméricas!

¿Habrá que engrillar y arrojar al mar,

A este marinero borracho, inventor de Américas

Para el cual el espejismo toma el remolino más amargo?

 

Como el viejo vagabundo, chapaleando en el lodo

Sueña, husmeando en el aire, brillantes paraísos;

Su mirada hechizada descubre una Capúa

En cuanto lugar la candela alumbra un tugurio.

 

III

 

¡Asombrosos viajeros! ¡Qué nobles relatos

Leemos en vuestros ojos profundos como los mares!

Mostradnos los joyeros de vuestras ricas memorias,

Esas alhajas maravillosas, hechas de astros y de éter.

 

¡Deseamos viajar sin vapor y sin velas!

Para ahuyentar el tedio de nuestras prisiones,

Haced desfilar nuestros espíritus, tensos como un lienzo,

Vuestros recuerdos enmarcados por horizontes.

 

Decid, ¿qué habéis visto?

 

IV

 

"Hemos visto astros

Y olas; hemos visto playas además;

Y, malgrado muchos choques e imprevistos desastres,

Nos hemos hastiado, a menudo, como aquí.

 

El esplendor del sol sobre el mar violáceo,

El esplendor de las ciudades en el sol poniente,

Encendían en nuestros corazones el impulso inquietante

De sumergirnos en el cielo con su reflejo fascinante.

 

Las más ricas ciudades, los más amplios paisajes,

Jamás contenían el atractivo misterioso

De aquellos que el azar forma con las nubes.

¡Y siempre el deseo nos tornaba inquietos!

 

-El gozo acrecienta del deseo la fuerza.

¡Deseo, viejo árbol, al cual el placer sirviéndole de abono,

Entretanto acrecienta y endurece tu corteza,

Tus ramas quieren ver el sol de más cerca!

 

¿Crecerás siempre, gran árbol, más vivaz

Que el ciprés? -Sin embargo, nosotros, con cuidado,

Recogimos algunos croquis para vuestro álbum voraz,

¡Hermanos que encontráis bello todo cuanto viene de lejos!

 

Hemos saludado ídolos engañosos;

Tronos constelados de joyas luminosas;

Palacios adornados cuya feérica pompa

Sería para vuestros banqueros un sueño ruinoso;

 

Vestimentas que son para la vista una embriaguez;

Mujeres cuyos dientes y las uñas están pintados,

Y juglares sabios que la serpiente acaricia."

 

V

 

Y después, y después. ¿Todavía, qué más?

 

VI

 

"¡Oh, cerebros infantiles!"

 

Para no olvidar el tema capital,

Hemos visto en todas partes, y sin haberlo buscado,

Desde arriba hasta abajo la escala fatal,

El espectáculo enojoso del inmortal pecado:

 

La mujer, esclava vil, orgullosa y estúpida,

Sin reír extasiándose y adorándose sin repugnancia;

El hombre, tirano goloso, lascivo, duro y ávido,

Esclavo de la esclava y arroyo en la cloaca;

 

El verdugo que goza, el mártir que solloza;

La fiesta que sazona y perfuma la sangre;

El veneno del poder enervando al déspota,

Y el pueblo amoroso del látigo embrutecedor;

 

Muchas religiones semejantes a la nuestra,

Todas escalando el cielo; la Santidad,

Cual un lecho de plumas donde un refinado se revuelca,

En los clavos y la cerda, buscando la voluptuosidad;

 

La Humanidad habladora, ebria de su genialidad,

Y enloquecida, hoy como lo estaba ayer,

Clamando a Dios, en su furibunda agonía:

"¡Oh, mi semejante, oh mi señor, yo te maldigo!"

 

Y los menos necios, atrevidos amantes de la Demencia,

Huyendo del gran rebaño acorralado por el Destino,

Refugiándose en el opio inconmensurable!

-Tal es del globo entero el eterno boletín."

 

VII

 

¡Amargo sabor, aquel que se extrae del viaje!

El mundo, monótono y pequeño, en el presente,

Ayer, mañana, siempre, nos hace ver nuestra imagen;

Un oasis de horror en un desierto de tedio!

 

¿Es menester partir? ¿Quedarse? Si te puedes quedar, quédate;

Parte, si es menester. Uno corre, el otro se oculta

Para engañar ese enemigo vigilante y funesto,

¡El Tiempo! El pertenece, a los corredores sin respiro,

 

Como el Judío Errante y como los apóstoles,

A quien nada basta, ni vagón ni navío,

Para huir de este retiro infame; y aun hay otros

Que saben matarlo sin abandonar su cuna.

 

Cuando, finalmente, él ponga su planta sobre nuestro espinazo,

Podremos esperar y clamar: ¡Adelante!

Lo mismo que otras veces, cuando zarpamos para la China,

Con la mirada hacia lo lejos y los cabellos al viento,

 

Nos embarcaremos sobre el mar de las Tinieblas

Con el corazón gozoso del joven pasajero.

Escucháis esas voces, embelesadoras y fúnebres,

Que cantan: "¡Por aquí! vosotros que queréis saborear

 

¡El Loto perfumado! Es aquí donde se cosechan

Los frutos milagrosos que vuestro corazón apetece;

Acudid a embriagaros con la dulzura extraña

De esta siesta que jamás tiene fin!"

 

Por el acento familiar barruntamos al espectro;

Nuestros Pilades, allá, nos tienden sus brazos.

"¡Para refrescar tu corazón boga hacia tu Electra!"

Dice aquella a la que en otros días besábamos las rodillas.

 

VIII

 

¡Oh, Muerte, venerable capitana, ya es tiempo! ¡Levemos el ancla!

Esta tierra nos hastía, ¡oh, Muerte! ¡Aparejemos!

¡Si el cielo y la mar están negros como la tinta,

Nuestros corazones, a los que tú conoces, están radiantes!

 

¡Viértenos tu veneno para que nos reconforte!

Este fuego tanto nos abraza el cerebro, que queremos

Sumergirnos en el fondo del abismo, Infierno o Cielo, ¿qué importa?

¡Hasta el fondo de lo Desconocido, para encontrar lo nuevo!

 

1859.


 

LOS DESPOJOS

(1866)

 

(Esta recopilación compuesta de inéditos y piezas condenadas fue publicada en Bruselas, bajo el cuidado de Poulet-Malassis, dilecto amigo de Baudelaire, a finales de 1865, llevando un pie de imprenta apócrifo: Amsterdam, a l'Enseigne du Coq, precedida por un simbólico frontispicio de Félicien Rops.)

 

I

 

LA PUESTA DE SOL ROMÁNTICA

 

¡Cuan hermoso es el sol cuando fresco se levanta,

Como una explosión dándonos su buendía!

-¡Dichoso aquél que puede con amor

Saludar su ocaso más glorioso que un ensueño!

 

¡Yo lo recuerdo!... Lo vi todo, flor, fuente, surco;

Desfallecer bajo su mirada como corazón que palpita...

-¡Acudamos hacia el horizonte, ya es tarde, corramos pronto,

Para alcanzar, al menos, un oblicuo rayo!

 

Mas, yo persigo en vano al Dios que se retira;

La irresistible Noche establece su imperio,

Negra, húmeda, funesta y llena de escalofríos;

 

Un olor sepulcral en las tinieblas flota,

Y mi pie miedoso roza, al borde del lodazal,

Sapos imprevistos y fríos caracoles.

 

1862.


 

PIEZAS CONDENADAS

Extraídas de

LAS FLORES DEL MAL

 

II

 

LESBOS

 

Madre de los juegos latinos y de las voluptuosidades griegas,

Lesbos, en la que los besos, lánguidos o gozosos,

Cálidos como soles, frescos como sandías,

Constituyen el ornato de noches y días gloriosos;

Madre de los juegos latinos y de las voluptuosidades griegas,

 

Lesbos, donde los besos son como cascadas

Que se vuelcan sin temor en los abismos insondables,

Y corren, sollozantes y cacareantes, a borbotones,

Tempestuosos y secretos, hormigueantes y profundos;

¡Lesbos, donde los besos son como las cascadas!

 

Lesbos, donde las Frinés una a la otra se atraen,

Donde jamás un suspiro queda sin eco,

Al igual de Pafos las estrellas te admiran,

¡Y Venus tiene justo derecho para celar a Safo!

Lesbos, donde las Frinés una a la otra se atraen,

 

¡Lesbos, tierra de noches cálidas y lánguidas,

Que reflejan en sus espejos, estéril voluptuosidad!

Donde las muchachas de mirar profundo en sus cuerpos amorosos,

Acarician los frutos maduros de su nubilidad;

Lesbos, tierra de noches cálidas y lánguidas,

 

Deja del viejo Platón fruncirse el ceño austero;

Tú logras tu perdón con el exceso de los besos,

Reina del dulce imperio, amable y noble tierra,

Y de los refinamientos siempre inagotables.

Deja del viejo Platón fruncirse el ceño austero.

 

¡Tú logras tu perdón del eterno martirio,

Infligido sin cesar a los corazones ambiciosos,

Que aleja de nosotros la radiante sonrisa

Entrevista vagamente al borde de otros cielos!

¡Tú logras tu perdón del eterno martirio!

 

¿Quién entre los Dioses osará, Lesbos, ser tu juez

Y condenar tu frente palidecida en las empresas,

Si sus balanzas de oro no han pesado el diluvio

De lágrimas que al mar han vertido tus arroyos?

¿Quién entre los dioses osará, Lesbos, ser tu juez?

 

¿Qué quieren de nosotros las leyes de lo justo y de lo injusto?

¡Vírgenes de corazón sublime, honor del archipiélago,

Vuestra religión como otra cualquiera es augusta,

Y el amor se reirá del Infierno y del Cielo!

¿Qué quieren de nosotros las leyes de lo justo y de lo injusto?

 

Porque Lesbos, entre todos, me ha escogido sobre la tierra

Para cantar el secreto de sus vírgenes en flor,

Y fui desde la infancia admitido en el negro misterio

De las risas desenfrenadas mezcladas a las sombrías lágrimas;

Porque Lesbos, entre todos, me ha escogido sobre la tierra

 

Y desde entonces vigilo en la cima del Leucates,

Como un centinela de mirar penetrante y seguro,

Que acecha noche y día, brick, tartana o fragata,

Cuyas formas a lo lejos se estremecen en el azur;

Y desde entonces vigilo en la cima del Leucates

 

Para saber si la mar es indulgente y buena,

Y entre los sollozos que en la roca repercuten

Una tarde volverá hacia Lesbos, que perdona,

El cadáver adorado de Safo, que partió

¡Para saber si la mar es indulgente y buena!

 

¡De la máscula Safo, que fue amante y poeta,

Más hermosa que Venus por sus sombrías palideces!

-La mirada de azur vencida es por ojos negros que manchan

El círculo tenebroso trazado por los dolores

De la máscula Safo, que fue amante y poeta!

 

-Más hermosa que Venus, irguiéndose sobre el mundo

Y derramando los tesoros de su serenidad

Y el centellear de su blonda juventud

Sobre el viejo Océano de su hija encantada;

¡Más hermosa que Venus, irguiéndose sobre el mundo!

 

-De Safo que murió el día de su blasfemia,

Cuando, insultando el rito y el culto inventado,

Hizo de su bello cuerpo el pasto supremo

De una bestia cuyo orgullo castigó la impiedad

De aquella que murió el día de su blasfemia.

 

¡Y es desde entonces que Lesbos se lamenta,

Y, malgrado los honores que le rinde el universo,

Se embriaga cada noche con el grito de la tormenta

Que lanzan hacia los cielos sus riberas desiertas!

¡Y es desde entonces que Lesbos se lamenta!

 

1850.


 

III

 

MUJERES CONDENADAS

Delfina e Hipólita

 

A la pálida claridad de las lámparas mortecinas,

Sobre profundos cojines impregnados de perfume,

Hipólita evocaba las caricias intensas

Que levantaran la cortina de su juvenil candor.

 

Ella buscaba, con mirada aún turbada por la tempestad,

De su ingenuidad el cielo ya lejano,

Así como un viajero que vuelve la cabeza

Hacia los horizontes azules transpuestos en la mañana.

 

Sus ojos apagados, las perezosas lágrimas,

El aire quebrantado, el estupor, la mohína voluptuosidad,

Sus brazos vencidos, abandonados cual vanas armas,

Todo contribuía, todo mostraba su frágil beldad.

 

Tendida a sus pies, tranquila y llena de gozo,

Delfina la cobijaba con ardientes miradas,

Como una bestia fuerte vigilando su presa,

Luego de haberla, desde luego, marcado con sus dientes.

 

Beldad fuerte prosternada ante la belleza frágil,

Soberbia, ella trasuntaba voluptuosamente

El vino de su triunfo, y se alargaba hacia ella,

Como para recoger un dulce agradecimiento.

 

Buscaba en la mirada de su pálida víctima

La canción muda que entona el placer,

Y esa gratitud infinita y sublime

Que brota de los párpados cual prolongado suspiro.

 

-"Hipólita, corazón amado, ¿qué dices de estas cosas?

Comprendes ahora que no hay que ofrendar

El holocausto sagrado de tus primeras rosas

A los soplos violentos que pudieran marchitarlas?

 

Mis besos son leves como esas efímeras

Que acarician en la noche los lagos transparentes,

Y los de tu amante enterrarían sus huellas

Como los carretones o los arados desgarrantes;

 

Pasarán sobre ti como una pesada yunta

De caballos y de bueyes con cascos sin piedad...

Hipólita, ¡oh, hermana mía! vuelve, pues, tu rostro,

Tú, mi alma y mi corazón, mi todo y mi mitad,

 

¡Vuelve hacia mí tus ojos llenos de azur y de estrellas!

Por una sola de esas miradas encantadoras, bálsamo divino,

De placeres más oscuros yo levantaré los velos

¡Y te adormeceré en un sueño sin fin!"

 

Mas Hipólita, entonces, levantando su juvenil cabeza:

-"Yo no soy nada ingrata y no me arrepiento,

Mi Delfina, sufro y me siento inquieta,

Como después de una nocturna y terrible comida.

 

Siento fundirse sobre mí pesados terrores

Y negros batallones de fantasmas esparcidos,

Que quieren conducirme por caminos movedizos

Que un horizonte sangriento cierra por doquier

 

¿Hemos perpetrado, entonces, un acto extraño?

Explica, si tú puedes, mi turbación y mi espanto:

Tiemblo de miedo cuando me dices: "¡Mi ángel!"

Y, empero, yo siento mi boca acudir hacia ti.

 

¡No me mires así, tú, mi pensamiento!

¡Tú a la que yo amo eternamente, mi hermana dilecta,

Aunque tú fueras una acechanza predispuesta

Y el comienzo de mi perdición!"

 

Delfina, sacudiendo su melena trágica,

Y como pisoteando sobre el trípode de hierro,

La mirada fatal, respondió con voz despótica:

-"Entonces, ¿quién, ante el amor, osa hablar del infierno?

 

¡Maldito sea para siempre el soñador inútil

Que quiso, el primero, en su estupidez,

Apasionándose por un problema insoluble y estéril,

A las cosas del amor mezclar la honestidad!

 

¡Aquel que quiera unir en un acuerdo místico

La sombra con el ardor, la noche con el día,

Jamás caldeará su cuerpo paralítico

Bajo este rojo sol que llamamos amor!

 

Ve tú, si quieres, en busca de un navío estúpido;

Corre a ofrendar un corazón virgen a sus crueles besos;

Y, llena de remordimientos y de horror, y lívida,

Volverás a mí con tus pechos estigmatizados...

 

¡No se puede aquí abajo contentar más que a un solo amo!"

Pero, la criatura, desahogándose en inmenso dolor,

Exclamó de súbito: -Yo siento ensancharse en mi ser

Un abismo abierto; ¡este abismo es mi corazón!

 

¡Ardiente cual un volcán, profundo como el vacío!

Nada saciará este monstruo gimiente

Y no refrescará la sed de la Euménide

Que, antorcha en la mano, le quema hasta la sangre.

 

¡Que nuestras cortinas corridas nos separen del mundo,

Y que la laxitud conduzca al reposo!

Yo anhelo aniquilarme en tu garganta profunda

Y encontrar sobre tu seno el frescor de las tumbas!"

 

-¡Descended, descended, lamentables víctimas,

Descended el camino del infierno eterno!

Hundíos hasta lo más profundo del abismo, allí donde todos los crímenes,

Flagelados por un viento que no llega del cielo,

Barbotean entremezclados con un ruido de huracán.

Sombras locas, acudid al cabo de vuestros deseos;

Jamás lograréis saciar vuestra furia,

Y vuestro castigo nacerá de vuestros placeres.

 

Jamás un rayo fugaz iluminará vuestras cavernas;

Por las grietas de los muros las miasmas febricentes

Fíltranse inflamándose cual linternas

Y saturan vuestros cuerpos con sus perfumes horrendos.

 

La áspera esterilidad de vuestro gozo

Altera vuestra sed y enerva vuestra piel,

Y el viento furibundo de la concupiscencia

Hace claquear vuestras carnes como una vieja bandera.

 

¡Lejos de los pueblos vivientes, errantes, condenadas,

A través de los desiertos, acudid como los lobos;

Cumplid vuestro destino, almas desordenadas,

Y huid del infinito que lleváis en vosotras!

 

1857.


 

IV

 

EL LETEO

 

Ven sobre mi corazón, alma cruel y sorda,

Tigre adorado, monstruo de aires indolentes;

Quiero, por largo rato sumergir mis dedos temblorosos

En el espesor de tu melena densa;

 

En tus enaguas saturadas de tu perfume

Sepultar mi cabeza dolorida,

Y aspirar, como una flor marchita,

El dulce relente de mi amor difunto.

 

¡Quiero dormir! ¡Dormir antes que vivir!

En un sueño tan dulce como la muerte,

Yo derramaré mis besos sin remordimiento,

Sobre tu hermoso cuerpo pulido como el cobre.

 

Para absorber mis sollozos sosegados

Nada equiparable al abismo de tu lecho;

El olvido poderoso mora sobre tu boca,

Y el Leteo corre en tus besos.

 

A mi destino, en lo sucesivo, mi delicia,

Yo obedeceré como un predestinado;

Mártir dócil, inocente condenado,

Del cual el fervor atiza el suplicio,

 

Yo absorberé, para ahogar mi tormento,

El nepente y la buena cicuta,

En los pezones encantadores de ese pecho agudo

Que jamás aprisionó un corazón.

 

1857.


V

 

PARA AQUELLA QUE ES MUY ALEGRE

 

Tu cabeza, tu gesto, tu aire

Son hermosos como un bello paisaje;

La risa juega en tu rostro

Como una brisa fresca en un cielo claro.

 

Al pasajero disgusto que rozas

Lo diluye la salud

Que brota cual un destello

De tus brazos y de tus hombros.

 

Los refulgentes colores

Con que salpicas tus vestidos

Vuelcan en el espíritu de los poetas

La imagen de una danza de flores.

 

Esos trajes locos son el emblema

De tu espíritu abigarrado;

Loco como yo estoy,

¡Te odio tanto como te amo!

 

A veces en un hermoso jardín

Donde arrastraba mi atonía,

He sentido, como una ironía,

Al sol desgarrar mi pecho;

 

Y la primavera y el verdor

Tanto han humillado mi corazón,

Que he purgado sobre una flor

La insolencia de la Natura.

 

Así yo quisiera, una noche,

Cuando la hora de las voluptuosidades suena,

Hacia los tesoros de tu persona,

Como un cobarde, deslizarme sin ruido,

 

Para castigar tu carne gozosa,

Para magullar tu seno perdonado,

Y hacerle a tu vientre asombrado

Una herida ancha y profunda,

 

Y, ¡vertiginosa dulzura!

A través de esos labios recientes,

Más deslumbrantes y más bellos,

Infundirte mi veneno,  ¡hermana mía!

 

1852.


 

VI

 

LAS JOYAS

 

La muy querida estaba desnuda, y, conociendo mi corazón,

No había conservado más que sus joyas sonoras,

De las que el rico conjunto le daba el aspecto vencedor

Que tienen en sus días felices las esclavas de los moros.

 

Cuando arroja danzando su ruido vivaz y burlón,

Este mundo deslumbrante de metal y de piedra

Me encanta extasiándome, y amo con furor

Las cosas en que el sonido se mezcla con la luz.

 

Así ella estaba, acostada, y dejándose amar,

Y desde lo alto del diván sonreía complacida

A mi amor profundo y dulce como el mar,

Que hasta ella subía como hacia su acantilado

 

Los ojos fijos en mí, cual un tigre domado,

Con un aire vago y soñador ella ensayaba poses,

Y el candor unido a la lubricidad

Daba un encanto nuevo a sus metamorfosis.

 

Y su brazo y su pierna y su muslo y sus riñones,

Pulidos, como aceitados, ondulantes como un cisne,

Pasaban ante mis ojos clarividentes y serenos;

Y su vientre y sus senos, esos racimos de mi viña,

 

Adelantábanse, más mimosos que los ángeles del mal,

Para turbar el reposo en que yacía mi alma,

Y para apartarla de la roca de cristal

En que, serena y solitaria, ella se había asentado.

 

Yo creí ver unidas por un nuevo diseño

Las ancas del Antíope al busto de un imberbe,

¡Tanto su talle hacía resaltar su pelvis!

¡Sobre su tez leonada y parda el afeite estaba soberbio!,

 

-Y habiéndose la lámpara resignado a morir,

Como el hogar sólo iluminaba la estancia,

Cada vez que exhalaba un resplandeciente suspiro,

¡Inundaba de sangre aquella piel colorida de ámbar!

 

1857.


 

VII

 

LA METAMORFOSIS DEL VAMPIRO

 

La mujer, entretanto, de su boca de fresa,

Retorciéndose cual una serpiente sobre las brasas,

Y estrujando sus pechos en la cárcel de su corsé,

Dejó correr estas palabras impregnadas de almizcle:

-"Yo, yo tengo los labios húmedos, y conozco la ciencia

De perder en el fondo de un lecho la antigua conciencia.

Yo enjugo todas las lágrimas sobre mis senos triunfantes,

Y hago reír a los viejos con risa de niños.

¡Reemplazo, para el que me ve desnuda, y sin velos,

La luna, el sol, el cielo y las estrellas!

Yo soy, mi sabio querido, tan docta en voluptuosidades,

Cuando ahogo un hombre entre mis brazos temidos,

O cuando abandono a sus mordeduras mi busto,

Tímida y libertina, y frágil y robusta,

¡Que sobre estos acolchados, desmayándose de emoción,

Los ángeles impotentes por mí se condenarían!"

 

Cuando hubo de mis huesos succionado toda la médula,

Y yo lánguidamente me volví hacia ella,

Para devolverle un beso de amor, ya no vi más

Que un odre con los flancos viscosos, ¡todo lleno de pus!

Cerré los dos ojos, en mi frío espanto,

Y cuando los reabrí a la claridad viviente,

A mi vera, en lugar del maniquí pujante

Que parecía haber hecho provisión de sangre,

Temblaban tan confusamente restos de esqueleto,

Que ellos mismos producían el sonido de una veleta

O de una muestra, al extremo del vástago de hierro,

Que balancea el viento durante las noches de invierno.

 

1852.


 

GALANTERÍAS

 

VIII

 

EL SURTIDOR

 

¡Tus hermosos ojos están fatigados, pobre amante!

Quédate mucho tiempo, sin volverlos a abrir,

En esa postura indolente

En que te sorprendió el placer.

En el patio el surtidor que brota

Y no se calla ni de noche ni de día,

Entretiene dulcemente el éxtasis

En que, en esta tarde me sumió el amor.

 

El haz desparramado

En mil flores,

Donde Febo gozoso

Pone sus colores,

Cae cual una lluvia

De prolongadas lágrimas.

 

Así tu alma que enciende

El ardiente rayo de las voluptuosidades

Se arroja, rápida y atrevida,

Hacia la amplitud de los cielos encantados.

Luego, ella se derrama moribunda,

En una oleada de triste languidez,

Que por una invisible pendiente

Desciende hasta el fondo de mi corazón.

 

El haz desparramado

En mil flores,

Donde Febo gozoso

Pone sus colores,

Cae cual una lluvia

De prolongadas lágrimas.

 

¡Oh tú a quien la noche torna tan bella,

Qué dulce me es, inclinando sobre tus senos,

Escuchar la queja eterna

Que solloza en las fuentes!

Luna, agua sonora, noche bendita,

Árboles que tembláis alrededor,

Vuestra pura melancolía

Es el espejo de mi amor.

 

El haz desparramado

En mil flores,

Donde Febo gozoso

Pone sus colores

Cae como una lluvia

De prolongadas lágrimas.

1865.


 

IX

 

LOS OJOS DE BERTA

 

Puedes despreciar los ojos más célebres,

¡Bellos ojos de mi niña, por donde se filtra y huye

Yo no se qué de bueno, de suave como la noche!

¡Bellos ojos, volcad sobre mí vuestras deliciosas tinieblas!

 

¡Grandes ojos de mi niña, arcanos adorados,

Os parecéis mucho a esas grutas mágicas

Donde, detrás del montón de sombras letárgicas,

Centellean vagamente tesoros ignorados!

 

¡Mi niña tiene ojos oscuros, profundos y enormes,

Como tú, Noche inmensa, iluminados como tú!

Los fuegos son estos pensamientos de Amor, mezclados de Fe,

Que chispean en el fondo, voluptuosos o castos.

 

1864.


 

X

 

HIMNO

 

A la amadísima, a la muy hermosa

Que colma mi corazón de claridad,

Al ángel, al ídolo inmortal,

¡Salve en la inmortalidad!

 

Ella se derrama en mi vida

Como un soplo impregnado de sal,

Y en mi alma insaciable

Vierte el sabor de lo Eterno.

 

Sachet siempre fresco que perfuma

La atmósfera de un caro refugio,

Incensario siempre lleno que humea

En secreto a través de la noche,

 

¿Cómo, amor incorruptible,

Expresarte con veracidad?

¡Grano de almizcle que yaces, invisible,

En el fondo de mi eternidad!

 

A la buenísima a la muy hermosa,

Que me infunde alegría y salud,

Al ángel, al ídolo inmortal

¡Salve en la inmortalidad!

 

1854.


 

XI

 

LAS PROMESAS DE UN ROSTRO

 

(A mademoiselle A...)

 

Yo amo, ¡oh, pálida beldad!, tus pestañas entornadas,

De las que parecen derramarse las tinieblas;

Tus ojos, bien que renegridos, me inspiran ideas

Que no son del todo fúnebres.

 

Tus ojos, que concuerdan con tus negros cabellos,

Con tu melena elástica,

Tus ojos, lánguidamente, me dicen: "Si tú quieres,

Amante de la musa plástica,

 

Seguir la esperanza que en ti hemos excitado,

Y todos los gustos que tú profesas,

Podrás comprobar nuestra veracidad

Desde el ombligo hasta las nalgas;

 

Encontrarás en la punta de ambos senos bien abundantes,

Dos grandes medallones de bronce,

Y bajo un vientre terso, suave como de terciopelo,

Bistre como en la piel de un bonzo,

 

Un abundante vellón que, verdaderamente, es hermano

De esta enorme cabellera,

Suave y rizada, y que te iguala en espesor,

Noche sin estrellas, ¡Noche oscura!"

 

(Sin fecha).


 

XII

 

EL MONSTRUO

o El paraninfo de una ninfa macabra

 

I

 

En verdad, tú no eres, mi bienamada,

Lo que Veuillot denomina una chiquilla.

El juego, el amor, la buena comida,

Hierven en ti, ¡viejo caldero!

Ya no eres más fresca, amada mía,

 

¡Mi vieja infanta! Y, empero,

Tus correrías insensatas

Te han dado este brillo abundante

De las cosas que, muy gastadas,

Todavía seducen.

 

Yo no encuentro monótono

El verdor de tus cuarenta años;

¡Prefiero tus frutos, Otoño,

A las flores banales de la Primavera!

¡No! ¡Jamás eres monótona!

 

Tu osamenta tiene atractivos

Y gracias particulares;

Yo encuentro extrañas especias

En la cavidad de tus dos saleros;

¡Tu osamenta tiene atractivos!

 

¡Befa de amantes ridículos

Del melón y de la calabaza!

Yo prefiero tus clavículas

A las del rey Salomón,

¡Y compadezco a esa gente ridícula!

 

Tus cabellos, como un casco azul,

Sombrean tu frente de guerrera,

Que no piensa ni se abochorna mucho,

Y además se escapan por detrás,

Cual las crines de un casco azul.

 

Tus ojos, que parecen lodo

Donde brilla algún fanal,

Reavivados con el colorete de tu mejilla,

¡Lanzan un destello infernal!

¡Tus ojos son negros como el lodo!

 

Por su lujuria y su desdén

Tu labio amargo nos provoca;

Este labio, es un Edén

Que nos atrae y que nos choca.

¡Qué lujuria! ¡y cuánto desdén!

 

Tu pierna musculosa y seca

Sabe trepar hasta lo alto de los volcanes,

Y, malgrado la nieve y los desechos,

Bailar los más fogosos cancanes.

Tu pierna es musculosa y seca;

 

Tu piel ardiente y áspera,

Como la de los viejos gendarmes,

No conoce más el sudor

Así como tus ojos ignoran las lágrimas.

(¡Y, empero, tiene su suavidad!)

 

II

 

¡Tonta! ¡Te vas directamente al Diablo!

De buen grado yo iría contigo,

Si esa velocidad espantosa

No me causara cierta emoción.

¡Vete, pues, sola, al Diablo!

 

Mi riñón, mi pulmón, mi corva

No me permiten más rendir homenaje

A este Señor, como convendría.

"¡Ay de mí! ¡Realmente es una lástima!"

Dicen mi riñón y mi corva.

 

¡Oh! Sinceramente yo siento

No concurrir a los sabats,

Para ver, cuando pedorrea el azufre,

¡Cómo tú le besas su culo!

¡Oh! ¡Sinceramente yo sufro!

 

Estoy endiabladamente afligido

De no ser tu antorcha,

Y de pedirte licencia,

¡Llama infernal! Juzga, querida mía,

Cuánto he de estar afligido,

 

Pues que, desde largo tiempo yo te amo,

¡Siendo tan lógico! En efecto,

Queriendo del Mal buscar la crema

Y no amar sino un monstruo perfecto,

¡Verdaderamente, sí! Viejo monstruo, ¡yo te amo!

 

1857. (?)


 

XIII

 

ALABANZAS DE MI FRANCISCA

(Franciscae Meae Laudes)

 

(Versión de la traducción que de este poema en latín

realizó Jules Monquet, y que figura en Las flores del Mal,

LX con el título: Franciscae meae laudes.)

 

Yo te cantaré sobre cuerdas nuevas,

¡Oh, mi pequeña corza que te complaces

En la soledad de mi corazón!

 

Que te engalanen las guirnaldas,

¡Oh, mujer delicada

Que de los pecados nos redimes!

 

Como de un bienhechor Leteo,

Yo extraeré besos tuyos,

Que están impregnados de amor.

 

Cuando la tempestad de los vicios

Turbaba todos los caminos,

Tú apareciste, Deidad,

 

Como estrella salvadora

En los naufragios amargos...

-¡Yo ofrendaré mi corazón en tus altares!

 

Piscina desbordante de virtud,

Fuente eterna de Juvencio,

¡Vuélveles la voz a mis labios mudos!

 

Lo que era vil, tú lo has quemado;

Ruda, tú lo has allanado,

Débil, tú lo has afirmado.

 

En el hambre mi albergue,

En la noche mi lámpara,

Guíame siempre como es debido.

 

Agrega ahora fuerzas a mis fuerzas.

¡Dulce baño perfumado

Por los más suaves aromas!

 

Brilla alrededor de mis riñones

¡Oh, cinturón de castidad,

Templado en agua seráfica!;

 

Patera centelleante de gemas,

Pan realzado de sal, manjar delicado,

Vino divino, ¡Francisca!

 

1857.


 

EPÍGRAFES

 

XIV

 

VERSOS PARA EL RETRATO

De MONSIEUR HONORÉ DAUMIER

 

Este del cual te ofrendamos la imagen,

Y cuyo arte, sutil entre todos,

Nos enseña a reír,

Este, lector, es un sabio.

 

Es un satírico, un burlón;

Pero, la energía con la cual

El pinta el Mal y su secuela,

Prueba la belleza de su corazón.

 

Su risa no es la mueca

De Melmoth o de Mefisto

Bajo la tea viviente de Alecto

Que nos desgarra, pero que nos hiela.

 

Su risa, ¡ah! de la alegría

No es más que la dolorosa carga;

¡La suya brilla, franca y amplia,

Cual un signo de su bondad!

 

1865.


 

XV

 

LOLA DE VALENCIA

(Inscripción para un cuadro de Manet)

 

Entre tantas beldades como por todas partes puédense ver,

Yo comprendo bien, amigos, que el deseo vacile;

Pero sí se ve brillar en Lola de Valencia

El encanto inesperado de una joya rosada y negra.

 

1862.


 

XVI

 

SOBRE "TASSO EN LA PRISIÓN"

(De Eugenio Delacroix)

 

El poeta en el calabozo, mal vestido, mal calzado,

Desgarrando compulsivo bajo su pie un manuscrito,

Mide con una mirada que la demencia inflama

La escalera vertiginosa donde se abisma su alma.

 

Las risas embriagadoras que colman la prisión

Hacia lo extraño y lo absurdo incitan su razón;

La Duda lo rodea, y el Miedo ridículo,

Horroroso y multiforme, alrededor de él circula.

 

Genio encerrado en un cuchitril malsano,

Estas muecas, esos gritos, esos espectros de los que el enjambre

Revolotea cual torbellino, amotinado detrás de su oreja,

 

Este soñador que el horror de su yacija despierta,

¡He aquí tu emblema, Alma de los sueños oscuros,

Que la Realidad ahoga entre sus cuatro muros!

 

1844.


PIEZAS DIVERSAS

 

XVII

 

LA VOZ

 

Mi cuna se adosaba a la biblioteca,

Babel sombría, donde novela, ciencia, romance,

Todo, la ceniza latina y el polvo griego,

Se mezclaban. Yo era alto como un infolio.

Dos voces me hablaban. La una, insidiosa y firme,

Decía: "La Tierra es un pastel colmado de dulzura;

Yo puedo (¡Y tu placer entonces no tendrá término!)

Procurarte un apetito de igual grosor."

Y la otra: "¡Ven! ¡oh! ven viajero en los sueños,

Más allá de lo posible, más allá de lo conocido!"

Y ésta cantaba como el viento de las plazas,

Fantasma gemebundo, no se sabe de dónde venido,

Que acaricia el oído y empero lo espanta.

Yo respondí: "¡Sí! ¡Dulce voz!" Es desde entonces

Que data lo que se puede, ¡ah! llamar mi llaga

Y mi fatalidad. Detrás de las decoraciones

De la existencia inmensa, en lo más negro del abismo,

Veo distintamente mundos singulares,

Y, de mi clarividencia, extática víctima,

Arrastro serpientes que muerden mis zapatos.

Y es desde entonces que, semejante a los profetas,

Amo tan tiernamente el desierto y la mar;

Que río en los duelos y lloro en los festejos,

Y encuentro un gusto suave al vino más amargo;

Que tomo con frecuencia los hechos por mentiras,

Y que, los ojos hacia el cielo, caigo en los agujeros.

Pero, la voz me consuela y dice: "Guarda tus sueños;

¡Los sabios no los tienen tan hermosos como los locos!"

 

1840.


XVIII

 

LO IMPREVISTO

 

Harpagón, que velaba a su padre agonizante

Se dice, soñador, ante esos labios ya blanquecinos:

"¿Tenemos en el granero una cantidad suficiente,

Me parece, de viejos tablones?"

 

Celimena, arrullante, dice: "Mi corazón es bueno,

Y naturalmente, Dios me ha hecho muy bella".

-¡Su corazón! ¡Corazón endurecido, ahumado como un jamón,

Recocido en la llama eterna!

 

¡Un gacetillero fumista, que se cree una antorcha,

Dice al pobre, al cual ha sumido en las tinieblas:

"¿Dónde, pues, percibes tú, a ese creador de Belleza,

Este Desfacedor de entuertos que tú celebras?"

 

Mejor que todos, conozco cierto voluptuoso

Que bosteza noche y día y se lamenta y llora,

Repitiendo, impotente y fatuo: "¡Sí, yo quiero

Ser virtuoso, dentro de una hora!"

 

El reloj, a su turno, dice en voz baja: "¡Está maduro

El condenado! Yo no advertí en vano la carne infecta.

El hombre está ciego, sordo, frágil como un muro

Que habita y que roe un insecto!"

 

Y por otra parte, Alguien que parece, habían todos negado,

Y que les dijo, burlón y fiero: "En mi copón,

¿No habéis, creo, con exceso comulgado,

En la jovialidad de la Misa negra?

 

Cada uno de vosotros me ha erigido un templo en su corazón;

¡Habéis, en secreto, besado mi trasero inmundo!

¡Reconoced a Satán en su risa vencedor,

Enorme y feo como el mundo!

 

¿Habéis, pues, creído, hipócritas sorprendidos,

Que se hace befa del amo, y que con él se trampea,

Y que es natural recibir dos premios,

Ir al Cielo y ser rico?

 

Es preciso que la caza se pague el viejo cazador

Que se aburrió largo tiempo acechando la presa.

Yo voy a conduciros a través de la espesura,

Camaradas de mi triste júbilo,

 

A través del espesor de la tierra y de la roca,

A través del montón confuso de vuestra ceniza,

Hasta un palacio tan grande como yo, de un solo bloque,

Y que no es de piedra deleznable,

 

Porque ha sido erigido con el universal Pecado,

Y contiene mi orgullo, mi dolor y mi gloria!"

-Entretanto, en lo más alto del universo, encumbrado

Un ángel proclama la victoria

 

De aquellos cuyo corazón dice: "¡Que bendito sea tu látigo,

Señor! ¡Que el dolor, oh, Padre, sea bendito!

Mi alma entre tus manos no es un vano juguete,

Y tu prudencia es infinita."

 

El son de la trompeta es tan delicioso,

En las tardes solemnes de celestiales vendimias,

Que se infiltra como un éxtasis en todos aquellos

De quienes ella entona las alabanzas.

 

1863.


 

XIX

 

EL RESCATE

 

El hombre tiene, para pagar su rescate,

Dos campos de toba profundos y ricos,

Que es preciso que remueva y desmonte

Con el hierro de la razón;

 

Para obtener la menor rosa,

Para arrancar algunas espinas,

Lágrimas amargas de su frente gris

Sin cesar es preciso que riegue;

 

Uno es el Arte, y el otro el Amor.

-Para rendir el juicio propicio,

Cuando de la estricta justicia

Aparezca el día terrible día,

 

Será preciso mostrarle granjas

Repletas de mieses, y de flores

Cuyas formas y colores

Ganen el sufragio de los Ángeles.

 

1863.


 

XX

 

A UNA MALABARESA

 

Tus pies son tan finos como tus manos, y tu cadera

Es amplia como para dar envidia a la más bella blanca;

Para el artista indolente tu cuerpo es suave y caro;

Tus grandes ojos aterciopelados son más negros que tu carne.

En las tierras cálidas y azules donde tu Dios te ha hecho carne,

Tu tarea es la de encender la pipa de tu amo,

Colmar los frascos de aguas frescas y de perfumes,

Arrojar lejos del lecho los mosquitos vagabundos,

Y, en cuanto la mañana hace cantar los plátanos,

Comprar en el bazar ananás y bananas.

Todo el día, donde quieres, llevas tus pies desnudos

Y canturreas muy bajo viejas canciones desconocidas;

Y cuando cae la tarde con su manto escarlata,

Posas suavemente tu cuerpo sobre una estera,

Donde tus sueños flotantes están llenos de colibríes,

Y siempre, como tú, son graciosos y floridos.

¿Para qué, niña afortunada, quieres ver nuestra Francia,

Este país pobladísimo al que siega el sufrimiento,

Y, confiando tu vida a los brazos fuertes de los marineros.

Te despides para siempre de tus queridos tamarindos?

Tú, vestida a medias por muselinas frágiles,

Temblorosa allá, bajo la nieve y el granizo,

¡Cómo llorarías tus ocios dulces y francos,

Si, el corsé brutal aprisionando tus flancos,

Tuvieras que espigar tu cena en nuestros fangos,

Y vender el perfume de tus encantos extraños,

Indolente la mirada, y siguiendo, en nuestras sucias neblinas,

De los cocoteros amados los fantasmas dispersos!

 

Amor de lo ignoto, jugo de la antigua manzana,

Ancestral perdición de la mujer y del hombre,

¡Oh, curiosidad! siempre les harás

Desertar como hacen los pájaros, esos ingratos,

Del techo que han perfumado los ataúdes de sus padres,

Hacia un lejano espejismo y cielos menos propicios.

 

1846.


 

AGREGADOS DE LA TERCERA EDICIÓN

DE LAS FLORES DEL MAL

 

I

 

EPÍGRAFE PARA UN LIBRO CONDENADO

 

Lector plácido y bucólico,

Sobrio y simple hombre de bien,

Arroja este libro saturniano,

Orgíaco y melancólico.

 

Si no has cursado tu retórica

En lo de Satán, el astuto decano,

¡Arrójalo! tú no comprenderás en él nada,

0  me creerás histérico.

 

Pero si, sin dejarse encantar,

Tu mirada sabe penetrar en los abismos,

Léeme, para aprender a amarme;

 

Alma curiosa que sufres

Y vas buscando tu paraíso,

¡Compadéceme!... Sino, ¡Yo te maldigo!

 

1861.


 

II

 

A THEODORE DE BANVILLE

 

Has empuñado las crines de la Diosa

Con un puño tal que se os hubiera tomado, al ver

Ese aire dominador y esa bella despreocupación,

Por un joven rufián revolcando a su amante.

 

Alerta la mirada y lleno del fuego de la precocidad,

Te has pavoneado con orgullo de arquitecto

En construcciones cuya audacia correcta

Hace barruntar lo que será tu madurez.

 

Poeta, nuestra sangre se nos escapa por cada poro;

¿Acaso, por azar, el manto del Centauro

Que cambió toda vena en fúnebre arroyo

 

Fue teñido treinta veces en las babas sutiles

De esos vengativos y monstruosos reptiles

Que el pequeño Hércules estranguló en su cama?

 

1842.


III

 

IMITACIÓN DE LONGFELLOW

 

(Se suprime LA IMITACIÓN de Longfellow, intitulada Le calumet de la paix, traducción que el 28 de febrero de 1861 apareció en La revue contemporaine, fragmento de la pieza The song of Hiawatha del poeta norteamericano destinada al músico Robert Stoepel.)


 

IV

 

LA PLEGARIA DE UN PAGANO

 

¡Ah! no atenuéis tus llamas;

Calienta mi corazón embotado,

¡Voluptuosidad, tortura de las almas!

¡Diva! ¡supplicem exaudi!

 

¡Diosa en el aire diluida,

Llama en nuestro subterráneo!

Acoge un alma hastiada,

Que te consagra un canto de bronce.

 

¡Voluptuosidad, sé todavía mi reina!

Toma la forma de una sirena

Hecha de carne y de terciopelo,

 

O viérteme tus pesados sueños

En el vino informe y místico,

¡Voluptuosidad, fantasma inasible!

 

1861.


 

V

 

LA TAPADERA

 

En cualquier lugar donde vaya, sobre el mar o sobre la tierra,

Bajo un clima llameante o bajo un sol mortecino,

Servidor de Jesús, cortesano de Citerea,

Mendigo tenebroso o Creso rutilante,

 

Ciudadano, camarada, vagabundo, sedentario,

Que su ínfimo cerebro sea activo o sea lento,

En todas partes el hombre sufre el terror del misterio,

Y no mira hacia lo alto sino con ojos temblorosos.

 

En lo alto, ¡el Cielo! Esta bóveda que agobia,

Cielo raso iluminado para una ópera bufa

En la que cada histrión holla un suelo ensangrentado;

 

Terror del libertino, esperanza del loco ermitaño;

¡El Cielo! Tapadera negra de la gran marmita

Donde bulle la imperceptible y vasta Humanidad.

 

1861.


 

VI

 

EL EXAMEN DE MEDIANOCHE

 

El péndulo, sonando la medianoche,

Irónicamente nos induce

A recordar qué uso

Hicimos del día que se fue:

-Hoy, fecha fatídica,

Viernes, trece, hemos,

Malgrado todo lo que sabemos,

Llevado el tren de un herético,

 

Hemos blasfemado de Jesús,

De los Dioses ¡el más incontestable!

Como un parásito en la mesa

De cualquier monstruoso Creso,

Para complacer al bruto,

Digno vasallo de los Demonios,

Hemos insultado lo que amamos

Y halagado lo que nos repugna;

 

Contristado, servil verdugo,

El débil que injustamente se desprecia;

Saludado la enorme Bestia,

La Bestialidad con testuz de toro;

Besado la estúpida Materia

Con gran devoción,

Y de la putrefacción

Bendecido la descolorida luz.

 

Finalmente, para ahogar

El vértigo en el delirio,

Sacerdotes orgullosos de la Lira,

Cuya gloria consiste en desplegar

La embriaguez de las cosas fúnebres,

Hemos bebido sin sed y comido sin hambre!...

-¡Rápido, soplemos la lámpara, a fin

De ocultarnos en las tinieblas!

 

1863.


 

VII

 

MADRIGAL TRISTE

 

I

 

¿Qué me importa que seas discreta?

¡Sé bella! ¡Y sé triste! Las lágrimas

Agregan un encanto al rostro,

Como el río al paisaje;

La tempestad rejuvenece las flores.

 

Yo te amo sobre todo cuando el júbilo

Desaparece de tu frente abatida;

Cuando tu corazón en el horror se ahoga;

Cuando sobre tu presente se despliega

La nube horrenda del pasado.

 

Yo te amo cuando tu intensa mirada vuelca

Un raudal ardiente como la sangre;

Cuando, malgrado mi mano que te mece,

Tu angustia, harto pesada, orada

Como un estertor de agonizante.

 

Yo aspiro, ¡voluptuosidad divina!

¡Himno profundo, delicioso!

Todos los sollozos de tu pecho,

Y creo que tu cuerpo se ilumina

Con las perlas que vierten tus ojos.

 

II

 

Yo sé que tu corazón, que rebalsa

Pasados amores desarraigados,

Llamea aún como una fragua,

Y que tú cobijas bajo tu garganta

Un poco del orgullo de los condenados;

 

Pero, querida mía, en tanto que tus sueños

No hayan reflejado el Infierno,

Y que en una pesadilla sin treguas,

Soñando con venenos y dagas,

Prendada de pólvora y de hierro,

 

No abriendo a cada uno sino con miedo,

Barruntando la desdicha por doquier,

Convulsionándote cuando la hora suene,

Tú no hayas sentido el abrazo

Del irresistible Tedio,

 

Tú no podrás, esclava reina

Que no me amas sino con espanto,

En el horror de la noche malsana

Decirme, el alma de gritos desbordante:

"Yo soy tu igual, ¡oh, mi Rey!"

1861.


 

VIII

 

EL ANUNCIADOR

 

Todo hombre digno de este nombre

Tiene en el corazón una Serpiente amarilla,

Instalada como sobre un trono,

Que si él dice: "¡Quiero!" responde: "¡No!"

 

Hunde tu mirada en los ojos fijos

De las Satiresas o de las Ninfas,

La Inquina dice: "¡Piensa en tu deber!"

 

Haz hijos, planta árboles,

Pule rimas, esculpe mármoles.

La Inquina dice: "¿Vivirás esta tarde?"

 

Por más que esboce o espere,

El hombre no vive sino un instante

Sin soportar la advertencia

De la insoportable Víbora.

 

1861.


 

IX

 

EL REBELDE

 

Un Ángel furioso hiende el cielo como un águila,

Del incrédulo coje a pleno puño los cabellos,

Y dice, sacudiéndolo: "¡Discernirás la norma!"

(Porque yo soy tu Ángel bueno, ¿entiendes?) ¡Yo lo exijo!

 

Entiendo que es preciso amar, sin hacer remilgos,

Al pobre, al malo, al deforme, al imbécil,

Para que puedas hacerle a Jesús, cuando pase,

Un tapiz triunfal con tu caridad.

 

¡Tal es el amor! Antes de que tu corazón no se hastíe,

En la gloria de Dios vuelve a encender tu éxtasis;

"¡Que esa es la voluptuosidad verdadera de los perdurables encantos!"

 

¡Y el Ángel, castigando lo mismo, a fe mía que gusta!,

Con sus puños de gigante tortura el anatema;

Mas el condenado replica siempre: "¡Yo no quiero!"

 

1861.


 

X

 

MUY LEJOS DE AQUÍ

 

Esta es la morada sagrada

Donde esta muchacha engalanada,

Tranquila y siempre dispuesta,

Con una mano abanicando sus pechos,

Y su codo en los cojines,

Escucha llorar las fuentes:

 

Esta es la alcoba de Dorotea.

-La brisa y el agua cantan a lo lejos

Su canción por sollozos quebrada

Para mecer esta criatura mimada.

 

De arriba abajo, con gran cuidado,

Su piel delicada es friccionada

Con óleo perfumado y benjuí.

-Las flores desfallecen en un rincón.

 

1864.


 

XI

 

EL ABISMO

 

Pascal tenía su abismo, en él se movía

-¡Ah! Todo es abismo, -acción, deseo, ensueño,

¡Palabra! Y sobre mi pelo que enhiesto se pone

Muchas veces del Miedo siento pasar el viento.

 

Arriba, abajo, por doquier, la profundidad, la playa.

El silencio, el espacio horrendo y cautivante...

Sobre el fondo de mis noches Dios, con su dedo sabio

Dibuja una pesadilla multiforme y sin tregua.

 

Tengo miedo del sueño como se teme un gran agujero,

Colmado de vago horror, llevando no se sabe dónde;

No veo más que infinito por todas las ventanas,

 

Y mi espíritu, siempre de vértigo ahíto,

Celoso del vacío de la insensibilidad.

-¡Ah! ¡No salir jamás de los Números y de los Seres!

 

1862.


 

XII

 

LAS LAMENTACIONES DE UN ICARO

 

Los amantes de las prostitutas

Son felices dispuestos y satisfechos;

En cuanto a mí, mis brazos están rotos

Por haber abrazado las nubes.

 

Es gracias a los astros innumerables,

Que en el fondo del cielo centellean,

Que mis ojos consumidos no ven

Sino recuerdos de soles.

 

En vano he querido del espacio

Encontrar el final y el medio;

No sé bajo qué mirada de fuego

Yo siento mi ala que se quiebra;

 

Y quemado por el amor de lo bello,

No tendré el honor sublime

De dar mi nombre al abismo

Que me servirá de tumba.

 

1862.


 

XIII

 

RECOGIMIENTO

 

Modérate, ¡oh, mi Dolor! y tranquilízate.

Reclamabas la Tarde; ella desciende; hela aquí:

Una atmósfera oscura envuelve a la ciudad,

A unos trayéndoles la paz, a los otros la aflicción.

 

Mientras que de los mortales la multitud vil,

Bajo el látigo del Placer, este verdugo implacable,

Recoge remordimientos en la fiesta servil,

Mi Dolor, dame la mano; ven por aquí,

 

Lejos de ellos. Ve inclinarse a los difuntos Años,

Sobre los balcones del Cielo, con vestimentas anticuadas;

Surgir del fondo de las aguas el Pesar sonriente;

 

El Sol, moribundo, se adormece bajo un arco,

Y, cual un amplio sudario, arrastrándose hacia Oriente,

Escucha, mi amada, escucha a la Dulce Noche que avanza.

 

1860.


 

XIV

 

LA LUNA OFENDIDA

 

¡Oh Luna que adoraban discretamente nuestros padres,

De lo alto de países azules donde, radiante serrallo,

Los astros van a seguirte en rozagante atavío,

Mi vieja Cintia, lámpara de nuestros refugios,

 

¿Ves, acaso, los amantes sobre sus jergones prósperos,

De sus bocas, durmiendo, mostrar el fresco esmalte?

¿El poeta obstinar la frente sobre su trabajo?

¿O bajo los céspedes secos acoplarse las víboras?

 

Bajo tu dominó amarillo, y con pie clandestino,

¿Acudes como antaño, de la noche a la mañana,

A besar de Endimión las gracias envejecidas?

 

"-Yo veo tu madre, hija de este siglo empobrecido,

Que hacia su espejo inclina un pesado montón de años,

Y adereza artísticamente el seno que te ha nutrido."

 

1862.


 

POESÍAS DIVERSAS

 

I

 

¿No es verdad que es grato, ahora que estamos

Como el resto de los hombres, fatigados y marchitos.

Escudriñar algunas veces en el Oriente lejano

Si vemos todavía los arreboles matinales,

Y, cuando avanzamos en la ruda carrera,

Escuchar los ecos cantarines y a la zaga

Y los cuchicheos de aquellos juveniles amores

Que el Señor puso en el comienzo de nuestros días?.

 

1864.


 

II

 

Se complacía en verla, con sus faldas blancas,

Correr a través de frondas y ramajes,

Aturdida y llena de gracia, mientras ocultaba

Su pierna, si el vestido se enredaba en las zarzas.

 

1864.


 

III

 

INCOMPATIBILIDAD

 

Todo a lo alto, todo a lo alto, lejos del camino seguro,

De las granjas, de los valles, más allá de los ribazos,

Más allá de las florestas, los tapices de verdor,

Lejos de los postreros prados hollados por los rebaños,

 

Se encuentra un lago sombrío encajado en el abismo

Que forman algunos picos desolados y nevados;

El agua, noche y día, duerme allí en un reposo sublime,

Y no interrumpe jamás su silencio borrascoso.

 

En este triste desierto, al oído indistintos

Llegan por momentos ruidos débiles y prolongados,

Y ecos más muertos que el lejano cencerro

De una vaca que pace en las laderas de un cerro.

 

Sobre estos montes donde el viento borra todo vestigio,

Estos glaciares bordeados que ilumina el sol,

Sobre estas rocas altivas donde acecha el vértigo,

En este lago donde el sol contempla su tono bermejo,

 

Bajo mis pies, sobre mi cabeza, por doquier, el silencio,

El silencio que hace que uno quisiera huir,

El silencio eterno y la montaña inmensa,

Porque el aire está inmóvil y todo parece soñar.

 

Se diría que el cielo, en esta soledad,

Se contempla en la onda, y que estos montes, allá,

Escuchan, recogidos, en su grave actitud,

Un misterio divino que el hombre no alcanza.

 

Y cuando por azar una nube errante

Ensombrece en su vuelo al lago silencioso,

Creeríase ver el manto o la sombra transparente

De un espíritu que viaja y por los cielos pasa.

 

1838 (?)


 

IV

 

[A Henri Hignard.]

 

Recién acabo de escuchar

Resonar afuera dulcemente

Un aire monótono y tan tierno

Que el rumor hasta mí llega vagamente,

 

Es una de esas antiguas lamentaciones,

Musas de los pobres auverneses,

Que antes en las horas ociosas

Tanto nos deleitaban con frecuencia.

 

Y, su esperanza destruida,

La pobre se marchó tristemente;

Y yo pensé de inmediato

En el amigo a quien amo tanto,

 

Que me decía, paseándonos,

Que para él era un placer

Que semejante serenata

Llegara en un prolongado y monótono holgar.

 

Amemos esta humilde música

Tan dulce a nuestros espíritus abrumados

Cuando ella llega, melancólica,

Respondiendo a tristes pensamientos.

 

-Y he dejado las ventanas cerradas,

Ingrato, porque me ha hecho también

Soñar en tan deliciosas cosas,

Y pensar en mi caro Henri!

 


 

V

[A Henri Hignard.]

 

¡Ah! ¿Quién no ha gemido por otro, por sí mismo?

Y, ¿quién no ha dicho a Dios?: "¡Perdona Señor,

Si alguno no me ama y si nadie llega a mi corazón!

Todos me han corrompido: ¡nadie os ama!"

 

¡Ah!, cansado del mundo y de sus vanos discursos,

Menester es levantar la mirada hacia las bóvedas sin nubes,

Y no dirigirse más que a las mudas imágenes,

De aquellos que nada aman, consoladores amores.

 

Entonces, hay que rodearse de misterio,

Cerrarse a las miradas, y sin ceño y sin hiel,

Sin decirles a los vecinos: "¡Yo no amo más que el cielo!",

Decirle a Dios: "¡Consuela mi alma de la tierra!"

 

Tal, cerrado por su sacerdote, un piadoso monumento,

Cuando sobre nuestros sombríos techos la noche ha descendido,

Cuando la multitud ha dejado las piedras de la calle,

Colmándose de silencio y de recogimiento.

 


VI

 

[A Antony Bruno.]

 

Compañero, tienes el corazón de poeta,

¿Has pasado por alguna aldea engalanada, todo bermejo,

Cuando el cielo y la tierra tienen un lindo aire de fiesta,

Un domingo iluminado por un joyante sol?

 

Cuando el campanario se agita y canta desgañitándose,

Y tiene desde la madrugada la aldea despierta,

Cuando todos, para entonar el oficio que se prepara,

Se marchan, jóvenes y viejos, en pimpante conjunto;

 

Entonces, elevándose en el fondo de vuestra alma mundana,

Tonos de órgano murientes y de campana lejana

¿No te ha recordado, triste y dulce,

 

Esta devoción de los campos, alegre y franca?

¿No te ha recordado, triste y dulce,

Que antaño gustabas de los domingos?

 

1843.


 

VII

 

[A Alexandre Bouchon (?)]

 

Yo no tengo por amante una "leona" ilustre:

La usurera, de mi alma, empeña todo su brillo;

Invisible a las miradas del universo burlón,

Su belleza no florece sino en mi triste corazón.

 

Para tener zapatos ha vendido su alma;

Pero el buen Dios reiría si, cerca de esta infame,

Yo posara de Tartufo y remedara su altura,

Yo que vendo mi pensamiento y quiero ser autor.

 

Vicio mucho más grave, ella lleva peluca.

Todos sus bellos cabellos negros han huido de su blanca nuca;

Lo cual no impide que los besos amorosos

Lluevan sobre su frente más pelada que un leproso.

 

Es bizca, y el efecto de esta mirada extraña

Que sombrean las pestañas negras más largas que las de un ángel,

Es tal que todos los ojos por los que uno se condena

No valen para mí lo que sus pupilas de judía, ojerosa.

 

No tiene más que veinte años; el pecho ya fláccido

Pende de cada lado como una calabaza,

Y sin embargo, arrastrándome cada noche sobre su cuerpo,

Cual un recién nacido, yo los succiono y los muerdo;

 

Y si bien ella con frecuencia no tiene ni un óbolo

Para frotarse la carne y para ungirse los hombros;

Yo la lamo en silencio con más fervor

Que Magdalena fogosa los dos pies del Salvador.

 

La pobre criatura, por el placer sofocada,

Tiene roncos hipos en su pecho hinchado,

Y yo adivino, por el ruido de su soplo brutal

Que ella con frecuencia ha mordido el pan del hospital.

 

Sus grandes ojos inquietos, durante la noche cruel,

Creen ver otros dos ojos en el fondo del callejón,

Porque, habiendo abierto mucho su corazón a cuantos llegan,

Tiene miedo a oscuras y cree en los aparecidos.

 

Esto hace que de sebo ella consuma más libras

Que un viejo sabio acostado día y noche sobre sus grimorios,

Y lamente mucho menos el hambre y sus tormentos

Que la aparición de sus difuntos amantes.

 

Si la encontráis, grotescamente ataviada,

Deslizándose en la esquina de una calle perdida,

Y la cabeza y la mirada baja como pichón herido.

Arrastrando en el arroyo su talón descalzo,

 

Señores, no escupáis ni juramentos ni injurias

Al rostro pintarrajeado de esta pobre impura

Que, la Diosa Hambre, en una noche invernal,

Ha obligado a recoger sus faldas al aire libre.

 

Esta bohemia es mi todo, mi riqueza,

Mi perla, mi joya, mi reina, mi duquesa,

Es la que me ha mecido sobre su regazo vencedor,

Y la que entre sus dos manos ha caldeado mi corazón.

 


VIII

 

Yace aquí aquel que por haber amado mucho a las rameras,

Descendió, joven aún, al reino de los topos.

 


 

IX

[A Sainte-Beuve.]

 

Todos imberbes entonces, sobre los viejos bancos de roble,

Más pulidos y relucientes que eslabones de cadena,

Que día a día la piel de los hombres ha pulido,

-Arrastrábamos tristemente nuestro tedio, acurrucados

Y encorvados bajo el cuadrado cielo de las soledades,

Donde el niño bebe, diez años, la áspera leche de los estudios.

-Era en aquel pasado tiempo, memorable y notable,

En que forzados, para liberarse del clásico dogal,

Los profesores, todavía rebeldes a vuestras rimas,

Sucumbían bajo el esfuerzo de nuestras locas esgrimas

Y dejaban al escolar, triunfante y revoltoso,

Hacer aullar a su gusto Triboulet en latín.

-¿Quién de nosotros, en aquellos tiempos de adolescentes pálidos,

No ha conocido el embotamiento de las fatigas claustrales,

-La mirada perdida en el azul mohíno de un cielo de estío,

O el deslumbramiento de la nieve -acechada,

La oreja ávida y erguida,- y bebido, como una jauría,

El eco lejano de un libro, o el grito de una sedición?

 

Era, sobre todo, en verano, cuando los plomos de los techados se fundían

Cuando aquellos grandes muros ennegrecidos en tristeza abundaban,

Cuando la canícula o el brumoso otoño,

Irradiaban los cielos con su fuego monótono,

Y hacían adormecer, en los esbeltos torreones,

Los vocingleros gavilanes, terror de los blancos pichones;

Estación de ensueño, en que la Musa se engancha

Durante un día entero al badajo de una campana;

Donde la Melancolía, al mediodía, cuando todo duerme,

El mentón en la mano, al fondo del corredor,

-La pupila más negra y más azul que la de la Religiosa

De la que cada uno sabe la historia obscena y dolorosa-,

Arrastra un pie fatigado por precoces molestias,

Y su frente humedece aún la languidez de sus noches.

 

Y después venían las tardes malsanas, las noches febricientes,

Que convierten a las muchachas de su cuerpo amorosas,

Y las hacen ante los espejos -estéril voluptuosidad-

Contemplar los frutos maduros de su nubilidad.

Las tardes italianas, de lánguida indolencia,

Que de placeres engañosos revelan la ciencia,

Cuando la sombría Venus, desde lo alto de sus balcones negros,

Vierte raudales de almizcle con sus frescos incensarios.

 

.............................................

 

Esto fue en este conflicto de plácidas circunstancias,

Maduro por vuestros sonetos, preparado por vuestras estancias,

Que una noche, habiendo aspirado el libro y su espíritu,

Estreché sobre mi corazón la historia de Amaury.

Todo abismo místico está a dos pasos de la Duda.

-El bebedizo infiltrado, lentamente, gota a gota,

En mí que desde los quince años hacia el abismo atraído

Descifraba de corrido los suspiros de Rene,

Y que de lo desconocido la sed extravagante alterada,

Ha trabajado el fondo de la delgada arteria.

Yo he absorbido todo, los miasmas, los perfumes,

El suave cuchicheo de los recuerdos difuntos,

Los prolongados enlaces de las frases simbólicas,

-Rosarios murmurantes de madrigales místicos;

-Libro voluptuoso, si jamás hubo alguno.

Y luego, ya sea en el fondo de un asilo frondoso,

Como bajo los soles de zonas diferentes,

El eterno balanceo de las olas embriagantes,

Y el aspecto renaciente de horizontes sin fin

Reconduzcan este corazón hacia el sueño divino,

Ya sea en los pesados ocios de un día canicular,

O bien en la ociosidad friolenta de frimario

Bajo las oleadas del tabaco que enmascaran el cielo raso,

-Yo por todas partes he hojeado el misterio profundo

De este libro tan caro a las almas adormecidas

Que su destino marca con las mismas enfermedades,

Y ante el espejo he perfeccionado

El arte cruel que un Demonio al nacer me ha dado,

-El Dolor para lograr una voluptuosidad verdadera, -

Y ensangrentar su mal y rascar su llaga.

 

Poeta, ¿es ésta una injuria o bien un cumplido?

Porque yo estoy frente a ti como un amante

Cara al fantasma, el gesto lleno de alicientes,

Del cual la mano y la mirada tienen para impulsar las fuerzas

Encantos desconocidos. - Todos los seres amados

Son vasos de hiel que se beben con los ojos cerrados.

Y el corazón traspasado que el dolor halaga

Expira cada día bendiciendo su flecha.

 

1843.


 

X

 

Noble mujer de brazo firme, que durante los largos días,

Sin pensar bien ni mal duermes o sueñas siempre

Fieramente alhajada a la antigua,

Tú que desde hace diez años, que para mí se hacen lentos,

Mi boca, bien adiestrada para los besos suculentos

Halaga con un amor monástico -

 

Sacerdotisa del libertinaje, hermana mía en el placer

que siempre desdeñas llevar y nutrir

Un hombre en tus cavidades santas,

Tanto temes y tanto huyes del estigma alarmante

Que la virtud socava con su hierro infamante

En el flanco de las matronas preñadas.

 

1844.


 

XI

 

SOBRE UN ÁLBUM DE MADAME EMILE CHEVALET

 

En medio de la multitud, errantes, confundidas,

Conservando el recuerdo precioso de otros tiempos,

Ellas buscan el eco de sus voces desesperadas,

Tristes, como la noche, dos palomas perdidas

Y que se llaman en el bosque.

 

1845.


 

XII

 

Yo vivo, y tu perfume es la arquitectura:

Es él la belleza, porque yo soy la natura;

Si siempre la natura embellece la hermosura,

Yo hago valer tus flores...  ¡heme aquí halagado!

 

1846.


 

XIII

 

[A Charles Asselineau]

 

De un espíritu extravagante el seductor proyecto

-¡Quién, entre tantos héroes va a escoger a Bruandet!

 

1855.


 

XIV

 

MONSELET PAILLARD

(Versos destinados a su retrato)

 

Me llaman el gatito;

Modernas pequeñas amantes,

Yo agrego a vuestras delicadezas

La fuerza de un joven pacha.

 

La suavidad de la bóveda azul

Está concentrada en mi mirada;

Si queréis verme huraño,

Lectoras, mordedme la cola.

 

1864.


 

PROYECTO DE EPILOGO

PARA LA SEGUNDA EDICIÓN DE

LAS FLORES DEL MAL

 

Tranquilo como un sabio, suave como un maldito

yo he dicho:

Yo te amo ¡oh! mi bellísima, oh mi encantadora...

Cuantas veces...

Tus desvíos sin sed y tus amores sin alma,

Tu anhelo de infinito

Que por todo, aun en el mismo mal, se proclama,

Tus bombas, tus puñales, tus victorias, tus festejos,

 

Tus arrabales melancólicos,

Tus amuebladas,

Tus jardines llenos de suspiros e intrigas,

Tus templos vomitando las plegarias hechas música,

Tus desesperaciones de niño, tus juegos de virgen loca,

Tus desalientos;

Y tus fuegos artificiales, erupciones de alegría,

Que hacen reír al Cielo, mudo y tenebroso.

Tu vicio venerable exhibido en la seda,

Y tu virtud risible, a la mirada desdichada,

Suave, extasiándose ante el lujo que despliega...

 

Tus principios salvados y tus leyes insultadas,

Tus monumentos altivos en los que se agarran las brumas,

Tus cúpulas metálicas inflamadas por el sol,

Tus reinas teatrales con voces encantadoras

Tus rebatos, tus cañones, orquesta ensordecedora,

Tus mágicos empedrados, erigidos en fortalezas,

 

Tus ínfimos oradores, con sus ampulosidades barrocas,

Predicando el amor, y por otra parte, tus cloacas llenas de sangre,

Precipitándose en el Infierno cual Orinocos,

 

Tus ángeles, tus bufones flamantes con viejos harapos.

Ángeles revestidos de oro, de púrpura y de jacinto,

¡Oh, vosotros! Testigos sois de que he cumplido mi deber

Como un perfecto químico y como un alma santa.

 

Porque de cada cosa extraje la quintaesencia,

Tú me has dado tu barro y yo lo he convertido en oro.

 

1861.


 

Charles Baudelaire

 

LES FLEURS DU MAL

 

(édition de 1861)

 

POESIES

 

AU POETE IMPECCABLE

 

Au parfait magicien ès lettres françaises

A mon très-cher et très-vénéré

Maître et ami

 

THEOPHILE GAUTIER

 

Avec les sentiments

De la plus profonde humilité

Je dédie

Ces Fleurs maladives

C.B.

 

Au Lecteur

 

La sottise, l'erreur, le péché, la lésine,

Occupent nos esprits et travaillent nos corps,

Et nous alimentons nos aimables remords,

Comme les mendiants nourrissent leur vermine.

 

Nos péchés sont têtus, nos repentirs sont lâches;

Nous nous faisons payer grassement nos aveux,

Et nous rentrons gaiement dans le chemin bourbeux,

Croyant par de vils pleurs laver toutes nos taches.

 

Sur l'oreiller du mal c'est Satan Trismégiste

Qui berce longuement notre esprit enchanté,

Et le riche métal de notre volonté

Est tout vaporisé par ce savant chimiste.

 

C'est le Diable qui tient les fils qui nous remuent!

Aux objets répugnants nous trouvons des appas;

Chaque jour vers l'Enfer nous descendons d'un pas,

Sans horreur, à travers des ténèbres qui puent.

 

Ainsi qu'un débauché pauvre qui baise et mange

Le sein martyrisé d'une antique catin,

Nous volons au passage un plaisir clandestin

Que nous pressons bien fort comme une vieille orange.

 

Serré, fourmillant, comme un million d'helminthes,

Dans nos cerveaux ribote un peuple de Démons,

Et, quand nous respirons, la Mort dans nos poumons

Descend, fleuve invisible, avec de sourdes plaintes.

 

Si le viol, le poison, le poignard, l'incendie,

N'ont pas encor brodé de leurs plaisants dessins

Le canevas banal de nos piteux destins,

C'est que notre âme, hélas! n'est pas assez hardie.

 

Mais parmi les chacals, les panthères, les lices,

Les singes, les scorpions, les vautours, les serpents,

Les monstres glapissants, hurlants, grognants, rampants,

Dans la ménagerie infâme de nos vices,

 

II en est un plus laid, plus méchant, plus immonde!

Quoiqu'il ne pousse ni grands gestes ni grands cris,

Il ferait volontiers de la terre un débris

Et dans un bâillement avalerait le monde;

 

C'est l'Ennui! L'oeil chargé d'un pleur involontaire,

II rêve d'échafauds en fumant son houka.

Tu le connais, lecteur, ce monstre délicat,

- Hypocrite lecteur, - mon semblable, - mon frère!

SPLEEN ET IDEAL

 

 

I - Bénédiction

 

Lorsque, par un décret des puissances suprêmes,

Le Poète apparaît en ce monde ennuyé,

Sa mère épouvantée et pleine de blasphèmes

Crispe ses poings vers Dieu, qui la prend en pitié:

 

-"Ah! que n'ai-je mis bas tout un noeud de vipères,

Plutôt que de nourrir cette dérision!

Maudite soit la nuit aux plaisirs éphémères

Où mon ventre a conçu mon expiation!

 

Puisque tu m'as choisie entre toutes les femmes

Pour être le dégoût de mon triste mari,

Et que je ne puis pas rejeter dans les flammes,

Comme un billet d'amour, ce monstre rabougri,

 

Je ferai rejaillir ta haine qui m'accable

Sur l'instrument maudit de tes méchancetés,

Et je tordrai si bien cet arbre misérable,

Qu'il ne pourra pousser ses boutons empestés!"

 

Elle ravale ainsi l'écume de sa haine,

Et, ne comprenant pas les desseins éternels,

Elle-même prépare au fond de la Géhenne

Les bûchers consacrés aux crimes maternels.

 

Pourtant, sous la tutelle invisible d'un Ange,

L'Enfant déshérité s'enivre de soleil

Et dans tout ce qu'il boit et dans tout ce qu'il mange

Retrouve l'ambroisie et le nectar vermeil.

 

II joue avec le vent, cause avec le nuage,

Et s'enivre en chantant du chemin de la croix;

Et l'Esprit qui le suit dans son pèlerinage

Pleure de le voir gai comme un oiseau des bois.

 

Tous ceux qu'il veut aimer l'observent avec crainte,

Ou bien, s'enhardissant de sa tranquillité,

Cherchent à qui saura lui tirer une plainte,

Et font sur lui l'essai de leur férocité.

 

Dans le pain et le vin destinés à sa bouche

Ils mêlent de la cendre avec d'impurs crachats;

Avec hypocrisie ils jettent ce qu'il touche,

Et s'accusent d'avoir mis leurs pieds dans ses pas.

 

Sa femme va criant sur les places publiques:

"Puisqu'il me trouve assez belle pour m'adorer,

Je ferai le métier des idoles antiques,

Et comme elles je veux me faire redorer;

 

Et je me soûlerai de nard, d'encens, de myrrhe,

De génuflexions, de viandes et de vins,

Pour savoir si je puis dans un coeur qui m'admire

Usurper en riant les hommages divins!

 

Et, quand je m'ennuierai de ces farces impies,

Je poserai sur lui ma frêle et forte main;

Et mes ongles, pareils aux ongles des harpies,

Sauront jusqu'à son coeur se frayer un chemin.

 

Comme un tout jeune oiseau qui tremble et qui palpite,

J'arracherai ce coeur tout rouge de son sein,

Et, pour rassasier ma bête favorite

Je le lui jetterai par terre avec dédain!"

 

Vers le Ciel, où son oeil voit un trône splendide,

Le Poète serein lève ses bras pieux

Et les vastes éclairs de son esprit lucide

Lui dérobent l'aspect des peuples furieux:

 

-"Soyez béni, mon Dieu, qui donnez la souffrance

Comme un divin remède à nos impuretés

Et comme la meilleure et la plus pure essence

Qui prépare les forts aux saintes voluptés!

 

Je sais que vous gardez une place au Poète

Dans les rangs bienheureux des saintes Légions,

Et que vous l'invitez à l'éternelle fête

Des Trônes, des Vertus, des Dominations.

 

Je sais que la douleur est la noblesse unique

Où ne mordront jamais la terre et les enfers,

Et qu'il faut pour tresser ma couronne mystique

Imposer tous les temps et tous les univers.

 

Mais les bijoux perdus de l'antique Palmyre,

Les métaux inconnus, les perles de la mer,

Par votre main montés, ne pourraient pas suffire

A ce beau diadème éblouissant et clair;

 

Car il ne sera fait que de pure lumière,

Puisée au foyer saint des rayons primitifs,

Et dont les yeux mortels, dans leur splendeur entière,

Ne sont que des miroirs obscurcis et plaintifs!"

 

II - L'Albatros

 

Souvent, pour s'amuser, les hommes d'équipage

Prennent des albatros, vastes oiseaux des mers,

Qui suivent, indolents compagnons de voyage,

Le navire glissant sur les gouffres amers.

 

A peine les ont-ils déposés sur les planches,

Que ces rois de l'azur, maladroits et honteux,

Laissent piteusement leurs grandes ailes blanches

Comme des avirons traîner à côté d'eux.

 

Ce voyageur ailé, comme il est gauche et veule!

Lui, naguère si beau, qu'il est comique et laid!

L'un agace son bec avec un brûle-gueule,

L'autre mime, en boitant, l'infirme qui volait!

 

Le Poète est semblable au prince des nuées

Qui hante la tempête et se rit de l'archer;

Exilé sur le sol au milieu des huées,

Ses ailes de géant l'empêchent de marcher.

 

III - Elévation

 

Au-dessus des étangs, au-dessus des vallées,

Des montagnes, des bois, des nuages, des mers,

Par delà le soleil, par delà les éthers,

Par delà les confins des sphères étoilées,

 

Mon esprit, tu te meus avec agilité,

Et, comme un bon nageur qui se pâme dans l'onde,

Tu sillonnes gaiement l'immensité profonde

Avec une indicible et mâle volupté.

 

Envole-toi bien loin de ces miasmes morbides;

Va te purifier dans l'air supérieur,

Et bois, comme une pure et divine liqueur,

Le feu clair qui remplit les espaces limpides.

 

Derrière les ennuis et les vastes chagrins

Qui chargent de leur poids l'existence brumeuse,

Heureux celui qui peut d'une aile vigoureuse

S'élancer vers les champs lumineux et sereins;

 

Celui dont les pensers, comme des alouettes,

Vers les cieux le matin prennent un libre essor,

- Qui plane sur la vie, et comprend sans effort

Le langage des fleurs et des choses muettes!

 

IV - Correspondances

 

La Nature est un temple où de vivants piliers

Laissent parfois sortir de confuses paroles;

L'homme y passe à travers des forêts de symboles

Qui l'observent avec des regards familiers.

 

Comme de longs échos qui de loin se confondent

Dans une ténébreuse et profonde unité,

Vaste comme la nuit et comme la clarté,

Les parfums, les couleurs et les sons se répondent.

 

II est des parfums frais comme des chairs d'enfants,

Doux comme les hautbois, verts comme les prairies,

- Et d'autres, corrompus, riches et triomphants,

 

Ayant l'expansion des choses infinies,

Comme l'ambre, le musc, le benjoin et l'encens,

Qui chantent les transports de l'esprit et des sens.

 

V

 

J'aime le souvenir de ces époques nues,

Dont Phoebus se plaisait à dorer les statues.

Alors l'homme et la femme en leur agilité

Jouissaient sans mensonge et sans anxiété,

Et, le ciel amoureux leur caressant l'échine,

Exerçaient la santé de leur noble machine.

Cybèle alors, fertile en produits généreux,

Ne trouvait point ses fils un poids trop onéreux,

Mais, louve au coeur gonflé de tendresses communes

Abreuvait l'univers à ses tétines brunes.

L'homme, élégant, robuste et fort, avait le droit

D'être fier des beautés qui le nommaient leur roi;

Fruits purs de tout outrage et vierges de gerçures,

Dont la chair lisse et ferme appelait les morsures!

 

Le Poète aujourd'hui, quand il veut concevoir

Ces natives grandeurs, aux lieux où se font voir

La nudité de l'homme et celle de la femme,

Sent un froid ténébreux envelopper son âme

Devant ce noir tableau plein d'épouvantement.

O monstruosités pleurant leur vêtement!

O ridicules troncs! torses dignes des masques!

O pauvres corps tordus, maigres, ventrus ou flasques,

Que le dieu de l'Utile, implacable et serein,

Enfants, emmaillota dans ses langes d'airain!

Et vous, femmes, hélas! pâles comme des cierges,

Que ronge et que nourrit la débauche, et vous, vierges,

Du vice maternel traînant l'hérédité

Et toutes les hideurs de la fécondité!

 

Nous avons, il est vrai, nations corrompues,

Aux peuples anciens des beautés inconnues:

Des visages rongés par les chancres du coeur,

Et comme qui dirait des beautés de langueur;

Mais ces inventions de nos muses tardives

N'empêcheront jamais les races maladives

De rendre à la jeunesse un hommage profond,

- A la sainte jeunesse, à l'air simple, au doux front,

A l'oeil limpide et clair ainsi qu'une eau courante,

Et qui va répandant sur tout, insouciante

Comme l'azur du ciel, les oiseaux et les fleurs,

Ses parfums, ses chansons et ses douces chaleurs!

 

VI - Les Phares

 

Rubens, fleuve d'oubli, jardin de la paresse,

Oreiller de chair fraîche où l'on ne peut aimer,

Mais où la vie afflue et s'agite sans cesse,

Comme l'air dans le ciel et la mer dans la mer;

 

Léonard de Vinci, miroir profond et sombre,

Où des anges charmants, avec un doux souris

Tout chargé de mystère, apparaissent à l'ombre

Des glaciers et des pins qui ferment leur pays;

 

Rembrandt, triste hôpital tout rempli de murmures,

Et d'un grand crucifix décoré seulement,

Où la prière en pleurs s'exhale des ordures,

Et d'un rayon d'hiver traversé brusquement;

 

Michel-Ange, lieu vague où l'on voit des Hercules

Se mêler à des Christs, et se lever tout droits

Des fantômes puissants qui dans les crépuscules

Déchirent leur suaire en étirant leurs doigts;

 

Colères de boxeur, impudences de faune,

Toi qui sus ramasser la beauté des goujats,

Grand coeur gonflé d'orgueil, homme débile et jaune,

Puget, mélancolique empereur des forçats;

 

Watteau, ce carnaval où bien des coeurs illustres,

Comme des papillons, errent en flamboyant,

Décors frais et légers éclairés par des lustres

Qui versent la folie à ce bal tournoyant;

 

Goya, cauchemar plein de choses inconnues,

De foetus qu'on fait cuire au milieu des sabbats,

De vieilles au miroir et d'enfants toutes nues,

Pour tenter les démons ajustant bien leurs bas;

 

Delacroix, lac de sang hanté des mauvais anges,

Ombragé par un bois de sapins toujours vert,

Où, sous un ciel chagrin, des fanfares étranges

Passent, comme un soupir étouffé de Weber;

 

Ces malédictions, ces blasphèmes, ces plaintes,

Ces extases, ces cris, ces pleurs, ces Te Deum,

Sont un écho redit par mille labyrinthes;

C'est pour les coeurs mortels un divin opium!

 

C'est un cri répété par mille sentinelles,

Un ordre renvoyé par mille porte-voix;

C'est un phare allumé sur mille citadelles,

Un appel de chasseurs perdus dans les grands bois!

 

Car c'est vraiment, Seigneur, le meilleur témoignage

Que nous puissions donner de notre dignité

Que cet ardent sanglot qui roule d'âge en âge

Et vient mourir au bord de votre éternité!

VII - La Muse malade

 

Ma pauvre muse, hélas! qu'as-tu donc ce matin?

Tes yeux creux sont peuplés de visions nocturnes,

Et je vois tour à tour réfléchis sur ton teint

La folie et l'horreur, froides et taciturnes.

 

Le succube verdâtre et le rose lutin

T'ont-ils versé la peur et l'amour de leurs urnes?

Le cauchemar, d'un poing despotique et mutin

T'a-t-il noyée au fond d'un fabuleux Minturnes?

 

Je voudrais qu'exhalant l'odeur de la santé

Ton sein de pensers forts fût toujours fréquenté,

Et que ton sang chrétien coulât à flots rythmiques,

 

Comme les sons nombreux des syllabes antiques,

Où règnent tour à tour le père des chansons,

Phoebus, et le grand Pan, le seigneur des moissons.

VIII - La Muse vénale

 

O muse de mon coeur, amante des palais,

Auras-tu, quand Janvier lâchera ses Borées,

Durant les noirs ennuis des neigeuses soirées,

Un tison pour chauffer tes deux pieds violets?

 

Ranimeras-tu donc tes épaules marbrées

Aux nocturnes rayons qui percent les volets?

Sentant ta bourse à sec autant que ton palais

Récolteras-tu l'or des voûtes azurées?

 

II te faut, pour gagner ton pain de chaque soir,

Comme un enfant de choeur, jouer de l'encensoir,

Chanter des Te Deum auxquels tu ne crois guère,

 

Ou, saltimbanque à jeun, étaler tes appas

Et ton rire trempé de pleurs qu'on ne voit pas,

Pour faire épanouir la rate du vulgaire.

IX - Le Mauvais Moine

 

Les cloîtres anciens sur leurs grandes murailles

Etalaient en tableaux la sainte Vérité,

Dont l'effet réchauffant les pieuses entrailles,

Tempérait la froideur de leur austérité.

 

En ces temps où du Christ florissaient les semailles,

Plus d'un illustre moine, aujourd'hui peu cité,

Prenant pour atelier le champ des funérailles,

Glorifiait la Mort avec simplicité.

 

- Mon âme est un tombeau que, mauvais cénobite,

Depuis l'éternité je parcours et j'habite;

Rien n'embellit les murs de ce cloître odieux.

 

O moine fainéant! quand saurai-je donc faire

Du spectacle vivant de ma triste misère

Le travail de mes mains et l'amour de mes yeux?

X - L'Ennemi

 

Ma jeunesse ne fut qu'un ténébreux orage,

Traversé çà et là par de brillants soleils;

Le tonnerre et la pluie ont fait un tel ravage,

Qu'il reste en mon jardin bien peu de fruits vermeils.

 

Voilà que j'ai touché l'automne des idées,

Et qu'il faut employer la pelle et les râteaux

Pour rassembler à neuf les terres inondées,

Où l'eau creuse des trous grands comme des tombeaux.

 

Et qui sait si les fleurs nouvelles que je rêve

Trouveront dans ce sol lavé comme une grève

Le mystique aliment qui ferait leur vigueur?

 

- O douleur! ô douleur! Le Temps mange la vie,

Et l'obscur Ennemi qui nous ronge le coeur

Du sang que nous perdons croît et se fortifie!

XI - Le Guignon

 

Pour soulever un poids si lourd,

Sisyphe, il faudrait ton courage!

Bien qu'on ait du coeur à l'ouvrage,

L'Art est long et le Temps est court.

 

Loin des sépultures célèbres,

Vers un cimetière isolé,

Mon coeur, comme un tambour voilé,

Va battant des marches funèbres.

 

- Maint joyau dort enseveli

Dans les ténèbres et l'oubli,

Bien loin des pioches et des sondes;

 

Mainte fleur épanche à regret

Son parfum doux comme un secret

Dans les solitudes profondes.

XII - La Vie antérieure

 

J'ai longtemps habité sous de vastes portiques

Que les soleils marins teignaient de mille feux,

Et que leurs grands piliers, droits et majestueux,

Rendaient pareils, le soir, aux grottes basaltiques.

 

Les houles, en roulant les images des cieux,

Mêlaient d'une façon solennelle et mystique

Les tout-puissants accords de leur riche musique

Aux couleurs du couchant reflété par mes yeux.

 

C'est là que j'ai vécu dans les voluptés calmes,

Au milieu de l'azur, des vagues, des splendeurs

Et des esclaves nus, tout imprégnés d'odeurs,

 

Qui me rafraîchissaient le front avec des palmes,

Et dont l'unique soin était d'approfondir

Le secret douloureux qui me faisait languir.

XIII - Bohémiens en Voyage

 

La tribu prophétique aux prunelles ardentes

Hier s'est mise en route, emportant ses petits

Sur son dos, ou livrant à leurs fiers appétits

Le trésor toujours prêt des mamelles pendantes.

 

Les hommes vont à pied sous leurs armes luisantes

Le long des chariots où les leurs sont blottis,

Promenant sur le ciel des yeux appesantis

Par le morne regret des chimères absentes.

 

Du fond de son réduit sablonneux, le grillon,

Les regardant passer, redouble sa chanson;

Cybèle, qui les aime, augmente ses verdures,

 

Fait couler le rocher et fleurir le désert

Devant ces voyageurs, pour lesquels est ouvert

L'empire familier des ténèbres futures.

XIV - L'Homme et la Mer

 

Homme libre, toujours tu chériras la mer!

La mer est ton miroir; tu contemples ton âme

Dans le déroulement infini de sa lame,

Et ton esprit n'est pas un gouffre moins amer.

 

Tu te plais à plonger au sein de ton image;

Tu l'embrasses des yeux et des bras, et ton coeur

Se distrait quelquefois de sa propre rumeur

Au bruit de cette plainte indomptable et sauvage.

 

Vous êtes tous les deux ténébreux et discrets:

Homme, nul n'a sondé le fond de tes abîmes;

O mer, nul ne connaît tes richesses intimes,

Tant vous êtes jaloux de garder vos secrets!

 

Et cependant voilà des siècles innombrables

Que vous vous combattez sans pitié ni remords,

Tellement vous aimez le carnage et la mort,

O lutteurs éternels, ô frères implacables!

XV - Don Juan aux Enfers

 

Quand Don Juan descendit vers l'onde souterraine

Et lorsqu'il eut donné son obole à Charon,

Un sombre mendiant, l'oeil fier comme Antisthène,

D'un bras vengeur et fort saisit chaque aviron.

 

Montrant leurs seins pendants et leurs robes ouvertes,

Des femmes se tordaient sous le noir firmament,

Et, comme un grand troupeau de victimes offertes,

Derrière lui traînaient un long mugissement.

 

Sganarelle en riant lui réclamait ses gages,

Tandis que Don Luis avec un doigt tremblant

Montrait à tous les morts errant sur les rivages

Le fils audacieux qui railla son front blanc.

 

Frissonnant sous son deuil, la chaste et maigre Elvire,

Près de l'époux perfide et qui fut son amant,

Semblait lui réclamer un suprême sourire

Où brillât la douceur de son premier serment.

 

Tout droit dans son armure, un grand homme de pierre

Se tenait à la barre et coupait le flot noir;

Mais le calme héros, courbé sur sa rapière,

Regardait le sillage et ne daignait rien voir.

XVI - Châtiment de l'Orgueil

 

En ces temps merveilleux où la Théologie

Fleurit avec le plus de sève et d'énergie,

On raconte qu'un jour un docteur des plus grands,

- Après avoir forcé les coeurs indifférents;

Les avoir remués dans leurs profondeurs noires;

Après avoir franchi vers les célestes gloires

Des chemins singuliers à lui-même inconnus,

Où les purs Esprits seuls peut-être étaient venus,

- Comme un homme monté trop haut, pris de panique,

S'écria, transporté d'un orgueil satanique:

"Jésus, petit Jésus! je t'ai poussé bien haut!

Mais, si j'avais voulu t'attaquer au défaut

De l'armure, ta honte égalerait ta gloire,

Et tu ne serais plus qu'un foetus dérisoire!"

 

Immédiatement sa raison s'en alla.

L'éclat de ce soleil d'un crêpe se voila

Tout le chaos roula dans cette intelligence,

Temple autrefois vivant, plein d'ordre et d'opulence,

Sous les plafonds duquel tant de pompe avait lui.

Le silence et la nuit s'installèrent en lui,

Comme dans un caveau dont la clef est perdue.

Dès lors il fut semblable aux bêtes de la rue,

Et, quand il s'en allait sans rien voir, à travers

Les champs, sans distinguer les étés des hivers,

Sale, inutile et laid comme une chose usée,

Il faisait des enfants la joie et la risée.

XVII - La Beauté

 

Je suis belle, ô mortels! comme un rêve de pierre,

Et mon sein, où chacun s'est meurtri tour à tour,

Est fait pour inspirer au poète un amour

Eternel et muet ainsi que la matière.

 

Je trône dans l'azur comme un sphinx incompris;

J'unis un coeur de neige à la blancheur des cygnes;

Je hais le mouvement qui déplace les lignes,

Et jamais je ne pleure et jamais je ne ris.

 

Les poètes, devant mes grandes attitudes,

Que j'ai l'air d'emprunter aux plus fiers monuments,

Consumeront leurs jours en d'austères études;

 

Car j'ai, pour fasciner ces dociles amants,

De purs miroirs qui font toutes choses plus belles:

Mes yeux, mes larges yeux aux clartés éternelles!

XVIII - L'Idéal

 

Ce ne seront jamais ces beautés de vignettes,

Produits avariés, nés d'un siècle vaurien,

Ces pieds à brodequins, ces doigts à castagnettes,

Qui sauront satisfaire un coeur comme le mien.

 

Je laisse à Gavarni, poète des chloroses,

Son troupeau gazouillant de beautés d'hôpital,

Car je ne puis trouver parmi ces pâles roses

Une fleur qui ressemble à mon rouge idéal.

 

Ce qu'il faut à ce coeur profond comme un abîme,

C'est vous, Lady Macbeth, âme puissante au crime,

Rêve d'Eschyle éclos au climat des autans;

 

Ou bien toi, grande Nuit, fille de Michel-Ange,

Qui tors paisiblement dans une pose étrange

Tes appas façonnés aux bouches des Titans!

XIX - La Géante

 

Du temps que la Nature en sa verve puissante

Concevait chaque jour des enfants monstrueux,

J'eusse aimé vivre auprès d'une jeune géante,

Comme aux pieds d'une reine un chat voluptueux.

 

J'eusse aimé voir son corps fleurir avec son âme

Et grandir librement dans ses terribles jeux;

Deviner si son coeur couve une sombre flamme

Aux humides brouillards qui nagent dans ses yeux;

 

Parcourir à loisir ses magnifiques formes;

Ramper sur le versant de ses genoux énormes,

Et parfois en été, quand les soleils malsains,

 

Lasse, la font s'étendre à travers la campagne,

Dormir nonchalamment à l'ombre de ses seins,

Comme un hameau paisible au pied d'une montagne.

XX - Le Masque

 

Statue allégorique dans le goût de la Renaissance

 

A Ernest Christophe, statuaire.

 

Contemplons ce trésor de grâces florentines;

Dans l'ondulation de ce corps musculeux

L'Elégance et la Force abondent, soeurs divines.

Cette femme, morceau vraiment miraculeux,

Divinement robuste, adorablement mince,

Est faite pour trôner sur des lits somptueux

Et charmer les loisirs d'un pontife ou d'un prince.

 

- Aussi, vois ce souris fin et voluptueux

Où la Fatuité promène son extase;

Ce long regard sournois, langoureux et moqueur;

Ce visage mignard, tout encadré de gaze,

Dont chaque trait nous dit avec un air vainqueur:

"La Volupté m'appelle et l'Amour me couronne!"

A cet être doué de tant de majesté

Vois quel charme excitant la gentillesse donne!

Approchons, et tournons autour de sa beauté.

 

O blasphème de l'art! ô surprise fatale!

La femme au corps divin, promettant le bonheur,

Par le haut se termine en monstre bicéphale!

 

- Mais non! ce n'est qu'un masque, un décor suborneur,

Ce visage éclairé d'une exquise grimace,

Et, regarde, voici, crispée atrocement,

La véritable tête, et la sincère face

Renversée à l'abri de la face qui ment

Pauvre grande beauté! le magnifique fleuve

De tes pleurs aboutit dans mon coeur soucieux

Ton mensonge m'enivre, et mon âme s'abreuve

Aux flots que la Douleur fait jaillir de tes yeux!

 

- Mais pourquoi pleure-t-elle? Elle, beauté parfaite,

Qui mettrait à ses pieds le genre humain vaincu,

Quel mal mystérieux ronge son flanc d'athlète?

 

- Elle pleure insensé, parce qu'elle a vécu!

Et parce qu'elle vit! Mais ce qu'elle déplore

Surtout, ce qui la fait frémir jusqu'aux genoux,

C'est que demain, hélas! il faudra vivre encore!

Demain. après-demain et toujours! - comme nous!

XXI - Hymne à la Beauté

 

Viens-tu du ciel profond ou sors-tu de l'abîme,

O Beauté? ton regard, infernal et divin,

Verse confusément le bienfait et le crime,

Et l'on peut pour cela te comparer au vin.

 

Tu contiens dans ton oeil le couchant et l'aurore;

Tu répands des parfums comme un soir orageux;

Tes baisers sont un philtre et ta bouche une amphore

Qui font le héros lâche et l'enfant courageux.

 

Sors-tu du gouffre noir ou descends-tu des astres?

Le Destin charmé suit tes jupons comme un chien;

Tu sèmes au hasard la joie et les désastres,

Et tu gouvernes tout et ne réponds de rien.

 

Tu marches sur des morts, Beauté, dont tu te moques;

De tes bijoux l'Horreur n'est pas le moins charmant,

Et le Meurtre, parmi tes plus chères breloques,

Sur ton ventre orgueilleux danse amoureusement.

 

L'éphémère ébloui vole vers toi, chandelle,

Crépite, flambe et dit: Bénissons ce flambeau!

L'amoureux pantelant incliné sur sa belle

A l'air d'un moribond caressant son tombeau.

 

Que tu viennes du ciel ou de l'enfer, qu'importe,

O Beauté! monstre énorme, effrayant, ingénu!

Si ton oeil, ton souris, ton pied, m'ouvrent la porte

D'un Infini que j'aime et n'ai jamais connu?

 

De Satan ou de Dieu, qu'importe? Ange ou Sirène,

Qu'importe, si tu rends, - fée aux yeux de velours,

Rythme, parfum, lueur, ô mon unique reine! -

L'univers moins hideux et les instants moins lourds?

XXII - Parfum exotique

 

Quand, les deux yeux fermés, en un soir chaud d'automne,

Je respire l'odeur de ton sein chaleureux,

Je vois se dérouler des rivages heureux

Qu'éblouissent les feux d'un soleil monotone;

 

Une île paresseuse où la nature donne

Des arbres singuliers et des fruits savoureux;

Des hommes dont le corps est mince et vigoureux,

Et des femmes dont l'oeil par sa franchise étonne.

 

Guidé par ton odeur vers de charmants climats,

Je vois un port rempli de voiles et de mâts

Encor tout fatigués par la vague marine,

 

Pendant que le parfum des verts tamariniers,

Qui circule dans l'air et m'enfle la narine,

Se mêle dans mon âme au chant des mariniers.

XXIII - La Chevelure

 

O toison, moutonnant jusque sur l'encolure!

O boucles! O parfum chargé de nonchaloir!

Extase! Pour peupler ce soir l'alcôve obscure

Des souvenirs dormant dans cette chevelure,

Je la veux agiter dans l'air comme un mouchoir!

 

La langoureuse Asie et la brûlante Afrique,

Tout un monde lointain, absent, presque défunt,

Vit dans tes profondeurs, forêt aromatique!

Comme d'autres esprits voguent sur la musique,

Le mien, ô mon amour! nage sur ton parfum.

 

J'irai là-bas où l'arbre et l'homme, pleins de sève,

Se pâment longuement sous l'ardeur des climats;

Fortes tresses, soyez la houle qui m'enlève!

Tu contiens, mer d'ébène, un éblouissant rêve

De voiles, de rameurs, de flammes et de mâts:

 

Un port retentissant où mon âme peut boire

A grands flots le parfum, le son et la couleur

Où les vaisseaux, glissant dans l'or et dans la moire

Ouvrent leurs vastes bras pour embrasser la gloire

D'un ciel pur où frémit l'éternelle chaleur.

 

Je plongerai ma tête amoureuse d'ivresse

Dans ce noir océan où l'autre est enfermé;

Et mon esprit subtil que le roulis caresse

Saura vous retrouver, ô féconde paresse,

Infinis bercements du loisir embaumé!

 

Cheveux bleus, pavillon de ténèbres tendues

Vous me rendez l'azur du ciel immense et rond;

Sur les bords duvetés de vos mèches tordues

Je m'enivre ardemment des senteurs confondues

De l'huile de coco, du musc et du goudron.

 

Longtemps! toujours! ma main dans ta crinière lourde

Sèmera le rubis, la perle et le saphir,

Afin qu'à mon désir tu ne sois jamais sourde!

N'es-tu pas l'oasis où je rêve, et la gourde

Où je hume à longs traits le vin du souvenir?

XXIV

 

Je t'adore à l'égal de la voûte nocturne,

O vase de tristesse, ô grande taciturne,

Et t'aime d'autant plus, belle, que tu me fuis,

Et que tu me parais, ornement de mes nuits,

Plus ironiquement accumuler les lieues

Qui séparent mes bras des immensités bleues.

 

Je m'avance à l'attaque, et je grimpe aux assauts,

Comme après un cadavre un choeur de vermisseaux,

Et je chéris, ô bête implacable et cruelle!

Jusqu'à cette froideur par où tu m'es plus belle!

XXV

 

Tu mettrais l'univers entier dans ta ruelle,

Femme impure! L'ennui rend ton âme cruelle.

Pour exercer tes dents à ce jeu singulier,

Il te faut chaque jour un coeur au râtelier.

Tes yeux, illuminés ainsi que des boutiques

Et des ifs flamboyants dans les fêtes publiques,

Usent insolemment d'un pouvoir emprunté,

Sans connaître jamais la loi de leur beauté.

 

Machine aveugle et sourde, en cruautés féconde!

Salutaire instrument, buveur du sang du monde,

Comment n'as-tu pas honte et comment n'as-tu pas

Devant tous les miroirs vu pâlir tes appas?

La grandeur de ce mal où tu te crois savante

Ne t'a donc jamais fait reculer d'épouvante,

Quand la nature, grande en ses desseins cachés

De toi se sert, ô femme, ô reine des péchés,

- De toi, vil animal, - pour pétrir un génie?

 

O fangeuse grandeur! sublime ignominie!

XXVI - Sed non satiata

 

Bizarre déité, brune comme les nuits,

Au parfum mélangé de musc et de havane,

Oeuvre de quelque obi, le Faust de la savane,

Sorcière au flanc d'ébène, enfant des noirs minuits,

 

Je préfère au constance, à l'opium, au nuits,

L'élixir de ta bouche où l'amour se pavane;

Quand vers toi mes désirs partent en caravane,

Tes yeux sont la citerne où boivent mes ennuis.

 

Par ces deux grands yeux noirs, soupiraux de ton âme,

O démon sans pitié! verse-moi moins de flamme;

Je ne suis pas le Styx pour t'embrasser neuf fois,

 

Hélas! et je ne puis, Mégère libertine,

Pour briser ton courage et te mettre aux abois,

Dans l'enfer de ton lit devenir Proserpine!

XXVII

 

Avec ses vêtements ondoyants et nacrés,

Même quand elle marche on croirait qu'elle danse,

Comme ces longs serpents que les jongleurs sacrés

Au bout de leurs bâtons agitent en cadence.

 

Comme le sable morne et l'azur des déserts,

Insensibles tous deux à l'humaine souffrance

Comme les longs réseaux de la houle des mers

Elle se développe avec indifférence.

 

Ses yeux polis sont faits de minéraux charmants,

Et dans cette nature étrange et symbolique

Où l'ange inviolé se mêle au sphinx antique,

 

Où tout n'est qu'or, acier, lumière et diamants,

Resplendit à jamais, comme un astre inutile,

La froide majesté de la femme stérile.

XXVIII - Le Serpent qui danse

 

Que j'aime voir, chère indolente,

De ton corps si beau,

Comme une étoffe vacillante,

Miroiter la peau!

 

Sur ta chevelure profonde

Aux âcres parfums,

Mer odorante et vagabonde

Aux flots bleus et bruns,

 

Comme un navire qui s'éveille

Au vent du matin,

Mon âme rêveuse appareille

Pour un ciel lointain.

 

Tes yeux, où rien ne se révèle

De doux ni d'amer,

Sont deux bijoux froids où se mêle

L'or avec le fer.

 

A te voir marcher en cadence,

Belle d'abandon,

On dirait un serpent qui danse

Au bout d'un bâton.

 

Sous le fardeau de ta paresse

Ta tête d'enfant

Se balance avec la mollesse

D'un jeune éléphant,

 

Et ton corps se penche et s'allonge

Comme un fin vaisseau

Qui roule bord sur bord et plonge

Ses vergues dans l'eau.

 

Comme un flot grossi par la fonte

Des glaciers grondants,

Quand l'eau de ta bouche remonte

Au bord de tes dents,

 

Je crois boire un vin de Bohême,

Amer et vainqueur,

Un ciel liquide qui parsème

D'étoiles mon coeur!

XXIX - Une Charogne

 

Rappelez-vous l'objet que nous vîmes, mon âme,

Ce beau matin d'été si doux:

Au détour d'un sentier une charogne infâme

Sur un lit semé de cailloux,

 

Le ventre en l'air, comme une femme lubrique,

Brûlante et suant les poisons,

Ouvrait d'une façon nonchalante et cynique

Son ventre plein d'exhalaisons.

 

Le soleil rayonnait sur cette pourriture,

Comme afin de la cuire à point,

Et de rendre au centuple à la grande Nature

Tout ce qu'ensemble elle avait joint;

 

Et le ciel regardait la carcasse superbe

Comme une fleur s'épanouir.

La puanteur était si forte, que sur l'herbe

Vous crûtes vous évanouir.

 

Les mouches bourdonnaient sur ce ventre putride,

D'où sortaient de noirs bataillons

De larves, qui coulaient comme un épais liquide

Le long de ces vivants haillons.

 

Tout cela descendait, montait comme une vague

Ou s'élançait en pétillant

On eût dit que le corps, enflé d'un souffle vague,

Vivait en se multipliant.

 

Et ce monde rendait une étrange musique,

Comme l'eau courante et le vent,

Ou le grain qu'un vanneur d'un mouvement rythmique

Agite et tourne dans son van.

 

Les formes s'effaçaient et n'étaient plus qu'un rêve,

Une ébauche lente à venir

Sur la toile oubliée, et que l'artiste achève

Seulement par le souvenir.

 

Derrière les rochers une chienne inquiète

Nous regardait d'un oeil fâché,

Epiant le moment de reprendre au squelette

Le morceau qu'elle avait lâché.

 

- Et pourtant vous serez semblable à cette ordure,

A cette horrible infection,

Etoile de mes yeux, soleil de ma nature,

Vous, mon ange et ma passion!

 

Oui! telle vous serez, ô la reine des grâces,

Apres les derniers sacrements,

Quand vous irez, sous l'herbe et les floraisons grasses,

Moisir parmi les ossements.

 

Alors, ô ma beauté! dites à la vermine

Qui vous mangera de baisers,

Que j'ai gardé la forme et l'essence divine

De mes amours décomposés!

XXX - De profundis clamavi

 

J'implore ta pitié, Toi, l'unique que j'aime,

Du fond du gouffre obscur où mon coeur est tombé.

C'est un univers morne à l'horizon plombé,

Où nagent dans la nuit l'horreur et le blasphème;

 

Un soleil sans chaleur plane au-dessus six mois,

Et les six autres mois la nuit couvre la terre;

C'est un pays plus nu que la terre polaire

- Ni bêtes, ni ruisseaux, ni verdure, ni bois!

 

Or il n'est pas d'horreur au monde qui surpasse

La froide cruauté de ce soleil de glace

Et cette immense nuit semblable au vieux Chaos;

 

Je jalouse le sort des plus vils animaux

Qui peuvent se plonger dans un sommeil stupide,

Tant l'écheveau du temps lentement se dévide!

XXXI - Le Vampire

 

Toi qui, comme un coup de couteau,

Dans mon coeur plaintif es entrée;

Toi qui, forte comme un troupeau

De démons, vins, folle et parée,

 

De mon esprit humilié

Faire ton lit et ton domaine;

- Infâme à qui je suis lié

Comme le forçat à la chaîne,

 

Comme au jeu le joueur têtu,

Comme à la bouteille l'ivrogne,

Comme aux vermines la charogne

- Maudite, maudite sois-tu!

 

J'ai prié le glaive rapide

De conquérir ma liberté,

Et j'ai dit au poison perfide

De secourir ma lâcheté.

 

Hélas! le poison et le glaive

M'ont pris en dédain et m'ont dit:

"Tu n'es pas digne qu'on t'enlève

A ton esclavage maudit,

 

Imbécile! - de son empire

Si nos efforts te délivraient,

Tes baisers ressusciteraient

Le cadavre de ton vampire!"

XXXII

 

Une nuit que j'étais près d'une affreuse Juive,

Comme au long d'un cadavre un cadavre étendu,

Je me pris à songer près de ce corps vendu

A la triste beauté dont mon désir se prive.

 

Je me représentai sa majesté native,

Son regard de vigueur et de grâces armé,

Ses cheveux qui lui font un casque parfumé,

Et dont le souvenir pour l'amour me ravive.

 

Car j'eusse avec ferveur baisé ton noble corps,

Et depuis tes pieds frais jusqu'à tes noires tresses

Déroulé le trésor des profondes caresses,

 

Si, quelque soir, d'un pleur obtenu sans effort

Tu pouvais seulement, ô reine des cruelles!

Obscurcir la splendeur de tes froides prunelles.

XXXIII - Remords posthume

 

Lorsque tu dormiras, ma belle ténébreuse,

Au fond d'un monument construit en marbre noir,

Et lorsque tu n'auras pour alcôve et manoir

Qu'un caveau pluvieux et qu'une fosse creuse;

 

Quand la pierre, opprimant ta poitrine peureuse

Et tes flancs qu'assouplit un charmant nonchaloir,

Empêchera ton coeur de battre et de vouloir,

Et tes pieds de courir leur course aventureuse,

 

Le tombeau, confident de mon rêve infini

(Car le tombeau toujours comprendra le poète),

Durant ces grandes nuits d'où le somme est banni,

 

Te dira: "Que vous sert, courtisane imparfaite,

De n'avoir pas connu ce que pleurent les morts?"

- Et le vers rongera ta peau comme un remords.

XXXIV - Le Chat

 

Viens, mon beau chat, sur mon coeur amoureux;

Retiens les griffes de ta patte,

Et laisse-moi plonger dans tes beaux yeux,

Mêlés de métal et d'agate.

 

Lorsque mes doigts caressent à loisir

Ta tête et ton dos élastique,

Et que ma main s'enivre du plaisir

De palper ton corps électrique,

 

Je vois ma femme en esprit. Son regard,

Comme le tien, aimable bête

Profond et froid, coupe et fend comme un dard,

 

Et, des pieds jusques à la tête,

Un air subtil, un dangereux parfum

Nagent autour de son corps brun.

XXXV - Duellum

 

Deux guerriers ont couru l'un sur l'autre, leurs armes

Ont éclaboussé l'air de lueurs et de sang.

Ces jeux, ces cliquetis du fer sont les vacarmes

D'une jeunesse en proie à l'amour vagissant.

 

Les glaives sont brisés! comme notre jeunesse,

Ma chère! Mais les dents, les ongles acérés,

Vengent bientôt l'épée et la dague traîtresse.

- O fureur des coeurs mûrs par l'amour ulcérés!

 

Dans le ravin hanté des chats-pards et des onces

Nos héros, s'étreignant méchamment, ont roulé,

Et leur peau fleurira l'aridité des ronces.

 

- Ce gouffre, c'est l'enfer, de nos amis peuplé!

Roulons-y sans remords, amazone inhumaine,

Afin d'éterniser l'ardeur de notre haine!

XXXVI - Le Balcon

 

Mère des souvenirs, maîtresse des maîtresses,

O toi, tous mes plaisirs! ô toi, tous mes devoirs!

Tu te rappelleras la beauté des caresses,

La douceur du foyer et le charme des soirs,

Mère des souvenirs, maîtresse des maîtresses!

 

Les soirs illuminés par l'ardeur du charbon,

Et les soirs au balcon, voilés de vapeurs roses.

Que ton sein m'était doux! que ton coeur m'était bon!

Nous avons dit souvent d'impérissables choses

Les soirs illumines par l'ardeur du charbon.

 

Que les soleils sont beaux dans les chaudes soirées!

Que l'espace est profond! que le coeur est puissant!

En me penchant vers toi, reine des adorées,

Je croyais respirer le parfum de ton sang.

Que les soleils sont beaux dans les chaudes soirées!

 

La nuit s'épaississait ainsi qu'une cloison,

Et mes yeux dans le noir devinaient tes prunelles,

Et je buvais ton souffle, ô douceur! ô poison!

Et tes pieds s'endormaient dans mes mains fraternelles.

La nuit s'épaississait ainsi qu'une cloison.

 

Je sais l'art d'évoquer les minutes heureuses,

Et revis mon passé blotti dans tes genoux.

Car à quoi bon chercher tes beautés langoureuses

Ailleurs qu'en ton cher corps et qu'en ton coeur si doux?

Je sais l'art d'évoquer les minutes heureuses!

 

Ces serments, ces parfums, ces baisers infinis,

Renaîtront-ils d'un gouffre interdit à nos sondes,

Comme montent au ciel les soleils rajeunis

Après s'être lavés au fond des mers profondes?

- O serments! ô parfums! ô baisers infinis!

XXXVII - Le Possédé

 

Le soleil s'est couvert d'un crêpe. Comme lui,

O Lune de ma vie! emmitoufle-toi d'ombre

Dors ou fume à ton gré; sois muette, sois sombre,

Et plonge tout entière au gouffre de l'Ennui;

 

Je t'aime ainsi! Pourtant, si tu veux aujourd'hui,

Comme un astre éclipsé qui sort de la pénombre,

Te pavaner aux lieux que la Folie encombre

C'est bien! Charmant poignard, jaillis de ton étui!

 

Allume ta prunelle à la flamme des lustres!

Allume le désir dans les regards des rustres!

Tout de toi m'est plaisir, morbide ou pétulant;

 

Sois ce que tu voudras, nuit noire, rouge aurore;

II n'est pas une fibre en tout mon corps tremblant

Qui ne crie: O mon cher Belzébuth, je t'adore!

XXXVIII - Un Fantôme

 

I - Les Ténèbres

 

Dans les caveaux d'insondable tristesse

Où le Destin m'a déjà relégué;

Où jamais n'entre un rayon rose et gai;

Où, seul avec la Nuit, maussade hôtesse,

 

Je suis comme un peintre qu'un Dieu moqueur

Condamne à peindre, hélas! sur les ténèbres;

Où, cuisinier aux appétits funèbres,

Je fais bouillir et je mange mon coeur,

 

Par instants brille, et s'allonge, et s'étale

Un spectre fait de grâce et de splendeur.

A sa rêveuse allure orientale,

Quand il atteint sa totale grandeur,

Je reconnais ma belle visiteuse:

 

C'est Elle! noire et pourtant lumineuse.

 

II - Le Parfum

 

Lecteur, as-tu quelquefois respiré

Avec ivresse et lente gourmandise

Ce grain d'encens qui remplit une église,

Ou d'un sachet le musc invétéré?

 

Charme profond, magique, dont nous grise

Dans le présent le passé restauré!

Ainsi l'amant sur un corps adoré

Du souvenir cueille la fleur exquise.

 

De ses cheveux élastiques et lourds,

Vivant sachet, encensoir de l'alcôve,

Une senteur montait, sauvage et fauve,

 

Et des habits, mousseline ou velours,

Tout imprégnés de sa jeunesse pure,

Se dégageait un parfum de fourrure.

 

III - Le Cadre

 

Comme un beau cadre ajoute à la peinture,

Bien qu'elle soit d'un pinceau très-vanté,

Je ne sais quoi d'étrange et d'enchanté

En l'isolant de l'immense nature,

 

Ainsi bijoux, meubles, métaux, dorure,

S'adaptaient juste à sa rare beauté;

Rien n'offusquait sa parfaite clarté,

Et tout semblait lui servir de bordure.

 

Même on eût dit parfois qu'elle croyait

Que tout voulait l'aimer; elle noyait

Sa nudité voluptueusement

 

Dans les baisers du satin et du linge,

Et, lente ou brusque, à chaque mouvement

Montrait la grâce enfantine du singe.

 

IV - Le Portrait

 

La Maladie et la Mort font des cendres

De tout le feu qui pour nous flamboya.

De ces grands yeux si fervents et si tendres,

De cette bouche où mon coeur se noya,

 

De ces baisers puissants comme un dictame,

De ces transports plus vifs que des rayons,

Que reste-t-il? C'est affreux, ô mon âme!

Rien qu'un dessin fort pâle, aux trois crayons,

 

Qui, comme moi, meurt dans la solitude,

Et que le Temps, injurieux vieillard,

Chaque jour frotte avec son aile rude...

 

Noir assassin de la Vie et de l'Art,

Tu ne tueras jamais dans ma mémoire

Celle qui fut mon plaisir et ma gloire!

XXXIX

 

Je te donne ces vers afin que si mon nom

Aborde heureusement aux époques lointaines,

Et fait rêver un soir les cervelles humaines,

Vaisseau favorisé par un grand aquilon,

 

Ta mémoire, pareille aux fables incertaines,

Fatigue le lecteur ainsi qu'un tympanon,

Et par un fraternel et mystique chaînon

Reste comme pendue à mes rimes hautaines;

 

Etre maudit à qui, de l'abîme profond

Jusqu'au plus haut du ciel, rien, hors moi, ne répond!

- O toi qui, comme une ombre à la trace éphémère,

 

Foules d'un pied léger et d'un regard serein

Les stupides mortels qui t'ont jugée amère,

Statue aux yeux de jais, grand ange au front d'airain!

XL - Semper eadem

 

"D'où vous vient, disiez-vous, cette tristesse étrange,

Montant comme la mer sur le roc noir et nu?"

- Quand notre coeur a fait une fois sa vendange

Vivre est un mal. C'est un secret de tous connu,

 

Une douleur très simple et non mystérieuse

Et, comme votre joie, éclatante pour tous.

Cessez donc de chercher, ô belle curieuse!

Et, bien que votre voix soit douce, taisez-vous!

 

Taisez-vous, ignorante! âme toujours ravie!

Bouche au rire enfantin! Plus encor que la Vie,

La Mort nous tient souvent par des liens subtils.

 

Laissez, laissez mon coeur s'enivrer d'un mensonge,

Plonger dans vos beaux yeux comme dans un beau songe

Et sommeiller longtemps à l'ombre de vos cils!

XLI - Tout entière

 

Le Démon, dans ma chambre haute

Ce matin est venu me voir,

Et, tâchant à me prendre en faute

Me dit: "Je voudrais bien savoir

 

Parmi toutes les belles choses

Dont est fait son enchantement,

Parmi les objets noirs ou roses

Qui composent son corps charmant,

 

Quel est le plus doux."- O mon âme!

Tu répondis à l'Abhorré:

"Puisqu'en Elle tout est dictame

Rien ne peut être préféré.

 

Lorsque tout me ravit, j'ignore

Si quelque chose me séduit.

Elle éblouit comme l'Aurore

Et console comme la Nuit;

 

Et l'harmonie est trop exquise,

Qui gouverne tout son beau corps,

Pour que l'impuissante analyse

En note les nombreux accords.

 

O métamorphose mystique

De tous mes sens fondus en un!

Son haleine fait la musique,

Comme sa voix fait le parfum!"

XLII

 

Que diras-tu ce soir, pauvre âme solitaire,

Que diras-tu, mon coeur, coeur autrefois flétri,

A la très belle, à la très bonne, à la très chère,

Dont le regard divin t'a soudain refleuri?

 

- Nous mettrons notre orgueil à chanter ses louanges:

Rien ne vaut la douceur de son autorité

Sa chair spirituelle a le parfum des Anges

Et son oeil nous revêt d'un habit de clarté.

 

Que ce soit dans la nuit et dans la solitude

Que ce soit dans la rue et dans la multitude

Son fantôme dans l'air danse comme un flambeau.

 

Parfois il parle et dit: "Je suis belle, et j'ordonne

Que pour l'amour de moi vous n'aimiez que le Beau;

Je suis l'Ange gardien, la Muse et la Madone."

XLIII - Le Flambeau vivant

 

Ils marchent devant moi, ces Yeux pleins de lumières,

Qu'un Ange très savant a sans doute aimantés

Ils marchent, ces divins frères qui sont mes frères,

Secouant dans mes yeux leurs feux diamantés.

 

Me sauvant de tout piège et de tout péché grave,

Ils conduisent mes pas dans la route du Beau

Ils sont mes serviteurs et je suis leur esclave

Tout mon être obéit à ce vivant flambeau.

 

Charmants Yeux, vous brillez de la clarté mystique

Qu'ont les cierges brûlant en plein jour; le soleil

Rougit, mais n'éteint pas leur flamme fantastique;

 

Ils célèbrent la Mort, vous chantez le Réveil

Vous marchez en chantant le réveil de mon âme,

Astres dont nul soleil ne peut flétrir la flamme!

XLIV - Réversibilité

 

Ange plein de gaieté, connaissez-vous l'angoisse,

La honte, les remords, les sanglots, les ennuis,

Et les vagues terreurs de ces affreuses nuits

Qui compriment le coeur comme un papier qu'on froisse?

Ange plein de gaieté, connaissez-vous l'angoisse?

 

Ange plein de bonté, connaissez-vous la haine,

Les poings crispés dans l'ombre et les larmes de fiel,

Quand la Vengeance bat son infernal rappel,

Et de nos facultés se fait le capitaine?

Ange plein de bonté connaissez-vous la haine?

 

Ange plein de santé, connaissez-vous les Fièvres,

Qui, le long des grands murs de l'hospice blafard,

Comme des exilés, s'en vont d'un pied traînard,

Cherchant le soleil rare et remuant les lèvres?

Ange plein de santé, connaissez-vous les Fièvres?

 

Ange plein de beauté, connaissez-vous les rides,

Et la peur de vieillir, et ce hideux tourment

De lire la secrète horreur du dévouement

Dans des yeux où longtemps burent nos yeux avide!

Ange plein de beauté, connaissez-vous les rides?

 

Ange plein de bonheur, de joie et de lumières,

David mourant aurait demandé la santé

Aux émanations de ton corps enchanté;

Mais de toi je n'implore, ange, que tes prières,

Ange plein de bonheur, de joie et de lumières!

XLV - Confession

 

Une fois, une seule, aimable et douce femme,

A mon bras votre bras poli

S'appuya (sur le fond ténébreux de mon âme

Ce souvenir n'est point pâli);

 

II était tard; ainsi qu'une médaille neuve

La pleine lune s'étalait,

Et la solennité de la nuit, comme un fleuve,

Sur Paris dormant ruisselait.

 

Et le long des maisons, sous les portes cochères,

Des chats passaient furtivement

L'oreille au guet, ou bien, comme des ombres chères,

Nous accompagnaient lentement.

 

Tout à coup, au milieu de l'intimité libre

Eclose à la pâle clarté

De vous, riche et sonore instrument où ne vibre

Que la radieuse gaieté,

 

De vous, claire et joyeuse ainsi qu'une fanfare

Dans le matin étincelant

Une note plaintive, une note bizarre

S'échappa, tout en chancelant

 

Comme une enfant chétive, horrible, sombre, immonde,

Dont sa famille rougirait,

Et qu'elle aurait longtemps, pour la cacher au monde,

Dans un caveau mise au secret.

 

Pauvre ange, elle chantait, votre note criarde:

"Que rien ici-bas n'est certain,

Et que toujours, avec quelque soin qu'il se farde,

Se trahit l'égoïsme humain;

 

Que c'est un dur métier que d'être belle femme,

Et que c'est le travail banal

De la danseuse folle et froide qui se pâme

Dans son sourire machinal;

 

Que bâtir sur les coeurs est une chose sotte;

Que tout craque, amour et beauté,

Jusqu'à ce que l'Oubli les jette dans sa hotte

Pour les rendre à l'Eternité!"

 

J'ai souvent évoqué cette lune enchantée,

Ce silence et cette langueur,

Et cette confidence horrible chuchotée

Au confessionnal du coeur.

XLVI - L'Aube spirituelle

 

Quand chez les débauchés l'aube blanche et vermeille

Entre en société de l'Idéal rongeur,

Par l'opération d'un mystère vengeur

Dans la brute assoupie un ange se réveille.

 

Des Cieux Spirituels l'inaccessible azur,

Pour l'homme terrassé qui rêve encore et souffre,

S'ouvre et s'enfonce avec l'attirance du gouffre.

Ainsi, chère Déesse, Etre lucide et pur,

 

Sur les débris fumeux des stupides orgies

Ton souvenir plus clair, plus rose, plus charmant,

A mes yeux agrandis voltige incessamment.

 

Le soleil a noirci la flamme des bougies;

Ainsi, toujours vainqueur, ton fantôme est pareil,

Ame resplendissante, à l'immortel soleil!

XLVII - Harmonie du Soir

 

Voici venir les temps où vibrant sur sa tige

Chaque fleur s'évapore ainsi qu'un encensoir;

Les sons et les parfums tournent dans l'air du soir;

Valse mélancolique et langoureux vertige!

 

Chaque fleur s'évapore ainsi qu'un encensoir;

Le violon frémit comme un coeur qu'on afflige;

Valse mélancolique et langoureux vertige!

Le ciel est triste et beau comme un grand reposoir.

 

Le violon frémit comme un coeur qu'on afflige,

Un coeur tendre, qui hait le néant vaste et noir!

Le ciel est triste et beau comme un grand reposoir;

Le soleil s'est noyé dans son sang qui se fige.

 

Un coeur tendre, qui hait le néant vaste et noir,

Du passé lumineux recueille tout vestige!

Le soleil s'est noyé dans son sang qui se fige...

Ton souvenir en moi luit comme un ostensoir!

XLVIII - Le Flacon

 

II est de forts parfums pour qui toute matière

Est poreuse. On dirait qu'ils pénètrent le verre.

En ouvrant un coffret venu de l'Orient

Dont la serrure grince et rechigne en criant,

 

Ou dans une maison déserte quelque armoire

Pleine de l'âcre odeur des temps, poudreuse et noire,

Parfois on trouve un vieux flacon qui se souvient,

D'où jaillit toute vive une âme qui revient.

 

Mille pensers dormaient, chrysalides funèbres,

Frémissant doucement dans les lourdes ténèbres,

Qui dégagent leur aile et prennent leur essor,

Teintés d'azur, glacés de rose, lamés d'or.

 

Voilà le souvenir enivrant qui voltige

Dans l'air troublé; les yeux se ferment; le Vertige

Saisit l'âme vaincue et la pousse à deux mains

Vers un gouffre obscurci de miasmes humains;

 

II la terrasse au bord d'un gouffre séculaire,

Où, Lazare odorant déchirant son suaire,

Se meut dans son réveil le cadavre spectral

D'un vieil amour ranci, charmant et sépulcral.

 

Ainsi, quand je serai perdu dans la mémoire

Des hommes, dans le coin d'une sinistre armoire

Quand on m'aura jeté, vieux flacon désolé,

Décrépit, poudreux, sale, abject, visqueux, fêlé,

 

Je serai ton cercueil, aimable pestilence!

Le témoin de ta force et de ta virulence,

Cher poison préparé par les anges! liqueur

Qui me ronge, ô la vie et la mort de mon coeur!

XLIX - Le Poison

 

Le vin sait revêtir le plus sordide bouge

D'un luxe miraculeux,

Et fait surgir plus d'un portique fabuleux

Dans l'or de sa vapeur rouge,

Comme un soleil couchant dans un ciel nébuleux.

 

L'opium agrandit ce qui n'a pas de bornes,

Allonge l'illimité,

Approfondit le temps, creuse la volupté,

Et de plaisirs noirs et mornes

Remplit l'âme au delà de sa capacité.

 

Tout cela ne vaut pas le poison qui découle

De tes yeux, de tes yeux verts,

Lacs où mon âme tremble et se voit à l'envers...

Mes songes viennent en foule

Pour se désaltérer à ces gouffres amers.

 

Tout cela ne vaut pas le terrible prodige

De ta salive qui mord,

Qui plonge dans l'oubli mon âme sans remords,

Et charriant le vertige,

La roule défaillante aux rives de la mort!

L - Ciel Brouillé

 

On dirait ton regard d'une vapeur couvert;

Ton oeil mystérieux (est-il bleu, gris ou vert?)

Alternativement tendre, rêveur, cruel,

Réfléchit l'indolence et la pâleur du ciel.

 

Tu rappelles ces jours blancs, tièdes et voilés,

Qui font se fondre en pleurs les coeurs ensorcelés,

Quand, agités d'un mal inconnu qui les tord,

Les nerfs trop éveillés raillent l'esprit qui dort.

 

Tu ressembles parfois à ces beaux horizons

Qu'allument les soleils des brumeuses saisons...

Comme tu resplendis, paysage mouillé

Qu'enflamment les rayons tombant d'un ciel brouillé!

 

O femme dangereuse, ô séduisants climats!

Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,

Et saurai-je tirer de l'implacable hiver

Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

LI - Le Chat

 

I

 

Dans ma cervelle se promène,

Ainsi qu'en son appartement,

Un beau chat, fort, doux et charmant.

Quand il miaule, on l'entend à peine,

 

Tant son timbre est tendre et discret;

Mais que sa voix s'apaise ou gronde,

Elle est toujours riche et profonde.

C'est là son charme et son secret.

 

Cette voix, qui perle et qui filtre

Dans mon fonds le plus ténébreux,

Me remplit comme un vers nombreux

Et me réjouit comme un philtre.

 

Elle endort les plus cruels maux

Et contient toutes les extases;

Pour dire les plus longues phrases,

Elle n'a pas besoin de mots.

 

Non, il n'est pas d'archet qui morde

Sur mon coeur, parfait instrument,

Et fasse plus royalement

Chanter sa plus vibrante corde,

 

Que ta voix, chat mystérieux,

Chat séraphique, chat étrange,

En qui tout est, comme en un ange,

Aussi subtil qu'harmonieux!

 

II

 

De sa fourrure blonde et brune

Sort un parfum si doux, qu'un soir

J'en fus embaumé, pour l'avoir

Caressée une fois, rien qu'une.

 

C'est l'esprit familier du lieu;

Il juge, il préside, il inspire

Toutes choses dans son empire;

Peut-être est-il fée, est-il dieu?

 

Quand mes yeux, vers ce chat que j'aime

Tirés comme par un aimant,

Se retournent docilement

Et que je regarde en moi-même,

 

Je vois avec étonnement

Le feu de ses prunelles pâles,

Clairs fanaux, vivantes opales

Qui me contemplent fixement.

LII - Le Beau Navire

 

Je veux te raconter, ô molle enchanteresse!

Les diverses beautés qui parent ta jeunesse;

Je veux te peindre ta beauté,

Où l'enfance s'allie à la maturité.

 

Quand tu vas balayant l'air de ta jupe large,

Tu fais l'effet d'un beau vaisseau qui prend le large,

Chargé de toile, et va roulant

Suivant un rhythme doux, et paresseux, et lent.

 

Sur ton cou large et rond, sur tes épaules grasses,

Ta tête se pavane avec d'étranges grâces;

D'un air placide et triomphant

Tu passes ton chemin, majestueuse enfant.

 

Je veux te raconter, ô molle enchanteresse!

Les diverses beautés qui parent ta jeunesse;

Je veux te peindre ta beauté,

Où l'enfance s'allie à la maturité.

 

Ta gorge qui s'avance et qui pousse la moire,

Ta gorge triomphante est une belle armoire

Dont les panneaux bombés et clairs

Comme les boucliers accrochent des éclairs;

 

Boucliers provoquants, armés de pointes roses!

Armoire à doux secrets, pleine de bonnes choses,

De vins, de parfums, de liqueurs

Qui feraient délirer les cerveaux et les coeurs!

 

Quand tu vas balayant l'air de ta jupe large

Tu fais l'effet d'un beau vaisseau qui prend le large,

Chargé de toile, et va roulant

Suivant un rhythme doux, et paresseux, et lent.

 

Tes nobles jambes, sous les volants qu'elles chassent,

Tourmentent les désirs obscurs et les agacent,

Comme deux sorcières qui font

Tourner un philtre noir dans un vase profond.

 

Tes bras, qui se joueraient des précoces hercules,

Sont des boas luisants les solides émules,

Faits pour serrer obstinément,

Comme pour l'imprimer dans ton coeur, ton amant.

 

Sur ton cou large et rond, sur tes épaules grasses,

Ta tête se pavane avec d'étranges grâces;

D'un air placide et triomphant

Tu passes ton chemin, majestueuse enfant.

LIII - L'invitation au voyage

 

Mon enfant, ma soeur,

Songe à la douceur

D'aller là-bas

vivre ensemble!

Aimer à loisir,

Aimer et mourir

Au pays qui te ressemble!

Les soleils mouillés

De ces ciels brouillés

Pour mon esprit ont les charmes

Si mystérieux

De tes traîtres yeux,

Brillant à travers leurs larmes.

 

Là, tout n'est qu'ordre et beauté,

Luxe, calme et volupté.

 

Des meubles luisants,

Polis par les ans,

Décoreraient notre chambre;

Les plus rares fleurs

Mêlant leurs odeurs

Aux vagues senteurs de l'ambre,

Les riches plafonds,

Les miroirs profonds,

La splendeur orientale,

Tout y parlerait

A l'âme en secret

Sa douce langue natale.

 

Là, tout n'est qu'ordre et beauté,

Luxe, calme et volupté.

 

Vois sur ces canaux

Dormir ces vaisseaux

Dont l'humeur est vagabonde;

C'est pour assouvir

Ton moindre désir

Qu'ils viennent du bout du monde.

Les soleils couchants

Revêtent les champs,

Les canaux, la ville entière,

D'hyacinthe et d'or;

Le monde s'endort

Dans une chaude lumière.

 

Là, tout n'est qu'ordre et beauté,

Luxe, calme et volupté.

LIV - L'Irréparable

 

Pouvons-nous étouffer le vieux, le long Remords,

Qui vit, s'agite et se tortille

Et se nourrit de nous comme le ver des morts,

Comme du chêne la chenille?

Pouvons-nous étouffer l'implacable Remords?

 

Dans quel philtre, dans quel vin, dans quelle tisane,

Noierons-nous ce vieil ennemi,

Destructeur et gourmand comme la courtisane,

Patient comme la fourmi?

Dans quel philtre? - dans quel vin? - dans quelle tisane?

 

Dis-le, belle sorcière, oh! dis, si tu le sais,

A cet esprit comblé d'angoisse

Et pareil au mourant qu'écrasent les blessés,

Que le sabot du cheval froisse,

Dis-le, belle sorcière, oh! dis, si tu le sais,

 

A cet agonisant que le loup déjà flaire

Et que surveille le corbeau,

A ce soldat brisé! s'il faut qu'il désespère

D'avoir sa croix et son tombeau;

Ce pauvre agonisant que déjà le loup flaire!

 

Peut-on illuminer un ciel bourbeux et noir?

Peut-on déchirer des ténèbres

Plus denses que la poix, sans matin et sans soir,

Sans astres, sans éclairs funèbres?

Peut-on illuminer un ciel bourbeux et noir?

 

L'Espérance qui brille aux carreaux de l'Auberge

Est soufflée, est morte à jamais!

Sans lune et sans rayons, trouver où l'on héberge

Les martyrs d'un chemin mauvais!

Le Diable a tout éteint aux carreaux de l'Auberge!

 

Adorable sorcière, aimes-tu les damnés?

Dis, connais-tu l'irrémissible?

Connais-tu le Remords, aux traits empoisonnés,

A qui notre coeur sert de cible?

Adorable sorcière, aimes-tu les damnés?

 

L'Irréparable ronge avec sa dent maudite

Notre âme, piteux monument,

Et souvent il attaque ainsi que le termite,

Par la base le bâtiment.

L'Irréparable ronge avec sa dent maudite!

 

- J'ai vu parfois, au fond d'un théâtre banal

Qu'enflammait l'orchestre sonore,

Une fée allumer dans un ciel infernal

Une miraculeuse aurore;

J'ai vu parfois au fond d'un théâtre banal

 

Un être, qui n'était que lumière, or et gaze,

Terrasser l'énorme Satan;

Mais mon coeur, que jamais ne visite l'extase,

Est un théâtre où l'on attend

Toujours. toujours en vain, l'Etre aux ailes de gaze!

LV - Causerie

 

Vous êtes un beau ciel d'automne, clair et rose!

Mais la tristesse en moi monte comme la mer,

Et laisse, en refluant, sur ma lèvre morose

Le souvenir cuisant de son limon amer.

 

- Ta main se glisse en vain sur mon sein qui se pâme;

Ce qu'elle cherche, amie, est un lieu saccagé

Par la griffe et la dent féroce de la femme.

Ne cherchez plus mon coeur; les bêtes l'ont mangé.

 

Mon coeur est un palais flétri par la cohue;

On s'y soûle, on s'y tue, on s'y prend aux cheveux!

- Un parfum nage autour de votre gorge nue!...

 

O Beauté, dur fléau des âmes, tu le veux!

Avec tes yeux de feu, brillants comme des fêtes,

Calcine ces lambeaux qu'ont épargnés les bêtes!

LVI - Chant d'Automne

 

I

 

Bientôt nous plongerons dans les froides ténèbres;

Adieu, vive clarté de nos étés trop courts!

J'entends déjà tomber avec des chocs funèbres

Le bois retentissant sur le pavé des cours.

 

Tout l'hiver va rentrer dans mon être: colère,

Haine, frissons, horreur, labeur dur et forcé,

Et, comme le soleil dans son enfer polaire,

Mon coeur ne sera plus qu'un bloc rouge et glacé.

 

J'écoute en frémissant chaque bûche qui tombe

L'échafaud qu'on bâtit n'a pas d'écho plus sourd.

Mon esprit est pareil à la tour qui succombe

Sous les coups du bélier infatigable et lourd.

 

II me semble, bercé par ce choc monotone,

Qu'on cloue en grande hâte un cercueil quelque part.

Pour qui? - C'était hier l'été; voici l'automne!

Ce bruit mystérieux sonne comme un départ.

 

II

 

J'aime de vos longs yeux la lumière verdâtre,

Douce beauté, mais tout aujourd'hui m'est amer,

Et rien, ni votre amour, ni le boudoir, ni l'âtre,

Ne me vaut le soleil rayonnant sur la mer.

 

Et pourtant aimez-moi, tendre coeur! soyez mère,

Même pour un ingrat, même pour un méchant;

Amante ou soeur, soyez la douceur éphémère

D'un glorieux automne ou d'un soleil couchant.

 

Courte tâche! La tombe attend - elle est avide!

Ah! laissez-moi, mon front posé sur vos genoux,

Goûter, en regrettant l'été blanc et torride,

De l'arrière-saison le rayon jaune et doux!

LVII - A une Madone

 

Ex-voto dans le goût espagnol

 

Je veux bâtir pour toi, Madone, ma maîtresse,

Un autel souterrain au fond de ma détresse,

Et creuser dans le coin le plus noir de mon coeur,

Loin du désir mondain et du regard moqueur,

Une niche, d'azur et d'or tout émaillée,

Où tu te dresseras, Statue émerveillée.

Avec mes Vers polis, treillis d'un pur métal

Savamment constellé de rimes de cristal

Je ferai pour ta tête une énorme Couronne;

Et dans ma Jalousie, ô mortelle Madone

Je saurai te tailler un Manteau, de façon

Barbare, roide et lourd, et doublé de soupçon,

Qui, comme une guérite, enfermera tes charmes,

Non de Perles brodé, mais de toutes mes Larmes!

Ta Robe, ce sera mon Désir, frémissant,

Onduleux, mon Désir qui monte et qui descend,

Aux pointes se balance, aux vallons se repose,

Et revêt d'un baiser tout ton corps blanc et rose.

Je te ferai de mon Respect de beaux Souliers

De satin, par tes pieds divins humiliés,

Qui, les emprisonnant dans une molle étreinte

Comme un moule fidèle en garderont l'empreinte.

Si je ne puis, malgré tout mon art diligent

Pour Marchepied tailler une Lune d'argent

Je mettrai le Serpent qui me mord les entrailles

Sous tes talons, afin que tu foules et railles

Reine victorieuse et féconde en rachats

Ce monstre tout gonflé de haine et de crachats.

Tu verras mes Pensers, rangés comme les Cierges

Devant l'autel fleuri de la Reine des Vierges

Etoilant de reflets le plafond peint en bleu,

Te regarder toujours avec des yeux de feu;

Et comme tout en moi te chérit et t'admire,

Tout se fera Benjoin, Encens, Oliban, Myrrhe,

Et sans cesse vers toi, sommet blanc et neigeux,

En Vapeurs montera mon Esprit orageux.

 

Enfin, pour compléter ton rôle de Marie,

Et pour mêler l'amour avec la barbarie,

Volupté noire! des sept Péchés capitaux,

Bourreau plein de remords, je ferai sept Couteaux

Bien affilés, et comme un jongleur insensible,

Prenant le plus profond de ton amour pour cible,

Je les planterai tous dans ton Coeur pantelant,

Dans ton Coeur sanglotant, dans ton Coeur ruisselant!

LVIII - Chanson d'Après-midi

 

Quoique tes sourcils méchants

Te donnent un air étrange

Qui n'est pas celui d'un ange,

Sorcière aux yeux alléchants,

 

Je t'adore, ô ma frivole,

Ma terrible passion!

Avec la dévotion

Du prêtre pour son idole.

 

Le désert et la forêt

Embaument tes tresses rudes,

Ta tête a les attitudes

De l'énigme et du secret.

 

Sur ta chair le parfum rôde

Comme autour d'un encensoir;

Tu charmes comme le soir

Nymphe ténébreuse et chaude.

 

Ah! les philtres les plus forts

Ne valent pas ta paresse,

Et tu connais la caresse

Ou fait revivre les morts!

 

Tes hanches sont amoureuses

De ton dos et de tes seins,

Et tu ravis les coussins

Par tes poses langoureuses.

 

Quelquefois, pour apaiser

Ta rage mystérieuse,

Tu prodigues, sérieuse,

La morsure et le baiser;

 

Tu me déchires, ma brune,

Avec un rire moqueur,

Et puis tu mets sur mon coeur

Ton oeil doux comme la lune.

 

Sous tes souliers de satin,

Sous tes charmants pieds de soie

Moi, je mets ma grande joie,

Mon génie et mon destin,

 

Mon âme par toi guérie,

Par toi, lumière et couleur!

Explosion de chaleur

Dans ma noire Sibérie!

LIX - Sisina

 

Imaginez Diane en galant équipage,

Parcourant les forêts ou battant les halliers,

Cheveux et gorge au vent, s'enivrant de tapage,

Superbe et défiant les meilleurs cavaliers!

 

Avez-vous vu Théroigne, amante du carnage,

Excitant à l'assaut un peuple sans souliers,

La joue et l'oeil en feu, jouant son personnage,

Et montant, sabre au poing, les royaux escaliers?

 

Telle la Sisina! Mais la douce guerrière

A l'âme charitable autant que meurtrière;

Son courage, affolé de poudre et de tambours,

 

Devant les suppliants sait mettre bas les armes,

Et son coeur, ravagé par la flamme, a toujours,

Pour qui s'en montre digne, un réservoir de larmes.

LX - Franciscae meae laudes

 

Novis te cantabo chordis,

O novelletum quod ludis

In solitudine cordis.

 

Esto sertis implicata,

O femina delicata

Per quam solvuntur peccata!

 

Sicut beneficum Lethe,

Hauriam oscula de te,

Quae imbuta es magnete.

 

Quum vitiorum tempegtas

Turbabat omnes semitas,

Apparuisti, Deitas,

 

Velut stella salutaris

In naufragiis amaris.....

Suspendam cor tuis aris!

 

Piscina plena virtutis,

Fons æternæ juventutis

Labris vocem redde mutis!

 

Quod erat spurcum, cremasti;

Quod rudius, exaequasti;

Quod debile, confirmasti.

 

In fame mea taberna

In nocte mea lucerna,

Recte me semper guberna.

 

Adde nunc vires viribus,

Dulce balneum suavibus

Unguentatum odoribus!

 

Meos circa lumbos mica,

O castitatis lorica,

Aqua tincta seraphica;

 

Patera gemmis corusca,

Panis salsus, mollis esca,

Divinum vinum, Francisca!

LXI - A une Dame créole

 

Au pays parfumé que le soleil caresse,

J'ai connu, sous un dais d'arbres tout empourprés

Et de palmiers d'où pleut sur les yeux la paresse,

Une dame créole aux charmes ignorés.

 

Son teint est pâle et chaud; la brune enchanteresse

A dans le cou des airs noblement maniérés;

Grande et svelte en marchant comme une chasseresse,

Son sourire est tranquille et ses yeux assurés.

 

Si vous alliez, Madame, au vrai pays de gloire,

Sur les bords de la Seine ou de la verte Loire,

Belle digne d'orner les antiques manoirs,

 

Vous feriez, à l'abri des ombreuses retraites

Germer mille sonnets dans le coeur des poètes,

Que vos grands yeux rendraient plus soumis que vos noirs.

LXII - Moesta et errabunda

 

Dis-moi ton coeur parfois s'envole-t-il, Agathe,

Loin du noir océan de l'immonde cité

Vers un autre océan où la splendeur éclate,

Bleu, clair, profond, ainsi que la virginité?

Dis-moi, ton coeur parfois s'envole-t-il, Agathe?

 

La mer la vaste mer, console nos labeurs!

Quel démon a doté la mer, rauque chanteuse

Qu'accompagne l'immense orgue des vents grondeurs,

De cette fonction sublime de berceuse?

La mer, la vaste mer, console nos labeurs!

 

Emporte-moi wagon! enlève-moi, frégate!

Loin! loin! ici la boue est faite de nos pleurs!

- Est-il vrai que parfois le triste coeur d'Agathe

Dise: Loin des remords, des crimes, des douleurs,

Emporte-moi, wagon, enlève-moi, frégate?

 

Comme vous êtes loin, paradis parfumé,

Où sous un clair azur tout n'est qu'amour et joie,

Où tout ce que l'on aime est digne d'être aimé,

Où dans la volupté pure le coeur se noie!

Comme vous êtes loin, paradis parfumé!

 

Mais le vert paradis des amours enfantines,

Les courses, les chansons, les baisers, les bouquets,

Les violons vibrant derrière les collines,

Avec les brocs de vin, le soir, dans les bosquets,

- Mais le vert paradis des amours enfantines,

 

L'innocent paradis, plein de plaisirs furtifs,

Est-il déjà plus loin que l'Inde et que la Chine?

Peut-on le rappeler avec des cris plaintifs,

Et l'animer encor d'une voix argentine,

L'innocent paradis plein de plaisirs furtifs?

LXIII - Le Revenant

 

Comme les anges à l'oeil fauve,

Je reviendrai dans ton alcôve

Et vers toi glisserai sans bruit

Avec les ombres de la nuit;

 

Et je te donnerai, ma brune,

Des baisers froids comme la lune

Et des caresses de serpent

Autour d'une fosse rampant.

 

Quand viendra le matin livide,

Tu trouveras ma place vide,

Où jusqu'au soir il fera froid.

 

Comme d'autres par la tendresse,

Sur ta vie et sur ta jeunesse,

Moi, je veux régner par l'effroi.

LXIV - Sonnet d'Automne

 

Ils me disent, tes yeux, clairs comme le cristal:

"Pour toi, bizarre amant, quel est donc mon mérite?"

- Sois charmante et tais-toi! Mon coeur, que tout irrite,

Excepté la candeur de l'antique animal,

 

Ne veut pas te montrer son secret infernal,

Berceuse dont la main aux longs sommeils m'invite,

Ni sa noire légende avec la flamme écrite.

Je hais la passion et l'esprit me fait mal!

 

Aimons-nous doucement. L'Amour dans sa guérite,

Ténébreux, embusqué, bande son arc fatal.

Je connais les engins de son vieil arsenal:

 

Crime, horreur et folie! - O pâle marguerite!

Comme moi n'es-tu pas un soleil automnal,

O ma si blanche, ô ma si froide Marguerite?

LXV - Tristesses de la Lune

 

Ce soir, la lune rêve avec plus de paresse;

Ainsi qu'une beauté, sur de nombreux coussins,

Qui d'une main distraite et légère caresse

Avant de s'endormir le contour de ses seins,

 

Sur le dos satiné des molles avalanches,

Mourante, elle se livre aux longues pâmoisons,

Et promène ses yeux sur les visions blanches

Qui montent dans l'azur comme des floraisons.

 

Quand parfois sur ce globe, en sa langueur oisive,

Elle laisse filer une larme furtive,

Un poète pieux, ennemi du sommeil,

 

Dans le creux de sa main prend cette larme pâle,

Aux reflets irisés comme un fragment d'opale,

Et la met dans son coeur loin des yeux du soleil.

LXVI - Les Chats

 

Les amoureux fervents et les savants austères

Aiment également, dans leur mûre saison,

Les chats puissants et doux, orgueil de la maison,

Qui comme eux sont frileux et comme eux sédentaires.

 

Amis de la science et de la volupté

Ils cherchent le silence et l'horreur des ténèbres;

L'Erèbe les eût pris pour ses coursiers funèbres,

S'ils pouvaient au servage incliner leur fierté.

 

Ils prennent en songeant les nobles attitudes

Des grands sphinx allongés au fond des solitudes,

Qui semblent s'endormir dans un rêve sans fin;

 

Leurs reins féconds sont pleins d'étincelles magiques,

Et des parcelles d'or, ainsi qu'un sable fin,

Etoilent vaguement leurs prunelles mystiques.

LXVII - Les Hiboux

 

Sous les ifs noirs qui les abritent

Les hiboux se tiennent rangés

Ainsi que des dieux étrangers

Dardant leur oeil rouge. Ils méditent.

 

Sans remuer ils se tiendront

Jusqu'à l'heure mélancolique

Où, poussant le soleil oblique,

Les ténèbres s'établiront.

 

Leur attitude au sage enseigne

Qu'il faut en ce monde qu'il craigne

Le tumulte et le mouvement;

 

L'homme ivre d'une ombre qui passe

Porte toujours le châtiment

D'avoir voulu changer de place.

LXVIII - La Pipe

 

Je suis la pipe d'un auteur;

On voit, à contempler ma mine

D'Abyssinienne ou de Cafrine,

Que mon maître est un grand fumeur.

 

Quand il est comblé de douleur,

Je fume comme la chaumine

Où se prépare la cuisine

Pour le retour du laboureur.

 

J'enlace et je berce son âme

Dans le réseau mobile et bleu

Qui monte de ma bouche en feu,

 

Et je roule un puissant dictame

Qui charme son coeur et guérit

De ses fatigues son esprit.

LXIX - La Musique

 

La musique souvent me prend comme une mer!

Vers ma pâle étoile,

Sous un plafond de brume ou dans un vaste éther,

Je mets à la voile;

 

La poitrine en avant et les poumons gonflés

Comme de la toile

J'escalade le dos des flots amoncelés

Que la nuit me voile;

 

Je sens vibrer en moi toutes les passions

D'un vaisseau qui souffre;

Le bon vent, la tempête et ses convulsions

 

Sur l'immense gouffre

Me bercent. D'autres fois, calme plat, grand miroir

De mon désespoir!

LXX - Sépulture

 

Si par une nuit lourde et sombre

Un bon chrétien, par charité,

Derrière quelque vieux décombre

Enterre votre corps vanté,

 

A l'heure où les chastes étoiles

Ferment leurs yeux appesantis,

L'araignée y fera ses toiles,

Et la vipère ses petits;

 

Vous entendrez toute l'année

Sur votre tête condamnée

Les cris lamentables des loups

 

Et des sorcières faméliques,

Les ébats des vieillards lubriques

Et les complots des noirs filous.

LXXI - Une gravure fantastique

 

Ce spectre singulier n'a pour toute toilette,

Grotesquement campé sur son front de squelette,

Qu'un diadème affreux sentant le carnaval.

Sans éperons, sans fouet, il essouffle un cheval,

Fantôme comme lui, rosse apocalyptique,

Qui bave des naseaux comme un épileptique.

Au travers de l'espace ils s'enfoncent tous deux,

Et foulent l'infini d'un sabot hasardeux.

Le cavalier promène un sabre qui flamboie

Sur les foules sans nom que sa monture broie,

Et parcourt, comme un prince inspectant sa maison,

Le cimetière immense et froid, sans horizon,

Où gisent, aux lueurs d'un soleil blanc et terne,

Les peuples de l'histoire ancienne et moderne.

LXXII - Le Mort joyeux

 

Dans une terre grasse et pleine d'escargots

Je veux creuser moi-même une fosse profonde,

Où je puisse à loisir étaler mes vieux os

Et dormir dans l'oubli comme un requin dans l'onde.

 

Je hais les testaments et je hais les tombeaux;

Plutôt que d'implorer une larme du monde,

Vivant, j'aimerais mieux inviter les corbeaux

A saigner tous les bouts de ma carcasse immonde.

 

O vers! noirs compagnons sans oreille et sans yeux,

Voyez venir à vous un mort libre et joyeux;

Philosophes viveurs, fils de la pourriture,

 

A travers ma ruine allez donc sans remords,

Et dites-moi s'il est encor quelque torture

Pour ce vieux corps sans âme et mort parmi les morts!

LXXIII - Le Tonneau de la Haine

 

La Haine est le tonneau des pâles Danaïdes;

La Vengeance éperdue aux bras rouges et forts

A beau précipiter dans ses ténèbres vides

De grands seaux pleins du sang et des larmes des morts,

 

Le Démon fait des trous secrets à ces abîmes,

Par où fuiraient mille ans de sueurs et d'efforts,

Quand même elle saurait ranimer ses victimes,

Et pour les pressurer ressusciter leurs corps.

 

La Haine est un ivrogne au fond d'une taverne,

Qui sent toujours la soif naître de la liqueur

Et se multiplier comme l'hydre de Lerne.

 

- Mais les buveurs heureux connaissent leur vainqueur,

Et la Haine est vouée à ce sort lamentable

De ne pouvoir jamais s'endormir sous la table.

LXXIV - La cloche fêlée

 

II est amer et doux, pendant les nuits d'hiver,

D'écouter, près du feu qui palpite et qui fume,

Les souvenirs lointains lentement s'élever

Au bruit des carillons qui chantent dans la brume.

 

Bienheureuse la cloche au gosier vigoureux

Qui, malgré sa vieillesse, alerte et bien portante,

Jette fidèlement son cri religieux,

Ainsi qu'un vieux soldat qui veille sous la tente!

 

Moi, mon âme est fêlée, et lorsqu'en ses ennuis

Elle veut de ses chants peupler l'air froid des nuits,

II arrive souvent que sa voix affaiblie

 

Semble le râle épais d'un blessé qu'on oublie

Au bord d'un lac de sang, sous un grand tas de morts

Et qui meurt, sans bouger, dans d'immenses efforts.

LXXV - Spleen

 

Pluviôse, irrité contre la ville entière,

De son urne à grands flots verse un froid ténébreux

Aux pâles habitants du voisin cimetière

Et la mortalité sur les faubourgs brumeux.

 

Mon chat sur le carreau cherchant une litière

Agite sans repos son corps maigre et galeux;

L'âme d'un vieux poète erre dans la gouttière

Avec la triste voix d'un fantôme frileux.

 

Le bourdon se lamente, et la bûche enfumée

Accompagne en fausset la pendule enrhumée

Cependant qu'en un jeu plein de sales parfums,

 

Héritage fatal d'une vieille hydropique,

Le beau valet de coeur et la dame de pique

Causent sinistrement de leurs amours défunts.

LXXVI - Spleen

 

J'ai plus de souvenirs que si j'avais mille ans.

 

Un gros meuble à tiroirs encombré de bilans,

De vers, de billets doux, de procès, de romances,

Avec de lourds cheveux roulés dans des quittances,

Cache moins de secrets que mon triste cerveau.

C'est une pyramide, un immense caveau,

Qui contient plus de morts que la fosse commune.

- Je suis un cimetière abhorré de la lune,

Où comme des remords se traînent de longs vers

Qui s'acharnent toujours sur mes morts les plus chers.

Je suis un vieux boudoir plein de roses fanées,

Où gît tout un fouillis de modes surannées,

Où les pastels plaintifs et les pâles Boucher

Seuls, respirent l'odeur d'un flacon débouché.

 

Rien n'égale en longueur les boiteuses journées,

Quand sous les lourds flocons des neigeuses années

L'ennui, fruit de la morne incuriosité,

Prend les proportions de l'immortalité.

- Désormais tu n'es plus, ô matière vivante!

Qu'un granit entouré d'une vague épouvante,

Assoupi dans le fond d'un Sahara brumeux;

Un vieux sphinx ignoré du monde insoucieux,

Oublié sur la carte, et dont l'humeur farouche

Ne chante qu'aux rayons du soleil qui se couche.

LXXVII - Spleen

 

Je suis comme le roi d'un pays pluvieux,

Riche, mais impuissant, jeune et pourtant très vieux,

Qui, de ses précepteurs méprisant les courbettes,

S'ennuie avec ses chiens comme avec d'autres bêtes.

Rien ne peut l'égayer, ni gibier, ni faucon,

Ni son peuple mourant en face du balcon.

Du bouffon favori la grotesque ballade

Ne distrait plus le front de ce cruel malade;

Son lit fleurdelisé se transforme en tombeau,

Et les dames d'atour, pour qui tout prince est beau,

Ne savent plus trouver d'impudique toilette

Pour tirer un souris de ce jeune squelette.

Le savant qui lui fait de l'or n'a jamais pu

De son être extirper l'élément corrompu,

Et dans ces bains de sang qui des Romains nous viennent,

Et dont sur leurs vieux jours les puissants se souviennent,

II n'a su réchauffer ce cadavre hébété

Où coule au lieu de sang l'eau verte du Léthé

LXXVIII - Spleen

 

Quand le ciel bas et lourd pèse comme un couvercle

Sur l'esprit gémissant en proie aux longs ennuis,

Et que de l'horizon embrassant tout le cercle

II nous verse un jour noir plus triste que les nuits;

 

Quand la terre est changée en un cachot humide,

Où l'Espérance, comme une chauve-souris,

S'en va battant les murs de son aile timide

Et se cognant la tête à des plafonds pourris;

 

Quand la pluie étalant ses immenses traînées

D'une vaste prison imite les barreaux,

Et qu'un peuple muet d'infâmes araignées

Vient tendre ses filets au fond de nos cerveaux,

 

Des cloches tout à coup sautent avec furie

Et lancent vers le ciel un affreux hurlement,

Ainsi que des esprits errants et sans patrie

Qui se mettent à geindre opiniâtrement.

 

- Et de longs corbillards, sans tambours ni musique,

Défilent lentement dans mon âme; l'Espoir,

Vaincu, pleure, et l'Angoisse atroce, despotique,

Sur mon crâne incliné plante son drapeau noir.

LXXIX - Obsession

 

Grands bois, vous m'effrayez comme des cathédrales;

Vous hurlez comme l'orgue; et dans nos coeurs maudits,

Chambres d'éternel deuil où vibrent de vieux râles,

Répondent les échos de vos De profundis.

 

Je te hais, Océan! tes bonds et tes tumultes,

Mon esprit les retrouve en lui; ce rire amer

De l'homme vaincu, plein de sanglots et d'insultes,

Je l'entends dans le rire énorme de la mer

 

Comme tu me plairais, ô nuit! sans ces étoiles

Dont la lumière parle un langage connu!

Car je cherche le vide, et le noir, et le nu!

 

Mais les ténèbres sont elles-mêmes des toiles

Où vivent, jaillissant de mon oeil par milliers,

Des êtres disparus aux regards familiers.

LXXX - Le Goût du Néant

 

Morne esprit, autrefois amoureux de la lutte,

L'Espoir, dont l'éperon attisait ton ardeur,

Ne veut plus t'enfourcher! Couche-toi sans pudeur,

Vieux cheval dont le pied à chaque obstacle butte.

 

Résigne-toi, mon coeur; dors ton sommeil de brute.

 

Esprit vaincu, fourbu! Pour toi, vieux maraudeur,

L'amour n'a plus de goût, non plus que la dispute;

Adieu donc, chants du cuivre et soupirs de la flûte!

Plaisirs, ne tentez plus un coeur sombre et boudeur!

 

Le Printemps adorable a perdu son odeur!

 

Et le Temps m'engloutit minute par minute,

Comme la neige immense un corps pris de roideur;

- Je contemple d'en haut le globe en sa rondeur

Et je n'y cherche plus l'abri d'une cahute.

 

Avalanche, veux-tu m'emporter dans ta chute?

LXXXI - Alchimie de la Douleur

 

L'un t'éclaire avec son ardeur,

L'autre en toi met son deuil, Nature!

Ce qui dit à l'un: Sépulture!

Dit à l'autre: Vie et splendeur!

 

Hermès inconnu qui m'assistes

Et qui toujours m'intimidas,

Tu me rends l'égal de Midas,

Le plus triste des alchimistes;

 

Par toi je change l'or en fer

Et le paradis en enfer;

Dans le suaire des nuages

 

Je découvre un cadavre cher,

Et sur les célestes rivages

Je bâtis de grands sarcophages.

LXXXII - Horreur sympathique

 

De ce ciel bizarre et livide,

Tourmenté comme ton destin,

Quels pensers dans ton âme vide

Descendent? réponds, libertin.

 

- Insatiablement avide

De l'obscur et de l'incertain,

Je ne geindrai pas comme Ovide

Chassé du paradis latin.

 

Cieux déchirés comme des grèves

En vous se mire mon orgueil;

Vos vastes nuages en deuil

 

Sont les corbillards de mes rêves,

Et vos lueurs sont le reflet

De l'Enfer où mon coeur se plaît.

LXXXIII - L'Héautontimorouménos

 

A J.G.F.

 

Je te frapperai sans colère

Et sans haine, comme un boucher,

Comme Moïse le rocher

Et je ferai de ta paupière,

 

Pour abreuver mon Saharah

Jaillir les eaux de la souffrance.

Mon désir gonflé d'espérance

Sur tes pleurs salés nagera

 

Comme un vaisseau qui prend le large,

Et dans mon coeur qu'ils soûleront

Tes chers sanglots retentiront

Comme un tambour qui bat la charge!

 

Ne suis-je pas un faux accord

Dans la divine symphonie,

Grâce à la vorace Ironie

Qui me secoue et qui me mord

 

Elle est dans ma voix, la criarde!

C'est tout mon sang ce poison noir!

Je suis le sinistre miroir

Où la mégère se regarde.

 

Je suis la plaie et le couteau!

Je suis le soufflet et la joue!

Je suis les membres et la roue,

Et la victime et le bourreau!

 

Je suis de mon coeur le vampire,

- Un de ces grands abandonnés

Au rire éternel condamnés

Et qui ne peuvent plus sourire!

LXXXIV - L'Irrémédiable

 

I

 

Une Idée, une Forme, un Etre

Parti de l'azur et tombé

Dans un Styx bourbeux et plombé

Où nul oeil du Ciel ne pénètre;

 

Un Ange, imprudent voyageur

Qu'a tenté l'amour du difforme,

Au fond d'un cauchemar énorme

Se débattant comme un nageur,

 

Et luttant, angoisses funèbres!

Contre un gigantesque remous

Qui va chantant comme les fous

Et pirouettant dans les ténèbres;

 

Un malheureux ensorcelé

Dans ses tâtonnements futiles

Pour fuir d'un lieu plein de reptiles,

Cherchant la lumière et la clé;

 

Un damné descendant sans lampe

Au bord d'un gouffre dont l'odeur

Trahit l'humide profondeur

D'éternels escaliers sans rampe,

 

Où veillent des monstres visqueux

Dont les larges yeux de phosphore

Font une nuit plus noire encore

Et ne rendent visibles qu'eux;

 

Un navire pris dans le pôle

Comme en un piège de cristal,

Cherchant par quel détroit fatal

Il est tombé dans cette geôle;

 

- Emblèmes nets, tableau parfait

D'une fortune irrémédiable

Qui donne à penser que le Diable

Fait toujours bien tout ce qu'il fait!

 

II

 

Tête-à-tête sombre et limpide

Qu'un coeur devenu son miroir!

Puits de Vérité, clair et noir

Où tremble une étoile livide,

 

Un phare ironique, infernal

Flambeau des grâces sataniques,

Soulagement et gloire uniques,

- La conscience dans le Mal!

LXXXV - L'Horloge

 

Horloge! dieu sinistre, effrayant, impassible,

Dont le doigt nous menace et nous dit: "Souviens-toi!

Les vibrantes Douleurs dans ton coeur plein d'effroi

Se planteront bientôt comme dans une cible;

 

Le Plaisir vaporeux fuira vers l'horizon

Ainsi qu'une sylphide au fond de la coulisse;

Chaque instant te dévore un morceau du délice

A chaque homme accordé pour toute sa saison.

 

Trois mille six cents fois par heure, la Seconde

Chuchote: Souviens-toi! - Rapide, avec sa voix

D'insecte, Maintenant dit: Je suis Autrefois,

Et j'ai pompé ta vie avec ma trompe immonde!

 

Remember! Souviens-toi! prodigue! Esto memor!

(Mon gosier de métal parle toutes les langues.)

Les minutes, mortel folâtre, sont des gangues

Qu'il ne faut pas lâcher sans en extraire l'or!

 

Souviens-toi que le Temps est un joueur avide

Qui gagne sans tricher, à tout coup! c'est la loi.

Le jour décroît; la nuit augmente; souviens-toi!

Le gouffre a toujours soif; la clepsydre se vide.

 

Tantôt sonnera l'heure où le divin Hasard,

Où l'auguste Vertu, ton épouse encor vierge,

Où le Repentir même (oh! la dernière auberge!),

Où tout te dira Meurs, vieux lâche! il est trop tard!"

TABLEAUX PARISIENS

 

 

LXXXVI - Paysage

 

Je veux, pour composer chastement mes églogues,

Coucher auprès du ciel, comme les astrologues,

Et, voisin des clochers écouter en rêvant

Leurs hymnes solennels emportés par le vent.

Les deux mains au menton, du haut de ma mansarde,

Je verrai l'atelier qui chante et qui bavarde;

Les tuyaux, les clochers, ces mâts de la cité,

Et les grands ciels qui font rêver d'éternité.

 

II est doux, à travers les brumes, de voir naître

L'étoile dans l'azur, la lampe à la fenêtre

Les fleuves de charbon monter au firmament

Et la lune verser son pâle enchantement.

Je verrai les printemps, les étés, les automnes;

Et quand viendra l'hiver aux neiges monotones,

Je fermerai partout portières et volets

Pour bâtir dans la nuit mes féeriques palais.

Alors je rêverai des horizons bleuâtres,

Des jardins, des jets d'eau pleurant dans les albâtres,

Des baisers, des oiseaux chantant soir et matin,

Et tout ce que l'Idylle a de plus enfantin.

L'Emeute, tempêtant vainement à ma vitre,

Ne fera pas lever mon front de mon pupitre;

Car je serai plongé dans cette volupté

D'évoquer le Printemps avec ma volonté,

De tirer un soleil de mon coeur, et de faire

De mes pensers brûlants une tiède atmosphère.

LXXXVII - Le Soleil

 

Le long du vieux faubourg, où pendent aux masures

Les persiennes, abri des sécrètes luxures,

Quand le soleil cruel frappe à traits redoublés

Sur la ville et les champs, sur les toits et les blés,

Je vais m'exercer seul à ma fantasque escrime,

Flairant dans tous les coins les hasards de la rime,

Trébuchant sur les mots comme sur les pavés

Heurtant parfois des vers depuis longtemps rêvés.

 

Ce père nourricier, ennemi des chloroses,

Eveille dans les champs les vers comme les roses;

II fait s'évaporer les soucis vers le ciel,

Et remplit les cerveaux et les ruches le miel.

C'est lui qui rajeunit les porteurs de béquilles

Et les rend gais et doux comme des jeunes filles,

Et commande aux moissons de croître et de mûrir

Dans le coeur immortel qui toujours veut fleurir!

 

Quand, ainsi qu'un poète, il descend dans les villes,

II ennoblit le sort des choses les plus viles,

Et s'introduit en roi, sans bruit et sans valets,

Dans tous les hôpitaux et dans tous les palais.

LXXXVIII - A une Mendiante rousse

 

Blanche fille aux cheveux roux,

Dont la robe par ses trous

Laisse voir la pauvreté

Et la beauté,

 

Pour moi, poète chétif,

Ton jeune corps maladif,

Plein de taches de rousseur,

A sa douceur.

 

Tu portes plus galamment

Qu'une reine de roman

Ses cothurnes de velours

Tes sabots lourds.

 

Au lieu d'un haillon trop court,

Qu'un superbe habit de cour

Traîne à plis bruyants et longs

Sur tes talons;

 

En place de bas troués

Que pour les yeux des roués

Sur ta jambe un poignard d'or

Reluise encor;

 

Que des noeuds mal attachés

Dévoilent pour nos péchés

Tes deux beaux seins, radieux

Comme des yeux;

 

Que pour te déshabiller

Tes bras se fassent prier

Et chassent à coups mutins

Les doigts lutins,

 

Perles de la plus belle eau,

Sonnets de maître Belleau

Par tes galants mis aux fers

Sans cesse offerts,

 

Valetaille de rimeurs

Te dédiant leurs primeurs

Et contemplant ton soulier

Sous l'escalier,

 

Maint page épris du hasard,

Maint seigneur et maint Ronsard

Epieraient pour le déduit

Ton frais réduit!

 

Tu compterais dans tes lits

Plus de baisers que de lis

Et rangerais sous tes lois

Plus d'un Valois!

 

- Cependant tu vas gueusant

Quelque vieux débris gisant

Au seuil de quelque Véfour

De carrefour;

 

Tu vas lorgnant en dessous

Des bijoux de vingt-neuf sous

Dont je ne puis, oh! Pardon!

Te faire don.

 

Va donc, sans autre ornement,

Parfum, perles, diamant,

Que ta maigre nudité,

O ma beauté!

LXXXIX - Le Cygne

 

A Victor Hugo

 

I

 

Andromaque, je pense à vous! Ce petit fleuve,

Pauvre et triste miroir où jadis resplendit

L'immense majesté de vos douleurs de veuve,

Ce Simoïs menteur qui par vos pleurs grandit,

 

A fécondé soudain ma mémoire fertile,

Comme je traversais le nouveau Carrousel.

Le vieux Paris n'est plus (la forme d'une ville

Change plus vite, hélas! que le coeur d'un mortel);

 

Je ne vois qu'en esprit tout ce camp de baraques,

Ces tas de chapiteaux ébauchés et de fûts,

Les herbes, les gros blocs verdis par l'eau des flaques,

Et, brillant aux carreaux, le bric-à-brac confus.

 

Là s'étalait jadis une ménagerie;

Là je vis, un matin, à l'heure où sous les cieux

Froids et clairs le Travail s'éveille, où la voirie

Pousse un sombre ouragan dans l'air silencieux,

 

Un cygne qui s'était évadé de sa cage,

Et, de ses pieds palmés frottant le pavé sec,

Sur le sol raboteux traînait son blanc plumage.

Près d'un ruisseau sans eau la bête ouvrant le bec

 

Baignait nerveusement ses ailes dans la poudre,

Et disait, le coeur plein de son beau lac natal:

"Eau, quand donc pleuvras-tu? quand tonneras-tu, foudre?"

Je vois ce malheureux, mythe étrange et fatal,

 

Vers le ciel quelquefois, comme l'homme d'Ovide,

Vers le ciel ironique et cruellement bleu,

Sur son cou convulsif tendant sa tête avide

Comme s'il adressait des reproches à Dieu!

 

II

 

Paris change! mais rien dans ma mélancolie

N'a bougé! palais neufs, échafaudages, blocs,

Vieux faubourgs, tout pour moi devient allégorie

Et mes chers souvenirs sont plus lourds que des rocs.

 

Aussi devant ce Louvre une image m'opprime:

Je pense à mon grand cygne, avec ses gestes fous,

Comme les exilés, ridicule et sublime

Et rongé d'un désir sans trêve! et puis à vous,

 

Andromaque, des bras d'un grand époux tombée,

Vil bétail, sous la main du superbe Pyrrhus,

Auprès d'un tombeau vide en extase courbée

Veuve d'Hector, hélas! et femme d'Hélénus!

Je pense à la négresse, amaigrie et phtisique

Piétinant dans la boue, et cherchant, l'oeil hagard,

Les cocotiers absents de la superbe Afrique

Derrière la muraille immense du brouillard;

 

A quiconque a perdu ce qui ne se retrouve

Jamais, jamais! à ceux qui s'abreuvent de pleurs

Et tètent la Douleur comme une bonne louve!

Aux maigres orphelins séchant comme des fleurs!

 

Ainsi dans la forêt où mon esprit s'exile

Un vieux Souvenir sonne à plein souffle du cor!

Je pense aux matelots oubliés dans une île,

Aux captifs, aux vaincus!... à bien d'autres encor!

XC - Les Sept Vieillards

 

A Victor Hugo

 

Fourmillante cité, cité pleine de rêves,

Où le spectre en plein jour raccroche le passant!

Les mystères partout coulent comme des sèves

Dans les canaux étroits du colosse puissant.

 

Un matin, cependant que dans la triste rue

Les maisons, dont la brume allongeait la hauteur,

Simulaient les deux quais d'une rivière accrue,

Et que, décor semblable à l'âme de l'acteur,

 

Un brouillard sale et jaune inondait tout l'espace,

Je suivais, roidissant mes nerfs comme un héros

Et discutant avec mon âme déjà lasse,

Le faubourg secoué par les lourds tombereaux.

 

Tout à coup, un vieillard dont les guenilles jaunes

Imitaient la couleur de ce ciel pluvieux,

Et dont l'aspect aurait fait pleuvoir les aumônes,

Sans la méchanceté qui luisait dans ses yeux,

 

M'apparut. On eût dit sa prunelle trempée

Dans le fiel; son regard aiguisait les frimas,

Et sa barbe à longs poils, roide comme une épée,

Se projetait, pareille à celle de Judas.

 

II n'était pas voûté, mais cassé, son échine

Faisant avec sa jambe un parfait angle droit,

Si bien que son bâton, parachevant sa mine,

Lui donnait la tournure et le pas maladroit

 

D'un quadrupède infirme ou d'un juif à trois pattes.

Dans la neige et la boue il allait s'empêtrant,

Comme s'il écrasait des morts sous ses savates,

Hostile à l'univers plutôt qu'indifférent.

 

Son pareil le suivait: barbe, oeil, dos, bâton, loques,

Nul trait ne distinguait, du même enfer venu,

Ce jumeau centenaire, et ces spectres baroques

Marchaient du même pas vers un but inconnu.

 

A quel complot infâme étais-je donc en butte,

Ou quel méchant hasard ainsi m'humiliait?

Car je comptai sept fois, de minute en minute,

Ce sinistre vieillard qui se multipliait!

 

Que celui-là qui rit de mon inquiétude

Et qui n'est pas saisi d'un frisson fraternel

Songe bien que malgré tant de décrépitude

Ces sept monstres hideux avaient l'air éternel!

 

Aurais je, sans mourir, contemplé le huitième,

Sosie inexorable, ironique et fatal

Dégoûtant Phénix, fils et père de lui-même?

- Mais je tournai le dos au cortège infernal.

 

Exaspéré comme un ivrogne qui voit double,

Je rentrai, je fermai ma porte, épouvanté,

Malade et morfondu, l'esprit fiévreux et trouble,

Blessé par le mystère et par l'absurdité!

 

Vainement ma raison voulait prendre la barre;

La tempête en jouant déroutait ses efforts,

Et mon âme dansait, dansait, vieille gabarre

Sans mâts, sur une mer monstrueuse et sans bords!

XCI - Les Petites Vieilles

 

A Victor Hugo

 

I

 

Dans les plis sinueux des vieilles capitales,

Où tout, même l'horreur, tourne aux enchantements,

Je guette, obéissant à mes humeurs fatales,

Des êtres singuliers, décrépits et charmants.

 

Ces monstres disloqués furent jadis des femmes,

Eponine ou Laïs! Monstres brisés, bossus

Ou tordus, aimons-les! ce sont encor des âmes.

Sous des jupons troués et sous de froids tissus

 

Ils rampent, flagellés par les bises iniques,

Frémissant au fracas roulant des omnibus,

Et serrant sur leur flanc, ainsi que des reliques,

Un petit sac brodé de fleurs ou de rébus;

 

Ils trottent, tout pareils à des marionnettes;

Se traînent, comme font les animaux blessés,

Ou dansent, sans vouloir danser, pauvres sonnettes

Où se pend un Démon sans pitié! Tout cassés

 

Qu'ils sont, ils ont des yeux perçants comme une vrille,

Luisants comme ces trous où l'eau dort dans la nuit;

Ils ont les yeux divins de la petite fille

Qui s'étonne et qui rit à tout ce qui reluit.

 

- Avez-vous observé que maints cercueils de vieilles

Sont presque aussi petits que celui d'un enfant?

La Mort savante met dans ces bières pareilles

Un symbole d'un goût bizarre et captivant,

 

Et lorsque j'entrevois un fantôme débile

Traversant de Paris le fourmillant tableau,

Il me semble toujours que cet être fragile

S'en va tout doucement vers un nouveau berceau;

 

A moins que, méditant sur la géométrie,

Je ne cherche, à l'aspect de ces membres discords,

Combien de fois il faut que l'ouvrier varie

La forme de la boîte où l'on met tous ces corps.

 

- Ces yeux sont des puits faits d'un million de larmes,

Des creusets qu'un métal refroidi pailleta...

Ces yeux mystérieux ont d'invincibles charmes

Pour celui que l'austère Infortune allaita!

 

II

 

De Frascati défunt Vestale enamourée;

Prêtresse de Thalie, hélas! dont le souffleur

Enterré sait le nom; célèbre évaporée

Que Tivoli jadis ombragea dans sa fleur,

Toutes m'enivrent; mais parmi ces êtres frêles

Il en est qui, faisant de la douleur un miel,

Ont dit au Dévouement qui leur prêtait ses ailes:

Hippogriffe puissant, mène-moi jusqu'au ciel!

 

L'une, par sa patrie au malheur exercée,

L'autre, que son époux surchargea de douleurs,

L'autre, par son enfant Madone transpercée,

Toutes auraient pu faire un fleuve avec leurs pleurs!

 

III

 

Ah! que j'en ai suivi de ces petites vieilles!

Une, entre autres, à l'heure où le soleil tombant

Ensanglante le ciel de blessures vermeilles,

Pensive, s'asseyait à l'écart sur un banc,

 

Pour entendre un de ces concerts, riches de cuivre,

Dont les soldats parfois inondent nos jardins,

Et qui, dans ces soirs d'or où l'on se sent revivre,

Versent quelque héroïsme au coeur des citadins.

 

Celle-là, droite encor, fière et sentant la règle,

Humait avidement ce chant vif et guerrier;

Son oeil parfois s'ouvrait comme l'oeil d'un vieil aigle;

Son front de marbre avait l'air fait pour le laurier!

 

IV

 

Telles vous cheminez, stoïques et sans plaintes,

A travers le chaos des vivantes cités,

Mères au coeur saignant, courtisanes ou saintes,

Dont autrefois les noms par tous étaient cités.

 

Vous qui fûtes la grâce ou qui fûtes la gloires,

Nul ne vous reconnaît! un ivrogne incivil

Vous insulte en passant d'un amour dérisoire;

Sur vos talons gambade un enfant lâche et vil.

 

Honteuses d'exister, ombres ratatinées,

Peureuses, le dos bas, vous côtoyez les murs;

Et nul ne vous salue, étranges destinées!

Débris d'humanité pour l'éternité mûrs!

 

Mais moi, moi qui de loin tendrement vous surveille,

L'oeil inquiet, fixé sur vos pas incertains,

Tout comme si j'étais votre père, ô merveille!

Je goûte à votre insu des plaisirs clandestins:

 

Je vois s'épanouir vos passions novices;

Sombres ou lumineux, je vis vos jours perdus;

Mon coeur multiplié jouit de tous vos vices!

Mon âme resplendit de toutes vos vertus!

 

Ruines! ma famille! ô cerveaux congénères!

Je vous fais chaque soir un solennel adieu!

Où serez-vous demain, Eves octogénaires,

Sur qui pèse la griffe effroyable de Dieu?

XCII - Les Aveugles

 

Contemple-les, mon âme; ils sont vraiment affreux!

Pareils aux mannequins; vaguement ridicules;

Terribles, singuliers comme les somnambules;

Dardant on ne sait où leurs globes ténébreux.

 

Leurs yeux, d'où la divine étincelle est partie,

Comme s'ils regardaient au loin, restent levés

Au ciel; on ne les voit jamais vers les pavés

Pencher rêveusement leur tête appesantie.

 

Ils traversent ainsi le noir illimité,

Ce frère du silence éternel. O cité!

Pendant qu'autour de nous tu chantes, ris et beugles,

 

Eprise du plaisir jusqu'à l'atrocité,

Vois! je me traîne aussi! mais, plus qu'eux hébété,

Je dis: Que cherchent-ils au Ciel, tous ces aveugles?

XCIII - A une passante

 

La rue assourdissante autour de moi hurlait.

Longue, mince, en grand deuil, douleur majestueuse,

Une femme passa, d'une main fastueuse

Soulevant, balançant le feston et l'ourlet;

 

Agile et noble, avec sa jambe de statue.

Moi, je buvais, crispé comme un extravagant,

Dans son oeil, ciel livide où germe l'ouragan,

La douceur qui fascine et le plaisir qui tue.

 

Un éclair... puis la nuit! - Fugitive beauté

Dont le regard m'a fait soudainement renaître,

Ne te verrai-je plus que dans l'éternité?

 

Ailleurs, bien loin d'ici! trop tard! jamais peut-être!

Car j'ignore où tu fuis, tu ne sais où je vais,

O toi que j'eusse aimée, ô toi qui le savais!

XCIV - Le Squelette laboureur

 

I

 

Dans les planches d'anatomie

Qui traînent sur ces quais poudreux

Où maint livre cadavéreux

Dort comme une antique momie,

 

Dessins auxquels la gravité

Et le savoir d'un vieil artiste,

Bien que le sujet en soit triste,

Ont communiqué la Beauté,

 

On voit, ce qui rend plus complètes

Ces mystérieuses horreurs,

Bêchant comme des laboureurs,

Des Ecorchés et des Squelettes.

 

II

 

De ce terrain que vous fouillez,

Manants résignés et funèbres

De tout l'effort de vos vertèbres,

Ou de vos muscles dépouillés,

 

Dites, quelle moisson étrange,

Forçats arrachés au charnier,

Tirez-vous, et de quel fermier

Avez-vous à remplir la grange?

 

Voulez-vous (d'un destin trop dur

Epouvantable et clair emblème!)

Montrer que dans la fosse même

Le sommeil promis n'est pas sûr;

 

Qu'envers nous le Néant est traître;

Que tout, même la Mort, nous ment,

Et que sempiternellement

Hélas! il nous faudra peut-être

 

Dans quelque pays inconnu

Ecorcher la terre revêche

Et pousser une lourde bêche

Sous notre pied sanglant et nu?

XCV - Le Crépuscule du Soir

 

Voici le soir charmant, ami du criminel;

II vient comme un complice, à pas de loup; le ciel

Se ferme lentement comme une grande alcôve,

Et l'homme impatient se change en bête fauve.

 

O soir, aimable soir, désiré par celui

Dont les bras, sans mentir, peuvent dire: Aujourd'hui

Nous avons travaillé! - C'est le soir qui soulage

Les esprits que dévore une douleur sauvage,

Le savant obstiné dont le front s'alourdit,

Et l'ouvrier courbé qui regagne son lit.

Cependant des démons malsains dans l'atmosphère

S'éveillent lourdement, comme des gens d'affaire,

Et cognent en volant les volets et l'auvent.

A travers les lueurs que tourmente le vent

La Prostitution s'allume dans les rues;

Comme une fourmilière elle ouvre ses issues;

Partout elle se fraye un occulte chemin,

Ainsi que l'ennemi qui tente un coup de main;

Elle remue au sein de la cité de fange

Comme un ver qui dérobe à l'Homme ce qu'il mange.

On entend çà et là les cuisines siffler,

Les théâtres glapir, les orchestres ronfler;

Les tables d'hôte, dont le jeu fait les délices,

S'emplissent de catins et d'escrocs, leurs complices,

Et les voleurs, qui n'ont ni trêve ni merci,

Vont bientôt commencer leur travail, eux aussi,

Et forcer doucement les portes et les caisses

Pour vivre quelques jours et vêtir leurs maîtresses.

 

Recueille-toi, mon âme, en ce grave moment,

Et ferme ton oreille à ce rugissement.

C'est l'heure où les douleurs des malades s'aigrissent!

La sombre Nuit les prend à la gorge; ils finissent

Leur destinée et vont vers le gouffre commun;

L'hôpital se remplit de leurs soupirs. - Plus d'un

Ne viendra plus chercher la soupe parfumée,

Au coin du feu, le soir, auprès d'une âme aimée.

 

Encore la plupart n'ont-ils jamais connu

La douceur du foyer et n'ont jamais vécu!

XCVI - Le Jeu

 

Dans des fauteuils fanés des courtisanes vieilles,

Pâles, le sourcil peint, l'oeil câlin et fatal,

Minaudant, et faisant de leurs maigres oreilles

Tomber un cliquetis de pierre et de métal;

 

Autour des verts tapis des visages sans lèvre,

Des lèvres sans couleur, des mâchoires sans dent,

Et des doigts convulsés d'une infernale fièvre,

Fouillant la poche vide ou le sein palpitant;

 

Sous de sales plafonds un rang de pâles lustres

Et d'énormes quinquets projetant leurs lueurs

Sur des fronts ténébreux de poètes illustres

Qui viennent gaspiller leurs sanglantes sueurs;

 

Voilà le noir tableau qu'en un rêve nocturne

Je vis se dérouler sous mon oeil clairvoyant.

Moi-même, dans un coin de l'antre taciturne,

Je me vis accoudé, froid, muet, enviant,

 

Enviant de ces gens la passion tenace,

De ces vieilles putains la funèbre gaieté,

Et tous gaillardement trafiquant à ma face,

L'un de son vieil honneur, l'autre de sa beauté!

 

Et mon coeur s'effraya d'envier maint pauvre homme

Courant avec ferveur à l'abîme béant,

Et qui, soûl de son sang, préférerait en somme

La douleur à la mort et l'enfer au néant!

XCVII - Danse macabre

 

A Ernest Christophe

 

Fière, autant qu'un vivant, de sa noble stature

Avec son gros bouquet, son mouchoir et ses gants

Elle a la nonchalance et la désinvolture

D'une coquette maigre aux airs extravagants.

 

Vit-on jamais au bal une taille plus mince?

Sa robe exagérée, en sa royale ampleur,

S'écroule abondamment sur un pied sec que pince

Un soulier pomponné, joli comme une fleur.

 

La ruche qui se joue au bord des clavicules,

Comme un ruisseau lascif qui se frotte au rocher,

Défend pudiquement des lazzi ridicules

Les funèbres appas qu'elle tient à cacher.

 

Ses yeux profonds sont faits de vide et de ténèbres,

Et son crâne, de fleurs artistement coiffé,

Oscille mollement sur ses frêles vertèbres.

O charme d'un néant follement attifé.

 

Aucuns t'appelleront une caricature,

Qui ne comprennent pas, amants ivres de chair,

L'élégance sans nom de l'humaine armature.

Tu réponds, grand squelette, à mon goût le plus cher!

 

Viens-tu troubler, avec ta puissante grimace,

La fête de la Vie? ou quelque vieux désir,

Eperonnant encor ta vivante carcasse,

Te pousse-t-il, crédule, au sabbat du Plaisir?

 

Au chant des violons, aux flammes des bougies,

Espères-tu chasser ton cauchemar moqueur,

Et viens-tu demander au torrent des orgies

De rafraîchir l'enfer allumé dans ton coeur?

 

Inépuisable puits de sottise et de fautes!

De l'antique douleur éternel alambic!

A travers le treillis recourbé de tes côtes

Je vois, errant encor, l'insatiable aspic.

 

Pour dire vrai, je crains que ta coquetterie

Ne trouve pas un prix digne de ses efforts

Qui, de ces coeurs mortels, entend la raillerie?

Les charmes de l'horreur n'enivrent que les forts!

 

Le gouffre de tes yeux, plein d'horribles pensées,

Exhale le vertige, et les danseurs prudents

Ne contempleront pas sans d'amères nausées

Le sourire éternel de tes trente-deux dents.

 

Pourtant, qui n'a serré dans ses bras un squelette,

Et qui ne s'est nourri des choses du tombeau?

Qu'importe le parfum, l'habit ou la toilette?

Qui fait le dégoûté montre qu'il se croit beau.

 

Bayadère sans nez, irrésistible gouge,

Dis donc à ces danseurs qui font les offusqués:

"Fiers mignons, malgré l'art des poudres et du rouge

Vous sentez tous la mort! O squelettes musqués,

 

Antinoüs flétris, dandys à face glabre,

Cadavres vernissés, lovelaces chenus,

Le branle universel de la danse macabre

Vous entraîne en des lieux qui ne sont pas connus!

 

Des quais froids de la Seine aux bords brûlants du Gange,

Le troupeau mortel saute et se pâme, sans voir

Dans un trou du plafond la trompette de l'Ange

Sinistrement béante ainsi qu'un tromblon noir.

 

En tout climat, sous tout soleil, la Mort t'admire

En tes contorsions, risible Humanité

Et souvent, comme toi, se parfumant de myrrhe,

Mêle son ironie à ton insanité!"

XCVIII - L'Amour du Mensonge

 

Quand je te vois passer, ô ma chère indolente,

Au chant des instruments qui se brise au plafond

Suspendant ton allure harmonieuse et lente,

Et promenant l'ennui de ton regard profond;

 

Quand je contemple, aux feux du gaz qui le colore,

Ton front pâle, embelli par un morbide attrait,

Où les torches du soir allument une aurore,

Et tes yeux attirants comme ceux d'un portrait,

 

Je me dis: Qu'elle est belle! et bizarrement fraîche!

Le souvenir massif, royale et lourde tour,

La couronne, et son coeur, meurtri comme une pêche,

Est mûr, comme son corps, pour le savant amour.

 

Es-tu le fruit d'automne aux saveurs souveraines?

Es-tu vase funèbre attendant quelques pleurs,

Parfum qui fait rêver aux oasis lointaines,

Oreiller caressant, ou corbeille de fleurs?

 

Je sais qu'il est des yeux, des plus mélancoliques,

Qui ne recèlent point de secrets précieux;

Beaux écrins sans joyaux, médaillons sans reliques,

Plus vides, plus profonds que vous-mêmes, ô Cieux!

 

Mais ne suffit-il pas que tu sois l'apparence,

Pour réjouir un coeur qui fuit la vérité?

Qu'importe ta bêtise ou ton indifférence?

Masque ou décor, salut! J'adore ta beauté.

XCIX

 

Je n'ai pas oublié, voisine de la ville,

Notre blanche maison, petite mais tranquille;

Sa Pomone de plâtre et sa vieille Vénus

Dans un bosquet chétif cachant leurs membres nus,

Et le soleil, le soir, ruisselant et superbe,

Qui, derrière la vitre où se brisait sa gerbe

Semblait, grand oeil ouvert dans le ciel curieux,

Contempler nos dîners longs et silencieux,

Répandant largement ses beaux reflets de cierge

Sur la nappe frugale et les rideaux de serge.

C

 

La servante au grand coeur dont vous étiez jalouse,

Et qui dort son sommeil sous une humble pelouse,

Nous devrions pourtant lui porter quelques fleurs.

Les morts, les pauvres morts, ont de grandes douleurs,

Et quand Octobre souffle, émondeur des vieux arbres,

Son vent mélancolique à l'entour de leurs marbres,

Certe, ils doivent trouver les vivants bien ingrats,

A dormir, comme ils font, chaudement dans leurs draps,

Tandis que, dévorés de noires songeries,

Sans compagnon de lit, sans bonnes causeries,

Vieux squelettes gelés travaillés par le ver,

Ils sentent s'égoutter les neiges de l'hiver

Et le siècle couler, sans qu'amis ni famille

Remplacent les lambeaux qui pendent à leur grille.

Lorsque la bûche siffle et chante, si le soir

Calme, dans le fauteuil je la voyais s'asseoir,

Si, par une nuit bleue et froide de décembre,

Je la trouvais tapie en un coin de ma chambre,

Grave, et venant du fond de son lit éternel

Couver l'enfant grandi de son oeil maternel,

Que pourrais-je répondre à cette âme pieuse,

Voyant tomber des pleurs de sa paupière creuse?

CI - Brumes et Pluies

 

O fins d'automne, hivers, printemps trempés de boue,

Endormeuses saisons! je vous aime et vous loue

D'envelopper ainsi mon coeur et mon cerveau

D'un linceul vaporeux et d'un vague tombeau.

 

Dans cette grande plaine où l'autan froid se joue,

Où par les longues nuits la girouette s'enroue,

Mon âme mieux qu'au temps du tiède renouveau

Ouvrira largement ses ailes de corbeau.

 

Rien n'est plus doux au coeur plein de choses funèbres,

Et sur qui dès longtemps descendent les frimas,

O blafardes saisons, reines de nos climats,

 

Que l'aspect permanent de vos pâles ténèbres,

- Si ce n'est, par un soir sans lune, deux à deux,

D'endormir la douleur sur un lit hasardeux.

CII - Rêve parisien

 

A Constantin Guys

 

I

 

De ce terrible paysage,

Tel que jamais mortel n'en vit,

Ce matin encore l'image,

Vague et lointaine, me ravit.

 

Le sommeil est plein de miracles!

Par un caprice singulier

J'avais banni de ces spectacles

Le végétal irrégulier,

 

Et, peintre fier de mon génie,

Je savourais dans mon tableau

L'enivrante monotonie

Du métal, du marbre et de l'eau.

 

Babel d'escaliers et d'arcades,

C'était un palais infini

Plein de bassins et de cascades

Tombant dans l'or mat ou bruni;

 

Et des cataractes pesantes,

Comme des rideaux de cristal

Se suspendaient, éblouissantes,

A des murailles de métal.

 

Non d'arbres, mais de colonnades

Les étangs dormants s'entouraient

Où de gigantesques naïades,

Comme des femmes, se miraient.

 

Des nappes d'eau s'épanchaient, bleues,

Entre des quais roses et verts,

Pendant des millions de lieues,

Vers les confins de l'univers:

 

C'étaient des pierres inouïes

Et des flots magiques, c'étaient

D'immenses glaces éblouies

Par tout ce qu'elles reflétaient!

 

Insouciants et taciturnes,

Des Ganges, dans le firmament,

Versaient le trésor de leurs urnes

Dans des gouffres de diamant.

 

Architecte de mes féeries,

Je faisais, à ma volonté,

Sous un tunnel de pierreries

Passer un océan dompté;

 

Et tout, même la couleur noire,

Semblait fourbi, clair, irisé;

Le liquide enchâssait sa gloire

Dans le rayon cristallisé.

 

Nul astre d'ailleurs, nuls vestiges

De soleil, même au bas du ciel,

Pour illuminer ces prodiges,

Qui brillaient d'un feu personnel!

 

Et sur ces mouvantes merveilles

Planait (terrible nouveauté!

Tout pour l'oeil, rien pour les oreilles!)

Un silence d'éternité.

 

II

 

En rouvrant mes yeux pleins de flamme

J'ai vu l'horreur de mon taudis,

Et senti, rentrant dans mon âme,

La pointe des soucis maudits;

 

La pendule aux accents funèbres

Sonnait brutalement midi,

Et le ciel versait des ténèbres

Sur le triste monde engourdi.

CIII - Le Crépuscule du Matin

 

La diane chantait dans les cours des casernes,

Et le vent du matin soufflait sur les lanternes.

 

C'était l'heure où l'essaim des rêves malfaisants

Tord sur leurs oreillers les bruns adolescents;

Où, comme un oeil sanglant qui palpite et qui bouge,

La lampe sur le jour fait une tache rouge;

Où l'âme, sous le poids du corps revêche et lourd,

Imite les combats de la lampe et du jour.

Comme un visage en pleurs que les brises essuient,

L'air est plein du frisson des choses qui s'enfuient,

Et l'homme est las d'écrire et la femme d'aimer.

 

Les maisons çà et là commençaient à fumer.

Les femmes de plaisir, la paupière livide,

Bouche ouverte, dormaient de leur sommeil stupide;

Les pauvresses, traînant leurs seins maigres et froids,

Soufflaient sur leurs tisons et soufflaient sur leurs doigts.

C'était l'heure où parmi le froid et la lésine

S'aggravent les douleurs des femmes en gésine;

Comme un sanglot coupé par un sang écumeux

Le chant du coq au loin déchirait l'air brumeux

Une mer de brouillards baignait les édifices,

Et les agonisants dans le fond des hospices

Poussaient leur dernier râle en hoquets inégaux.

Les débauchés rentraient, brisés par leurs travaux.

 

L'aurore grelottante en robe rose et verte

S'avançait lentement sur la Seine déserte,

Et le sombre Paris, en se frottant les yeux

Empoignait ses outils, vieillard laborieux.

LE VIN

 

 

CIV - L'Ame du Vin

 

Un soir, l'âme du vin chantait dans les bouteilles:

"Homme, vers toi je pousse, ô cher déshérité,

Sous ma prison de verre et mes cires vermeilles,

Un chant plein de lumière et de fraternité!

 

Je sais combien il faut, sur la colline en flamme,

De peine, de sueur et de soleil cuisant

Pour engendrer ma vie et pour me donner l'âme;

Mais je ne serai point ingrat ni malfaisant,

 

Car j'éprouve une joie immense quand je tombe

Dans le gosier d'un homme usé par ses travaux,

Et sa chaude poitrine est une douce tombe

Où je me plais bien mieux que dans mes froids caveaux.

 

Entends-tu retentir les refrains des dimanches

Et l'espoir qui gazouille en mon sein palpitant?

Les coudes sur la table et retroussant tes manches,

Tu me glorifieras et tu seras content;

 

J'allumerai les yeux de ta femme ravie;

A ton fils je rendrai sa force et ses couleurs

Et serai pour ce frêle athlète de la vie

L'huile qui raffermit les muscles des lutteurs.

 

En toi je tomberai, végétale ambroisie,

Grain précieux jeté par l'éternel Semeur,

Pour que de notre amour naisse la poésie

Qui jaillira vers Dieu comme une rare fleur!"

CV - Le Vin de Chiffonniers

 

Souvent à la clarté rouge d'un réverbère

Dont le vent bat la flamme et tourmente le verre,

Au coeur d'un vieux faubourg, labyrinthe fangeux

Où l'humanité grouille en ferments orageux,

 

On voit un chiffonnier qui vient, hochant la tête,

Butant, et se cognant aux murs comme un poète,

Et, sans prendre souci des mouchards, ses sujets,

Epanche tout son coeur en glorieux projets.

 

Il prête des serments, dicte des lois sublimes,

Terrasse les méchants, relève les victimes,

Et sous le firmament comme un dais suspendu

S'enivre des splendeurs de sa propre vertu.

 

Oui, ces gens harcelés de chagrins de ménage

Moulus par le travail et tourmentés par l'âge

Ereintés et pliant sous un tas de débris,

Vomissement confus de l'énorme Paris,

 

Reviennent, parfumés d'une odeur de futailles,

Suivis de compagnons, blanchis dans les batailles,

Dont la moustache pend comme les vieux drapeaux.

Les bannières, les fleurs et les arcs triomphaux

 

Se dressent devant eux, solennelle magie!

Et dans l'étourdissante et lumineuse orgie

Des clairons, du soleil, des cris et du tambour,

Ils apportent la gloire au peuple ivre d'amour!

 

C'est ainsi qu'à travers l'Humanité frivole

Le vin roule de l'or, éblouissant Pactole;

Par le gosier de l'homme il chante ses exploits

Et règne par ses dons ainsi que les vrais rois.

 

Pour noyer la rancoeur et bercer l'indolence

De tous ces vieux maudits qui meurent en silence,

Dieu, touché de remords, avait fait le sommeil;

L'Homme ajouta le Vin, fils sacré du Soleil!

CVI - Le Vin de l'Assassin

 

Ma femme est morte, je suis libre!

Je puis donc boire tout mon soûl.

Lorsque je rentrais sans un sou,

Ses cris me déchiraient la fibre.

 

Autant qu'un roi je suis heureux;

L'air est pur, le ciel admirable...

Nous avions un été semblable

Lorsque j'en devins amoureux!

 

L'horrible soif qui me déchire

Aurait besoin pour s'assouvir

D'autant de vin qu'en peut tenir

Son tombeau; - ce n'est pas peu dire:

 

Je l'ai jetée au fond d'un puits,

Et j'ai même poussé sur elle

Tous les pavés de la margelle.

- Je l'oublierai si je le puis!

 

Au nom des serments de tendresse,

Dont rien ne peut nous délier,

Et pour nous réconcilier

Comme au beau temps de notre ivresse,

 

J'implorai d'elle un rendez-vous,

Le soir, sur une route obscure.

Elle y vint - folle créature!

Nous sommes tous plus ou moins fous!

 

Elle était encore jolie,

Quoique bien fatiguée! et moi,

Je l'aimais trop! voilà pourquoi

Je lui dis: Sors de cette vie!

 

Nul ne peut me comprendre. Un seul

Parmi ces ivrognes stupides

Songea-t-il dans ses nuits morbides

A faire du vin un linceul?

 

Cette crapule invulnérable

Comme les machines de fer

Jamais, ni l'été ni l'hiver,

N'a connu l'amour véritable,

 

Avec ses noirs enchantements,

Son cortège infernal d'alarmes,

Ses fioles de poison, ses larmes,

Ses bruits de chaîne et d'ossements!

 

- Me voilà libre et solitaire!

Je serai ce soir ivre mort;

Alors, sans peur et sans remords,

Je me coucherai sur la terre,

 

Et je dormirai comme un chien!

Le chariot aux lourdes roues

Chargé de pierres et de boues,

Le wagon enragé peut bien

 

Ecraser ma tête coupable

Ou me couper par le milieu,

Je m'en moque comme de Dieu,

Du Diable ou de la Sainte Table!

CVII - Le Vin du Solitaire

 

Le regard singulier d'une femme galante

Qui se glisse vers nous comme le rayon blanc

Que la lune onduleuse envoie au lac tremblant,

Quand elle y veut baigner sa beauté nonchalante;

 

Le dernier sac d'écus dans les doigts d'un joueur;

Un baiser libertin de la maigre Adeline;

Les sons d'une musique énervante et câline,

Semblable au cri lointain de l'humaine douleur,

 

Tout cela ne vaut pas, ô bouteille profonde,

Les baumes pénétrants que ta panse féconde

Garde au coeur altéré du poète pieux;

 

Tu lui verses l'espoir, la jeunesse et la vie,

- Et l'orgueil, ce trésor de toute gueuserie,

Qui nous rend triomphants et semblables aux Dieux!

CVIII - Le Vin des Amants

 

Aujourd'hui l'espace est splendide!

Sans mors, sans éperons, sans bride,

Partons à cheval sur le vin

Pour un ciel féerique et divin!

 

Comme deux anges que torture

Une implacable calenture

Dans le bleu cristal du matin

Suivons le mirage lointain!

 

Mollement balancés sur l'aile

Du tourbillon intelligent,

Dans un délire parallèle,

 

Ma soeur, côte à côte nageant,

Nous fuirons sans repos ni trêves

Vers le paradis de mes rêves!

FLEURS DU MAL

 

 

CIX - La Destruction

 

Sans cesse à mes côtés s'agite le Démon;

II nage autour de moi comme un air impalpable;

Je l'avale et le sens qui brûle mon poumon

Et l'emplit d'un désir éternel et coupable.

 

Parfois il prend, sachant mon grand amour de l'Art,

La forme de la plus séduisante des femmes,

Et, sous de spécieux prétextes de cafard,

Accoutume ma lèvre à des philtres infâmes.

 

II me conduit ainsi, loin du regard de Dieu,

Haletant et brisé de fatigue, au milieu

Des plaines de l'Ennui, profondes et désertes,

 

Et jette dans mes yeux pleins de confusion

Des vêtements souillés, des blessures ouvertes,

Et l'appareil sanglant de la Destruction!

CX - Une Martyre

 

Dessin d'un Maître inconnu

 

Au milieu des flacons, des étoffes lamées

Et des meubles voluptueux,

Des marbres, des tableaux, des robes parfumées

Qui traînent à plis somptueux,

 

Dans une chambre tiède où, comme en une serre,

L'air est dangereux et fatal,

Où des bouquets mourants dans leurs cercueils de verre

Exhalent leur soupir final,

 

Un cadavre sans tête épanche, comme un fleuve,

Sur l'oreiller désaltéré

Un sang rouge et vivant, dont la toile s'abreuve

Avec l'avidité d'un pré.

 

Semblable aux visions pâles qu'enfante l'ombre

Et qui nous enchaînent les yeux,

La tête, avec l'amas de sa crinière sombre

Et de ses bijoux précieux,

 

Sur la table de nuit, comme une renoncule,

Repose; et, vide de pensers,

Un regard vague et blanc comme le crépuscule

S'échappe des yeux révulsés.

 

Sur le lit, le tronc nu sans scrupules étale

Dans le plus complet abandon

La secrète splendeur et la beauté fatale

Dont la nature lui fit don;

 

Un bas rosâtre, orné de coins d'or, à la jambe,

Comme un souvenir est resté;

La jarretière, ainsi qu'un oeil secret qui flambe,

Darde un regard diamanté.

 

Le singulier aspect de cette solitude

Et d'un grand portrait langoureux,

Aux yeux provocateurs comme son attitude,

Révèle un amour ténébreux,

 

Une coupable joie et des fêtes étranges

Pleines de baisers infernaux,

Dont se réjouissait l'essaim des mauvais anges

Nageant dans les plis des rideaux;

 

Et cependant, à voir la maigreur élégante

De l'épaule au contour heurté,

La hanche un peu pointue et la taille fringante

Ainsi qu'un reptile irrité,

 

Elle est bien jeune encor! - Son âme exaspérée

Et ses sens par l'ennui mordus

S'étaient-ils entr'ouverts à la meute altérée

Des désirs errants et perdus?

 

L'homme vindicatif que tu n'as pu, vivante,

Malgré tant d'amour, assouvir,

Combla-t-il sur ta chair inerte et complaisante

L'immensité de son désir?

 

Réponds, cadavre impur! et par tes tresses roides

Te soulevant d'un bras fiévreux,

Dis-moi, tête effrayante, a-t-il sur tes dents froides

Collé les suprêmes adieux?

 

- Loin du monde railleur, loin de la foule impure,

Loin des magistrats curieux,

Dors en paix, dors en paix, étrange créature,

Dans ton tombeau mystérieux;

 

Ton époux court le monde, et ta forme immortelle

Veille près de lui quand il dort;

Autant que toi sans doute il te sera fidèle,

Et constant jusques à la mort.

CXI - Femmes damnées

 

Comme un bétail pensif sur le sable couchées,

Elles tournent leurs yeux vers l'horizon des mers,

Et leurs pieds se cherchent et leurs mains rapprochées

Ont de douces langueurs et des frissons amers.

 

Les unes, coeurs épris des longues confidences,

Dans le fond des bosquets où jasent les ruisseaux,

Vont épelant l'amour des craintives enfances

Et creusent le bois vert des jeunes arbrisseaux;

 

D'autres, comme des soeurs, marchent lentes et graves

A travers les rochers pleins d'apparitions,

Où saint Antoine a vu surgir comme des laves

Les seins nus et pourprés de ses tentations;

 

II en est, aux lueurs des résines croulantes,

Qui dans le creux muet des vieux antres païens

T'appellent au secours de leurs fièvres hurlantes,

O Bacchus, endormeur des remords anciens!

 

Et d'autres, dont la gorge aime les scapulaires,

Qui, recélant un fouet sous leurs longs vêtements,

Mêlent, dans le bois sombre et les nuits solitaires,

L'écume du plaisir aux larmes des tourments.

 

O vierges, ô démons, ô monstres, ô martyres,

De la réalité grands esprits contempteurs,

Chercheuses d'infini dévotes et satyres,

Tantôt pleines de cris, tantôt pleines de pleurs,

 

Vous que dans votre enfer mon âme a poursuivies,

Pauvres soeurs, je vous aime autant que je vous plains,

Pour vos mornes douleurs, vos soifs inassouvies,

Et les urnes d'amour dont vos grands coeurs sont pleins

CXII - Les Deux Bonnes Soeurs

 

La Débauche et la Mort sont deux aimables filles,

Prodigues de baisers et riches de santé,

Dont le flanc toujours vierge et drapé de guenilles

Sous l'éternel labeur n'a jamais enfanté.

 

Au poète sinistre, ennemi des familles,

Favori de l'enfer, courtisan mal renté,

Tombeaux et lupanars montrent sous leurs charmilles

Un lit que le remords n'a jamais fréquenté.

 

Et la bière et l'alcôve en blasphèmes fécondes

Nous offrent tour à tour, comme deux bonnes soeurs,

De terribles plaisirs et d'affreuses douceurs.

 

Quand veux-tu m'enterrer, Débauche aux bras immondes?

O Mort, quand viendras-tu, sa rivale en attraits,

Sur ses myrtes infects enter tes noirs cyprès?

CXIII - La Fontaine de Sang

 

Il me semble parfois que mon sang coule à flots,

Ainsi qu'une fontaine aux rythmiques sanglots.

Je l'entends bien qui coule avec un long murmure,

Mais je me tâte en vain pour trouver la blessure.

 

A travers la cité, comme dans un champ clos,

Il s'en va, transformant les pavés en îlots,

Désaltérant la soif de chaque créature,

Et partout colorant en rouge la nature.

 

J'ai demandé souvent à des vins captieux

D'endormir pour un jour la terreur qui me mine;

Le vin rend l'oeil plus clair et l'oreille plus fine!

 

J'ai cherché dans l'amour un sommeil oublieux;

Mais l'amour n'est pour moi qu'un matelas d'aiguilles

Fait pour donner à boire à ces cruelles filles!

CXIV - Allégorie

 

C'est une femme belle et de riche encolure,

Qui laisse dans son vin traîner sa chevelure.

Les griffes de l'amour, les poisons du tripot,

Tout glisse et tout s'émousse au granit de sa peau.

Elle rit à la Mort et nargue la Débauche,

Ces monstres dont la main, qui toujours gratte et fauche,

Dans ses jeux destructeurs a pourtant respecté

De ce corps ferme et droit la rude majesté.

Elle marche en déesse et repose en sultane;

Elle a dans le plaisir la foi mahométane,

Et dans ses bras ouverts, que remplissent ses seins,

Elle appelle des yeux la race des humains.

Elle croit, elle sait, cette vierge inféconde

Et pourtant nécessaire à la marche du monde,

Que la beauté du corps est un sublime don

Qui de toute infamie arrache le pardon.

Elle ignore l'Enfer comme le Purgatoire,

Et quand l'heure viendra d'entrer dans la Nuit noire

Elle regardera la face de la Mort,

Ainsi qu'un nouveau-né, - sans haine et sans remords.

CXV - La Béatrice

 

Dans des terrains cendreux, calcinés, sans verdure,

Comme je me plaignais un jour à la nature,

Et que de ma pensée, en vaguant au hasard,

J'aiguisais lentement sur mon coeur le poignard,

Je vis en plein midi descendre sur ma tête

Un nuage funèbre et gros d'une tempête,

Qui portait un troupeau de démons vicieux,

Semblables à des nains cruels et curieux.

A me considérer froidement ils se mirent,

Et, comme des passants sur un fou qu'ils admirent,

Je les entendis rire et chuchoter entre eux,

En échangeant maint signe et maint clignement d'yeux:

 

- "Contemplons à loisir cette caricature

Et cette ombre d'Hamlet imitant sa posture,

Le regard indécis et les cheveux au vent.

N'est-ce pas grand'pitié de voir ce bon vivant,

Ce gueux, cet histrion en vacances, ce drôle,

Parce qu'il sait jouer artistement son rôle,

Vouloir intéresser au chant de ses douleurs

Les aigles, les grillons, les ruisseaux et les fleurs,

Et même à nous, auteurs de ces vieilles rubriques,

Réciter en hurlant ses tirades publiques?"

 

J'aurais pu (mon orgueil aussi haut que les monts

Domine la nuée et le cri des démons)

Détourner simplement ma tête souveraine,

Si je n'eusse pas vu parmi leur troupe obscène,

Crime qui n'a pas fait chanceler le soleil!

La reine de mon coeur au regard nonpareil

Qui riait avec eux de ma sombre détresse

Et leur versait parfois quelque sale caresse.

CXVI - Un Voyage à Cythère

 

Mon coeur, comme un oiseau, voltigeait tout joyeux

Et planait librement à l'entour des cordages;

Le navire roulait sous un ciel sans nuages;

Comme un ange enivré d'un soleil radieux.

 

Quelle est cette île triste et noire? - C'est Cythère,

Nous dit-on, un pays fameux dans les chansons

Eldorado banal de tous les vieux garçons.

Regardez, après tout, c'est une pauvre terre.

 

- Ile des doux secrets et des fêtes du coeur!

De l'antique Vénus le superbe fantôme

Au-dessus de tes mers plane comme un arôme

Et charge les esprits d'amour et de langueur.

 

Belle île aux myrtes verts, pleine de fleurs écloses,

Vénérée à jamais par toute nation,

Où les soupirs des coeurs en adoration

Roulent comme l'encens sur un jardin de roses

 

Ou le roucoulement éternel d'un ramier!

- Cythère n'était plus qu'un terrain des plus maigres,

Un désert rocailleux troublé par des cris aigres.

J'entrevoyais pourtant un objet singulier!

 

Ce n'était pas un temple aux ombres bocagères,

Où la jeune prêtresse, amoureuse des fleurs,

Allait, le corps brûlé de secrètes chaleurs,

Entre-bâillant sa robe aux brises passagères;

 

Mais voilà qu'en rasant la côte d'assez près

Pour troubler les oiseaux avec nos voiles blanches,

Nous vîmes que c'était un gibet à trois branches,

Du ciel se détachant en noir, comme un cyprès.

 

De féroces oiseaux perchés sur leur pâture

Détruisaient avec rage un pendu déjà mûr,

Chacun plantant, comme un outil, son bec impur

Dans tous les coins saignants de cette pourriture;

 

Les yeux étaient deux trous, et du ventre effondré

Les intestins pesants lui coulaient sur les cuisses,

Et ses bourreaux, gorgés de hideuses délices,

L'avaient à coups de bec absolument châtré.

 

Sous les pieds, un troupeau de jaloux quadrupèdes,

Le museau relevé, tournoyait et rôdait;

Une plus grande bête au milieu s'agitait

Comme un exécuteur entouré de ses aides.

 

Habitant de Cythère, enfant d'un ciel si beau,

Silencieusement tu souffrais ces insultes

En expiation de tes infâmes cultes

Et des péchés qui t'ont interdit le tombeau.

 

Ridicule pendu, tes douleurs sont les miennes!

Je sentis, à l'aspect de tes membres flottants,

Comme un vomissement, remonter vers mes dents

Le long fleuve de fiel des douleurs anciennes;

 

Devant toi, pauvre diable au souvenir si cher,

J'ai senti tous les becs et toutes les mâchoires

Des corbeaux lancinants et des panthères noires

Qui jadis aimaient tant à triturer ma chair.

 

- Le ciel était charmant, la mer était unie;

Pour moi tout était noir et sanglant désormais,

Hélas! et j'avais, comme en un suaire épais,

Le coeur enseveli dans cette allégorie.

 

Dans ton île, ô Vénus! je n'ai trouvé debout

Qu'un gibet symbolique où pendait mon image...

- Ah! Seigneur! donnez-moi la force et le courage

De contempler mon coeur et mon corps sans dégoût!

CXVII - L'Amour et le Crâne

 

Vieux cul-de-lampe

 

L'Amour est assis sur le crâne

De l'Humanité,

Et sur ce trône le profane,

Au rire effronté,

 

Souffle gaiement des bulles rondes

Qui montent dans l'air,

Comme pour rejoindre les mondes

Au fond de l'éther.

 

Le globe lumineux et frêle

Prend un grand essor,

Crève et crache son âme grêle

Comme un songe d'or.

 

J'entends le crâne à chaque bulle

Prier et gémir:

- "Ce jeu féroce et ridicule,

Quand doit-il finir?

 

Car ce que ta bouche cruelle

Eparpille en l'air,

Monstre assassin, c'est ma cervelle,

Mon sang et ma chair!"

REVOLTE

 

 

CXVIII - Le Reniement de Saint Pierre

 

Qu'est-ce que Dieu fait donc de ce flot d'anathèmes

Qui monte tous les jours vers ses chers Séraphins?

Comme un tyran gorgé de viande et de vins,

II s'endort au doux bruit de nos affreux blasphèmes.

 

Les sanglots des martyrs et des suppliciés

Sont une symphonie enivrante sans doute,

Puisque, malgré le sang que leur volupté coûte,

Les cieux ne s'en sont point encore rassasiés!

 

- Ah! Jésus, souviens-toi du Jardin des Olives!

Dans ta simplicité tu priais à genoux

Celui qui dans son ciel riait au bruit des clous

Que d'ignobles bourreaux plantaient dans tes chairs vives,

 

Lorsque tu vis cracher sur ta divinité

La crapule du corps de garde et des cuisines,

Et lorsque tu sentis s'enfoncer les épines

Dans ton crâne où vivait l'immense Humanité;

 

Quand de ton corps brisé la pesanteur horrible

Allongeait tes deux bras distendus, que ton sang

Et ta sueur coulaient de ton front pâlissant,

Quand tu fus devant tous posé comme une cible,

 

Rêvais-tu de ces jours si brillants et si beaux

Où tu vins pour remplir l'éternelle promesse,

Où tu foulais, monté sur une douce ânesse,

Des chemins tout jonchés de fleurs et de rameaux,

 

Où, le coeur tout gonflé d'espoir et de vaillance,

Tu fouettais tous ces vils marchands à tour de bras,

Où tu fus maître enfin? Le remords n'a-t-il pas

Pénétré dans ton flanc plus avant que la lance?

 

- Certes, je sortirai, quant à moi, satisfait

D'un monde où l'action n'est pas la soeur du rêve;

Puissé-je user du glaive et périr par le glaive!

Saint Pierre a renié Jésus... il a bien fait!

CXIX - Abel et Caïn

 

I

 

Race d'Abel, dors, bois et mange;

Dieu te sourit complaisamment.

 

Race de Caïn, dans la fange

Rampe et meurs misérablement.

 

Race d'Abel, ton sacrifice

Flatte le nez du Séraphin!

 

Race de Caïn, ton supplice

Aura-t-il jamais une fin?

 

Race d'Abel, vois tes semailles

Et ton bétail venir à bien;

 

Race de Caïn, tes entrailles

Hurlent la faim comme un vieux chien.

 

Race d'Abel, chauffe ton ventre

A ton foyer patriarcal;

 

Race de Caïn, dans ton antre

Tremble de froid, pauvre chacal!

 

Race d'Abel, aime et pullule!

Ton or fait aussi des petits.

 

Race de Caïn, coeur qui brûle,

Prends garde à ces grands appétits.

 

Race d'Abel, tu croîs et broutes

Comme les punaises des bois!

 

Race de Caïn, sur les routes

Traîne ta famille aux abois.

 

II

 

Ah! race d'Abel, ta charogne

Engraissera le sol fumant!

 

Race de Caïn, ta besogne

N'est pas faite suffisamment;

 

Race d'Abel, voici ta honte:

Le fer est vaincu par l'épieu!

 

Race de Caïn, au ciel monte,

Et sur la terre jette Dieu!

CXX - Les Litanies de Satan

 

O toi, le plus savant et le plus beau des Anges,

Dieu trahi par le sort et privé de louanges,

 

O Satan, prends pitié de ma longue misère!

 

O Prince de l'exil, à qui l'on a fait tort

Et qui, vaincu, toujours te redresses plus fort,

 

O Satan, prends pitié de ma longue misère!

 

Toi qui sais tout, grand roi des choses souterraines,

Guérisseur familier des angoisses humaines,

 

O Satan, prends pitié de ma longue misère!

 

Toi qui, même aux lépreux, aux parias maudits,

Enseignes par l'amour le goût du Paradis,

 

O Satan, prends pitié de ma longue misère!

 

O toi qui de la Mort, ta vieille et forte amante,

Engendras l'Espérance, - une folle charmante!

 

O Satan, prends pitié de ma longue misère!

 

Toi qui fais au proscrit ce regard calme et haut

Qui damne tout un peuple autour d'un échafaud.

 

O Satan, prends pitié de ma longue misère!

 

Toi qui sais en quels coins des terres envieuses

Le Dieu jaloux cacha les pierres précieuses,

 

O Satan, prends pitié de ma longue misère!

 

Toi dont l'oeil clair connaît les profonds arsenaux

Où dort enseveli le peuple des métaux,

 

O Satan, prends pitié de ma longue misère!

 

Toi dont la large main cache les précipices

Au somnambule errant au bord des édifices,

 

O Satan, prends pitié de ma longue misère!

 

Toi qui, magiquement, assouplis les vieux os

De l'ivrogne attardé foulé par les chevaux,

 

O Satan, prends pitié de ma longue misère!

 

Toi qui, pour consoler l'homme frêle qui souffre,

Nous appris à mêler le salpêtre et le soufre,

 

O Satan, prends pitié de ma longue misère!

 

Toi qui poses ta marque, ô complice subtil,

Sur le front du Crésus impitoyable et vil,

 

O Satan, prends pitié de ma longue misère!

 

Toi qui mets dans les yeux et dans le coeur des filles

Le culte de la plaie et l'amour des guenilles,

 

O Satan, prends pitié de ma longue misère!

 

Bâton des exilés, lampe des inventeurs,

Confesseur des pendus et des conspirateurs,

 

O Satan, prends pitié de ma longue misère!

 

Père adoptif de ceux qu'en sa noire colère

Du paradis terrestre a chassés Dieu le Père,

 

O Satan, prends pitié de ma longue misère!

 

Prière

 

Gloire et louange à toi, Satan, dans les hauteurs

Du Ciel, où tu régnas, et dans les profondeurs

De l'Enfer, où, vaincu, tu rêves en silence!

Fais que mon âme un jour, sous l'Arbre de Science,

Près de toi se repose, à l'heure où sur ton front

Comme un Temple nouveau ses rameaux s'épandront!

LA MORT

 

 

CXXI - La Mort des Amants

 

Nous aurons des lits pleins d'odeurs légères,

Des divans profonds comme des tombeaux,

Et d'étranges fleurs sur des étagères,

Ecloses pour nous sous des cieux plus beaux.

 

Usant à l'envi leurs chaleurs dernières,

Nos deux coeurs seront deux vastes flambeaux,

Qui réfléchiront leurs doubles lumières

Dans nos deux esprits, ces miroirs jumeaux.

 

Un soir fait de rose et de bleu mystique,

Nous échangerons un éclair unique,

Comme un long sanglot, tout chargé d'adieux;

 

Et plus tard un Ange, entr'ouvrant les portes,

Viendra ranimer, fidèle et joyeux,

Les miroirs ternis et les flammes mortes.

CXXII - La Mort des Pauvres

 

C'est la Mort qui console, hélas! et qui fait vivre;

C'est le but de la vie - et c'est le seul espoir

Qui, comme un élixir, nous monte et nous enivre,

Et nous donne le coeur de marcher jusqu'au soir;

 

A travers la tempête, et la neige, et le givre,

C'est la clarté vibrante à notre horizon noir

C'est l'auberge fameuse inscrite sur le livre,

Où l'on pourra manger, et dormir, et s'asseoir;

 

C'est un Ange qui tient dans ses doigts magnétiques

Le sommeil et le don des rêves extatiques,

Et qui refait le lit des gens pauvres et nus;

 

C'est la gloire des Dieux, c'est le grenier mystique,

C'est la bourse du pauvre et sa patrie antique,

C'est le portique ouvert sur les Cieux inconnus!

CXXIII - La Mort des Artistes

 

Combien faut-il de fois secouer mes grelots

Et baiser ton front bas, morne caricature?

Pour piquer dans le but, de mystique nature,

Combien, ô mon carquois, perdre de javelots?

 

Nous userons notre âme en de subtils complots,

Et nous démolirons mainte lourde armature,

Avant de contempler la grande Créature

Dont l'infernal désir nous remplit de sanglots!

 

Il en est qui jamais n'ont connu leur Idole,

Et ces sculpteurs damnés et marqués d'un affront,

Qui vont se martelant la poitrine et le front,

 

N'ont qu'un espoir, étrange et sombre Capitole!

C'est que la Mort, planant comme un soleil nouveau,

Fera s'épanouir les fleurs de leur cerveau!

CXXIV - La Fin de la Journée

 

Sous une lumière blafarde

Court, danse et se tord sans raison

La Vie, impudente et criarde.

Aussi, sitôt qu'à l'horizon

 

La nuit voluptueuse monte,

Apaisant tout, même la faim,

Effaçant tout, même la honte,

Le Poète se dit: "Enfin!

 

Mon esprit, comme mes vertèbres,

Invoque ardemment le repos;

Le coeur plein de songes funèbres,

 

Je vais me coucher sur le dos

Et me rouler dans vos rideaux,

O rafraîchissantes ténèbres!"

CXXV - Le Rêve d'un Curieux

 

A Félix Nadar

 

Connais-tu, comme moi, la douleur savoureuse

Et de toi fais-tu dire: "Oh! l'homme singulier!"

- J'allais mourir. C'était dans mon âme amoureuse

Désir mêlé d'horreur, un mal particulier;

 

Angoisse et vif espoir, sans humeur factieuse.

Plus allait se vidant le fatal sablier,

Plus ma torture était âpre et délicieuse;

Tout mon coeur s'arrachait au monde familier.

 

J'étais comme l'enfant avide du spectacle,

Haïssant le rideau comme on hait un obstacle...

Enfin la vérité froide se révéla:

 

J'étais mort sans surprise, et la terrible aurore

M'enveloppait. - Eh quoi! n'est-ce donc que cela?

La toile était levée et j'attendais encore.

CXXVI - Le Voyage

 

A Maxime du Camp

 

I

 

Pour l'enfant, amoureux de cartes et d'estampes,

L'univers est égal à son vaste appétit.

Ah! que le monde est grand à la clarté des lampes!

Aux yeux du souvenir que le monde est petit!

 

Un matin nous partons, le cerveau plein de flamme,

Le coeur gros de rancune et de désirs amers,

Et nous allons, suivant le rythme de la lame,

Berçant notre infini sur le fini des mers:

 

Les uns, joyeux de fuir une patrie infâme;

D'autres, l'horreur de leurs berceaux, et quelques-uns,

Astrologues noyés dans les yeux d'une femme,

La Circé tyrannique aux dangereux parfums.

 

Pour n'être pas changés en bêtes, ils s'enivrent

D'espace et de lumière et de cieux embrasés;

La glace qui les mord, les soleils qui les cuivrent,

Effacent lentement la marque des baisers.

 

Mais les vrais voyageurs sont ceux-là seuls qui partent

Pour partir; coeurs légers, semblables aux ballons,

De leur fatalité jamais ils ne s'écartent,

Et, sans savoir pourquoi, disent toujours: Allons!

 

Ceux-là dont les désirs ont la forme des nues,

Et qui rêvent, ainsi qu'un conscrit le canon,

De vastes voluptés, changeantes, inconnues,

Et dont l'esprit humain n'a jamais su le nom!

 

II

 

Nous imitons, horreur! la toupie et la boule

Dans leur valse et leurs bonds; même dans nos sommeils

La Curiosité nous tourmente et nous roule

Comme un Ange cruel qui fouette des soleils.

 

Singulière fortune où le but se déplace,

Et, n'étant nulle part, peut être n'importe où!

Où l'Homme, dont jamais l'espérance n'est lasse,

Pour trouver le repos court toujours comme un fou!

 

Notre âme est un trois-mâts cherchant son Icarie;

Une voix retentit sur le pont: "Ouvre l'oeil!"

Une voix de la hune, ardente et folle, crie:

"Amour... gloire... bonheur!" Enfer! c'est un écueil!

 

Chaque îlot signalé par l'homme de vigie

Est un Eldorado promis par le Destin;

L'Imagination qui dresse son orgie

Ne trouve qu'un récif aux clartés du matin.

O le pauvre amoureux des pays chimériques!

Faut-il le mettre aux fers, le jeter à la mer,

Ce matelot ivrogne, inventeur d'Amériques

Dont le mirage rend le gouffre plus amer?

 

Tel le vieux vagabond, piétinant dans la boue,

Rêve, le nez en l'air, de brillants paradis;

Son oeil ensorcelé découvre une Capoue

Partout où la chandelle illumine un taudis.

 

III

 

Etonnants voyageurs! quelles nobles histoires

Nous lisons dans vos yeux profonds comme les mers!

Montrez-nous les écrins de vos riches mémoires,

Ces bijoux merveilleux, faits d'astres et d'éthers.

 

Nous voulons voyager sans vapeur et sans voile!

Faites, pour égayer l'ennui de nos prisons,

Passer sur nos esprits, tendus comme une toile,

Vos souvenirs avec leurs cadres d'horizons.

 

Dites, qu'avez-vous vu?

 

IV

 

"Nous avons vu des astres

Et des flots, nous avons vu des sables aussi;

Et, malgré bien des chocs et d'imprévus désastres,

Nous nous sommes souvent ennuyés, comme ici.

 

La gloire du soleil sur la mer violette,

La gloire des cités dans le soleil couchant,

Allumaient dans nos coeurs une ardeur inquiète

De plonger dans un ciel au reflet alléchant.

 

Les plus riches cités, les plus grands paysages,

Jamais ne contenaient l'attrait mystérieux

De ceux que le hasard fait avec les nuages.

Et toujours le désir nous rendait soucieux!

 

- La jouissance ajoute au désir de la force.

Désir, vieil arbre à qui le plaisir sert d'engrais,

Cependant que grossit et durcit ton écorce,

Tes branches veulent voir le soleil de plus près!

 

Grandiras-tu toujours, grand arbre plus vivace

Que le cyprès? - Pourtant nous avons, avec soin,

Cueilli quelques croquis pour votre album vorace

Frères qui trouvez beau tout ce qui vient de loin!

 

Nous avons salué des idoles à trompe;

Des trônes constellés de joyaux lumineux;

Des palais ouvragés dont la féerique pompe

Serait pour vos banquiers un rêve ruineux;

 

Des costumes qui sont pour les yeux une ivresse;

Des femmes dont les dents et les ongles sont teints,

Et des jongleurs savants que le serpent caresse."

 

V

 

Et puis, et puis encore?

 

VI

 

"O cerveaux enfantins!

 

Pour ne pas oublier la chose capitale,

Nous avons vu partout, et sans l'avoir cherché,

Du haut jusques en bas de l'échelle fatale,

Le spectacle ennuyeux de l'immortel péché:

 

La femme, esclave vile, orgueilleuse et stupide,

Sans rire s'adorant et s'aimant sans dégoût;

L'homme, tyran goulu, paillard, dur et cupide,

Esclave de l'esclave et ruisseau dans l'égout;

 

Le bourreau qui jouit, le martyr qui sanglote;

La fête qu'assaisonne et parfume le sang;

Le poison du pouvoir énervant le despote,

Et le peuple amoureux du fouet abrutissant;

 

Plusieurs religions semblables à la nôtre,

Toutes escaladant le ciel; la Sainteté,

Comme en un lit de plume un délicat se vautre,

Dans les clous et le crin cherchant la volupté;

 

L'Humanité bavarde, ivre de son génie,

Et, folle maintenant comme elle était jadis,

Criant à Dieu, dans sa furibonde agonie:

"O mon semblable, mon maître, je te maudis!"

 

Et les moins sots, hardis amants de la Démence,

Fuyant le grand troupeau parqué par le Destin,

Et se réfugiant dans l'opium immense!

- Tel est du globe entier l'éternel bulletin."

 

VII

 

Amer savoir, celui qu'on tire du voyage!

Le monde, monotone et petit, aujourd'hui,

Hier, demain, toujours, nous fait voir notre image:

Une oasis d'horreur dans un désert d'ennui!

 

Faut-il partir? rester? Si tu peux rester, reste;

Pars, s'il le faut. L'un court, et l'autre se tapit

Pour tromper l'ennemi vigilant et funeste,

Le Temps! Il est, hélas! des coureurs sans répit,

 

Comme le Juif errant et comme les apôtres,

A qui rien ne suffit, ni wagon ni vaisseau,

Pour fuir ce rétiaire infâme; il en est d'autres

Qui savent le tuer sans quitter leur berceau.

 

Lorsque enfin il mettra le pied sur notre échine,

Nous pourrons espérer et crier: En avant!

De même qu'autrefois nous partions pour la Chine,

Les yeux fixés au large et les cheveux au vent,

 

Nous nous embarquerons sur la mer des Ténèbres

Avec le coeur joyeux d'un jeune passager.

Entendez-vous ces voix charmantes et funèbres,

Qui chantent: "Par ici vous qui voulez manger

 

Le Lotus parfumé! c'est ici qu'on vendange

Les fruits miraculeux dont votre coeur a faim;

Venez vous enivrer de la douceur étrange

De cette après-midi qui n'a jamais de fin!"

 

A l'accent familier nous devinons le spectre;

Nos Pylades là-bas tendent leurs bras vers nous.

"Pour rafraîchir ton coeur nage vers ton Electre!"

Dit celle dont jadis nous baisions les genoux.

 

VIII

 

O Mort, vieux capitaine, il est temps! levons l'ancre!

Ce pays nous ennuie, ô Mort! Appareillons!

Si le ciel et la mer sont noirs comme de l'encre,

Nos coeurs que tu connais sont remplis de rayons!

 

Verse-nous ton poison pour qu'il nous réconforte!

Nous voulons, tant ce feu nous brûle le cerveau,

Plonger au fond du gouffre, Enfer ou Ciel, qu'importe?

Au fond de l'Inconnu pour trouver du nouveau!

 

[FIN DU TEXTE DE BAUDELAIRE]

LES EPAVES

 

 

LES EPAVES

 

 

I - Le coucher du soleil romantique

 

Que le soleil est beau quand tout frais il se lève,

Comme une explosion nous lançant son bonjour !

- Bienheureux celui-là qui peut avec amour

Saluer son coucher plus glorieux qu'un rêve !

 

Je me souviens ! J'ai vu tout, fleur, source, sillon,

Se pâmer sous son oeil comme un coeur qui palpite...

- Courons vers l'horizon, il est tard, courons vite,

Pour attraper au moins un oblique rayon !

 

Mais je poursuis en vain le Dieu qui se retire ;

L'irrésistible Nuit établit son empire,

Noire, humide, funeste et pleine de frissons ;

 

Une odeur de tombeau dans les ténèbres nage,

Et mon pied peureux froisse, au bord du marécage,

Des crapauds imprévus et de froids limaçons.

PIECES CONDAMNEES TIREES DES FLEURS DU MAL

 

 

II - Lesbos

 

Mère des jeux latins et des voluptés grecques,

Lesbos, où les baisers, languissants ou joyeux,

Chauds comme les soleils, frais comme les pastèques,

Font l'ornement des nuits et des jours glorieux,

Mère des jeux latins et des voluptés grecques,

 

Lesbos, où les baisers sont comme les cascades

Qui se jettent sans peur dans les gouffres sans fonds

Et courent , sanglotant et gloussant par saccades,

Orageux et secrets, fourmillants et profonds ;

Lesbos, où les baisers sont comme les cascades !

 

Lesbos, où les Phrynés l'une l'autre s'attirent,

Où jamais un soupir ne resta sans écho,

A l'égal de Paphos les étoiles t'admirent,

Et Vénus à bon droit peut jalouser Sapho !

Lesbos, où les Phrynés l'une l'autre s'attirent,

 

Lesbos, terre des nuits chaudes et langoureuses,

Qui font qu'à leurs miroirs, stérile volupté !

Les filles aux yeux creux, de leur corps amoureuses,

Caressent les fruits mûrs de leur nubilité ;

Lesbos, terre des nuits chaudes et langoureuses,

 

Laisse du vieux Platon se froncer l'oeil austère ;

Tu tires ton pardon de l'excès des baisers,

Reine du doux empire, aimable et noble terre,

Et des raffinements toujours inépuisés.

Laisse du vieux Platon se froncer l'oeil austère.

 

Tu tires ton pardon de l'éternel martyre,

Infligé sans relâche aux coeurs ambitieux,

Qu'attire loin de nous le radieux sourire

Entrevu vaguement au bord des autres cieux !

Tu tires ton pardon de l'éternel martyre !

 

Qui des Dieux osera, Lesbos, être ton juge

Et condamner ton front pâli dans les travaux,

Si ses balances d'or n'ont pesé le déluge

De larmes qu'à la mer ont versé tes ruisseaux ?

Qui des Dieux osera, Lesbos, être ton juge ?

 

Que nous veulent les lois du juste et de l'injuste ?

Vierges au coeur sublime, honneur de l'Archipel,

Votre religion comme une autre est auguste,

Et l'amour se rira de l'Enfer et du Ciel !

Que nous veulent les lois du juste et de l'injuste ?

 

Car Lesbos entre tous m'a choisi sur la terre

Pour chanter le secret de ses vierges en fleurs,

Et je fus dès l'enfance admis au noir mystère

Des rires effrénés mêlés aux sombres pleurs ;

Car Lesbos entre tous m'a choisi sur la terre.

 

Et depuis lors je veille au sommet de Leucate,

Comme une sentinelle à l'oeil perçant et sûr,

Qui guette nuit et jour brick, tartane ou frégate,

Dont les formes au loin frissonnent dans l'azur ;

Et depuis lors je veille au sommet de Leucate,

 

Pour savoir si la mer est indulgente et bonne,

Et parmi les sanglots dont le roc retentit

Un soir ramènera vers Lesbos, qui pardonne,

Le cadavre adoré de Sapho qui partit

Pour savoir si la mer est indulgente et bonne !

 

De la mâle Sapho, l'amante et le poète,

Plus belle que Vénus par ses mornes pâleurs !

- L'oeil d'azur est vaincu par l'oeil noir que tachète

Le cercle ténébreux tracé par les douleurs

De la mâle Sapho, l'amante et le poète !

 

- Plus belle que Vénus se dressant sur le monde

Et versant les trésors de sa sérénité

Et le rayonnement de sa jeunesse blonde

Sur le vieil Océan de sa fille enchanté ;

Plus belle que Vénus se dressant sur le monde !

 

- De Sapho qui mourut le jour de son blasphème,

Quand, insultant le rite et le culte inventé,

Elle fit son beau corps la pâture suprême

D'un brutal dont l'orgueil punit l'impiété

De celle qui mourut le jour de son blasphème.

 

Et c'est depuis ce temps que Lesbos se lamente,

Et, malgré les honneurs que lui rend l'univers,

S'enivre chaque nuit du cri de la tourmente

Que poussent vers les cieux ses rivages déserts.

Et c'est depuis ce temps que Lesbos se lamente !

III - Femmes damnées

 

A la pâle clarté des lampes languissantes,

Sur de profonds coussins tout imprégnés d'odeur

Hippolyte rêvait aux caresses puissantes

Qui levaient le rideau de sa jeune candeur.

 

Elle cherchait, d'un oeil troublé par la tempête,

De sa naïveté le ciel déjà lointain,

Ainsi qu'un voyageur qui retourne la tête

Vers les horizons bleus dépassés le matin.

 

De ses yeux amortis les paresseuses larmes,

L'air brisé, la stupeur, la morne volupté,

Ses bras vaincus, jetés comme de vaines armes,

Tout servait, tout parait sa fragile beauté.

 

Etendue à ses pieds, calme et pleine de joie,

Delphine la couvait avec des yeux ardents,

Comme un animal fort qui surveille une proie,

Après l'avoir d'abord marquée avec les dents.

 

Beauté forte à genoux devant la beauté frêle,

Superbe, elle humait voluptueusement

Le vin de son triomphe, et s'allongeait vers elle,

Comme pour recueillir un doux remerciement.

 

Elle cherchait dans l'oeil de sa pâle victime

Le cantique muet que chante le plaisir,

Et cette gratitude infinie et sublime

Qui sort de la paupière ainsi qu'un long soupir.

 

- " Hippolyte, cher coeur, que dis-tu de ces choses ?

Comprends-tu maintenant qu'il ne faut pas offrir

L'holocauste sacré de tes premières roses

Aux souffles violents qui pourraient les flétrir ?

 

Mes baisers sont légers comme ces éphémères

Qui caressent le soir les grands lacs transparents,

Et ceux de ton amant creuseront leurs ornières

Comme des chariots ou des socs déchirants ;

 

Ils passeront sur toi comme un lourd attelage

De chevaux et de boeufs aux sabots sans pitié...

Hippolyte, ô ma soeur ! tourne donc ton visage,

Toi, mon âme et mon coeur, mon tout et ma moitié,

 

Tourne vers moi tes yeux pleins d'azur et d'étoiles !

Pour un de ces regards charmants, baume divin,

Des plaisirs plus obscurs je lèverai les voiles,

Et je t'endormirai dans un rêve sans fin ! "

 

Mais Hippolyte alors, levant sa jeune tête :

- " Je ne suis point ingrate et ne me repens pas,

Ma Delphine, je souffre et je suis inquiète,

Comme après un nocturne et terrible repas.

 

Je sens fondre sur moi de lourdes épouvantes

Et de noirs bataillons de fantômes épars,

Qui veulent me conduire en des routes mouvantes

Qu'un horizon sanglant ferme de toutes parts.

 

Avons-nous donc commis une action étrange ?

Explique, si tu peux, mon trouble et mon effroi :

Je frissonne de peur quand tu me dis : " Mon ange ! "

Et cependant je sens ma bouche aller vers toi.

 

Ne me regarde pas ainsi, toi, ma pensée !

Toi que j'aime à jamais, ma soeur d'élection,

Quand même tu serais une embûche dressée

Et le commencement de ma perdition ! "

 

Delphine secouant sa crinière tragique,

Et comme trépignant sur le trépied de fer,

L'oeil fatal, répondit d'une voix despotique :

- " Qui donc devant l'amour ose parler d'enfer ?

 

Maudit soit à jamais le rêveur inutile

Qui voulut le premier, dans sa stupidité,

S'éprenant d'un problème insoluble et stérile,

Aux choses de l'amour mêler l'honnêteté !

 

Celui qui veut unir dans un accord mystique

L'ombre avec la chaleur, la nuit avec le jour,

Ne chauffera jamais son corps paralytique

A ce rouge soleil que l'on nomme l'amour !

 

Va, si tu veux, chercher un fiancé stupide ;

Cours offrir un coeur vierge à ses cruels baisers ;

Et, pleine de remords et d'horreur, et livide,

Tu me rapporteras tes seins stigmatisés...

 

On ne peut ici-bas contenter qu'un seul maître ! "

Mais l'enfant, épanchant une immense douleur,

Cria soudain : - " Je sens s'élargir dans mon être

Un abîme béant ; cet abîme est mon cœur !

 

Brûlant comme un volcan, profond comme le vide !

Rien ne rassasiera ce monstre gémissant

Et ne rafraîchira la soif de l'Euménide

Qui, la torche à la main, le brûle jusqu'au sang.

 

Que nos rideaux fermés nous séparent du monde,

Et que la lassitude amène le repos !

Je veux m'anéantir dans ta gorge profonde,

Et trouver sur ton sein la fraîcheur des tombeaux ! "

 

- Descendez, descendez, lamentables victimes,

Descendez le chemin de l'enfer éternel !

Plongez au plus profond du gouffre, où tous les crimes,

Flagellés par un vent qui ne vient pas du ciel,

 

Bouillonnent pêle-mêle avec un bruit d'orage.

Ombres folles, courez au but de vos désirs ;

Jamais vous ne pourrez assouvir votre rage,

Et votre châtiment naîtra de vos plaisirs.

 

Jamais un rayon frais n'éclaira vos cavernes ;

Par les fentes des murs des miasmes fiévreux

Filtrent en s'enflammant ainsi que des lanternes

Et pénètrent vos corps de leurs parfums affreux.

 

L'âpre stérilité de votre jouissance

Altère votre soif et roidit votre peau,

Et le vent furibond de la concupiscence

Fait claquer votre chair ainsi qu'un vieux drapeau.

 

Loin des peuples vivants, errantes, condamnées,

A travers les déserts courez comme les loups ;

Faites votre destin, âmes désordonnées,

Et fuyez l'infini que vous portez en vous !

IV

 

Le Léthé

 

Viens sur mon coeur, âme cruelle et sourde,

Tigre adoré, monstre aux airs indolents ;

Je veux longtemps plonger mes doigts tremblants

Dans l'épaisseur de ta crinière lourde ;

 

Dans tes jupons remplis de ton parfum

Ensevelir ma tête endolorie,

Et respirer, comme une fleur flétrie,

Le doux relent de mon amour défunt.

 

Je veux dormir ! dormir plutôt que vivre !

Dans un sommeil aussi doux que la mort,

J'étalerai mes baisers sans remord

Sur ton beau corps poli comme le cuivre.

 

Pour engloutir mes sanglots apaisés

Rien ne me vaut l'abîme de ta couche ;

L'oubli puissant habite sur ta bouche,

Et le Léthé coule dans tes baisers.

 

A mon destin, désormais mon délice,

J'obéirai comme un prédestiné ;

Martyr docile, innocent condamné,

Dont la ferveur attise le supplice,

 

Je sucerai, pour noyer ma rancoeur,

Le népenthès et la bonne ciguë

Aux bouts charmants de cette gorge aiguë

Qui n'a jamais emprisonné de coeur.

 

V

 

A celle qui est trop gaie

 

Ta tête, ton geste, ton air

Sont beaux comme un beau paysage ;

Le rire joue en ton visage

Comme un vent frais dans un ciel clair.

 

Le passant chagrin que tu frôles

Est ébloui par la santé

Qui jaillit comme une clarté

De tes bras et de tes épaules.

 

Les retentissantes couleurs

Dont tu parsèmes tes toilettes

Jettent dans l'esprit des poètes

L'image d'un ballet de fleurs.

 

Ces robes folles sont l'emblème

De ton esprit bariolé ;

Folle dont je suis affolé,

Je te hais autant que je t'aime !

 

Quelquefois dans un beau jardin

Où je traînais mon atonie,

J'ai senti, comme une ironie,

Le soleil déchirer mon sein ;

 

Et le printemps et la verdure

Ont tant humilié mon coeur,

Que j'ai puni sur une fleur

L'insolence de la Nature.

 

Ainsi je voudrais, une nuit,

Quand l'heure des voluptés sonne,

Vers les trésors de ta personne,

Comme un lâche, ramper sans bruit,

 

Pour châtier ta chair joyeuse,

Pour meurtrir ton sein pardonné,

Et faire à ton flanc étonné

Une blessure large et creuse,

 

Et, vertigineuse douceur !

A travers ces lèvres nouvelles,

Plus éclatantes et plus belles,

T'infuser mon venin, ma soeur !VI

 

Les bijoux

 

La très-chère était nue, et, connaissant mon coeur,

Elle n'avait gardé que ses bijoux sonores,

Dont le riche attirail lui donnait l'air vainqueur

Qu'ont dans leurs jours heureux les esclaves des Maures.

 

Quand il jette en dansant son bruit vif et moqueur,

Ce monde rayonnant de métal et de pierre

Me ravit en extase, et j'aime à la fureur

Les choses où le son se mêle à la lumière.

 

Elle était donc couchée et se laissait aimer,

Et du haut du divan elle souriait d'aise

A mon amour profond et doux comme la mer,

Qui vers elle montait comme vers sa falaise.

 

Les yeux fixés sur moi, comme un tigre dompté,

D'un air vague et rêveur elle essayait des poses,

Et la candeur unie à la lubricité

Donnait un charme neuf à ses métamorphoses ;

 

Et son bras et sa jambe, et sa cuisse et ses reins,

Polis comme de l'huile, onduleux comme un cygne,

Passaient devant mes yeux clairvoyants et sereins ;

Et son ventre et ses seins, ces grappes de ma vigne,

 

S'avançaient, plus câlins que les Anges du mal,

Pour troubler le repos où mon âme était mise,

Et pour la déranger du rocher de cristal

Où, calme et solitaire, elle s'était assise.

 

Je croyais voir unis par un nouveau dessin

Les hanches de l'Antiope au buste d'un imberbe,

Tant sa taille faisait ressortir son bassin.

Sur ce teint fauve et brun, le fard était superbe !

 

Et la lampe s'étant résignée à mourir,

Comme le foyer seul illuminait la chambre,

Chaque fois qu'il poussait un flamboyant soupir,

Il inondait de sang cette peau couleur d'ambre !

VII

 

Les métamorphoses du vampire

 

La femme cependant, de sa bouche de fraise,

En se tordant ainsi qu'un serpent sur la braise,

Et pétrissant ses seins sur le fer de son busc,

Laissait couler ces mots tout imprégnés de musc :

" Moi, j'ai la lèvre humide, et je sais la science

De perdre au fond d'un lit l'antique conscience.

Je sèche tous les pleurs sur mes seins triomphants,

Et fais rire les vieux du rire des enfants.

Je remplace, pour qui me voit nue et sans voiles,

La lune, le soleil, le ciel et les étoiles !

Je suis, mon cher savant, si docte aux Voluptés,

Lorsque j'étouffe un homme en mes bras redoutés,

Ou lorsque j'abandonne aux morsures mon buste,

Timide et libertine, et fragile et robuste,

Que sur ces matelas qui se pâment d'émoi,

Les anges impuissants se damneraient pour moi ! "

 

Quand elle eut de mes os sucé toute la moelle,

Et que languissamment je me tournai vers elle

Pour lui rendre un baiser d'amour, je ne vis plus

Qu'une outre aux flancs gluants, toute pleine de pus !

Je fermai les deux yeux, dans ma froide épouvante,

Et quand je les rouvris à la clarté vivante,

A mes côtés, au lieu du mannequin puissant

Qui semblait avoir fait provision de sang,

Tremblaient confusément des débris de squelette,

Qui d'eux-mêmes rendaient le cri d'une girouette

Ou d'une enseigne, au bout d'une tringle de fer,

Que balance le vent pendant les nuits d'hiver.

 

GALANTERIES

 

 

VIII

 

Le jet d'eau

 

Tes beaux yeux sont las, pauvre amante !

Reste longtemps, sans les rouvrir,

Dans cette pose nonchalante

Où t'a surprise le plaisir.

Dans la cour le jet d'eau qui jase

Et ne se tait ni nuit ni jour,

Entretient doucement l'extase

Où ce soir m'a plongé l'amour.

 

La gerbe épanouie

En mille fleurs,

Où Phoebé réjouie

Met ses couleurs,

Tombe comme une pluie

De larges pleurs.

 

Ainsi ton âme qu'incendie

L'éclair brûlant des voluptés

S'élance, rapide et hardie,

Vers les vastes cieux enchantés.

Puis, elle s'épanche, mourante,

En un flot de triste langueur,

Qui par une invisible pente

Descend jusqu'au fond de mon coeur.

 

La gerbe épanouie

En mille fleurs,

Où Phoebé réjouie

Met ses couleurs,

Tombe comme une pluie

De larges pleurs.

 

Ô toi, que la nuit rend si belle,

Qu'il m'est doux, penché vers tes seins,

D'écouter la plainte éternelle

Qui sanglote dans les bassins !

Lune, eau sonore, nuit bénie,

Arbres qui frissonnez autour,

Votre pure mélancolie

Est le miroir de mon amour.

 

La gerbe épanouie

En mille fleurs,

Où Phoebé réjouie

Met ses couleurs,

Tombe comme une pluie

De larges pleurs.

IX

 

Les yeux de Berthe

 

Vous pouvez mépriser les yeux les plus célèbres,

Beaux yeux de mon enfant, par où filtre et s'enfuit

Je ne sais quoi de bon, de doux comme la Nuit !

Beaux yeux, versez sur moi vos charmantes ténèbres !

 

Grands yeux de mon enfant, arcanes adorés,

Vous ressemblez beaucoup à ces grottes magiques

Où, derrière l'amas des ombres léthargiques,

Scintillent vaguement des trésors ignorés !

 

Mon enfant a des yeux obscurs, profonds et vastes

Comme toi, Nuit immense, éclairés comme toi !

Leurs feux sont ces pensers d'Amour, mêlés de Foi,

Qui pétillent au fond, voluptueux ou chastes.

 

X

 

Hymne

 

A la très chère, à la très belle

Qui remplit mon coeur de clarté,

A l'ange, à l'idole immortelle,

Salut en l'immortalité !

 

Elle se répand dans ma vie

Comme un air imprégné de sel,

Et dans mon âme inassouvie

Verse le goût de l'éternel.

 

Sachet toujours frais qui parfume

L'atmosphère d'un cher réduit,

Encensoir oublié qui fume

En secret à travers la nuit,

 

Comment, amour incorruptible,

T'exprimer avec vérité ?

Grain de musc qui gis, invisible,

Au fond de mon éternité !

 

A la très bonne, à la très belle

Qui fait ma joie et ma santé,

A l'ange, à l'idole immortelle,

Salut en l'immortalité !

XI

 

Les promesses d'un visage

 

J'aime, ô pâle beauté, tes sourcils surbaissés,

D'où semblent couler des ténèbres,

Tes yeux, quoique très noirs, m'inspirent des pensers

Qui ne sont pas du tout funèbres.

 

Tes yeux, qui sont d'accord avec tes noirs cheveux,

Avec ta crinière élastique,

Tes yeux, languissamment, me disent : " Si tu veux,

Amant de la muse plastique,

 

Suivre l'espoir qu'en toi nous avons excité,

Et tous les goûts que tu professes,

Tu pourras constater notre véracité

Depuis le nombril jusqu'aux fesses ;

 

Tu trouveras au bout de deux beaux seins bien lourds,

Deux larges médailles de bronze,

Et sous un ventre uni, doux comme du velours,

Bistré comme la peau d'un bonze,

 

Une riche toison qui, vraiment, est la soeur

De cette énorme chevelure,

Souple et frisée, et qui t'égale en épaisseur,

Nuit sans étoiles, Nuit obscure ! "

XII

 

Le Monstre, ou le Paranymphe d'une nymphe macabre

 

I.

 

Tu n'es certes pas, ma très-chère,

Ce que Veuillot nomme un tendron.

Le jeu, l'amour, la bonne chère,

Bouillonnent en toi, vieux chaudron!

Tu n'es plus fraîche, ma très-chère,

 

Ma vieille infante!  Et cependant

Tes caravanes insensées

T'ont donné ce lustre abondant

Des choses qui sont très-usées,

Mais qui séduisent cependant.

 

Je ne trouve pas monotone

La verdure de tes quarante ans;

Je préfère tes fruits, Automne,

Aux fleurs banales du Printemps!

Non! tu n'es jamais monotone!

 

Ta carcasse à des agréments

Et des grâces particulières;

Je trouve d'étranges piments

Dans le creux de tes deux salières;

Ta carcasse à des agréments!

 

Nargue des amants ridicules

Du melon et du giraumont!

Je préfère tes clavicules

A celles du roi Salomon,

Et je plains ces gens ridicules!

 

Tes cheveux, comme un casque bleu,

Ombragent ton front de guerrière,

Qui ne pense et rougit que peu,

Et puis se sauvent par derrière,

Comme les crins d'un casque bleu.

 

Tes yeux qui semblent de la boue,

Où scintille quelque fanal,

Ravivés au fard de ta joue,

Lancent un éclair infernal!

Tes yeux sont noirs comme la boue!

 

Par sa luxure et son dédain

Ta lèvre amère nous provoque;

Cette lèvre, c'est un Eden

Qui nous attire et qui nous choque.

Quelle luxure! et quel dédain!

 

Ta jambe musculeuse et sèche

Sait gravir au haut des volcans,

Et malgré la neige et la dèche

Danser les plus fougueux cancans.

Ta jambe est musculeuse et sèche;

 

Ta peau brûlante et sans douceur,

Comme celle des vieux gendarmes,

Ne connaît pas plus la sueur

Que ton oeil ne connaît les larmes.

(Et pourtant elle a sa douceur!)

 

II.

 

Sotte, tu t'en vas droit au Diable!

Volontiers j'irais avec toi,

Si cette vitesse effroyable

Ne me causait pas quelque émoi.

Va-t'en donc, toute seule, au Diable!

 

Mon rein, mon poumon, mon jarret

Ne me laissent plus rendre hommage

A ce Seigneur, comme il faudrait.

"Hélas! c'est vraiment bien dommage!"

Disent mon rein et mon jarret.

 

Oh! très-sincèrement je souffre

De ne pas aller aux sabbats,

Pour voir, quand il pète du soufre,

Comment tu lui baises son cas!

Oh! très-sincèrement je souffre!

 

Je suis diablement affligé

De ne pas être ta torchère,

Et de te demander congé,

Flambeau d'enfer!  Juge, ma chère,

Combien je dois être affligé,

 

Puisque depuis longtemps je t'aime,

Étant très-logique!  En effet,

Voulant du Mal chercher la crème

Et n'aimer qu'un monstre parfait,

Vraiment oui! vieux monstre, je t'aime!

 

XIII

 

"Laudes" en l'honneur de ma Françoise

Vers composé pour une modiste érudite et dévote

 

Sur un mode nouveau je te chanterai,

O mignonne qui t'ébats

Dans la solitude de mon coeur.

 

Sois couverte de guirlandes;

O femme exquise

Grâce à qui sont absous les péchés!

 

Je puiserai des baisers

Comme un bienfaisant Léthé

En toi d'où émane un attrait magnétique.

 

Quand la tempête des vices

Balayait tous les sentiers,

Tu parus, Déité,

 

Comme l'étoile salvatrice

Dans les naufrages amers ...

Que mon coeur soit pendu à tes autels!

 

Piscine pleine de vertu,

Source d'éternelle jeunesse,

Rends la parole à mes lèvres muettes!

 

Ce qui était pourri, tu l'as brûlé;

Trop grossier, tu l'as aplani;

Débile, tu l'as affermi.

 

Auberge dans ma disette,

Lumière dans ma nuit,

Guide-moi sur le droit chemin.

 

Ajoute maintenant des forces à mes forces,

Bain de douceur tout parfumé

D'odeurs suaves!

 

Étincelle autour de mes reins,

O ceinture de chasteté,

Teinte d'une eau séraphique;

 

Coupe brillante de pierreries,

Pain salé, mets délicat,

Vin divin, ô Françoise!

EPIGRAPHES

 

 

XIV

 

Vers pour le portrait de M. Honoré Daumier

 

Celui dont nous t'offrons l'image,

Et dont l'art, subtil entre tous,

Nous enseigne à rire de nous,

Celui-là, lecteur, est un sage.

 

C'est un satirique, un moqueur;

Mais l'énergie avec laquelle

Il peint le Mal et sa séquelle,

Prouve la beauté de son coeur.

 

Son rire n'est pas la grimace

De Melmouth ou de Méphisto

Sous la torche de l'Alecto

Qui les brûle, mais qui nous glace.

 

Leur rire, hélas! de la gaîté

N'est que la douloureuse charge;

Le sien rayonne, franc et large,

Comme un signe de sa bonté!

XV

 

Lola de Valence

 

Entre tant de beautés que partout on peut voir,

Je comprends bien, amis, que le désir balance ;

Mais on voit scintiller en Lola de Valence

Le charme inattendu d'un bijou rose et noir

 

XVI

 

Sur Le Tasse en prison

 

Le poète au cachot, débraillé, maladif,

Roulant un manuscrit sous son pied convulsif,

Mesure d'un regard que la terreur enflamme

L'escalier de vertige où s'abîme son âme.

 

Les rires enivrants dont s'emplit la prison

Vers l'étrange et l'absurde invitent sa raison ;

Le Doute l'environne, et la Peur ridicule,

Hideuse et multiforme, autour de lui circule.

 

Ce génie enfermé dans un taudis malsain,

Ces grimaces, ces cris, ces spectres dont l'essaim

Tourbillonne, ameuté derrière son oreille,

 

Ce rêveur que l'horreur de son logis réveille,

Voilà bien ton emblème, Ame aux songes obscurs,

Que le Réel étouffe entre ses quatre murs !

PIECES DIVERSES

 

 

XVII

 

La voix

 

Mon berceau s'adossait à la bibliothèque,

Babel sombre, où roman, science, fabliau,

Tout, la cendre latine et la poussière grecque,

Se mêlaient. J'étais haut comme un in-folio.

Deux voix me parlaient. L'une, insidieuse et ferme,

Disait : " La Terre est un gâteau plein de douceur ;

Je puis (et ton plaisir serait alors sans terme !)

Te faire un appétit d'une égale grosseur. "

Et l'autre : " Viens ! oh ! viens voyager dans les rêves,

Au delà du possible, au delà du connu ! "

Et celle-là chantait comme le vent des grèves,

Fantôme vagissant, on ne sait d'où venu,

Qui caresse l'oreille et cependant l'effraie.

Je te répondis : " Oui ! douce voix ! " C'est d'alors

Que date ce qu'on peut, hélas ! nommer ma plaie

Et ma fatalité. Derrière les décors

De l'existence immense, au plus noir de l'abîme,

Je vois distinctement des mondes singuliers,

Et, de ma clairvoyance extatique victime,

Je traîne des serpents qui mordent mes souliers.

Et c'est depuis ce temps que, pareil aux prophètes,

J'aime si tendrement le désert et la mer ;

Que je ris dans les deuils et pleure dans les fêtes,

Et trouve un goût suave au vin le plus amer ;

Que je prends très souvent les faits pour des mensonges,

Et que, les yeux au ciel, je tombe dans des trous.

Mais la Voix me console et dit : " Garde tes songes :

Les sages n'en ont pas d'aussi beaux que les fous ! "

XVIII

 

L'Imprévu

 

Harpagon, qui veillait son père agonisant,

Se dit, rêveur, devant ces lèvres déjà blanches:

"Nous avons au grenier un nombre suffisant,

    Ce me semble, de vieilles planches?"

 

Célimène roucoule et dit: "Mon coeur est bon,

Et naturellement, Dieu m'a faite très-belle."

-- Son coeur! coeur racorni, fumé comme un jambon,

    Recuit à la flamme éternelle!

 

Un gazetier fumeux, qui se croit un flambeau,

Dit au pauvre, qu'il a noyé dans les ténèbres:

"Où donc l'aperçois-tu, ce créateur du Beau,

    Ce Redresseur que tu célèbres?"

 

Mieux que tous, je connais certain voluptueux

Qui baîlle nuit et jour, et se lamente et pleure,

Répétant, l'impuissant et le fat: "Oui, je veux

    Être vertueux, dans une heure!"

 

L'horloge, à son tour, dit à voix basse: "Il est mûr,

Le damné!  J'avertis en vain la chair infecte.

L'homme est aveugle, sourd, fragile, comme un mur

    Qu'habite et que ronge un insecte!"

 

Et puis, Quelqu'un paraît, que tous avaient nié,

Et qui leur dit, railleur et fier: "Dans mon ciboire,

Vous avez, que je crois, assez communié,

    A la joyeuse Messe noire?

 

Chacun de vous m'a fait un temple dans son coeur;

Vous avez, en secret, baisé ma fesse immonde!

Reconnaissez Satan à son rire vainqueur,

    Énorme et laid comme le monde!

 

Avez-vous donc pu croire, hypocrites surpris,

Qu'on se moque du maître, et qu'avec lui l'on triche,

Et qu'il soit naturel de recevoir deux prix,

    D'aller au Ciel et d'être riche?

 

Il faut que le gibier paye le vieux chasseur

Qui se morfond longtemps à l'affût de la proie.

Je vais vous emporter à travers l'épaisseur,

    Compagnons de ma triste joie,

 

A travers l'épaisseur de la terre et du roc,

A travers les amas confus de votre cendre,

Dans un palais aussi grand que moi, d'un seul bloc,

    Et qui n'est pas de pierre tendre;

 

Car il est fait avec l'universel Péché,

Et contient mon orgueil, ma douleur et ma gloire!"

-- Cependant, tout en haut de l'univers juché,

    Un ange sonne la victoire

 

De ceux dont le coeur dit: "Que béni soit ton fouet,

Seigneur! que la douleur, ô Père, soit bénie!

Mon âme dans tes mains n'est pas un vain jouet,

    Et ta prudence est infinie."

 

Le son de la trompette et si délicieux,

Dans ces soirs solennels de célestes vendanges,

Qu'il s'infiltre comme une extase dans tous ceux

    Dont elle chante les louanges.

XIX

 

La Rançon

 

L'homme a, pour payer sa rançon,

Deux champs au tuf profond et riche,

Qu'il faut qu'il remue et défriche

Avec le fer de la raison;

 

Pour obtenir la moindre rose,

Pour extorquer quelques épis,

Des pleurs salés de son front gris

Sans cesse il faut qu'il les arrose.

 

L'un est l'Art, et l'autre l'Amour.

-- Pour rendre le juge propice,

Lorsque la stricte justice

Paraîtra le terrible jour,

 

Il faudra lui montrer des granges

Pleines de moissons, et des fleurs

Dont les formes et les couleurs

Gagnent les suffrage des Anges.

XX

 

A une Malabaraise

 

Tes pieds sont aussi fins que tes mains, et ta hanche

Est Large à faire envie à la plus belle blanche ;

A l'artiste pensif ton corps est doux et cher ;

Tes grands yeux de velours sont plus noirs que ta chair.

 

Aux pays chauds et bleus où ton Dieu t'a fait naître,

Ta tâche est d'allumer la pipe de ton maître,

De pourvoir les flacons d'eaux fraîches et d'odeurs,

De chasser loin du lit les moustiques rôdeurs,

Et, dès que le matin fait chanter les platanes,

D'acheter au bazar ananas et bananes.

Tout le jour, où tu veux, tu mènes tes pieds nus

Et fredonnes tout bas de vieux airs inconnus ;

Et quand descend le soir au manteau d'écarlate,

Tu poses doucement ton corps sur une natte,

Où tes rêves flottants sont pleins de colibris,

Et toujours, comme toi, gracieux et fleuris.

 

Pourquoi, l'heureuse enfant, veux-tu voir notre France,

Ce pays trop peuplé que fauche la souffrance,

Et, confiant ta vie aux bras forts des marins,

Faire de grands adieux à tes chers tamarins ?

Toi, vêtue à moitié de mousselines frêles,

Frissonnante là-bas sous la neige et les grêles,

Comme tu pleurerais tes loisirs doux et francs,

Si, le corset brutal emprisonnant tes flancs,

Il te fallait glaner ton souper dans nos fanges

Et vendre le parfum de tes charmes étranges,

L'oeil pensif, et suivant, dans nos sales brouillards,

Des cocotiers absents les fantômes épars !

 

BUFFONERIES

 

 

XXI

 

Sur les débuts de mademoiselle Amina Boschetti

(au Theatre de la Monnaie, a Bruxelles)

 

 

Amina bondit, - fuit, - puis voltige et sourit; 

Le Welche dit: «Tout ça, pour moi, c'est du prâcrit; 

Je ne connais, en fait de nymphes bocagères, 

Que celles de Montagne-aux-Herbes-Potagères.» 

   

Du bout de son pied fin et de son oeil qui rit, 

Amina verse à flots le délire et l'esprit; 

Le Welche dit: «Fuyez, délices mensongères! 

Mon épouse n'a pas ces allures légères.» 

   

Vous ignorez, sylphide au jarret triomphant, 

Qui voulez enseigner la walse à l'éléphant, 

Au hibou la gaîté, le rire à la cigogne, 

  

Que sur la grâce en feu le Welche dit: «Haro!» 

Et que le doux Bacchus lui versant du bourgogne, 

Le monstre répondrait: «J'aime mieux le faro!» 

   

XXII

 

A propos d'un importun

 

(a propos d-un importun qui se disait son ami)

 

  

Il me dit qu'il était très-riche, 

Mais qu'il craignait le choléra; 

- Que de son or il était chiche, 

Mais qu'il goûtait fort l'Opéra; 

   

- Qu'il raffolait de la nature, 

Ayant connu monsieur Corot; 

- Qu'il n'avait pas encor voiture, 

Mais que cela viendrait bientôt; 

   

- Qu'il aimait le marbre et la brique, 

Les bois noirs et les bois dorés; 

- Qu'il possédait dans sa fabrique 

Trois contre-maîtres décorés; 

   

- Qu'il avait, sans compter le reste, 

Vingt mille actions sur le Nord; 

- Qu'il avait trouvé, pour un zeste, 

Des encadrements d'Oppenord; 

 

- Qu'il donnerait (fût-ce à Luzarches!) 

Dans le bric-à-brac jusqu'au cou, 

Et qu'au Marché des Patriarches 

Il avait fait plus d'un bon coup; 

  

- Qu'il n'aimait pas beaucoup sa femme, 

Ni sa mère; - mais qu'il croyait 

A l'immortalité de l'âme, 

Et qu'il avait lu Niboyet! 

  

- Qu'il penchait pour l'amour physique, 

Et qu'à Rome, séjour d'ennui, 

Une femme, d'ailleurs phtisique, 

Etait morte d'amour pour lui. 

   

Pendant trois heures et demie, 

Ce bavard, venu de Tournai, 

M'a dégoisé toute sa vie; 

J'en ai le cerveau consterné. 

  

S'il fallait décrire ma peine, 

Ce serait à n'en plus finir; 

Je me disais, domptant ma haine: 

«Au moins, si je pouvais dormir!» 

   

Comme un qui n'est pas à son aise, 

Et qui n'ose pas s'en aller, 

Je frottais de mon cul ma chaise, 

Rêvant de le faire empaler. 

   

Ce monstre se nomme Bastogne; 

Il fuyait devant le fléau. 

Moi, je fuirai jusqu'en Gascogne, 

Ou j'irai me jeter à l'eau, 

   

Si dans ce Paris, qu'il redoute, 

Quand chacun sera retourné, 

Je trouve encore sur ma route 

Ce fléau, natif de Tournai. 

   

                                   Bruxelles, 1865. 

XXIII

 

Un cabaret folâtre

(sur la route de Bruxelles a Uccle)

 

Vous qui raffolez des squelettes 

Et des emblêmes détestés, 

Pour épicer les voluptés, 

(Fût-ce de simples omelettes!) 

   

Vieux Pharaon, ô Monselet! 

Devant cette enseigne imprévue, 

J'ai rêvé de vous: A la vue 

Du Cimetière, Estaminet!  AGREGADOS DE LA TERCERA EDICION

 

 

I

 

Épigraphe pour un livre condamné

 

Lecteur paisible et bucolique,

Sobre et naïf homme de bien,

Jette ce livre saturnien,

Orgiaque et mélancolique.

 

Si tu n'as fait ta rhétorique

Chez Satan, le rusé doyen,

Jette ! tu n'y comprendrais rien,

Ou tu me croirais hystérique.

 

Mais si, sans se laisser charmer,

Ton oeil sait plonger dans les gouffres,

Lis-moi, pour apprendre à m'aimer ;

 

Ame curieuse qui souffres

Et vas cherchant ton paradis,

Plains-moi !... sinon, je te maudis !

II

 

A Théodore de Banville

 

Vous avez empoigné les crins de la Déesse

Avec un tel poignet, qu'on vous eût pris, à voir

Et cet air de maîtrise et ce beau nonchaloir,

Pour un jeune ruffian terrassant sa maîtresse.

 

L'oeil clair et plein du feu de la précocité,

Vous avez prélassé votre orgueil d'architecte

Dans des constructions dont l'audace correcte

Fait voir quelle sera votre maturité.

 

Poëte, notre sang nous fuit par chaque pore;

Est-ce que par hasard la robe du Centaure,

Qui changeait toute veine en funèbre ruisseau,

 

Était teinte trois fois dans les baves subtiles

De ces vindicatifs et monstrueux reptiles

Que le petit Hercule étranglait au berceau?

III

 

Le Calumet de paix

Imité de Longfellow

 

I.

 

Or Gitche Manito, le Maître de la Vie,

Le Puissant, descendit dans la verte prairie,

Dans l'immense prairie aux coteaux montueux;

Et là, sur les rochers de la Rouge Carrière,

Dominant tout l'espace et baigné de lumière,

Il se tenait debout, vaste et majestueux.

 

Alors il convoqua les peuples innombrables,

Plus nombreux que ne sont les herbes et les sables.

Avec sa main terrible il rompit un morceau

Du rocher, dont il fit une pipe superbe,

Puis, au bord du ruisseau, dans une énorme gerbe,

Pour s'en faire un tuyau, choisit un long roseau.

 

Pour la bourrer il prit au saule son écorce;

Et lui, le Tout-Puissant, Créateur de la Force,

Debout, il alluma, comme un divin fanal,

La Pipe de la Paix.  Debout sur la Carrière

Il fumait, droit, superbe et baigné de lumière.

Or pour les nations c'était le grand signal.

 

Et lentement montait la divine fumée

Dans l'air doux du matin, onduleuse, embaumée.

Et d'abord ce ne fut qu'un sillon ténébreux;

Puis la vapeur se fit plus bleue et plus épaisse,

Puis blanchit; et montant, et grossissant sans cesse,

Elle alla se briser au dur plafond des cieux.

 

Des plus lointains sommets des Montagnes Rocheuses,

Depuis les lacs du Nord aux ondes tapageuses,

Depuis Tawasentha, le vallon sans pareil,

Jusqu'à Tuscaloosa, le forêt parfumée,

Tous virent le signal et l'immense fumée

Montant paisiblement dans le matin vermeil.

 

Les Prophètes disaient: "Voyez-vous cette bande

De vapeur, qui, semblable à la main qui commande,

Oscille et se détache en noir sur le soleil?

C'est Gitche Manito, le Maître de la Vie,

Qui dit aux quatre coins de l'immense prairie:

"Je vous convoque tous, guerriers, à mon conseil!"

 

Par le chemin des eaux, par la route des plaines,

Par les quatre côtés d'où soufflent les haleines

Du vent, tous les guerriers de chaque tribu, tous,

Comprenant le signal du nuage qui bouge,

Vinrent docilement à la Carrière Rouge

Où Gitche Manito leur donnait rendez-vous.

 

Les guerriers se tenaient sur la verte prairie,

Tous équipés en guerre, et la mine aguerrie,

Bariolés ainsi qu'un feuillage automnal;

Et la haine qui fait combattre tous les êtres,

La haine qui brûlait les yeux de leurs ancêtres

Incendiait encor leurs yeux d'un feu fatal.

 

Et leurs yeux étaient pleins de haine héréditaire.

Or Gitche Manito, le Maître de la Terre,

Les considérait tous avec compassion,

Comme un père très-bon, ennemi du désordre,

Qui voit ses chers petits batailler et se mordre.

Tel Gitche Manito pour toute nation.

 

Il étendit sur eux sa puissante main droite

Pour subjuguer leur coeur et leur nature étroite,

Pour rafraîchir leur fièvre à l'ombre de sa main;

Puis il leur dit avec sa voix majestueuse,

Comparable à la voix d'une eau tumultueuse

Qui tombe et rend un son monstrueux, surhumain!

 

II.

 

"Ô ma postérité, déplorable et chérie!

Ô mes fils! écoutez la divine raison.

C'est Gitche Manito, le Maître de la Vie,

Qui vous parle! celui qui dans votre patrie

A mis l'ours, le castor, le renne et le bison.

 

Je vous ai fait la chasse et la pêche faciles;

Pourquoi donc le chasseur devient-il assassin?

Le marais fut par moi peuplé de volatiles;

Pourquoi n'êtes-vous pas contents, fils indociles?

Pourquoi l'homme fait-il la chasse à son voisin?

 

Je suis vraiment las de vos horribles guerres.

Vos prières, vos voeux mêmes sont des forfaits!

Le péril est pour vous dans vos humeurs contraires,

Et c'est dans l'union qu'est votre force.  En frères

Vivez donc, et sachez vous maintenir en paix.

 

Bientôt vous recevrez de ma main un Prophète

Qui viendra vous instruire et souffrir avec vous.

Sa parole fera de la vie une fête;

Mais si vous méprisez sa sagesse parfaite,

Pauvres enfants maudits, vous disparaîtrez tous!

 

Effacez dans les flots vos couleurs meurtrières.

Les roseaux sont nombreux et le roc est épais;

Chacun en peut tirer sa pipe.  Plus de guerres,

Plus de sang!  Désormais vivez comme des frères,

Et tous, unis, fumez le Calumet de Paix!"

 

III.

 

Et soudain tous, jetant leurs armes sur la terre,

Lavent dans le ruisseau les couleurs de la guerre

Qui luisaient sur leurs fronts cruels et triomphants.

Chacun creuse une pipe et cueille sur la rive

Un long roseau qu'avec adresse il enjolive.

Et l'Esprit souriait à ses pauvres enfants!

 

Chacun s'en retourna l'âme calme et ravie,

Et Gitche Manito, le Maître de la Vie,

Remonta par la porte entr'ouverte des cieux.

-- A travers la vapeur splendide du nuage

Le Tout-Puissant montait, content de son ouvrage,

Immense, parfumé, sublime, radieux!

IV

 

La Prière d'un païen

 

Ah! ne ralentis pas tes flammes;

Réchauffe mon coeur engourdit,

Volupté, torture des âmes!

Diva! supplicem exaudi!

 

Déesse dans l'air répandue,

Flamme dans notre souterrain!

Exauce une âme morfondue,

Qui te consacre un chant d'airain.

 

Volupté, sois toujours ma reine!

Prends le masque d'une sirène

Faite de chair et de velours,

 

Ou verse-moi tes sommeils lourds

Dans le vin informe et mystique,

Volupté, fantôme élastique!

V

 

Le Couvercle

 

En quelque lieu qu'il aille, ou sur mer ou sur terre,

Sous un climat de flamme ou sous un soleil blanc,

Serviteur de Jésus, courtisan de Cythère,

Mendiant ténébreux ou Crésus rutilant,

 

Citadin, campagnard, vagabond, sédentaire,

Que son petit cerveau soit actif ou soit lent,

Partout l'homme subit la terreur du mystère,

Et ne regarde en haut qu'avec un oeil tremblant.

 

En haut, le Ciel! ce mur de caveau qui l'étouffe,

Plafond illuminé par un opéra bouffe

Où chaque histrion foule un sol ensanglanté;

 

Terreur du libertin, espoir du fol ermite;

Le Ciel! couvercle noir de la grande marmite

Où bout l'imperceptible et vaste Humanité.

VI

 

L'examen de minuit

 

La pendule, sonnant minuit,

Ironiquement nous engage

A nous rappeler quel usage

Nous fîmes du jour qui s'enfuit :

- Aujourd'hui, date fatidique,

Vendredi, treize, nous avons,

Malgré tout ce que nous savons,

Mené le train d'un hérétique ;

 

Nous avons blasphémé Jésus,

Des Dieux le plus incontestable !

Comme un parasite à la table

De quelque monstrueux Crésus,

Nous avons, pour plaire à la brute,

Digne vassale des Démons,

Insulté ce que nous aimons

Et flatté ce qui nous rebute ;

 

Contristé, servile bourreau

Le faible qu'à tort on méprise ;

Salué l'énorme Bêtise,

La Bêtise au front de taureau ;

Baisé la stupide Matière

Avec grande dévotion,

Et de la putréfaction

Béni la blafarde lumière ;

 

Enfin, nous avons, pour noyer

Le vertige dans le délire,

Nous, prêtre orgueilleux de la Lyre,

Dont la gloire est de déployer

L'ivresse des choses funèbres,

Bu sans soif et mangé sans faim !...

- Vite soufflons la lampe, afin

De nous cacher dans les ténèbres !

VII

 

Madrigal triste

 

I

 

Que m'importe que tu sois sage ?

Sois belle ! et sois triste ! Les pleurs

Ajoutent un charme au visage,

Comme le fleuve au paysage ;

L'orage rajeunit les fleurs.

 

Je t'aime surtout quand la joie

S'enfuit de ton front terrassé ;

Quand ton coeur dans l'horreur se noie ;

Quand sur ton présent se déploie

Le nuage affreux du passé.

 

Je t'aime quand ton grand oeil verse

Une eau chaude comme le sang ;

Quand, malgré ma main qui te berce,

Ton angoisse, trop lourde, perce

Comme un râle d'agonisant.

 

J'aspire, volupté divine !

Hymne profond, délicieux !

Tous les sanglots de ta poitrine,

Et crois que ton coeur s'illumine

Des perles que versent tes yeux !

 

II

 

Je sais que ton coeur, qui regorge

De vieux amours déracinés,

Flamboie encor comme une forge,

Et que tu couves sous ta gorge

Un peu de l'orgueil des damnés ;

 

Mais tant, ma chère, que tes rêves

N'auront pas reflété l'Enfer,

Et qu'en un cauchemar sans trêves,

Songeant de poisons et de glaives,

Eprise de poudre et de fer,

 

N'ouvrant à chacun qu'avec crainte,

Déchiffrant le malheur partout,

Te convulsant quand l'heure tinte,

Tu n'auras pas senti l'étreinte

De l'irrésistible Dégoût,

 

Tu ne pourras, esclave reine

Qui ne m'aimes qu'avec effroi,

Dans l'horreur de la nuit malsaine,

Me dire, l'âme de cris pleine :

" Je suis ton égale, Ô mon Roi ! "

VIII

 

L'avertisseur

 

Tout homme digne de ce nom

A dans le coeur un Serpent jaune,

Installé comme sur un trône,

Qui, s'il dit : " Je veux ! " répond : " Non ! "

 

Plonge tes yeux dans les yeux fixes

Des Satyresses ou des Nixes,

La Dent dit : " Pense à ton devoir ! "

 

Fais des enfants, plante des arbres,

Polis des vers, sculpte des marbres,

La Dent dit : " Vivras-tu ce soir ? "

 

Quoi qu'il ébauche ou qu'il espère,

L'homme ne vit pas un moment

Sans subir l'avertissement

De l'insupportable Vipère.IX

 

Le rebelle

 

Un ange furieux fond du ciel comme un aigle,

Du mécréant saisit à plein poing les cheveux,

Et dit, le secouant : " Tu connaîtras la règle !

(Car je suis ton bon Ange, entends-tu ?) Je le veux !

 

Sache qu'il faut aimer, sans faire la grimace,

Le pauvre, le méchant, le tortu, l'hébété,

Pour que tu puisses faire, à Jésus, quand il passe,

Un tapis triomphal avec ta charité.

 

Tel est l'Amour ! Avant que ton coeur ne se blase,

A la gloire de Dieu rallume ton extase ;

C'est la Volupté vraie aux durables appas !"

 

Et l'Ange, châtiant autant, ma foi ! qu'il aime,

De ses poings de géant torture l'anathème ;

Mais le damné répond toujours : " Je ne veux pas !"

X

 

Bien loin d'ici

 

C'est ici la case sacrée

Où cette fille très parée,

Tranquille et toujours préparée,

 

D'une main éventant ses seins,

Et son coude dans les coussins,

Ecoute pleurer les bassins ;

 

C'est la chambre de Dorothée.

- La brise et l'eau chantent au loin

Leur chanson de sanglots heurtée

Pour bercer cette enfant gâtée.

 

Du haut en bas, avec grand soin,

Sa peau délicate est frottée

D'huile odorante et de benjoin.

- Des fleurs se pâment dans un coin.

XI

 

Le Gouffre

 

Pascal avait son gouffre, avec lui se mouvant,

-- Hélas! tout est abîme, -- action, désir, rêve,

Parole! et sur mon poil qui tout droit se relève

Mainte fois de la Peur je sens passer le vent.

 

En haut, en bas, partout, la profondeur, la grève,

Le silence, l'espace affreux et captivant ...

Sur le fond de mes nuits Dieu de son doigt savant

Dessine un cauchemar multiforme et sans trêve.

 

J'ai peur du sommeil comme on a peur d'un grand trou,

Tout plein de vague horreur, menant on ne sait où;

Je ne vois qu'infini par toutes les fenêtres,

 

Et mon esprit, toujours de vertige hanté,

Jalouse du néant l'insensibilité.

-- Ah! ne jamais sortir des Nombres et des Êtres!

XII

 

Les plaintes d'un Icare

 

Les amants des prostituées

Sont heureux, dispos et repus ;

Quant à moi, mes bras sont rompus

Pour avoir étreint des nuées.

 

C'est grâce aux astres nonpareils,

Qui tout au fond du ciel flamboient,

Que mes yeux consumés ne voient

Que des souvenirs de soleils.

 

En vain j'ai voulu de l'espace

Trouver la fin et le milieu ;

Sous je ne sais quel oeil de feu

Je sens mon aile qui se casse ;

 

Et brûlé par l'amour du beau,

Je n'aurai pas l'honneur sublime

De donner mon nom à l'abîme

Qui me servira de tombeau.

XIII

 

Recueillement

 

Sois sage, ô ma Douleur, et tiens-toi plus tranquille.

Tu réclamais le Soir ; il descend ; le voici :

Une atmosphère obscure enveloppe la ville,

Aux uns portant la paix, aux autres le souci.

 

Pendant que des mortels la multitude vile,

Sous le fouet du Plaisir, ce bourreau sans merci,

Va cueillir des remords dans la fête servile,

Ma douleur, donne-moi la main ; viens par ici,

 

Loin d'eux. Vois se pencher les défuntes Années,

Sur les balcons du ciel, en robes surannées ;

Surgir du fond des eaux le Regret souriant ;

 

Le Soleil moribond s'endormir sous une arche,

Et, comme un long linceul traînant à l'Orient,

Entends, ma chère, entends la douce Nuit qui marche.

XIV

 

La lune offensée

 

Ô Lune qu'adoraient discrètement nos pères,

Du haut des pays bleus où, radieux sérail,

Les astres vont se suivre en pimpant attirail,

Ma vieille Cynthia, lampe de nos repaires,

 

Vois-tu les amoureux, sur leurs grabats prospères,

De leur bouche en dormant montrer le frais émail ?

Le poète buter du front sur son travail ?

Ou sous les gazons secs s'accoupler les vipères ?

 

Sous ton domino jaune, et d'un pied clandestin,

Vas-tu, comme jadis, du soir jusqu'au matin,

Baiser d'Endymion les grâces surannées ?

 

- " Je vois ta mère, enfant de ce siècle appauvri,

Qui vers son miroir penche un lourd amas d'années,

Et plâtre artistement le sein qui t'a nourri ! "

POESIES DIVERSES

 

 

Poèmes divers

 

I

 

N'est-ce pas qu'il est doux, maintenant que nous sommes

Fatigués et flétris comme les autres hommes,

De chercher quelquefois à l'Orient lointain

Si nous voyons encore les rougeurs du matin,

 

Et, quand nous avançons dans la rude carrière,

D'écouter les échos qui chantent en arrière

Et les chuchotements de ces jeunes amours

Que le Seigneur a mis au début de nos jours ?

 

Poèmes divers

 

II

 

Il aimait à la voir, avec ses jupes blanches,

Courir tout au travers du feuillage et des branches,

Gauche et pleine de grâce, alors qu'elle cachait

Sa jambe, si la robe aux buissons s'accrochait.

 

III

 

Incompatibilité

 

Tout là-haut, tout là-haut, loin de la route sûre,

Des fermes, des vallons, par delà les coteaux,

Par delà les forêts, les tapis de verdure,

Loin des derniers gazons foulés par les troupeaux,

 

On rencontre un lac sombre encaissé dans l'abîme

Que forment quelques pics désolés et neigeux ;

L'eau, nuit et jour, y dort dans un repos sublime,

Et n'interrompt jamais son silence orageux.

 

Dans ce morne désert, à l'oreille incertaine

Arrivent par moments des bruits faibles et longs,

Et des échos plus morts que la cloche lointaine

D'une vache qui paît aux penchants des vallons.

 

Sur ces monts où le vent efface tout vestige,

Ces glaciers pailletés qu'allume le soleil,

Sur ces rochers altiers où guette le vertige,

Dans ce lac où le soir mire son teint vermeil,

 

Sous mes pieds, sur ma tête et partout, le silence,

Le silence qui fait qu'on voudrait se sauver,

Le silence éternel et la montagne immense,

Car l'air est immobile et tout semble rêver.

 

On dirait que le ciel, en cette solitude,

Se contemple dans l'onde, et que ces monts, là-bas,

Écoutent, recueillis, dans leur grave attitude,

Un mystère divin que l'homme n'entend pas.

 

Et lorsque par hasard une nuée errante

Assombrit dans son vol le lac silencieux,

On croirait voir la robe ou l'ombre transparente

D'un esprit qui voyage et passe dans les cieux.

 

VII

 

Je n'ai pas pour maîtresse une lionne illustre

 

Je n'ai pas pour maîtresse une lionne illustre :

La gueuse, de mon âme, emprunte tout son lustre ;

Invisible aux regards de l'univers moqueur,

Sa beauté ne fleurit que dans mon triste coeur.

 

Pour avoir des souliers elle a vendu son âme.

Mais le bon Dieu rirait si, près de cette infâme,

Je tranchais du Tartufe et singeais la hauteur,

Moi qui vends ma pensée et qui veux être auteur.

 

Vice beaucoup plus grave, elle porte perruque.

Tous ses beaux cheveux noirs ont fui sa blanche nuque ;

Ce qui n'empêche pas les baisers amoureux.

De pleuvoir sur son front plus pelé qu'un lépreux.

 

Elle louche, et l'effet de ce regard étrange

Qu'ombragent des cils noirs plus longs que ceux d'un ange,

Est tel que tous les yeux pour qui l'on s'est damné

Ne valent pas pour moi son oeil juif et cerné.

 

Elle n'a que vingt ans ; - la gorge déjà basse

Pend de chaque côté comme une calebasse,

Et pourtant, me traînant chaque nuit sur son corps,

Ainsi qu'un nouveau-né, je la tette et la mords,

 

Et bien qu'elle n'ait pas souvent même une obole

Pour se frotter la chair et pour s'oindre l'épaule,

Je la lèche en silence avec plus de ferveur

Que Madeleine en feu les deux pieds du Sauveur.

 

La pauvre créature, au plaisir essoufflée,

A de rauques hoquets la poitrine gonflée,

Et je devine au bruit de son souffle brutal

Qu'elle a souvent mordu le pain de l'hôpital.

 

Ses grands yeux inquiets, durant la nuit cruelle,

Croient voir deux autres yeux au fond de la ruelle,

Car, ayant trop ouvert son coeur à tous venants,

Elle a peur sans lumière et croit aux revenants.

 

Ce qui fait que de suif elle use plus de livres

Qu'un vieux savant couché jour et nuit sur ses livres,

Et redoute bien moins la faim et ses tourments

Que l'apparition de ses défunts amants.

 

Si vous la rencontrez, bizarrement parée,

Se faufilant, au coin d'une rue égarée,

Et la tête et l'oeil bas comme un pigeon blessé,

Traînant dans les ruisseaux un talon déchaussé,

 

Messieurs, ne crachez pas de jurons ni d'ordure

Au visage fardé de cette pauvre impure

Que déesse Famine a par un soir d'hiver,

Contrainte à relever ses jupons en plein air.

 

Cette bohème-là, c'est mon tout, ma richesse,

Ma perle, mon bijou, ma reine, ma duchesse,

Celle qui m'a bercé sur son giron vainqueur,

Et qui dans ses deux mains a réchauffé mon coeur.IX

 

Tous imberbes alors, sur les vieux bancs de chêne

 

Tous imberbes alors, sur les vieux bancs de chêne

Plus polis et luisants que des anneaux de chaîne,

Que, jour à jour, la peau des hommes a fourbis,

Nous traînions tristement nos ennuis, accroupis

Et voûtés sous le ciel carré des solitudes,

Où l'enfant boit, dix ans, l'âpre lait des études.

C'était dans ce vieux temps, mémorable et marquant,

Où forcés d'élargir le classique carcan,

Les professeurs, encor rebelles à vos rimes,

Succombaient sous l'effort de nos folles escrimes

Et laissaient l'écolier, triomphant et mutin,

Faire à l'aise hurler Triboulet en latin. -

Qui de nous en ces temps d'adolescences pâles,

N'a connu la torpeur des fatigues claustrales,

- L'oeil perdu dans l'azur morne d'un ciel d'été,

Ou l'éblouissement de la neige, - guetté,

L'oreille avide et droite, - et bu, comme une meute,

L'écho lointain d'un livre, ou le cri d'une émeute ?

 

C'était surtout l'été, quand les plombs se fondaient,

Que ces grands murs noircis en tristesse abondaient,

Lorsque la canicule ou le fumeux automne

Irradiait les cieux de son feu monotone,

Et faisait sommeiller, dans les sveltes donjons,

Les tiercelets criards, effroi des blancs pigeons ;

Saison de rêverie, où la Muse s'accroche

Pendant un jour entier au battant d'une cloche ;

Où la Mélancolie, à midi, quand tout dort,

Le menton dans la main, au fond du corridor, -

L'oeil plus noir et plus bleu que la Religieuse

Dont chacun sait l'histoire obscène et douloureuse,

- Traîne un pied alourdi de précoces ennuis,

Et son front moite encore des langueurs de ses nuits.

- Et puis venaient les soirs malsains, les nuits fiévreuses,

Qui rendent de leurs corps les filles amoureuses,

Et les font, aux miroirs, - stérile volupté, -

Contempler les fruits mûrs de leur nubilité, -

Les soirs italiens, de molle insouciance,

- Qui des plaisirs menteurs révèlent la science,

- Quand la sombre Vénus, du haut des balcons noirs,

Verse des flots de musc de ses frais encensoirs. -

 

Ce fut dans ce conflit de molles circonstances,

Mûri par vos sonnets, préparés par vos stances,

Qu'un soir, ayant flairé le livre et son esprit,

J'emportai sur mon coeur l'histoire d'Amaury.

Tout abîme mystique est à deux pas du doute. -

Le breuvage infiltré lentement, goutte à goutte,

En moi qui, dès quinze ans, vers le gouffre entraîné,

Déchiffrais couramment les soupirs de René,

Et que de l'inconnu la soif bizarre alterre,

- A travaillé le fond de la plus mince artère. -

J'en ai tout absorbé, les miasmes, les parfums,

Le doux chuchotement des souvenirs défunts,

Les longs enlacements des phrases symboliques,

- Chapelets murmurants de madrigaux mystiques ;

- Livre voluptueux, si jamais il en fut. -

 

Et depuis, soit au fond d'un asile touffu,

Soit que, sous les soleils des zones différentes,

L'éternel bercement des houles enivrantes,

Et l'aspect renaissant des horizons sans fin

Ramenassent ce coeur vers le songe divin, -

Soit dans les lourds loisirs d'un jour caniculaire,

Ou dans l'oisiveté frileuse de frimaire, -

Sous les flots du tabac qui masque le plafond,

J'ai partout feuilleté le mystère profond

De ce livre si cher aux âmes engourdies

Que leur destin marqua des mêmes maladies,

Et, devant le miroir, j'ai perfectionné

L'art cruel qu'un démon, en naissant, m'a donné,

- De la douleur pour faire une volupté vraie, -

D'ensanglanter un mal et de gratter sa plaie.

 

Poète, est-ce une injure ou bien un compliment ?

Car je suis vis à vis de vous comme un amant

En face du fantôme, au geste plein d'amorces,

Dont la main et dont l'oeil ont, pour pomper les forces,

Des charmes inconnus. - Tous les êtres aimés

Sont des vases de fiel qu'on boit, les yeux fermés,

Et le coeur transpercé, que la douleur allèche,

Expire chaque jour en bénissant sa flèche.

 

 

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