POESÍA
COMPLETA
Charles
Baudelaire
1821-1867
ÍNDICE
AL LECTOR.
SPLEEN E IDEAL.
I. Bendición.
II.
EL ALBATROS.
III. ELEVACIÓN.
IV. CORRESPONDENCIAS.
V. (YO AMO EL
RECUERDO...).
VI. LOS FAROS.
VII. LA MUSA ENFERMA.
VIII.
LA MUSA VENAL.
IX. EL MAL MONJE.
X.
EL ENEMIGO.
XI. L DE LA MALA
SUERTE.
XII. LA VIDA
ANTERIOR.
XIII. CARAVANA
DE GITANOS.
XIV. EL HOMBRE
Y EL MAR.
XV.
DON JUAN EN LOS INFIERNOS.
XVI. CASTIGO
DEL ORGULLO.
XVII. LA
BELLEZA.
XVIII. EL
IDEAL.
XIX. LA
GIGANTA.
XX.
LA MASCARA.
XXI. HIMNO A
LA BELLEZA.
XXII. PERFUME
EXÓTICO.
XXIII. LA
CABELLERA.
XXIV. (YO TE
ADORO...).
XXV.(TU PONDRÍAS
AL UNIVERSO ENTERO...).
XXVI.
SED NON SATIATA.
XXVII.
(CON SU VESTIMENTA...).
XXVIII. LA
SERPIENTE QUE DANZA.
XXIX. UNA
CARROÑA.
XXX.
DE PROFUNDIS CLAMAVI.
XXXI. EL
VAMPIRO.
XXXII. (UNA
NOCHE...).
XXXIII. REMORDIMIENTO POSTUMO.
XXXIV. EL GATO.
XXXV. DUELLUM.
XXXVI. EL
BALCÓN.
XXXVII. EL
POSESO.
XXXVIII.
UN FANTASMA.
XXXIX. (YO TE
DOY ESTOS VERSOS...).
XL. SEMPER EADEM.
XLI. TODA
INTEGRA.
XLII. (QUE
DIRÁS ESTA NOCHE...).
XLIII. LA
ANTORCHA VIVIENTE.
XLIV.
REVERSIBILIDAD.
XLV. CONFESIÓN.
XLVI. EL ALBA
ESPIRITUAL.
XLVII. ARMONÍA
DE LA TARDE.
XLVIII. EL
FRASCO.
XLIX. EL
VENENO.
L. CIELO
ENCAPOTADO.
LI. EL GATO.
LII. EL
HERMOSO NAVIO.
LIII. LA
INVITACIÓN AL VIAJE.
LIV. LO
IRREPARABLE.
LV. PLATICA.
LVI. CANTO DE
OTOÑO.
LVII.
A UNA MADONA.
LVIII. CANCIÓN
DE LA TARDE.
LIX. SISINA.
LX.
FRANCISCAE
MEAE LAUDES.
LXI. A UNA
DAMA CRIOLLA.
LXII.
MOESTA
ET ERRABUNDA.
LXIII. EL
ESPECTRO.
LXIV. SONETO
OTOÑAL.
LXV. TRISTEZAS
DE LA LUNA.
LXVI. LOS
GATOS.
LXVII. LOS
BUHOS.
LXVIII. LA
PIPA.
LXIX. LA
MÚSICA.
LXX.
SEPULTURA.
LXXI. UN
GRABADO FANTÁSTICO.
LXXII. EL
MUERTO ALEGRE.
LXXIII. EL
TONEL DEL ODIO.
LXXIV. LA
CAMPANA RAJADA.
LXXV. SPLEEN.
LXXVI. SPLEEN.
LXXVII. SPLEEN.
LXXVIII. SPLEEN.
LXXIX.
OBSESIÓN.
LXXX. EL GUSTO
DE LA NADA.
LXXXI.
ALQUIMIA DEL DOLOR.
LXXXII. HORROR
SIMPÁTICO.
LXXXIII.
EL HEOTONTIMORUMENOS.
LXXXIV.
LO IRREMEDIABLE.
LXXXV. EL
RELOJ.
CUADROS PARISIENSES.
LXXXVI.
PAISAJE.
LXXXVII. EL
SOL.
LXXXVIII. A
UNA MENDIGA PELIRROJA.
LXXXIX. EL
CISNE.
XC.
LOS SIETE ANCIANOS.
XCI. LAS
VIEJECITAS.
XCII. LOS
CIEGOS.
XCIII. A UNA
TRANSEÚNTE.
XCIV.
EL ESQUELETO LABRADOR.
XCV.
CREPÚSCULO VESPERTINO.
XCVI. EL JUEGO.
XCVII. DANZA
MACABRA.
XCVIII. EL
AMOR DE LA MENTIRA.
XCIX.
(YO NO HE OLVIDADO...).
C. (A LA CRIADA...).
CI. BRUMAS Y
LLUVIAS.
CII. SUEÑO
PARISIENSE.
CIII. EL
CREPÚSCULO MATUTINO.
EL VINO.
CIV. EL ALMA
DEL VINO.
CV. EL VINO DE LOS TRAPEROS.
CVI. EL VINO
DEL ASESINO.
CVII. EL VINO
DEL SOLITARIO.
CVIII. EL VINO
DE LOS AMANTES.
FLORES DEL MAL.
CIX. LA
DESTRUCCIÓN.
CX. UN MÁRTIR
CXI.
MUJERES CONDENADAS.
CXII. LAS DOS
BUENAS HERMANAS.
CXIII. LA
FUENTE DE SANGRE.
CXIV. ALEGORÍA.
CXV. LA
BEATRIZ.
CXVI.
UN VIAJE A CITEREA.
CXVII. EL
CUPIDO Y EL CRÁNEO.
REBELIÓN.
CXVIII. EN
RENIEGO DE SAN PEDRO.
CXIX. ABEL Y
CAÍN.
CXX. LAS
LETANÍAS DE SATÁN.
LA MUERTE
CXXI.
LA MUERTE DE LOS AMANTES.
CXXII. LA
MUERTE DE LOS POBRES.
CXXIII. LA
MUERTE DE LOS ARTISTAS.
CXXIV. EL
FINAL DE LA JORNADA.
CXXV.
EL SUEÑO DE UN CURIOSO.
CXXVI.
EL VIAJE.
LOS DESPOJOS.
(1866).
I. LA PUESTA DE SOL ROMÁNTICA.
PIEZAS CONDENADAS.
Extraídas de LAS FLORES DEL
MAL.
II. LESBOS.
III.
MUJERES CONDENADAS.
IV. EL LETEO.
V. PARA AQUELLA QUE ES MUY ALEGRE.
VI.
LAS JOYAS.
VII. LA
METAMORFOSIS DEL VAMPIRO.
GALANTERÍAS.
VIII. EL
SURTIDOR.
IX. LOS OJOS
DE BERTA
X. HIMNO.
XI. LAS
PROMESAS DE UN ROSTRO.
XII. EL
MONSTRUO.
XIII.
ALABANZAS DE MI FRANCISCA.
EPÍGRAFES.
XIV.
VERSOS PARA EL RETRATO.
De MONSIEUR HONORÉ DAUMIER.
XV.
LOLA DE VALENCIA.
XVI.
SOBRE "TASSO EN LA PRISIÓN".
PIEZAS DIVERSAS.
XVII. LA VOZ.
XVIII. LO
IMPREVISTO.
XIX.
EL RESCATE.
XX.
A UNA MALABARESA.
AGREGADOS DE LA TERCERA EDICIÓN.
DE LAS FLORES DEL MAL.
I. EPÍGRAFE PARA UN LIBRO CONDENADO.
II. A THEODORE DE BANVILLE.
III.
IMITACIÓN DE LONGFELLOW.
IV.
LA PLEGARIA DE UN PAGANO.
V.
LA TAPADERA.
VI.
EL EXAMEN DE MEDIANOCHE.
VII. MADRIGAL
TRISTE.
VIII. EL
ANUNCIADOR.
IX. EL REBELDE.
X.
MUY LEJOS DE AQUÍ.
XI. EL ABISMO.
XII. LAS
LAMENTACIONES DE UN ICARO.
XIII.
RECOGIMIENTO.
XIV. LA LUNA
OFENDIDA.
POESÍAS DIVERSAS.
II.
III.
INCOMPATIBILIDAD.
IV .
V.
VI.
VII.
VIII.
IX.
X.
XI.
SOBRE UN ÁLBUM DE MADAME
EMILE CHEVALET.
XII.
XIII.
XIV.
MONSELET PAILLARD
PROYECTO DE EPILOGO PARA LA SEGUNDA
EDICIÓN DE LAS FLORES DEL MAL.
VERSIÓN ORIGINAL EN FRANCÉS
AL LECTOR
La necedad, el error, el pecado, la
tacañería,
Ocupan nuestros espíritus y trabajan
nuestros cuerpos,
Y alimentamos nuestros amables
remordimientos,
Como los mendigos nutren su miseria.
Nuestros pecados son testarudos,
nuestros arrepentimientos cobardes;
Nos hacemos pagar largamente
nuestras confesiones,
Y entramos alegremente en el camino
cenagoso,
Creyendo con viles lágrimas lavar
todas nuestras manchas.
Sobre la almohada del mal está Satán
Trismegisto
Que mece largamente nuestro espíritu
encantado,
Y el rico metal de nuestra voluntad
Está todo vaporizado por este sabio
químico.
¡Es el Diablo quien empuña los hilos
que nos mueven!
A los objetos repugnantes les
encontramos atractivos;
Cada día hacia el Infierno
descendemos un paso,
Sin horror, a través de las
tinieblas que hieden.
Cual un libertino pobre que besa y
muerde
el seno martirizado de una vieja
ramera,
Robamos, al pasar, un placer
clandestino
Que exprimimos bien fuerte cual
vieja naranja.
Oprimido, hormigueante, como un
millón de helmintos,
En nuestros cerebros bulle un pueblo
de Demonios,
Y, cuando respiramos, la Muerte a
los pulmones
Desciende, río invisible, con sordas
quejas.
Si la violación, el veneno, el
puñal, el incendio,
Todavía no han bordado con sus
placenteros diseños
El canevás banal de nuestros tristes
destinos,
Es porque nuestra alma, ¡ah! no es
bastante osada.
Pero, entre los chacales, las
panteras, los podencos,
Los simios, los escorpiones, los
gavilanes, las sierpes,
Los monstruos chillones, aullantes,
gruñones, rampantes
En la jaula infame de nuestros
vicios,
¡Hay uno más feo, más malo, más
inmundo!
Si bien no produce grandes gestos,
ni grandes gritos,
Haría complacido de la tierra un
despojo
Y en un bostezo tragaríase el mundo:
¡Es el Tedio! - los ojos preñados de
involuntario llanto,
Sueña con patíbulos mientras fuma su
pipa,
Tú conoces, lector, este monstruo
delicado,
-Hipócrita lector, -mi semejante,
-¡mi hermano!
1855.
SPLEEN E IDEAL
I
Bendición
Cuando, por un decreto de las
potencias supremas,
El Poeta aparece en este mundo
hastiado,
Su madre espantada y llena de
blasfemias
Crispa sus puños hacia Dios, que de
ella se apiada:
-"¡Ah! ¡no haber parido todo un nudo
de víboras,
Antes que amamantar esta irrisión!
¡Maldita sea la noche de placeres
efímeros
En que mi vientre concibió mi
expiación!
Puesto que tú me has escogido entre
todas las mujeres
Para ser el asco de mi triste
marido,
Y como yo no puedo arrojar a las
llamas,
Como una esquela de amor, este
monstruo esmirriado,
¡Yo haré rebotar tu odio que me
agobia
Sobre el instrumento maldito de tus
perversidades,
Y he de retorcer tan bien este árbol
miserable,
Que no podrán retoñar sus brotes
apestados!"
Ella vuelve a tragar la espuma de su
odio,
Y, no comprendiendo los designios
eternos,
Ella misma prepara en el fondo de la
Gehena
Las hogueras consagradas a los
crímenes maternos.
Sin embargo, bajo la tutela
invisible de un Ángel,
El Niño desheredado se embriaga de
sol,
Y en todo cuanto bebe y en todo
cuanto come,
Encuentra la ambrosía y el néctar
bermejo.
El juega con el viento, conversa con
la nube,
Y se embriaga cantando el camino de
la cruz;
Y el Espíritu que le sigue en su
peregrinaje
Llora al verle alegre cual pájaro de
los bosques.
Todos aquellos que él quiere lo
observan con temor,
O bien, enardeciéndose con su
tranquilidad,
Buscan al que sabrá arrancarle una
queja,
Y hacen sobre El ensayo de su
ferocidad.
En el pan y el vino destinados a su
boca
Mezclan la ceniza con los impuros
escupitajos;
Con hipocresía arrojan lo que él
toca,
Y se acusan de haber puesto sus pies
sobre sus pasos.
Su mujer va clamando en las plazas
públicas:
"Puesto que él me encuentra bastante
bella para adorarme,
Yo desempeñaré el cometido de los
ídolos antiguos,
Y como ellos yo quiero hacerme
redorar;
¡Y me embriagaré de nardo, de
incienso, de mirra,
De genuflexiones, de viandas y de
vinos,
Para saber si yo puedo de un corazón
que me admira
Usurpar riendo los homenajes
divinos!
Y, cuando me hastíe de estas farsas
impías,
Posaré sobre él mi frágil y fuerte
mano;
Y mis uñas, parecidas a garras de
arpías,
Sabrán hasta su corazón abrirse un
camino.
Como un pájaro muy joven que tiembla
y que palpita,
Yo arrancaré ese corazón enrojecido
de su seno,
Y, para saciar mi bestia favorita,
Yo se lo arrojaré al suelo con
desdén!"
Hacia el Cielo, donde su mirada
alcanza un trono espléndido,
El Poeta sereno eleva sus brazos
piadosos,
Y los amplios destellos de su
espíritu lúcido
Le ocultan el aspecto de los pueblos
furiosos:
-"Bendito seas, mi Dios, que dais el
sufrimiento
Como divino remedio a nuestras
impurezas
Y cual la mejor y la más pura
esencia
Que prepara los fuertes para las
santas voluptuosidades!
Yo sé que reservarás un lugar para
el Poeta
En las filas bienaventuradas de las
Santas Legiones,
Y que lo invitarás para la eterna
fiesta
De los Tronos, de las Virtudes, de
las Dominaciones.
Yo sé que el dolor es la nobleza
única
Donde no morderán jamás la tierra y
los infiernos,
Y que es menester para trenzar mi
corona mística
Imponer todos los tiempos y todos
los universos.
Pero las joyas perdidas de la
antigua Palmira,
Los metales desconocidos, las perlas
del mar,
Por vuestra mano engastados, no
serían suficientes
Para esa hermosa Diadema
resplandeciente y diáfana;
Porque no será hecho más que de pura
luz,
Tomada en el hogar santo de los
rayos primitivos,
Y del que los ojos mortales, en su
esplendor entero,
No son sino espejos oscurecidos y
dolientes!"
1857.
II
EL ALBATROS
Frecuentemente, para divertirse, los
tripulantes
Capturan albatros, enormes pájaros
de los mares,
Que siguen, indolentes compañeros de
viaje,
Al navío deslizándose sobre los
abismos amargos.
Apenas los han depositado sobre la
cubierta,
Esos reyes del azur, torpes y
temidos,
Dejan lastimosamente sus grandes
alas blancas
Como remos arrastrar a sus costados.
Ese viajero alado, ¡cuan torpe y
flojo es!
Él, no ha mucho tan bello, ¡qué
cómico y feo!
¡Uno tortura su pico con una pipa,
El otro remeda, cojeando, del
inválido el vuelo!
El Poeta se asemeja al príncipe de
las nubes
Que frecuenta la tempestad y se ríe
del arquero;
Exiliado sobre el suelo en medio de
la grita,
Sus alas de gigante le impiden
marchar.
1859.
III
ELEVACIÓN
Por encima de los lagos, por encima
de los valles,
De las montañas, de los bosques, de
las nubes, de los mares,
Allende el sol, allende lo etéreo,
Allende los confines de las esferas
estrelladas,
Mi espíritu, tú me mueves con
agilidad,
Y, como un buen nadador que
desfallece en la onda,
Tú surcas alegremente la inmensidad
profunda
Con una indecible y máscula
voluptuosidad.
¡Vuela muy lejos de esas miasmas
mórbidas,
Ve a purificarte en el aire
superior,
Y bebe, como un puro y divino licor,
La luminosidad que colma los
espacios límpidos!
Detrás del tedio y los grandes
pesares
Que abruman con su peso la
existencia brumosa,
Dichoso aquel que puede con ala
vigorosa
Arrojarse hacia los campos luminosos
y serenos;
¡Aquel cuyos pensamientos, cual
alondras,
Hacia los cielos matutinos tienden
un libre vuelo!
¡Que se cierna sobre la vida, y
alcance sin esfuerzo
El lenguaje de las flores y de las
cosas mudas!
1857.
IV
CORRESPONDENCIAS
La Natura es un templo donde vividos
pilares
Dejan, a veces, brotar confusas
palabras;
El hombre pasa a través de bosques
de símbolos
que lo observan con miradas
familiares.
Como prolongados ecos que de lejos
se confunden
En una tenebrosa y profunda unidad,
Vasta como la noche y como la
claridad,
Los perfumes, los colores y los
sonidos se responden.
Hay perfumes frescos como carnes de
niños,
Suaves cual los oboes, verdes como
las praderas,
Y otros, corrompidos, ricos y
triunfantes,
Que tienen la expansión de cosas
infinitas,
Como el ámbar, el almizcle, el
benjuí y el incienso,
Que cantan los transportes del
espíritu y de los sentidos.
1857.
V
(YO AMO EL RECUERDO...)
Yo amo el recuerdo de esas épocas
desnudas,
En que Febo se complacía en dorar
las estatuas,
Cuando el hombre y la mujer en su
agilidad
Gozaban sin mentira y sin ansiedad,
Y, el cielo amoroso acariciándoles
el lomo,
Desplegaban la salud de su noble
máquina.
Cibeles, entonces, fértil en frutos
generosos,
No estimaba sus redes un peso muy
oneroso,
Pero, loba de corazón henchido de
ternuras vulgares,
Amamantaba al universo con sus
pezones morenos.
El hombre, elegante, robusto y
fuerte, tenía el derecho
De mostrarse orgulloso de las
beldades que le llamaban su rey;
¡Frutos puros de todo ultraje y
vírgenes de grietas,
Cuya carne lisa y firme atraía las
mordeduras!
El Poeta actualmente, cuando quiere
concebir
Estas nativas grandezas, en los
lugares donde se dejan ver
La desnudez del hombre y de la
mujer,
Siente un frío tenebroso envolver su
alma
Ante este negro cuadro lleno de
espanto.
¡Oh, monstruosidades llorando su
vestimenta!
¡Oh, ridículos troncos! ¡torsos
dignos de máscaras!
¡Oh, pobres cuerpos retorcidos,
flacos, ventrudos o fláccidos,
Que el dios Utilitario, implacable y
sereno,
Niños, los fajó en sus pañales de
bronce!
¡Y vosotras, mujeres, ¡ah!, pálidas
cual cirios
Que roe y que nutre el libertinaje,
y vosotras, vírgenes,
Del vicio materno arrastrando la
herencia.
Y todas las fealdades de la
fecundidad!
Nosotros tenemos, es verdad,
naciones corrompidas,
De los pueblos antiguos, bellezas
ignoradas:
Rostros corroídos por los chancros
del corazón,
Y como quien diría bellezas de la
languidez,
Pero estas invenciones de nuestras
musas tardías
No impedirán jamás a las razas
enfermizas
Rendir a la juventud un homenaje
profundo,
-¡A la santa juventud, al aire
simple, a la dulce frente,
A la mirada límpida y clara como un
agua corriente,
Y que va derramando sobre todo,
indiferente
Como el azul del cielo, los pájaros
y las flores,
Sus perfumes, sus cánticos y sus
dulces colores!
1857.
VI
LOS FAROS
Rubens, río de olvido, jardín de la
pereza,
Almohada de carne fresca donde no se
puede amar,
Pero donde la vida afluye y se agita
sin cesar,
Como el aire en el cielo y la mar en
el mar;
Leonardo da Vinci, espejo profundo y
sombrío,
Donde los ángeles encantadores, con
dulce sonrisa
Toda llena de misterio, aparecen en
la sombra
De los ventisqueros y los pinos que
cierran su paisaje;
Rembrandt, triste hospital lleno de
murmullos,
Y por un gran crucifijo decorado
solamente,
Donde la plegaria llorosa se exhala
de las inmundicias,
Y de un rayo invernal atravesado
bruscamente;
Miguel Ángel, lugar impreciso do
vénse los Hércules
Mezclarse a los Cristos, y elevarse
muy erguidos
Fantasmas pujantes que en los
crepúsculos
Desgarran su sudario estirando sus
dedos;
Cóleras de boxeador, impudicias de
fauno,
Tú que supiste recoger la belleza de
los granujas,
Gran corazón henchido de orgullo,
hombre débil y amarillo,
Puget, melancólico emperador de los
forzados;
Watteau, este carnaval en el que no
pocos corazones ilustres,
Como mariposas, flotan relucientes,
Decoraciones frescas y leves
iluminadas por lámparas
Que vierten la locura en este baile
vertiginoso;
Goya, pesadilla llena de cosas
desconocidas,
Fetos que se hacen cocer en medio de
los sabats,
Viejas ante el espejo y niñas todas
desnudas,
Para tentar los demonios ajustando
bien sus medias;
Delacroix, lago de sangre obsedido
por malvados ángeles,
Sombreado por un bosque de pinos
siempre verde,
Donde, bajo un cielo triste,
fanfarrias extrañas
Pasan, cual un suspiro ahogado de
Weber;
¡Estas maldiciones, estas
blasfemias, estos lamentos,
Estos éxtasis, estos gritos, estos
llantos, estos Te Deum,
Son un eco repetido por mil
laberintos;
Es para los corazones mortales un
divino opio!
Es un grito repetido por mil
centinelas,
¡Una orden transmitida por mil
portavoces.
Es un faro encendido sobre mil
ciudadelas,
Un clamor de cazadores perdidos en
los inmensos bosques!
¡Porque verdaderamente, Señor, el
mejor testimonio
Que podencos dar de nuestra dignidad
Es este ardiente sollozo que rueda
de edad en edad
Y viene a morir al borde de vuestra
eternidad!
1857.
VII
LA MUSA ENFERMA
Mi pobre Musa, ¡ah! ¿Qué tienes,
pues, esta mañana?
Tus ojos vacíos están colmados de
visiones nocturnas,
Y veo una y otra vez reflejados
sobre tu tez
La locura y el horror, fríos y
taciturnos.
El súcubo verdoso y el rosado
duende,
¿Te han vertido el miedo y el amor
de sus urnas?
La pesadilla con un puño despótico y
rebelde;
¿Te ha ahogado en el fondo de un
fabuloso Minturno?
Yo quisiera que exhalando el perfume
de la salud
Tu seno de pensamientos fuertes
fuera siempre frecuentado,
Y que tu sangre cristiana corriera
en oleadas rítmicas,
Como los sones numerosos de ]as
sílabas antiguas,
Donde reinan vez a vez el padre de
las canciones,
Febo, y el gran Pan, el señor de las
mieses.
1857.
VIII
LA MUSA VENAL
Oh, musa de mi corazón, amante de
los palacios,
¿Tendrás tú, cuando Enero suelte sus
Bóreas,
Durante los negros tedios de las
nevadas veladas,
Un tizón para calentar tus dos pies
violáceos?
¿Reanimarás, pues, tus hombros
marmóreos
En los nocturnos rayos que
atraviesan los postigos?
Sintiendo tu bolsa tan seca como tu
paladar,
¿Recogerás tú el oro de las bóvedas
azúreas?
Necesitas, para ganar tu pan de cada
día,
Como un monaguillo, manejar el
incensario,
Entonar Te Deum en el que
nada crees,
O, saltimbanqui en ayunas, desplegar
tus encantos
Y tu risa humedecida de lágrimas
invisibles,
Para dilatar las carcajadas de la
vulgaridad.
1857.
IX
EL MAL MONJE
Los claustros antiguos sobre sus
amplios muros
Despliegan en cuadros la santa
Verdad,
Cuyo efecto, caldeando las piadosas
entrañas.
Atempera la frialdad de su
austeridad.
En días que de Cristo florecían las
semillas,
Más de un ilustre monje, hoy poco
citado,
Tomando por taller el campo santo,
Glorificaba la Muerte con
simplicidad.
-Mi alma es una tumba que, pésimo
cenobita,
Desde la eternidad recorro y habito;
Nada embellece los muros de este
claustro odioso.
¡Oh, monje holgazán! ¿Cuándo sabré
yo hacer
Del espectáculo vivido de mi triste
miseria
El trabajo de mis manos y el amor de
mis ojos?
1851.
X
EL ENEMIGO
Mi juventud no fue sino una
tenebrosa borrasca,
Atravesada aquí y allá por
brillantes soles;
El trueno y la lluvia han hecho tal
desastre,
Que restan en mi jardín muy pocos
frutos bermejos.
He aquí que he llegado al otoño de
las ideas,
Y que es preciso emplear la pala y
los rastrillos
Para acomodar de nuevo las tierras
inundadas,
Donde el agua orada hoyos grandes
como tumbas.
Y ¿quién sabe si las flores nuevas
con que sueño
Encontrarán en este suelo lavado
como una playa
El místico alimento que haría su
vigor?
-¡Oh, dolor! ¡oh, dolor! ¡El Tiempo
devora la vida,
Y el oscuro Enemigo que nos roe el
corazón
Con la sangre que perdemos crece y
se fortifica!
1855.
XI
EL DE LA MALA SUERTE
(El artista ignorado.)
¡Para levantar un peso tan
abrumador,
Sísifo, sería menester tu coraje!
Por más que se ponga amor en la
obra,
El Arte es largo y el Tiempo es
corto.
Lejos de las sepulturas célebres,
Hacia un cementerio aislado,
Mi corazón, cual un tambor enlutado,
Va, tocando marchas fúnebres.
-Más de una joya duerme amortajada
En las tinieblas y el olvido,
Muy lejos de azadones y de sondas;
Más de una flor despliega con pesar
Su perfume dulce como un secreto
En las soledades profundas.
1852.
XII
LA VIDA ANTERIOR
Yo he vivido largo tiempo bajo
amplios pórticos
Que los soles marinos teñían con mil
fuegos,
Y que sus grandes pilares, erectos y
majestuosos,
Hacían que en la noche, parecieran
grutas basálticas.
Las olas, arrollando las imágenes de
los cielos,
Mezclaban de manera solemne y
mística
Los omnipotentes acordes de su rica
música
A los colores del poniente
reflejados por mis ojos.
Fue allí donde viví durante las
voluptuosas calmas,
En medio del azur, de las ondas, de
los esplendores
Y de los esclavos desnudos,
impregnados de olores,
Que me refrescaban la frente con las
palmas,
Y cuyo único afán era profundizar
El secreto doloroso que me hacía
languidecer.
1855.
XIII
CARAVANA DE GITANOS
La tribu profética, de pupilas
ardientes
Ayer se ha puesto en marcha,
cargando sus pequeños
Sobre sus espaldas, o entregando a
sus fieros apetitos
El tesoro siempre listo de sus senos
pendientes.
Los hombres van a pie bajo sus armas
lucientes
A lo largo de los carromatos, donde
los suyos se acurrucan,
Paseando por el cielo sus ojos
apesadumbrados
Por el nostálgico pesar de las
quimeras ausentes.
Desde el fondo de su reducto
arenoso, el grillo,
Mirándolos pasar, redobla su
canción;
Cibeles, que los ama, aumenta sus
verdores,
Hace brotar el manantial y florecer
el desierto
Ante estos viajeros, para los que
está abierto
El imperio familiar de las tinieblas
futuras.
1852.
XIV
EL HOMBRE Y EL MAR
¡Hombre libre, siempre adorarás el
mar!
El mar es tu espejo; contemplas tu
alma
En el desarrollo infinito de su
oleaje,
Y tu espíritu no es un abismo menos
amargo.
Te complaces hundiéndote en el seno
de tu imagen;
La abarcas con ojos y brazos, y tu
corazón
Se distrae algunas veces de su
propio rumor
Al ruido de esta queja indomable y
salvaje.
Ambos sois tenebrosos y discretos:
Hombre, nadie ha sondeado el fondo
de tus abismos,
¡Oh, mar, nadie conoce tus tesoros
íntimos,
Tan celosos sois de guardar vuestros
secretos!
Y empero, he aquí los siglos
innúmeros
En que os combatís sin piedad ni
remordimiento,
Tanto amáis la carnicería y la
muerte,
¡Oh, luchadores eternos, oh,
hermanos implacables!
1852.
XV
DON JUAN EN LOS INFIERNOS
Cuando Don Juan descendió hacia la
onda subterránea
Y hubo dado su óbolo a Caronte,
Un sombrío mendigo, la mirada fiera
como Antístenes,
Con brazo vengativo y fuerte empuñó
cada remo.
Mostrando sus senos fláccidos y sus
ropas abiertas,
Las mujeres se retorcían bajo el
negro firmamento,
Y, como un gran rebaño de víctimas
ofrendadas,
En pos de él arrastraban un
prolongado mugido.
Sganarelle riendo le reclama su
paga,
Mientras que Don Luis, con un dedo
tembloroso
Mostraba a todos los muertos,
errante en las riberas,
El hijo audaz que se burló de su
frente nevada.
Estremeciéndose bajo sus lutos, la
casta y magra Elvira,
Cerca del esposo pérfido y que fue
su amante,
Parecía reclamarle una suprema
sonrisa
En la que brillara la dulzura de su
primer juramento.
Erguido en su armadura, un gigante
de piedra
Permanecía en la barra y cortaba la
onda negra;
Pero el sereno héroe, apoyado en su
espadón,
Contemplaba la estela y sin dignarse
ver nada.
1846.
XVI
CASTIGO DEL ORGULLO
En los tiempos maravillosos en que
la Teología
Florecía con la máxima savia y
energía,
Se cuenta que un día un doctor de
los más grandes,
-Luego de haber forzado los
corazones indiferentes;
Y haberlos conmovido en sus
profundidades negras;
Después de haber franqueado hacia
las celestes glorias
Caminos singulares para él mismo
ignorados,
Donde sólo los Espíritus puros
quizás habían llegado-,
Cual un hombre encaramado muy alto,
presa de pánico,
Exclamó, transportado por un orgullo
satánico:
"¡Jesús, pequeño Jesús! ¡te he
impulsado tan alto!
Pero, si yo hubiera querido atacarte
a despecho
De la armadura, tu vergüenza
igualaría a tu gloria,
Y tú no serías más que un feto
irrisorio!"
Inmediatamente su razón desapareció.
El brillo de ese sol con un crespón
se cubrió;
Todo el caos rodó en esa
inteligencia,
Templo en otro tiempo viviente,
pleno de orden y de opulencia,
Bajo las bóvedas del cual tanta
pompa había lucido.
El silencio y la noche se instalaron
en él,
Como en una bodega cuya llave se ha
perdido.
Desde entonces se pareció a las
bestias callejeras,
Y, cuando se marchó sin ver nada, a
través
De los campos, sin distinguir los
estíos de los inviernos,
Sucio, inútil y feo como una cosa
usada,
Fue de los niños el júbilo y la
irrisión.
1850.
XVII
LA BELLEZA
Soy hermosa, ¡oh, mortales! cual un
sueño de piedra,
Y mi pecho, en el que cada uno se ha
magullado a su vez,
Está hecho para inspirar al poeta un
amor
Eterno y mudo así como la materia.
Tengo mi trono en el azar cual una
esfinge incomprendida;
Uno un corazón de nieve a la
blancura de los cisnes;
Aborrezco el movimiento que desplaza
las líneas,
Y jamás lloro y jamás río.
Los poetas, ante mis ampulosas
actitudes,
Que parezco copiar de los más
altivos monumentos,
consumirán sus días en austeros
estudios;
Porque tengo, para fascinar a esos
dóciles amantes,
Puros espejos que tornan todas las
cosas más bellas:
¡Mis ojos, mis grandes ojos, los de
los fulgores eternos!
1857.
XVIII
EL IDEAL
No serán jamás esas beldades de
viñetas,
Productos averiados, nacidos de un
siglo bribón,
Esos pies con borceguíes, esos dedos
con castañuelas,
Los que logren satisfacer un corazón
como el mío.
Le dejo a Gavarni, poeta de
clorosis,
Su tropel gorjeante de beldades de
hospital,
Porque no puedo hallar entre esas
pálidas rosas
Una flor que se parezca a mi rojo
ideal.
Lo que necesita este corazón
profundo como un abismo,
Eres tú, Lady Macbeth, alma poderosa
en el crimen,
Sueño de Esquilo abierto al clima de
los austros;
¡Oh bien tú, Noche inmensa, hija de
Miguel Ángel,
Que tuerces plácidamente en una pose
extraña
Tus gracias concebidas para bocas de
Titanes!
1851.
XIX
LA GIGANTA
Cuando Natura en su inspiración
pujante
Concebía cada día hijos monstruosos,
Me hubiera placido vivir cerca de
una joven giganta,
Como a los pies de una reina un gato
voluptuoso.
Me hubiera agradado ver su cuerpo
florecer con su alma
Y crecer libremente en sus terribles
juegos;
Adivinar si su corazón cobija una
sombría llama
En las húmedas brumas que flotan en
sus ojos;
Recorrer a mi gusto sus magníficas
formas;
Arrastrarme en la pendiente de sus
rodillas enormes,
Y a veces, en estío, cuando los
soles malsanos,
Laxa, la hacen tenderse a través de
la campiña,
Dormir despreocupadamente a la
sombra de sus senos,
Como una plácida aldea al pie de una
montaña.
1857.
XX
LA MÁSCARA
Estatua alegórica según el gusto
del Renacimiento
A Ernest Christophe, Estatuario.
Contemplemos este tesoro de gracias
florentinas;
En la ondulación de este cuerpo
musculoso
La Elegancia y la Fuerza abundan,
hermanas Divinas.
Esta mujer, trozo verdaderamente
milagroso,
Divinamente robusta, adorablemente
delgada,
Está hecha para reinar sobre lechos
suntuosos,
Y encantar los ocios de un pontífice
o de un príncipe.
-Por eso, contemplo esa sonrisa,
fina y voluptuosa
En que la fatuidad pasea su éxtasis;
Esa prolongada mirada taimada,
lánguida y burlona;
Ese rostro delicado, realzado por la
gasa,
Del que cada rasgo nos dice con aire
vencedor:
"¡La Voluptuosidad me llama y el
Amor me corona!"
A este ser dotado de tanta majestad
-¡Ved que encanto excitante la
gentileza le otorga!
Aproximémonos, y giremos en torno a
su belleza.
¡Oh, blasfemia del arte! ¡Oh,
sorpresa fatal!
¡La mujer de cuerpo divino,
prometiendo la ventura,
Por lo alto termina en un monstruo
bicéfalo!
-¡Pero, no! Sólo es una máscara, un
decorado engañoso,
Este rostro iluminado por una
exquisita mueca,
Y, mira, aquí, crispada atrozmente,
La verdadera cabeza, y el sincero
rostro
Vuelto al abrigo de la cara que
miente.
¡Pobre gran belleza! ¡El magnífico
río
De tus lágrimas vuélcase en mi
corazón receloso;
Tu mentira me embriaga, y mi alma se
abreva
En los raudales que el Dolor hace
brotar de tus ojos!
-Pero, ¿por qué llora ella? Ella,
beldad perfecta
Que pondría a sus plantas al género
humano vencido,
¿Qué mal misterioso corroe su flanco
de atleta?
-¡Ella llora, insensata, porque ella
ha vivido!
¡Y porque vive! Pero, lo que ella
deplora
Sobre todo, lo que la hace temblar
hasta las rodillas,
Es que mañana, ¡ah! ¡tendrá que
vivir todavía!
¡Mañana, pasado mañana y siempre! -
¡Como nosotros!
1859.
XXI
HIMNO A LA BELLEZA
¿Vienes del cielo profundo o surges
del abismo,
Oh, Belleza? Tu mirada infernal y
divina,
Vuelca confusamente el beneficio y
el crimen,
Y se puede, por eso, compararte con
el vino.
Tú contienes en tu mirada el ocaso y
la aurora;
Tú esparces perfumes como una tarde
tempestuosa;
Tus besos son un filtro y tu boca un
ánfora
Que tornan al héroe flojo y al niño
valiente.
¿Surges tú del abismo negro o
desciendes de los astros?
El Destino encantado sigue tus
faldas como un perro;
Tú siembras al azar la alegría y los
desastres,
Y gobiernas todo y no respondes de
nada,
Tú marchas sobre muertos, Belleza,
de los que te burlas;
De tus joyas el Horror no es lo
menos encantador,
Y la Muerte, entre tus más caros
dijes,
Sobre tu vientre orgulloso danza
amorosamente.
El efímero deslumbrado marcha hacia
ti, candela,
Crepita, arde y dice: ¡Bendigamos
esta antorcha!
El enamorado, jadeante, inclinado
sobre su bella
Tiene el aspecto de un moribundo
acariciando su tumba.
Que procedas del cielo o del
infierno, ¿qué importa,
¡Oh, Belleza! ¡monstruo enorme,
horroroso, ingenuo!
Si tu mirada, tu sonrisa, tu pie me
abren la puerta
De un infinito que amo y jamás he
conocido?
De Satán o de Dios ¿qué importa?
Ángel o Sirena,
¿Qué importa si, tornas -hada con
ojos de terciopelo,
Ritmo, perfume, fulgor ¡oh, mi única
reina!-
El universo menos horrible y los
instantes menos pesados?
1860.
XXII
PERFUME EXÓTICO
Cuando, los dos ojos cerrados, en
una cálida tarde otoñal,
Yo aspiro el aroma de tu seno
ardiente,
Veo deslizarse riberas dichosas
Que deslumbran los rayos de un sol
monótono;
Una isla perezosa en que la
naturaleza da
Árboles
singulares y frutos sabrosos;
Hombres cuyo cuerpo es delgado y
vigoroso
Y mujeres cuya mirada por su
franqueza sorprende.
Guiado por tu perfume hacia
deleitosos climas,
Yo diviso un puerto lleno de velas y
mástiles
Todavía fatigados por la onda
marina,
Mientras el perfume de los verdes
tamarindos,
Que circula en el aire y satura mi
olfato,
Se mezcla en mi alma con el canto de
los marineros.
1857.
XXIII
LA CABELLERA
¡Oh, vellón, rizándose hasta la
nuca!
¡Oh, bucles, ¡Oh, perfume saturado
de indolencia!
¡Éxtasis! ¡Para poblar esta tarde
la alcoba oscura
Con los recuerdos adormecidos en
esta cabellera
Yo la quiero agitar en el aire como
un pañuelo!
¡La lánguida Asia y la ardiente
África,
Todo un mundo lejano, ausente, casi
difunto,
Vive en tus profundidades, selva
aromática!
Así como otros espíritus bogan sobre
la música,
El mío, ¡oh, mi amor! flota sobre tu
perfume.
Yo acudiré allá donde el árbol y el
hombre, llenos de savia,
Desfallecen largamente bajo el ardor
de los climas;
Fuertes trenzas, ¡Sed la ola que me
arrebata!
Tú contienes, mar de ébano, un
deslumbrante sueño
De velas, de remeros, de llamas y de
mástiles:
Un puerto ruidoso en el que mi alma
puede beber
A raudales el perfume, el sonido y
el color;
En el que los navíos, deslizándose
en el oro y en la seda,
Abren sus amplios brazos para
abarcar la gloria
De un cielo puro en el que palpita
el eterno calor.
Sumergiré mi cabeza anhelante de
embriaguez,
En este negro océano donde el otro
está encerrado;
Y mi espíritu sutil que el rolido
acaricia
Sabrá encontrarte ¡oh fecunda
pereza!
¡Infinitos arrullos del ocio
embalsamado!
Cabellos azules, pabellón de
tinieblas tendidas,
Me volvéis el azur del cielo inmenso
y redondo;
Sobre los bordes aterciopelados de
tus crenchas retorcidas
Me embriago ardientemente con los
olores confundidos
Del aceite de coco, del almizcle y
la brea.
¡Hace tiempo! ¡Siempre! ¡Mi mano en
tus crines pesadas
Sembrará el rubí, la perla y el
zafiro,
A fin de que a mi deseo jamás seas
sorda!
¿No eres tú el oasis donde sueño, y
la calabaza
De la que yo sorbo a largos tragos
el vino del recuerdo?
1859.
XXIV
(YO TE ADORO...)
Yo te adoro al igual que la bóveda
nocturna,
Oh, vaso de tristeza, oh gran
taciturna,
Y te amo lo mismo, bella, cuando tú
me huyes,
Y cuando me pareces, ornamento de
mis noches,
Más irónicamente acumular las leguas
Que separan mis brazos de las
inmensidades azules.
Me adelanto al ataque, y trepo en
los asaltos,
Como alrededor de un cadáver un coro
de gusanos,
Y quiero ¡oh, bestia implacable y
cruel!
Hasta esta frialdad por la que me
eres más bella!
1857.
XXV
(TU PONDRÍAS AL UNIVERSO
ENTERO...)
Meterías al universo entero en tu
calleja,
¡Mujer impura! El hastío torna tu
alma cruel.
Para ejercitar tus dientes en este
juego singular,
Necesitas cada día un corazón en el
pesebre.
Tus ojos, iluminados cual tiendas
Y tejos llameantes en los festejos
públicos,
Utilizan insolentemente un poder
prestado,
Sin conocer jamás la ley de su
belleza.
¡Máquina ciega y sorda, en
crueldades fecunda!
Salutífero instrumento, bebedor de
la sangre del mundo,
¿Cómo no tienes vergüenza y cómo no
has visto,
Ante todos los espejos, palidecer
tus atractivos?
La grandeza de este mal en que te
crees sabia
¿No te ha hecho nunca retroceder de
espanto,
Cuando la natura, grande en sus
designios ocultos,
De ti se sirve, ¡oh mujer! ¡oh reina
de los pecados!
-De ti, vil animal-, para amasar un
genio?
¡Oh, fangosa grandeza! ¡sublime
ignominia!
1857.
XXVI
SED NON SATIATA
Extravagante deidad, oscura como las
noches,
Con perfume mezclado de almizcle y
de habano,
Obra de algún obi, el Fausto de la
sabana,
Hechicera con ijares de ébano,
engendro de negras mediasnoches,
Yo prefiero a la constancia, al
opio, a las noches,
El elixir de tu boca donde el amor
se pavonea;
Cuando hacia ti mis deseos parten en
caravana,
Tus ojos son la cisterna donde beben
mis hastíos.
Por esos dos grandes ojos negros,
tragaluces de tu alma,
¡Oh, demonio sin piedad! vierte
sobre mí menos fuego;
Que no soy el Estigio para abrazarte
nueve veces,
¡Ay! y no puedo, Megera libertina,
Para quebrar tu coraje y dejarte en
las últimas,
En el infierno de tu lecho volverme
Proserpina.
1857.
XXVII
(CON SU VESTIMENTA...)
Con su vestimenta ondulante y
nacarada,
Hasta cuando camina, se creería que
ella danza,
Como esas largas serpientes que los
juglares sagrados
En el extremo de sus bastones agitan
con cadencia.
Como las arenas sombrías y el azur
de los desiertos,
Insensibles ambos al humano
sufrimiento,
Como las prolongadas redes de las
olas de los mares,
Ella se desenvuelve con
indiferencia.
Sus ojos pulidos están hechos de
minerales encantos,
Y en esta naturaleza extraña y
simbólica
Donde el ángel inviolado se mezcla a
la esfinge antigua,
Donde todo no es más que oro, acero,
luz y diamantes,
Resplandece eternamente, cual un
astro inútil,
La fría majestad de la mujer
estéril.
1857.
XXVIII
LA SERPIENTE QUE DANZA
¡Cómo me agrada ver, querida
indolente,
De tu cuerpo tan bello,
Como una estofa vacilante,
Reverberar la piel!
Sobre tu cabellera profunda,
De acres perfumes,
Mar oloroso y vagabundo
De olas azules y sombrías,
Cual un navío que se despierta
Al viento matutino,
Mi alma soñadora apareja
Para un horizonte lejano.
Tus ojos, en los que no se revela
Nada dulce ni amargo,
Son dos joyas frías en las que se
mezcla
El oro con el hierro.
Al verte marchar cadenciosa,
Bella en tu abandono,
Se diría una sierpre que danza
En el extremo de un bastón.
Bajo el fardo de tu pereza
Tu cabeza de niño
Se balancea con la molicie
de un joven elefante.
Y tu cuerpo se inclina y se estira
Cual un fino navío
Que rola bordeando y sumerge
Sus vergas en el agua.
Como un oleaje engrosado por la
fusión
De los glaciares rugientes,
Cuando el agua de tu boca sube
Al borde de tus dientes,
Yo creo beber un vino de Bohemia
Amargo y vencedor,
¡Un cielo líquido que esparce
Estrellas en mi corazón!
1857.
XXIX
UNA CARROÑA
Recuerdas el objeto que vimos, mi
alma,
Aquella hermosa mañana de estío tan
apacible;
A la vuelta de un sendero, una
carroña infame
Sobre un lecho sembrado de
guijarros,
Las piernas al aire, como una hembra
lúbrica,
Ardiente y exudando los venenos,
Abría de una manera despreocupada y
cínica
Su vientre lleno de exhalaciones.
El sol dardeaba sobre aquella
podredumbre,
Como si fuera a cocerla a punto,
Y restituir centuplicado a la gran
Natura,
Todo cuanto ella había juntado;
Y el cielo contemplaba la osamenta
soberbia
Como una flor expandirse.
La pestilencia era tan fuerte, que
sobre la hierba
Tú creíste desvanecerte.
Las moscas bordoneaban sobre ese
vientre podrido,
Del que salían negros batallones
De larvas, que corrían cual un
espeso líquido
A lo largo de aquellos vivientes
harapos.
Todo aquello descendía, subía como
una marea,
O se volcaba centelleando;
Hubiérase dicho que el cuerpo,
inflado por un soplo indefinido,
Vivía multiplicándose.
Y este mundo producía una extraña
música,
Como el agua corriente y el viento,
O el grano que un aechador con
movimiento rítmico,
Agita y revuelve en su harnero.
Las formas se borraron y no fueron
sino un sueño,
Un esbozo lento en concretarse,
Sobre la tela olvidada, y que el
artista acaba
Solamente para el recuerdo.
Detrás de las rocas una perra
inquieta
Nos vigilaba con mirada airada,
Espiando el momento de recuperar del
esqueleto
El trozo que ella había aflojado.
-Y sin embargo, tú serás semejante a
esa basura,
A esa horrible infección,
Estrella de mis ojos, sol de mi
natura,
¡Tú, mi ángel y mi pasión!
¡Sí! así estarás, oh reina de las
gracias,
Después de los últimos sacramentos,
Cuando vayas, bajo la hierba y las
floraciones crasas,
A enmollecerte entre las osamentas.
¡Entonces, ¡oh mi belleza! Dile a
la gusanera
Que te consumirán los besos,
Que yo he conservado la forma y la
esencia divina
De mis amores descompuestos!
1844 (?)
XXX
DE PROFUNDIS CLAMAVI
Imploro tu piedad, Tú, el único que
yo amo,
Desde el fondo del abismo oscuro
donde mi corazón ha caído.
Es un universo triste de horizonte
plúmbeo,
Donde flotan en la noche el horror y
la blasfemia;
Un sol sin calor se cierne por
encima seis meses,
Y los otros seis la noche cubre la
tierra;
Es un lugar más desnudo que la
tierra polar;
-¡Ni bestias, ni arroyos, ni verdor,
ni bosques!
Pues bien, no hay horror en el mundo
que supere
La fría crueldad de este sol de
hielo
Y esta inmensa noche semejante al
viejo Caos;
Envidio la suerte de los más viles
animales
Que pueden sumergirse en un sueño
estúpido,
¡A tal punto la madeja del tiempo
lentamente se devana!
1851.
XXXI
EL VAMPIRO
Tú que, como una cuchillada,
En mi corazón doliente has entrado;
Tú que, fuerte como un tropel
De demonios, llegas, loca y
adornada,
De mi espíritu humillado
Haces tu lecho y tu imperio,
-Infame a quien estoy ligado,
Como el forzado a la cadena,
Como al juego el jugador
empedernido,
Como a la botella el borracho,
Como a los gusanos la carroña,
-¡Maldita, maldita seas!
He implorado a la espada rápida
La conquista de mi libertad,
Y he dicho al veneno pérfido
Que socorriera mi cobardía.
¡Ah! El veneno y la espada
Me han desdeñado y me han dicho:
"Tú no eres digno de que te
arranquen
De tu esclavitud maldita,
¡Imbécil! - de su imperio
Si nuestros esfuerzos te libraran,
Tus besos resucitarían
El cadáver de tu vampiro!"
1855.
XXXII
(UNA NOCHE...)
Una noche que estaba junto a una
horrible judía,
Como a la vera de un cadáver, un
cadáver tendido,
Me dediqué a pensar, cerca de aquel
cuerpo vendido,
En la triste belleza de la que mi
deseo se priva.
Me representé su majestad nativa,
Su mirada de vigor y de gracias
armada,
Sus cabellos que le forman un casco
perfumado,
Y cuyo recuerdo para el amor me
reanima.
Porque yo hubiera con fervor besado
tu noble cuerpo,
Y desde tus pies frescos hasta tus
negras trenzas
Desplegado el tesoro de las
profundas caricias,
Si, cualquier noche, con lágrimas
derramadas sin esfuerzo.,
Pudieras solamente, ¡oh reina de
crueldad!
Oscurecer el esplendor de tus frías
pupilas.
1857.
XXXIII
REMORDIMIENTO POSTUMO
Cuando tú duermas, mi bella
tenebrosa,
En el fondo de un mausoleo
construido en mármol negro,
Y cuando no tengas por alcoba y
morada
Más que una bóveda lluviosa y una
fosa vacía;
Cuando la piedra, oprimiendo tu
pecho miedosa
Y tus caderas que atemperaba un
deleitoso abandono,
Impida a tu corazón latir y querer,
Y a tus pies correr su carrera
aventurera,
La tumba, confidente de mi ensueño
infinito
(Porque la tumba siempre
interpretará al poeta),
Durante esas interminables noches de
las que el sueño está proscrito,
Te dirá: "¿De qué te sirve,
cortesana imperfecta,
No haber conocido lo que lloran los
muertos?"
-Y el gusano roerá tu piel como un
remordimiento.
1855.
XXXIV
EL GATO
Ven, mi hermoso gato, cabe mi
corazón amoroso;
Retén las garras de tu pata,
Y déjame sumergir en tus bellos
ojos,
Mezclados de metal y de ágata.
Cuando mis dedos acarician
complacidos
Tu cabeza y tu lomo elástico,
Y mi mano se embriaga con el placer
De palpar tu cuerpo eléctrico,
Veo a mi mujer en espíritu. Su
mirada,
como la tuya, amable bestia,
Profunda y fría, corta y hiende como
un dardo,
Y, de los pies hasta la cabeza,
Un aire sutil, un peligroso perfume,
Flotan alrededor de su cuerpo
moreno.
1857.
XXXV
DUELLUM
Dos guerreros se han precipitado uno
sobre el otro; sus armas
Han salpicado el aire con destellos
y sangre.
Estos juegos, estos tintineos del
hierro son el estrépito
De una juventud víctima del amor
plañidero.
¡Las espadas se han quebrado! como
nuestra juventud,
¡Mi querida! Pero los dientes, las
uñas aceradas,
Vengan pronto la espada y la daga
traidora.
-¡Oh, furor de los corazones maduros
por el amor ulcerados!
En el barranco frecuentado por
panteras y onzas
Nuestros héroes, agarrándose
malamente, han rodado,
Y su piel florecerá la aridez de las
zarzas.
-¡Este abismo, es el infierno, por
nuestros amigos habitado!
¡Rodemos hacia él, sin
remordimientos, amazona inhumana,
A fin de eternizar el ardor de
nuestro odio!
1858.
XXXVI
EL BALCÓN
Madre de los recuerdos, amante de
las amantes,
¡Oh, tú, todos mis placeres! ¡Oh tú,
todos mis deberes!
Tú me recordarás la belleza de las
caricias,
La dulzura del hogar y el encanto de
las noches,
¡Madre de los recuerdos, amante de
las amantes!
¡Las veladas iluminadas por el ardor
del carbón,
Y las tardes en el balcón, veladas
de vapores rosados.
¡Cuan dulce me era tu seno! y tu
corazón ¡qué caro!
Nos hemos dicho con frecuencia
imperecederas cosas
En las veladas iluminadas por el
ardor del carbón.
¡Qué hermosos son los soles en las
cálidas tardes!
¡Qué profundo el espacio! ¡Qué
potente el corazón!
Inclinándome hacia ti, reina de las
adoradas,
Yo creía respirar el perfume de tu
sangre.
¡Qué hermosos son los soles en
cálidas tardes!
La noche se apaciguaba como en un
claustro,
Y mis ojos en la oscuridad
barruntaban tus pupilas,
Y yo bebía tu aliento, ¡oh dulzura!
¡oh veneno!
Y tus pies se adormecían en mis
manos fraternales.
La noche se apaciguaba como en un
claustro.
Yo sé del arte de evocar los minutos
dichosos,
Y volví a ver mi pasado agazapado en
tus rodillas.
Porque ¿a qué buscar tus bellezas
lánguidas
Fuera de tu querido cuerpo y de tu
corazón tan dulce?
¡Yo sé del arte de evocar los
minutos dichosos!
Esos juramentos, esos perfumes, esos
besos infinitos,
¿Renacerán de un abismo vedado a
nuestras sondas,
Como suben al cielo los soles
rejuvenecidos
Luego de lavarse en el fondo de los
mares profundos?
-¡Oh, juramentos! ¡oh, perfumes! ¡oh,
besos infinitos!
1857.
XXXVII
EL POSESO
El sol se ha cubierto con un
crespón. Como él,
¡Oh, Luna de mi vida! arrópate de
sombra;
Duerme o fuma a tu agrado; permanece
muda, sombría,
Y húndete íntegra en el abismo del
Hastío;
¡Te amo así! Sin embargo, si hoy tú
deseas,
Como un astro eclipsado que sale de
la penumbra,
Pavonearte en los lugares que la
Locura obstruye,
¡Está bien! Delicioso puñal, ¡surge
de tu vaina!
¡Ilumina tu
pupila a la llama de los candelabros!
¡Ilumina el deseo en las miradas de
los rústicos!
Todo lo tuyo para mí es placer,
morboso o petulante;
Sé lo que quieras, noche negra, roja
aurora;
No hay una fibra en todo mi cuerpo
palpitante
Que no exclame:
¡Oh mi querido Belzebú, te adoro!
1859.
XXXVIII
UN FANTASMA
(1)
Las tinieblas
En las cavernas de insondable
tristeza
Donde el Destino ya me ha relegado;
Donde jamás penetra un rayo rosado y
alegre;
Donde, sólo, con la Noche, áspera
huéspeda,
Yo soy como un pintor que un Dios
burlón
Condena a pintar, ¡ah! sobre las
tinieblas;
Oh, cocinero de apetitos fúnebres,
Yo hago hervir y como mi corazón,
Por instantes brilla, se extiende, y
se exhibe
Un espectro hecho de gracia y de
esplendor.
En un soñador paso oriental,
Cuando alcanza su total grandeza,
Yo reconozco a mi bella visita:
¡Es Ella! Negra y, no obstante,
luminosa.
(2)
El perfume
Lector, ¿alguna vez has respirado
Con embriaguez y lenta golosina
El grano de incienso que satura una
iglesia,
O de un "sachet" el almizcle
inveterado?
¡Encanto profundo, mágico, con que
nos embriaga
En el presente el pasado revivido!
Así el amante sobre un cuerpo
adorado
Del recuerdo recoge la flor
exquisita.
De sus cabellos elásticos y pesados,
Viviente "sachet", incensario de la
alcoba,
Un aroma subía, salvaje y fiero,
Y de sus ropas, muselina o
terciopelo,
Todas impregnadas de su juventud
pura,
Se desprendía un perfume de piel.
(3)
El marco
Así como un bello marco agrega a la
pintura,
Bien que ella sea de un pincel muy
alabado,
Yo no sé qué de extraño y de
encantado
Al distanciarla de la inmensa
natura,
Así, joyas, muebles, metales,
dorados,
Se adaptaban precisos a su rara
belleza;
Nada ofuscaba su perfecta claridad,
Y todo parecía servirle de marco.
Hasta se hubiera dicho a veces que
ella creía
Que todo quería amarla; pues ahogaba
Su desnudez voluptuosamente
En los besos de la seda y de la
lencería,
Y, lenta o brusca, en cada
movimiento
Mostraba la gracia infantil de un
simio.
(4)
El retrato
La Enfermedad y la Muerte producen
cenizas
De todo el fuego que por nosotros
arde.
De aquellos grandes ojos tan
fervientes y tan tiernos,
De aquella boca en la que mi corazón
se ahogó,
De aquellos besos pujantes cual un
dictamen,
De aquellos transportes más vivos
que los rayos,
¿Qué resta? ¡Es horrendo! ¡oh, mi
alma mía!
Nada más que un diseño muy pálido,
con tres trazos,
Que, como yo, muere en la soledad,
Y que el Tiempo, injurioso anciano,
Cada día frota con su ala ruda...
Negro asesino de la Vida y del Arte,
¡Tú no matarás jamás en mi memoria
Aquella que fue mi placer y mi
gloria!
1860.
XXXIX
(YO TE DOY ESTOS VERSOS...)
Yo te doy estos versos a fin de que,
si mi nombre
Aborda afortunadamente las épocas
lejanas,
Y hace soñar una noche los cerebros
humanos,
Navío favorecido por un gran
aquilón,
Tu memoria, semejante a las fábulas
inciertas,
Fatiga al lector como un tímpano,
Y por un fraternal y místico eslabón
Queda como pendiente de mis rimas
altivas;
Ser maldito a quien, del abismo
profundo
Hasta lo más alto del cielo, nada,
fuera de mí, responde;
-¡Oh tú que, como una sombra de
rastro efímero,
Hollas con un paso leve y una mirada
serena
Los estúpidos mortales que te han
juzgado amarga,
Estatua con ojos de jade, gran ángel
con la frente de bronce!
1857.
XL
SEMPER EADEM
"¿De dónde os viene, decís, esta
tristeza extraña,
Trepando como el mar sobre el peñón
negro y desnudo?"
-Cuando nuestro corazón ha hecho una
vez su vendimia,
¡Vivir es un mal! Es un secreto de
todos conocido,
Un dolor muy simple y nada
misterioso,
Y, como vuestra alegría, brillante
para todos.
Deja de buscar, entonces, ¡Oh, bella
curiosa!
Y, por más que vuestra voz sea
dulce, ¡callad! ¡callaos!
¡Callad, ignorante! ¡Alma siempre
arrebatada!
¡Boca de risa infantil! Más aún que
la Vida,
La Muerte nos retiene casi siempre
con lazos sutiles.
¡Dejad, dejad mi corazón embriagarse
de una mentira,
Sumergirse en vuestros bellos ojos
como en un hermoso sueño,
Y dormitar mucho tiempo a la sombra
de vuestras pestañas!
1860.
XLI
TODA INTEGRA
El Demonio, en mi altillo,
Esta mañana vino a verme,
Y, tratando de cogerme en falta,
Me ha dicho: "Yo quisiera saber,
Entre todas las hermosas cosas
De que está hecho su encanto,
Entre los objetos negros o rosados
Que componen su cuerpo encantador,
Cuál es el más dulce." -¡Oh, mi
alma!
Tú respondiste al Aborrecido:
Puesto que en Ella todo está
dictaminado,
Nada puede ser preferido.
Cuando todo me encanta, yo ignoro
Si alguna cosa me seduce,
Ella deslumbra como la Aurora
Y consuela como la Noche;
Y la armonía es harto exquisita,
Que gobierna todo su bello cuerpo,
Para que la impotencia analice
Anotando los numerosos acordes.
¡Oh, metamorfosis mística
De todos mis sentidos fundidos en
uno!
¡Su aliento produce la música,
Así como su voz hace el perfume!
1857.
XLII
(QUE DIRÁS ESTA NOCHE...)
¿Qué dirás esta noche, pobre alma
solitaria,
Qué dirás, corazón mío, corazón
otrora marchito,
A la hermosísima, a la buenísima, a
la carísima,
Cuya divina mirada de pronto te ha
reflorecido?
-Emplearemos nuestro orgullo
entonando sus loas,
Nada vale la dulzura de su
autoridad;
Su carne espiritual tiene el perfume
de los Ángeles,
Y su mirada nos reviste con un manto
de claridad.
Que así sea la noche y en la
soledad,
Que así sea en la calle y entre la
multitud,
Su fantasma en el aire danza como
una antorcha.
A veces él habla y dice: "Soy bella
y ordeno
Que por el amor mío no améis más que
lo Bello;
Yo soy el Ángel guardián, la Musa y
la Madona".
1854.
XLIII
LA ANTORCHA VIVIENTE
Marchan ante mí, estos Ojos llenos
de luces,
Que un Ángel sapientísimo sin duda
ha imantado;
Avanzan, esos divinos hermanos que
son mis hermanos,
Sacudiendo ante mis ojos sus fuegos
diamantinos.
Salvándome de toda trampa y de todo
pecado grave,
Conducen mis pasos por la ruta de lo
Bello;
Son mis servidores y yo soy su
esclavo;
Todo mi ser obedece a esa viviente
antorcha.
Encantadores ojos, brilláis con el
fulgor místico
Que tienen los cirios ardiendo en
pleno día; el sol
Enrojece, pero no extingue su llama
fantástica;
Ellos celebran la Muerte, vosotros
cantáis el Despertar;
¡Vosotros marcháis entonando el
despertar de mi alma,
Astros de los cuales ningún sol
puede marchitar la llama!
1854.
XLIV
REVERSIBILIDAD
Ángel lleno de alegría, ¿conoces la
angustia,
La vergüenza, los remordimientos,
los sollozos, las molestias,
Y los vagos terrores de esas
horribles noches
Que oprimen el corazón como un papel
estrujado?
Ángel lleno de alegría, ¿conoces la
angustia?
Ángel lleno de bondad, ¿conoces el
odio,
Los puños crispados, en la sombra y
las lágrimas de hiel,
Cuando la venganza bate su infernal
llamado,
Y de nuestras facultades se hace la
capitana?
Ángel lleno de bondad, ¿conoces el
odio?
Ángel lleno de salud, ¿conoces las
fiebres,
Que a lo largo de los murallones
pálidos del hospicio,
Como exiliados, se marchan
arrastrando los pasos,
Buscando el raro sol y moviendo los
labios?
Ángel pleno de salud, ¿conoces las
fiebres?
Ángel lleno de belleza, ¿conoces las
arrugas,
Y el miedo de envejecer, y este
horrendo tormento
De leer el secreto horror de la
abnegación
En los ojos donde largo tiempo
bebieron nuestros ojos ávidos?
Ángel lleno de belleza, ¿conoces las
arrugas?
Ángel lleno de ventura, de alegría y
de luces,
David moribundo habría pedido la
salvación
A las emanaciones de tu cuerpo
encantado;
Pero, de ti yo no imploro, ángel,
más que tus plegarias,
¡Ángel lleno de ventura, de alegría
y de luces!
1853.
XLV
CONFESIÓN
Una vez, una sola, amable y dulce
mujer,
En mi brazo tu brazo pulido
Se apoyó (sobre el fondo tenebroso
de mi alma
Este recuerdo no ha palidecido);
Era tarde; cual una medalla nueva
La luna llena se mostraba,
Y la solemnidad de la noche, como un
río,
Sobre París durmiente corría.
Y a lo largo de las casas, bajo las
puertas cocheras,
Los gatos pasaban furtivamente,
El oído en acecho, o bien, como
sombras queridas.
Nos acompañaban lentamente.
De pronto, en medio de la intimidad
libre
Abierta a la pálida claridad,
De ti, rico y sonoro instrumento
donde no vibra
Más que la radiante alegría,
De ti, clara y alegre cual una
fanfarria
En la mañana chispeante,
Una nota llorosa, una nota
discordante,
Se escapó vacilando
Como un niño endeble, horrible,
sombrío, inmundo,
Del que su familia se avergonzara,
Y que, durante mucho tiempo, para
ocultarlo al mundo,
En una cueva lo tuviera en secreto.
Pobre ángel, ella entonó, su nota
chillona:
"Nada aquí abajo es cierto,
Y siempre, por más que se acicale,
Se traiciona el egoísmo humano;
"Es duro oficio el de ser bella
mujer,
Y es el trabajo banal
De la bailarina loca y fría que se
pasma
En una sonrisa maquinal;
"Construir sobre los corazones es
una cosa necia;
Que todo vacila, amor y belleza,
Hasta que el Olvido los arroja en su
capacho,
¡Para volverlos a la Eternidad!"
Con frecuencia he evocado esta luna
encantada,
Este silencio y esta languidez,
Y esta confidencia horrible
murmurada
En el confesionario del corazón.
1855.
XLVI
EL ALBA ESPIRITUAL
Cuando entre los disolutos el alba
blanca y bermeja
Se asocia con el Ideal roedor,
Por obra de un misterio vengador
En el bruto adormecido un ángel se
despierta.
De los Cielos Espirituales el
inaccesible azur,
Para el hombre abatido que aún sueña
y sufre,
Se abre y se hunde con la atracción
del abismo.
Así, cara Diosa, Ser lúcido y puro,
Sobre los restos humeantes de
estúpidas orgías
Tu recuerdo más claro, más rosado,
más encantador,
Ante mis ojos agrandados voltigea
incesante
El sol ha oscurecido la llama de las
bujías;
¡Así, siempre vencedor, tu fantasma
se parece,
Alma resplandeciente, al sol
inmortal!
1854.
XLVII
ARMONÍA DE LA TARDE
He aquí que llega el tiempo en que
vibrante en su tallo
Cada flor se evapora cual un
incensario;
Los sonidos y los perfumes giran en
el aire de la tarde,
¡Vals melancólico y lánguido
vértigo!
Cada flor se evapora cual un
incensario;
El violín vibra como un corazón
afligido;
¡Vals melancólico y lánguido
vértigo!
El cielo está triste y bello como un
gran altar.
El violín vibra como un corazón
afligido,
¡Un corazón tierno que odia la nada
vasta y negra!
El cielo está triste y bello como un
gran altar;
El sol se ha ahogado en su sangre
coagulada.
Un corazón tierno, que odia la nada
vasta y negra,
¡Del pasado luminoso recobra todo
vestigio!
El sol se ha ahogado en su sangre
coagulada...
¡Tu recuerdo en mí luce como una
custodia!
1857.
XLVIII
EL FRASCO
Hay fuertes perfumes para los que
toda materia
Es porosa. Se diría que penetran el
vaso.
Al abrir un cofrecillo llegado del
Oriente
Cuya cerradura rechina y se resiste
chirriando,
O bien en una casa desierta en algún
armario
Lleno del acre olor del tiempo,
polvoriento y negro,
A veces encontramos un viejo frasco
que se recuerda
Del que surge vivísima un alma que
resucita.
Mil pensamientos dormían, crisálidas
fúnebres,
Temblando dulcemente en las pesadas
tinieblas,
Que entreabren su ala y toman su
impulso,
Teñidas de azur, salpicadas de rosa,
laminadas de oro.
He aquí el recuerdo embriagador que
revolotea
En el aire turbado; los ojos se
cierran: el Vértigo
Agarra el alma vencida y la arroja a
dos manos
Hacia un abismo oscurecido de
miasmas humanas;
La derriba al borde de un abismo
secular,
Donde, Lázaro oloroso desgarrando un
sudario,
Se mueve en su despertar el cadáver
espectral
De un viejo amor rancio, encantador
y sepulcral.
Así, cuando yo esté perdido en la
memoria
De los hombres, en el rincón de un
siniestro armario
guando me hayan arrojado, viejo
frasco desolado,
Decrépito, polvoriento, sucio,
abyecto, viscoso, rajado,
¡Yo seré tu ataúd, amable
pestilencia!
El testigo de tu fuerza y de tu
virulencia,
¡Caro veneno preparado por los
ángeles! licor
Que me corroe, ¡Oh, la vida y la
muerte de mi corazón!
1857.
XLIX
EL VENENO
El vino sabe revestir el más sórdido
antro
De un lujo milagroso,
Y hace surgir más de un pórtico
fabuloso
En el oro de su vapor rojizo,
Como un sol poniéndose en un cielo
nebuloso.
El opio agranda lo que no tiene
límites,
Prolonga lo ilimitado,
Profundiza el tiempo, socava la
voluptuosidad,
Y de placeres negros y melancólicos
Colma el alma más allá de su
capacidad.
Todo eso no vale el veneno que
destila
De tus ojos, de tus ojos verdes,
Lagos donde mi alma tiembla y se ve
al revés...
Mis sueños acuden en tropel
Para refrescarse en esos abismos
amargos.
Todo esto no vale el terrible
prodigio
De tu saliva que muerde,
Que sume en el olvido mi alma sin
remordimiento,
¡Y, arrastrando el vértigo,
La rueda desfalleciente en las
riberas de la muerte!
1857.
L
CIELO ENCAPOTADO
Se diría tu mirar por un vapor
cubierto;
Tu pupila misteriosa (¿es azul, gris
o verde?)
Alternativamente tierna, soñadora,
cruel,
Refleja la indolencia y la palidez
del cielo.
Tú recuerdas esos días blancos,
tibios y velados,
Que hacen fundirse en lágrimas los
corazones hechizados,
Cuando, agitados por un mal
desconocido que los tuerce,
Los nervios demasiado despiertos se
burlan del espíritu que duerme.
Te asemejas a veces a esos bellos
horizontes
Que iluminan los soles de las
brumosas estaciones...
¡Cómo resplandeces, paisaje
humedecido
Que inflaman los rayos cayendo de un
cielo encapotado!
¡Oh, mujer peligrosa, oh seductores
climas!
¿Adoraré también tu nieve y tu
escarcha,
Y, lograré extraer del implacable
invierno
Placeres más agudos que el hielo y
el hierro?
1857.
LI
EL GATO
(1)
En mi cerebro se pasea,
Como en su morada,
Un hermoso gato, fuerte, suave y
encantador.
Cuando maúlla, casi no se le
escucha,
A tal punto su timbre es tierno y
discreto;
Pero, aunque, su voz se suavice o
gruña,
Ella es siempre rica y profunda:
Allí está su encanto y su secreto.
Esta voz, que brota y que filtra,
En mi fondo más tenebroso,
Me colma cual un verso cadencioso
Y me regocija como un filtro.
Ella adormece los más crueles males
Y contiene todos los éxtasis;
Para decir las más largas frases,
Ella no necesita de palabras.
No, no hay arco que muerda
Sobre mi corazón, perfecto
instrumento,
Y haga más noblemente
Cantar su más vibrante cuerda.
Que tu voz, gato misterioso,
Gato seráfico, gato extraño,
En que todo es, cual en un ángel,
¡Tan sutil como armonioso!
(II)
De su piel blonda y oscura
Brota un perfume tan dulce, que una
noche
Yo quedé embalsamado, por haberlo
Acariciado una vez, nada más que
una.
Es el espíritu familiar del lugar;
El juzga, él preside, él inspira
Todas las cosas en su imperio;
¿No será un hada, Dios?
Cuando mis ojos, hacia este gato
amado
Atraídos como por un imán,
Se vuelven dócilmente
Y me contemplo en mí mismo,
Veo con asombro
El fuego de sus pupilas pálidas,
Claros fanales, vividos ópalos,
Que me contemplan fijamente.
1857.
LII
EL HERMOSO NAVIO
Yo deseo relatarte, ¡oh, voluptuosa
hechicera!
Los diversos atractivos que
engalanan tu juventud;
Pintar quiero tu belleza,
Donde la infancia se alía con la
madurez.
Cuando barres el aire con tus faldas
amplias,
Produces el efecto de un hermoso
navío haciéndose a la mar,
Desplegado el velamen, y que va
rolando
Siguiendo un ritmo dulce, y
perezoso, y lento.
Sobre tu cuello largo y torneado,
sobre tus hombros opulentos,
Tu cabeza se pavonea con extrañas
gracias;
Con un aire plácido y triunfal
Atraviesas tu camino, majestuosa
criatura.
Yo te quiero relatar, ¡oh,
voluptuosa hechicera!
Los diversos atractivos que
engalanan tu juventud;
Pintarte quiero tu belleza,
Donde la infancia se alía a la
madurez.
Tu pecho que se adelanta y que
realza el muaré,
Tu seno triunfante es una bella
armadura
Cuyos paneles combados y claros
Como los escudos atajan los dardos;
¡Escudos provocadores, armados de
puntas rosadas!
Armario de dulces secretos, lleno de
buenas cosas,
De vinos, perfumes, licores
¡Que harían delirar los cerebros y
los corazones!
Cuando vas barriendo el aire con tu
falda amplia,
Produces el efecto de un hermoso
navío haciéndose a la mar,
Desplegado el velamen, y que va
rolando
Siguiendo un ritmo dulce, y
perezoso, y lento.
Tus nobles piernas, bajo los volados
que ellas impulsan,
Atormentan los deseos oscuros, y los
acucian,
Como dos hechiceros que hacen
Girar un filtro negro en un vaso
profundo.
Tus brazos, que se burlarían de
precoces hércules,
Son de las boas relucientes los
sólidos émulos,
Hechos para estrechar
obstinadamente,
Como para estampar en tu corazón, tu
amante.
Sobre tu cuello largo y torneado,
sobre tus hombros opulentos,
Tu cabeza se pavonea con extrañas
gracias;
Con un aire plácido y triunfal
Atraviesas tu camino, majestuosa
criatura.
1857.
LIII
LA INVITACIÓN AL VIAJE
Mi niña, mi hermana,
¡Piensa en la dulzura
De vivir allá juntos!
Amar libremente,
¡Amar y morir
En el país que a ti se parece!
Los soles llorosos
De esos cielos encapotados
Para mi espíritu tienen la seducción
Tan misteriosa
De tus traicioneros ojos,
Brillando a través de sus lágrimas.
Allá, todo es orden y belleza,
Lujo, calma y voluptuosidad.
Muebles relucientes,
Pulidos por los años,
Decorarían nuestra alcoba;
Las más raras flores
Mezclando sus olores
Al vago aroma del ámbar
Los ricos artesonados,
Los espejos profundos,
El esplendor oriental,
Todo allí hablaría
Al alma en secreto
Su dulce lengua natal.
Allá, todo es orden y belleza,
Lujo, calma y voluptuosidad.
Mira en esos canales
Dormir los barcos
Cuyo humor es vagabundo;
Es para saciar
Tu menor deseo
Que vienen desde el cabo del mundo.
-Los soles en el ocaso
Recubren los campos,
Los canales, la ciudad entera,
De jacinto y de oro;
El mundo se adormece
En una cálida luz
Allá, todo es orden y belleza,
Lujo, calma y voluptuosidad.
1855.
LIV
LO IRREPARABLE
¿Podemos ahogar el viejo, el
prolongado Remordimiento,
Que vive, se agita y se retuerce,
Y se nutre de nosotros como el
gusano de los muertos,
Como de la encina la oruga?
¿Podernos ahogar el implacable
Remordimiento?
¿En qué filtro, en qué vino, en qué
tisana,
Ahogaremos este viejo enemigo,
Paciente como la hormiga?
Destructor y goloso como la
cortesana,
¿En qué filtro? -¿En qué vino?- ¿en
qué tisana?
Dilo, bella hechicera, ¡oh! di, si
tú lo sabes,
A este espíritu colmado de angustia
Y semejante al moribundo que
aplastan los heridos,
Que el casco del caballo holla,
Dilo, bella hechicera, ¡oh! di, si
tú lo sabes,
A este agonizante que el lobo ya
olfatea
Y que atisba el cuervo,
¡A este soldado fatigado! si es
preciso que desespere
De tener su cruz y su tumba;
¡Este pobre agonizante que el lobo
ya olfatea!
¿Podemos iluminar un cielo cenagoso
y negro?
¿Podemos desgarrar las tinieblas
Más densas que la paz, sin mañana y
sin noche,
Sin astros, sin relámpagos fúnebres?
¿Podemos iluminar un cielo cenagoso
y negro?
La Esperanza que brillaba en las
ventanas del Albergue
Se apagó, ¡ha muerto para siempre!
Sin luna y sin destellos, ¿dónde
encontrarán albergue
Los mártires de un camino malo?
¡El Diablo ha apagado todo en las
ventanas del Albergue!
Adorable hechicera, ¿amas los
condenados?
Di, ¿conoces lo irremisible?
¿Conoces el Remordimiento, el de los
rasgos envenenados,
Para el que nuestro corazón sirve de
blanco?
Adorable hechicera, ¿amas los
condenados?
Lo Irreparable roe con su diente
maldito
Nuestra alma, lastimoso monumento,
Y con frecuencia ataca, como el
termita,
Por la base el edificio.
¡Lo Irreparable roe con su diente
maldito!
-Yo he visto algunas veces, en el
foro de un escenario trivial
Que inflamaba la orquesta sonora,
Un hada encender en un cielo
infernal
Una milagrosa aurora;
Y yo he visto algunas veces, en el
foro de un escenario trivial
Un ser que sólo siendo luz, oro y
gasa,
Derribar al enorme Satán;
Pero mi corazón, al que jamás visita
el éxtasis,
¡Es un escenario donde se aguarda
Siempre, siempre en vano, el Ser de
las alas de gasa!
1857.
LV
PLATICA
¡Eres un hermoso cielo de otoño,
claro y rosado!
Pero la tristeza en mí sube como el
mar,
Y deja, al refluir, sobre mi labio
moroso
El recuerdo penetrante de su limo
amargo.
-Tu mano se desliza en vano sobre mi
pecho que se pasma;
Lo que ella busca, amiga, es un
lugar saqueado
Por la garra y el diente feroz de la
mujer.
No busques más mi corazón; las
bestias lo han devorado.
Mi corazón es un palacio mancillado
por el tumulto;
¡En él se embriagan, se matan, se
arrancan los cabellos!
-¡Un perfume flota alrededor de tu
garganta desnuda!...
¡Oh, Belleza, duro flagelo de las
almas, tú lo quieres!
¡Con tus ojos de fuego, brillante
como orgías!,
¡Calcinas estos jirones que han
desdeñado las bestias!
1857.
LVI
CANTO DE OTOÑO
I
Pronto nos hundiremos en las frías
tinieblas;
¡Adiós, viva claridad de nuestros
menguados estíos!
Escucho ya caer con resonancias
fúnebres
La leña retumbante sobre el
empedrado de los patios.
Todo el invierno va a penetrar en mi
ser: cólera,
Odio, estremecimientos, horror,
trabajo duro y forzado,
Y, como el sol en su infierno polar,
Mi corazón no será más que un bloque
rojo y helado.
Escucho temblando cada leño que cae;
El patíbulo que erigen no tiene eco
más sordo.
Mi espíritu se asemeja a la torre
que sucumbe
Bajo la arremetida del ariete
infatigable y pesado.
Me parece que, mecido por este
chocar monótono,
Clavarán con gran prisa en alguna
parte un ataúd,
¿Para quién? -Ayer era verano; ¡he
aquí el otoño!
Este ruido misterioso repercute como
un adiós.
II
De tu lánguida mirada amo la luz
verdosa,
Dulce beldad; pero hoy todo me es
amargo,
Y nada, ni tu amor, ni tu alcoba, ni
el hogar,
Valen para mí lo que el sol radiante
sobre el mar.
Y sin embargo, ámame, ¡corazón
tierno! sé maternal
Hasta para un ingrato, aún para un
perverso;
Amante o hermana, sé la dulzura
efímera
De un glorioso otoño o de un sol
poniente.
¡Breve tarea! La tumba aguarda;
¡Está ávida!
¡Ah! Déjame, mi frente posada sobre
tus rodillas,
gustar, añorando el estío blanco y
tórrido,
Del otoño el destello amarillo y
dulce!
1859.
LVII
A UNA MADONA
(Ex-voto a la manera española)
Yo quiero erigir para ti, Madona, mi
amante,
Un altar subterráneo en el fondo de
mi angustia,
Y cavar en el rincón más negro de mi
corazón,
Lejos del deseo mundanal y de la
mirada burlona,
Un nicho de azur y de oro todo
esmaltado,
Donde tú te erigirás, Estatua
maravillosa.
Con mis Versos pulidos, enmallados
por un puro metal
Sabiamente constelado de rimas de
cristal,
Yo haré para tu cabeza una enorme
Corona;
Y de mis Celos, oh Mortal Madona,
Yo sabré cortarte un Manto, de
manera
Bárbara, tieso y pesado, y forrado
de sospechas,
Que, como una garita, encerrará tus
encantos;
No de Perlas bordado, ¡sino de todas
mis Lágrimas!
Tu Ropa, será mi deseo, trémulo,
Ondulante, mi Deseo que sube y que
desciende,
En las cimas meciéndose, en los
valles reposando,
Y reviste con un beso todo tu cuerpo
blanco y rosado.
Yo te haré de mi Respeto, hermosos
Escarpines
De raso, para tus pies Divinos
humillados,
Que, aprisionándolos en un muelle
abrazo,
Cual un molde fiel conservarán la
impronta.
Si yo no puedo, malogrado todo mi
arte diligente,
Por Peana tallar una Pluma de plata,
Pondré la Serpiente que me muerde
las entrañas
Bajo tus talones, a fin de que tú
pises y te mofes,
Reina victoriosa y fecunda en
redenciones,
Este monstruo hinchado de odio y de
salivazos.
Tú verás mis Pensamientos, alineados
como los Cirios
Ante el altar florido de la Reina de
las Vírgenes,
Estrellando el cielorraso pintado de
azul,
Mirándote siempre con ojos de fuego;
Y como todo en mí te quiere y te
admira,
Todo se hará Benjuí, Incienso,
Olíbano, Mirra,
Y sin cesar hacia ti, cumbre blanca
y nevada,
En Vapores ascenderá mi Espíritu
tempestuoso.
Finalmente, para completar tu papel
de María,
Y para mezclar el amor con la
barbarie,
¡Negra Voluptuosidad! de los siete
Pecados capitales,
Verdugo lleno de remordimientos, yo
haré siete Puñales
Bien afilados, y, como un juglar
insensible,
Tomando lo más profundo de tu amor
por blanco,
¡Yo los plantaré a todos en tu
Corazón jadeante,
En tu Corazón sollozante, en tu
Corazón sangrante!
1860.
LVIII
CANCIÓN DE LA TARDE
Aunque tus cejas malas
Te infunden un aire extraño
Que no es digno de un ángel,
Hechicera de los ojos atrayentes,
¡Yo te adoro!, ¡oh, mi frívola,
Mi terrible pasión!
Con la devoción
del sacerdote por su ídolo.
El desierto y la floresta
Embalsaman tus trenzas rústicas.
Tu cabeza tiene las actitudes
Del enigma y del secreto.
Sobre tu carne el perfume vaga
Como alrededor del incensario;
Tú encantas como la noche,
Ninfa tenebrosa y cálida.
¡Ah! los filtros más fuertes
Nada valen para tu pereza,
¡Y tú conoces la caricia
Que hace revivir a los muertos!
Tus caderas están enamoradas
De tus hombros y de tus senos,
Y tú enardeces los cojines
Con tus actitudes lánguidas.
Algunas veces, para aplacar
Tu rabia misteriosa,
Tú prodigas, seria,
La mordedura y el beso;
Tú me desgarras, mi morena,
Con una risa burlona,
Y luego pones sobre mi corazón
Tu mirada suave como la luna.
Bajo tus escarpines de satín,
Bajo tus encantadores pies de seda,
Yo, yo deposito mi inmensa alegría,
Mi genio y mi destino,
Mi alma por ti curada,
¡Por ti, luz y color!
Explosión de calor
¡En mi negra Siberia!
1860.
LIX
SISINA
¡Imaginaos a Diana en galante
cabalgata,
Recorriendo los bosques o batiendo
los zarzales,
Cabellos y pecho al viento,
embriagándose de ruido,
Soberbia y desafiando a los mejores
jinetes!
¿Has visto a Turingia, amante de la
carnicería,
Incitando al asalto a un pueblo
descalzo,
Las mejillas y la mirada ardientes,
encarnando su personaje,
Y trepando, sable en mano, las
reales escaleras?
¡Tal la Sisina! Pero, la dulce
guerrera
Tiene el alma tan caritativa como
asesina;
Su coraje, enloquecido de pólvora y
de tambores,
Ante los suplicantes sabe abatir las
armas,
Y su corazón,
azotado por la llama, tiene siempre,
Para el que se
muestra digno, un receptáculo de lágrimas.
1859.
LX
FRANCISCAE MEAE LAUDES
(Versos compuestos para una
modista erudita y devota)
Novis te cantabo chordis,
O novelletum quod ludís
In solitudine cordis.
Esto sertis implicata,
O femina delicata,
Per quam solvuntur peccata!
Sicut beneficum Lethe,
Hauriam oscula de te,
Quae imbuta es magnete.
Quum vitiorum tempestas
Turbabat omnes semitas,
Apparuisti, deitas,
Velut stella salutaris
In naufragiis amaris...
Suspendam cor tuis aris!
Piscina plena virtutis,
Fons aeternae juventutis,
Labris vocem redde mutis!
Quod erat spurcum, cremasti;
Quod rudius, exaequasti;
Quod debile, confirmasti!
In fame mea taberna,
In nocte mea lucerna,
Recte me semper guberna.
Adde nunc vires viribus,
Dulce balneum suavibus
Unguentatum odoribus!
Meos circa lumbos mica,
O castitatis lorica,
Aqua tincta seraphica;
Patera gemmis corusca,
Pañis salsus, mollis esca,
Divinum vinum, Francisca!
(Véase al final de GALANTERÍAS)
1857.
LXI
A UNA DAMA CRIOLLA
En el país perfumado que el sol
acaricia,
Yo he conocido, bajo un dosel
de árboles empurpurados
Y palmeras de las que llueve sobre
los ojos la pereza,
A una dama criolla de encantos
ignorados.
Su tez es pálida; la morena
encantadora
Tiene en el cuello un noble
amaneramiento;
Alta y esbelta, al marchar como una
cazadora,
Su sonrisa es tranquila y sus ojos
arrogantes.
Si fueras, Señora, al verdadero país
de la gloria,
Sobre las riberas del Sena o del
verde Loire,
Beldad digna de ornar las antiguas
moradas,
Harías, en el recogimiento umbríos
refugios,
Germinar mil sonetos en los
corazones de los poetas
Que tus grandes ojos someterían más
esclavos que tus negros.
1845.
LXII
MOESTA ET ERRABUNDA
Dime, ¿a veces, tu corazón no vuela,
Ágata,
Lejos del negro océano de la inmunda
ciudad,
Hacia otro océano donde el
resplandor estalla,
Azul, claro, profundo, como la
virginidad?
Dime, ¿a veces, tu corazón no vuela,
Ágata?
¡La mar, la mar inmensa, consuela
nuestros desvelos!
¿Qué demonio ha dotado a la mar,
ronca cantante
Que acompaña el inmenso órgano de
los vientos gruñidores,
De esta función sublime de canción
de cuna?
¡La mar, la mar inmensa, consuela
nuestros desvelos!
¡Llévame,
vagón!
¡Llévame,
fragata!
¡Lejos! ¡lejos! ¡aquí el lodo
formado está por nuestras lágrimas!
-¿Es verdad que, a veces, el triste
corazón de Ágata
Dice: "Lejos de los remordimientos,
de los crímenes, de los dolores,
Llévame, vagón; llévame, fragata"?
¡Cuan lejos estás, paraíso
perfumado!
Donde bajo un claro azur todo no es
más que amor y alegría,
Donde lo que se ama es digno de ser
amado,
¡Dónde, en la voluptuosidad pura el
corazón se ahoga!
¡Cuan lejos estás, paraíso
perfumado!
Pero, el verde paraíso de los amores
infantiles,
Las carreras, las canciones, los
besos, los ramilletes,
Los violines vibrando detrás de las
colinas,
Con los jarros de vino, de noche,
entre las frondas,
-Pero, el verde paraíso de los
amores infantiles,
El inocente paraíso, lleno de
placeres furtivos,
¿Está más lejos que la India y que
la China?
¿Podemos recordarlo con gritos
lastimeros
Y animar aún con una voz argentina,
El inocente paraíso lleno de
placeres furtivos?
1855.
LXIII
EL ESPECTRO
Como los ángeles, con ojo furtivo,
Yo volveré a tu alcoba
Y hasta ti me deslizaré sin ruido
Entre las sombras de la noche;
Y te daré, mi morena,
Besos fríos como la luna
Y caricias de serpiente
Alrededor de una fosa rampante.
Cuando llegue la mañana lívida,
Tú encontrarás mi lugar vacío,
En el que hasta en la noche hará
frío.
Como otros para la ternura,
Sobre tu vida y sobre tu juventud,
Yo, yo quiero reinar por el terror.
1857.
LXIV
SONETO OTOÑAL
Ellos me dicen, tus ojos, claros
como el cristal:
"Para ti, caprichoso amante, ¿Cuál
es, pues, mi mérito?"
-¡Eres encantador, y callas! Mi
corazón, que todo irrita,
Excepto el candor del antiguo
animal,
No quiere mostrarte su secreto
infernal,
Mecedora cuya mano a largos sueños
me invita,
Ni su negra leyenda con el fuego
escrita.
¡Yo odio la pasión y el espíritu me
hace mal!
Amémonos dulcemente. El amor en su
guarida,
Tenebroso, emboscado, tiende su arco
fatal.
Yo conozco los artilugios de su
viejo arsenal:
¡Crimen, horror y locura! - ¡Oh,
pálida margarita!
Como yo, ¿no eres tú un sol otoñal,
Oh, mi blanquísima, oh, mi
frigidísima Margarita?
1859.
LXV
TRISTEZAS DE LA LUNA
Esta noche, la luna sueña con más
pereza;
Tal como una beldad, sobre numerosos
cojines,
Que con mano distraída y leve
acaricia
Antes de dormirse, el contorno de
sus senos,
Sobre el dorso satinado de las
muelles eminencias,
Desfalleciente, ella se entrega a
largos espasmos,
Y pasea sus miradas sobre las
imágenes blancas
Que trepan hasta el azur como
floraciones.
Cuando, a veces, sobre este globo,
en su languidez ociosa,
Ella deja escapar una lágrima
furtiva,
Un poeta piadoso, enemigo del sueño,
En la cavidad de su mano coge esta
lágrima pálida,
Con reflejos irisados, como un
fragmento de ópalo,
Y la coloca en su corazón lejos de
las miradas del sol.
1857.
LXVI
LOS GATOS
Los amantes fervorosos y los sabios
austeros
Gustan por igual, en su madurez,
De los gatos fuertes y dulces,
orgullo de la casa,
Que como ellos son friolentos y como
ellos sedentarios.
Amigos de la ciencia y de la
voluptuosidad,
Buscan él silencio y el horror de
las tinieblas;
El Erebo se hubiera apoderado de
ellos para sus correrías fúnebres,
Si hubieran podido ante la
esclavitud inclinar su arrogancia.
Adoptan al soñar las nobles
actitudes
De las grandes esfinges tendidas en
el fondo de las soledades,
Que parecen dormirse en un sueño sin
fin;
Sus grupas fecundas están llenas de
chispas mágicas,
Y fragmentos de oro, cual arenas
finas,
Chispean vagamente en sus místicas
pupilas.
1847.
LXVII
LOS BUHOS
Bajo los techos negros que los
abrigan,
Los búhos se mantienen alineados,
Como dioses extraños,
Clavando su mirada roja. Meditan.
Sin moverse se mantendrán
Hasta la hora melancólica
En que, empujando el sol oblicuo,
Las tinieblas se establezcan.
Su actitud, por sabia, enseña
Que es preciso en este mundo que
tema
El tumulto y el movimiento;
El hombre embriagado por la sombra
que pasa
Lleva siempre el castigo
De haber querido cambiar de sitio.
1851.
LXVIII
LA PIPA
Yo soy la pipa de un autor;
Se comprueba, al contemplar mi
rostro
De abisinio o de cafre,
Que mi dueño es un gran fumador.
Cuando está colmado de dolor,
Yo humeo como la casucha
Donde se prepara la comida
Para el regreso del labrador.
Yo envuelvo y arrullo su alma
En la red móvil y azul
Que asciende de mi boca encendida,
Y envuelvo un poderoso dictamen
Que encanta su corazón y cura
De fatigas a su espíritu.
1857.
LXIX
LA MÚSICA
¡La música frecuentemente me coge
como un mar!
Hacia mi pálida estrella,
Bajo un techado de brumas o en la
vastedad etérea,
Yo me hago a la vela;
El pecho saliente y los pulmones
hinchados
Como velamen,
Yo trepo al lomo de las olas
amontonadas
Que la noche me vela;
Siento vibrar en mí todas las
pasiones
De un navío que sufre;
El buen viento, la tempestad y sus
convulsiones
Sobre el inmenso abismo
Me mecen. ¡Otras veces, calma
chicha, gran espejo
De mi desesperación!
1857.
LXX
SEPULTURA
Si en una noche pesada y sombría
Un buen cristiano, por caridad,
Detrás de unos viejos escombros
Entierra vuestro cuerpo alabado,
A la hora en que las castas
estrellas
Cierran sus ojos abrumados,
La araña en ellos hará sus telas,
Y la víbora sus crías;
Escucharéis durante todo el año
sobre vuestra cabeza condenada
Los aullidos lamentables de los
lobos
Y de las brujas famélicas,
El retozar de los viejos lúbricos.
Y las conspiraciones de los negros
rateros.
1857.
LXXI
UN GRABADO FANTÁSTICO
Este espectro singular no tiene otro
aderezo,
Grotescamente plantado sobre su
frente de esqueleto,
Que una diadema horrible y
carnavalesca.
Sin espuelas, sin fusta, acosa un
caballo,
Fantasma como él, rocín
apocalíptico,
Que babea por el belfo como un
epiléptico.
A través del espacio se precipitan
juntos,
Y hollan el infinito con un casco
atrevido.
El jinete pasea su sable que flamea
Sobre las multitudes innúmeras que
su montura tritura,
Y recorre, cual un príncipe
inspeccionando su palacio,
El cementerio inmenso y frío, sin
horizonte,
En el que yacen, bajo la luz de un
sol blanco y opaco,
Los pueblos de la historia antigua y
moderna.
1857.
LXXII
EL MUERTO ALEGRE
En una tierra crasa y llena de
caracoles
Yo mismo quiero cavar una fosa
profunda,
Donde pueda holgadamente tender mis
viejos huesos
Y dormir en el olvido como un
tiburón en la onda.
Yo odio los testamentos y yo odio
las tumbas;
Antes que implorar una lágrima del
mundo
Viviente, preferiría invitar a los
cuervos
A sangrar todas las puntas de mi
osamenta inmunda.
¡Oh, gusanos! negros compañeros sin
orejas y sin ojos,
Ved cómo hasta vosotros llega un
muerto libre y alegre;
Filosóficos vividores, hijos de la
podredumbre,
A través de mi ruina pasad sin
remordimientos,
Y decidme si hay aún alguna tortura
Para este viejo cuerpo sin alma ¡y
muerto entre los muertos!
1851.
LXXIII
EL TONEL DEL ODIO
El Odio es el tonel de las pálidas
Danaides;
La Venganza consternada con brazos
rojos y fuertes
Se ha complacido en precipitar en
sus tinieblas vacías
Grandes cubos colmados de sangre y
de lágrimas de los muertos,
El Demonio hace hoyos secretos en
esos abismos,
Por donde huirían mil años de
sudores y esfuerzos,
Aunque ella lograra reanimar sus
víctimas,
Y para oprimirlas resucitar sus
cuerpos.
El Odio es un beodo en el fondo de
una taberna,
Que siente siempre la sed nacer del
licor
Y multiplicarse como la hidra de
Lerna.
-Mas los bebedores felices conocen a
su vencedor,
Y el Odio es consagrado a la suerte
lamentable
De no poder jamás dormirse bajo la
mesa.
1855.
LXXIV
LA CAMPANA RAJADA
Es amargo y dulce, durante las
noches de invierno,
Escuchar, cabe, el fuego que palpita
y humea,
Los recuerdos lejanos lentamente
elevarse
Al ruido de los carrillones que
cantan en la bruma.
Bienaventurada la campana de
garganta vigorosa
Que, malgrado su vejez, alerta y
saludable,
Arroja fielmente su grito religioso,
¡Tal como un veterano velando bajo
la tienda!
Yo, tengo el alma rajada, y cuando
en su tedio
Ella quiere de sus canciones poblar
el frío de las noches,
Ocurre con frecuencia que su voz
debilitada
Parece el rudo estertor de un herido
olvidado
Al borde de un lago de sangre, bajo
un montón de muertos,
Y que muere, sin moverse, entre
inmensos esfuerzos.
1851.
LXXV
SPLEEN
(I)
Pluvioso, irritado contra la ciudad
entera,
De su urna, en grandes oleadas
vierte un frío tenebroso
Sobre los pálidos habitantes del
vecino cementerio
Y la mortandad sobre los arrabales
brumosos.
Mi gato sobre el ladrillo buscando
una litera
Agita sin reposo su cuerpo flaco y
sarnoso;
El alma de un viejo poeta vaga en la
gotera
Con la triste voz de un fantasma
friolento.
El bordón se lamenta, y el leño
ahumado
Acompaña en falsete al péndulo
acatarrado,
Mientras que en un mazo de naipes
lleno de sucios olores,
Herencia fatal de una vieja
hidrópica,
El hermoso valet de coeur y
la dama de pique
Charlan siniestramente de sus amores
difuntos.
1857.
LXXVI
SPLEEN
(II)
Yo tengo más recuerdos que si
tuviera mil años.
Un gran mueble de cajones atiborrado
de facturas,
De versos, de dulces esquelas, de
procesos, de romances,
Con abundantes cabellos enredados en
recibos,
Oculta menos secretos que mi triste
cerebro.
Es una pirámide, una inmensa cueva,
Que contiene más muertos que la fosa
común.
-Yo soy un cementerio aborrecido de
la luna,
Donde, como remordimientos, se
arrastran largos gusanos
Que se encarnizan siempre sobre mis
muertos más queridos.
Yo soy un viejo gabinete lleno de
rosas marchitas,
Donde yace toda una maraña de modas
anticuadas,
Donde los pasteles plañideros y los
pálidos Boucher,
Solos, exhalan el olor de un frasco
destapado.
Nada iguala en longitud a las cojas
jornadas,
Cuando bajo los pesados flecos de
las nevadas épocas
El hastío, fruto de la melancólica
incuria,
Adquiere las proporciones de la
inmortalidad.
-Desde ya tú no eres más, ¡oh,
materia viviente!
Que una peña rodeada de un vago
espanto,
Adormecida en el fondo de un Sahara
brumoso;
Una vieja esfinge ignorada del mundo
indiferente,
Olvidada sobre el mapa, y cuyo humor
huraño
No canta más que a los rayos del sol
poniente.
1857.
LXXVII
SPLEEN
(III)
Yo soy como el rey de un país
lluvioso,
Rico, pero impotente, joven y no
obstante antiquísimo,
Que, de sus preceptores despreciando
las reverencias,
Se hastía con sus perros como con
otras bestias.
Nada puede distraerle, ni caza, ni
halcón,
Ni su pueblo muriendo ante su
balcón.
Del bufón favorito la grotesca
balada
No distrae más la frente de este
cruel enfermo;
Su lecho flordelisado se transforma
en tumba,
Y las azafatas, para las que todo
príncipe es bello,
No saben más encontrar el impúdico
tocado
Para arrancar una sonrisa a este
joven esqueleto.
El sabio que le hace el oro jamás ha
podido
De su ser extirpar el elemento
corrompido,
Y en esos baños de sangre que de los
romanos proceden,
Y de los que de sus lejanos días los
poderosos se recuerdan,
No ha sabido recalentar este cadáver
alelado
Por el que corre, en lugar de
sangre, el agua verde del Leteo.
1857.
LXXVIII
SPLEEN
(IV)
Cuando el cielo bajo y pesado como
tapadera
Sobre el espíritu gemebundo presa de
prolongados tedios,
Y del horizonte, abarcando todo el
círculo,
Nos vierte un día negro más triste
que las noches;
Cuando la tierra se cambia en un
calabozo húmedo,
Donde la Esperanza, como un
murciélago,
Se marcha batiendo los muros con su
ala tímida
Y golpeándose la cabeza en los
cielorrasos podridos;
Cuando la lluvia, desplegando sus
enormes regueros
De una inmensa prisión imita los
barrotes,
Y una multitud muda de infames
arañas
Acude para tender sus redes en el
fondo de nuestros cerebros,
Las campanas, de pronto, saltan
enfurecidas
Y lanzan hacia el cielo su horrible
aullido,
Cual espíritus errabundos y sin
patria
Poniéndose a gemir porfiadamente.
-Y largos cortejos fúnebres, sin
tambores ni música,
Desfilan lentamente por mi alma; la
Esperanza
Vencida, llora, y la Angustia atroz,
despótica,
Sobre mi cráneo prosternado planta
su bandera negra.
1857.
LXXIX
OBSESIÓN
Grandes bosques, me espantáis como
catedrales;
Aulláis como el órgano; y en
nuestros corazones malditos,
Estancias de eterno duelo donde
vibran viejos estertores,
Responden a los ecos de vuestros
De profundis.
¡Yo te odio, Océano! tus saltos y
tus tumultos,
Mi espíritu en él los recobra. Esta
risa amarga
Del hombre vencido, lleno de
sollozos y de insultos,
Yo la escucho en la risa enorme del
mar.
¡Cómo me agradarías, oh noche! ¡Sin
estas estrellas
Cuya luz habla un lenguaje conocido!
¡Porque yo busco el vacío, y el
negro, y el desnudo!
Pero, las tinieblas son ellas mismas
las telas
donde viven, brotando de mis ojos
por millares,
Los seres desaparecidos de las
miradas familiares.
1860.
LXXX
EL GUSTO DE LA NADA
Melancólico espíritu, en otros
tiempos enamorado de la lucha,
La Esperanza, cuya espuela acuciaba
tu ardor,
¡No quiere más montarte! Acuéstate
sin pudor,
Viejo caballo cuyos cascos en cada
obstáculo chocan.
Resígnate, corazón mío; duerme tu
sueño de bruto.
Espíritu vencido, ¡despeado! Para
ti, viejo merodeador,
El amor no tiene más gusto, no más
que la disputa,
¡Adiós, pues, cantos del cobre y
suspiros de la flauta!
¡Placeres, no tentéis más un corazón
sombrío y embustero!
¡La Primavera adorable ha perdido su
perfume!
Y el Tiempo me engulle minuto tras
minuto,
Como la nieve inmensa un cuerpo ya
tieso;
Yo contemplo desde lo alto el globo
en su redondez
Y no busco más el abrigo de una
choza.
Avalancha, ¿quieres arrastrarme en
tu caída?
1859.
LXXXI
ALQUIMIA DEL DOLOR
El Uno te ilumina con su ardor,
El otro en ti te pone su duelo,
¡Natura!
El que dice a uno: ¡Sepultura!
Dice al otro: ¡Vida y esplendor!
Hermes desconocido que me asistes
Y que siempre me intimidas,
Tú me haces al igual de Midas,
El más triste de los alquimistas;
Por ti yo cambio el oro en hierro
Y el paraíso en infierno;
En el sudario de las nubes
Descubro un cadáver querido,
Y sobre las celestes riberas
Levanto grandes sarcófagos.
1860.
LXXXII
HORROR SIMPÁTICO
De este cielo extravagante y lívido,
Atormentado como tu destino,
¿Qué pensamientos en tu alma vacía
Descienden? Responde, libertino.
-Insaciablemente, ávido
De lo oscuro y lo incierto,
Yo no gemiré como Ovidio
Arrojado del paraíso latino.
Cielos desgarrados como arenales
En vosotros se contempla mi orgullo;
Vuestras amplias nubes enlutadas
Son los carros fúnebres de mis
sueños,
Y vuestros fulgores son el reflejo
Del Infierno donde mi corazón se
complace.
1860.
LXXXIII
EL HEOTONTIMORUMENOS
(Pieza de Terencio)
Para J.G.F.
Yo te golpearé sin cólera
Y sin odio, como un leñador,
¡Como Moisés la roca!
Y haré de tus párpados,
Para abrevar mi Sahara,
Brotar las aguas del sufrimiento.
Mi deseo preñado de esperanza
Sobre tus lágrimas saladas flotará
Como un navío que zarpa,
Y en mi corazón que embriagarán
¡Tus queridos sollozos resonarán
Como un tambor que bate a la carga!
¿No soy yo un falso acorde
En la divina sinfonía,
Gracias a la voraz Ironía
Que me sacude y me muerde?
¡Ella está en mi garganta, la grita!
¡Es toda mi sangre, este veneno
negro!
¡Yo soy el siniestro espejo
Donde la furia se contempla!
¡Yo soy la herida y el cuchillo!
¡Yo soy la bofetada y la mejilla!
¡Yo soy los miembros y la rueda,
Y la víctima y el verdugo!
Yo soy de mí corazón el vampiro,
-Uno de esos grandes abandonados
A la risa eterna condenados,
¡Y que no pueden más sonreír!
1857.
LXXXIV
LO IRREMEDIABLE
I
Una Idea, una Forma, un Ser
Surgido del azur y caído
En una Estigia cenagosa y plomiza
Donde ninguna mirada del Cielo
penetra;
Un Ángel, imprudente viajero
Que ha tentado el amor de lo
informe,
En el fondo de una pesadilla enorme
Debatiéndose como un nadador,
Y luchando, ¡angustias fúnebres!
Contra un gigantesco remolino
Que va cantando como los locos
Y pirueteando en las tinieblas;
Un desdichado hechizado
En sus tanteos fútiles,
Para huir de un lugar lleno de
reptiles,
Buscando la luz y la clave;
Un condenado descendiendo sin
lámpara
Al borde de un abismo cuyo olor
Traiciona la húmeda profundidad,
De eternas escaleras sin peldaños,
Donde velan monstruos viscosos
Cuyos enormes ojos fosforescentes
Hacen una noche más negra todavía
Dejándoles visibles sólo a ellos;
Un navío apresado en el polo,
Como en una trampa de cristal,
Buscando por qué estrecho fatal
Ha caído en aquel calabozo;
-Emblemas nítidos, cuadro perfecto
De una fortuna irremediable,
¡Qué hace pensar que el Diablo
Realiza siempre bien cuanto él hace!
II
¡Coloquio sombrío y límpido
De un corazón convertido en su
espejo!
Pozo de la Verdad, claro y negro,
Donde tiembla una estrella lívida,
Un faro irónico, infernal,
Antorcha de gracias satánicas,
Consuelo y gloria únicos,
-¡La conciencia en el Mal!
1857.
LXXXV
EL RELOJ
¡Reloj! ¡Divinidad siniestra,
horrible, impasible,
Cuyo dedo nos amenaza y nos dice:
¡Recuerda!
Los vibrantes Dolores en tu corazón
lleno de terror
Se plantarán pronto como en un
blanco;
El Placer vaporoso huirá hacia el
horizonte
Tal como una sílfide hacia el fondo
del pasillo;
Cada instante te devora un trozo de
la delicia
Acordada a cada hombre para toda su
estancia.
Tres mil seiscientas veces por hora,
el Segundero
Murmura: ¡Recuerda! -Rápido,
con su voz
De insecto, Ahora dice: ¡Yo soy
Antaño,
Y yo he bombeado tu vida con mi
trompa inmunda!
¡Remember! ¡Recuerda!
pródigo
Esto memorl
(Mi garganta de metal habla todas
las lenguas.)
¡Los minutos, muerte juguetona, son
gangas
Que no hay que dejar sin extraer el
oro!
¡Recuerda!
que el Tiempo es un jugador ávido
Que gana sin trampear, ¡en todo
golpe! es la ley.
El día declina; la noche aumenta:
¡recuerda!
El abismo tiene siempre sed; la
clepsidra se vacía.
Luego sonará la hora en que el
Divino Azar,
Donde la augusta Virtud, tu esposa
todavía virgen,
Donde el Arrepentimiento mismo (¡oh,
el postrer refugio!)
Donde todo te dirá: ¡Muere, viejo
flojo! ¡es muy tarde!"
1860.
CUADROS PARISIENSES
LXXXVI
PAISAJE
Yo quiero, para componer castamente
mis églogas,
Acostarme cerca del cielo, como los
astrólogos,
Y vecino de los campanarios,
escuchar soñando
Sus himnos solemnes arrastrados por
el viento.
Las dos manos bajo el mentón, desde
lo alto de la bohardilla,
Yo veré el taller que canta y que
charla;
Las chimeneas, los campanarios, esos
mástiles de la cité,
Y los amplios cielos que hacen soñar
con la eternidad.
Es grato, a través de las brumas,
ver nacer
Las estrellas en el azur, la lámpara
en la ventana,
Los vahos del carbón trepar al
firmamento
Y la luna volcar su pálido
encantamiento.
Yo veré las primaveras, los estíos,
los otoños,
Y cuando llegue el invierno de las
nieves monótonas,
Cerraré por todas partes portezuelas
y postigos
Para edificar en la noche mis
feéricos palacios.
Entonces soñaré con horizontes
azulados,
Jardines, surtidores llevando en los
alabastros,
Besos, pájaros cantando noche y día,
Y todo cuanto el Idilio tiene de más
infantil.
El Motín, atronando vanamente en mi
ventana,
No hará levantar mi frente de mi
pupitre;
Porque estaré sumergido en esta
voluptuosidad
De evocar la Primavera con mi
voluntad,
Extraer un sol de mi corazón, y
hacer
De mis pensamientos ardientes una
tibia atmósfera.
1857.
LXXXVII
EL SOL
A lo largo del viejo faubourg,
donde penden en las casuchas
Las persianas, abrigo de secretas
lujurias,
Cuando el sol cruel cae con trazos
redoblados
Sobre la ciudad y los campos, sobre
los techos y los trigales,
Yo acudo a ejercitarme solo en mi
fantástica esgrima,
Husmeando en todos los rincones las
sorpresas de la rima.
Tropezando sobre las palabras como
sobre los adoquines.
Chocando a veces con versos hace
tiempo soñados.
Este padre nutricio, enemigo de las
clorosis,
Despierta en los campos los versos
como las rosas;
Hace evaporarse las preocupaciones
hacia el cielo,
Y colma los cerebros y las colmenas
de miel.
Es él quien rejuvenece a los que
empuñan muletas
Y los torna alegres y dulces como
muchachas jóvenes,
Y ordena a los sembrados crecer y
madurar
¡En el corazón inmortal que siempre
quiere florecer!
Cuando, igual que un poeta,
desciende en las ciudades,
Ennoblece el destino de las cosas
más viles,
Introduciéndose cual rey, sin ruido
y sin lacayos,
En todos los hospitales y en todos
los palacios.
1861.
LXXXVIII
A UNA MENDIGA PELIRROJA
Blanca muchacha de los cabellos
rojizos,
Cuyo vestido por los agujeros
Deja ver la pobreza
Y la belleza,
Para mí, poeta enclenque,
Tu joven cuerpo enfermizo,
Lleno de pecas,
Tiene su dulzura.
Tú llevas más galantemente
Que una reina de romance
Sus coturnos de terciopelo
Tus zuecos burdos.
En lugar de un harapo muy corto,
Un soberbio traje de corte
Arrastra con pliegues rumorosos y
largos
Sobre tus talones;
En lugar de medias agujereadas,
Para los ojos taimados
Sobre tu pierna un puñal de oro
Reluce todavía;
Nudos mal ajustados
Desnudan para nuestros pecados
Tus dos hermosos senos, radiantes
Como dos ojos;
Que para desnudarte
Tus brazos se hacen rogar
Y expulsan con golpes vivaces
Los dedos traviesos,
Perlas del más bello oriente,
Sonetos del maestro Belleau
Por tus galantes engrillados
Sin cesar ofrecidos
Chusma de rimadores
Dedicándote sus primores
Y contemplando tu zapato
Bajo la escalera,
Más de un paje enamorado del azar,
Más que un señor y más que un
Ronsard
¡Espiaban por diversión
Tu fresco escondrijo!
Tú contabas en tus lechos
Más besos que lises
Y ordenabas bajo tus leyes
¡Más de un Valois!
-Empero tú vas mendigando
Algún viejo mendrugo yaciendo
En el umbral de cualquier Véfour
De la encrucijada;
Tú vas curioseando por debajo
Joyas de veintinueve sueldos
Que yo no puedo, ¡oh, perdón!
Regalarte.
¡Ve, pues, sin otro adorno,
Perfumes, perlas, diamante,
Que tu magra desnudez!
¡Oh, mi belleza!
1861.
LXXXIX
EL CISNE
A Víctor Hugo.
I
¡Andrómaca, pienso en ti! Este
riacho,
Pobre y triste espejo donde antaño
resplandeció
La inmensa majestad de vuestros
dolores de viuda,
Este Simoïs mentiroso que con
vuestras lágrimas crece,
Ha fecundado de pronto mi memoria
fértil,
Cuando yo atravesaba el nuevo
Carrousel.
El viejo París terminó (la forma de
una ciudad
Cambia más rápido, ¡ah!, que el
corazón de un mortal);
Yo no veo sino con el espíritu todo
este caserío,
Este montón de capiteles esbozados y
los fustes,
Las hierbas, los grandes bloques
verdecidos por el agua de las charcas,
Y brillando en las ventanas, el bric-a-bras
confuso.
Allí se mostraba antaño una casa de
fieras;
Allá yo vi, una mañana, en la hora
en que bajo los cielos
Fríos y claros el Trabajo se
despierta, en que la basura
Empuja un sombrío huracán en el aire
silencioso,
Un cisne que se había evadido de su
jaula,
Y, con sus patas palmípedas frotando
el empedrado seco,
Sobre el suelo' áspero arrastraba su
blanco plumaje.
Cerca de un arroyo sin agua la
bestia abriendo el pico
Bañaba nerviosamente sus alas en el
polvo,
Y decía, el corazón lleno de su
bello lago natal:
"Agua, ¿Cuándo lloverás? ¿Cuándo
tronarás, rayo?"
Yo veo este desdichado, mito extraño
y fatal,
Hacia el cielo algunas veces, como
el hombre de Ovidio,
Hacia el cielo irónico y cruelmente
azul,
Sobre su cuello convulsivo tender su
cabeza ávida,
¡Como si dirigiera reproches a Dios!
II
¡París cambia! ¡pero, nada en mi
melancolía
Se ha movido! palacios nuevos,
andamiajes, bloques,
Viejos arrabales, todo para mí
vuélvese alegoría,
Y mis caros recuerdos son más
pesados que rocas.
También ante este Louvre una imagen
me oprime:
Y pienso en mi gran cisne, con sus
gestos locos,
Como los exiliados, ridículo y
sublime,
¡Y roído por un deseo sin tregua! y
luego en vos,
Andrómaca, de los brazos de un gran
esposo caída,
Vil rebaño, bajo la mano del
soberbio Pirro,
Cabe una tumba vacía en éxtasis
doblegado;
Viuda de Héctor, ¡ah! ¡y mujer de
Heleno!
Yo pienso en la negra, enflaquecida
y tísica,
Chapaleando en el lodo, y buscando,
la mirada huraña,
Los cocoteros ausentes del África
soberbia
Detrás de la muralla inmensa de
neblina;
En cualquiera que ha perdido lo que
no se encuentra
¡Jamás, jamás! ¡en los que beben
lágrimas!
¡Y maman del Dolor cual de una buena
loba!
¡En los flacos huérfanos secándose
cual flores!
También en la selva donde mi
espíritu se exilia
¡Un viejo Recuerdo resuena con la
plenitud del cuerno!
Pienso en los marineros olvidados en
una isla,
¡En los cautivos, en los
vencidos!... ¡y en muchos otros todavía!
1860.
XC
LOS SIETE ANCIANOS
A Víctor
Hugo
Hormigueante ciudad, llena de
sueños,
Donde el espectro en pleno Día
agarra al transeúnte!
Los misterios rezuman por todas
partes como las savias
En los canales estrechos del coloso
poderoso.
Una mañana, mientras que en la
triste calle
Las casas, cuya altura prolonga la
bruma,
Simulaban los dos muelles de un río
crecido,
Y que, decoración semejante al alma
del actor,
Una niebla sucia y amarilla inundaba
tanto el espacio,
Yo seguía, atesando mis nervios cual
un héroe
Y discutiendo con mi alma ya
cansada,
El "faubourg" sacudido por las
pesadas carretas.
De pronto, un anciano cuyos guiñapos
amarillos
Imitaban el color de este cielo
lluvioso,
Y de los que el aspecto había hecho
llover las limosnas,
Sin la maldad que lucía en sus ojos,
Se me apareció. Se hubiera dicho su
pupila empapada
En la hiel; su mirada agudizando la
escarcha,
Y su barba de largas guedejas,
afilada como una espada,
Se proyectaba, parecida a la de
Judas.
No estaba encorvado, sino quebrado,
su espinazo
Hacía con su pierna imperfecto
ángulo recto,
Si bien su bastón, completando su
estampa,
Le imprimía el talante y el paso
torpe
De un cuadrúpedo enfermo o de un
brasero de tres patas.
En la nieve y el barro avanzaba
atascándose,
Cual si aplastara muertos bajo sus
chanclos,
Hostil al universo más bien que
indiferente.
Su semejante le seguía: barbas,
ojos, dorso, bastón, guiñapos,
Ningún rasgo distinguía, del mismo
infierno llegado,
Este jumento centenario, y estos
espectros barrocos
Marchaban con el mismo peso hacia un
final desconocido.
¿A qué complot infame estaba yo
expuesto,
O qué perverso azar así me
humillaba?
¡Porque yo conté siete veces, de
minuto en minuto,
Este siniestro anciano que se
multiplicaba!
Que aquel que se burla de mi
inquietud,
Y que no se ha sentido alcanzado por
un estremecimiento fraternal,
Si bien que, pese a tanta
decrepitud,
¡Estos siete monstruos horribles
tenían el aire eterno!
¿Hubiera yo, sin morir, contemplado
el octavo,
Sosías inexorable, irónico y fatal,
Asqueante Fénix, hijo y padre de
sí-mismo?
-Mas volví las espaldas al cortejo
infernal.
¡Exasperado como un ebrio que viera
doble,
Retorné, cerré mi puerta, espantado,
Enfermo y pasmado, el espíritu
afiebrado y turbado,
Herido por el misterio y por el
absurdo!
Vanamente mi razón quería empuñar la
barra;
La tempestad jugando derrotaba mis
esfuerzos,
¡Y mi alma danzaba, danzaba, vieja
gabarra
Sin mástiles, sobre un mar
monstruoso y sin riberas!
1859.
XCI
LAS VIEJECITAS
A Víctor
Hugo
En los pliegues sinuosos de las
viejas capitales,
Donde todo, hasta el horror, vuelve
a los sortilegios,
Espío, obediente a mis humores
fatales,
Los seres singulares, decrépitos y
encantadores.
Estos monstruos dislocados fueron
antaño mujeres
¡Eponina o Lais! Monstruos rotos,
jorobados
O torcidos, ¡amémoslos! son todavía
almas
Bajo faldas agujereadas y bajo fríos
trapos.
Trepan, flagelados por el cierzo
inicuo,
Estremeciéndose al rodar estrepitoso
de los ómnibus,
Y apretando contra su flanco, cual
si fueran reliquias,
Un saquito bordado de flores o de
arabescos;
Trotan, muy parecidos a marionetas;
Se arrastran, como hacen las bestias
heridas,
O bailan, sin querer bailar, pobres
campanillas
De las que cuelga un Demonio sin
piedad. Destrozados
Como están, tienen ojos taladrantes
cual una barrena,
Brillantes como esos agujeros en los
que el agua duerme en la noche;
Tienen los ojos divinos de la tierna
niña
Que se maravilla y ríe a todo cuanto
reluce.
-¿Habéis observado que muchos
féretros de viejas
Son casi tan pequeños como el de un
niño?
La Muerte sabia deposita en esas
cajas iguales
Un símbolo de un sabor caprichoso y
cautivante,
Y cuando entreveo un fantasma débil
Atravesando de París el hormigueante
cuadro,
Me parece siempre que este ser
frágil
Se marcha muy dulcemente hacia una
nueva cuna;
A menos que, meditando sobre la
geometría,
Yo no busque, en el aspecto de esos
miembros discordes,
Cuántas veces es preciso que el
obrero varíe
La forma de la caja donde se meten
todos esos cuerpos.
-Esos ojos son pozos abiertos por un
millón de lágrimas,
Crisoles que un metal enfriado
recubre con pajuelas...
¡Esos ojos misteriosos tienen
invencibles encantos
Para aquel que el austero Infortunio
amamanta!
II
De Frascati difunta Vestal
enamorada;
Sacerdotisa de Talía, ¡ah!, de la
que el apuntador
Enterrado sabe el nombre; célebre
evaporada
Que Tívole antaño sombreaba en su
flor,
¡Todas me embriagan! Pero, entre
esos seres débiles
Los hay que, haciendo del dolor una
miel,
Han dicho al Sacrificio que les
prestaba sus alas:
Hipógrifo poderoso, ¡llévame hasta
el cielo!
La una, por su patria en la desdicha
ejercitada,
La otra, que el esposo sobrecargó de
dolores,
La otra, por su hijo Madona
traspasada,
¡Todas habrían podido formar un río
con sus lágrimas!
III
¡Ah! ¡Cómo he seguido a esas
viejecitas!
Una, entre otras, a la hora en que
el sol poniente
Ensangrienta el cielo con heridas
bermejas,
Pensativa, se sentaba apartada sobre
un banco,
Para escuchar uno de esos
conciertos, ricos en cobre
Con los que los soldados, a veces,
inundan nuestros jardines,
Y que, en esas tardes de oro en las
que nos sentimos revivir,
Vierten cierto heroísmo en el
corazón de los ciudadanos.
Aquélla, erecta aún, altiva y
oliendo a la regla,
Aspirando ávidamente ese canto
vivido y guerrero;
Su mirada, a veces, se abría como el
ojo de una vieja águila;
¡Su frente de mármol parecía hecha
para el laurel!
IV
Tal como camináis, estoicas y sin
quejas,
A través del caos de vivientes
ciudades,
madres de sangrante corazón,
cortesanas o santas,
De las que, antaño, los nombres por
todos eran citados.
Vosotras que fuisteis la gracia o
que fuisteis la gloria,
¡Nadie os reconoce! Un beodo incivil
Os enrostra al pasar un amor
irrisorio;
Sobre vuestros talones brinca un
niño flojo y vil.
Avergonzadas de existir, sombras
encogidas,
medrosas, agobiadas, costeáis los
muros;
Y nadie os saluda, ¡extraños
destinos!
¡Despojos de humanidad para la
eternidad maduros!
Pero yo, yo que de lejos tiernamente
os espío,
La mirada inquieta, fija sobre
vuestros pasos vacilantes,
Como si yo fuera vuestro padre, ¡oh,
maravilla!
Saboreo sin que lo sepáis placeres
clandestinos:
Veo expandirse vuestras pasiones
novicias;
Sombríos o luminosos, veo vuestros
días perdidos;
¡Mi corazón multiplicado disfruta de
todos vuestros vicios!
¡Mi alma resplandece de todas
vuestras virtudes!
¡Ruinas! ¡Mi familia! ¡oh, cerebros
congéneres!
¡Yo cada noche os hago una solemne
despedida!
¿Dónde estaréis mañana, Evas
octogenarias,
Sobre las que pesa la garra
horrorosa de Dios?
1859.
XCII
LOS CIEGOS
¡Contémplalos, alma mía; son
realmente horrendos!
Parecidos a maniquíes; vagamente
ridículos;
Terribles, singulares como los
sonámbulos;
Asestando, no se sabe dónde, sus
globos tenebrosos.
Sus ojos, de donde la divina chispa
ha partido.
Como si miraran a lo lejos,
permanecen elevados
Hacia el cielo; no se les ve jamás
hacia los suelos
Inclinar soñadores su cabeza
abrumada.
Atraviesan así el negror ilimitado,
Este hermano del silencio eterno. ¡Oh,
ciudad!
Mientras que alrededor nuestro, tú
cantas, ríes y bramas,
Prendada del placer hasta la
atrocidad,
¡Mira! ¡Yo me arrastro también!
Pero, más que ellos, ofuscado,
Pregunto: ¿Qué buscan en el Cielo,
todos estos ciegos?
1860.
XCIII
A UNA TRANSEÚNTE
La calle ensordecedora alrededor mío
aullaba.
Alta, delgada, enlutada, dolor
majestuoso,
Una mujer pasó, con mano fastuosa
Levantando, balanceando el ruedo y
el festón;
Ágil y noble, con su pierna de
estatua.
Yo, yo bebí, crispado como un
extravagante,
En su pupila, cielo lívido donde
germina el huracán,
La dulzura que fascina y el placer
que mata.
Un rayo... ¡luego la noche! -
Fugitiva beldad
Cuya mirada me ha hecho súbitamente
renacer,
¿No te veré más que en la eternidad?
Desde ya, ¡lejos de aquí! ¡Demasiado
tarde! ¡Jamás, quizá!
Porque ignoro dónde tú huyes, tú no
sabes dónde voy,
¡Oh, tú!, a la que yo hubiera amado,
¡oh, tú que lo supiste!
1860.
XCIV
EL ESQUELETO LABRADOR
I
En las láminas de anatomía
Que yacen en estos muelles
polvorientos,
Donde tanto libro cadavérico
Duerme como una antigua momia,
Dibujos a los cuales la gravedad
Y el saber de un viejo artista,
Por más que el tema sea triste,
Han comunicado la Belleza,
Se ven, lo que hace más completos
Esos misteriosos horrores,
Cavando como labradores,
Desollados y Esqueletos.
II
De este terreno que escarbáis,
Labriegos resignados y lúgubres,
Con todo el esfuerzo de vuestras
vértebras,
O de vuestros músculos descarnados,
Decid, ¿qué cosecha extraña,
Forzados salidos del osario,
Arrancasteis y de qué granjero
Habéis llenado el granero?
¿Queréis (¡con un destino harto
duro,
Espantoso y claro emblema!)
Mostrar que en la fosa misma
El sueño prometido no es seguro;
Que alrededor nuestro la Nada es
traidora;
Que todo, hasta la Muerte, nos
mientes,
Y que sempiternamente,
¡Ah! necesitaremos quizá
En algún país desconocido
Cavar la tierra áspera
Y hundir una pesada pala
Bajo nuestro pie sangriento y
desnudo?
1859.
XCV
CREPÚSCULO VESPERTINO
He aquí la noche encantadora, amiga
del criminal;
Llega como un cómplice, a paso de
lobo; el cielo
Se cierra lentamente cual una gran
alcoba,
Y el hombre impaciente se cambia en
bestia salvaje.
¡Oh noche!, amable noche, deseada
por aquel
Cuyos brazos, sin mentir, pueden
decir: ¡Hoy
Hemos trabajado! - Es la noche la
que alivia
Los espíritus que devora un dolor
salvaje,
El sabio obstinado cuya frente se
abruma,
Y el obrero encorvado que recobra su
lecho.
Mientras tanto demonios malignos en
la atmósfera
Se despiertan pesadamente, cual
hombres de negocios,
Y golpean al volar los postigos y el
altillo.
A través de las luces que atormenta
el viento
La Prostitución se enciende en las
calles;
Como un hormiguero ella abre sus
salidas;
Por todas partes traza un oculto
camino,
Cual el enemigo que intenta un
asalto;
Ella se agita en el seno de la
ciudad de fango
Como un gusano que roba al Hombre lo
que ha comido.
Se escuchan aquí y allí las cocinas
silbar,
Los teatros chillar, las orquestas
roncar;
Las mesas redondas, en las que el
juego hace las delicias,
Llénanse de rameras y de
estafadores, sus cómplices,
Y los ladrones, que no tienen tregua
ni merced,
Pronto han de comenzar su trabajo,
ellos también,
Y forzar suavemente las puertas y
las cajas
Para vivir unos días y vestir a sus
amantes.
¡Recógete, alma mía, en este grave
instante,
Y cierra tu oído a este rugido.
Esta es la hora en que los dolores
de los enfermos se agudizan!
La Noche sombría les agarra la
garganta; concluyen
Su destino y van hacia la fosa
común;
El hospital se llena de sus
suspiros. - Más de uno
No llegará jamás en busca de la sopa
perfumada,
AI rincón del hogar, de noche, junto
a un alma amada.
Todavía la mayoría de ellos, jamás
han conocido
La Dulzura del hogar, ¡Jamás han
vivido!
1852.
XCVI
EL JUEGO
En los sillones marchitos,
cortesanas viejas,
Pálidas, las cejas pintadas, la
mirada zalamera y fatal,
Coqueteando y haciendo de sus magras
orejas
Caer un tintineo de piedra y de
metal;
Alrededor de verdes tapetes, rostros
sin labio,
Labios pálidos, mandíbulas
desdentadas,
Y dedos convulsionados por una
infernal fiebre,
Hurgando el bolsillo o el seno
palpitante;
Bajo sucios cielorrasos una fila de
pálidas arañas
Y enormes quinqués proyectando sus
fulgores
Sobre frentes tenebrosas de poetas
ilustres
Que acuden a derrochar sus
sangrientos sudores;
He aquí el negro cuadro que en un
sueño nocturno
Vi desarrollarse bajo mi mirada
perspicaz.
Yo mismo, en un rincón del antro
taciturno,
Me vi apoyado, frío, mudo, ansioso,
Envidiando de esas gentes la pasión
tenaz,
De aquellas viejas rameras la
fúnebre alegría,
¡Y todos gallardamente ante mí
traficando,
El uno con su viejo honor, la otra
con su belleza!
¡Y mi corazón se horrorizó
contemplando a tanto infeliz
Acudiendo con fervor hacia el abismo
abierto,
Y que, ebrio de sangre, preferiría
en suma
El dolor a la muerte y el infierno a
la nada!
1857.
XCVII
DANZA MACABRA
Para Ernesto
Christophe
Como un viviente, arrogante de su
noble estatura,
Con su gran ramillete, su pañuelo y
sus guantes,
Ella tiene la indolencia y la
desenvoltura
De una coqueta flaca de porte
extravagante.
¿Se vio alguna vez en el baile un
talle más delgado?
Su vestido exagerado, en su real
amplitud,
Se vuelca abundantemente sobre un
pie seco que oprime
Un zapato adornado, bello cual una
flor.
El frunce que juega al borde de las
clavículas,
Cual arroyo lascivo frotándose en el
peñasco,
Defiende púdicamente de las chanzas
ridículas
Los fúnebres encantos que ella sabe
ocultar,
Sus ojos profundos están hechos de
vacío y de tinieblas,
Y su cráneo, con flores
artísticamente peinado,
Oscila lánguidamente sobre sus
frágiles vértebras,
¡Oh, encanto de un fantasma
locamente emperifollado!
Algunos te tomarán por una
caricatura,
Sin comprender, amantes ebrios de
carne,
La elegancia sin nombre de tu humana
armadura.
¡Tú respondes, gran esqueleto, a mi
gusto más caro!
¿Vienes a turbar, con tu imponente
mueca,
La fiesta de la Vida? o ¿algún viejo
deseo,
Acicateando aún tu viviente
esqueleto,
Te impulsa, crédula, al aquelarre
del Placer?
¿Con el cantar de los violines, y
las llamas de las bujías,
Esperas expulsar tu pesadilla
burlona,
Y vienes a implorar al torrente de
las orgías
Que refresque el infierno encendido
en tu corazón?
¡Inagotable pozo de necedad y de
errores!
¡Del antiguo dolor eterno alambique!
A través del retorcido enrejado de
tus costillas
Yo veo, todavía errante, el
insaciable áspid.
A la verdad, temo que tu coquetería
No alcance un precio digno de sus
esfuerzos;
¿Quién, entre esos corazones
mortales, alcanza la burla?
¡Los sortilegios del horror sólo
embriagan a los fuertes!
El abismo de tus ojos, pleno de
horribles pensamientos,
Exhala el vértigo, y los bailarines
prudentes
No contemplarán sin amargas náuseas
La sonrisa eterna de tus treinta y
dos dientes.
Empero, ¿quién no ha estrechado
entre sus brazos un esqueleto,
Y quién no se ha nutrido de cosas
sepulcrales?
¿Qué importa el perfume, el vestido
o el tocado?
El que hace ascos demuestra que se
cree bello.
Bayadera sin nariz, irresistible
trotona,
Diles, pues, a estos bailarines que
se hacen los ofuscados:
"Arrogantes galanes, pese al arte de
los polvos y del colorete,
¡Exhaláis todos la muerte! ¡Oh,
esqueletos almizclados!
¡Antinoos marchitos, dandis de
rostro glabre,
Cadáveres barnizados, lovelaces
canosos,
El alboroto universal de la danza
macabra
Os arrastra hacia lugares
desconocidos!
Desde los muelles fríos del Sena a
los bordes ardientes del Ganges,
El tropel mortal salta y se pasma,
sin ver
La trompeta del Ángel en un agujero
del techo
Siniestramente boquiabierto cual un
negro trabuco.
En todo clima, bajo todo sol, la
Muerte te admira
En tus contorsiones, risible
Humanidad,
Y a menudo, como tú, perfumándose de
mirra,
Mezcla su ironía a tu insensatez!"
1857.
XCVIII
EL AMOR DE LA MENTIRA
Cuando te veo pasar, ¡oh!, mi
querida, indolente,
Al cantar de los instrumentos que se
rompe en el cielo raso
Suspendiendo tu andar armonioso y
lento,
Y paseando el hastío de tu mirar
profundo;
Cuando contemplo bajo la luz del gas
que la colora,
Tu frente pálida, embellecida por
morbosa atracción,
Donde las antorchas nocturnas
encienden una aurora,
Y tus ojos atraen cual los de un
retrato,
Yo me digo: ¡Qué hermosa es! y ¡qué
singularmente fresca!
El recuerdo macizo, real e imponente
torre,
La corona, y su corazón cual un
melocotón magullado,
Está maduro, como su cuerpo, para el
sabio amor.
¿Eres el fruto otoñal de sabores
soberanos?
¿Eres la urna fúnebre aguardando
algunas lágrimas,
Perfume que hace soñar con oasis
lejanos,
Almohada acariciante, o canastillo
de flores?
Yo sé que hay miradas, de las más
melancólicas,
Que no recelan jamás secretos
preciosos;
Hermosos alhajeros sin joyas,
medallones sin reliquias,
Más vacíos, más profundos que
vosotros mismos, ¡oh Cielos!
¿Pero, no basta que tú seas la
apariencia,
Para regocijar un corazón que rehuye
la verdad?
¿Qué importa tu torpeza o tu
indiferencia?
Máscara o adorno, ¡salud! Yo adoro
tu beldad.
1860.
XCIX
(YO NO HE OLVIDADO...)
Yo no he olvidado, vecina a la
ciudad,
Nuestra blanca morada, pequeña pero
tranquila;
Su Pomona de yeso y su vieja Venus
En un bosquecillo insignificante
ocultando sus miembros desnudos,
Y el sol, en la tarde, refulgente y
soberbio,
Que, detrás del cristal en que se
quebraba su gavilla,
Parecía, ojo inmenso abierto en el
cielo curioso,
Contemplar vuestras cenas largas y
silenciosas,
Derramando generosamente sus bellos
reflejos de cirio
Sobre el mantel frugal y las
cortinas de sarga.
1857.
C
(A LA CRIADA...)
A la criada de la que con toda el
alma estabais celosa
Y que duerme su sueño bajo un
humilde césped,
Debiéramos, sin embargo, llevarle
algunas flores.
Los muertos, los pobres muertos,
tienen grandes dolores,
Y cuando Octubre sopla, talador de
viejos árboles,
Su viento melancólico alrededor de
sus mármoles,
En verdad, deben encontrar los vivos
harto ingratos,
Durmiendo, como lo hacen,
cálidamente entre sus sábanas,
Mientras que, devorados por negras
ensoñaciones,
Sin compañero de lecho, sin gratas
conversaciones,
Viejos esqueletos helados consumidos
por el gusano,
Sienten escurrirse las nieves del
invierno
Y el siglo transcurrir, sin que
amigos ni familia
Reemplacen los jirones que penden de
su verja.
Cuando el leño silba y canta, si en
la tarde,
Tranquila, en el sillón yo la veía
sentarse,
Si, en una noche azul y fría de
diciembre,
Yo la encontraba acurrucada en un
rincón de mi cuarto,
Grave, y viniendo del fondo de su
lecho eterno
Incubar el niño crecido bajo su
mirada maternal,
¿Qué podría responder yo a esta alma
piadosa,
Viendo caer las lágrimas de su
pupila hueca?
1857.
CI
BRUMAS Y LLUVIAS
¡Oh, finales de otoño, inviernos,
primaveras cubiertas de lodo,
Adormecedoras estaciones! yo os amo
y os elogio
Por envolver así mí corazón y mi
cerebro
Con una mortaja vaporosa y en una
tumba baldía.
En esta inmensa llanura donde el
austro frío sopla,
Donde en las interminables noches la
veleta enronquece,
Mi alma mejor que en la época del
tibio reverdecer
Desplegará ampliamente sus alas de
cuervo.
Nada es más dulce para el corazón
lleno de cosas fúnebres,
Y sobre el cual desde hace tiempo
desciende la escarcha,
¡Oh, blanquecinas estaciones, reinas
de nuestros climas!,
Que el aspecto permanente de
vuestras pálidas tinieblas,
-Si no es en una noche sin luna, uno
junto al otro,
El dolor adormecido sobre un lecho
cualquiera.
1857.
CII
SUEÑO PARISIENSE
Constantin Guys
I
De aquel terrible paisaje,
Tal que jamás un mortal vio,
Esta mañana todavía la imagen,
Vaga y lejana, me arrebataba.
¡El sueño estaba lleno de milagros!
Por un capricho singular
Yo había desterrado del espectáculo
El vegetal singular,
Y, pintor orgulloso de mi genio,
saboreaba en mi cuadro
La embriagante monotonía
Del metal, del mármol y del agua.
Babel de escaleras y de arcadas,
Era un palacio infinito,
Lleno de fuentes y cascadas
Volcando el oro mate o bruñido;
Y cataratas pesadas,
Como cortinas de cristal,
Pendían, deslumbrantes,
De las murallas de metal.
No de árboles, sino de columnatas,
Los dormidos estanques nos rodeaban,
Donde gigantescas náyades,
Como mujeres, se contemplaban.
Napas de agua derramábanse, azules
Entre malecones rosados y verdes,
A lo largo de millones de leguas,
Hacia el confín del universo;
¡Eran piedras inauditas
Y oleadas mágicas; eran
Inmensos espejos deslumbrantes
Por todo cuanto ellos reflejaban!
Indolentes y taciturnos,
Los Ganges, en el firmamento,
Volcaban el tesoro de sus urnas
En abismos de diamante.
Arquitecto de mis hechizos,
Yo hacía, a mi capricho,
Bajo un túnel de pedrerías
Pasar un océano domado;
Y todo, aun el color negro,
Parecía límpido, claro, irisado;
El líquido engastaba su gloria
En el destello cristalizado.
¡Ningún astro, desde luego, nada de
vestigios
De sol, ni siquiera en lo bajo del
cielo,
Para iluminar estos prodigios,
Que brillaban con su propio fuego!
Y sobre estas movientes maravillas
Cerníase (¡terrible novedad!
¡Todo para la vista, nada para los
oídos!)
Un silencio de eternidad.
II
Al reabrir mis ojos llameantes
He visto el horror de mi rincón,
Y sentí, penetrando en mi alma,
La punta de las preocupaciones
malditas;
El péndulo de los acentos fúnebres
Sonaba brutalmente el mediodía,
Y el cielo volcaba tinieblas
Sobre el triste mundo adormilado.
1860.
CIII
EL CREPÚSCULO MATUTINO
La diana cantaba en los patios de
los cuarteles,
Y el viento de la mañana soplaba
sobre las linternas.
Era la hora en que el enjambre de
los sueños malignos
Tuerce sobre sus almohadas los
atezados adolescentes;
Cuando, cual un ojo sangriento que
palpita y se menea,
La lámpara en el amanecer es una
mancha roja;
Cuando el alma, bajo el peso del
cuerpo rudo y pesado,
Imita los combates de la lámpara y
del día.
Como un rostro en llanto que las
brisas enjugan,
El aire está lleno del escalofrío de
las cosas que se fugan,
Y el hombre está fatigado de
escribir y la mujer de amar,
Las casas, aquí y allá, comienzan a
humear,
Las hembras de placer, el párpado
lívido,
Boca abierta, dormían con su sueño
estúpido;
Las pordioseras, arrastrando sus
senos fláccidos y fríos,
Soplaban sobre sus tizones y
soplaban sobre sus dedos.
Era la hora en que, entre el frío y
la roñería
Se agravan los dolores de las
mujeres yacientes;
Cual un sollozo cortado por un
vómito espumoso
El canto del gallo, a lo lejos,
rasgaba el aire brumoso;
Un mar de nieblas bañaba los
edificios,
Y los agonizantes en el fondo de los
hospicios
Exhalaban su postrer estertor en
hipos desiguales.
Los libertinos regresaban,
destrozados por sus esfuerzos.
La aurora tiritante, vestida de rosa
y verde,
Avanzaba lentamente sobre el Sena
desierto,
Y la sombra de París, frotándose los
ojos,
Empuñaba sus herramientas, anciano
laborioso.
1852.
EL VINO
CIV
EL ALMA DEL VINO
Una noche, el alma del vino cantó en
las botellas:
"¡Hombre, hacia ti elevo, ¡oh!
querido desheredado,
Bajo mi prisión de vidrio y mis
lacres bermejos,
Una canción colmada de luz y de
fraternidad!
Sobre la colina en llamas, yo sé
cuánto se requiere
De pena, de sudor y de sol abrasador
Para engendrar mi vida y para
infundirme el alma;
Mas, no seré ni ingrato ni dañino,
Pues que experimento un regocijo
inmenso cuando caigo
En el gaznate de un hombre consumido
por su labor,
Y su cálido pecho es una dulce tumba
En la cual me siento mucho mejor que
en mis frías bodegas.
¿Oyes resonar las canciones
dominicales
Y la esperanza que gorjea en mi
pecho palpitante?
Los codos sobre la mesa y
arremangado,
Tú me glorificarás y te sentirás
contento;
Yo iluminaré los ojos de tu mujer
arrebatada;
A tu hijo le volveré su fuerza y sus
colores
Y seré para ese frágil atleta de la
vida
El ungüento que fortalece los
músculos de los luchadores.
En ti yo caeré, vegetal ambrosía,
Grano precioso arrojado por el
eterno Sembrador,
Para que de nuestro amor nazca la
poesía
Que brotará hacia Dios cual una rara
flor!"
1844.
CV
EL VINO DE LOS TRAPEROS
Frecuentemente, al claro fulgor de
un reverbero
Del cual bate el viento la llama y
atormenta el vidrio,
En el corazón de un antiguo arrabal,
laberinto fangoso
Donde la humanidad bulle en
fermentos tempestuosos,
Se ve un trapero que llega, meneando
la cabeza,
Tropezando, y arrimándose a los
muros como un poeta,
Y, sin cuidarse de los polizontes,
sus sombras negras
Expande todo su corazón en gloriosos
proyectos.
Formula juramentos, dicta leyes
sublimes,
Aterra los malvados, redime las
víctimas,
Y bajo el firmamento cual un dosel
suspendido,
Se embriaga con los esplendores de
su propia virtud.
Sí, esta gente hostigada por
miserias domésticas,
Molidos por el trabajo y
atormentados por la edad,
Derrengados y doblándose bajo un
montón de basuras,
Vómitos confusos del enorme París,
Retornan, perfumados de un olor de
toneles,
Seguidos de compañeros, encanecidos
en las batallas,
Cuyos mostachos penden como las
viejas banderas.
Los pendones, las flores y los arcos
triunfales
Iérguense ante ellos, ¡solemne
sortilegio!
¡Y en la ensordecedora y luminosa
orgía
Clarines, sol, aclamaciones y
tambores,
Tráenle la gloria al pueblo ebrio de
amor!
Es así como a través de la Humanidad
frívola
El vino arrastra el oro,
deslumbrante Pactolo;
Por la garganta del hombre canta sus
proezas
Y reina por sus dones así como los
verdaderos reyes.
Para ahogar el rencor y acunar la
indolencia
De todos estos viejos malditos que
mueren en silencio,
Dios, tocado por los remordimientos,
había hecho el sueño;
¡El hombre agregó el Vino, hijo
sagrado del Sol!
1852.
CVI
EL VINO DEL ASESINO
Mi mujer está muerta, ¡soy libre!
Puedo, pues, beber hasta el
hartazgo.
Cuando regresaba sin un sueldo,
Sus gritos me desgarraban los
nervios.
Tanto como un rey soy dichoso;
El aire es puro, el cielo
admirable...
¡Teníamos un verano semejante
Cuando me enamoré!
La horrible sed que me desgarra
Tendría necesidad para saciarse
De tanto vino como puede contener
Su tumba; - lo que no es poco decir:
La he echado al fondo de un pozo,
Y hasta he arrojado sobre ella
todas las piedras del brocal.
-¡La olvidaré si puedo!
En nombre de los juramentos de
ternura,
De los que nadie nos puede desligar,
Y para reconciliarnos
Como en los buenos tiempos de
nuestra embriaguez,
Le imploré una cita,
Por la noche, en un camino oscuro.
¡Ella acudió! -¡loca criatura!
¡Somos todos más o menos locos!
Estaba todavía bonita,
¡Si bien muy cansada! Y yo,
¡Yo la quería mucho! He aquí porque
Le dije: ¡Deja esta existencia!
Nadie puede comprenderme. Uno solo
Entre estos borrachos estúpidos
¿Pensó en sus noches morbosas
Hacer del vino una mortaja?
Esta crápula invulnerable
Como las máquinas de hierro
Jamás, ni en verano ni en invierno,
Ha conocido el amor verdadero,
¡Con sus negros encantos,
Su cortejo infernal de clamores,
Sus frascos de veneno, sus lágrimas,
Su estrépito de cadena y de
osamentas!
-¡Heme aquí, libre y solitario!
Estaré esta noche borracho perdido;
Entonces, sin miedo y sin
remordimiento,
Me echaré en el suelo,
¡Y dormiré como un perro!
El carretón de pesadas ruedas
Cargado de piedras y de barro,
El vagón desenfrenado puede quizá
Aplastar mi cabeza culpable
O cortarme por la mitad,
¡Yo me río, tanto como de Dios,
Del Diablo o de la Santa Mesa!
1848.
CVII
EL VINO DEL SOLITARIO
La mirada singular de una mujer
galante
Que se desliza hacia nosotros como
el rayo blanco
Que la luna ondulante envía al lago
tembloroso,
Cuando en él quiere bañar su belleza
indolente;
El último escudo de la talega en los
dedos de un jugador;
Un beso libertino de la flaca
Adelina;
Los sones de una música enervante y
mimosa,
Semejante al grito lejano del humano
dolor,
Todo eso no vale nada, ¡oh! botella
profunda,
Los bálsamos penetrantes que tu
panza fecunda
Guarda, piadosa para el corazón
sediento del poeta;
¡Tu le viertes la esperanza, la
juventud y la vida,
-Y el orgullo, este tesoro de toda
miseria,
Que nos vuelve triunfantes y
semejantes a los dioses.
1857
CVIII
EL VINO DE LOS AMANTES
¡Hoy el espacio muestra todo su
esplendor!
Sin freno, sin espuelas, sin bridas.
¡Partamos, cabalgando sobre el vino
Hacia un cielo mágico y divino!
Cual dos ángeles a los cuales
tortura
Una implacable calentura,
En el azul diáfano de la mañana
¡Sigamos hacia el espejismo lejano!
Muellemente mecidos sobre las alas
Del torbellino inteligente,
En un delirio paralelo,
¡Hermana mía, uno al lado del otro,
navegando,
Huiremos sin reposo ni treguas
Hacia el paraíso de mis sueños!
1857
FLORES DEL MAL
CIX
LA DESTRUCCIÓN
Incesante a mi vera se agita el
Demonio;
Flota alrededor mío como un aire
impalpable;
Lo aspiro y lo siento que quema mis
pulmones
Y los llena de un deseo eterno y
culpable.
A veces toma, sabiendo mi gran amor
al Arte,
La forma de la más seductora de las
mujeres,
Y, bajo especiosos pretextos de
tedio,
Habitúa mis labios a filtros
infames.
Me conduce así, lejos de la mirada
de Dios,
Jadeante y destrozado por la fatiga,
en medio
De las llanuras del Hastío,
profundas y desiertas,
Y despliega ante mis ojos llenos de
confusión
Vestimentas mancilladas, heridas
abiertas,
¡Y el aparejo sangriento de la
Destrucción!
1855
CX
UN MÁRTIR
(Dibujo de un maestro
desconocido)
En medio de los frascos, de las
telas recamadas
Y de los muebles voluptuosos,
Mármoles, cuadros, ropas perfumadas
Se arrastran en pliegues suntuosos,
En una alcoba tibia donde, como en
un invernáculo,
El aire es peligroso y fatal,
Donde los ramilletes moribundos en
sus féretros de vidrio
Exhalan su suspiro final,
Un cadáver sin cabeza derrama, cual
un río,
Sobre la almohada desalterada
Una sangre roja y vivida con la que
la tela se abreva
Con la avidez de un prado.
Semejante a las visiones pálidas que
engendran la sombra
Y que nos encadenan los ojos,
La cabeza, con el montón de sus
crines oscuras
Y de sus joyas preciosas,
Sobre el velador, como una ranúncula,
Reposa; y, vacía de pensamientos,
Una mirada vaga y pálida como un
crepúsculo
Se escapa de sus ojos revulsivos.
Sobre el lecho, el tronco desnudo
sin escrúpulos exhibe
En el más completo abandono
El secreto esplendor y la belleza
fatal
De que la natura le hizo don;
Una media rosada, bordada de oro, en
la pierna,
Como un recuerdo ha quedado;
La liga, cual un ojo secreto que
fulgura,
Clava una mirada diamantina.
El singular aspecto de esta soledad
Y de un gran retrato lánguido,
Con ojos provocadores como su
actitud,
Revela un amor tenebroso,
Un júbilo culpable y festejos
extraños
Llenos de besos infernales,
Con los que se regocija el enjambre
de ángeles malos
Flotando en los pliegues de los
cortinados;
Y empero, al contemplar la delgadez
elegante
Del hombro de contorno anguloso,
La cadera un poco puntiaguda y la
cintura airosa
Cual un reptil irritado,
¡Ella es aún muy joven! -Su alma
exasperada
Y sus sentimientos por el hastío
mordidos,
¿Estuvieron entreabiertos a la
jauría alterada
Los deseos errantes y perdidos?
El hombre vengativo, viviente, que
tú no has podido,
Malgrado tanto amor, saciar,
¿Colmó sobre tu carne inerte y
complaciente
La inmensidad de su deseo?
¡Responde, cadáver impuro! y por tus
trenzas rígidas
Levantándote con un brazo
febriciente,
Dime, cabeza horrenda, sobre tus
dientes fríos,
¿No estampó él su suprema despedida?
-Lejos del mundo burlón, lejos de la
multitud impura,
Lejos de los magistrados curiosos,
Duerme en paz, duerme en paz,
extraña criatura,
En tu tumba misteriosa;
Tu esposo corre por el mundo y tu
forma inmortal
Vela cerca suyo cuando él duerme;
Tanto como tú sin duda él te será
fiel
Y constante hasta la muerte.
1857.
CXI
MUJERES CONDENADAS
Como bestias meditabundas sobre la
arena tumbadas,
Ellas vuelven sus miradas hacia el
horizonte del mar,
Y sus pies se buscan y sus manos
entrelazadas
Tienen suaves languideces y
escalofríos amargos.
Las unas, corazones gustosos de las
largas confidencias,
En el fondo de bosquecillos donde
brotan los arroyos,
Van deletreando el amor de tímidas
infancias
Y cincelan la corteza verde de los
tiernos arbustos;
Otras, cual religiosas, caminan
lentas y graves,
A través de las rocas llenas de
apariciones,
Donde San Antonio ha visto surgir
como de las lavas
Los pechos desnudos y purpúreos de
sus tentaciones;
Las hay, a la lumbre de resinas
crepitantes,
Que en la cavidad muda de los viejos
antros paganos
Te apelan en auxilio de sus fiebres
aullantes,
¡Oh, Baco, adormecedor de
remordimientos pasados!
Y otras hay, cuya garganta gusta de
los escapularios,
Que, barruntando una fusta bajo sus
largas vestimentas,
Mezclan, en el bosque sombrío y las
noches solitarias,
La espuma del placer con las
lágrimas de los tormentos.
¡Oh vírgenes, oh demonios, oh
monstruos, oh mártires,
De la realidad, grandes espíritus
desdeñosos,
Buscadoras del infinito, devotas y
sátiras,
Ora llenas de gritos, ora llenas de
lágrimas,
Vosotras que hasta vuestro infierno
mi alma ha perseguido,
Pobres hermanas mías, yo os amo
tanto como os compadezco,
Por vuestros tristes dolores,
vuestra sed insaciable,
¡Y las urnas de amor del que
vuestros corazones desbordan!
1857
CXII
LAS DOS BUENAS HERMANAS
La Licencia y la Muerte son dos
gentiles rameras,
Pródigas de besos y ricas en salud,
Cuyo vientre siempre virgen y
cubierto de andrajos
En la incesante labor jamás ha
procreado.
Al poeta siniestro, enemigo de las
familias,
Favorito del infierno, cortesano mal
rentado,
Tumbas y lupanares muestran bajo sus
atractivos
Un lecho que el remordimiento jamás
ha frecuentado
Y la tumba y la alcoba, en
blasfemias fecundas
Nos ofrendan, vez a vez, como dos
buenas hermanas,
Terribles placeres y horrendas
dulzuras.
¿Cuándo quieres enterrarme,
Licencia, la de los brazos inmundos?
¡Oh, Muerte! ¿Cuándo vendrás, su
rival en atractivos,
Para mezclar sus mirtos infectos con
tus negros cipreses?
1842.
CXIII
LA FUENTE DE SANGRE
Me parece a veces que mi sangre
corre a raudales,
Cual una fuente con rítmicos
sollozos.
La escucho bien que corre con un
prolongado murmullo,
Pero, me palpo en vano para
encontrar la herida.
A través de la ciudad, como en un
campo cercado,
Se marcha, transformando los
adoquines en islotes,
Saciando la sed de cada criatura,
Y en todas partes colorando de rojo
la natura.
He implorado frecuentemente a los
vinos capitosos
Adormecieran sólo un día el terror
que me consume;
¡Qué el vino hace ver más claro y
afina más el oído!
He buscado en el amor un sueño
olvidadizo;
Mas el amor no es para mí sino un
colchón de agujas
¡Hecho para dar de beber a esas
crueles mujeres!
1857.
CXIV
ALEGORÍA
Es una mujer hermosa y de rica
prestancia,
Que deja en el vino arrastrar su
cabellera.
Las zarpas del amor, los venenos del
garito,
Todo se desliza y embota en el
granito de su piel.
Ella se ríe de la Muerte y burla del
Libertinaje,
Esos monstruos cuya mano, que
siempre araña y rasga,
En sus juegos dañinos y, sin
embargo, respetada
De su cuerpo firme y erecto la ruda
majestad.
Camina como diosa y reposa cual
sultana;
Pone en el placer la fe mahometana,
Y con sus brazos abiertos, que
abarcan sus pechos,
Atrae las miradas de los seres
humanos.
Ella cree, ella sabe, esta virgen
infecunda,
Y, por consiguiente, necesaria para
la marcha del mundo,
Que la belleza del cuerpo es un
sublime don
Que de toda infamia arranca el
perdón.
Ignora el Infierno tanto como el
Purgatorio,
Y cuando la hora llegue de entrar en
la Noche negra,
Ella mirará el rostro de la Muerte,
Como a un recién nacido, -sin odio y
sin remordimiento.
1857
CXV
LA BEATRIZ
En las tierras cenicientas,
calcinadas, sin verdor,
Como yo me lamentara un día a la
Natura,
Mientras mi pensamiento vagaba al
azar,
Agucé lentamente sobre mi corazón el
puñal,
Y vi en pleno mediodía descender
sobre mi cabeza
La nube fúnebre y pesada de una
tempestad,
Que llevaba un tropel de demonios
viciosos,
Parecidos a enanos crueles y
curiosos.
A considerarme fríamente se pusieron
Y, como viandantes sobre un loco que
admiran,
Los escuché reír y cuchichear entre
ellos,
Cambiando muchas señas y guiñadas.
-"Contemplemos complacidos esta
caricatura
Y esta sombra de Hamlet imitando su
postura,
La mirada indecisa y los cabellos al
viento.
¿No inspira gran piedad ver a este
buen compañero,
Este vagabundo, este histrión
vacante, este bribón,
Porque sabe desempeñar
artísticamente su rol,
Empeñarse en atraer con la canción
de sus dolores
Las águilas, los grillos, los
arroyos y las flores,
Y hasta a nosotros, autores de estos
viejos papeles,
Recitarnos aullando sus tiradas
públicas?"
Habría podido (mi orgullo alto cual
los montes
Domina la nube y el grito de los
demonios)
Desviar simplemente mi testa
soberana,
Si no hubiera visto entre su tropel,
obscena,
¡Crimen que no hizo vacilar al sol!
La reina de mi corazón, la de mirada
incomparable,
Que se reía con ellos de mi sombría
angustia
Y les hacía, a veces, alguna sucia
caricia.
1857.
CXVI
UN VIAJE A CITEREA
Mi corazón, como un pájaro,
voltigeaba gozoso
Y planeaba libremente alrededor de
las jarcias;
El navío rolaba bajo un cielo sin
nubes,
Cual un ángel embriagado de un sol
radiante.
¿Qué isla es ésta, triste y negra?
-Es Citerea,
Nos dicen, país celebrado en las
canciones,
El dorado banal de todos los galanes
en el pasado.
Mirad, después de todo, no es sino
un pobre erial.
-¡Isla de los dulces secretos y de
los regocijos del corazón!
De la antigua Venus, soberbio
fantasma
Sobre tus aguas ciérnese un como
aroma,
Que satura los espíritus de amor y
languidez.
Bella isla de los mirtos verdes,
plena de flores abiertas,
Venerada eternamente por toda
nación,
Donde los suspiros de los corazones
en adoración
Envuelven como incienso sobre un
rosedal
Donde el arrullo eterno de una
torcaz
-Citerea no era sino un lugar de los
más áridos,
Un desierto rocoso turbado por
gritos agrios.
¡Yo, empero, vislumbraba un objeto
singular!
No era aquello un templo sobre las
umbrías laderas,
Al cual la joven sacerdotisa,
enamorada de las flores,
Acudía, encendido el cuerpo por
secretos ardores,
Entreabriendo su túnica las brisas
pasajeras;
Pero, he aquí que rozando la costa,
más de cerca
Para turbar los pájaros con nuestras
velas blancas,
Vimos que era una horca de tres
ramas,
Destacándose negra sobre el cielo,
como un ciprés.
Feroces pájaros posados sobre su
cebo
Destruían con saña un ahorcado ya
maduro,
Cada uno hundiendo, cual
instrumento, su pico impuro
En todos los rincones sangrientos de
aquella carroña;
Los ojos eran dos agujeros, y del
vientre desfondado
Los intestinos pesados caíanle sobre
los muslos,
Y sus verdugos, ahítos de horribles
delicias,
A picotazos lo habían absolutamente
castrado.
Bajo los pies, un tropel de celosos
cuadrúpedos,
El hocico levantado, husmeaban y
rondaban;
Una bestia más grande en medio se
agitaba
Como un verdugo rodeado de
ayudantes.
Habitante de Citerea, hijo de un
cielo tan bello,
Silenciosamente tu soportabas estos
insultos
En expiación de tus infames cultos
Y de los pecados que te ha vedado el
sepulcro.
Ridículo colgado, ¡tus dolores son
los míos!
Sentí, ante el aspecto de tus
miembros flotantes,
Como una náusea, subir hasta mis
dientes,
El caudal de hiel de mis dolores
pasados;
Ante ti, pobre diablo, inolvidable,
He sentido todos los picos y todas
las quijadas
De los cuervos lancinantes y de las
panteras negras
Que, en su tiempo, tanto gustaron de
triturar mi carne.
-El cielo estaba encantador, la mar
serena;
Para mí todo era negro y sangriento
desde entonces.
¡Ah! y tenía, como en un sudario
espeso,
El corazón amortajado en esta
alegoría.
En tu isla, ¡oh, Venus! no he
hallado erguido
Mas que un patíbulo simbólico del
cual pendía mi imagen...
-¡Ah! ¡Señor! ¡Concédeme la fuerza y
el coraje
De contemplar mi corazón y mi cuerpo
sin repugnancia!
1852.
CXVII
EL CUPIDO Y EL CRÁNEO
(Vieja viñeta)
Cupido está sentado sobre el cráneo
De la Humanidad,
Y sobre este trono el profano,
Con risa desvergonzada,
Sopla alegremente burbujas redondas
Que suben en el aire,
Como para alcanzar los mundos
En el fondo del éter.
El globo luminoso y frágil
Toma un gran impulso,
Estalla y escupe su alma sutil
Como un sueño dorado.
Escucho al cráneo, en cada burbuja
Rogar y gemir:
-"Este juego feroz y ridículo,
¿Cuándo debe concluir?
Porque lo que tu boca cruel
Desparrama en el aire,
Monstruo asesino, es mi cerebro,
¡Mi sangre y mi carne!"
1855.
REBELIÓN
CXVIII
EN RENIEGO DE SAN PEDRO
¿Qué es lo que Dios hace, entonces,
de esta oleada de anatemas
Que sube todos los días hacia sus
caros Serafines?
¿Cómo un tirano ahíto de manjares y
de vinos,
Se adormece al suave rumor de
nuestras horrendas blasfemias?
Los sollozos de los mártires y de
los ajusticiados,
Son, sin duda, una embriagadora
sinfonía,
Puesto que, malgrado la sangre que
su voluptuosidad cuesta,
¡Los cielos todavía no están
saciados del todo!
-¡Ah, Jesús! ¡Recuérdate del Huerto
de los Olivos!
En tu candidez prosternado, rogabas
A Aquel que en su cielo reía del
ruido de los clavos
Que innobles verdugos hundían en tus
carnes vivas,
Cuando viste escupir sobre tu
divinidad
La crápula del cuerpo de guardia y
de la servidumbre,
Y cuando sentiste incrustarse las
espinas,
En tu cráneo donde vivía la inmensa
Humanidad;
Cuando de tu cuerpo roto la pesadez
horrible
Alargaba tus dos brazos distendidos,
que tu sangre
Y tu sudor manaban de tu frente
palidecida,
Cuando tú fuiste ante todos colgado
como un blanco.
¿Recordabas, acaso, aquellos días
tan brillantes, y tan hermosos
En que llegaste para cumplir la
eterna promesa,
Cuando atravesaste, montado sobre
una mansa mula
Caminos colmados de flores y de
follaje,
En que el corazón henchido de
esperanzas y de valentía,
Azotaste sin rodeos a todos aquellos
mercaderes viles?
¿Cuando fuiste tú, finalmente, el
amo? El remordimiento,
¿No ha penetrado en tu flanco mucho
antes que la lanza?
-Por cierto, en cuanto a mi, saldré
satisfecho
De un mundo donde la acción no es la
hermana del ensueño;
¡Pueda yo empuñar la espada y
perecer por la espada!
San Pedro ha renegado de Jesús ...
¡Hizo bien!
1852.
CXIX
ABEL Y CAÍN
I
Raza de Abel, duerme, bebe y come;
Dios te sonríe complaciente.
Raza de Caín, en el fango
Arrástrate y muere miserablemente.
¡Raza de Abel, tu sacrificio
Halaga la nariz de Serafín!
Raza de Caín, tu suplicio,
¿Tendrá alguna vez fin?
Raza de Abel, ve tus sembrados
Y tus ganados crecer;
Raza de Caín, tus entrañas
Aúllan hambrientas como un viejo
can.
Raza de Abel, calienta tu vientre
En el hogar patriarcal;
Raza de Caín, en tu antro
Tiembla de frío, ¡pobre chacal!
¡Raza de Abel, ama y pulula!
Tu oro también procrea.
Raza de Caín, corazón ardiente,
Guárdate de esos grandes apetitos.
¡Raza de Abel, tú creces y paces
Como las mariquitas de los bosques!
Raza de Caín, sobre los caminos
Arrastra tu prole hasta acorralarla.
II
¡Ah, raza de Abel, tu carroña
Abonará el suelo humeante!
Raza de Caín, tu quehacer
No se cumple suficientemente;
Raza de Abel, he aquí tu vergüenza:
¡El hierro vencido por el venablo!
¡Raza de Caín, al cielo trepa,
Y sobre la tierra arroja a Dios!
1857
CXX
LAS LETANÍAS DE SATÁN
¡Oh tú!, el más sabio y el más
hermoso de los Ángeles,
Dios traicionado por la suerte y
privado de alabanzas,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga
miseria!
¡Oh, Príncipe del exilio al cual se
ha agraviado,
Y que, vencido, siempre te yergues
más fuerte!
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga
miseria!
Tú que sabes todo, gran rey de las
cosas subterráneas,
Curandero familiar de las angustias
humanas,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga
miseria!
Tú que, aun a los leprosos, a los
parias malditos
Enseñas por el amor el gusto del
Paraíso,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga
miseria!
¡Oh, tú, que de la muerte, tu vieja
y fuerte amante,
Engendras la Esperanza, -una loca
encantadora!
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga
miseria!
Tú que infundes al proscripto esa
mirada serena y altiva
Que condena todo un pueblo alrededor
de un patíbulo,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga
miseria!
Tú que sabes en qué rincones de las
tierras envidiosas
El Dios celoso oculta las piedras
preciosas,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga
miseria!
Tú, cuya clara mirada conoce los
profundos arsenales
Donde duerme sepultado el pueblo de
los metales,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga
miseria!
Tú, cuya larga mano oculta los
precipicios
Al sonámbulo errante en el borde de
los edificios,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga
miseria!
Tú que, mágicamente, ablandas los
viejos huesos
Del borracho retardado hollado por
los caballos,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga
miseria!
Tú que, para consolar al hombre
débil que sufre,
Nos enseñas a mezclar el salitre y
el azufre,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga
miseria!
Tú que pones tu impronta, ¡oh!,
cómplice sutil,
Sobre la frente del Creso implacable
y vil,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga
miseria!
Tú que pones en los ojos y el
corazón de las rameras
El culto de la llaga y el amor de
los andrajos,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga
miseria!
Báculo de los exiliados, lámpara de
los inventores,
Confesor de los ahorcados y de los
conspiradores,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga
miseria!
Padre adoptivo de los que en su
negra cólera
Del paraíso terrestre arrojó Dios
Padre,
¡Oh, Satán, apiádate de mi larga
miseria!
PLEGARIA
¡Gloria y alabanza a ti, Satán, en
las alturas
Del Cielo, donde tú reinas, y en las
profundidades
Del Infierno, donde, vencido, sueñas
en silencio!
Haz que mi alma un día, bajo el
Árbol de la Ciencia,
Cerca de ti repose, a la hora en que
sobre tu frente
Como un Templo nuevo sus ramas se
desplieguen!
1857.
LA MUERTE
CXXI
LA MUERTE DE LOS AMANTES
Tendremos lechos llenos de olores
tenues,
Divanes profundos como tumbas,
Y extrañas flores sobre vasares,
Abiertas para nosotros bajo cielos
más hermosos.
Aprovechando a porfía sus calores
postreros,
Nuestros dos corazones serán dos
grandes antorchas,
Que reflejarán sus dobles destellos
En nuestros dos espíritus, estos
espejos gemelos.
Una tarde hecha de rosa y de azul
rústico,
Cambiaremos nosotros un destello
único,
Cual un largo sollozo preñado de
adioses;
Y más tarde un Ángel, entreabriendo
las puertas,
Acudirá para reanimar, fiel y
jubiloso,
Los espejos empañados y las
antorchas muertas.
1851.
CXXII
LA MUERTE DE LOS POBRES
Es la Muerte que consuela, ¡ah! y
que hace vivir;
Es el objeto de la vida, y es la
sola esperanza
Que, como un elixir, nos sostiene y
nos embriaga,
y nos da ánimos para avanzar hasta
el final;
A través de la borrasca, y la nieve
y la escarcha,
Es la claridad vibrante en nuestro
horizonte negro,
Es el albergue famoso inscripto
sobre el libro,
Donde se podrá comer, y dormir, y
sentarse;
Es un Ángel que sostiene entre sus
dedos magnéticos
El sueño y el don de los ensueños
extáticos,
Y que rehace el lecho de las gentes
pobres y desnudas;
Es la gloria de los Dioses, es el
granero místico,
Es la bolsa del pobre y su patria
vieja,
¡Es el pórtico abierto sobre los
Cielos desconocidos!
1852.
CXXIII
LA MUERTE DE LOS ARTISTAS
¿Cuántas veces tendré que sacudir
mis cascabeles
Y besar tu frente ruin, triste
caricatura?
Para acertar en el blanco, de
mística natura,
¿Cuántos? ¡Oh carcaj mío! ¿Cuántos
venablos perderé?
¡Consumiremos nuestra alma en
sutiles complots,
Y derribaremos más de una pesada
armadura,
Antes de contemplar la gran Criatura
De la cual el informal deseo nos
llena de sollozos!
Los hay que jamás han conocido su
ídolo,
Y estos escultores condenados y
señalados por una afrenta,
Que van martillándose el pecho y la
frente,
No tienen más que una esperanza
¡extraño y sombrío Capitolio!
Y es que la Muerte cerniéndose como
un nuevo sol
¡Hará desplegarse a las flores de su
cerebro!
1851.
CXXIV
EL FINAL DE LA JORNADA
Bajo una luz descolorida
Corre, danza y se tuerce sin razón
La Vida, impudente y vocinglera,
Así, en cuanto en el horizonte
La noche voluptuosa sube,
Sosegándolo todo, hasta el hambre,
Borrándolo todo, hasta la vergüenza,
El Poeta se dice: ¡"Finalmente"!
Mi espíritu, como mis vértebras,
Implora ardiente el reposo;
El corazón lleno de pensamientos
fúnebres,
Voy a tenderme de espaldas
Envolviéndome en vuestros
cortinados,
"¡Oh, refrescantes tinieblas!"
1867.
CXXV
EL SUEÑO DE UN CURIOSO
A F.N.
¿Conoces, como yo, el dolor
sabroso?,
Y de ti haces decir: "¡Oh, que
hombre singular!"
-Iba yo a morir. Era aquello en mi
alma amorosa,
Deseo mezclado al horror, un mal
particular;
Angustia y viva esperanza, sin humor
ficticio.
Cuanto más se vaciaba la fatal
ampolleta,
Más áspera y deliciosa era mi
tortura;
Todo mi corazón se desprendía del
mundo familiar.
Me sentía cual el niño ávido del
espectáculo,
Aborreciendo el telón como se odia
un obstáculo...
Finalmente la verdad fría se reveló:
Estaba yo muerto, inesperadamente, y
la famosa aurora
Me envolvía.- Y, ¿qué? Entonces, ¿no
es más que esto?
La cortina se había alzado y yo
esperaba todavía.
1860.
CXXVI
EL VIAJE
A Máxime du Camp
I
Para el niño, enamorado de mapas y
estampas,
El universo es igual a su vasto
apetito.
¡Ah! ¡Cuan grande es el mundo a la
claridad de las lámparas!
¡Para las miradas del recuerdo, el
mundo qué pequeño!
Una mañana zarpamos, la mente
inflamada,
El corazón desbordante de rencor y
de amargos deseos,
Y nos marchamos, siguiendo el ritmo
de la onda
Meciendo nuestro infinito sobre el
confín de los mares.
Algunos, dichosos al huir de una
patria infame;
Otros, del horror de sus orígenes, y
unos contados,
Astrólogos sumergidos en los ojos de
una mujer,
La Circe tiránica de los peligrosos
perfumes.
Para no convertirse en bestias, se
embriagan
De espacio y de luz, y de cielos
incendiados;
El hielo que los muerde, los soles
que los broncean,
Borran lentamente la huella de los
besos.
Pero los verdaderos viajeros son los
únicos que parten
Por partir; corazones ligeros,
semejantes a los globos,
De su fatalidad jamás ellos se
apartan,
Y, sin saber por qué, dicen siempre:
¡Vamos!
¡Son aquellos cuyos deseos tienen
forma de nubes,
Y que como el conscripto, sueñan con
el cañón,
En intensas voluptuosidades,
mutables, desconocidas,
Y de las que el espíritu humano
jamás ha conocido el nombre!
II
Imitamos ¡horror! al trompo y la
pelota
En su danza y sus saltos; hasta en
nuestros sueños
La Curiosidad nos atormenta y nos
envuelve,
Como un Ángel cruel que fustigará
soles.
¡Singular fortuna en la que el final
se desplaza,
Y no estando en parte alguna, puede
hallarse por doquier!
¡Donde el Hombre, que jamás la
esperanza abandona,
Para lograr el reposo corre siempre
como un loco!
Nuestra alma es nave de tres palos
buscando su Icaria;
Una voz resuena en el puente:
"¡Atención!"
Una voz desde la cofa, ardiente y
loca, clama:
"¡Amor... gloria... felicidad!"
¡Infierno! ¡Es un escollo!
Cada islote señalado por el vigía
Es un Eldorado prometido por el
Destino;
La imaginación, que acucia su orgía
No halla más que un arrecife al
amanecer.
¡Oh, el infeliz enamorado de tierras
quiméricas!
¿Habrá que engrillar y arrojar al
mar,
A este marinero borracho, inventor
de Américas
Para el cual el espejismo toma el
remolino más amargo?
Como el viejo vagabundo, chapaleando
en el lodo
Sueña, husmeando en el aire,
brillantes paraísos;
Su mirada hechizada descubre una
Capúa
En cuanto lugar la candela alumbra
un tugurio.
III
¡Asombrosos viajeros! ¡Qué nobles
relatos
Leemos en vuestros ojos profundos
como los mares!
Mostradnos los joyeros de vuestras
ricas memorias,
Esas alhajas maravillosas, hechas de
astros y de éter.
¡Deseamos viajar sin vapor y sin
velas!
Para ahuyentar el tedio de nuestras
prisiones,
Haced desfilar nuestros espíritus,
tensos como un lienzo,
Vuestros recuerdos enmarcados por
horizontes.
Decid, ¿qué habéis visto?
IV
"Hemos visto astros
Y olas; hemos visto playas además;
Y, malgrado muchos choques e
imprevistos desastres,
Nos hemos hastiado, a menudo, como
aquí.
El esplendor del sol sobre el mar
violáceo,
El esplendor de las ciudades en el
sol poniente,
Encendían en nuestros corazones el
impulso inquietante
De sumergirnos en el cielo con su
reflejo fascinante.
Las más ricas ciudades, los más
amplios paisajes,
Jamás contenían el atractivo
misterioso
De aquellos que el azar forma con
las nubes.
¡Y siempre el deseo nos tornaba
inquietos!
-El gozo acrecienta del deseo la
fuerza.
¡Deseo, viejo árbol, al cual el
placer sirviéndole de abono,
Entretanto acrecienta y endurece tu
corteza,
Tus ramas quieren ver el sol de más
cerca!
¿Crecerás siempre, gran árbol, más
vivaz
Que el ciprés? -Sin embargo,
nosotros, con cuidado,
Recogimos algunos croquis para
vuestro álbum voraz,
¡Hermanos que encontráis bello todo
cuanto viene de lejos!
Hemos saludado ídolos engañosos;
Tronos constelados de joyas
luminosas;
Palacios adornados cuya feérica
pompa
Sería para vuestros banqueros un
sueño ruinoso;
Vestimentas que son para la vista
una embriaguez;
Mujeres cuyos dientes y las uñas
están pintados,
Y juglares sabios que la serpiente
acaricia."
V
Y después, y después. ¿Todavía, qué
más?
VI
"¡Oh, cerebros infantiles!"
Para no olvidar el tema capital,
Hemos visto en todas partes, y sin
haberlo buscado,
Desde arriba hasta abajo la escala
fatal,
El espectáculo enojoso del inmortal
pecado:
La mujer, esclava vil, orgullosa y
estúpida,
Sin reír extasiándose y adorándose
sin repugnancia;
El hombre, tirano goloso, lascivo,
duro y ávido,
Esclavo de la esclava y arroyo en la
cloaca;
El verdugo que goza, el mártir que
solloza;
La fiesta que sazona y perfuma la
sangre;
El veneno del poder enervando al
déspota,
Y el pueblo amoroso del látigo
embrutecedor;
Muchas religiones semejantes a la
nuestra,
Todas escalando el cielo; la
Santidad,
Cual un lecho de plumas donde un
refinado se revuelca,
En los clavos y la cerda, buscando
la voluptuosidad;
La Humanidad habladora, ebria de su
genialidad,
Y enloquecida, hoy como lo estaba
ayer,
Clamando a Dios, en su furibunda
agonía:
"¡Oh, mi semejante, oh mi señor, yo
te maldigo!"
Y los menos necios, atrevidos
amantes de la Demencia,
Huyendo del gran rebaño acorralado
por el Destino,
Refugiándose en el opio
inconmensurable!
-Tal es del globo entero el eterno
boletín."
VII
¡Amargo sabor, aquel que se extrae
del viaje!
El mundo, monótono y pequeño, en el
presente,
Ayer, mañana, siempre, nos hace ver
nuestra imagen;
Un oasis de horror en un desierto de
tedio!
¿Es menester partir? ¿Quedarse? Si
te puedes quedar, quédate;
Parte, si es menester. Uno corre, el
otro se oculta
Para engañar ese enemigo vigilante y
funesto,
¡El Tiempo! El pertenece, a los
corredores sin respiro,
Como el Judío Errante y como los
apóstoles,
A quien nada basta, ni vagón ni
navío,
Para huir de este retiro infame; y
aun hay otros
Que saben matarlo sin abandonar su
cuna.
Cuando, finalmente, él ponga su
planta sobre nuestro espinazo,
Podremos esperar y clamar:
¡Adelante!
Lo mismo que otras veces, cuando
zarpamos para la China,
Con la mirada hacia lo lejos y los
cabellos al viento,
Nos embarcaremos sobre el mar de las
Tinieblas
Con el corazón gozoso del joven
pasajero.
Escucháis esas voces, embelesadoras
y fúnebres,
Que cantan: "¡Por aquí! vosotros que
queréis saborear
¡El Loto perfumado! Es aquí donde se
cosechan
Los frutos milagrosos que vuestro
corazón apetece;
Acudid a embriagaros con la dulzura
extraña
De esta siesta que jamás tiene fin!"
Por el acento familiar barruntamos
al espectro;
Nuestros Pilades, allá, nos tienden
sus brazos.
"¡Para refrescar tu corazón boga
hacia tu Electra!"
Dice aquella a la que en otros días
besábamos las rodillas.
VIII
¡Oh, Muerte, venerable capitana, ya
es tiempo! ¡Levemos el ancla!
Esta tierra nos hastía, ¡oh, Muerte!
¡Aparejemos!
¡Si el cielo y la mar están negros
como la tinta,
Nuestros corazones, a los que tú
conoces, están radiantes!
¡Viértenos tu veneno para que nos
reconforte!
Este fuego tanto nos abraza el
cerebro, que queremos
Sumergirnos en el fondo del abismo,
Infierno o Cielo, ¿qué importa?
¡Hasta el fondo de lo Desconocido,
para encontrar lo nuevo!
1859.
LOS DESPOJOS
(1866)
(Esta recopilación compuesta de
inéditos y piezas condenadas fue publicada en Bruselas, bajo el cuidado
de Poulet-Malassis, dilecto amigo de Baudelaire, a finales de 1865,
llevando un pie de imprenta apócrifo: Amsterdam, a l'Enseigne du Coq,
precedida por un simbólico frontispicio de Félicien Rops.)
I
LA PUESTA DE SOL ROMÁNTICA
¡Cuan hermoso es el sol cuando
fresco se levanta,
Como una explosión dándonos su
buendía!
-¡Dichoso aquél que puede con amor
Saludar su ocaso más glorioso que un
ensueño!
¡Yo lo recuerdo!... Lo vi todo,
flor, fuente, surco;
Desfallecer bajo su mirada como
corazón que palpita...
-¡Acudamos hacia el horizonte, ya es
tarde, corramos pronto,
Para alcanzar, al menos, un oblicuo
rayo!
Mas, yo persigo en vano al Dios que
se retira;
La irresistible Noche establece su
imperio,
Negra, húmeda, funesta y llena de
escalofríos;
Un olor sepulcral en las tinieblas
flota,
Y mi pie miedoso roza, al borde del
lodazal,
Sapos imprevistos y fríos caracoles.
1862.
PIEZAS CONDENADAS
Extraídas de
LAS FLORES DEL MAL
II
LESBOS
Madre de los juegos latinos y de las
voluptuosidades griegas,
Lesbos, en la que los besos,
lánguidos o gozosos,
Cálidos como soles, frescos como
sandías,
Constituyen el ornato de noches y
días gloriosos;
Madre de los juegos latinos y de las
voluptuosidades griegas,
Lesbos, donde los besos son como
cascadas
Que se vuelcan sin temor en los
abismos insondables,
Y corren, sollozantes y cacareantes,
a borbotones,
Tempestuosos y secretos,
hormigueantes y profundos;
¡Lesbos, donde los besos son como
las cascadas!
Lesbos, donde las Frinés una a la
otra se atraen,
Donde jamás un suspiro queda sin
eco,
Al igual de Pafos las estrellas te
admiran,
¡Y Venus tiene justo derecho para
celar a Safo!
Lesbos, donde las Frinés una a la
otra se atraen,
¡Lesbos, tierra de noches cálidas y
lánguidas,
Que reflejan en sus espejos, estéril
voluptuosidad!
Donde las muchachas de mirar
profundo en sus cuerpos amorosos,
Acarician los frutos maduros de su
nubilidad;
Lesbos, tierra de noches cálidas y
lánguidas,
Deja del viejo Platón fruncirse el
ceño austero;
Tú logras tu perdón con el exceso de
los besos,
Reina del dulce imperio, amable y
noble tierra,
Y de los refinamientos siempre
inagotables.
Deja del viejo Platón fruncirse el
ceño austero.
¡Tú logras tu perdón del eterno
martirio,
Infligido sin cesar a los corazones
ambiciosos,
Que aleja de nosotros la radiante
sonrisa
Entrevista vagamente al borde de
otros cielos!
¡Tú logras tu perdón del eterno
martirio!
¿Quién entre los Dioses osará,
Lesbos, ser tu juez
Y condenar tu frente palidecida en
las empresas,
Si sus balanzas de oro no han pesado
el diluvio
De lágrimas que al mar han vertido
tus arroyos?
¿Quién entre los dioses osará,
Lesbos, ser tu juez?
¿Qué quieren de nosotros las leyes
de lo justo y de lo injusto?
¡Vírgenes de corazón sublime, honor
del archipiélago,
Vuestra religión como otra
cualquiera es augusta,
Y el amor se reirá del Infierno y
del Cielo!
¿Qué quieren de nosotros las leyes
de lo justo y de lo injusto?
Porque Lesbos, entre todos, me ha
escogido sobre la tierra
Para cantar el secreto de sus
vírgenes en flor,
Y fui desde la infancia admitido en
el negro misterio
De las risas desenfrenadas mezcladas
a las sombrías lágrimas;
Porque Lesbos, entre todos, me ha
escogido sobre la tierra
Y desde entonces vigilo en la cima
del Leucates,
Como un centinela de mirar
penetrante y seguro,
Que acecha noche y día, brick,
tartana o fragata,
Cuyas formas a lo lejos se
estremecen en el azur;
Y desde entonces vigilo en la cima
del Leucates
Para saber si la mar es indulgente y
buena,
Y entre los sollozos que en la roca
repercuten
Una tarde volverá hacia Lesbos, que
perdona,
El cadáver adorado de Safo, que
partió
¡Para saber si la mar es indulgente
y buena!
¡De la máscula Safo, que fue amante
y poeta,
Más hermosa que Venus por sus
sombrías palideces!
-La mirada de azur vencida es por
ojos negros que manchan
El círculo tenebroso trazado por los
dolores
De la máscula Safo, que fue amante y
poeta!
-Más hermosa que Venus, irguiéndose
sobre el mundo
Y derramando los tesoros de su
serenidad
Y el centellear de su blonda
juventud
Sobre el viejo Océano de su hija
encantada;
¡Más hermosa que Venus, irguiéndose
sobre el mundo!
-De Safo que murió el día de su
blasfemia,
Cuando, insultando el rito y el
culto inventado,
Hizo de su bello cuerpo el pasto
supremo
De una bestia cuyo orgullo castigó
la impiedad
De aquella que murió el día de su
blasfemia.
¡Y es desde entonces que Lesbos se
lamenta,
Y, malgrado los honores que le rinde
el universo,
Se embriaga cada noche con el grito
de la tormenta
Que lanzan hacia los cielos sus
riberas desiertas!
¡Y es desde entonces que Lesbos se
lamenta!
1850.
III
MUJERES CONDENADAS
Delfina e Hipólita
A la pálida claridad de las lámparas
mortecinas,
Sobre profundos cojines impregnados
de perfume,
Hipólita evocaba las caricias
intensas
Que levantaran la cortina de su
juvenil candor.
Ella buscaba, con mirada aún turbada
por la tempestad,
De su ingenuidad el cielo ya lejano,
Así como un viajero que vuelve la
cabeza
Hacia los horizontes azules
transpuestos en la mañana.
Sus ojos apagados, las perezosas
lágrimas,
El aire quebrantado, el estupor, la
mohína voluptuosidad,
Sus brazos vencidos, abandonados
cual vanas armas,
Todo contribuía, todo mostraba su
frágil beldad.
Tendida a sus pies, tranquila y
llena de gozo,
Delfina la cobijaba con ardientes
miradas,
Como una bestia fuerte vigilando su
presa,
Luego de haberla, desde luego,
marcado con sus dientes.
Beldad fuerte prosternada ante la
belleza frágil,
Soberbia, ella trasuntaba
voluptuosamente
El vino de su triunfo, y se alargaba
hacia ella,
Como para recoger un dulce
agradecimiento.
Buscaba en la mirada de su pálida
víctima
La canción muda que entona el
placer,
Y esa gratitud infinita y sublime
Que brota de los párpados cual
prolongado suspiro.
-"Hipólita, corazón amado, ¿qué
dices de estas cosas?
Comprendes ahora que no hay que
ofrendar
El holocausto sagrado de tus
primeras rosas
A los soplos violentos que pudieran
marchitarlas?
Mis besos son leves como esas
efímeras
Que acarician en la noche los lagos
transparentes,
Y los de tu amante enterrarían sus
huellas
Como los carretones o los arados
desgarrantes;
Pasarán sobre ti como una pesada
yunta
De caballos y de bueyes con cascos
sin piedad...
Hipólita, ¡oh, hermana mía! vuelve,
pues, tu rostro,
Tú, mi alma y mi corazón, mi todo y
mi mitad,
¡Vuelve hacia mí tus ojos llenos de
azur y de estrellas!
Por una sola de esas miradas
encantadoras, bálsamo divino,
De placeres más oscuros yo levantaré
los velos
¡Y te adormeceré en un sueño sin
fin!"
Mas Hipólita, entonces, levantando
su juvenil cabeza:
-"Yo no soy nada ingrata y no me
arrepiento,
Mi Delfina, sufro y me siento
inquieta,
Como después de una nocturna y
terrible comida.
Siento fundirse sobre mí pesados
terrores
Y negros batallones de fantasmas
esparcidos,
Que quieren conducirme por caminos
movedizos
Que un horizonte sangriento cierra
por doquier
¿Hemos perpetrado, entonces, un acto
extraño?
Explica, si tú puedes, mi turbación
y mi espanto:
Tiemblo de miedo cuando me dices:
"¡Mi ángel!"
Y, empero, yo siento mi boca acudir
hacia ti.
¡No me mires así, tú, mi
pensamiento!
¡Tú a la que yo amo eternamente, mi
hermana dilecta,
Aunque tú fueras una acechanza
predispuesta
Y el comienzo de mi perdición!"
Delfina, sacudiendo su melena
trágica,
Y como pisoteando sobre el trípode
de hierro,
La mirada fatal, respondió con voz
despótica:
-"Entonces, ¿quién, ante el amor,
osa hablar del infierno?
¡Maldito sea para siempre el soñador
inútil
Que quiso, el primero, en su
estupidez,
Apasionándose por un problema
insoluble y estéril,
A las cosas del amor mezclar la
honestidad!
¡Aquel que quiera unir en un acuerdo
místico
La sombra con el ardor, la noche con
el día,
Jamás caldeará su cuerpo paralítico
Bajo este rojo sol que llamamos
amor!
Ve tú, si quieres, en busca de un
navío estúpido;
Corre a ofrendar un corazón virgen a
sus crueles besos;
Y, llena de remordimientos y de
horror, y lívida,
Volverás a mí con tus pechos
estigmatizados...
¡No se puede aquí abajo contentar
más que a un solo amo!"
Pero, la criatura, desahogándose en
inmenso dolor,
Exclamó de súbito: -Yo siento
ensancharse en mi ser
Un abismo abierto; ¡este abismo es
mi corazón!
¡Ardiente cual un volcán, profundo
como el vacío!
Nada saciará este monstruo gimiente
Y no refrescará la sed de la
Euménide
Que, antorcha en la mano, le quema
hasta la sangre.
¡Que nuestras cortinas corridas nos
separen del mundo,
Y que la laxitud conduzca al reposo!
Yo anhelo aniquilarme en tu garganta
profunda
Y encontrar sobre tu seno el frescor
de las tumbas!"
-¡Descended, descended, lamentables
víctimas,
Descended el camino del infierno
eterno!
Hundíos hasta lo más profundo del
abismo, allí donde todos los crímenes,
Flagelados por un viento que no
llega del cielo,
Barbotean entremezclados con un
ruido de huracán.
Sombras locas, acudid al cabo de
vuestros deseos;
Jamás lograréis saciar vuestra
furia,
Y vuestro castigo nacerá de vuestros
placeres.
Jamás un rayo fugaz iluminará
vuestras cavernas;
Por las grietas de los muros las
miasmas febricentes
Fíltranse inflamándose cual
linternas
Y saturan vuestros cuerpos con sus
perfumes horrendos.
La áspera esterilidad de vuestro
gozo
Altera vuestra sed y enerva vuestra
piel,
Y el viento furibundo de la
concupiscencia
Hace claquear vuestras carnes como
una vieja bandera.
¡Lejos de los pueblos vivientes,
errantes, condenadas,
A través de los desiertos, acudid
como los lobos;
Cumplid vuestro destino, almas
desordenadas,
Y huid del infinito que lleváis en
vosotras!
1857.
IV
EL LETEO
Ven sobre mi corazón, alma cruel y
sorda,
Tigre adorado, monstruo de aires
indolentes;
Quiero, por largo rato sumergir mis
dedos temblorosos
En el espesor de tu melena densa;
En tus enaguas saturadas de tu
perfume
Sepultar mi cabeza dolorida,
Y aspirar, como una flor marchita,
El dulce relente de mi amor difunto.
¡Quiero dormir! ¡Dormir antes que
vivir!
En un sueño tan dulce como la
muerte,
Yo derramaré mis besos sin
remordimiento,
Sobre tu hermoso cuerpo pulido como
el cobre.
Para absorber mis sollozos sosegados
Nada equiparable al abismo de tu
lecho;
El olvido poderoso mora sobre tu
boca,
Y el Leteo corre en tus besos.
A mi destino, en lo sucesivo, mi
delicia,
Yo obedeceré como un predestinado;
Mártir dócil, inocente condenado,
Del cual el fervor atiza el
suplicio,
Yo absorberé, para ahogar mi
tormento,
El nepente y la buena cicuta,
En los pezones encantadores de ese
pecho agudo
Que jamás aprisionó un corazón.
1857.
V
PARA AQUELLA QUE ES MUY ALEGRE
Tu cabeza, tu gesto, tu aire
Son hermosos como un bello paisaje;
La risa juega en tu rostro
Como una brisa fresca en un cielo
claro.
Al pasajero disgusto que rozas
Lo diluye la salud
Que brota cual un destello
De tus brazos y de tus hombros.
Los refulgentes colores
Con que salpicas tus vestidos
Vuelcan en el espíritu de los poetas
La imagen de una danza de flores.
Esos trajes locos son el emblema
De tu espíritu abigarrado;
Loco como yo estoy,
¡Te odio tanto como te amo!
A veces en un hermoso jardín
Donde arrastraba mi atonía,
He sentido, como una ironía,
Al sol desgarrar mi pecho;
Y la primavera y el verdor
Tanto han humillado mi corazón,
Que he purgado sobre una flor
La insolencia de la Natura.
Así yo quisiera, una noche,
Cuando la hora de las
voluptuosidades suena,
Hacia los tesoros de tu persona,
Como un cobarde, deslizarme sin
ruido,
Para castigar tu carne gozosa,
Para magullar tu seno perdonado,
Y hacerle a tu vientre asombrado
Una herida ancha y profunda,
Y, ¡vertiginosa dulzura!
A través de esos labios recientes,
Más deslumbrantes y más bellos,
Infundirte mi veneno, ¡hermana mía!
1852.
VI
LAS JOYAS
La muy querida estaba desnuda, y,
conociendo mi corazón,
No había conservado más que sus
joyas sonoras,
De las que el rico conjunto le daba
el aspecto vencedor
Que tienen en sus días felices las
esclavas de los moros.
Cuando arroja danzando su ruido
vivaz y burlón,
Este mundo deslumbrante de metal y
de piedra
Me encanta extasiándome, y amo con
furor
Las cosas en que el sonido se mezcla
con la luz.
Así ella estaba, acostada, y
dejándose amar,
Y desde lo alto del diván sonreía
complacida
A mi amor profundo y dulce como el
mar,
Que hasta ella subía como hacia su
acantilado
Los ojos fijos en mí, cual un tigre
domado,
Con un aire vago y soñador ella
ensayaba poses,
Y el candor unido a la lubricidad
Daba un encanto nuevo a sus
metamorfosis.
Y su brazo y su pierna y su muslo y
sus riñones,
Pulidos, como aceitados, ondulantes
como un cisne,
Pasaban ante mis ojos clarividentes
y serenos;
Y su vientre y sus senos, esos
racimos de mi viña,
Adelantábanse, más mimosos que los
ángeles del mal,
Para turbar el reposo en que yacía
mi alma,
Y para apartarla de la roca de
cristal
En que, serena y solitaria, ella se
había asentado.
Yo creí ver unidas por un nuevo
diseño
Las ancas del Antíope al busto de un
imberbe,
¡Tanto su talle hacía resaltar su
pelvis!
¡Sobre su tez leonada y parda el
afeite estaba soberbio!,
-Y habiéndose la lámpara resignado a
morir,
Como el hogar sólo iluminaba la
estancia,
Cada vez que exhalaba un
resplandeciente suspiro,
¡Inundaba de sangre aquella piel
colorida de ámbar!
1857.
VII
LA METAMORFOSIS DEL VAMPIRO
La mujer, entretanto, de su boca de
fresa,
Retorciéndose cual una serpiente
sobre las brasas,
Y estrujando sus pechos en la cárcel
de su corsé,
Dejó correr estas palabras
impregnadas de almizcle:
-"Yo, yo tengo los labios húmedos, y
conozco la ciencia
De perder en el fondo de un lecho la
antigua conciencia.
Yo enjugo todas las lágrimas sobre
mis senos triunfantes,
Y hago reír a los viejos con risa de
niños.
¡Reemplazo, para el que me ve
desnuda, y sin velos,
La luna, el sol, el cielo y las
estrellas!
Yo soy, mi sabio querido, tan docta
en voluptuosidades,
Cuando ahogo un hombre entre mis
brazos temidos,
O cuando abandono a sus mordeduras
mi busto,
Tímida y libertina, y frágil y
robusta,
¡Que sobre estos acolchados,
desmayándose de emoción,
Los ángeles impotentes por mí se
condenarían!"
Cuando hubo de mis huesos succionado
toda la médula,
Y yo lánguidamente me volví hacia
ella,
Para devolverle un beso de amor, ya
no vi más
Que un odre con los flancos
viscosos, ¡todo lleno de pus!
Cerré los dos ojos, en mi frío
espanto,
Y cuando los reabrí a la claridad
viviente,
A mi vera, en lugar del maniquí
pujante
Que parecía haber hecho provisión de
sangre,
Temblaban tan confusamente restos de
esqueleto,
Que ellos mismos producían el sonido
de una veleta
O de una muestra, al extremo del
vástago de hierro,
Que balancea el viento durante las
noches de invierno.
1852.
GALANTERÍAS
VIII
EL SURTIDOR
¡Tus hermosos ojos están fatigados,
pobre amante!
Quédate mucho tiempo, sin volverlos
a abrir,
En esa postura indolente
En que te sorprendió el placer.
En el patio el surtidor que brota
Y no se calla ni de noche ni de día,
Entretiene dulcemente el éxtasis
En que, en esta tarde me sumió el
amor.
El haz desparramado
En mil flores,
Donde Febo gozoso
Pone sus colores,
Cae cual una lluvia
De prolongadas lágrimas.
Así tu alma que enciende
El ardiente rayo de las
voluptuosidades
Se arroja, rápida y atrevida,
Hacia la amplitud de los cielos
encantados.
Luego, ella se derrama moribunda,
En una oleada de triste languidez,
Que por una invisible pendiente
Desciende hasta el fondo de mi
corazón.
El haz desparramado
En mil flores,
Donde Febo gozoso
Pone sus colores,
Cae cual una lluvia
De prolongadas lágrimas.
¡Oh tú a quien la noche torna tan
bella,
Qué dulce me es, inclinando sobre
tus senos,
Escuchar la queja eterna
Que solloza en las fuentes!
Luna, agua sonora, noche bendita,
Árboles que tembláis alrededor,
Vuestra pura melancolía
Es el espejo de mi amor.
El haz desparramado
En mil flores,
Donde Febo gozoso
Pone sus colores
Cae como una lluvia
De prolongadas lágrimas.
1865.
IX
LOS OJOS DE BERTA
Puedes despreciar los ojos más
célebres,
¡Bellos ojos de mi niña, por donde
se filtra y huye
Yo no se qué de bueno, de suave como
la noche!
¡Bellos ojos, volcad sobre mí
vuestras deliciosas tinieblas!
¡Grandes ojos de mi niña, arcanos
adorados,
Os parecéis mucho a esas grutas
mágicas
Donde, detrás del montón de sombras
letárgicas,
Centellean vagamente tesoros
ignorados!
¡Mi niña tiene ojos oscuros,
profundos y enormes,
Como tú, Noche inmensa, iluminados
como tú!
Los fuegos son estos pensamientos de
Amor, mezclados de Fe,
Que chispean en el fondo,
voluptuosos o castos.
1864.
X
HIMNO
A la amadísima, a la muy hermosa
Que colma mi corazón de claridad,
Al ángel, al ídolo inmortal,
¡Salve en la inmortalidad!
Ella se derrama en mi vida
Como un soplo impregnado de sal,
Y en mi alma insaciable
Vierte el sabor de lo Eterno.
Sachet siempre fresco que perfuma
La atmósfera de un caro refugio,
Incensario siempre lleno que humea
En secreto a través de la noche,
¿Cómo, amor incorruptible,
Expresarte con veracidad?
¡Grano de almizcle que yaces,
invisible,
En el fondo de mi eternidad!
A la buenísima a la muy hermosa,
Que me infunde alegría y salud,
Al ángel, al ídolo inmortal
¡Salve en la inmortalidad!
1854.
XI
LAS PROMESAS DE UN ROSTRO
(A mademoiselle A...)
Yo amo, ¡oh, pálida beldad!, tus
pestañas entornadas,
De las que parecen derramarse las
tinieblas;
Tus ojos, bien que renegridos, me
inspiran ideas
Que no son del todo fúnebres.
Tus ojos, que concuerdan con tus
negros cabellos,
Con tu melena elástica,
Tus ojos, lánguidamente, me dicen:
"Si tú quieres,
Amante de la musa plástica,
Seguir la esperanza que en ti hemos
excitado,
Y todos los gustos que tú profesas,
Podrás comprobar nuestra veracidad
Desde el ombligo hasta las nalgas;
Encontrarás en la punta de ambos
senos bien abundantes,
Dos grandes medallones de bronce,
Y bajo un vientre terso, suave como
de terciopelo,
Bistre como en la piel de un bonzo,
Un abundante vellón que,
verdaderamente, es hermano
De esta enorme cabellera,
Suave y rizada, y que te iguala en
espesor,
Noche sin estrellas, ¡Noche oscura!"
(Sin fecha).
XII
EL MONSTRUO
o El paraninfo de una ninfa
macabra
I
En verdad, tú no eres, mi bienamada,
Lo que Veuillot denomina una
chiquilla.
El juego, el amor, la buena comida,
Hierven en ti, ¡viejo caldero!
Ya no eres más fresca, amada mía,
¡Mi vieja infanta! Y, empero,
Tus correrías insensatas
Te han dado este brillo abundante
De las cosas que, muy gastadas,
Todavía seducen.
Yo no encuentro monótono
El verdor de tus cuarenta años;
¡Prefiero tus frutos, Otoño,
A las flores banales de la
Primavera!
¡No! ¡Jamás eres monótona!
Tu osamenta tiene atractivos
Y gracias particulares;
Yo encuentro extrañas especias
En la cavidad de tus dos saleros;
¡Tu osamenta tiene atractivos!
¡Befa de amantes ridículos
Del melón y de la calabaza!
Yo prefiero tus clavículas
A las del rey Salomón,
¡Y compadezco a esa gente ridícula!
Tus cabellos, como un casco azul,
Sombrean tu frente de guerrera,
Que no piensa ni se abochorna mucho,
Y además se escapan por detrás,
Cual las crines de un casco azul.
Tus ojos, que parecen lodo
Donde brilla algún fanal,
Reavivados con el colorete de tu
mejilla,
¡Lanzan un destello infernal!
¡Tus ojos son negros como el lodo!
Por su lujuria y su desdén
Tu labio amargo nos provoca;
Este labio, es un Edén
Que nos atrae y que nos choca.
¡Qué lujuria! ¡y cuánto desdén!
Tu pierna musculosa y seca
Sabe trepar hasta lo alto de los
volcanes,
Y, malgrado la nieve y los desechos,
Bailar los más fogosos cancanes.
Tu pierna es musculosa y seca;
Tu piel ardiente y áspera,
Como la de los viejos gendarmes,
No conoce más el sudor
Así como tus ojos ignoran las
lágrimas.
(¡Y, empero, tiene su suavidad!)
II
¡Tonta! ¡Te vas directamente al
Diablo!
De buen grado yo iría contigo,
Si esa velocidad espantosa
No me causara cierta emoción.
¡Vete, pues, sola, al Diablo!
Mi riñón, mi pulmón, mi corva
No me permiten más rendir homenaje
A este Señor, como convendría.
"¡Ay de mí! ¡Realmente es una
lástima!"
Dicen mi riñón y mi corva.
¡Oh! Sinceramente yo siento
No concurrir a los sabats,
Para ver, cuando pedorrea el azufre,
¡Cómo tú le besas su culo!
¡Oh! ¡Sinceramente yo sufro!
Estoy endiabladamente afligido
De no ser tu antorcha,
Y de pedirte licencia,
¡Llama infernal! Juzga, querida mía,
Cuánto he de estar afligido,
Pues que, desde largo tiempo yo te
amo,
¡Siendo tan lógico! En efecto,
Queriendo del Mal buscar la crema
Y no amar sino un monstruo perfecto,
¡Verdaderamente, sí! Viejo monstruo,
¡yo te amo!
1857. (?)
XIII
ALABANZAS DE MI FRANCISCA
(Franciscae Meae Laudes)
(Versión de la traducción que de
este poema en latín
realizó Jules Monquet, y que
figura en Las flores del Mal,
LX con el título: Franciscae meae
laudes.)
Yo te cantaré sobre cuerdas nuevas,
¡Oh, mi pequeña corza que te
complaces
En la soledad de mi corazón!
Que te engalanen las guirnaldas,
¡Oh, mujer delicada
Que de los pecados nos redimes!
Como de un bienhechor Leteo,
Yo extraeré besos tuyos,
Que están impregnados de amor.
Cuando la tempestad de los vicios
Turbaba todos los caminos,
Tú apareciste, Deidad,
Como estrella salvadora
En los naufragios amargos...
-¡Yo ofrendaré mi corazón en tus
altares!
Piscina desbordante de virtud,
Fuente eterna de Juvencio,
¡Vuélveles la voz a mis labios
mudos!
Lo que era vil, tú lo has quemado;
Ruda, tú lo has allanado,
Débil, tú lo has afirmado.
En el hambre mi albergue,
En la noche mi lámpara,
Guíame siempre como es debido.
Agrega ahora fuerzas a mis fuerzas.
¡Dulce baño perfumado
Por los más suaves aromas!
Brilla alrededor de mis riñones
¡Oh, cinturón de castidad,
Templado en agua seráfica!;
Patera centelleante de gemas,
Pan realzado de sal, manjar
delicado,
Vino divino, ¡Francisca!
1857.
EPÍGRAFES
XIV
VERSOS PARA EL RETRATO
De MONSIEUR HONORÉ DAUMIER
Este del cual te ofrendamos la
imagen,
Y cuyo arte, sutil entre todos,
Nos enseña a reír,
Este, lector, es un sabio.
Es un satírico, un burlón;
Pero, la energía con la cual
El pinta el Mal y su secuela,
Prueba la belleza de su corazón.
Su risa no es la mueca
De Melmoth o de Mefisto
Bajo la tea viviente de Alecto
Que nos desgarra, pero que nos
hiela.
Su risa, ¡ah! de la alegría
No es más que la dolorosa carga;
¡La suya brilla, franca y amplia,
Cual un signo de su bondad!
1865.
XV
LOLA DE VALENCIA
(Inscripción para un cuadro de
Manet)
Entre tantas beldades como por todas
partes puédense ver,
Yo comprendo bien, amigos, que el
deseo vacile;
Pero sí se ve brillar en Lola de
Valencia
El encanto inesperado de una joya
rosada y negra.
1862.
XVI
SOBRE "TASSO EN LA PRISIÓN"
(De Eugenio Delacroix)
El poeta en el calabozo, mal
vestido, mal calzado,
Desgarrando compulsivo bajo su pie
un manuscrito,
Mide con una mirada que la demencia
inflama
La escalera vertiginosa donde se
abisma su alma.
Las risas embriagadoras que colman
la prisión
Hacia lo extraño y lo absurdo
incitan su razón;
La Duda lo rodea, y el Miedo
ridículo,
Horroroso y multiforme, alrededor de
él circula.
Genio encerrado en un cuchitril
malsano,
Estas muecas, esos gritos, esos
espectros de los que el enjambre
Revolotea cual torbellino, amotinado
detrás de su oreja,
Este soñador que el horror de su
yacija despierta,
¡He aquí tu emblema, Alma de los
sueños oscuros,
Que la Realidad ahoga entre sus
cuatro muros!
1844.
PIEZAS DIVERSAS
XVII
LA VOZ
Mi cuna se adosaba a la biblioteca,
Babel sombría, donde novela,
ciencia, romance,
Todo, la ceniza latina y el polvo
griego,
Se mezclaban. Yo era alto como un
infolio.
Dos voces me hablaban. La una,
insidiosa y firme,
Decía: "La Tierra es un pastel
colmado de dulzura;
Yo puedo (¡Y tu placer entonces no
tendrá término!)
Procurarte un apetito de igual
grosor."
Y la otra: "¡Ven! ¡oh! ven viajero
en los sueños,
Más allá de lo posible, más allá de
lo conocido!"
Y ésta cantaba como el viento de las
plazas,
Fantasma gemebundo, no se sabe de
dónde venido,
Que acaricia el oído y empero lo
espanta.
Yo respondí: "¡Sí! ¡Dulce voz!" Es
desde entonces
Que data lo que se puede, ¡ah!
llamar mi llaga
Y mi fatalidad. Detrás de las
decoraciones
De la existencia inmensa, en lo más
negro del abismo,
Veo distintamente mundos singulares,
Y, de mi clarividencia, extática
víctima,
Arrastro serpientes que muerden mis
zapatos.
Y es desde entonces que, semejante a
los profetas,
Amo tan tiernamente el desierto y la
mar;
Que río en los duelos y lloro en los
festejos,
Y encuentro un gusto suave al vino
más amargo;
Que tomo con frecuencia los hechos
por mentiras,
Y que, los ojos hacia el cielo,
caigo en los agujeros.
Pero, la voz me consuela y dice:
"Guarda tus sueños;
¡Los sabios no los tienen tan
hermosos como los locos!"
1840.
XVIII
LO IMPREVISTO
Harpagón, que velaba a su padre
agonizante
Se dice, soñador, ante esos labios
ya blanquecinos:
"¿Tenemos en el granero una cantidad
suficiente,
Me parece, de viejos tablones?"
Celimena, arrullante, dice: "Mi
corazón es bueno,
Y naturalmente, Dios me ha hecho muy
bella".
-¡Su corazón! ¡Corazón endurecido,
ahumado como un jamón,
Recocido en la llama eterna!
¡Un gacetillero fumista, que se cree
una antorcha,
Dice al pobre, al cual ha sumido en
las tinieblas:
"¿Dónde, pues, percibes tú, a ese
creador de Belleza,
Este Desfacedor de entuertos que tú
celebras?"
Mejor que todos, conozco cierto
voluptuoso
Que bosteza noche y día y se lamenta
y llora,
Repitiendo, impotente y fatuo: "¡Sí,
yo quiero
Ser virtuoso, dentro de una hora!"
El reloj, a su turno, dice en voz
baja: "¡Está maduro
El condenado! Yo no advertí en vano
la carne infecta.
El hombre está ciego, sordo, frágil
como un muro
Que habita y que roe un insecto!"
Y por otra parte, Alguien que
parece, habían todos negado,
Y que les dijo, burlón y fiero: "En
mi copón,
¿No habéis, creo, con exceso
comulgado,
En la jovialidad de la Misa negra?
Cada uno de vosotros me ha erigido
un templo en su corazón;
¡Habéis, en secreto, besado mi
trasero inmundo!
¡Reconoced a Satán en su risa
vencedor,
Enorme y feo como el mundo!
¿Habéis, pues, creído, hipócritas
sorprendidos,
Que se hace befa del amo, y que con
él se trampea,
Y que es natural recibir dos
premios,
Ir al Cielo y ser rico?
Es preciso que la caza se pague el
viejo cazador
Que se aburrió largo tiempo
acechando la presa.
Yo voy a conduciros a través de la
espesura,
Camaradas de mi triste júbilo,
A través del espesor de la tierra y
de la roca,
A través del montón confuso de
vuestra ceniza,
Hasta un palacio tan grande como yo,
de un solo bloque,
Y que no es de piedra deleznable,
Porque ha sido erigido con el
universal Pecado,
Y contiene mi orgullo, mi dolor y mi
gloria!"
-Entretanto, en lo más alto del
universo, encumbrado
Un ángel proclama la victoria
De aquellos cuyo corazón dice: "¡Que
bendito sea tu látigo,
Señor! ¡Que el dolor, oh, Padre, sea
bendito!
Mi alma entre tus manos no es un
vano juguete,
Y tu prudencia es infinita."
El son de la trompeta es tan
delicioso,
En las tardes solemnes de
celestiales vendimias,
Que se infiltra como un éxtasis en
todos aquellos
De quienes ella entona las
alabanzas.
1863.
XIX
EL RESCATE
El hombre tiene, para pagar su
rescate,
Dos campos de toba profundos y
ricos,
Que es preciso que remueva y
desmonte
Con el hierro de la razón;
Para obtener la menor rosa,
Para arrancar algunas espinas,
Lágrimas amargas de su frente gris
Sin cesar es preciso que riegue;
Uno es el Arte, y el otro el Amor.
-Para rendir el juicio propicio,
Cuando de la estricta justicia
Aparezca el día terrible día,
Será preciso mostrarle granjas
Repletas de mieses, y de flores
Cuyas formas y colores
Ganen el sufragio de los Ángeles.
1863.
XX
A UNA MALABARESA
Tus pies son tan finos como tus
manos, y tu cadera
Es amplia como para dar envidia a la
más bella blanca;
Para el artista indolente tu cuerpo
es suave y caro;
Tus grandes ojos aterciopelados son
más negros que tu carne.
En las tierras cálidas y azules
donde tu Dios te ha hecho carne,
Tu tarea es la de encender la pipa
de tu amo,
Colmar los frascos de aguas frescas
y de perfumes,
Arrojar lejos del lecho los
mosquitos vagabundos,
Y, en cuanto la mañana hace cantar
los plátanos,
Comprar en el bazar ananás y
bananas.
Todo el día, donde quieres, llevas
tus pies desnudos
Y canturreas muy bajo viejas
canciones desconocidas;
Y cuando cae la tarde con su manto
escarlata,
Posas suavemente tu cuerpo sobre una
estera,
Donde tus sueños flotantes están
llenos de colibríes,
Y siempre, como tú, son graciosos y
floridos.
¿Para qué, niña afortunada, quieres
ver nuestra Francia,
Este país pobladísimo al que siega
el sufrimiento,
Y, confiando tu vida a los brazos
fuertes de los marineros.
Te despides para siempre de tus
queridos tamarindos?
Tú, vestida a medias por muselinas
frágiles,
Temblorosa allá, bajo la nieve y el
granizo,
¡Cómo llorarías tus ocios dulces y
francos,
Si, el corsé brutal aprisionando tus
flancos,
Tuvieras que espigar tu cena en
nuestros fangos,
Y vender el perfume de tus encantos
extraños,
Indolente la mirada, y siguiendo, en
nuestras sucias neblinas,
De los cocoteros amados los
fantasmas dispersos!
Amor de lo ignoto, jugo de la
antigua manzana,
Ancestral perdición de la mujer y
del hombre,
¡Oh, curiosidad! siempre les harás
Desertar como hacen los pájaros,
esos ingratos,
Del techo que han perfumado los
ataúdes de sus padres,
Hacia un lejano espejismo y cielos
menos propicios.
1846.
AGREGADOS DE LA TERCERA EDICIÓN
DE LAS FLORES DEL MAL
I
EPÍGRAFE PARA UN LIBRO CONDENADO
Lector plácido y bucólico,
Sobrio y simple hombre de bien,
Arroja este libro saturniano,
Orgíaco y melancólico.
Si no has cursado tu retórica
En lo de Satán, el astuto decano,
¡Arrójalo! tú no comprenderás en él
nada,
0 me creerás histérico.
Pero si, sin dejarse encantar,
Tu mirada sabe penetrar en los
abismos,
Léeme, para aprender a amarme;
Alma curiosa que sufres
Y vas buscando tu paraíso,
¡Compadéceme!... Sino, ¡Yo te
maldigo!
1861.
II
A THEODORE DE BANVILLE
Has empuñado las crines de la Diosa
Con un puño tal que se os hubiera
tomado, al ver
Ese aire dominador y esa bella
despreocupación,
Por un joven rufián revolcando a su
amante.
Alerta la mirada y lleno del fuego
de la precocidad,
Te has pavoneado con orgullo de
arquitecto
En construcciones cuya audacia
correcta
Hace barruntar lo que será tu
madurez.
Poeta, nuestra sangre se nos escapa
por cada poro;
¿Acaso, por azar, el manto del
Centauro
Que cambió toda vena en fúnebre
arroyo
Fue teñido treinta veces en las
babas sutiles
De esos vengativos y monstruosos
reptiles
Que el pequeño Hércules estranguló
en su cama?
1842.
III
IMITACIÓN DE
LONGFELLOW
(Se suprime LA IMITACIÓN de
Longfellow, intitulada Le calumet de la paix, traducción que el 28 de
febrero de 1861 apareció en La revue contemporaine, fragmento de la
pieza The song of Hiawatha del poeta norteamericano destinada al músico
Robert Stoepel.)
IV
LA PLEGARIA DE UN PAGANO
¡Ah! no atenuéis tus llamas;
Calienta mi corazón embotado,
¡Voluptuosidad, tortura de las
almas!
¡Diva! ¡supplicem exaudi!
¡Diosa en el aire diluida,
Llama en nuestro subterráneo!
Acoge un alma hastiada,
Que te consagra un canto de bronce.
¡Voluptuosidad, sé todavía mi reina!
Toma la forma de una sirena
Hecha de carne y de terciopelo,
O viérteme tus pesados sueños
En el vino informe y místico,
¡Voluptuosidad, fantasma inasible!
1861.
V
LA TAPADERA
En cualquier lugar donde vaya, sobre
el mar o sobre la tierra,
Bajo un clima llameante o bajo un
sol mortecino,
Servidor de Jesús, cortesano de
Citerea,
Mendigo tenebroso o Creso rutilante,
Ciudadano, camarada, vagabundo,
sedentario,
Que su ínfimo cerebro sea activo o
sea lento,
En todas partes el hombre sufre el
terror del misterio,
Y no mira hacia lo alto sino con
ojos temblorosos.
En lo alto, ¡el Cielo! Esta bóveda
que agobia,
Cielo raso iluminado para una ópera
bufa
En la que cada histrión holla un
suelo ensangrentado;
Terror del libertino, esperanza del
loco ermitaño;
¡El Cielo! Tapadera negra de la gran
marmita
Donde bulle la imperceptible y vasta
Humanidad.
1861.
VI
EL EXAMEN DE MEDIANOCHE
El péndulo, sonando la medianoche,
Irónicamente nos induce
A recordar qué uso
Hicimos del día que se fue:
-Hoy, fecha fatídica,
Viernes, trece, hemos,
Malgrado todo lo que sabemos,
Llevado el tren de un herético,
Hemos blasfemado de Jesús,
De los Dioses ¡el más incontestable!
Como un parásito en la mesa
De cualquier monstruoso Creso,
Para complacer al bruto,
Digno vasallo de los Demonios,
Hemos insultado lo que amamos
Y halagado lo que nos repugna;
Contristado, servil verdugo,
El débil que injustamente se
desprecia;
Saludado la enorme Bestia,
La Bestialidad con testuz de toro;
Besado la estúpida Materia
Con gran devoción,
Y de la putrefacción
Bendecido la descolorida luz.
Finalmente, para ahogar
El vértigo en el delirio,
Sacerdotes orgullosos de la Lira,
Cuya gloria consiste en desplegar
La embriaguez de las cosas fúnebres,
Hemos bebido sin sed y comido sin
hambre!...
-¡Rápido, soplemos la lámpara, a fin
De ocultarnos en las tinieblas!
1863.
VII
MADRIGAL TRISTE
I
¿Qué me importa que seas discreta?
¡Sé bella! ¡Y sé triste! Las
lágrimas
Agregan un encanto al rostro,
Como el río al paisaje;
La tempestad rejuvenece las flores.
Yo te amo sobre todo cuando el
júbilo
Desaparece de tu frente abatida;
Cuando tu corazón en el horror se
ahoga;
Cuando sobre tu presente se
despliega
La nube horrenda del pasado.
Yo te amo cuando tu intensa mirada
vuelca
Un raudal ardiente como la sangre;
Cuando, malgrado mi mano que te
mece,
Tu angustia, harto pesada, orada
Como un estertor de agonizante.
Yo aspiro, ¡voluptuosidad divina!
¡Himno profundo, delicioso!
Todos los sollozos de tu pecho,
Y creo que tu cuerpo se ilumina
Con las perlas que vierten tus ojos.
II
Yo sé que tu corazón, que rebalsa
Pasados amores desarraigados,
Llamea aún como una fragua,
Y que tú cobijas bajo tu garganta
Un poco del orgullo de los
condenados;
Pero, querida mía, en tanto que tus
sueños
No hayan reflejado el Infierno,
Y que en una pesadilla sin treguas,
Soñando con venenos y dagas,
Prendada de pólvora y de hierro,
No abriendo a cada uno sino con
miedo,
Barruntando la desdicha por doquier,
Convulsionándote cuando la hora
suene,
Tú no hayas sentido el abrazo
Del irresistible Tedio,
Tú no podrás, esclava reina
Que no me amas sino con espanto,
En el horror de la noche malsana
Decirme, el alma de gritos
desbordante:
"Yo soy tu igual, ¡oh, mi Rey!"
1861.
VIII
EL ANUNCIADOR
Todo hombre digno de este nombre
Tiene en el corazón una Serpiente
amarilla,
Instalada como sobre un trono,
Que si él dice: "¡Quiero!" responde:
"¡No!"
Hunde tu mirada en los ojos fijos
De las Satiresas o de las Ninfas,
La Inquina dice: "¡Piensa en tu
deber!"
Haz hijos, planta árboles,
Pule rimas, esculpe mármoles.
La Inquina dice: "¿Vivirás esta
tarde?"
Por más que esboce o espere,
El hombre no vive sino un instante
Sin soportar la advertencia
De la insoportable Víbora.
1861.
IX
EL REBELDE
Un Ángel furioso hiende el cielo
como un águila,
Del incrédulo coje a pleno puño los
cabellos,
Y dice, sacudiéndolo: "¡Discernirás
la norma!"
(Porque yo soy tu Ángel bueno,
¿entiendes?) ¡Yo lo exijo!
Entiendo que es preciso amar, sin
hacer remilgos,
Al pobre, al malo, al deforme, al
imbécil,
Para que puedas hacerle a Jesús,
cuando pase,
Un tapiz triunfal con tu caridad.
¡Tal es el amor! Antes de que tu
corazón no se hastíe,
En la gloria de Dios vuelve a
encender tu éxtasis;
"¡Que esa es la voluptuosidad
verdadera de los perdurables encantos!"
¡Y el Ángel, castigando lo mismo, a
fe mía que gusta!,
Con sus puños de gigante tortura el
anatema;
Mas el condenado replica siempre:
"¡Yo no quiero!"
1861.
X
MUY LEJOS DE AQUÍ
Esta es la morada sagrada
Donde esta muchacha engalanada,
Tranquila y siempre dispuesta,
Con una mano abanicando sus pechos,
Y su codo en los cojines,
Escucha llorar las fuentes:
Esta es la alcoba de Dorotea.
-La brisa y el agua cantan a lo
lejos
Su canción por sollozos quebrada
Para mecer esta criatura mimada.
De arriba abajo, con gran cuidado,
Su piel delicada es friccionada
Con óleo perfumado y benjuí.
-Las flores desfallecen en un
rincón.
1864.
XI
EL ABISMO
Pascal tenía su abismo, en él se
movía
-¡Ah! Todo es abismo, -acción,
deseo, ensueño,
¡Palabra! Y sobre mi pelo que
enhiesto se pone
Muchas veces del Miedo siento pasar
el viento.
Arriba, abajo, por doquier, la
profundidad, la playa.
El silencio, el espacio horrendo y
cautivante...
Sobre el fondo de mis noches Dios,
con su dedo sabio
Dibuja una pesadilla multiforme y
sin tregua.
Tengo miedo del sueño como se teme
un gran agujero,
Colmado de vago horror, llevando no
se sabe dónde;
No veo más que infinito por todas
las ventanas,
Y mi espíritu, siempre de vértigo
ahíto,
Celoso del vacío de la
insensibilidad.
-¡Ah! ¡No salir jamás de los Números
y de los Seres!
1862.
XII
LAS LAMENTACIONES DE UN ICARO
Los amantes de las prostitutas
Son felices dispuestos y
satisfechos;
En cuanto a mí, mis brazos están
rotos
Por haber abrazado las nubes.
Es gracias a los astros
innumerables,
Que en el fondo del cielo
centellean,
Que mis ojos consumidos no ven
Sino recuerdos de soles.
En vano he querido del espacio
Encontrar el final y el medio;
No sé bajo qué mirada de fuego
Yo siento mi ala que se quiebra;
Y quemado por el amor de lo bello,
No tendré el honor sublime
De dar mi nombre al abismo
Que me servirá de tumba.
1862.
XIII
RECOGIMIENTO
Modérate, ¡oh, mi Dolor! y
tranquilízate.
Reclamabas la Tarde; ella desciende;
hela aquí:
Una atmósfera oscura envuelve a la
ciudad,
A unos trayéndoles la paz, a los
otros la aflicción.
Mientras que de los mortales la
multitud vil,
Bajo el látigo del Placer, este
verdugo implacable,
Recoge remordimientos en la fiesta
servil,
Mi Dolor, dame la mano; ven por
aquí,
Lejos de ellos. Ve inclinarse a los
difuntos Años,
Sobre los balcones del Cielo, con
vestimentas anticuadas;
Surgir del fondo de las aguas el
Pesar sonriente;
El Sol, moribundo, se adormece bajo
un arco,
Y, cual un amplio sudario,
arrastrándose hacia Oriente,
Escucha, mi amada, escucha a la
Dulce Noche que avanza.
1860.
XIV
LA LUNA OFENDIDA
¡Oh Luna que adoraban discretamente
nuestros padres,
De lo alto de países azules donde,
radiante serrallo,
Los astros van a seguirte en
rozagante atavío,
Mi vieja Cintia, lámpara de nuestros
refugios,
¿Ves, acaso, los amantes sobre sus
jergones prósperos,
De sus bocas, durmiendo, mostrar el
fresco esmalte?
¿El poeta obstinar la frente sobre
su trabajo?
¿O bajo los céspedes secos acoplarse
las víboras?
Bajo tu dominó amarillo, y con pie
clandestino,
¿Acudes como antaño, de la noche a
la mañana,
A besar de Endimión las gracias
envejecidas?
"-Yo veo tu madre, hija de este
siglo empobrecido,
Que hacia su espejo inclina un
pesado montón de años,
Y adereza artísticamente el seno que
te ha nutrido."
1862.
POESÍAS DIVERSAS
I
¿No es verdad que es grato, ahora
que estamos
Como el resto de los hombres,
fatigados y marchitos.
Escudriñar algunas veces en el
Oriente lejano
Si vemos todavía los arreboles
matinales,
Y, cuando avanzamos en la ruda
carrera,
Escuchar los ecos cantarines y a la
zaga
Y los cuchicheos de aquellos
juveniles amores
Que el Señor puso en el comienzo de
nuestros días?.
1864.
II
Se complacía en verla, con sus
faldas blancas,
Correr a través de frondas y
ramajes,
Aturdida y llena de gracia, mientras
ocultaba
Su pierna, si el vestido se enredaba
en las zarzas.
1864.
III
INCOMPATIBILIDAD
Todo a lo alto, todo a lo alto,
lejos del camino seguro,
De las granjas, de los valles, más
allá de los ribazos,
Más allá de las florestas, los
tapices de verdor,
Lejos de los postreros prados
hollados por los rebaños,
Se encuentra un lago sombrío
encajado en el abismo
Que forman algunos picos desolados y
nevados;
El agua, noche y día, duerme allí en
un reposo sublime,
Y no interrumpe jamás su silencio
borrascoso.
En este triste desierto, al oído
indistintos
Llegan por momentos ruidos débiles y
prolongados,
Y ecos más muertos que el lejano
cencerro
De una vaca que pace en las laderas
de un cerro.
Sobre estos montes donde el viento
borra todo vestigio,
Estos glaciares bordeados que
ilumina el sol,
Sobre estas rocas altivas donde
acecha el vértigo,
En este lago donde el sol contempla
su tono bermejo,
Bajo mis pies, sobre mi cabeza, por
doquier, el silencio,
El silencio que hace que uno
quisiera huir,
El silencio eterno y la montaña
inmensa,
Porque el aire está inmóvil y todo
parece soñar.
Se diría que el cielo, en esta
soledad,
Se contempla en la onda, y que estos
montes, allá,
Escuchan, recogidos, en su grave
actitud,
Un misterio divino que el hombre no
alcanza.
Y cuando por azar una nube errante
Ensombrece en su vuelo al lago
silencioso,
Creeríase ver el manto o la sombra
transparente
De un espíritu que viaja y por los
cielos pasa.
1838 (?)
IV
[A Henri Hignard.]
Recién acabo de escuchar
Resonar afuera dulcemente
Un aire monótono y tan tierno
Que el rumor hasta mí llega
vagamente,
Es una de esas antiguas
lamentaciones,
Musas de los pobres auverneses,
Que antes en las horas ociosas
Tanto nos deleitaban con frecuencia.
Y, su esperanza destruida,
La pobre se marchó tristemente;
Y yo pensé de inmediato
En el amigo a quien amo tanto,
Que me decía, paseándonos,
Que para él era un placer
Que semejante serenata
Llegara en un prolongado y monótono
holgar.
Amemos esta humilde música
Tan dulce a nuestros espíritus
abrumados
Cuando ella llega, melancólica,
Respondiendo a tristes pensamientos.
-Y he dejado las ventanas cerradas,
Ingrato, porque me ha hecho también
Soñar en tan deliciosas cosas,
Y pensar en mi caro Henri!
V
[A Henri Hignard.]
¡Ah!
¿Quién no ha gemido por otro, por sí
mismo?
Y, ¿quién no ha dicho a Dios?:
"¡Perdona Señor,
Si alguno no me ama y si nadie llega
a mi corazón!
Todos me han corrompido: ¡nadie os
ama!"
¡Ah!, cansado del mundo y de sus
vanos discursos,
Menester es levantar la mirada hacia
las bóvedas sin nubes,
Y no dirigirse más que a las mudas
imágenes,
De aquellos que nada aman,
consoladores amores.
Entonces, hay que rodearse de
misterio,
Cerrarse a las miradas, y sin ceño y
sin hiel,
Sin decirles a los vecinos: "¡Yo no
amo más que el cielo!",
Decirle a Dios: "¡Consuela mi alma
de la tierra!"
Tal, cerrado por su sacerdote, un
piadoso monumento,
Cuando sobre nuestros sombríos
techos la noche ha descendido,
Cuando la multitud ha dejado las
piedras de la calle,
Colmándose de silencio y de
recogimiento.
VI
[A Antony Bruno.]
Compañero, tienes el corazón de
poeta,
¿Has pasado por alguna aldea
engalanada, todo bermejo,
Cuando el cielo y la tierra tienen
un lindo aire de fiesta,
Un domingo iluminado por un joyante
sol?
Cuando el campanario se agita y
canta desgañitándose,
Y tiene desde la madrugada la aldea
despierta,
Cuando todos, para entonar el oficio
que se prepara,
Se marchan, jóvenes y viejos, en
pimpante conjunto;
Entonces, elevándose en el fondo de
vuestra alma mundana,
Tonos de órgano murientes y de
campana lejana
¿No te ha recordado, triste y dulce,
Esta devoción de los campos, alegre
y franca?
¿No te ha recordado, triste y dulce,
Que antaño gustabas de los domingos?
1843.
VII
[A Alexandre Bouchon (?)]
Yo no tengo por amante una "leona"
ilustre:
La usurera, de mi alma, empeña todo
su brillo;
Invisible a las miradas del universo
burlón,
Su belleza no florece sino en mi
triste corazón.
Para tener zapatos ha vendido su
alma;
Pero el buen Dios reiría si, cerca
de esta infame,
Yo posara de Tartufo y remedara su
altura,
Yo que vendo mi pensamiento y quiero
ser autor.
Vicio mucho más grave, ella lleva
peluca.
Todos sus bellos cabellos negros han
huido de su blanca nuca;
Lo cual no impide que los besos
amorosos
Lluevan sobre su frente más pelada
que un leproso.
Es bizca, y el efecto de esta mirada
extraña
Que sombrean las pestañas negras más
largas que las de un ángel,
Es tal que todos los ojos por los
que uno se condena
No valen para mí lo que sus pupilas
de judía, ojerosa.
No tiene más que veinte años; el
pecho ya fláccido
Pende de cada lado como una
calabaza,
Y sin embargo, arrastrándome cada
noche sobre su cuerpo,
Cual un recién nacido, yo los
succiono y los muerdo;
Y si bien ella con frecuencia no
tiene ni un óbolo
Para frotarse la carne y para
ungirse los hombros;
Yo la lamo en silencio con más
fervor
Que Magdalena fogosa los dos pies
del Salvador.
La pobre criatura, por el placer
sofocada,
Tiene roncos hipos en su pecho
hinchado,
Y yo adivino, por el ruido de su
soplo brutal
Que ella con frecuencia ha mordido
el pan del hospital.
Sus grandes ojos inquietos, durante
la noche cruel,
Creen ver otros dos ojos en el fondo
del callejón,
Porque, habiendo abierto mucho su
corazón a cuantos llegan,
Tiene miedo a oscuras y cree en los
aparecidos.
Esto hace que de sebo ella consuma
más libras
Que un viejo sabio acostado día y
noche sobre sus grimorios,
Y lamente mucho menos el hambre y
sus tormentos
Que la aparición de sus difuntos
amantes.
Si la encontráis, grotescamente
ataviada,
Deslizándose en la esquina de una
calle perdida,
Y la cabeza y la mirada baja como
pichón herido.
Arrastrando en el arroyo su talón
descalzo,
Señores, no escupáis ni juramentos
ni injurias
Al rostro pintarrajeado de esta
pobre impura
Que, la Diosa Hambre, en una noche
invernal,
Ha obligado a recoger sus faldas al
aire libre.
Esta bohemia es mi todo, mi riqueza,
Mi perla, mi joya, mi reina, mi
duquesa,
Es la que me ha mecido sobre su
regazo vencedor,
Y la que entre sus dos manos ha
caldeado mi corazón.
VIII
Yace aquí aquel que por haber amado
mucho a las rameras,
Descendió, joven aún, al reino de
los topos.
IX
[A Sainte-Beuve.]
Todos imberbes entonces, sobre los
viejos bancos de roble,
Más pulidos y relucientes que
eslabones de cadena,
Que día a día la piel de los hombres
ha pulido,
-Arrastrábamos tristemente nuestro
tedio, acurrucados
Y encorvados bajo el cuadrado cielo
de las soledades,
Donde el niño bebe, diez años, la
áspera leche de los estudios.
-Era en aquel pasado tiempo,
memorable y notable,
En que forzados, para liberarse del
clásico dogal,
Los profesores, todavía rebeldes a
vuestras rimas,
Sucumbían bajo el esfuerzo de
nuestras locas esgrimas
Y dejaban al escolar, triunfante y
revoltoso,
Hacer aullar a su gusto Triboulet en
latín.
-¿Quién de nosotros, en aquellos
tiempos de adolescentes pálidos,
No ha conocido el embotamiento de
las fatigas claustrales,
-La mirada perdida en el azul mohíno
de un cielo de estío,
O el deslumbramiento de la nieve
-acechada,
La oreja ávida y erguida,- y bebido,
como una jauría,
El eco lejano de un libro, o el
grito de una sedición?
Era, sobre todo, en verano, cuando
los plomos de los techados se fundían
Cuando aquellos grandes muros
ennegrecidos en tristeza abundaban,
Cuando la canícula o el brumoso
otoño,
Irradiaban los cielos con su fuego
monótono,
Y hacían adormecer, en los esbeltos
torreones,
Los vocingleros gavilanes, terror de
los blancos pichones;
Estación de ensueño, en que la Musa
se engancha
Durante un día entero al badajo de
una campana;
Donde la Melancolía, al mediodía,
cuando todo duerme,
El mentón en la mano, al fondo del
corredor,
-La pupila más negra y más azul que
la de la Religiosa
De la que cada uno sabe la historia
obscena y dolorosa-,
Arrastra un pie fatigado por
precoces molestias,
Y su frente humedece aún la
languidez de sus noches.
Y después venían las tardes
malsanas, las noches febricientes,
Que convierten a las muchachas de su
cuerpo amorosas,
Y las hacen ante los espejos
-estéril voluptuosidad-
Contemplar los frutos maduros de su
nubilidad.
Las tardes italianas, de lánguida
indolencia,
Que de placeres engañosos revelan la
ciencia,
Cuando la sombría Venus, desde lo
alto de sus balcones negros,
Vierte raudales de almizcle con sus
frescos incensarios.
.............................................
Esto fue en este conflicto de
plácidas circunstancias,
Maduro por vuestros sonetos,
preparado por vuestras estancias,
Que una noche, habiendo aspirado el
libro y su espíritu,
Estreché sobre mi corazón la
historia de Amaury.
Todo abismo místico está a dos pasos
de la Duda.
-El bebedizo infiltrado, lentamente,
gota a gota,
En mí que desde los quince años
hacia el abismo atraído
Descifraba de corrido los suspiros
de Rene,
Y que de lo desconocido la sed
extravagante alterada,
Ha trabajado el fondo de la delgada
arteria.
Yo he absorbido todo, los miasmas,
los perfumes,
El suave cuchicheo de los recuerdos
difuntos,
Los prolongados enlaces de las
frases simbólicas,
-Rosarios murmurantes de madrigales
místicos;
-Libro voluptuoso, si jamás hubo
alguno.
Y luego, ya sea en el fondo de un
asilo frondoso,
Como bajo los soles de zonas
diferentes,
El eterno balanceo de las olas
embriagantes,
Y el aspecto renaciente de
horizontes sin fin
Reconduzcan este corazón hacia el
sueño divino,
Ya sea en los pesados ocios de un
día canicular,
O bien en la ociosidad friolenta de
frimario
Bajo las oleadas del tabaco que
enmascaran el cielo raso,
-Yo por todas partes he hojeado el
misterio profundo
De este libro tan caro a las almas
adormecidas
Que su destino marca con las mismas
enfermedades,
Y ante el espejo he perfeccionado
El arte cruel que un Demonio al
nacer me ha dado,
-El Dolor para lograr una
voluptuosidad verdadera, -
Y ensangrentar su mal y rascar su
llaga.
Poeta, ¿es ésta una injuria o bien
un cumplido?
Porque yo estoy frente a ti como un
amante
Cara al fantasma, el gesto lleno de
alicientes,
Del cual la mano y la mirada tienen
para impulsar las fuerzas
Encantos desconocidos. - Todos los
seres amados
Son vasos de hiel que se beben con
los ojos cerrados.
Y el corazón traspasado que el dolor
halaga
Expira cada día bendiciendo su
flecha.
1843.
X
Noble mujer de brazo firme, que
durante los largos días,
Sin pensar bien ni mal duermes o
sueñas siempre
Fieramente alhajada a la antigua,
Tú que desde hace diez años, que
para mí se hacen lentos,
Mi boca, bien adiestrada para los
besos suculentos
Halaga con un amor monástico -
Sacerdotisa del libertinaje, hermana
mía en el placer
que siempre desdeñas llevar y nutrir
Un hombre en tus cavidades santas,
Tanto temes y tanto huyes del
estigma alarmante
Que la virtud socava con su hierro
infamante
En el flanco de las matronas
preñadas.
1844.
XI
SOBRE UN ÁLBUM DE MADAME EMILE
CHEVALET
En medio de la multitud, errantes,
confundidas,
Conservando el recuerdo precioso de
otros tiempos,
Ellas buscan el eco de sus voces
desesperadas,
Tristes, como la noche, dos palomas
perdidas
Y que se llaman en el bosque.
1845.
XII
Yo vivo, y tu perfume es la
arquitectura:
Es él la belleza, porque yo soy la
natura;
Si siempre la natura embellece la
hermosura,
Yo hago valer tus flores... ¡heme
aquí halagado!
1846.
XIII
[A Charles Asselineau]
De un espíritu extravagante el
seductor proyecto
-¡Quién, entre tantos héroes va a
escoger a Bruandet!
1855.
XIV
MONSELET PAILLARD
(Versos destinados a su retrato)
Me llaman el
gatito;
Modernas pequeñas amantes,
Yo agrego a vuestras delicadezas
La fuerza de un joven pacha.
La suavidad de la bóveda azul
Está concentrada en mi mirada;
Si queréis verme huraño,
Lectoras, mordedme la cola.
1864.
PROYECTO DE EPILOGO
PARA LA SEGUNDA EDICIÓN DE
LAS
FLORES DEL MAL
Tranquilo como un sabio, suave como
un maldito
yo he dicho:
Yo te amo ¡oh! mi bellísima, oh mi
encantadora...
Cuantas veces...
Tus desvíos sin sed y tus amores sin
alma,
Tu anhelo de infinito
Que por todo, aun en el mismo mal,
se proclama,
Tus bombas, tus puñales, tus
victorias, tus festejos,
Tus arrabales melancólicos,
Tus amuebladas,
Tus jardines llenos de suspiros e
intrigas,
Tus templos vomitando las plegarias
hechas música,
Tus desesperaciones de niño, tus
juegos de virgen loca,
Tus desalientos;
Y tus fuegos artificiales,
erupciones de alegría,
Que hacen reír al Cielo, mudo y
tenebroso.
Tu vicio venerable exhibido en la
seda,
Y tu virtud risible, a la mirada
desdichada,
Suave, extasiándose ante el lujo que
despliega...
Tus principios salvados y tus leyes
insultadas,
Tus monumentos altivos en los que se
agarran las brumas,
Tus cúpulas metálicas inflamadas por
el sol,
Tus reinas teatrales con voces
encantadoras
Tus rebatos, tus cañones, orquesta
ensordecedora,
Tus mágicos empedrados, erigidos en
fortalezas,
Tus ínfimos oradores, con sus
ampulosidades barrocas,
Predicando el amor, y por otra
parte, tus cloacas llenas de sangre,
Precipitándose en el Infierno cual
Orinocos,
Tus ángeles, tus bufones flamantes
con viejos harapos.
Ángeles revestidos de oro, de
púrpura y de jacinto,
¡Oh, vosotros! Testigos sois de que
he cumplido mi deber
Como un perfecto químico y como un
alma santa.
Porque de cada cosa extraje la
quintaesencia,
Tú me has dado tu barro y yo lo he
convertido en oro.
1861.
Charles Baudelaire
LES FLEURS DU MAL
(édition de 1861)
POESIES
AU POETE IMPECCABLE
Au parfait magicien ès lettres françaises
A mon très-cher et très-vénéré
Maître et ami
THEOPHILE GAUTIER
Avec les sentiments
De la plus profonde humilité
Je dédie
Ces Fleurs maladives
C.B.
Au Lecteur
La sottise, l'erreur, le péché, la
lésine,
Occupent nos esprits et travaillent nos
corps,
Et nous alimentons nos aimables remords,
Comme les mendiants nourrissent leur
vermine.
Nos péchés sont têtus, nos repentirs sont
lâches;
Nous nous faisons payer grassement nos
aveux,
Et nous rentrons gaiement dans le chemin
bourbeux,
Croyant par de vils pleurs laver toutes
nos taches.
Sur l'oreiller du mal c'est Satan
Trismégiste
Qui berce longuement notre esprit
enchanté,
Et le riche métal de notre volonté
Est tout vaporisé par ce savant chimiste.
C'est le Diable qui tient les fils qui
nous remuent!
Aux objets répugnants nous trouvons des
appas;
Chaque jour vers l'Enfer nous descendons
d'un pas,
Sans horreur, à travers des ténèbres qui
puent.
Ainsi qu'un débauché pauvre qui baise et
mange
Le sein martyrisé d'une antique catin,
Nous volons au passage un plaisir
clandestin
Que nous pressons bien fort comme une
vieille orange.
Serré, fourmillant, comme un million
d'helminthes,
Dans nos cerveaux ribote un peuple de
Démons,
Et, quand nous respirons, la Mort dans
nos poumons
Descend, fleuve invisible, avec de
sourdes plaintes.
Si le viol, le poison, le poignard,
l'incendie,
N'ont pas encor brodé de leurs plaisants
dessins
Le canevas banal de nos piteux destins,
C'est que notre âme, hélas! n'est pas
assez hardie.
Mais parmi les chacals, les panthères,
les lices,
Les singes, les scorpions, les vautours,
les serpents,
Les monstres glapissants, hurlants,
grognants, rampants,
Dans la ménagerie infâme de nos vices,
II en est un plus laid, plus méchant,
plus immonde!
Quoiqu'il ne pousse ni grands gestes ni
grands cris,
Il ferait volontiers de la terre un
débris
Et dans un bâillement avalerait le monde;
C'est l'Ennui! L'oeil chargé d'un pleur
involontaire,
II rêve d'échafauds en fumant son houka.
Tu le connais, lecteur, ce monstre
délicat,
- Hypocrite lecteur, - mon semblable, -
mon frère!
SPLEEN ET IDEAL
I - Bénédiction
Lorsque, par un décret des puissances
suprêmes,
Le Poète apparaît en ce monde ennuyé,
Sa mère épouvantée et pleine de
blasphèmes
Crispe ses poings vers Dieu, qui la prend
en pitié:
-"Ah! que n'ai-je mis bas tout un noeud
de vipères,
Plutôt que de nourrir cette dérision!
Maudite soit la nuit aux plaisirs
éphémères
Où mon ventre a conçu mon expiation!
Puisque tu m'as choisie entre toutes les
femmes
Pour être le dégoût de mon triste mari,
Et que je ne puis pas rejeter dans les
flammes,
Comme un billet d'amour, ce monstre
rabougri,
Je ferai rejaillir ta haine qui m'accable
Sur l'instrument maudit de tes
méchancetés,
Et je tordrai si bien cet arbre
misérable,
Qu'il ne pourra pousser ses boutons
empestés!"
Elle ravale ainsi l'écume de sa haine,
Et, ne comprenant pas les desseins
éternels,
Elle-même prépare au fond de la Géhenne
Les bûchers consacrés aux crimes
maternels.
Pourtant, sous la tutelle invisible d'un
Ange,
L'Enfant déshérité s'enivre de soleil
Et dans tout ce qu'il boit et dans tout
ce qu'il mange
Retrouve l'ambroisie et le nectar
vermeil.
II joue avec le vent, cause avec le
nuage,
Et s'enivre en chantant du chemin de la
croix;
Et l'Esprit qui le suit dans son
pèlerinage
Pleure de le voir gai comme un oiseau des
bois.
Tous ceux qu'il veut aimer l'observent
avec crainte,
Ou bien, s'enhardissant de sa
tranquillité,
Cherchent à qui saura lui tirer une
plainte,
Et font sur lui l'essai de leur férocité.
Dans le pain et le vin destinés à sa
bouche
Ils mêlent de la cendre avec d'impurs
crachats;
Avec hypocrisie ils jettent ce qu'il
touche,
Et s'accusent d'avoir mis leurs pieds
dans ses pas.
Sa femme va criant sur les places
publiques:
"Puisqu'il me trouve assez belle pour
m'adorer,
Je ferai le métier des idoles antiques,
Et comme elles je veux me faire redorer;
Et je me soûlerai de nard, d'encens, de
myrrhe,
De génuflexions, de viandes et de vins,
Pour savoir si je puis dans un coeur qui
m'admire
Usurper en riant les hommages divins!
Et, quand je m'ennuierai de ces farces
impies,
Je poserai sur lui ma frêle et forte
main;
Et mes ongles, pareils aux ongles des
harpies,
Sauront jusqu'à son coeur se frayer un
chemin.
Comme un tout jeune oiseau qui tremble et
qui palpite,
J'arracherai ce coeur tout rouge de son
sein,
Et, pour rassasier ma bête favorite
Je le lui jetterai par terre avec
dédain!"
Vers le Ciel, où son oeil voit un trône
splendide,
Le Poète serein lève ses bras pieux
Et les vastes éclairs de son esprit
lucide
Lui dérobent l'aspect des peuples
furieux:
-"Soyez béni, mon Dieu, qui donnez la
souffrance
Comme un divin remède à nos impuretés
Et comme la meilleure et la plus pure
essence
Qui prépare les forts aux saintes
voluptés!
Je sais que vous gardez une place au
Poète
Dans les rangs bienheureux des saintes
Légions,
Et que vous l'invitez à l'éternelle fête
Des Trônes, des Vertus, des Dominations.
Je sais que la douleur est la noblesse
unique
Où ne mordront jamais la terre et les
enfers,
Et qu'il faut pour tresser ma couronne
mystique
Imposer tous les temps et tous les
univers.
Mais les bijoux perdus de l'antique
Palmyre,
Les métaux inconnus, les perles de la
mer,
Par votre main montés, ne pourraient pas
suffire
A ce beau diadème éblouissant et clair;
Car il ne sera fait que de pure lumière,
Puisée au foyer saint des rayons
primitifs,
Et dont les yeux mortels, dans leur
splendeur entière,
Ne sont que des miroirs obscurcis et
plaintifs!"
II - L'Albatros
Souvent, pour s'amuser, les hommes
d'équipage
Prennent des albatros, vastes oiseaux des
mers,
Qui suivent, indolents compagnons de
voyage,
Le navire glissant sur les gouffres
amers.
A peine les ont-ils déposés sur les
planches,
Que ces rois de l'azur, maladroits et
honteux,
Laissent piteusement leurs grandes ailes
blanches
Comme des avirons traîner à côté d'eux.
Ce voyageur ailé, comme il est gauche et
veule!
Lui, naguère si beau, qu'il est comique
et laid!
L'un agace son bec avec un brûle-gueule,
L'autre mime, en boitant, l'infirme qui
volait!
Le Poète est semblable au prince des
nuées
Qui hante la tempête et se rit de
l'archer;
Exilé sur le sol au milieu des huées,
Ses ailes de géant l'empêchent de
marcher.
III - Elévation
Au-dessus des étangs, au-dessus des
vallées,
Des montagnes, des bois, des nuages, des
mers,
Par delà le soleil, par delà les éthers,
Par delà les confins des sphères
étoilées,
Mon esprit, tu te meus avec agilité,
Et, comme un bon nageur qui se pâme dans
l'onde,
Tu sillonnes gaiement l'immensité
profonde
Avec une indicible et mâle volupté.
Envole-toi bien loin de ces miasmes
morbides;
Va te purifier dans l'air supérieur,
Et bois, comme une pure et divine
liqueur,
Le feu clair qui remplit les espaces
limpides.
Derrière les ennuis et les vastes
chagrins
Qui chargent de leur poids l'existence
brumeuse,
Heureux celui qui peut d'une aile
vigoureuse
S'élancer vers les champs lumineux et
sereins;
Celui dont les pensers, comme des
alouettes,
Vers les cieux le matin prennent un libre
essor,
- Qui plane sur la vie, et comprend sans
effort
Le langage des fleurs et des choses
muettes!
IV - Correspondances
La Nature est un temple où de vivants
piliers
Laissent parfois sortir de confuses
paroles;
L'homme y passe à travers des forêts de
symboles
Qui l'observent avec des regards
familiers.
Comme de longs échos qui de loin se
confondent
Dans une ténébreuse et profonde unité,
Vaste comme la nuit et comme la clarté,
Les parfums, les couleurs et les sons se
répondent.
II est des parfums frais comme des chairs
d'enfants,
Doux comme les hautbois, verts comme les
prairies,
- Et d'autres, corrompus, riches et
triomphants,
Ayant l'expansion des choses infinies,
Comme l'ambre, le musc, le benjoin et
l'encens,
Qui chantent les transports de l'esprit
et des sens.
V
J'aime le souvenir de ces époques nues,
Dont Phoebus se plaisait à dorer les
statues.
Alors l'homme et la femme en leur agilité
Jouissaient sans mensonge et sans
anxiété,
Et, le ciel amoureux leur caressant
l'échine,
Exerçaient la santé de leur noble
machine.
Cybèle alors, fertile en produits
généreux,
Ne trouvait point ses fils un poids trop
onéreux,
Mais, louve au coeur gonflé de tendresses
communes
Abreuvait l'univers à ses tétines brunes.
L'homme, élégant, robuste et fort, avait
le droit
D'être fier des beautés qui le nommaient
leur roi;
Fruits purs de tout outrage et vierges de
gerçures,
Dont la chair lisse et ferme appelait les
morsures!
Le Poète aujourd'hui, quand il veut
concevoir
Ces natives grandeurs, aux lieux où se
font voir
La nudité de l'homme et celle de la
femme,
Sent un froid ténébreux envelopper son
âme
Devant ce noir tableau plein
d'épouvantement.
O monstruosités pleurant leur vêtement!
O ridicules troncs! torses dignes des
masques!
O pauvres corps tordus, maigres, ventrus
ou flasques,
Que le dieu de l'Utile, implacable et
serein,
Enfants, emmaillota dans ses langes
d'airain!
Et vous, femmes, hélas! pâles comme des
cierges,
Que ronge et que nourrit la débauche, et
vous, vierges,
Du vice maternel traînant l'hérédité
Et toutes les hideurs de la fécondité!
Nous avons, il est vrai, nations
corrompues,
Aux peuples anciens des beautés
inconnues:
Des visages rongés par les chancres du
coeur,
Et comme qui dirait des beautés de
langueur;
Mais ces inventions de nos muses tardives
N'empêcheront jamais les races maladives
De rendre à la jeunesse un hommage
profond,
- A la sainte jeunesse, à l'air simple,
au doux front,
A l'oeil limpide et clair ainsi qu'une
eau courante,
Et qui va répandant sur tout, insouciante
Comme l'azur du ciel, les oiseaux et les
fleurs,
Ses parfums, ses chansons et ses douces
chaleurs!
VI - Les Phares
Rubens, fleuve d'oubli, jardin de la
paresse,
Oreiller de chair fraîche où l'on ne peut
aimer,
Mais où la vie afflue et s'agite sans
cesse,
Comme l'air dans le ciel et la mer dans
la mer;
Léonard de Vinci, miroir profond et
sombre,
Où des anges charmants, avec un doux
souris
Tout chargé de mystère, apparaissent à
l'ombre
Des glaciers et des pins qui ferment leur
pays;
Rembrandt, triste hôpital tout rempli de
murmures,
Et d'un grand crucifix décoré seulement,
Où la prière en pleurs s'exhale des
ordures,
Et d'un rayon d'hiver traversé
brusquement;
Michel-Ange, lieu vague où l'on voit des
Hercules
Se mêler à des Christs, et se lever tout
droits
Des fantômes puissants qui dans les
crépuscules
Déchirent leur suaire en étirant leurs
doigts;
Colères de boxeur, impudences de faune,
Toi qui sus ramasser la beauté des
goujats,
Grand coeur gonflé d'orgueil, homme
débile et jaune,
Puget, mélancolique empereur des forçats;
Watteau, ce carnaval où bien des coeurs
illustres,
Comme des papillons, errent en
flamboyant,
Décors frais et légers éclairés par des
lustres
Qui versent la folie à ce bal tournoyant;
Goya, cauchemar plein de choses
inconnues,
De foetus qu'on fait cuire au milieu des
sabbats,
De vieilles au miroir et d'enfants toutes
nues,
Pour tenter les démons ajustant bien
leurs bas;
Delacroix, lac de sang hanté des mauvais
anges,
Ombragé par un bois de sapins toujours
vert,
Où, sous un ciel chagrin, des fanfares
étranges
Passent, comme un soupir étouffé de
Weber;
Ces malédictions, ces blasphèmes, ces
plaintes,
Ces extases, ces cris, ces pleurs, ces Te
Deum,
Sont un écho redit par mille labyrinthes;
C'est pour les coeurs mortels un divin
opium!
C'est un cri répété par mille
sentinelles,
Un ordre renvoyé par mille porte-voix;
C'est un phare allumé sur mille
citadelles,
Un appel de chasseurs perdus dans les
grands bois!
Car c'est vraiment, Seigneur, le meilleur
témoignage
Que nous puissions donner de notre
dignité
Que cet ardent sanglot qui roule d'âge en
âge
Et vient mourir au bord de votre
éternité!
VII - La Muse malade
Ma pauvre muse, hélas! qu'as-tu donc ce
matin?
Tes yeux creux sont peuplés de visions
nocturnes,
Et je vois tour à tour réfléchis sur ton
teint
La folie et l'horreur, froides et
taciturnes.
Le succube verdâtre et le rose lutin
T'ont-ils versé la peur et l'amour de
leurs urnes?
Le cauchemar, d'un poing despotique et
mutin
T'a-t-il noyée au fond d'un fabuleux
Minturnes?
Je voudrais qu'exhalant l'odeur de la
santé
Ton sein de pensers forts fût toujours
fréquenté,
Et que ton sang chrétien coulât à flots
rythmiques,
Comme les sons nombreux des syllabes
antiques,
Où règnent tour à tour le père des
chansons,
Phoebus, et le grand Pan, le seigneur des
moissons.
VIII - La Muse vénale
O muse de mon coeur, amante des palais,
Auras-tu, quand Janvier lâchera ses
Borées,
Durant les noirs ennuis des neigeuses
soirées,
Un tison pour chauffer tes deux pieds
violets?
Ranimeras-tu donc tes épaules marbrées
Aux nocturnes rayons qui percent les
volets?
Sentant ta bourse à sec autant que ton
palais
Récolteras-tu l'or des voûtes azurées?
II te faut, pour gagner ton pain de
chaque soir,
Comme un enfant de choeur, jouer de
l'encensoir,
Chanter des Te Deum auxquels tu ne crois
guère,
Ou, saltimbanque à jeun, étaler tes appas
Et ton rire trempé de pleurs qu'on ne
voit pas,
Pour faire épanouir la rate du vulgaire.
IX - Le Mauvais Moine
Les cloîtres anciens sur leurs grandes
murailles
Etalaient en tableaux la sainte Vérité,
Dont l'effet réchauffant les pieuses
entrailles,
Tempérait la froideur de leur austérité.
En ces temps où du Christ florissaient
les semailles,
Plus d'un illustre moine, aujourd'hui peu
cité,
Prenant pour atelier le champ des
funérailles,
Glorifiait la Mort avec simplicité.
- Mon âme est un tombeau que, mauvais
cénobite,
Depuis l'éternité je parcours et
j'habite;
Rien n'embellit les murs de ce cloître
odieux.
O moine fainéant! quand saurai-je donc
faire
Du spectacle vivant de ma triste misère
Le travail de mes mains et l'amour de mes
yeux?
X - L'Ennemi
Ma jeunesse ne fut qu'un ténébreux orage,
Traversé çà et là par de brillants
soleils;
Le tonnerre et la pluie ont fait un tel
ravage,
Qu'il reste en mon jardin bien peu de
fruits vermeils.
Voilà que j'ai touché l'automne des
idées,
Et qu'il faut employer la pelle et les
râteaux
Pour rassembler à neuf les terres
inondées,
Où l'eau creuse des trous grands comme
des tombeaux.
Et qui sait si les fleurs nouvelles que
je rêve
Trouveront dans ce sol lavé comme une
grève
Le mystique aliment qui ferait leur
vigueur?
- O douleur! ô douleur! Le Temps mange la
vie,
Et l'obscur Ennemi qui nous ronge le
coeur
Du sang que nous perdons croît et se
fortifie!
XI - Le Guignon
Pour soulever un poids si lourd,
Sisyphe, il faudrait ton courage!
Bien qu'on ait du coeur à l'ouvrage,
L'Art est long et le Temps est court.
Loin des sépultures célèbres,
Vers un cimetière isolé,
Mon coeur, comme un tambour voilé,
Va battant des marches funèbres.
- Maint joyau dort enseveli
Dans les ténèbres et l'oubli,
Bien loin des pioches et des sondes;
Mainte fleur épanche à regret
Son parfum doux comme un secret
Dans les solitudes profondes.
XII - La Vie antérieure
J'ai longtemps habité sous de vastes
portiques
Que les soleils marins teignaient de
mille feux,
Et que leurs grands piliers, droits et
majestueux,
Rendaient pareils, le soir, aux grottes
basaltiques.
Les houles, en roulant les images des
cieux,
Mêlaient d'une façon solennelle et
mystique
Les tout-puissants accords de leur riche
musique
Aux couleurs du couchant reflété par mes
yeux.
C'est là que j'ai vécu dans les voluptés
calmes,
Au milieu de l'azur, des vagues, des
splendeurs
Et des esclaves nus, tout imprégnés
d'odeurs,
Qui me rafraîchissaient le front avec des
palmes,
Et dont l'unique soin était d'approfondir
Le secret douloureux qui me faisait
languir.
XIII - Bohémiens en Voyage
La tribu prophétique aux prunelles
ardentes
Hier s'est mise en route, emportant ses
petits
Sur son dos, ou livrant à leurs fiers
appétits
Le trésor toujours prêt des mamelles
pendantes.
Les hommes vont à pied sous leurs armes
luisantes
Le long des chariots où les leurs sont
blottis,
Promenant sur le ciel des yeux appesantis
Par le morne regret des chimères
absentes.
Du fond de son réduit sablonneux, le
grillon,
Les regardant passer, redouble sa
chanson;
Cybèle, qui les aime, augmente ses
verdures,
Fait couler le rocher et fleurir le
désert
Devant ces voyageurs, pour lesquels est
ouvert
L'empire familier des ténèbres futures.
XIV - L'Homme et la Mer
Homme libre, toujours tu chériras la mer!
La mer est ton miroir; tu contemples ton
âme
Dans le déroulement infini de sa lame,
Et ton esprit n'est pas un gouffre moins
amer.
Tu te plais à plonger au sein de ton
image;
Tu l'embrasses des yeux et des bras, et
ton coeur
Se distrait quelquefois de sa propre
rumeur
Au bruit de cette plainte indomptable et
sauvage.
Vous êtes tous les deux ténébreux et
discrets:
Homme, nul n'a sondé le fond de tes
abîmes;
O mer, nul ne connaît tes richesses
intimes,
Tant vous êtes jaloux de garder vos
secrets!
Et cependant voilà des siècles
innombrables
Que vous vous combattez sans pitié ni
remords,
Tellement vous aimez le carnage et la
mort,
O lutteurs éternels, ô frères
implacables!
XV - Don Juan aux Enfers
Quand Don Juan descendit vers l'onde
souterraine
Et lorsqu'il eut donné son obole à
Charon,
Un sombre mendiant, l'oeil fier comme
Antisthène,
D'un bras vengeur et fort saisit chaque
aviron.
Montrant leurs seins pendants et leurs
robes ouvertes,
Des femmes se tordaient sous le noir
firmament,
Et, comme un grand troupeau de victimes
offertes,
Derrière lui traînaient un long
mugissement.
Sganarelle en riant lui réclamait ses
gages,
Tandis que Don Luis avec un doigt
tremblant
Montrait à tous les morts errant sur les
rivages
Le fils audacieux qui railla son front
blanc.
Frissonnant sous son deuil, la chaste et
maigre Elvire,
Près de l'époux perfide et qui fut son
amant,
Semblait lui réclamer un suprême sourire
Où brillât la douceur de son premier
serment.
Tout droit dans son armure, un grand
homme de pierre
Se tenait à la barre et coupait le flot
noir;
Mais le calme héros, courbé sur sa
rapière,
Regardait le sillage et ne daignait rien
voir.
XVI - Châtiment de l'Orgueil
En ces temps merveilleux où la Théologie
Fleurit avec le plus de sève et
d'énergie,
On raconte qu'un jour un docteur des plus
grands,
- Après avoir forcé les coeurs
indifférents;
Les avoir remués dans leurs profondeurs
noires;
Après avoir franchi vers les célestes
gloires
Des chemins singuliers à lui-même
inconnus,
Où les purs Esprits seuls peut-être
étaient venus,
- Comme un homme monté trop haut, pris de
panique,
S'écria, transporté d'un orgueil
satanique:
"Jésus, petit Jésus! je t'ai poussé bien
haut!
Mais, si j'avais voulu t'attaquer au
défaut
De l'armure, ta honte égalerait ta
gloire,
Et tu ne serais plus qu'un foetus
dérisoire!"
Immédiatement sa raison s'en alla.
L'éclat de ce soleil d'un crêpe se voila
Tout le chaos roula dans cette
intelligence,
Temple autrefois vivant, plein d'ordre et
d'opulence,
Sous les plafonds duquel tant de pompe
avait lui.
Le silence et la nuit s'installèrent en
lui,
Comme dans un caveau dont la clef est
perdue.
Dès lors il fut semblable aux bêtes de la
rue,
Et, quand il s'en allait sans rien voir,
à travers
Les champs, sans distinguer les étés des
hivers,
Sale, inutile et laid comme une chose
usée,
Il faisait des enfants la joie et la
risée.
XVII - La Beauté
Je suis belle, ô mortels! comme un rêve
de pierre,
Et mon sein, où chacun s'est meurtri tour
à tour,
Est fait pour inspirer au poète un amour
Eternel et muet ainsi que la matière.
Je trône dans l'azur comme un sphinx
incompris;
J'unis un coeur de neige à la blancheur
des cygnes;
Je hais le mouvement qui déplace les
lignes,
Et jamais je ne pleure et jamais je ne
ris.
Les poètes, devant mes grandes attitudes,
Que j'ai l'air d'emprunter aux plus fiers
monuments,
Consumeront leurs jours en d'austères
études;
Car j'ai, pour fasciner ces dociles
amants,
De purs miroirs qui font toutes choses
plus belles:
Mes yeux, mes larges yeux aux clartés
éternelles!
XVIII - L'Idéal
Ce ne seront jamais ces beautés de
vignettes,
Produits avariés, nés d'un siècle
vaurien,
Ces pieds à brodequins, ces doigts à
castagnettes,
Qui sauront satisfaire un coeur comme le
mien.
Je laisse à Gavarni, poète des chloroses,
Son troupeau gazouillant de beautés
d'hôpital,
Car je ne puis trouver parmi ces pâles
roses
Une fleur qui ressemble à mon rouge
idéal.
Ce qu'il faut à ce coeur profond comme un
abîme,
C'est vous, Lady Macbeth, âme puissante
au crime,
Rêve d'Eschyle éclos au climat des
autans;
Ou bien toi, grande Nuit, fille de
Michel-Ange,
Qui tors paisiblement dans une pose
étrange
Tes appas façonnés aux bouches des
Titans!
XIX - La Géante
Du temps que la Nature en sa verve
puissante
Concevait chaque jour des enfants
monstrueux,
J'eusse aimé vivre auprès d'une jeune
géante,
Comme aux pieds d'une reine un chat
voluptueux.
J'eusse aimé voir son corps fleurir avec
son âme
Et grandir librement dans ses terribles
jeux;
Deviner si son coeur couve une sombre
flamme
Aux humides brouillards qui nagent dans
ses yeux;
Parcourir à loisir ses magnifiques
formes;
Ramper sur le versant de ses genoux
énormes,
Et parfois en été, quand les soleils
malsains,
Lasse, la font s'étendre à travers la
campagne,
Dormir nonchalamment à l'ombre de ses
seins,
Comme un hameau paisible au pied d'une
montagne.
XX - Le Masque
Statue allégorique dans le goût de la
Renaissance
A Ernest Christophe, statuaire.
Contemplons ce trésor de grâces
florentines;
Dans l'ondulation de ce corps musculeux
L'Elégance et la Force abondent, soeurs
divines.
Cette femme, morceau vraiment miraculeux,
Divinement robuste, adorablement mince,
Est faite pour trôner sur des lits
somptueux
Et charmer les loisirs d'un pontife ou
d'un prince.
- Aussi, vois ce souris fin et voluptueux
Où la Fatuité promène son extase;
Ce long regard sournois, langoureux et
moqueur;
Ce visage mignard, tout encadré de gaze,
Dont chaque trait nous dit avec un air
vainqueur:
"La Volupté m'appelle et l'Amour me
couronne!"
A cet être doué de tant de majesté
Vois quel charme excitant la gentillesse
donne!
Approchons, et tournons autour de sa
beauté.
O blasphème de l'art! ô surprise fatale!
La femme au corps divin, promettant le
bonheur,
Par le haut se termine en monstre
bicéphale!
- Mais non! ce n'est qu'un masque, un
décor suborneur,
Ce visage éclairé d'une exquise grimace,
Et, regarde, voici, crispée atrocement,
La véritable tête, et la sincère face
Renversée à l'abri de la face qui ment
Pauvre grande beauté! le magnifique
fleuve
De tes pleurs aboutit dans mon coeur
soucieux
Ton mensonge m'enivre, et mon âme
s'abreuve
Aux flots que la Douleur fait jaillir de
tes yeux!
- Mais pourquoi pleure-t-elle? Elle,
beauté parfaite,
Qui mettrait à ses pieds le genre humain
vaincu,
Quel mal mystérieux ronge son flanc
d'athlète?
- Elle pleure insensé, parce qu'elle a
vécu!
Et parce qu'elle vit! Mais ce qu'elle
déplore
Surtout, ce qui la fait frémir jusqu'aux
genoux,
C'est que demain, hélas! il faudra vivre
encore!
Demain. après-demain et toujours! - comme
nous!
XXI - Hymne à la Beauté
Viens-tu du ciel profond ou sors-tu de
l'abîme,
O Beauté? ton regard, infernal et divin,
Verse confusément le bienfait et le
crime,
Et l'on peut pour cela te comparer au
vin.
Tu contiens dans ton oeil le couchant et
l'aurore;
Tu répands des parfums comme un soir
orageux;
Tes baisers sont un philtre et ta bouche
une amphore
Qui font le héros lâche et l'enfant
courageux.
Sors-tu du gouffre noir ou descends-tu
des astres?
Le Destin charmé suit tes jupons comme un
chien;
Tu sèmes au hasard la joie et les
désastres,
Et tu gouvernes tout et ne réponds de
rien.
Tu marches sur des morts, Beauté, dont tu
te moques;
De tes bijoux l'Horreur n'est pas le
moins charmant,
Et le Meurtre, parmi tes plus chères
breloques,
Sur ton ventre orgueilleux danse
amoureusement.
L'éphémère ébloui vole vers toi,
chandelle,
Crépite, flambe et dit: Bénissons ce
flambeau!
L'amoureux pantelant incliné sur sa belle
A l'air d'un moribond caressant son
tombeau.
Que tu viennes du ciel ou de l'enfer,
qu'importe,
O Beauté! monstre énorme, effrayant,
ingénu!
Si ton oeil, ton souris, ton pied,
m'ouvrent la porte
D'un Infini que j'aime et n'ai jamais
connu?
De Satan ou de Dieu, qu'importe? Ange ou
Sirène,
Qu'importe, si tu rends, - fée aux yeux
de velours,
Rythme, parfum, lueur, ô mon unique
reine! -
L'univers moins hideux et les instants
moins lourds?
XXII - Parfum exotique
Quand, les deux yeux fermés, en un soir
chaud d'automne,
Je respire l'odeur de ton sein
chaleureux,
Je vois se dérouler des rivages heureux
Qu'éblouissent les feux d'un soleil
monotone;
Une île paresseuse où la nature donne
Des arbres singuliers et des fruits
savoureux;
Des hommes dont le corps est mince et
vigoureux,
Et des femmes dont l'oeil par sa
franchise étonne.
Guidé par ton odeur vers de charmants
climats,
Je vois un port rempli de voiles et de
mâts
Encor tout fatigués par la vague marine,
Pendant que le parfum des verts
tamariniers,
Qui circule dans l'air et m'enfle la
narine,
Se mêle dans mon âme au chant des
mariniers.
XXIII - La Chevelure
O toison, moutonnant jusque sur
l'encolure!
O boucles! O parfum chargé de nonchaloir!
Extase! Pour peupler ce soir l'alcôve
obscure
Des souvenirs dormant dans cette
chevelure,
Je la veux agiter dans l'air comme un
mouchoir!
La langoureuse Asie et la brûlante
Afrique,
Tout un monde lointain, absent, presque
défunt,
Vit dans tes profondeurs, forêt
aromatique!
Comme d'autres esprits voguent sur la
musique,
Le mien, ô mon amour! nage sur ton
parfum.
J'irai là-bas où l'arbre et l'homme,
pleins de sève,
Se pâment longuement sous l'ardeur des
climats;
Fortes tresses, soyez la houle qui
m'enlève!
Tu contiens, mer d'ébène, un éblouissant
rêve
De voiles, de rameurs, de flammes et de
mâts:
Un port retentissant où mon âme peut
boire
A grands flots le parfum, le son et la
couleur
Où les vaisseaux, glissant dans l'or et
dans la moire
Ouvrent leurs vastes bras pour embrasser
la gloire
D'un ciel pur où frémit l'éternelle
chaleur.
Je plongerai ma tête amoureuse d'ivresse
Dans ce noir océan où l'autre est
enfermé;
Et mon esprit subtil que le roulis
caresse
Saura vous retrouver, ô féconde paresse,
Infinis bercements du loisir embaumé!
Cheveux bleus, pavillon de ténèbres
tendues
Vous me rendez l'azur du ciel immense et
rond;
Sur les bords duvetés de vos mèches
tordues
Je m'enivre ardemment des senteurs
confondues
De l'huile de coco, du musc et du
goudron.
Longtemps! toujours! ma main dans ta
crinière lourde
Sèmera le rubis, la perle et le saphir,
Afin qu'à mon désir tu ne sois jamais
sourde!
N'es-tu pas l'oasis où je rêve, et la
gourde
Où je hume à longs traits le vin du
souvenir?
XXIV
Je t'adore à l'égal de la voûte nocturne,
O vase de tristesse, ô grande taciturne,
Et t'aime d'autant plus, belle, que tu me
fuis,
Et que tu me parais, ornement de mes
nuits,
Plus ironiquement accumuler les lieues
Qui séparent mes bras des immensités
bleues.
Je m'avance à l'attaque, et je grimpe aux
assauts,
Comme après un cadavre un choeur de
vermisseaux,
Et je chéris, ô bête implacable et
cruelle!
Jusqu'à cette froideur par où tu m'es
plus belle!
XXV
Tu mettrais l'univers entier dans ta
ruelle,
Femme impure! L'ennui rend ton âme
cruelle.
Pour exercer tes dents à ce jeu
singulier,
Il te faut chaque jour un coeur au
râtelier.
Tes yeux, illuminés ainsi que des
boutiques
Et des ifs flamboyants dans les fêtes
publiques,
Usent insolemment d'un pouvoir emprunté,
Sans connaître jamais la loi de leur
beauté.
Machine aveugle et sourde, en cruautés
féconde!
Salutaire instrument, buveur du sang du
monde,
Comment n'as-tu pas honte et comment
n'as-tu pas
Devant tous les miroirs vu pâlir tes
appas?
La grandeur de ce mal où tu te crois
savante
Ne t'a donc jamais fait reculer
d'épouvante,
Quand la nature, grande en ses desseins
cachés
De toi se sert, ô femme, ô reine des
péchés,
- De toi, vil animal, - pour pétrir un
génie?
O fangeuse grandeur! sublime ignominie!
XXVI - Sed non satiata
Bizarre déité, brune comme les nuits,
Au parfum mélangé de musc et de havane,
Oeuvre de quelque obi, le Faust de la
savane,
Sorcière au flanc d'ébène, enfant des
noirs minuits,
Je préfère au constance, à l'opium, au
nuits,
L'élixir de ta bouche où l'amour se
pavane;
Quand vers toi mes désirs partent en
caravane,
Tes yeux sont la citerne où boivent mes
ennuis.
Par ces deux grands yeux noirs, soupiraux
de ton âme,
O démon sans pitié! verse-moi moins de
flamme;
Je ne suis pas le Styx pour t'embrasser
neuf fois,
Hélas! et je ne puis, Mégère libertine,
Pour briser ton courage et te mettre aux
abois,
Dans l'enfer de ton lit devenir
Proserpine!
XXVII
Avec ses vêtements ondoyants et nacrés,
Même quand elle marche on croirait
qu'elle danse,
Comme ces longs serpents que les
jongleurs sacrés
Au bout de leurs bâtons agitent en
cadence.
Comme le sable morne et l'azur des
déserts,
Insensibles tous deux à l'humaine
souffrance
Comme les longs réseaux de la houle des
mers
Elle se développe avec indifférence.
Ses yeux polis sont faits de minéraux
charmants,
Et dans cette nature étrange et
symbolique
Où l'ange inviolé se mêle au sphinx
antique,
Où tout n'est qu'or, acier, lumière et
diamants,
Resplendit à jamais, comme un astre
inutile,
La froide majesté de la femme stérile.
XXVIII - Le Serpent qui danse
Que j'aime voir, chère indolente,
De ton corps si beau,
Comme une étoffe vacillante,
Miroiter la peau!
Sur ta chevelure profonde
Aux âcres parfums,
Mer odorante et vagabonde
Aux flots bleus et bruns,
Comme un navire qui s'éveille
Au vent du matin,
Mon âme rêveuse appareille
Pour un ciel lointain.
Tes yeux, où rien ne se révèle
De doux ni d'amer,
Sont deux bijoux froids où se mêle
L'or avec le fer.
A te voir marcher en cadence,
Belle d'abandon,
On dirait un serpent qui danse
Au bout d'un bâton.
Sous le fardeau de ta paresse
Ta tête d'enfant
Se balance avec la mollesse
D'un jeune éléphant,
Et ton corps se penche et s'allonge
Comme un fin vaisseau
Qui roule bord sur bord et plonge
Ses vergues dans l'eau.
Comme un flot grossi par la fonte
Des glaciers grondants,
Quand l'eau de ta bouche remonte
Au bord de tes dents,
Je crois boire un vin de Bohême,
Amer et vainqueur,
Un ciel liquide qui parsème
D'étoiles mon coeur!
XXIX - Une Charogne
Rappelez-vous l'objet que nous vîmes, mon
âme,
Ce beau matin d'été si doux:
Au détour d'un sentier une charogne
infâme
Sur un lit semé de cailloux,
Le ventre en l'air, comme une femme
lubrique,
Brûlante et suant les poisons,
Ouvrait d'une façon nonchalante et
cynique
Son ventre plein d'exhalaisons.
Le soleil rayonnait sur cette pourriture,
Comme afin de la cuire à point,
Et de rendre au centuple à la grande
Nature
Tout ce qu'ensemble elle avait joint;
Et le ciel regardait la carcasse superbe
Comme une fleur s'épanouir.
La puanteur était si forte, que sur
l'herbe
Vous crûtes vous évanouir.
Les mouches bourdonnaient sur ce ventre
putride,
D'où sortaient de noirs bataillons
De larves, qui coulaient comme un épais
liquide
Le long de ces vivants haillons.
Tout cela descendait, montait comme une
vague
Ou s'élançait en pétillant
On eût dit que le corps, enflé d'un
souffle vague,
Vivait en se multipliant.
Et ce monde rendait une étrange musique,
Comme l'eau courante et le vent,
Ou le grain qu'un vanneur d'un mouvement
rythmique
Agite et tourne dans son van.
Les formes s'effaçaient et n'étaient plus
qu'un rêve,
Une ébauche lente à venir
Sur la toile oubliée, et que l'artiste
achève
Seulement par le souvenir.
Derrière les rochers une chienne inquiète
Nous regardait d'un oeil fâché,
Epiant le moment de reprendre au
squelette
Le morceau qu'elle avait lâché.
- Et pourtant vous serez semblable à
cette ordure,
A cette horrible infection,
Etoile de mes yeux, soleil de ma nature,
Vous, mon ange et ma passion!
Oui! telle vous serez, ô la reine des
grâces,
Apres les derniers sacrements,
Quand vous irez, sous l'herbe et les
floraisons grasses,
Moisir parmi les ossements.
Alors, ô ma beauté! dites à la vermine
Qui vous mangera de baisers,
Que j'ai gardé la forme et l'essence
divine
De mes amours décomposés!
XXX - De profundis clamavi
J'implore ta pitié, Toi, l'unique que
j'aime,
Du fond du gouffre obscur où mon coeur
est tombé.
C'est un univers morne à l'horizon
plombé,
Où nagent dans la nuit l'horreur et le
blasphème;
Un soleil sans chaleur plane au-dessus
six mois,
Et les six autres mois la nuit couvre la
terre;
C'est un pays plus nu que la terre
polaire
- Ni bêtes, ni ruisseaux, ni verdure, ni
bois!
Or il n'est pas d'horreur au monde qui
surpasse
La froide cruauté de ce soleil de glace
Et cette immense nuit semblable au vieux
Chaos;
Je jalouse le sort des plus vils animaux
Qui peuvent se plonger dans un sommeil
stupide,
Tant l'écheveau du temps lentement se
dévide!
XXXI - Le Vampire
Toi qui, comme un coup de couteau,
Dans mon coeur plaintif es entrée;
Toi qui, forte comme un troupeau
De démons, vins, folle et parée,
De mon esprit humilié
Faire ton lit et ton domaine;
- Infâme à qui je suis lié
Comme le forçat à la chaîne,
Comme au jeu le joueur têtu,
Comme à la bouteille l'ivrogne,
Comme aux vermines la charogne
- Maudite, maudite sois-tu!
J'ai prié le glaive rapide
De conquérir ma liberté,
Et j'ai dit au poison perfide
De secourir ma lâcheté.
Hélas! le poison et le glaive
M'ont pris en dédain et m'ont dit:
"Tu n'es pas digne qu'on t'enlève
A ton esclavage maudit,
Imbécile! - de son empire
Si nos efforts te délivraient,
Tes baisers ressusciteraient
Le cadavre de ton vampire!"
XXXII
Une nuit que j'étais près d'une affreuse
Juive,
Comme au long d'un cadavre un cadavre
étendu,
Je me pris à songer près de ce corps
vendu
A la triste beauté dont mon désir se
prive.
Je me représentai sa majesté native,
Son regard de vigueur et de grâces armé,
Ses cheveux qui lui font un casque
parfumé,
Et dont le souvenir pour l'amour me
ravive.
Car j'eusse avec ferveur baisé ton noble
corps,
Et depuis tes pieds frais jusqu'à tes
noires tresses
Déroulé le trésor des profondes caresses,
Si, quelque soir, d'un pleur obtenu sans
effort
Tu pouvais seulement, ô reine des
cruelles!
Obscurcir la splendeur de tes froides
prunelles.
XXXIII - Remords posthume
Lorsque tu dormiras, ma belle ténébreuse,
Au fond d'un monument construit en marbre
noir,
Et lorsque tu n'auras pour alcôve et
manoir
Qu'un caveau pluvieux et qu'une fosse
creuse;
Quand la pierre, opprimant ta poitrine
peureuse
Et tes flancs qu'assouplit un charmant
nonchaloir,
Empêchera ton coeur de battre et de
vouloir,
Et tes pieds de courir leur course
aventureuse,
Le tombeau, confident de mon rêve infini
(Car le tombeau toujours comprendra le
poète),
Durant ces grandes nuits d'où le somme
est banni,
Te dira: "Que vous sert, courtisane
imparfaite,
De n'avoir pas connu ce que pleurent les
morts?"
- Et le vers rongera ta peau comme un
remords.
XXXIV - Le Chat
Viens, mon beau chat, sur mon coeur
amoureux;
Retiens les griffes de ta patte,
Et laisse-moi plonger dans tes beaux
yeux,
Mêlés de métal et d'agate.
Lorsque mes doigts caressent à loisir
Ta tête et ton dos élastique,
Et que ma main s'enivre du plaisir
De palper ton corps électrique,
Je vois ma femme en esprit. Son regard,
Comme le tien, aimable bête
Profond et froid, coupe et fend comme un
dard,
Et, des pieds jusques à la tête,
Un air subtil, un dangereux parfum
Nagent autour de son corps brun.
XXXV - Duellum
Deux guerriers ont couru l'un sur
l'autre, leurs armes
Ont éclaboussé l'air de lueurs et de
sang.
Ces jeux, ces cliquetis du fer sont les
vacarmes
D'une jeunesse en proie à l'amour
vagissant.
Les glaives sont brisés! comme notre
jeunesse,
Ma chère! Mais les dents, les ongles
acérés,
Vengent bientôt l'épée et la dague
traîtresse.
- O fureur des coeurs mûrs par l'amour
ulcérés!
Dans le ravin hanté des chats-pards et
des onces
Nos héros, s'étreignant méchamment, ont
roulé,
Et leur peau fleurira l'aridité des
ronces.
- Ce gouffre, c'est l'enfer, de nos amis
peuplé!
Roulons-y sans remords, amazone
inhumaine,
Afin d'éterniser l'ardeur de notre haine!
XXXVI - Le Balcon
Mère des souvenirs, maîtresse des
maîtresses,
O toi, tous mes plaisirs! ô toi, tous mes
devoirs!
Tu te rappelleras la beauté des caresses,
La douceur du foyer et le charme des
soirs,
Mère des souvenirs, maîtresse des
maîtresses!
Les soirs illuminés par l'ardeur du
charbon,
Et les soirs au balcon, voilés de vapeurs
roses.
Que ton sein m'était doux! que ton coeur
m'était bon!
Nous avons dit souvent d'impérissables
choses
Les soirs illumines par l'ardeur du
charbon.
Que les soleils sont beaux dans les
chaudes soirées!
Que l'espace est profond! que le coeur
est puissant!
En me penchant vers toi, reine des
adorées,
Je croyais respirer le parfum de ton
sang.
Que les soleils sont beaux dans les
chaudes soirées!
La nuit s'épaississait ainsi qu'une
cloison,
Et mes yeux dans le noir devinaient tes
prunelles,
Et je buvais ton souffle, ô douceur! ô
poison!
Et tes pieds s'endormaient dans mes mains
fraternelles.
La nuit s'épaississait ainsi qu'une
cloison.
Je sais l'art d'évoquer les minutes
heureuses,
Et revis mon passé blotti dans tes
genoux.
Car à quoi bon chercher tes beautés
langoureuses
Ailleurs qu'en ton cher corps et qu'en
ton coeur si doux?
Je sais l'art d'évoquer les minutes
heureuses!
Ces serments, ces parfums, ces baisers
infinis,
Renaîtront-ils d'un gouffre interdit à
nos sondes,
Comme montent au ciel les soleils
rajeunis
Après s'être lavés au fond des mers
profondes?
- O serments! ô parfums! ô baisers
infinis!
XXXVII - Le Possédé
Le soleil s'est couvert d'un crêpe. Comme
lui,
O Lune de ma vie! emmitoufle-toi d'ombre
Dors ou fume à ton gré; sois muette, sois
sombre,
Et plonge tout entière au gouffre de
l'Ennui;
Je t'aime ainsi! Pourtant, si tu veux
aujourd'hui,
Comme un astre éclipsé qui sort de la
pénombre,
Te pavaner aux lieux que la Folie
encombre
C'est bien! Charmant poignard, jaillis de
ton étui!
Allume ta prunelle à la flamme des
lustres!
Allume le désir dans les regards des
rustres!
Tout de toi m'est plaisir, morbide ou
pétulant;
Sois ce que tu voudras, nuit noire, rouge
aurore;
II n'est pas une fibre en tout mon corps
tremblant
Qui ne crie: O mon cher Belzébuth, je
t'adore!
XXXVIII - Un Fantôme
I - Les Ténèbres
Dans les caveaux d'insondable tristesse
Où le Destin m'a déjà relégué;
Où jamais n'entre un rayon rose et gai;
Où, seul avec la Nuit, maussade hôtesse,
Je suis comme un peintre qu'un Dieu
moqueur
Condamne à peindre, hélas! sur les
ténèbres;
Où, cuisinier aux appétits funèbres,
Je fais bouillir et je mange mon coeur,
Par instants brille, et s'allonge, et
s'étale
Un spectre fait de grâce et de splendeur.
A sa rêveuse allure orientale,
Quand il atteint sa totale grandeur,
Je reconnais ma belle visiteuse:
C'est Elle! noire et pourtant lumineuse.
II - Le Parfum
Lecteur, as-tu quelquefois respiré
Avec ivresse et lente gourmandise
Ce grain d'encens qui remplit une église,
Ou d'un sachet le musc invétéré?
Charme profond, magique, dont nous grise
Dans le présent le passé restauré!
Ainsi l'amant sur un corps adoré
Du souvenir cueille la fleur exquise.
De ses cheveux élastiques et lourds,
Vivant sachet, encensoir de l'alcôve,
Une senteur montait, sauvage et fauve,
Et des habits, mousseline ou velours,
Tout imprégnés de sa jeunesse pure,
Se dégageait un parfum de fourrure.
III - Le Cadre
Comme un beau cadre ajoute à la peinture,
Bien qu'elle soit d'un pinceau
très-vanté,
Je ne sais quoi d'étrange et d'enchanté
En l'isolant de l'immense nature,
Ainsi bijoux, meubles, métaux, dorure,
S'adaptaient juste à sa rare beauté;
Rien n'offusquait sa parfaite clarté,
Et tout semblait lui servir de bordure.
Même on eût dit parfois qu'elle croyait
Que tout voulait l'aimer; elle noyait
Sa nudité voluptueusement
Dans les baisers du satin et du linge,
Et, lente ou brusque, à chaque mouvement
Montrait la grâce enfantine du singe.
IV - Le Portrait
La Maladie et la Mort font des cendres
De tout le feu qui pour nous flamboya.
De ces grands yeux si fervents et si
tendres,
De cette bouche où mon coeur se noya,
De ces baisers puissants comme un
dictame,
De ces transports plus vifs que des
rayons,
Que reste-t-il? C'est affreux, ô mon âme!
Rien qu'un dessin fort pâle, aux trois
crayons,
Qui, comme moi, meurt dans la solitude,
Et que le Temps, injurieux vieillard,
Chaque jour frotte avec son aile rude...
Noir assassin de la Vie et de l'Art,
Tu ne tueras jamais dans ma mémoire
Celle qui fut mon plaisir et ma gloire!
XXXIX
Je te donne ces vers afin que si mon nom
Aborde heureusement aux époques
lointaines,
Et fait rêver un soir les cervelles
humaines,
Vaisseau favorisé par un grand aquilon,
Ta mémoire, pareille aux fables
incertaines,
Fatigue le lecteur ainsi qu'un tympanon,
Et par un fraternel et mystique chaînon
Reste comme pendue à mes rimes hautaines;
Etre maudit à qui, de l'abîme profond
Jusqu'au plus haut du ciel, rien, hors
moi, ne répond!
- O toi qui, comme une ombre à la trace
éphémère,
Foules d'un pied léger et d'un regard
serein
Les stupides mortels qui t'ont jugée
amère,
Statue aux yeux de jais, grand ange au
front d'airain!
XL - Semper eadem
"D'où vous vient, disiez-vous, cette
tristesse étrange,
Montant comme la mer sur le roc noir et
nu?"
- Quand notre coeur a fait une fois sa
vendange
Vivre est un mal. C'est un secret de tous
connu,
Une douleur très simple et non
mystérieuse
Et, comme votre joie, éclatante pour
tous.
Cessez donc de chercher, ô belle
curieuse!
Et, bien que votre voix soit douce,
taisez-vous!
Taisez-vous, ignorante! âme toujours
ravie!
Bouche au rire enfantin! Plus encor que
la Vie,
La Mort nous tient souvent par des liens
subtils.
Laissez, laissez mon coeur s'enivrer d'un
mensonge,
Plonger dans vos beaux yeux comme dans un
beau songe
Et sommeiller longtemps à l'ombre de vos
cils!
XLI - Tout entière
Le Démon, dans ma chambre haute
Ce matin est venu me voir,
Et, tâchant à me prendre en faute
Me dit: "Je voudrais bien savoir
Parmi toutes les belles choses
Dont est fait son enchantement,
Parmi les objets noirs ou roses
Qui composent son corps charmant,
Quel est le plus doux."- O mon âme!
Tu répondis à l'Abhorré:
"Puisqu'en Elle tout est dictame
Rien ne peut être préféré.
Lorsque tout me ravit, j'ignore
Si quelque chose me séduit.
Elle éblouit comme l'Aurore
Et console comme la Nuit;
Et l'harmonie est trop exquise,
Qui gouverne tout son beau corps,
Pour que l'impuissante analyse
En note les nombreux accords.
O métamorphose mystique
De tous mes sens fondus en un!
Son haleine fait la musique,
Comme sa voix fait le parfum!"
XLII
Que diras-tu ce soir, pauvre âme
solitaire,
Que diras-tu, mon coeur, coeur autrefois
flétri,
A la très belle, à la très bonne, à la
très chère,
Dont le regard divin t'a soudain
refleuri?
- Nous mettrons notre orgueil à chanter
ses louanges:
Rien ne vaut la douceur de son autorité
Sa chair spirituelle a le parfum des
Anges
Et son oeil nous revêt d'un habit de
clarté.
Que ce soit dans la nuit et dans la
solitude
Que ce soit dans la rue et dans la
multitude
Son fantôme dans l'air danse comme un
flambeau.
Parfois il parle et dit: "Je suis belle,
et j'ordonne
Que pour l'amour de moi vous n'aimiez que
le Beau;
Je suis l'Ange gardien, la Muse et la
Madone."
XLIII - Le Flambeau vivant
Ils marchent devant moi, ces Yeux pleins
de lumières,
Qu'un Ange très savant a sans doute
aimantés
Ils marchent, ces divins frères qui sont
mes frères,
Secouant dans mes yeux leurs feux
diamantés.
Me sauvant de tout piège et de tout péché
grave,
Ils conduisent mes pas dans la route du
Beau
Ils sont mes serviteurs et je suis leur
esclave
Tout mon être obéit à ce vivant flambeau.
Charmants Yeux, vous brillez de la clarté
mystique
Qu'ont les cierges brûlant en plein jour;
le soleil
Rougit, mais n'éteint pas leur flamme
fantastique;
Ils célèbrent la Mort, vous chantez le
Réveil
Vous marchez en chantant le réveil de mon
âme,
Astres dont nul soleil ne peut flétrir la
flamme!
XLIV - Réversibilité
Ange plein de gaieté, connaissez-vous
l'angoisse,
La honte, les remords, les sanglots, les
ennuis,
Et les vagues terreurs de ces affreuses
nuits
Qui compriment le coeur comme un papier
qu'on froisse?
Ange plein de gaieté, connaissez-vous
l'angoisse?
Ange plein de bonté, connaissez-vous la
haine,
Les poings crispés dans l'ombre et les
larmes de fiel,
Quand la Vengeance bat son infernal
rappel,
Et de nos facultés se fait le capitaine?
Ange plein de bonté connaissez-vous la
haine?
Ange plein de santé, connaissez-vous les
Fièvres,
Qui, le long des grands murs de l'hospice
blafard,
Comme des exilés, s'en vont d'un pied
traînard,
Cherchant le soleil rare et remuant les
lèvres?
Ange plein de santé, connaissez-vous les
Fièvres?
Ange plein de beauté, connaissez-vous les
rides,
Et la peur de vieillir, et ce hideux
tourment
De lire la secrète horreur du dévouement
Dans des yeux où longtemps burent nos
yeux avide!
Ange plein de beauté, connaissez-vous les
rides?
Ange plein de bonheur, de joie et de
lumières,
David mourant aurait demandé la santé
Aux émanations de ton corps enchanté;
Mais de toi je n'implore, ange, que tes
prières,
Ange plein de bonheur, de joie et de
lumières!
XLV - Confession
Une fois, une seule, aimable et douce
femme,
A mon bras votre bras poli
S'appuya (sur le fond ténébreux de mon
âme
Ce souvenir n'est point pâli);
II était tard; ainsi qu'une médaille
neuve
La pleine lune s'étalait,
Et la solennité de la nuit, comme un
fleuve,
Sur Paris dormant ruisselait.
Et le long des maisons, sous les portes
cochères,
Des chats passaient furtivement
L'oreille au guet, ou bien, comme des
ombres chères,
Nous accompagnaient lentement.
Tout à coup, au milieu de l'intimité
libre
Eclose à la pâle clarté
De vous, riche et sonore instrument où ne
vibre
Que la radieuse gaieté,
De vous, claire et joyeuse ainsi qu'une
fanfare
Dans le matin étincelant
Une note plaintive, une note bizarre
S'échappa, tout en chancelant
Comme une enfant chétive, horrible,
sombre, immonde,
Dont sa famille rougirait,
Et qu'elle aurait longtemps, pour la
cacher au monde,
Dans un caveau mise au secret.
Pauvre ange, elle chantait, votre note
criarde:
"Que rien ici-bas n'est certain,
Et que toujours, avec quelque soin qu'il
se farde,
Se trahit l'égoïsme humain;
Que c'est un dur métier que d'être belle
femme,
Et que c'est le travail banal
De la danseuse folle et froide qui se
pâme
Dans son sourire machinal;
Que bâtir sur les coeurs est une chose
sotte;
Que tout craque, amour et beauté,
Jusqu'à ce que l'Oubli les jette dans sa
hotte
Pour les rendre à l'Eternité!"
J'ai souvent évoqué cette lune enchantée,
Ce silence et cette langueur,
Et cette confidence horrible chuchotée
Au confessionnal du coeur.
XLVI - L'Aube spirituelle
Quand chez les débauchés l'aube blanche
et vermeille
Entre en société de l'Idéal rongeur,
Par l'opération d'un mystère vengeur
Dans la brute assoupie un ange se
réveille.
Des Cieux Spirituels l'inaccessible azur,
Pour l'homme terrassé qui rêve encore et
souffre,
S'ouvre et s'enfonce avec l'attirance du
gouffre.
Ainsi, chère Déesse, Etre lucide et pur,
Sur les débris fumeux des stupides orgies
Ton souvenir plus clair, plus rose, plus
charmant,
A mes yeux agrandis voltige incessamment.
Le soleil a noirci la flamme des bougies;
Ainsi, toujours vainqueur, ton fantôme
est pareil,
Ame resplendissante, à l'immortel soleil!
XLVII - Harmonie du Soir
Voici venir les temps où vibrant sur sa
tige
Chaque fleur s'évapore ainsi qu'un
encensoir;
Les sons et les parfums tournent dans
l'air du soir;
Valse mélancolique et langoureux vertige!
Chaque fleur s'évapore ainsi qu'un
encensoir;
Le violon frémit comme un coeur qu'on
afflige;
Valse mélancolique et langoureux vertige!
Le ciel est triste et beau comme un grand
reposoir.
Le violon frémit comme un coeur qu'on
afflige,
Un coeur tendre, qui hait le néant vaste
et noir!
Le ciel est triste et beau comme un grand
reposoir;
Le soleil s'est noyé dans son sang qui se
fige.
Un coeur tendre, qui hait le néant vaste
et noir,
Du passé lumineux recueille tout vestige!
Le soleil s'est noyé dans son sang qui se
fige...
Ton souvenir en moi luit comme un
ostensoir!
XLVIII - Le Flacon
II est de forts parfums pour qui toute
matière
Est poreuse. On dirait qu'ils pénètrent
le verre.
En ouvrant un coffret venu de l'Orient
Dont la serrure grince et rechigne en
criant,
Ou dans une maison déserte quelque
armoire
Pleine de l'âcre odeur des temps,
poudreuse et noire,
Parfois on trouve un vieux flacon qui se
souvient,
D'où jaillit toute vive une âme qui
revient.
Mille pensers dormaient, chrysalides
funèbres,
Frémissant doucement dans les lourdes
ténèbres,
Qui dégagent leur aile et prennent leur
essor,
Teintés d'azur, glacés de rose, lamés
d'or.
Voilà le souvenir enivrant qui voltige
Dans l'air troublé; les yeux se ferment;
le Vertige
Saisit l'âme vaincue et la pousse à deux
mains
Vers un gouffre obscurci de miasmes
humains;
II la terrasse au bord d'un gouffre
séculaire,
Où, Lazare odorant déchirant son suaire,
Se meut dans son réveil le cadavre
spectral
D'un vieil amour ranci, charmant et
sépulcral.
Ainsi, quand je serai perdu dans la
mémoire
Des hommes, dans le coin d'une sinistre
armoire
Quand on m'aura jeté, vieux flacon
désolé,
Décrépit, poudreux, sale, abject,
visqueux, fêlé,
Je serai ton cercueil, aimable
pestilence!
Le témoin de ta force et de ta virulence,
Cher poison préparé par les anges!
liqueur
Qui me ronge, ô la vie et la mort de mon
coeur!
XLIX - Le Poison
Le vin sait revêtir le plus sordide bouge
D'un luxe miraculeux,
Et fait surgir plus d'un portique
fabuleux
Dans l'or de sa vapeur rouge,
Comme un soleil couchant dans un ciel
nébuleux.
L'opium agrandit ce qui n'a pas de
bornes,
Allonge l'illimité,
Approfondit le temps, creuse la volupté,
Et de plaisirs noirs et mornes
Remplit l'âme au delà de sa capacité.
Tout cela ne vaut pas le poison qui
découle
De tes yeux, de tes yeux verts,
Lacs où mon âme tremble et se voit à
l'envers...
Mes songes viennent en foule
Pour se désaltérer à ces gouffres amers.
Tout cela ne vaut pas le terrible prodige
De ta salive qui mord,
Qui plonge dans l'oubli mon âme sans
remords,
Et charriant le vertige,
La roule défaillante aux rives de la
mort!
L - Ciel Brouillé
On dirait ton regard d'une vapeur
couvert;
Ton oeil mystérieux (est-il bleu, gris ou
vert?)
Alternativement tendre, rêveur, cruel,
Réfléchit l'indolence et la pâleur du
ciel.
Tu rappelles ces jours blancs, tièdes et
voilés,
Qui font se fondre en pleurs les coeurs
ensorcelés,
Quand, agités d'un mal inconnu qui les
tord,
Les nerfs trop éveillés raillent l'esprit
qui dort.
Tu ressembles parfois à ces beaux
horizons
Qu'allument les soleils des brumeuses
saisons...
Comme tu resplendis, paysage mouillé
Qu'enflamment les rayons tombant d'un
ciel brouillé!
O femme dangereuse, ô séduisants climats!
Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et
le fer?
LI - Le Chat
I
Dans ma cervelle se promène,
Ainsi qu'en son appartement,
Un beau chat, fort, doux et charmant.
Quand il miaule, on l'entend à peine,
Tant son timbre est tendre et discret;
Mais que sa voix s'apaise ou gronde,
Elle est toujours riche et profonde.
C'est là son charme et son secret.
Cette voix, qui perle et qui filtre
Dans mon fonds le plus ténébreux,
Me remplit comme un vers nombreux
Et me réjouit comme un philtre.
Elle endort les plus cruels maux
Et contient toutes les extases;
Pour dire les plus longues phrases,
Elle n'a pas besoin de mots.
Non, il n'est pas d'archet qui morde
Sur mon coeur, parfait instrument,
Et fasse plus royalement
Chanter sa plus vibrante corde,
Que ta voix, chat mystérieux,
Chat séraphique, chat étrange,
En qui tout est, comme en un ange,
Aussi subtil qu'harmonieux!
II
De sa fourrure blonde et brune
Sort un parfum si doux, qu'un soir
J'en fus embaumé, pour l'avoir
Caressée une fois, rien qu'une.
C'est l'esprit familier du lieu;
Il juge, il préside, il inspire
Toutes choses dans son empire;
Peut-être est-il fée, est-il dieu?
Quand mes yeux, vers ce chat que j'aime
Tirés comme par un aimant,
Se retournent docilement
Et que je regarde en moi-même,
Je vois avec étonnement
Le feu de ses prunelles pâles,
Clairs fanaux, vivantes opales
Qui me contemplent fixement.
LII - Le Beau Navire
Je veux te raconter, ô molle
enchanteresse!
Les diverses beautés qui parent ta
jeunesse;
Je veux te peindre ta beauté,
Où l'enfance s'allie à la maturité.
Quand tu vas balayant l'air de ta jupe
large,
Tu fais l'effet d'un beau vaisseau qui
prend le large,
Chargé de toile, et va roulant
Suivant un rhythme doux, et paresseux, et
lent.
Sur ton cou large et rond, sur tes
épaules grasses,
Ta tête se pavane avec d'étranges grâces;
D'un air placide et triomphant
Tu passes ton chemin, majestueuse enfant.
Je veux te raconter, ô molle
enchanteresse!
Les diverses beautés qui parent ta
jeunesse;
Je veux te peindre ta beauté,
Où l'enfance s'allie à la maturité.
Ta gorge qui s'avance et qui pousse la
moire,
Ta gorge triomphante est une belle
armoire
Dont les panneaux bombés et clairs
Comme les boucliers accrochent des
éclairs;
Boucliers provoquants, armés de pointes
roses!
Armoire à doux secrets, pleine de bonnes
choses,
De vins, de parfums, de liqueurs
Qui feraient délirer les cerveaux et les
coeurs!
Quand tu vas balayant l'air de ta jupe
large
Tu fais l'effet d'un beau vaisseau qui
prend le large,
Chargé de toile, et va roulant
Suivant un rhythme doux, et paresseux, et
lent.
Tes nobles jambes, sous les volants
qu'elles chassent,
Tourmentent les désirs obscurs et les
agacent,
Comme deux sorcières qui font
Tourner un philtre noir dans un vase
profond.
Tes bras, qui se joueraient des précoces
hercules,
Sont des boas luisants les solides
émules,
Faits pour serrer obstinément,
Comme pour l'imprimer dans ton coeur, ton
amant.
Sur ton cou large et rond, sur tes
épaules grasses,
Ta tête se pavane avec d'étranges grâces;
D'un air placide et triomphant
Tu passes ton chemin, majestueuse enfant.
LIII - L'invitation au voyage
Mon enfant, ma soeur,
Songe à la douceur
D'aller là-bas
vivre ensemble!
Aimer à loisir,
Aimer et mourir
Au pays qui te ressemble!
Les soleils mouillés
De ces ciels brouillés
Pour mon esprit ont les charmes
Si mystérieux
De tes traîtres yeux,
Brillant à travers leurs larmes.
Là, tout n'est qu'ordre et beauté,
Luxe, calme et volupté.
Des meubles luisants,
Polis par les ans,
Décoreraient notre chambre;
Les plus rares fleurs
Mêlant leurs odeurs
Aux vagues senteurs de l'ambre,
Les riches plafonds,
Les miroirs profonds,
La splendeur orientale,
Tout y parlerait
A l'âme en secret
Sa douce langue natale.
Là, tout n'est qu'ordre et beauté,
Luxe, calme et volupté.
Vois sur ces canaux
Dormir ces vaisseaux
Dont l'humeur est vagabonde;
C'est pour assouvir
Ton moindre désir
Qu'ils viennent du bout du monde.
Les soleils couchants
Revêtent les champs,
Les canaux, la ville entière,
D'hyacinthe et d'or;
Le monde s'endort
Dans une chaude lumière.
Là, tout n'est qu'ordre et beauté,
Luxe, calme et volupté.
LIV - L'Irréparable
Pouvons-nous étouffer le vieux, le long
Remords,
Qui vit, s'agite et se tortille
Et se nourrit de nous comme le ver des
morts,
Comme du chêne la chenille?
Pouvons-nous étouffer l'implacable
Remords?
Dans quel philtre, dans quel vin, dans
quelle tisane,
Noierons-nous ce vieil ennemi,
Destructeur et gourmand comme la
courtisane,
Patient comme la fourmi?
Dans quel philtre? - dans quel vin? -
dans quelle tisane?
Dis-le, belle sorcière, oh! dis, si tu le
sais,
A cet esprit comblé d'angoisse
Et pareil au mourant qu'écrasent les
blessés,
Que le sabot du cheval froisse,
Dis-le, belle sorcière, oh! dis, si tu le
sais,
A cet agonisant que le loup déjà flaire
Et que surveille le corbeau,
A ce soldat brisé! s'il faut qu'il
désespère
D'avoir sa croix et son tombeau;
Ce pauvre agonisant que déjà le loup
flaire!
Peut-on illuminer un ciel bourbeux et
noir?
Peut-on déchirer des ténèbres
Plus denses que la poix, sans matin et
sans soir,
Sans astres, sans éclairs funèbres?
Peut-on illuminer un ciel bourbeux et
noir?
L'Espérance qui brille aux carreaux de
l'Auberge
Est soufflée, est morte à jamais!
Sans lune et sans rayons, trouver où l'on
héberge
Les martyrs d'un chemin mauvais!
Le Diable a tout éteint aux carreaux de
l'Auberge!
Adorable sorcière, aimes-tu les damnés?
Dis, connais-tu l'irrémissible?
Connais-tu le Remords, aux traits
empoisonnés,
A qui notre coeur sert de cible?
Adorable sorcière, aimes-tu les damnés?
L'Irréparable ronge avec sa dent maudite
Notre âme, piteux monument,
Et souvent il attaque ainsi que le
termite,
Par la base le bâtiment.
L'Irréparable ronge avec sa dent maudite!
- J'ai vu parfois, au fond d'un théâtre
banal
Qu'enflammait l'orchestre sonore,
Une fée allumer dans un ciel infernal
Une miraculeuse aurore;
J'ai vu parfois au fond d'un théâtre
banal
Un être, qui n'était que lumière, or et
gaze,
Terrasser l'énorme Satan;
Mais mon coeur, que jamais ne visite
l'extase,
Est un théâtre où l'on attend
Toujours. toujours en vain, l'Etre aux
ailes de gaze!
LV - Causerie
Vous êtes un beau ciel d'automne, clair
et rose!
Mais la tristesse en moi monte comme la
mer,
Et laisse, en refluant, sur ma lèvre
morose
Le souvenir cuisant de son limon amer.
- Ta main se glisse en vain sur mon sein
qui se pâme;
Ce qu'elle cherche, amie, est un lieu
saccagé
Par la griffe et la dent féroce de la
femme.
Ne cherchez plus mon coeur; les bêtes
l'ont mangé.
Mon coeur est un palais flétri par la
cohue;
On s'y soûle, on s'y tue, on s'y prend
aux cheveux!
- Un parfum nage autour de votre gorge
nue!...
O Beauté, dur fléau des âmes, tu le veux!
Avec tes yeux de feu, brillants comme des
fêtes,
Calcine ces lambeaux qu'ont épargnés les
bêtes!
LVI - Chant d'Automne
I
Bientôt nous plongerons dans les froides
ténèbres;
Adieu, vive clarté de nos étés trop
courts!
J'entends déjà tomber avec des chocs
funèbres
Le bois retentissant sur le pavé des
cours.
Tout l'hiver va rentrer dans mon être:
colère,
Haine, frissons, horreur, labeur dur et
forcé,
Et, comme le soleil dans son enfer
polaire,
Mon coeur ne sera plus qu'un bloc rouge
et glacé.
J'écoute en frémissant chaque bûche qui
tombe
L'échafaud qu'on bâtit n'a pas d'écho
plus sourd.
Mon esprit est pareil à la tour qui
succombe
Sous les coups du bélier infatigable et
lourd.
II me semble, bercé par ce choc monotone,
Qu'on cloue en grande hâte un cercueil
quelque part.
Pour qui? - C'était hier l'été; voici
l'automne!
Ce bruit mystérieux sonne comme un
départ.
II
J'aime de vos longs yeux la lumière
verdâtre,
Douce beauté, mais tout aujourd'hui m'est
amer,
Et rien, ni votre amour, ni le boudoir,
ni l'âtre,
Ne me vaut le soleil rayonnant sur la
mer.
Et pourtant aimez-moi, tendre coeur!
soyez mère,
Même pour un ingrat, même pour un
méchant;
Amante ou soeur, soyez la douceur
éphémère
D'un glorieux automne ou d'un soleil
couchant.
Courte tâche! La tombe attend - elle est
avide!
Ah! laissez-moi, mon front posé sur vos
genoux,
Goûter, en regrettant l'été blanc et
torride,
De l'arrière-saison le rayon jaune et
doux!
LVII - A une Madone
Ex-voto dans le goût espagnol
Je veux bâtir pour toi, Madone, ma
maîtresse,
Un autel souterrain au fond de ma
détresse,
Et creuser dans le coin le plus noir de
mon coeur,
Loin du désir mondain et du regard
moqueur,
Une niche, d'azur et d'or tout émaillée,
Où tu te dresseras, Statue émerveillée.
Avec mes Vers polis, treillis d'un pur
métal
Savamment constellé de rimes de cristal
Je ferai pour ta tête une énorme
Couronne;
Et dans ma Jalousie, ô mortelle Madone
Je saurai te tailler un Manteau, de façon
Barbare, roide et lourd, et doublé de
soupçon,
Qui, comme une guérite, enfermera tes
charmes,
Non de Perles brodé, mais de toutes mes
Larmes!
Ta Robe, ce sera mon Désir, frémissant,
Onduleux, mon Désir qui monte et qui
descend,
Aux pointes se balance, aux vallons se
repose,
Et revêt d'un baiser tout ton corps blanc
et rose.
Je te ferai de mon Respect de beaux
Souliers
De satin, par tes pieds divins humiliés,
Qui, les emprisonnant dans une molle
étreinte
Comme un moule fidèle en garderont
l'empreinte.
Si je ne puis, malgré tout mon art
diligent
Pour Marchepied tailler une Lune d'argent
Je mettrai le Serpent qui me mord les
entrailles
Sous tes talons, afin que tu foules et
railles
Reine victorieuse et féconde en rachats
Ce monstre tout gonflé de haine et de
crachats.
Tu verras mes Pensers, rangés comme les
Cierges
Devant l'autel fleuri de la Reine des
Vierges
Etoilant de reflets le plafond peint en
bleu,
Te regarder toujours avec des yeux de
feu;
Et comme tout en moi te chérit et
t'admire,
Tout se fera Benjoin, Encens, Oliban,
Myrrhe,
Et sans cesse vers toi, sommet blanc et
neigeux,
En Vapeurs montera mon Esprit orageux.
Enfin, pour compléter ton rôle de Marie,
Et pour mêler l'amour avec la barbarie,
Volupté noire! des sept Péchés capitaux,
Bourreau plein de remords, je ferai sept
Couteaux
Bien affilés, et comme un jongleur
insensible,
Prenant le plus profond de ton amour pour
cible,
Je les planterai tous dans ton Coeur
pantelant,
Dans ton Coeur sanglotant, dans ton Coeur
ruisselant!
LVIII - Chanson d'Après-midi
Quoique tes sourcils méchants
Te donnent un air étrange
Qui n'est pas celui d'un ange,
Sorcière aux yeux alléchants,
Je t'adore, ô ma frivole,
Ma terrible passion!
Avec la dévotion
Du prêtre pour son idole.
Le désert et la forêt
Embaument tes tresses rudes,
Ta tête a les attitudes
De l'énigme et du secret.
Sur ta chair le parfum rôde
Comme autour d'un encensoir;
Tu charmes comme le soir
Nymphe ténébreuse et chaude.
Ah! les philtres les plus forts
Ne valent pas ta paresse,
Et tu connais la caresse
Ou fait revivre les morts!
Tes hanches sont amoureuses
De ton dos et de tes seins,
Et tu ravis les coussins
Par tes poses langoureuses.
Quelquefois, pour apaiser
Ta rage mystérieuse,
Tu prodigues, sérieuse,
La morsure et le baiser;
Tu me déchires, ma brune,
Avec un rire moqueur,
Et puis tu mets sur mon coeur
Ton oeil doux comme la lune.
Sous tes souliers de satin,
Sous tes charmants pieds de soie
Moi, je mets ma grande joie,
Mon génie et mon destin,
Mon âme par toi guérie,
Par toi, lumière et couleur!
Explosion de chaleur
Dans ma noire Sibérie!
LIX - Sisina
Imaginez Diane en galant équipage,
Parcourant les forêts ou battant les
halliers,
Cheveux et gorge au vent, s'enivrant de
tapage,
Superbe et défiant les meilleurs
cavaliers!
Avez-vous vu Théroigne, amante du
carnage,
Excitant à l'assaut un peuple sans
souliers,
La joue et l'oeil en feu, jouant son
personnage,
Et montant, sabre au poing, les royaux
escaliers?
Telle la Sisina! Mais la douce guerrière
A l'âme charitable autant que meurtrière;
Son courage, affolé de poudre et de
tambours,
Devant les suppliants sait mettre bas les
armes,
Et son coeur, ravagé par la flamme, a
toujours,
Pour qui s'en montre digne, un réservoir
de larmes.
LX - Franciscae meae laudes
Novis te cantabo chordis,
O novelletum quod ludis
In solitudine cordis.
Esto sertis implicata,
O femina delicata
Per quam solvuntur peccata!
Sicut beneficum Lethe,
Hauriam oscula de te,
Quae imbuta es magnete.
Quum vitiorum tempegtas
Turbabat omnes semitas,
Apparuisti, Deitas,
Velut stella salutaris
In naufragiis amaris.....
Suspendam cor tuis aris!
Piscina plena virtutis,
Fons æternæ juventutis
Labris vocem redde mutis!
Quod erat spurcum, cremasti;
Quod rudius, exaequasti;
Quod debile, confirmasti.
In fame mea taberna
In nocte mea lucerna,
Recte me semper guberna.
Adde nunc vires viribus,
Dulce balneum suavibus
Unguentatum odoribus!
Meos circa lumbos mica,
O castitatis lorica,
Aqua tincta seraphica;
Patera gemmis corusca,
Panis salsus, mollis esca,
Divinum vinum, Francisca!
LXI - A une Dame créole
Au pays parfumé que le soleil caresse,
J'ai connu, sous un dais d'arbres tout
empourprés
Et de palmiers d'où pleut sur les yeux la
paresse,
Une dame créole aux charmes ignorés.
Son teint est pâle et chaud; la brune
enchanteresse
A dans le cou des airs noblement
maniérés;
Grande et svelte en marchant comme une
chasseresse,
Son sourire est tranquille et ses yeux
assurés.
Si vous alliez, Madame, au vrai pays de
gloire,
Sur les bords de la Seine ou de la verte
Loire,
Belle digne d'orner les antiques manoirs,
Vous feriez, à l'abri des ombreuses
retraites
Germer mille sonnets dans le coeur des
poètes,
Que vos grands yeux rendraient plus
soumis que vos noirs.
LXII - Moesta et errabunda
Dis-moi ton coeur parfois s'envole-t-il,
Agathe,
Loin du noir océan de l'immonde cité
Vers un autre océan où la splendeur
éclate,
Bleu, clair, profond, ainsi que la
virginité?
Dis-moi, ton coeur parfois s'envole-t-il,
Agathe?
La mer la vaste mer, console nos labeurs!
Quel démon a doté la mer, rauque
chanteuse
Qu'accompagne l'immense orgue des vents
grondeurs,
De cette fonction sublime de berceuse?
La mer, la vaste mer, console nos
labeurs!
Emporte-moi wagon! enlève-moi, frégate!
Loin! loin! ici la boue est faite de nos
pleurs!
- Est-il vrai que parfois le triste coeur
d'Agathe
Dise: Loin des remords, des crimes, des
douleurs,
Emporte-moi, wagon, enlève-moi, frégate?
Comme vous êtes loin, paradis parfumé,
Où sous un clair azur tout n'est qu'amour
et joie,
Où tout ce que l'on aime est digne d'être
aimé,
Où dans la volupté pure le coeur se noie!
Comme vous êtes loin, paradis parfumé!
Mais le vert paradis des amours
enfantines,
Les courses, les chansons, les baisers,
les bouquets,
Les violons vibrant derrière les
collines,
Avec les brocs de vin, le soir, dans les
bosquets,
- Mais le vert paradis des amours
enfantines,
L'innocent paradis, plein de plaisirs
furtifs,
Est-il déjà plus loin que l'Inde et que
la Chine?
Peut-on le rappeler avec des cris
plaintifs,
Et l'animer encor d'une voix argentine,
L'innocent paradis plein de plaisirs
furtifs?
LXIII - Le Revenant
Comme les anges à l'oeil fauve,
Je reviendrai dans ton alcôve
Et vers toi glisserai sans bruit
Avec les ombres de la nuit;
Et je te donnerai, ma brune,
Des baisers froids comme la lune
Et des caresses de serpent
Autour d'une fosse rampant.
Quand viendra le matin livide,
Tu trouveras ma place vide,
Où jusqu'au soir il fera froid.
Comme d'autres par la tendresse,
Sur ta vie et sur ta jeunesse,
Moi, je veux régner par l'effroi.
LXIV - Sonnet d'Automne
Ils me disent, tes yeux, clairs comme le
cristal:
"Pour toi, bizarre amant, quel est donc
mon mérite?"
- Sois charmante et tais-toi! Mon coeur,
que tout irrite,
Excepté la candeur de l'antique animal,
Ne veut pas te montrer son secret
infernal,
Berceuse dont la main aux longs sommeils
m'invite,
Ni sa noire légende avec la flamme
écrite.
Je hais la passion et l'esprit me fait
mal!
Aimons-nous doucement. L'Amour dans sa
guérite,
Ténébreux, embusqué, bande son arc fatal.
Je connais les engins de son vieil
arsenal:
Crime, horreur et folie! - O pâle
marguerite!
Comme moi n'es-tu pas un soleil automnal,
O ma si blanche, ô ma si froide
Marguerite?
LXV - Tristesses de la Lune
Ce soir, la lune rêve avec plus de
paresse;
Ainsi qu'une beauté, sur de nombreux
coussins,
Qui d'une main distraite et légère
caresse
Avant de s'endormir le contour de ses
seins,
Sur le dos satiné des molles avalanches,
Mourante, elle se livre aux longues
pâmoisons,
Et promène ses yeux sur les visions
blanches
Qui montent dans l'azur comme des
floraisons.
Quand parfois sur ce globe, en sa
langueur oisive,
Elle laisse filer une larme furtive,
Un poète pieux, ennemi du sommeil,
Dans le creux de sa main prend cette
larme pâle,
Aux reflets irisés comme un fragment
d'opale,
Et la met dans son coeur loin des yeux du
soleil.
LXVI - Les Chats
Les amoureux fervents et les savants
austères
Aiment également, dans leur mûre saison,
Les chats puissants et doux, orgueil de
la maison,
Qui comme eux sont frileux et comme eux
sédentaires.
Amis de la science et de la volupté
Ils cherchent le silence et l'horreur des
ténèbres;
L'Erèbe les eût pris pour ses coursiers
funèbres,
S'ils pouvaient au servage incliner leur
fierté.
Ils prennent en songeant les nobles
attitudes
Des grands sphinx allongés au fond des
solitudes,
Qui semblent s'endormir dans un rêve sans
fin;
Leurs reins féconds sont pleins
d'étincelles magiques,
Et des parcelles d'or, ainsi qu'un sable
fin,
Etoilent vaguement leurs prunelles
mystiques.
LXVII - Les Hiboux
Sous les ifs noirs qui les abritent
Les hiboux se tiennent rangés
Ainsi que des dieux étrangers
Dardant leur oeil rouge. Ils méditent.
Sans remuer ils se tiendront
Jusqu'à l'heure mélancolique
Où, poussant le soleil oblique,
Les ténèbres s'établiront.
Leur attitude au sage enseigne
Qu'il faut en ce monde qu'il craigne
Le tumulte et le mouvement;
L'homme ivre d'une ombre qui passe
Porte toujours le châtiment
D'avoir voulu changer de place.
LXVIII - La Pipe
Je suis la pipe d'un auteur;
On voit, à contempler ma mine
D'Abyssinienne ou de Cafrine,
Que mon maître est un grand fumeur.
Quand il est comblé de douleur,
Je fume comme la chaumine
Où se prépare la cuisine
Pour le retour du laboureur.
J'enlace et je berce son âme
Dans le réseau mobile et bleu
Qui monte de ma bouche en feu,
Et je roule un puissant dictame
Qui charme son coeur et guérit
De ses fatigues son esprit.
LXIX - La Musique
La musique souvent me prend comme une
mer!
Vers ma pâle étoile,
Sous un plafond de brume ou dans un vaste
éther,
Je mets à la voile;
La poitrine en avant et les poumons
gonflés
Comme de la toile
J'escalade le dos des flots amoncelés
Que la nuit me voile;
Je sens vibrer en moi toutes les passions
D'un vaisseau qui souffre;
Le bon vent, la tempête et ses
convulsions
Sur l'immense gouffre
Me bercent. D'autres fois, calme plat,
grand miroir
De mon désespoir!
LXX - Sépulture
Si par une nuit lourde et sombre
Un bon chrétien, par charité,
Derrière quelque vieux décombre
Enterre votre corps vanté,
A l'heure où les chastes étoiles
Ferment leurs yeux appesantis,
L'araignée y fera ses toiles,
Et la vipère ses petits;
Vous entendrez toute l'année
Sur votre tête condamnée
Les cris lamentables des loups
Et des sorcières faméliques,
Les ébats des vieillards lubriques
Et les complots des noirs filous.
LXXI - Une gravure fantastique
Ce spectre singulier n'a pour toute
toilette,
Grotesquement campé sur son front de
squelette,
Qu'un diadème affreux sentant le
carnaval.
Sans éperons, sans fouet, il essouffle un
cheval,
Fantôme comme lui, rosse apocalyptique,
Qui bave des naseaux comme un
épileptique.
Au travers de l'espace ils s'enfoncent
tous deux,
Et foulent l'infini d'un sabot hasardeux.
Le cavalier promène un sabre qui flamboie
Sur les foules sans nom que sa monture
broie,
Et parcourt, comme un prince inspectant
sa maison,
Le cimetière immense et froid, sans
horizon,
Où gisent, aux lueurs d'un soleil blanc
et terne,
Les peuples de l'histoire ancienne et
moderne.
LXXII - Le Mort joyeux
Dans une terre grasse et pleine
d'escargots
Je veux creuser moi-même une fosse
profonde,
Où je puisse à loisir étaler mes vieux os
Et dormir dans l'oubli comme un requin
dans l'onde.
Je hais les testaments et je hais les
tombeaux;
Plutôt que d'implorer une larme du monde,
Vivant, j'aimerais mieux inviter les
corbeaux
A saigner tous les bouts de ma carcasse
immonde.
O vers! noirs compagnons sans oreille et
sans yeux,
Voyez venir à vous un mort libre et
joyeux;
Philosophes viveurs, fils de la
pourriture,
A travers ma ruine allez donc sans
remords,
Et dites-moi s'il est encor quelque
torture
Pour ce vieux corps sans âme et mort
parmi les morts!
LXXIII - Le Tonneau de la Haine
La Haine est le tonneau des pâles
Danaïdes;
La Vengeance éperdue aux bras rouges et
forts
A beau précipiter dans ses ténèbres vides
De grands seaux pleins du sang et des
larmes des morts,
Le Démon fait des trous secrets à ces
abîmes,
Par où fuiraient mille ans de sueurs et
d'efforts,
Quand même elle saurait ranimer ses
victimes,
Et pour les pressurer ressusciter leurs
corps.
La Haine est un ivrogne au fond d'une
taverne,
Qui sent toujours la soif naître de la
liqueur
Et se multiplier comme l'hydre de Lerne.
- Mais les buveurs heureux connaissent
leur vainqueur,
Et la Haine est vouée à ce sort
lamentable
De ne pouvoir jamais s'endormir sous la
table.
LXXIV - La cloche fêlée
II est amer et doux, pendant les nuits
d'hiver,
D'écouter, près du feu qui palpite et qui
fume,
Les souvenirs lointains lentement
s'élever
Au bruit des carillons qui chantent dans
la brume.
Bienheureuse la cloche au gosier
vigoureux
Qui, malgré sa vieillesse, alerte et bien
portante,
Jette fidèlement son cri religieux,
Ainsi qu'un vieux soldat qui veille sous
la tente!
Moi, mon âme est fêlée, et lorsqu'en ses
ennuis
Elle veut de ses chants peupler l'air
froid des nuits,
II arrive souvent que sa voix affaiblie
Semble le râle épais d'un blessé qu'on
oublie
Au bord d'un lac de sang, sous un grand
tas de morts
Et qui meurt, sans bouger, dans
d'immenses efforts.
LXXV - Spleen
Pluviôse, irrité contre la ville entière,
De son urne à grands flots verse un froid
ténébreux
Aux pâles habitants du voisin cimetière
Et la mortalité sur les faubourgs
brumeux.
Mon chat sur le carreau cherchant une
litière
Agite sans repos son corps maigre et
galeux;
L'âme d'un vieux poète erre dans la
gouttière
Avec la triste voix d'un fantôme frileux.
Le bourdon se lamente, et la bûche
enfumée
Accompagne en fausset la pendule enrhumée
Cependant qu'en un jeu plein de sales
parfums,
Héritage fatal d'une vieille hydropique,
Le beau valet de coeur et la dame de
pique
Causent sinistrement de leurs amours
défunts.
LXXVI - Spleen
J'ai plus de souvenirs que si j'avais
mille ans.
Un gros meuble à tiroirs encombré de
bilans,
De vers, de billets doux, de procès, de
romances,
Avec de lourds cheveux roulés dans des
quittances,
Cache moins de secrets que mon triste
cerveau.
C'est une pyramide, un immense caveau,
Qui contient plus de morts que la fosse
commune.
- Je suis un cimetière abhorré de la
lune,
Où comme des remords se traînent de longs
vers
Qui s'acharnent toujours sur mes morts
les plus chers.
Je suis un vieux boudoir plein de roses
fanées,
Où gît tout un fouillis de modes
surannées,
Où les pastels plaintifs et les pâles
Boucher
Seuls, respirent l'odeur d'un flacon
débouché.
Rien n'égale en longueur les boiteuses
journées,
Quand sous les lourds flocons des
neigeuses années
L'ennui, fruit de la morne incuriosité,
Prend les proportions de l'immortalité.
- Désormais tu n'es plus, ô matière
vivante!
Qu'un granit entouré d'une vague
épouvante,
Assoupi dans le fond d'un Sahara brumeux;
Un vieux sphinx ignoré du monde
insoucieux,
Oublié sur la carte, et dont l'humeur
farouche
Ne chante qu'aux rayons du soleil qui se
couche.
LXXVII - Spleen
Je suis comme le roi d'un pays pluvieux,
Riche, mais impuissant, jeune et pourtant
très vieux,
Qui, de ses précepteurs méprisant les
courbettes,
S'ennuie avec ses chiens comme avec
d'autres bêtes.
Rien ne peut l'égayer, ni gibier, ni
faucon,
Ni son peuple mourant en face du balcon.
Du bouffon favori la grotesque ballade
Ne distrait plus le front de ce cruel
malade;
Son lit fleurdelisé se transforme en
tombeau,
Et les dames d'atour, pour qui tout
prince est beau,
Ne savent plus trouver d'impudique
toilette
Pour tirer un souris de ce jeune
squelette.
Le savant qui lui fait de l'or n'a jamais
pu
De son être extirper l'élément corrompu,
Et dans ces bains de sang qui des Romains
nous viennent,
Et dont sur leurs vieux jours les
puissants se souviennent,
II n'a su réchauffer ce cadavre hébété
Où coule au lieu de sang l'eau verte du
Léthé
LXXVIII - Spleen
Quand le ciel bas et lourd pèse comme un
couvercle
Sur l'esprit gémissant en proie aux longs
ennuis,
Et que de l'horizon embrassant tout le
cercle
II nous verse un jour noir plus triste
que les nuits;
Quand la terre est changée en un cachot
humide,
Où l'Espérance, comme une chauve-souris,
S'en va battant les murs de son aile
timide
Et se cognant la tête à des plafonds
pourris;
Quand la pluie étalant ses immenses
traînées
D'une vaste prison imite les barreaux,
Et qu'un peuple muet d'infâmes araignées
Vient tendre ses filets au fond de nos
cerveaux,
Des cloches tout à coup sautent avec
furie
Et lancent vers le ciel un affreux
hurlement,
Ainsi que des esprits errants et sans
patrie
Qui se mettent à geindre opiniâtrement.
- Et de longs corbillards, sans tambours
ni musique,
Défilent lentement dans mon âme;
l'Espoir,
Vaincu, pleure, et l'Angoisse atroce,
despotique,
Sur mon crâne incliné plante son drapeau
noir.
LXXIX - Obsession
Grands bois, vous m'effrayez comme des
cathédrales;
Vous hurlez comme l'orgue; et dans nos
coeurs maudits,
Chambres d'éternel deuil où vibrent de
vieux râles,
Répondent les échos de vos De profundis.
Je te hais, Océan! tes bonds et tes
tumultes,
Mon esprit les retrouve en lui; ce rire
amer
De l'homme vaincu, plein de sanglots et
d'insultes,
Je l'entends dans le rire énorme de la
mer
Comme tu me plairais, ô nuit! sans ces
étoiles
Dont la lumière parle un langage connu!
Car je cherche le vide, et le noir, et le
nu!
Mais les ténèbres sont elles-mêmes des
toiles
Où vivent, jaillissant de mon oeil par
milliers,
Des êtres disparus aux regards familiers.
LXXX - Le Goût du Néant
Morne esprit, autrefois amoureux de la
lutte,
L'Espoir, dont l'éperon attisait ton
ardeur,
Ne veut plus t'enfourcher! Couche-toi
sans pudeur,
Vieux cheval dont le pied à chaque
obstacle butte.
Résigne-toi, mon coeur; dors ton sommeil
de brute.
Esprit vaincu, fourbu! Pour toi, vieux
maraudeur,
L'amour n'a plus de goût, non plus que la
dispute;
Adieu donc, chants du cuivre et soupirs
de la flûte!
Plaisirs, ne tentez plus un coeur sombre
et boudeur!
Le Printemps adorable a perdu son odeur!
Et le Temps m'engloutit minute par
minute,
Comme la neige immense un corps pris de
roideur;
- Je contemple d'en haut le globe en sa
rondeur
Et je n'y cherche plus l'abri d'une
cahute.
Avalanche, veux-tu m'emporter dans ta
chute?
LXXXI - Alchimie de la Douleur
L'un t'éclaire avec son ardeur,
L'autre en toi met son deuil, Nature!
Ce qui dit à l'un: Sépulture!
Dit à l'autre: Vie et splendeur!
Hermès inconnu qui m'assistes
Et qui toujours m'intimidas,
Tu me rends l'égal de Midas,
Le plus triste des alchimistes;
Par toi je change l'or en fer
Et le paradis en enfer;
Dans le suaire des nuages
Je découvre un cadavre cher,
Et sur les célestes rivages
Je bâtis de grands sarcophages.
LXXXII - Horreur sympathique
De ce ciel bizarre et livide,
Tourmenté comme ton destin,
Quels pensers dans ton âme vide
Descendent? réponds, libertin.
- Insatiablement avide
De l'obscur et de l'incertain,
Je ne geindrai pas comme Ovide
Chassé du paradis latin.
Cieux déchirés comme des grèves
En vous se mire mon orgueil;
Vos vastes nuages en deuil
Sont les corbillards de mes rêves,
Et vos lueurs sont le reflet
De l'Enfer où mon coeur se plaît.
LXXXIII - L'Héautontimorouménos
A J.G.F.
Je te frapperai sans colère
Et sans haine, comme un boucher,
Comme Moïse le rocher
Et je ferai de ta paupière,
Pour abreuver mon Saharah
Jaillir les eaux de la souffrance.
Mon désir gonflé d'espérance
Sur tes pleurs salés nagera
Comme un vaisseau qui prend le large,
Et dans mon coeur qu'ils soûleront
Tes chers sanglots retentiront
Comme un tambour qui bat la charge!
Ne suis-je pas un faux accord
Dans la divine symphonie,
Grâce à la vorace Ironie
Qui me secoue et qui me mord
Elle est dans ma voix, la criarde!
C'est tout mon sang ce poison noir!
Je suis le sinistre miroir
Où la mégère se regarde.
Je suis la plaie et le couteau!
Je suis le soufflet et la joue!
Je suis les membres et la roue,
Et la victime et le bourreau!
Je suis de mon coeur le vampire,
- Un de ces grands abandonnés
Au rire éternel condamnés
Et qui ne peuvent plus sourire!
LXXXIV - L'Irrémédiable
I
Une Idée, une Forme, un Etre
Parti de l'azur et tombé
Dans un Styx bourbeux et plombé
Où nul oeil du Ciel ne pénètre;
Un Ange, imprudent voyageur
Qu'a tenté l'amour du difforme,
Au fond d'un cauchemar énorme
Se débattant comme un nageur,
Et luttant, angoisses funèbres!
Contre un gigantesque remous
Qui va chantant comme les fous
Et pirouettant dans les ténèbres;
Un malheureux ensorcelé
Dans ses tâtonnements futiles
Pour fuir d'un lieu plein de reptiles,
Cherchant la lumière et la clé;
Un damné descendant sans lampe
Au bord d'un gouffre dont l'odeur
Trahit l'humide profondeur
D'éternels escaliers sans rampe,
Où veillent des monstres visqueux
Dont les larges yeux de phosphore
Font une nuit plus noire encore
Et ne rendent visibles qu'eux;
Un navire pris dans le pôle
Comme en un piège de cristal,
Cherchant par quel détroit fatal
Il est tombé dans cette geôle;
- Emblèmes nets, tableau parfait
D'une fortune irrémédiable
Qui donne à penser que le Diable
Fait toujours bien tout ce qu'il fait!
II
Tête-à-tête sombre et limpide
Qu'un coeur devenu son miroir!
Puits de Vérité, clair et noir
Où tremble une étoile livide,
Un phare ironique, infernal
Flambeau des grâces sataniques,
Soulagement et gloire uniques,
- La conscience dans le Mal!
LXXXV - L'Horloge
Horloge! dieu sinistre, effrayant,
impassible,
Dont le doigt nous menace et nous dit:
"Souviens-toi!
Les vibrantes Douleurs dans ton coeur
plein d'effroi
Se planteront bientôt comme dans une
cible;
Le Plaisir vaporeux fuira vers l'horizon
Ainsi qu'une sylphide au fond de la
coulisse;
Chaque instant te dévore un morceau du
délice
A chaque homme accordé pour toute sa
saison.
Trois mille six cents fois par heure, la
Seconde
Chuchote: Souviens-toi! - Rapide, avec sa
voix
D'insecte, Maintenant dit: Je suis
Autrefois,
Et j'ai pompé ta vie avec ma trompe
immonde!
Remember! Souviens-toi! prodigue! Esto
memor!
(Mon gosier de métal parle toutes les
langues.)
Les minutes, mortel folâtre, sont des
gangues
Qu'il ne faut pas lâcher sans en extraire
l'or!
Souviens-toi que le Temps est un joueur
avide
Qui gagne sans tricher, à tout coup!
c'est la loi.
Le jour décroît; la nuit augmente;
souviens-toi!
Le gouffre a toujours soif; la clepsydre
se vide.
Tantôt sonnera l'heure où le divin
Hasard,
Où l'auguste Vertu, ton épouse encor
vierge,
Où le Repentir même (oh! la dernière
auberge!),
Où tout te dira Meurs, vieux lâche! il
est trop tard!"
TABLEAUX PARISIENS
LXXXVI - Paysage
Je veux, pour composer chastement mes
églogues,
Coucher auprès du ciel, comme les
astrologues,
Et, voisin des clochers écouter en rêvant
Leurs hymnes solennels emportés par le
vent.
Les deux mains au menton, du haut de ma
mansarde,
Je verrai l'atelier qui chante et qui
bavarde;
Les tuyaux, les clochers, ces mâts de la
cité,
Et les grands ciels qui font rêver
d'éternité.
II est doux, à travers les brumes, de
voir naître
L'étoile dans l'azur, la lampe à la
fenêtre
Les fleuves de charbon monter au
firmament
Et la lune verser son pâle enchantement.
Je verrai les printemps, les étés, les
automnes;
Et quand viendra l'hiver aux neiges
monotones,
Je fermerai partout portières et volets
Pour bâtir dans la nuit mes féeriques
palais.
Alors je rêverai des horizons bleuâtres,
Des jardins, des jets d'eau pleurant dans
les albâtres,
Des baisers, des oiseaux chantant soir et
matin,
Et tout ce que l'Idylle a de plus
enfantin.
L'Emeute, tempêtant vainement à ma vitre,
Ne fera pas lever mon front de mon
pupitre;
Car je serai plongé dans cette volupté
D'évoquer le Printemps avec ma volonté,
De tirer un soleil de mon coeur, et de
faire
De mes pensers brûlants une tiède
atmosphère.
LXXXVII - Le Soleil
Le long du vieux faubourg, où pendent aux
masures
Les persiennes, abri des sécrètes
luxures,
Quand le soleil cruel frappe à traits
redoublés
Sur la ville et les champs, sur les toits
et les blés,
Je vais m'exercer seul à ma fantasque
escrime,
Flairant dans tous les coins les hasards
de la rime,
Trébuchant sur les mots comme sur les
pavés
Heurtant parfois des vers depuis
longtemps rêvés.
Ce père nourricier, ennemi des chloroses,
Eveille dans les champs les vers comme
les roses;
II fait s'évaporer les soucis vers le
ciel,
Et remplit les cerveaux et les ruches le
miel.
C'est lui qui rajeunit les porteurs de
béquilles
Et les rend gais et doux comme des jeunes
filles,
Et commande aux moissons de croître et de
mûrir
Dans le coeur immortel qui toujours veut
fleurir!
Quand, ainsi qu'un poète, il descend dans
les villes,
II ennoblit le sort des choses les plus
viles,
Et s'introduit en roi, sans bruit et sans
valets,
Dans tous les hôpitaux et dans tous les
palais.
LXXXVIII - A une Mendiante rousse
Blanche fille aux cheveux roux,
Dont la robe par ses trous
Laisse voir la pauvreté
Et la beauté,
Pour moi, poète chétif,
Ton jeune corps maladif,
Plein de taches de rousseur,
A sa douceur.
Tu portes plus galamment
Qu'une reine de roman
Ses cothurnes de velours
Tes sabots lourds.
Au lieu d'un haillon trop court,
Qu'un superbe habit de cour
Traîne à plis bruyants et longs
Sur tes talons;
En place de bas troués
Que pour les yeux des roués
Sur ta jambe un poignard d'or
Reluise encor;
Que des noeuds mal attachés
Dévoilent pour nos péchés
Tes deux beaux seins, radieux
Comme des yeux;
Que pour te déshabiller
Tes bras se fassent prier
Et chassent à coups mutins
Les doigts lutins,
Perles de la plus belle eau,
Sonnets de maître Belleau
Par tes galants mis aux fers
Sans cesse offerts,
Valetaille de rimeurs
Te dédiant leurs primeurs
Et contemplant ton soulier
Sous l'escalier,
Maint page épris du hasard,
Maint seigneur et maint Ronsard
Epieraient pour le déduit
Ton frais réduit!
Tu compterais dans tes lits
Plus de baisers que de lis
Et rangerais sous tes lois
Plus d'un Valois!
- Cependant tu vas gueusant
Quelque vieux débris gisant
Au seuil de quelque Véfour
De carrefour;
Tu vas lorgnant en dessous
Des bijoux de vingt-neuf sous
Dont je ne puis, oh! Pardon!
Te faire don.
Va donc, sans autre ornement,
Parfum, perles, diamant,
Que ta maigre nudité,
O ma beauté!
LXXXIX - Le Cygne
A Victor Hugo
I
Andromaque, je pense à vous! Ce petit
fleuve,
Pauvre et triste miroir où jadis
resplendit
L'immense majesté de vos douleurs de
veuve,
Ce Simoïs menteur qui par vos pleurs
grandit,
A fécondé soudain ma mémoire fertile,
Comme je traversais le nouveau Carrousel.
Le vieux Paris n'est plus (la forme d'une
ville
Change plus vite, hélas! que le coeur
d'un mortel);
Je ne vois qu'en esprit tout ce camp de
baraques,
Ces tas de chapiteaux ébauchés et de
fûts,
Les herbes, les gros blocs verdis par
l'eau des flaques,
Et, brillant aux carreaux, le bric-à-brac
confus.
Là s'étalait jadis une ménagerie;
Là je vis, un matin, à l'heure où sous
les cieux
Froids et clairs le Travail s'éveille, où
la voirie
Pousse un sombre ouragan dans l'air
silencieux,
Un cygne qui s'était évadé de sa cage,
Et, de ses pieds palmés frottant le pavé
sec,
Sur le sol raboteux traînait son blanc
plumage.
Près d'un ruisseau sans eau la bête
ouvrant le bec
Baignait nerveusement ses ailes dans la
poudre,
Et disait, le coeur plein de son beau lac
natal:
"Eau, quand donc pleuvras-tu? quand
tonneras-tu, foudre?"
Je vois ce malheureux, mythe étrange et
fatal,
Vers le ciel quelquefois, comme l'homme
d'Ovide,
Vers le ciel ironique et cruellement
bleu,
Sur son cou convulsif tendant sa tête
avide
Comme s'il adressait des reproches à
Dieu!
II
Paris change! mais rien dans ma
mélancolie
N'a bougé! palais neufs, échafaudages,
blocs,
Vieux faubourgs, tout pour moi devient
allégorie
Et mes chers souvenirs sont plus lourds
que des rocs.
Aussi devant ce Louvre une image
m'opprime:
Je pense à mon grand cygne, avec ses
gestes fous,
Comme les exilés, ridicule et sublime
Et rongé d'un désir sans trêve! et puis à
vous,
Andromaque, des bras d'un grand époux
tombée,
Vil bétail, sous la main du superbe
Pyrrhus,
Auprès d'un tombeau vide en extase
courbée
Veuve d'Hector, hélas! et femme
d'Hélénus!
Je pense à la négresse, amaigrie et
phtisique
Piétinant dans la boue, et cherchant,
l'oeil hagard,
Les cocotiers absents de la superbe
Afrique
Derrière la muraille immense du
brouillard;
A quiconque a perdu ce qui ne se retrouve
Jamais, jamais! à ceux qui s'abreuvent de
pleurs
Et tètent la Douleur comme une bonne
louve!
Aux maigres orphelins séchant comme des
fleurs!
Ainsi dans la forêt où mon esprit s'exile
Un vieux Souvenir sonne à plein souffle
du cor!
Je pense aux matelots oubliés dans une
île,
Aux captifs, aux vaincus!... à bien
d'autres encor!
XC - Les Sept Vieillards
A Victor Hugo
Fourmillante cité, cité pleine de rêves,
Où le spectre en plein jour raccroche le
passant!
Les mystères partout coulent comme des
sèves
Dans les canaux étroits du colosse
puissant.
Un matin, cependant que dans la triste
rue
Les maisons, dont la brume allongeait la
hauteur,
Simulaient les deux quais d'une rivière
accrue,
Et que, décor semblable à l'âme de
l'acteur,
Un brouillard sale et jaune inondait tout
l'espace,
Je suivais, roidissant mes nerfs comme un
héros
Et discutant avec mon âme déjà lasse,
Le faubourg secoué par les lourds
tombereaux.
Tout à coup, un vieillard dont les
guenilles jaunes
Imitaient la couleur de ce ciel pluvieux,
Et dont l'aspect aurait fait pleuvoir les
aumônes,
Sans la méchanceté qui luisait dans ses
yeux,
M'apparut. On eût dit sa prunelle trempée
Dans le fiel; son regard aiguisait les
frimas,
Et sa barbe à longs poils, roide comme
une épée,
Se projetait, pareille à celle de Judas.
II n'était pas voûté, mais cassé, son
échine
Faisant avec sa jambe un parfait angle
droit,
Si bien que son bâton, parachevant sa
mine,
Lui donnait la tournure et le pas
maladroit
D'un quadrupède infirme ou d'un juif à
trois pattes.
Dans la neige et la boue il allait
s'empêtrant,
Comme s'il écrasait des morts sous ses
savates,
Hostile à l'univers plutôt
qu'indifférent.
Son pareil le suivait: barbe, oeil, dos,
bâton, loques,
Nul trait ne distinguait, du même enfer
venu,
Ce jumeau centenaire, et ces spectres
baroques
Marchaient du même pas vers un but
inconnu.
A quel complot infâme étais-je donc en
butte,
Ou quel méchant hasard ainsi m'humiliait?
Car je comptai sept fois, de minute en
minute,
Ce sinistre vieillard qui se multipliait!
Que celui-là qui rit de mon inquiétude
Et qui n'est pas saisi d'un frisson
fraternel
Songe bien que malgré tant de décrépitude
Ces sept monstres hideux avaient l'air
éternel!
Aurais je, sans mourir, contemplé le
huitième,
Sosie inexorable, ironique et fatal
Dégoûtant Phénix, fils et père de
lui-même?
- Mais je tournai le dos au cortège
infernal.
Exaspéré comme un ivrogne qui voit
double,
Je rentrai, je fermai ma porte,
épouvanté,
Malade et morfondu, l'esprit fiévreux et
trouble,
Blessé par le mystère et par l'absurdité!
Vainement ma raison voulait prendre la
barre;
La tempête en jouant déroutait ses
efforts,
Et mon âme dansait, dansait, vieille
gabarre
Sans mâts, sur une mer monstrueuse et
sans bords!
XCI - Les Petites Vieilles
A Victor Hugo
I
Dans les plis sinueux des vieilles
capitales,
Où tout, même l'horreur, tourne aux
enchantements,
Je guette, obéissant à mes humeurs
fatales,
Des êtres singuliers, décrépits et
charmants.
Ces monstres disloqués furent jadis des
femmes,
Eponine ou Laïs! Monstres brisés, bossus
Ou tordus, aimons-les! ce sont encor des
âmes.
Sous des jupons troués et sous de froids
tissus
Ils rampent, flagellés par les bises
iniques,
Frémissant au fracas roulant des omnibus,
Et serrant sur leur flanc, ainsi que des
reliques,
Un petit sac brodé de fleurs ou de rébus;
Ils trottent, tout pareils à des
marionnettes;
Se traînent, comme font les animaux
blessés,
Ou dansent, sans vouloir danser, pauvres
sonnettes
Où se pend un Démon sans pitié! Tout
cassés
Qu'ils sont, ils ont des yeux perçants
comme une vrille,
Luisants comme ces trous où l'eau dort
dans la nuit;
Ils ont les yeux divins de la petite
fille
Qui s'étonne et qui rit à tout ce qui
reluit.
- Avez-vous observé que maints cercueils
de vieilles
Sont presque aussi petits que celui d'un
enfant?
La Mort savante met dans ces bières
pareilles
Un symbole d'un goût bizarre et
captivant,
Et lorsque j'entrevois un fantôme débile
Traversant de Paris le fourmillant
tableau,
Il me semble toujours que cet être
fragile
S'en va tout doucement vers un nouveau
berceau;
A moins que, méditant sur la géométrie,
Je ne cherche, à l'aspect de ces membres
discords,
Combien de fois il faut que l'ouvrier
varie
La forme de la boîte où l'on met tous ces
corps.
- Ces yeux sont des puits faits d'un
million de larmes,
Des creusets qu'un métal refroidi
pailleta...
Ces yeux mystérieux ont d'invincibles
charmes
Pour celui que l'austère Infortune
allaita!
II
De Frascati défunt Vestale enamourée;
Prêtresse de Thalie, hélas! dont le
souffleur
Enterré sait le nom; célèbre évaporée
Que Tivoli jadis ombragea dans sa fleur,
Toutes m'enivrent; mais parmi ces êtres
frêles
Il en est qui, faisant de la douleur un
miel,
Ont dit au Dévouement qui leur prêtait
ses ailes:
Hippogriffe puissant, mène-moi jusqu'au
ciel!
L'une, par sa patrie au malheur exercée,
L'autre, que son époux surchargea de
douleurs,
L'autre, par son enfant Madone
transpercée,
Toutes auraient pu faire un fleuve avec
leurs pleurs!
III
Ah! que j'en ai suivi de ces petites
vieilles!
Une, entre autres, à l'heure où le soleil
tombant
Ensanglante le ciel de blessures
vermeilles,
Pensive, s'asseyait à l'écart sur un
banc,
Pour entendre un de ces concerts, riches
de cuivre,
Dont les soldats parfois inondent nos
jardins,
Et qui, dans ces soirs d'or où l'on se
sent revivre,
Versent quelque héroïsme au coeur des
citadins.
Celle-là, droite encor, fière et sentant
la règle,
Humait avidement ce chant vif et
guerrier;
Son oeil parfois s'ouvrait comme l'oeil
d'un vieil aigle;
Son front de marbre avait l'air fait pour
le laurier!
IV
Telles vous cheminez, stoïques et sans
plaintes,
A travers le chaos des vivantes cités,
Mères au coeur saignant, courtisanes ou
saintes,
Dont autrefois les noms par tous étaient
cités.
Vous qui fûtes la grâce ou qui fûtes la
gloires,
Nul ne vous reconnaît! un ivrogne incivil
Vous insulte en passant d'un amour
dérisoire;
Sur vos talons gambade un enfant lâche et
vil.
Honteuses d'exister, ombres ratatinées,
Peureuses, le dos bas, vous côtoyez les
murs;
Et nul ne vous salue, étranges destinées!
Débris d'humanité pour l'éternité mûrs!
Mais moi, moi qui de loin tendrement vous
surveille,
L'oeil inquiet, fixé sur vos pas
incertains,
Tout comme si j'étais votre père, ô
merveille!
Je goûte à votre insu des plaisirs
clandestins:
Je vois s'épanouir vos passions novices;
Sombres ou lumineux, je vis vos jours
perdus;
Mon coeur multiplié jouit de tous vos
vices!
Mon âme resplendit de toutes vos vertus!
Ruines! ma famille! ô cerveaux
congénères!
Je vous fais chaque soir un solennel
adieu!
Où serez-vous demain, Eves octogénaires,
Sur qui pèse la griffe effroyable de
Dieu?
XCII - Les Aveugles
Contemple-les, mon âme; ils sont vraiment
affreux!
Pareils aux mannequins; vaguement
ridicules;
Terribles, singuliers comme les
somnambules;
Dardant on ne sait où leurs globes
ténébreux.
Leurs yeux, d'où la divine étincelle est
partie,
Comme s'ils regardaient au loin, restent
levés
Au ciel; on ne les voit jamais vers les
pavés
Pencher rêveusement leur tête appesantie.
Ils traversent ainsi le noir illimité,
Ce frère du silence éternel. O cité!
Pendant qu'autour de nous tu chantes, ris
et beugles,
Eprise du plaisir jusqu'à l'atrocité,
Vois! je me traîne aussi! mais, plus
qu'eux hébété,
Je dis: Que cherchent-ils au Ciel, tous
ces aveugles?
XCIII - A une passante
La rue assourdissante autour de moi
hurlait.
Longue, mince, en grand deuil, douleur
majestueuse,
Une femme passa, d'une main fastueuse
Soulevant, balançant le feston et
l'ourlet;
Agile et noble, avec sa jambe de statue.
Moi, je buvais, crispé comme un
extravagant,
Dans son oeil, ciel livide où germe
l'ouragan,
La douceur qui fascine et le plaisir qui
tue.
Un éclair... puis la nuit! - Fugitive
beauté
Dont le regard m'a fait soudainement
renaître,
Ne te verrai-je plus que dans l'éternité?
Ailleurs, bien loin d'ici! trop tard!
jamais peut-être!
Car j'ignore où tu fuis, tu ne sais où je
vais,
O toi que j'eusse aimée, ô toi qui le
savais!
XCIV - Le Squelette laboureur
I
Dans les planches d'anatomie
Qui traînent sur ces quais poudreux
Où maint livre cadavéreux
Dort comme une antique momie,
Dessins auxquels la gravité
Et le savoir d'un vieil artiste,
Bien que le sujet en soit triste,
Ont communiqué la Beauté,
On voit, ce qui rend plus complètes
Ces mystérieuses horreurs,
Bêchant comme des laboureurs,
Des Ecorchés et des Squelettes.
II
De ce terrain que vous fouillez,
Manants résignés et funèbres
De tout l'effort de vos vertèbres,
Ou de vos muscles dépouillés,
Dites, quelle moisson étrange,
Forçats arrachés au charnier,
Tirez-vous, et de quel fermier
Avez-vous à remplir la grange?
Voulez-vous (d'un destin trop dur
Epouvantable et clair emblème!)
Montrer que dans la fosse même
Le sommeil promis n'est pas sûr;
Qu'envers nous le Néant est traître;
Que tout, même la Mort, nous ment,
Et que sempiternellement
Hélas! il nous faudra peut-être
Dans quelque pays inconnu
Ecorcher la terre revêche
Et pousser une lourde bêche
Sous notre pied sanglant et nu?
XCV - Le Crépuscule du Soir
Voici le soir charmant, ami du criminel;
II vient comme un complice, à pas de
loup; le ciel
Se ferme lentement comme une grande
alcôve,
Et l'homme impatient se change en bête
fauve.
O soir, aimable soir, désiré par celui
Dont les bras, sans mentir, peuvent dire:
Aujourd'hui
Nous avons travaillé! - C'est le soir qui
soulage
Les esprits que dévore une douleur
sauvage,
Le savant obstiné dont le front
s'alourdit,
Et l'ouvrier courbé qui regagne son lit.
Cependant des démons malsains dans
l'atmosphère
S'éveillent lourdement, comme des gens
d'affaire,
Et cognent en volant les volets et
l'auvent.
A travers les lueurs que tourmente le
vent
La Prostitution s'allume dans les rues;
Comme une fourmilière elle ouvre ses
issues;
Partout elle se fraye un occulte chemin,
Ainsi que l'ennemi qui tente un coup de
main;
Elle remue au sein de la cité de fange
Comme un ver qui dérobe à l'Homme ce
qu'il mange.
On entend çà et là les cuisines siffler,
Les théâtres glapir, les orchestres
ronfler;
Les tables d'hôte, dont le jeu fait les
délices,
S'emplissent de catins et d'escrocs,
leurs complices,
Et les voleurs, qui n'ont ni trêve ni
merci,
Vont bientôt commencer leur travail, eux
aussi,
Et forcer doucement les portes et les
caisses
Pour vivre quelques jours et vêtir leurs
maîtresses.
Recueille-toi, mon âme, en ce grave
moment,
Et ferme ton oreille à ce rugissement.
C'est l'heure où les douleurs des malades
s'aigrissent!
La sombre Nuit les prend à la gorge; ils
finissent
Leur destinée et vont vers le gouffre
commun;
L'hôpital se remplit de leurs soupirs. -
Plus d'un
Ne viendra plus chercher la soupe
parfumée,
Au coin du feu, le soir, auprès d'une âme
aimée.
Encore la plupart n'ont-ils jamais connu
La douceur du foyer et n'ont jamais vécu!
XCVI - Le Jeu
Dans des fauteuils fanés des courtisanes
vieilles,
Pâles, le sourcil peint, l'oeil câlin et
fatal,
Minaudant, et faisant de leurs maigres
oreilles
Tomber un cliquetis de pierre et de
métal;
Autour des verts tapis des visages sans
lèvre,
Des lèvres sans couleur, des mâchoires
sans dent,
Et des doigts convulsés d'une infernale
fièvre,
Fouillant la poche vide ou le sein
palpitant;
Sous de sales plafonds un rang de pâles
lustres
Et d'énormes quinquets projetant leurs
lueurs
Sur des fronts ténébreux de poètes
illustres
Qui viennent gaspiller leurs sanglantes
sueurs;
Voilà le noir tableau qu'en un rêve
nocturne
Je vis se dérouler sous mon oeil
clairvoyant.
Moi-même, dans un coin de l'antre
taciturne,
Je me vis accoudé, froid, muet, enviant,
Enviant de ces gens la passion tenace,
De ces vieilles putains la funèbre
gaieté,
Et tous gaillardement trafiquant à ma
face,
L'un de son vieil honneur, l'autre de sa
beauté!
Et mon coeur s'effraya d'envier maint
pauvre homme
Courant avec ferveur à l'abîme béant,
Et qui, soûl de son sang, préférerait en
somme
La douleur à la mort et l'enfer au néant!
XCVII - Danse macabre
A Ernest Christophe
Fière, autant qu'un vivant, de sa noble
stature
Avec son gros bouquet, son mouchoir et
ses gants
Elle a la nonchalance et la désinvolture
D'une coquette maigre aux airs
extravagants.
Vit-on jamais au bal une taille plus
mince?
Sa robe exagérée, en sa royale ampleur,
S'écroule abondamment sur un pied sec que
pince
Un soulier pomponné, joli comme une
fleur.
La ruche qui se joue au bord des
clavicules,
Comme un ruisseau lascif qui se frotte au
rocher,
Défend pudiquement des lazzi ridicules
Les funèbres appas qu'elle tient à
cacher.
Ses yeux profonds sont faits de vide et
de ténèbres,
Et son crâne, de fleurs artistement
coiffé,
Oscille mollement sur ses frêles
vertèbres.
O charme d'un néant follement attifé.
Aucuns t'appelleront une caricature,
Qui ne comprennent pas, amants ivres de
chair,
L'élégance sans nom de l'humaine
armature.
Tu réponds, grand squelette, à mon goût
le plus cher!
Viens-tu troubler, avec ta puissante
grimace,
La fête de la Vie? ou quelque vieux
désir,
Eperonnant encor ta vivante carcasse,
Te pousse-t-il, crédule, au sabbat du
Plaisir?
Au chant des violons, aux flammes des
bougies,
Espères-tu chasser ton cauchemar moqueur,
Et viens-tu demander au torrent des
orgies
De rafraîchir l'enfer allumé dans ton
coeur?
Inépuisable puits de sottise et de
fautes!
De l'antique douleur éternel alambic!
A travers le treillis recourbé de tes
côtes
Je vois, errant encor, l'insatiable
aspic.
Pour dire vrai, je crains que ta
coquetterie
Ne trouve pas un prix digne de ses
efforts
Qui, de ces coeurs mortels, entend la
raillerie?
Les charmes de l'horreur n'enivrent que
les forts!
Le gouffre de tes yeux, plein d'horribles
pensées,
Exhale le vertige, et les danseurs
prudents
Ne contempleront pas sans d'amères
nausées
Le sourire éternel de tes trente-deux
dents.
Pourtant, qui n'a serré dans ses bras un
squelette,
Et qui ne s'est nourri des choses du
tombeau?
Qu'importe le parfum, l'habit ou la
toilette?
Qui fait le dégoûté montre qu'il se
croit beau.
Bayadère sans nez, irrésistible gouge,
Dis donc à ces danseurs qui font les
offusqués:
"Fiers mignons, malgré l'art des poudres
et du rouge
Vous sentez tous la mort! O squelettes
musqués,
Antinoüs flétris, dandys à face glabre,
Cadavres vernissés, lovelaces chenus,
Le branle universel de la danse macabre
Vous entraîne en des lieux qui ne sont
pas connus!
Des quais froids de la Seine aux bords
brûlants du Gange,
Le troupeau mortel saute et se pâme, sans
voir
Dans un trou du plafond la trompette de
l'Ange
Sinistrement béante ainsi qu'un tromblon
noir.
En tout climat, sous tout soleil, la Mort
t'admire
En tes contorsions, risible Humanité
Et souvent, comme toi, se parfumant de
myrrhe,
Mêle son ironie à ton insanité!"
XCVIII - L'Amour du Mensonge
Quand je te vois passer, ô ma chère
indolente,
Au chant des instruments qui se brise au
plafond
Suspendant ton allure harmonieuse et
lente,
Et promenant l'ennui de ton regard
profond;
Quand je contemple, aux feux du gaz qui
le colore,
Ton front pâle, embelli par un morbide
attrait,
Où les torches du soir allument une
aurore,
Et tes yeux attirants comme ceux d'un
portrait,
Je me dis: Qu'elle est belle! et
bizarrement fraîche!
Le souvenir massif, royale et lourde
tour,
La couronne, et son coeur, meurtri comme
une pêche,
Est mûr, comme son corps, pour le savant
amour.
Es-tu le fruit d'automne aux saveurs
souveraines?
Es-tu vase funèbre attendant quelques
pleurs,
Parfum qui fait rêver aux oasis
lointaines,
Oreiller caressant, ou corbeille de
fleurs?
Je sais qu'il est des yeux, des plus
mélancoliques,
Qui ne recèlent point de secrets
précieux;
Beaux écrins sans joyaux, médaillons sans
reliques,
Plus vides, plus profonds que vous-mêmes,
ô Cieux!
Mais ne suffit-il pas que tu sois
l'apparence,
Pour réjouir un coeur qui fuit la vérité?
Qu'importe ta bêtise ou ton indifférence?
Masque ou décor, salut! J'adore ta
beauté.
XCIX
Je n'ai pas oublié, voisine de la ville,
Notre blanche maison, petite mais
tranquille;
Sa Pomone de plâtre et sa vieille Vénus
Dans un bosquet chétif cachant leurs
membres nus,
Et le soleil, le soir, ruisselant et
superbe,
Qui, derrière la vitre où se brisait sa
gerbe
Semblait, grand oeil ouvert dans le ciel
curieux,
Contempler nos dîners longs et
silencieux,
Répandant largement ses beaux reflets de
cierge
Sur la nappe frugale et les rideaux de
serge.
C
La servante au grand coeur dont vous
étiez jalouse,
Et qui dort son sommeil sous une humble
pelouse,
Nous devrions pourtant lui porter
quelques fleurs.
Les morts, les pauvres morts, ont de
grandes douleurs,
Et quand Octobre souffle, émondeur des
vieux arbres,
Son vent mélancolique à l'entour de leurs
marbres,
Certe, ils doivent trouver les vivants
bien ingrats,
A dormir, comme ils font, chaudement dans
leurs draps,
Tandis que, dévorés de noires songeries,
Sans compagnon de lit, sans bonnes
causeries,
Vieux squelettes gelés travaillés par le
ver,
Ils sentent s'égoutter les neiges de
l'hiver
Et le siècle couler, sans qu'amis ni
famille
Remplacent les lambeaux qui pendent à
leur grille.
Lorsque la bûche siffle et chante, si le
soir
Calme, dans le fauteuil je la voyais
s'asseoir,
Si, par une nuit bleue et froide de
décembre,
Je la trouvais tapie en un coin de ma
chambre,
Grave, et venant du fond de son lit
éternel
Couver l'enfant grandi de son oeil
maternel,
Que pourrais-je répondre à cette âme
pieuse,
Voyant tomber des pleurs de sa paupière
creuse?
CI - Brumes et Pluies
O fins d'automne, hivers, printemps
trempés de boue,
Endormeuses saisons! je vous aime et vous
loue
D'envelopper ainsi mon coeur et mon
cerveau
D'un linceul vaporeux et d'un vague
tombeau.
Dans cette grande plaine où l'autan froid
se joue,
Où par les longues nuits la girouette
s'enroue,
Mon âme mieux qu'au temps du tiède
renouveau
Ouvrira largement ses ailes de corbeau.
Rien n'est plus doux au coeur plein de
choses funèbres,
Et sur qui dès longtemps descendent les
frimas,
O blafardes saisons, reines de nos
climats,
Que l'aspect permanent de vos pâles
ténèbres,
- Si ce n'est, par un soir sans lune,
deux à deux,
D'endormir la douleur sur un lit
hasardeux.
CII - Rêve parisien
A Constantin Guys
I
De ce terrible paysage,
Tel que jamais mortel n'en vit,
Ce matin encore l'image,
Vague et lointaine, me ravit.
Le sommeil est plein de miracles!
Par un caprice singulier
J'avais banni de ces spectacles
Le végétal irrégulier,
Et, peintre fier de mon génie,
Je savourais dans mon tableau
L'enivrante monotonie
Du métal, du marbre et de l'eau.
Babel d'escaliers et d'arcades,
C'était un palais infini
Plein de bassins et de cascades
Tombant dans l'or mat ou bruni;
Et des cataractes pesantes,
Comme des rideaux de cristal
Se suspendaient, éblouissantes,
A des murailles de métal.
Non d'arbres, mais de colonnades
Les étangs dormants s'entouraient
Où de gigantesques naïades,
Comme des femmes, se miraient.
Des nappes d'eau s'épanchaient, bleues,
Entre des quais roses et verts,
Pendant des millions de lieues,
Vers les confins de l'univers:
C'étaient des pierres inouïes
Et des flots magiques, c'étaient
D'immenses glaces éblouies
Par tout ce qu'elles reflétaient!
Insouciants et taciturnes,
Des Ganges, dans le firmament,
Versaient le trésor de leurs urnes
Dans des gouffres de diamant.
Architecte de mes féeries,
Je faisais, à ma volonté,
Sous un tunnel de pierreries
Passer un océan dompté;
Et tout, même la couleur noire,
Semblait fourbi, clair, irisé;
Le liquide enchâssait sa gloire
Dans le rayon cristallisé.
Nul astre d'ailleurs, nuls vestiges
De soleil, même au bas du ciel,
Pour illuminer ces prodiges,
Qui brillaient d'un feu personnel!
Et sur ces mouvantes merveilles
Planait (terrible nouveauté!
Tout pour l'oeil, rien pour les
oreilles!)
Un silence d'éternité.
II
En rouvrant mes yeux pleins de flamme
J'ai vu l'horreur de mon taudis,
Et senti, rentrant dans mon âme,
La pointe des soucis maudits;
La pendule aux accents funèbres
Sonnait brutalement midi,
Et le ciel versait des ténèbres
Sur le triste monde engourdi.
CIII - Le Crépuscule du Matin
La diane chantait dans les cours des
casernes,
Et le vent du matin soufflait sur les
lanternes.
C'était l'heure où l'essaim des rêves
malfaisants
Tord sur leurs oreillers les bruns
adolescents;
Où, comme un oeil sanglant qui palpite et
qui bouge,
La lampe sur le jour fait une tache
rouge;
Où l'âme, sous le poids du corps revêche
et lourd,
Imite les combats de la lampe et du jour.
Comme un visage en pleurs que les brises
essuient,
L'air est plein du frisson des choses qui
s'enfuient,
Et l'homme est las d'écrire et la femme
d'aimer.
Les maisons çà et là commençaient à
fumer.
Les femmes de plaisir, la paupière
livide,
Bouche ouverte, dormaient de leur sommeil
stupide;
Les pauvresses, traînant leurs seins
maigres et froids,
Soufflaient sur leurs tisons et
soufflaient sur leurs doigts.
C'était l'heure où parmi le froid et la
lésine
S'aggravent les douleurs des femmes en
gésine;
Comme un sanglot coupé par un sang
écumeux
Le chant du coq au loin déchirait l'air
brumeux
Une mer de brouillards baignait les
édifices,
Et les agonisants dans le fond des
hospices
Poussaient leur dernier râle en hoquets
inégaux.
Les débauchés rentraient, brisés par
leurs travaux.
L'aurore grelottante en robe rose et
verte
S'avançait lentement sur la Seine
déserte,
Et le sombre Paris, en se frottant les
yeux
Empoignait ses outils, vieillard
laborieux.
LE VIN
CIV - L'Ame du Vin
Un soir, l'âme du vin chantait dans les
bouteilles:
"Homme, vers toi je pousse, ô cher
déshérité,
Sous ma prison de verre et mes cires
vermeilles,
Un chant plein de lumière et de
fraternité!
Je sais combien il faut, sur la colline
en flamme,
De peine, de sueur et de soleil cuisant
Pour engendrer ma vie et pour me donner
l'âme;
Mais je ne serai point ingrat ni
malfaisant,
Car j'éprouve une joie immense quand je
tombe
Dans le gosier d'un homme usé par ses
travaux,
Et sa chaude poitrine est une douce tombe
Où je me plais bien mieux que dans mes
froids caveaux.
Entends-tu retentir les refrains des
dimanches
Et l'espoir qui gazouille en mon sein
palpitant?
Les coudes sur la table et retroussant
tes manches,
Tu me glorifieras et tu seras content;
J'allumerai les yeux de ta femme ravie;
A ton fils je rendrai sa force et ses
couleurs
Et serai pour ce frêle athlète de la vie
L'huile qui raffermit les muscles des
lutteurs.
En toi je tomberai, végétale ambroisie,
Grain précieux jeté par l'éternel Semeur,
Pour que de notre amour naisse la poésie
Qui jaillira vers Dieu comme une rare
fleur!"
CV - Le Vin de Chiffonniers
Souvent à la clarté rouge d'un réverbère
Dont le vent bat la flamme et tourmente
le verre,
Au coeur d'un vieux faubourg, labyrinthe
fangeux
Où l'humanité grouille en ferments
orageux,
On voit un chiffonnier qui vient, hochant
la tête,
Butant, et se cognant aux murs comme un
poète,
Et, sans prendre souci des mouchards, ses
sujets,
Epanche tout son coeur en glorieux
projets.
Il prête des serments, dicte des lois
sublimes,
Terrasse les méchants, relève les
victimes,
Et sous le firmament comme un dais
suspendu
S'enivre des splendeurs de sa propre
vertu.
Oui, ces gens harcelés de chagrins de
ménage
Moulus par le travail et tourmentés par
l'âge
Ereintés et pliant sous un tas de débris,
Vomissement confus de l'énorme Paris,
Reviennent, parfumés d'une odeur de
futailles,
Suivis de compagnons, blanchis dans les
batailles,
Dont la moustache pend comme les vieux
drapeaux.
Les bannières, les fleurs et les arcs
triomphaux
Se dressent devant eux, solennelle magie!
Et dans l'étourdissante et lumineuse
orgie
Des clairons, du soleil, des cris et du
tambour,
Ils apportent la gloire au peuple ivre
d'amour!
C'est ainsi qu'à travers l'Humanité
frivole
Le vin roule de l'or, éblouissant
Pactole;
Par le gosier de l'homme il chante ses
exploits
Et règne par ses dons ainsi que les vrais
rois.
Pour noyer la rancoeur et bercer
l'indolence
De tous ces vieux maudits qui meurent en
silence,
Dieu, touché de remords, avait fait le
sommeil;
L'Homme ajouta le Vin, fils sacré du
Soleil!
CVI - Le Vin de l'Assassin
Ma femme est morte, je suis libre!
Je puis donc boire tout mon soûl.
Lorsque je rentrais sans un sou,
Ses cris me déchiraient la fibre.
Autant qu'un roi je suis heureux;
L'air est pur, le ciel admirable...
Nous avions un été semblable
Lorsque j'en devins amoureux!
L'horrible soif qui me déchire
Aurait besoin pour s'assouvir
D'autant de vin qu'en peut tenir
Son tombeau; - ce n'est pas peu dire:
Je l'ai jetée au fond d'un puits,
Et j'ai même poussé sur elle
Tous les pavés de la margelle.
- Je l'oublierai si je le puis!
Au nom des serments de tendresse,
Dont rien ne peut nous délier,
Et pour nous réconcilier
Comme au beau temps de notre ivresse,
J'implorai d'elle un rendez-vous,
Le soir, sur une route obscure.
Elle y vint - folle créature!
Nous sommes tous plus ou moins fous!
Elle était encore jolie,
Quoique bien fatiguée! et moi,
Je l'aimais trop! voilà pourquoi
Je lui dis: Sors de cette vie!
Nul ne peut me comprendre. Un seul
Parmi ces ivrognes stupides
Songea-t-il dans ses nuits morbides
A faire du vin un linceul?
Cette crapule invulnérable
Comme les machines de fer
Jamais, ni l'été ni l'hiver,
N'a connu l'amour véritable,
Avec ses noirs enchantements,
Son cortège infernal d'alarmes,
Ses fioles de poison, ses larmes,
Ses bruits de chaîne et d'ossements!
- Me voilà libre et solitaire!
Je serai ce soir ivre mort;
Alors, sans peur et sans remords,
Je me coucherai sur la terre,
Et je dormirai comme un chien!
Le chariot aux lourdes roues
Chargé de pierres et de boues,
Le wagon enragé peut bien
Ecraser ma tête coupable
Ou me couper par le milieu,
Je m'en moque comme de Dieu,
Du Diable ou de la Sainte Table!
CVII - Le Vin du Solitaire
Le regard singulier d'une femme galante
Qui se glisse vers nous comme le rayon
blanc
Que la lune onduleuse envoie au lac
tremblant,
Quand elle y veut baigner sa beauté
nonchalante;
Le dernier sac d'écus dans les doigts
d'un joueur;
Un baiser libertin de la maigre Adeline;
Les sons d'une musique énervante et
câline,
Semblable au cri lointain de l'humaine
douleur,
Tout cela ne vaut pas, ô bouteille
profonde,
Les baumes pénétrants que ta panse
féconde
Garde au coeur altéré du poète pieux;
Tu lui verses l'espoir, la jeunesse et la
vie,
- Et l'orgueil, ce trésor de toute
gueuserie,
Qui nous rend triomphants et semblables
aux Dieux!
CVIII - Le Vin des Amants
Aujourd'hui l'espace est splendide!
Sans mors, sans éperons, sans bride,
Partons à cheval sur le vin
Pour un ciel féerique et divin!
Comme deux anges que torture
Une implacable calenture
Dans le bleu cristal du matin
Suivons le mirage lointain!
Mollement balancés sur l'aile
Du tourbillon intelligent,
Dans un délire parallèle,
Ma soeur, côte à côte nageant,
Nous fuirons sans repos ni trêves
Vers le paradis de mes rêves!
FLEURS DU MAL
CIX - La Destruction
Sans cesse à mes côtés s'agite le Démon;
II nage autour de moi comme un air
impalpable;
Je l'avale et le sens qui brûle mon
poumon
Et l'emplit d'un désir éternel et
coupable.
Parfois il prend, sachant mon grand amour
de l'Art,
La forme de la plus séduisante des
femmes,
Et, sous de spécieux prétextes de cafard,
Accoutume ma lèvre à des philtres
infâmes.
II me conduit ainsi, loin du regard de
Dieu,
Haletant et brisé de fatigue, au milieu
Des plaines de l'Ennui, profondes et
désertes,
Et jette dans mes yeux pleins de
confusion
Des vêtements souillés, des blessures
ouvertes,
Et l'appareil sanglant de la Destruction!
CX - Une Martyre
Dessin d'un Maître inconnu
Au milieu des flacons, des étoffes lamées
Et des meubles voluptueux,
Des marbres, des tableaux, des robes
parfumées
Qui traînent à plis somptueux,
Dans une chambre tiède où, comme en une
serre,
L'air est dangereux et fatal,
Où des bouquets mourants dans leurs
cercueils de verre
Exhalent leur soupir final,
Un cadavre sans tête épanche, comme un
fleuve,
Sur l'oreiller désaltéré
Un sang rouge et vivant, dont la toile
s'abreuve
Avec l'avidité d'un pré.
Semblable aux visions pâles qu'enfante
l'ombre
Et qui nous enchaînent les yeux,
La tête, avec l'amas de sa crinière
sombre
Et de ses bijoux précieux,
Sur la table de nuit, comme une
renoncule,
Repose; et, vide de pensers,
Un regard vague et blanc comme le
crépuscule
S'échappe des yeux révulsés.
Sur le lit, le tronc nu sans scrupules
étale
Dans le plus complet abandon
La secrète splendeur et la beauté fatale
Dont la nature lui fit don;
Un bas rosâtre, orné de coins d'or, à la
jambe,
Comme un souvenir est resté;
La jarretière, ainsi qu'un oeil secret
qui flambe,
Darde un regard diamanté.
Le singulier aspect de cette solitude
Et d'un grand portrait langoureux,
Aux yeux provocateurs comme son attitude,
Révèle un amour ténébreux,
Une coupable joie et des fêtes étranges
Pleines de baisers infernaux,
Dont se réjouissait l'essaim des mauvais
anges
Nageant dans les plis des rideaux;
Et cependant, à voir la maigreur élégante
De l'épaule au contour heurté,
La hanche un peu pointue et la taille
fringante
Ainsi qu'un reptile irrité,
Elle est bien jeune encor! - Son âme
exaspérée
Et ses sens par l'ennui mordus
S'étaient-ils entr'ouverts à la meute
altérée
Des désirs errants et perdus?
L'homme vindicatif que tu n'as pu,
vivante,
Malgré tant d'amour, assouvir,
Combla-t-il sur ta chair inerte et
complaisante
L'immensité de son désir?
Réponds, cadavre impur! et par tes
tresses roides
Te soulevant d'un bras fiévreux,
Dis-moi, tête effrayante, a-t-il sur tes
dents froides
Collé les suprêmes adieux?
- Loin du monde railleur, loin de la
foule impure,
Loin des magistrats curieux,
Dors en paix, dors en paix, étrange
créature,
Dans ton tombeau mystérieux;
Ton époux court le monde, et ta forme
immortelle
Veille près de lui quand il dort;
Autant que toi sans doute il te sera
fidèle,
Et constant jusques à la mort.
CXI - Femmes damnées
Comme un bétail pensif sur le sable
couchées,
Elles tournent leurs yeux vers l'horizon
des mers,
Et leurs pieds se cherchent et leurs
mains rapprochées
Ont de douces langueurs et des frissons
amers.
Les unes, coeurs épris des longues
confidences,
Dans le fond des bosquets où jasent les
ruisseaux,
Vont épelant l'amour des craintives
enfances
Et creusent le bois vert des jeunes
arbrisseaux;
D'autres, comme des soeurs, marchent
lentes et graves
A travers les rochers pleins
d'apparitions,
Où saint Antoine a vu surgir comme des
laves
Les seins nus et pourprés de ses
tentations;
II en est, aux lueurs des résines
croulantes,
Qui dans le creux muet des vieux antres
païens
T'appellent au secours de leurs fièvres
hurlantes,
O Bacchus, endormeur des remords anciens!
Et d'autres, dont la gorge aime les
scapulaires,
Qui, recélant un fouet sous leurs longs
vêtements,
Mêlent, dans le bois sombre et les nuits
solitaires,
L'écume du plaisir aux larmes des
tourments.
O vierges, ô démons, ô monstres, ô
martyres,
De la réalité grands esprits
contempteurs,
Chercheuses d'infini dévotes et satyres,
Tantôt pleines de cris, tantôt pleines de
pleurs,
Vous que dans votre enfer mon âme a
poursuivies,
Pauvres soeurs, je vous aime autant que
je vous plains,
Pour vos mornes douleurs, vos soifs
inassouvies,
Et les urnes d'amour dont vos grands
coeurs sont pleins
CXII - Les Deux Bonnes Soeurs
La Débauche et la Mort sont deux aimables
filles,
Prodigues de baisers et riches de santé,
Dont le flanc toujours vierge et drapé de
guenilles
Sous l'éternel labeur n'a jamais enfanté.
Au poète sinistre, ennemi des familles,
Favori de l'enfer, courtisan mal renté,
Tombeaux et lupanars montrent sous leurs
charmilles
Un lit que le remords n'a jamais
fréquenté.
Et la bière et l'alcôve en blasphèmes
fécondes
Nous offrent tour à tour, comme deux
bonnes soeurs,
De terribles plaisirs et d'affreuses
douceurs.
Quand veux-tu m'enterrer, Débauche aux
bras immondes?
O Mort, quand viendras-tu, sa rivale en
attraits,
Sur ses myrtes infects enter tes noirs
cyprès?
CXIII - La Fontaine de Sang
Il me semble parfois que mon sang coule à
flots,
Ainsi qu'une fontaine aux rythmiques
sanglots.
Je l'entends bien qui coule avec un long
murmure,
Mais je me tâte en vain pour trouver la
blessure.
A travers la cité, comme dans un champ
clos,
Il s'en va, transformant les pavés en
îlots,
Désaltérant la soif de chaque créature,
Et partout colorant en rouge la nature.
J'ai demandé souvent à des vins captieux
D'endormir pour un jour la terreur qui me
mine;
Le vin rend l'oeil plus clair et
l'oreille plus fine!
J'ai cherché dans l'amour un sommeil
oublieux;
Mais l'amour n'est pour moi qu'un matelas
d'aiguilles
Fait pour donner à boire à ces cruelles
filles!
CXIV - Allégorie
C'est une femme belle et de riche
encolure,
Qui laisse dans son vin traîner sa
chevelure.
Les griffes de l'amour, les poisons du
tripot,
Tout glisse et tout s'émousse au granit
de sa peau.
Elle rit à la Mort et nargue la Débauche,
Ces monstres dont la main, qui toujours
gratte et fauche,
Dans ses jeux destructeurs a pourtant
respecté
De ce corps ferme et droit la rude
majesté.
Elle marche en déesse et repose en
sultane;
Elle a dans le plaisir la foi mahométane,
Et dans ses bras ouverts, que remplissent
ses seins,
Elle appelle des yeux la race des
humains.
Elle croit, elle sait, cette vierge
inféconde
Et pourtant nécessaire à la marche du
monde,
Que la beauté du corps est un sublime don
Qui de toute infamie arrache le pardon.
Elle ignore l'Enfer comme le Purgatoire,
Et quand l'heure viendra d'entrer dans la
Nuit noire
Elle regardera la face de la Mort,
Ainsi qu'un nouveau-né, - sans haine et
sans remords.
CXV - La Béatrice
Dans des terrains cendreux, calcinés,
sans verdure,
Comme je me plaignais un jour à la
nature,
Et que de ma pensée, en vaguant au
hasard,
J'aiguisais lentement sur mon coeur le
poignard,
Je vis en plein midi descendre sur ma
tête
Un nuage funèbre et gros d'une tempête,
Qui portait un troupeau de démons
vicieux,
Semblables à des nains cruels et curieux.
A me considérer froidement ils se mirent,
Et, comme des passants sur un fou qu'ils
admirent,
Je les entendis rire et chuchoter entre
eux,
En échangeant maint signe et maint
clignement d'yeux:
- "Contemplons à loisir cette caricature
Et cette ombre d'Hamlet imitant sa
posture,
Le regard indécis et les cheveux au vent.
N'est-ce pas grand'pitié de voir ce bon
vivant,
Ce gueux, cet histrion en vacances, ce
drôle,
Parce qu'il sait jouer artistement son
rôle,
Vouloir intéresser au chant de ses
douleurs
Les aigles, les grillons, les ruisseaux
et les fleurs,
Et même à nous, auteurs de ces vieilles
rubriques,
Réciter en hurlant ses tirades
publiques?"
J'aurais pu (mon orgueil aussi haut que
les monts
Domine la nuée et le cri des démons)
Détourner simplement ma tête souveraine,
Si je n'eusse pas vu parmi leur troupe
obscène,
Crime qui n'a pas fait chanceler le
soleil!
La reine de mon coeur au regard nonpareil
Qui riait avec eux de ma sombre détresse
Et leur versait parfois quelque sale
caresse.
CXVI - Un Voyage à Cythère
Mon coeur, comme un oiseau, voltigeait
tout joyeux
Et planait librement à l'entour des
cordages;
Le navire roulait sous un ciel sans
nuages;
Comme un ange enivré d'un soleil radieux.
Quelle est cette île triste et noire? -
C'est Cythère,
Nous dit-on, un pays fameux dans les
chansons
Eldorado banal de tous les vieux garçons.
Regardez, après tout, c'est une pauvre
terre.
- Ile des doux secrets et des fêtes du
coeur!
De l'antique Vénus le superbe fantôme
Au-dessus de tes mers plane comme un
arôme
Et charge les esprits d'amour et de
langueur.
Belle île aux myrtes verts, pleine de
fleurs écloses,
Vénérée à jamais par toute nation,
Où les soupirs des coeurs en adoration
Roulent comme l'encens sur un jardin de
roses
Ou le roucoulement éternel d'un ramier!
- Cythère n'était plus qu'un terrain des
plus maigres,
Un désert rocailleux troublé par des cris
aigres.
J'entrevoyais pourtant un objet
singulier!
Ce n'était pas un temple aux ombres
bocagères,
Où la jeune prêtresse, amoureuse des
fleurs,
Allait, le corps brûlé de secrètes
chaleurs,
Entre-bâillant sa robe aux brises
passagères;
Mais voilà qu'en rasant la côte d'assez
près
Pour troubler les oiseaux avec nos voiles
blanches,
Nous vîmes que c'était un gibet à trois
branches,
Du ciel se détachant en noir, comme un
cyprès.
De féroces oiseaux perchés sur leur
pâture
Détruisaient avec rage un pendu déjà mûr,
Chacun plantant, comme un outil, son bec
impur
Dans tous les coins saignants de cette
pourriture;
Les yeux étaient deux trous, et du ventre
effondré
Les intestins pesants lui coulaient sur
les cuisses,
Et ses bourreaux, gorgés de hideuses
délices,
L'avaient à coups de bec absolument
châtré.
Sous les pieds, un troupeau de jaloux
quadrupèdes,
Le museau relevé, tournoyait et rôdait;
Une plus grande bête au milieu s'agitait
Comme un exécuteur entouré de ses aides.
Habitant de Cythère, enfant d'un ciel si
beau,
Silencieusement tu souffrais ces insultes
En expiation de tes infâmes cultes
Et des péchés qui t'ont interdit le
tombeau.
Ridicule pendu, tes douleurs sont les
miennes!
Je sentis, à l'aspect de tes membres
flottants,
Comme un vomissement, remonter vers mes
dents
Le long fleuve de fiel des douleurs
anciennes;
Devant toi, pauvre diable au souvenir si
cher,
J'ai senti tous les becs et toutes les
mâchoires
Des corbeaux lancinants et des panthères
noires
Qui jadis aimaient tant à triturer ma
chair.
- Le ciel était charmant, la mer était
unie;
Pour moi tout était noir et sanglant
désormais,
Hélas! et j'avais, comme en un suaire
épais,
Le coeur enseveli dans cette allégorie.
Dans ton île, ô Vénus! je n'ai trouvé
debout
Qu'un gibet symbolique où pendait mon
image...
- Ah! Seigneur! donnez-moi la force et le
courage
De contempler mon coeur et mon corps sans
dégoût!
CXVII - L'Amour et le Crâne
Vieux cul-de-lampe
L'Amour est assis sur le crâne
De l'Humanité,
Et sur ce trône le profane,
Au rire effronté,
Souffle gaiement des bulles rondes
Qui montent dans l'air,
Comme pour rejoindre les mondes
Au fond de l'éther.
Le globe lumineux et frêle
Prend un grand essor,
Crève et crache son âme grêle
Comme un songe d'or.
J'entends le crâne à chaque bulle
Prier et gémir:
- "Ce jeu féroce et ridicule,
Quand doit-il finir?
Car ce que ta bouche cruelle
Eparpille en l'air,
Monstre assassin, c'est ma cervelle,
Mon sang et ma chair!"
REVOLTE
CXVIII - Le Reniement de Saint Pierre
Qu'est-ce que Dieu fait donc de ce flot
d'anathèmes
Qui monte tous les jours vers ses chers
Séraphins?
Comme un tyran gorgé de viande et de
vins,
II s'endort au doux bruit de nos affreux
blasphèmes.
Les sanglots des martyrs et des
suppliciés
Sont une symphonie enivrante sans doute,
Puisque, malgré le sang que leur volupté
coûte,
Les cieux ne s'en sont point encore
rassasiés!
- Ah! Jésus, souviens-toi du Jardin des
Olives!
Dans ta simplicité tu priais à genoux
Celui qui dans son ciel riait au bruit
des clous
Que d'ignobles bourreaux plantaient dans
tes chairs vives,
Lorsque tu vis cracher sur ta divinité
La crapule du corps de garde et des
cuisines,
Et lorsque tu sentis s'enfoncer les
épines
Dans ton crâne où vivait l'immense
Humanité;
Quand de ton corps brisé la pesanteur
horrible
Allongeait tes deux bras distendus, que
ton sang
Et ta sueur coulaient de ton front
pâlissant,
Quand tu fus devant tous posé comme une
cible,
Rêvais-tu de ces jours si brillants et si
beaux
Où tu vins pour remplir l'éternelle
promesse,
Où tu foulais, monté sur une douce
ânesse,
Des chemins tout jonchés de fleurs et de
rameaux,
Où, le coeur tout gonflé d'espoir et de
vaillance,
Tu fouettais tous ces vils marchands à
tour de bras,
Où tu fus maître enfin? Le remords
n'a-t-il pas
Pénétré dans ton flanc plus avant que la
lance?
- Certes, je sortirai, quant à moi,
satisfait
D'un monde où l'action n'est pas la soeur
du rêve;
Puissé-je user du glaive et périr par le
glaive!
Saint Pierre a renié Jésus... il a bien
fait!
CXIX - Abel et Caïn
I
Race d'Abel, dors, bois et mange;
Dieu te sourit complaisamment.
Race de Caïn, dans la fange
Rampe et meurs misérablement.
Race d'Abel, ton sacrifice
Flatte le nez du Séraphin!
Race de Caïn, ton supplice
Aura-t-il jamais une fin?
Race d'Abel, vois tes semailles
Et ton bétail venir à bien;
Race de Caïn, tes entrailles
Hurlent la faim comme un vieux chien.
Race d'Abel, chauffe ton ventre
A ton foyer patriarcal;
Race de Caïn, dans ton antre
Tremble de froid, pauvre chacal!
Race d'Abel, aime et pullule!
Ton or fait aussi des petits.
Race de Caïn, coeur qui brûle,
Prends garde à ces grands appétits.
Race d'Abel, tu croîs et broutes
Comme les punaises des bois!
Race de Caïn, sur les routes
Traîne ta famille aux abois.
II
Ah! race d'Abel, ta charogne
Engraissera le sol fumant!
Race de Caïn, ta besogne
N'est pas faite suffisamment;
Race d'Abel, voici ta honte:
Le fer est vaincu par l'épieu!
Race de Caïn, au ciel monte,
Et sur la terre jette Dieu!
CXX - Les Litanies de Satan
O toi, le plus savant et le plus beau des
Anges,
Dieu trahi par le sort et privé de
louanges,
O Satan, prends pitié de ma longue
misère!
O Prince de l'exil, à qui l'on a fait
tort
Et qui, vaincu, toujours te redresses
plus fort,
O Satan, prends pitié de ma longue
misère!
Toi qui sais tout, grand roi des choses
souterraines,
Guérisseur familier des angoisses
humaines,
O Satan, prends pitié de ma longue
misère!
Toi qui, même aux lépreux, aux parias
maudits,
Enseignes par l'amour le goût du Paradis,
O Satan, prends pitié de ma longue
misère!
O toi qui de la Mort, ta vieille et forte
amante,
Engendras l'Espérance, - une folle
charmante!
O Satan, prends pitié de ma longue
misère!
Toi qui fais au proscrit ce regard calme
et haut
Qui damne tout un peuple autour d'un
échafaud.
O Satan, prends pitié de ma longue
misère!
Toi qui sais en quels coins des terres
envieuses
Le Dieu jaloux cacha les pierres
précieuses,
O Satan, prends pitié de ma longue
misère!
Toi dont l'oeil clair connaît les
profonds arsenaux
Où dort enseveli le peuple des métaux,
O Satan, prends pitié de ma longue
misère!
Toi dont la large main cache les
précipices
Au somnambule errant au bord des
édifices,
O Satan, prends pitié de ma longue
misère!
Toi qui, magiquement, assouplis les vieux
os
De l'ivrogne attardé foulé par les
chevaux,
O Satan, prends pitié de ma longue
misère!
Toi qui, pour consoler l'homme frêle qui
souffre,
Nous appris à mêler le salpêtre et le
soufre,
O Satan, prends pitié de ma longue
misère!
Toi qui poses ta marque, ô complice
subtil,
Sur le front du Crésus impitoyable et
vil,
O Satan, prends pitié de ma longue
misère!
Toi qui mets dans les yeux et dans le
coeur des filles
Le culte de la plaie et l'amour des
guenilles,
O Satan, prends pitié de ma longue
misère!
Bâton des exilés, lampe des inventeurs,
Confesseur des pendus et des
conspirateurs,
O Satan, prends pitié de ma longue
misère!
Père adoptif de ceux qu'en sa noire
colère
Du paradis terrestre a chassés Dieu le
Père,
O Satan, prends pitié de ma longue
misère!
Prière
Gloire et louange à toi, Satan, dans les
hauteurs
Du Ciel, où tu régnas, et dans les
profondeurs
De l'Enfer, où, vaincu, tu rêves en
silence!
Fais que mon âme un jour, sous l'Arbre de
Science,
Près de toi se repose, à l'heure où sur
ton front
Comme un Temple nouveau ses rameaux
s'épandront!
LA MORT
CXXI - La Mort des Amants
Nous aurons des lits pleins d'odeurs
légères,
Des divans profonds comme des tombeaux,
Et d'étranges fleurs sur des étagères,
Ecloses pour nous sous des cieux plus
beaux.
Usant à l'envi leurs chaleurs dernières,
Nos deux coeurs seront deux vastes
flambeaux,
Qui réfléchiront leurs doubles lumières
Dans nos deux esprits, ces miroirs
jumeaux.
Un soir fait de rose et de bleu mystique,
Nous échangerons un éclair unique,
Comme un long sanglot, tout chargé
d'adieux;
Et plus tard un Ange, entr'ouvrant les
portes,
Viendra ranimer, fidèle et joyeux,
Les miroirs ternis et les flammes mortes.
CXXII - La Mort des Pauvres
C'est la Mort qui console, hélas! et qui
fait vivre;
C'est le but de la vie - et c'est le seul
espoir
Qui, comme un élixir, nous monte et nous
enivre,
Et nous donne le coeur de marcher
jusqu'au soir;
A travers la tempête, et la neige, et le
givre,
C'est la clarté vibrante à notre horizon
noir
C'est l'auberge fameuse inscrite sur le
livre,
Où l'on pourra manger, et dormir, et
s'asseoir;
C'est un Ange qui tient dans ses doigts
magnétiques
Le sommeil et le don des rêves
extatiques,
Et qui refait le lit des gens pauvres et
nus;
C'est la gloire des Dieux, c'est le
grenier mystique,
C'est la bourse du pauvre et sa patrie
antique,
C'est le portique ouvert sur les Cieux
inconnus!
CXXIII - La Mort des Artistes
Combien faut-il de fois secouer mes
grelots
Et baiser ton front bas, morne
caricature?
Pour piquer dans le but, de mystique
nature,
Combien, ô mon carquois, perdre de
javelots?
Nous userons notre âme en de subtils
complots,
Et nous démolirons mainte lourde
armature,
Avant de contempler la grande Créature
Dont l'infernal désir nous remplit de
sanglots!
Il en est qui jamais n'ont connu leur
Idole,
Et ces sculpteurs damnés et marqués d'un
affront,
Qui vont se martelant la poitrine et le
front,
N'ont qu'un espoir, étrange et sombre
Capitole!
C'est que la Mort, planant comme un
soleil nouveau,
Fera s'épanouir les fleurs de leur
cerveau!
CXXIV - La Fin de la Journée
Sous une lumière blafarde
Court, danse et se tord sans raison
La Vie, impudente et criarde.
Aussi, sitôt qu'à l'horizon
La nuit voluptueuse monte,
Apaisant tout, même la faim,
Effaçant tout, même la honte,
Le Poète se dit: "Enfin!
Mon esprit, comme mes vertèbres,
Invoque ardemment le repos;
Le coeur plein de songes funèbres,
Je vais me coucher sur le dos
Et me rouler dans vos rideaux,
O rafraîchissantes ténèbres!"
CXXV - Le Rêve d'un Curieux
A Félix Nadar
Connais-tu, comme moi, la douleur
savoureuse
Et de toi fais-tu dire: "Oh! l'homme
singulier!"
- J'allais mourir. C'était dans mon âme
amoureuse
Désir mêlé d'horreur, un mal particulier;
Angoisse et vif espoir, sans humeur
factieuse.
Plus allait se vidant le fatal sablier,
Plus ma torture était âpre et délicieuse;
Tout mon coeur s'arrachait au monde
familier.
J'étais comme l'enfant avide du
spectacle,
Haïssant le rideau comme on hait un
obstacle...
Enfin la vérité froide se révéla:
J'étais mort sans surprise, et la
terrible aurore
M'enveloppait. - Eh quoi! n'est-ce donc
que cela?
La toile était levée et j'attendais
encore.
CXXVI - Le Voyage
A Maxime du Camp
I
Pour l'enfant, amoureux de cartes et
d'estampes,
L'univers est égal à son vaste appétit.
Ah! que le monde est grand à la clarté
des lampes!
Aux yeux du souvenir que le monde est
petit!
Un matin nous partons, le cerveau plein
de flamme,
Le coeur gros de rancune et de désirs
amers,
Et nous allons, suivant le rythme de la
lame,
Berçant notre infini sur le fini des
mers:
Les uns, joyeux de fuir une patrie
infâme;
D'autres, l'horreur de leurs berceaux, et
quelques-uns,
Astrologues noyés dans les yeux d'une
femme,
La Circé tyrannique aux dangereux
parfums.
Pour n'être pas changés en bêtes, ils
s'enivrent
D'espace et de lumière et de cieux
embrasés;
La glace qui les mord, les soleils qui
les cuivrent,
Effacent lentement la marque des baisers.
Mais les vrais voyageurs sont ceux-là
seuls qui partent
Pour partir; coeurs légers, semblables
aux ballons,
De leur fatalité jamais ils ne
s'écartent,
Et, sans savoir pourquoi, disent
toujours: Allons!
Ceux-là dont les désirs ont la forme des
nues,
Et qui rêvent, ainsi qu'un conscrit le
canon,
De vastes voluptés, changeantes,
inconnues,
Et dont l'esprit humain n'a jamais su le
nom!
II
Nous imitons, horreur! la toupie et la
boule
Dans leur valse et leurs bonds; même dans
nos sommeils
La Curiosité nous tourmente et nous roule
Comme un Ange cruel qui fouette des
soleils.
Singulière fortune où le but se déplace,
Et, n'étant nulle part, peut être
n'importe où!
Où l'Homme, dont jamais l'espérance n'est
lasse,
Pour trouver le repos court toujours
comme un fou!
Notre âme est un trois-mâts cherchant son
Icarie;
Une voix retentit sur le pont: "Ouvre
l'oeil!"
Une voix de la hune, ardente et folle,
crie:
"Amour... gloire... bonheur!" Enfer!
c'est un écueil!
Chaque îlot signalé par l'homme de vigie
Est un Eldorado promis par le Destin;
L'Imagination qui dresse son orgie
Ne trouve qu'un récif aux clartés du
matin.
O le pauvre amoureux des pays
chimériques!
Faut-il le mettre aux fers, le jeter à la
mer,
Ce matelot ivrogne, inventeur d'Amériques
Dont le mirage rend le gouffre plus amer?
Tel le vieux vagabond, piétinant dans la
boue,
Rêve, le nez en l'air, de brillants
paradis;
Son oeil ensorcelé découvre une Capoue
Partout où la chandelle illumine un
taudis.
III
Etonnants voyageurs! quelles nobles
histoires
Nous lisons dans vos yeux profonds comme
les mers!
Montrez-nous les écrins de vos riches
mémoires,
Ces bijoux merveilleux, faits d'astres et
d'éthers.
Nous voulons voyager sans vapeur et sans
voile!
Faites, pour égayer l'ennui de nos
prisons,
Passer sur nos esprits, tendus comme une
toile,
Vos souvenirs avec leurs cadres
d'horizons.
Dites, qu'avez-vous vu?
IV
"Nous avons vu des astres
Et des flots, nous avons vu des sables
aussi;
Et, malgré bien des chocs et d'imprévus
désastres,
Nous nous sommes souvent ennuyés, comme
ici.
La gloire du soleil sur la mer violette,
La gloire des cités dans le soleil
couchant,
Allumaient dans nos coeurs une ardeur
inquiète
De plonger dans un ciel au reflet
alléchant.
Les plus riches cités, les plus grands
paysages,
Jamais ne contenaient l'attrait
mystérieux
De ceux que le hasard fait avec les
nuages.
Et toujours le désir nous rendait
soucieux!
- La jouissance ajoute au désir de la
force.
Désir, vieil arbre à qui le plaisir sert
d'engrais,
Cependant que grossit et durcit ton
écorce,
Tes branches veulent voir le soleil de
plus près!
Grandiras-tu toujours, grand arbre plus
vivace
Que le cyprès? - Pourtant nous avons,
avec soin,
Cueilli quelques croquis pour votre album
vorace
Frères qui trouvez beau tout ce qui vient
de loin!
Nous avons salué des idoles à trompe;
Des trônes constellés de joyaux lumineux;
Des palais ouvragés dont la féerique
pompe
Serait pour vos banquiers un rêve
ruineux;
Des costumes qui sont pour les yeux une
ivresse;
Des femmes dont les dents et les ongles
sont teints,
Et des jongleurs savants que le serpent
caresse."
V
Et puis, et puis encore?
VI
"O cerveaux enfantins!
Pour ne pas oublier la chose capitale,
Nous avons vu partout, et sans l'avoir
cherché,
Du haut jusques en bas de l'échelle
fatale,
Le spectacle ennuyeux de l'immortel
péché:
La femme, esclave vile, orgueilleuse et
stupide,
Sans rire s'adorant et s'aimant sans
dégoût;
L'homme, tyran goulu, paillard, dur et
cupide,
Esclave de l'esclave et ruisseau dans
l'égout;
Le bourreau qui jouit, le martyr qui
sanglote;
La fête qu'assaisonne et parfume le sang;
Le poison du pouvoir énervant le despote,
Et le peuple amoureux du fouet
abrutissant;
Plusieurs religions semblables à la
nôtre,
Toutes escaladant le ciel; la Sainteté,
Comme en un lit de plume un délicat se
vautre,
Dans les clous et le crin cherchant la
volupté;
L'Humanité bavarde, ivre de son génie,
Et, folle maintenant comme elle était
jadis,
Criant à Dieu, dans sa furibonde agonie:
"O mon semblable, mon maître, je te
maudis!"
Et les moins sots, hardis amants de la
Démence,
Fuyant le grand troupeau parqué par le
Destin,
Et se réfugiant dans l'opium immense!
- Tel est du globe entier l'éternel
bulletin."
VII
Amer savoir, celui qu'on tire du voyage!
Le monde, monotone et petit, aujourd'hui,
Hier, demain, toujours, nous fait voir
notre image:
Une oasis d'horreur dans un désert
d'ennui!
Faut-il partir? rester? Si tu peux
rester, reste;
Pars, s'il le faut. L'un court, et
l'autre se tapit
Pour tromper l'ennemi vigilant et
funeste,
Le Temps! Il est, hélas! des coureurs
sans répit,
Comme le Juif errant et comme les
apôtres,
A qui rien ne suffit, ni wagon ni
vaisseau,
Pour fuir ce rétiaire infâme; il en est
d'autres
Qui savent le tuer sans quitter leur
berceau.
Lorsque enfin il mettra le pied sur notre
échine,
Nous pourrons espérer et crier: En avant!
De même qu'autrefois nous partions pour
la Chine,
Les yeux fixés au large et les cheveux au
vent,
Nous nous embarquerons sur la mer des
Ténèbres
Avec le coeur joyeux d'un jeune passager.
Entendez-vous ces voix charmantes et
funèbres,
Qui chantent: "Par ici vous qui voulez
manger
Le Lotus parfumé! c'est ici qu'on
vendange
Les fruits miraculeux dont votre coeur a
faim;
Venez vous enivrer de la douceur étrange
De cette après-midi qui n'a jamais de
fin!"
A l'accent familier nous devinons le
spectre;
Nos Pylades là-bas tendent leurs bras
vers nous.
"Pour rafraîchir ton coeur nage vers ton
Electre!"
Dit celle dont jadis nous baisions les
genoux.
VIII
O Mort, vieux capitaine, il est temps!
levons l'ancre!
Ce pays nous ennuie, ô Mort!
Appareillons!
Si le ciel et la mer sont noirs comme de
l'encre,
Nos coeurs que tu connais sont remplis de
rayons!
Verse-nous ton poison pour qu'il nous
réconforte!
Nous voulons, tant ce feu nous brûle le
cerveau,
Plonger au fond du gouffre, Enfer ou
Ciel, qu'importe?
Au fond de l'Inconnu pour trouver du
nouveau!
[FIN DU TEXTE DE BAUDELAIRE]
LES EPAVES
LES EPAVES
I - Le coucher du soleil
romantique
Que le soleil est beau quand tout frais
il se lève,
Comme une explosion nous lançant son
bonjour !
- Bienheureux celui-là qui peut avec
amour
Saluer son coucher plus glorieux qu'un
rêve !
Je me souviens ! J'ai vu tout, fleur,
source, sillon,
Se pâmer sous son oeil comme un coeur qui
palpite...
- Courons vers l'horizon, il est tard,
courons vite,
Pour attraper au moins un oblique rayon !
Mais je poursuis en vain le Dieu qui se
retire ;
L'irrésistible Nuit établit son empire,
Noire, humide, funeste et pleine de
frissons ;
Une odeur de tombeau dans les ténèbres
nage,
Et mon pied peureux froisse, au bord du
marécage,
Des crapauds imprévus et de froids
limaçons.
PIECES CONDAMNEES TIREES DES FLEURS DU
MAL
II - Lesbos
Mère des jeux latins et des voluptés
grecques,
Lesbos, où les baisers, languissants ou
joyeux,
Chauds comme les soleils, frais comme les
pastèques,
Font l'ornement des nuits et des jours
glorieux,
Mère des jeux latins et des voluptés
grecques,
Lesbos, où les baisers sont comme les
cascades
Qui se jettent sans peur dans les
gouffres sans fonds
Et courent , sanglotant et gloussant par
saccades,
Orageux et secrets, fourmillants et
profonds ;
Lesbos, où les baisers sont comme les
cascades !
Lesbos, où les Phrynés l'une l'autre
s'attirent,
Où jamais un soupir ne resta sans écho,
A l'égal de Paphos les étoiles
t'admirent,
Et Vénus à bon droit peut jalouser Sapho
!
Lesbos, où les Phrynés l'une l'autre
s'attirent,
Lesbos, terre des nuits chaudes et
langoureuses,
Qui font qu'à leurs miroirs, stérile
volupté !
Les filles aux yeux creux, de leur corps
amoureuses,
Caressent les fruits mûrs de leur
nubilité ;
Lesbos, terre des nuits chaudes et
langoureuses,
Laisse du vieux Platon se froncer l'oeil
austère ;
Tu tires ton pardon de l'excès des
baisers,
Reine du doux empire, aimable et noble
terre,
Et des raffinements toujours inépuisés.
Laisse du vieux Platon se froncer l'oeil
austère.
Tu tires ton pardon de l'éternel martyre,
Infligé sans relâche aux coeurs
ambitieux,
Qu'attire loin de nous le radieux sourire
Entrevu vaguement au bord des autres
cieux !
Tu tires ton pardon de l'éternel martyre
!
Qui des Dieux osera, Lesbos, être ton
juge
Et condamner ton front pâli dans les
travaux,
Si ses balances d'or n'ont pesé le déluge
De larmes qu'à la mer ont versé tes
ruisseaux ?
Qui des Dieux osera, Lesbos, être ton
juge ?
Que nous veulent les lois du juste et de
l'injuste ?
Vierges au coeur sublime, honneur de
l'Archipel,
Votre religion comme une autre est
auguste,
Et l'amour se rira de l'Enfer et du Ciel
!
Que nous veulent les lois du juste et de
l'injuste ?
Car Lesbos entre tous m'a choisi sur la
terre
Pour chanter le secret de ses vierges en
fleurs,
Et je fus dès l'enfance admis au noir
mystère
Des rires effrénés mêlés aux sombres
pleurs ;
Car Lesbos entre tous m'a choisi sur la
terre.
Et depuis lors je veille au sommet de
Leucate,
Comme une sentinelle à l'oeil perçant et
sûr,
Qui guette nuit et jour brick, tartane ou
frégate,
Dont les formes au loin frissonnent dans
l'azur ;
Et depuis lors je veille au sommet de
Leucate,
Pour savoir si la mer est indulgente et
bonne,
Et parmi les sanglots dont le roc
retentit
Un soir ramènera vers Lesbos, qui
pardonne,
Le cadavre adoré de Sapho qui partit
Pour savoir si la mer est indulgente et
bonne !
De la mâle Sapho, l'amante et le poète,
Plus belle que Vénus par ses mornes
pâleurs !
- L'oeil d'azur est vaincu par l'oeil
noir que tachète
Le cercle ténébreux tracé par les
douleurs
De la mâle Sapho, l'amante et le poète !
- Plus belle que Vénus se dressant sur le
monde
Et versant les trésors de sa sérénité
Et le rayonnement de sa jeunesse blonde
Sur le vieil Océan de sa fille enchanté ;
Plus belle que Vénus se dressant sur le
monde !
- De Sapho qui mourut le jour de son
blasphème,
Quand, insultant le rite et le culte
inventé,
Elle fit son beau corps la pâture suprême
D'un brutal dont l'orgueil punit
l'impiété
De celle qui mourut le jour de son
blasphème.
Et c'est depuis ce temps que Lesbos se
lamente,
Et, malgré les honneurs que lui rend
l'univers,
S'enivre chaque nuit du cri de la
tourmente
Que poussent vers les cieux ses rivages
déserts.
Et c'est depuis ce temps que Lesbos se
lamente !
III - Femmes damnées
A la pâle clarté des lampes
languissantes,
Sur de profonds coussins tout imprégnés
d'odeur
Hippolyte rêvait aux caresses puissantes
Qui levaient le rideau de sa jeune
candeur.
Elle cherchait, d'un oeil troublé par la
tempête,
De sa naïveté le ciel déjà lointain,
Ainsi qu'un voyageur qui retourne la tête
Vers les horizons bleus dépassés le
matin.
De ses yeux amortis les paresseuses
larmes,
L'air brisé, la stupeur, la morne
volupté,
Ses bras vaincus, jetés comme de vaines
armes,
Tout servait, tout parait sa fragile
beauté.
Etendue à ses pieds, calme et pleine de
joie,
Delphine la couvait avec des yeux
ardents,
Comme un animal fort qui surveille une
proie,
Après l'avoir d'abord marquée avec les
dents.
Beauté forte à genoux devant la beauté
frêle,
Superbe, elle humait voluptueusement
Le vin de son triomphe, et s'allongeait
vers elle,
Comme pour recueillir un doux
remerciement.
Elle cherchait dans l'oeil de sa pâle
victime
Le cantique muet que chante le plaisir,
Et cette gratitude infinie et sublime
Qui sort de la paupière ainsi qu'un long
soupir.
- " Hippolyte, cher coeur, que dis-tu de
ces choses ?
Comprends-tu maintenant qu'il ne faut pas
offrir
L'holocauste sacré de tes premières roses
Aux souffles violents qui pourraient les
flétrir ?
Mes baisers sont légers comme ces
éphémères
Qui caressent le soir les grands lacs
transparents,
Et ceux de ton amant creuseront leurs
ornières
Comme des chariots ou des socs déchirants
;
Ils passeront sur toi comme un lourd
attelage
De chevaux et de boeufs aux sabots sans
pitié...
Hippolyte, ô ma soeur ! tourne donc ton
visage,
Toi, mon âme et mon coeur, mon tout et ma
moitié,
Tourne vers moi tes yeux pleins d'azur et
d'étoiles !
Pour un de ces regards charmants, baume
divin,
Des plaisirs plus obscurs je lèverai les
voiles,
Et je t'endormirai dans un rêve sans fin
! "
Mais Hippolyte alors, levant sa jeune
tête :
- " Je ne suis point ingrate et ne me
repens pas,
Ma Delphine, je souffre et je suis
inquiète,
Comme après un nocturne et terrible
repas.
Je sens fondre sur moi de lourdes
épouvantes
Et de noirs bataillons de fantômes épars,
Qui veulent me conduire en des routes
mouvantes
Qu'un horizon sanglant ferme de toutes
parts.
Avons-nous donc commis une action étrange
?
Explique, si tu peux, mon trouble et mon
effroi :
Je frissonne de peur quand tu me dis : "
Mon ange ! "
Et cependant je sens ma bouche aller vers
toi.
Ne me regarde pas ainsi, toi, ma pensée !
Toi que j'aime à jamais, ma soeur
d'élection,
Quand même tu serais une embûche dressée
Et le commencement de ma perdition ! "
Delphine secouant sa crinière tragique,
Et comme trépignant sur le trépied de
fer,
L'oeil fatal, répondit d'une voix
despotique :
- " Qui donc devant l'amour ose parler
d'enfer ?
Maudit soit à jamais le rêveur inutile
Qui voulut le premier, dans sa stupidité,
S'éprenant d'un problème insoluble et
stérile,
Aux choses de l'amour mêler l'honnêteté !
Celui qui veut unir dans un accord
mystique
L'ombre avec la chaleur, la nuit avec le
jour,
Ne chauffera jamais son corps paralytique
A ce rouge soleil que l'on nomme l'amour
!
Va, si tu veux, chercher un fiancé
stupide ;
Cours offrir un coeur vierge à ses cruels
baisers ;
Et, pleine de remords et d'horreur, et
livide,
Tu me rapporteras tes seins
stigmatisés...
On ne peut ici-bas contenter qu'un seul
maître ! "
Mais l'enfant, épanchant une immense
douleur,
Cria soudain : - " Je sens s'élargir dans
mon être
Un abîme béant ; cet abîme est mon cœur !
Brûlant comme un volcan, profond comme le
vide !
Rien ne rassasiera ce monstre gémissant
Et ne rafraîchira la soif de l'Euménide
Qui, la torche à la main, le brûle
jusqu'au sang.
Que nos rideaux fermés nous séparent du
monde,
Et que la lassitude amène le repos !
Je veux m'anéantir dans ta gorge
profonde,
Et trouver sur ton sein la fraîcheur des
tombeaux ! "
- Descendez, descendez, lamentables
victimes,
Descendez le chemin de l'enfer éternel !
Plongez au plus profond du gouffre, où
tous les crimes,
Flagellés par un vent qui ne vient pas du
ciel,
Bouillonnent pêle-mêle avec un bruit
d'orage.
Ombres folles, courez au but de vos
désirs ;
Jamais vous ne pourrez assouvir votre
rage,
Et votre châtiment naîtra de vos
plaisirs.
Jamais un rayon frais n'éclaira vos
cavernes ;
Par les fentes des murs des miasmes
fiévreux
Filtrent en s'enflammant ainsi que des
lanternes
Et pénètrent vos corps de leurs parfums
affreux.
L'âpre stérilité de votre jouissance
Altère votre soif et roidit votre peau,
Et le vent furibond de la concupiscence
Fait claquer votre chair ainsi qu'un
vieux drapeau.
Loin des peuples vivants, errantes,
condamnées,
A travers les déserts courez comme les
loups ;
Faites votre destin, âmes désordonnées,
Et fuyez l'infini que vous portez en vous
!
IV
Le Léthé
Viens sur mon coeur, âme cruelle et
sourde,
Tigre adoré, monstre aux airs indolents ;
Je veux longtemps plonger mes doigts
tremblants
Dans l'épaisseur de ta crinière lourde ;
Dans tes jupons remplis de ton parfum
Ensevelir ma tête endolorie,
Et respirer, comme une fleur flétrie,
Le doux relent de mon amour défunt.
Je veux dormir ! dormir plutôt que vivre
!
Dans un sommeil aussi doux que la mort,
J'étalerai mes baisers sans remord
Sur ton beau corps poli comme le cuivre.
Pour engloutir mes sanglots apaisés
Rien ne me vaut l'abîme de ta couche ;
L'oubli puissant habite sur ta bouche,
Et le Léthé coule dans tes baisers.
A mon destin, désormais mon délice,
J'obéirai comme un prédestiné ;
Martyr docile, innocent condamné,
Dont la ferveur attise le supplice,
Je sucerai, pour noyer ma rancoeur,
Le népenthès et la bonne ciguë
Aux bouts charmants de cette gorge aiguë
Qui n'a jamais emprisonné de coeur.
V
A celle qui est trop gaie
Ta tête, ton geste, ton air
Sont beaux comme un beau paysage ;
Le rire joue en ton visage
Comme un vent frais dans un ciel clair.
Le passant chagrin que tu frôles
Est ébloui par la santé
Qui jaillit comme une clarté
De tes bras et de tes épaules.
Les retentissantes couleurs
Dont tu parsèmes tes toilettes
Jettent dans l'esprit des poètes
L'image d'un ballet de fleurs.
Ces robes folles sont l'emblème
De ton esprit bariolé ;
Folle dont je suis affolé,
Je te hais autant que je t'aime !
Quelquefois dans un beau jardin
Où je traînais mon atonie,
J'ai senti, comme une ironie,
Le soleil déchirer mon sein ;
Et le printemps et la verdure
Ont tant humilié mon coeur,
Que j'ai puni sur une fleur
L'insolence de la Nature.
Ainsi je voudrais, une nuit,
Quand l'heure des voluptés sonne,
Vers les trésors de ta personne,
Comme un lâche, ramper sans bruit,
Pour châtier ta chair joyeuse,
Pour meurtrir ton sein pardonné,
Et faire à ton flanc étonné
Une blessure large et creuse,
Et, vertigineuse douceur !
A travers ces lèvres nouvelles,
Plus éclatantes et plus belles,
T'infuser mon venin, ma soeur !VI
Les bijoux
La très-chère était nue, et, connaissant
mon coeur,
Elle n'avait gardé que ses bijoux
sonores,
Dont le riche attirail lui donnait l'air
vainqueur
Qu'ont dans leurs jours heureux les
esclaves des Maures.
Quand il jette en dansant son bruit vif
et moqueur,
Ce monde rayonnant de métal et de pierre
Me ravit en extase, et j'aime à la fureur
Les choses où le son se mêle à la
lumière.
Elle était donc couchée et se laissait
aimer,
Et du haut du divan elle souriait d'aise
A mon amour profond et doux comme la mer,
Qui vers elle montait comme vers sa
falaise.
Les yeux fixés sur moi, comme un tigre
dompté,
D'un air vague et rêveur elle essayait
des poses,
Et la candeur unie à la lubricité
Donnait un charme neuf à ses
métamorphoses ;
Et son bras et sa jambe, et sa cuisse et
ses reins,
Polis comme de l'huile, onduleux comme un
cygne,
Passaient devant mes yeux clairvoyants et
sereins ;
Et son ventre et ses seins, ces grappes
de ma vigne,
S'avançaient, plus câlins que les Anges
du mal,
Pour troubler le repos où mon âme était
mise,
Et pour la déranger du rocher de cristal
Où, calme et solitaire, elle s'était
assise.
Je croyais voir unis par un nouveau
dessin
Les hanches de l'Antiope au buste d'un
imberbe,
Tant sa taille faisait ressortir son
bassin.
Sur ce teint fauve et brun, le fard était
superbe !
Et la lampe s'étant résignée à mourir,
Comme le foyer seul illuminait la
chambre,
Chaque fois qu'il poussait un flamboyant
soupir,
Il inondait de sang cette peau couleur
d'ambre !
VII
Les métamorphoses du vampire
La femme cependant, de sa bouche de
fraise,
En se tordant ainsi qu'un serpent sur la
braise,
Et pétrissant ses seins sur le fer de son
busc,
Laissait couler ces mots tout imprégnés
de musc :
" Moi, j'ai la lèvre humide, et je sais
la science
De perdre au fond d'un lit l'antique
conscience.
Je sèche tous les pleurs sur mes seins
triomphants,
Et fais rire les vieux du rire des
enfants.
Je remplace, pour qui me voit nue et sans
voiles,
La lune, le soleil, le ciel et les
étoiles !
Je suis, mon cher savant, si docte aux
Voluptés,
Lorsque j'étouffe un homme en mes bras
redoutés,
Ou lorsque j'abandonne aux morsures mon
buste,
Timide et libertine, et fragile et
robuste,
Que sur ces matelas qui se pâment d'émoi,
Les anges impuissants se damneraient pour
moi ! "
Quand elle eut de mes os sucé toute la
moelle,
Et que languissamment je me tournai vers
elle
Pour lui rendre un baiser d'amour, je ne
vis plus
Qu'une outre aux flancs gluants, toute
pleine de pus !
Je fermai les deux yeux, dans ma froide
épouvante,
Et quand je les rouvris à la clarté
vivante,
A mes côtés, au lieu du mannequin
puissant
Qui semblait avoir fait provision de
sang,
Tremblaient confusément des débris de
squelette,
Qui d'eux-mêmes rendaient le cri d'une
girouette
Ou d'une enseigne, au bout d'une tringle
de fer,
Que balance le vent pendant les nuits
d'hiver.
GALANTERIES
VIII
Le jet d'eau
Tes beaux yeux sont las, pauvre amante !
Reste longtemps, sans les rouvrir,
Dans cette pose nonchalante
Où t'a surprise le plaisir.
Dans la cour le jet d'eau qui jase
Et ne se tait ni nuit ni jour,
Entretient doucement l'extase
Où ce soir m'a plongé l'amour.
La gerbe épanouie
En mille fleurs,
Où Phoebé réjouie
Met ses couleurs,
Tombe comme une pluie
De larges pleurs.
Ainsi ton âme qu'incendie
L'éclair brûlant des voluptés
S'élance, rapide et hardie,
Vers les vastes cieux enchantés.
Puis, elle s'épanche, mourante,
En un flot de triste langueur,
Qui par une invisible pente
Descend jusqu'au fond de mon coeur.
La gerbe épanouie
En mille fleurs,
Où Phoebé réjouie
Met ses couleurs,
Tombe comme une pluie
De larges pleurs.
Ô toi, que la nuit rend si belle,
Qu'il m'est doux, penché vers tes seins,
D'écouter la plainte éternelle
Qui sanglote dans les bassins !
Lune, eau sonore, nuit bénie,
Arbres qui frissonnez autour,
Votre pure mélancolie
Est le miroir de mon amour.
La gerbe épanouie
En mille fleurs,
Où Phoebé réjouie
Met ses couleurs,
Tombe comme une pluie
De larges pleurs.
IX
Les yeux de Berthe
Vous pouvez mépriser les yeux les plus
célèbres,
Beaux yeux de mon enfant, par où filtre
et s'enfuit
Je ne sais quoi de bon, de doux comme la
Nuit !
Beaux yeux, versez sur moi vos charmantes
ténèbres !
Grands yeux de mon enfant, arcanes
adorés,
Vous ressemblez beaucoup à ces grottes
magiques
Où, derrière l'amas des ombres
léthargiques,
Scintillent vaguement des trésors ignorés
!
Mon enfant a des yeux obscurs, profonds
et vastes
Comme toi, Nuit immense, éclairés comme
toi !
Leurs feux sont ces pensers d'Amour,
mêlés de Foi,
Qui pétillent au fond, voluptueux ou
chastes.
X
Hymne
A la très chère, à la très belle
Qui remplit mon coeur de clarté,
A l'ange, à l'idole immortelle,
Salut en l'immortalité !
Elle se répand dans ma vie
Comme un air imprégné de sel,
Et dans mon âme inassouvie
Verse le goût de l'éternel.
Sachet toujours frais qui parfume
L'atmosphère d'un cher réduit,
Encensoir oublié qui fume
En secret à travers la nuit,
Comment, amour incorruptible,
T'exprimer avec vérité ?
Grain de musc qui gis, invisible,
Au fond de mon éternité !
A la très bonne, à la très belle
Qui fait ma joie et ma santé,
A l'ange, à l'idole immortelle,
Salut en l'immortalité !
XI
Les promesses d'un visage
J'aime, ô pâle beauté, tes sourcils
surbaissés,
D'où semblent couler des ténèbres,
Tes yeux, quoique très noirs, m'inspirent
des pensers
Qui ne sont pas du tout funèbres.
Tes yeux, qui sont d'accord avec tes
noirs cheveux,
Avec ta crinière élastique,
Tes yeux, languissamment, me disent : "
Si tu veux,
Amant de la muse plastique,
Suivre l'espoir qu'en toi nous avons
excité,
Et tous les goûts que tu professes,
Tu pourras constater notre véracité
Depuis le nombril jusqu'aux fesses ;
Tu trouveras au bout de deux beaux seins
bien lourds,
Deux larges médailles de bronze,
Et sous un ventre uni, doux comme du
velours,
Bistré comme la peau d'un bonze,
Une riche toison qui, vraiment, est la
soeur
De cette énorme chevelure,
Souple et frisée, et qui t'égale en
épaisseur,
Nuit sans étoiles, Nuit obscure ! "
XII
Le Monstre, ou le Paranymphe d'une
nymphe macabre
I.
Tu n'es certes pas, ma très-chère,
Ce que Veuillot nomme un tendron.
Le jeu, l'amour, la bonne chère,
Bouillonnent en toi, vieux chaudron!
Tu n'es plus fraîche, ma très-chère,
Ma vieille infante! Et cependant
Tes caravanes insensées
T'ont donné ce lustre abondant
Des choses qui sont très-usées,
Mais qui séduisent cependant.
Je ne trouve pas monotone
La verdure de tes quarante ans;
Je préfère tes fruits, Automne,
Aux fleurs banales du Printemps!
Non! tu n'es jamais monotone!
Ta carcasse à des agréments
Et des grâces particulières;
Je trouve d'étranges piments
Dans le creux de tes deux salières;
Ta carcasse à des agréments!
Nargue des amants ridicules
Du melon et du giraumont!
Je préfère tes clavicules
A celles du roi Salomon,
Et je plains ces gens ridicules!
Tes cheveux, comme un casque bleu,
Ombragent ton front de guerrière,
Qui ne pense et rougit que peu,
Et puis se sauvent par derrière,
Comme les crins d'un casque bleu.
Tes yeux qui semblent de la boue,
Où scintille quelque fanal,
Ravivés au fard de ta joue,
Lancent un éclair infernal!
Tes yeux sont noirs comme la boue!
Par sa luxure et son dédain
Ta lèvre amère nous provoque;
Cette lèvre, c'est un Eden
Qui nous attire et qui nous choque.
Quelle luxure! et quel dédain!
Ta jambe musculeuse et sèche
Sait gravir au haut des volcans,
Et malgré la neige et la dèche
Danser les plus fougueux cancans.
Ta jambe est musculeuse et sèche;
Ta peau brûlante et sans douceur,
Comme celle des vieux gendarmes,
Ne connaît pas plus la sueur
Que ton oeil ne connaît les larmes.
(Et pourtant elle a sa douceur!)
II.
Sotte, tu t'en vas droit au Diable!
Volontiers j'irais avec toi,
Si cette vitesse effroyable
Ne me causait pas quelque émoi.
Va-t'en donc, toute seule, au Diable!
Mon rein, mon poumon, mon jarret
Ne me laissent plus rendre hommage
A ce Seigneur, comme il faudrait.
"Hélas! c'est vraiment bien dommage!"
Disent mon rein et mon jarret.
Oh! très-sincèrement je souffre
De ne pas aller aux sabbats,
Pour voir, quand il pète du soufre,
Comment tu lui baises son cas!
Oh! très-sincèrement je souffre!
Je suis diablement affligé
De ne pas être ta torchère,
Et de te demander congé,
Flambeau d'enfer! Juge, ma chère,
Combien je dois être affligé,
Puisque depuis longtemps je t'aime,
Étant très-logique! En effet,
Voulant du Mal chercher la crème
Et n'aimer qu'un monstre parfait,
Vraiment oui! vieux monstre, je t'aime!
XIII
"Laudes" en l'honneur de ma Françoise
Vers composé pour une modiste érudite et
dévote
Sur un mode nouveau je te chanterai,
O mignonne qui t'ébats
Dans la solitude de mon coeur.
Sois couverte de guirlandes;
O femme exquise
Grâce à qui sont absous les péchés!
Je puiserai des baisers
Comme un bienfaisant Léthé
En toi d'où émane un attrait magnétique.
Quand la tempête des vices
Balayait tous les sentiers,
Tu parus, Déité,
Comme l'étoile salvatrice
Dans les naufrages amers ...
Que mon coeur soit pendu à tes autels!
Piscine pleine de vertu,
Source d'éternelle jeunesse,
Rends la parole à mes lèvres muettes!
Ce qui était pourri, tu l'as brûlé;
Trop grossier, tu l'as aplani;
Débile, tu l'as affermi.
Auberge dans ma disette,
Lumière dans ma nuit,
Guide-moi sur le droit chemin.
Ajoute maintenant des forces à mes
forces,
Bain de douceur tout parfumé
D'odeurs suaves!
Étincelle autour de mes reins,
O ceinture de chasteté,
Teinte d'une eau séraphique;
Coupe brillante de pierreries,
Pain salé, mets délicat,
Vin divin, ô Françoise!
EPIGRAPHES
XIV
Vers pour le portrait de M. Honoré
Daumier
Celui dont nous t'offrons l'image,
Et dont l'art, subtil entre tous,
Nous enseigne à rire de nous,
Celui-là, lecteur, est un sage.
C'est un satirique, un moqueur;
Mais l'énergie avec laquelle
Il peint le Mal et sa séquelle,
Prouve la beauté de son coeur.
Son rire n'est pas la grimace
De Melmouth ou de Méphisto
Sous la torche de l'Alecto
Qui les brûle, mais qui nous glace.
Leur rire, hélas! de la gaîté
N'est que la douloureuse charge;
Le sien rayonne, franc et large,
Comme un signe de sa bonté!
XV
Lola de Valence
Entre tant de beautés que partout on peut
voir,
Je comprends bien, amis, que le désir
balance ;
Mais on voit scintiller en Lola de
Valence
Le charme inattendu d'un bijou rose et
noir
XVI
Sur Le Tasse en prison
Le poète au cachot, débraillé, maladif,
Roulant un manuscrit sous son pied
convulsif,
Mesure d'un regard que la terreur
enflamme
L'escalier de vertige où s'abîme son âme.
Les rires enivrants dont s'emplit la
prison
Vers l'étrange et l'absurde invitent sa
raison ;
Le Doute l'environne, et la Peur
ridicule,
Hideuse et multiforme, autour de lui
circule.
Ce génie enfermé dans un taudis malsain,
Ces grimaces, ces cris, ces spectres dont
l'essaim
Tourbillonne, ameuté derrière son
oreille,
Ce rêveur que l'horreur de son logis
réveille,
Voilà bien ton emblème, Ame aux songes
obscurs,
Que le Réel étouffe entre ses quatre murs
!
PIECES DIVERSES
XVII
La voix
Mon berceau s'adossait à la bibliothèque,
Babel sombre, où roman, science, fabliau,
Tout, la cendre latine et la poussière
grecque,
Se mêlaient. J'étais haut comme un
in-folio.
Deux voix me parlaient. L'une, insidieuse
et ferme,
Disait : " La Terre est un gâteau plein
de douceur ;
Je puis (et ton plaisir serait alors sans
terme !)
Te faire un appétit d'une égale grosseur.
"
Et l'autre : " Viens ! oh ! viens voyager
dans les rêves,
Au delà du possible, au delà du connu ! "
Et celle-là chantait comme le vent des
grèves,
Fantôme vagissant, on ne sait d'où venu,
Qui caresse l'oreille et cependant
l'effraie.
Je te répondis : " Oui ! douce voix ! "
C'est d'alors
Que date ce qu'on peut, hélas ! nommer ma
plaie
Et ma fatalité. Derrière les décors
De l'existence immense, au plus noir de
l'abîme,
Je vois distinctement des mondes
singuliers,
Et, de ma clairvoyance extatique victime,
Je traîne des serpents qui mordent mes
souliers.
Et c'est depuis ce temps que, pareil aux
prophètes,
J'aime si tendrement le désert et la mer
;
Que je ris dans les deuils et pleure dans
les fêtes,
Et trouve un goût suave au vin le plus
amer ;
Que je prends très souvent les faits pour
des mensonges,
Et que, les yeux au ciel, je tombe dans
des trous.
Mais la Voix me console et dit : " Garde
tes songes :
Les sages n'en ont pas d'aussi beaux que
les fous ! "
XVIII
L'Imprévu
Harpagon, qui veillait son père
agonisant,
Se dit, rêveur, devant ces lèvres déjà
blanches:
"Nous avons au grenier un nombre
suffisant,
Ce me semble, de vieilles planches?"
Célimène roucoule et dit: "Mon coeur est
bon,
Et naturellement, Dieu m'a faite
très-belle."
-- Son coeur! coeur racorni, fumé comme
un jambon,
Recuit à la flamme éternelle!
Un gazetier fumeux, qui se croit un
flambeau,
Dit au pauvre, qu'il a noyé dans les
ténèbres:
"Où donc l'aperçois-tu, ce créateur du
Beau,
Ce Redresseur que tu célèbres?"
Mieux que tous, je connais certain
voluptueux
Qui baîlle nuit et jour, et se lamente et
pleure,
Répétant, l'impuissant et le fat: "Oui,
je veux
Être vertueux, dans une heure!"
L'horloge, à son tour, dit à voix basse:
"Il est mûr,
Le damné! J'avertis en vain la chair
infecte.
L'homme est aveugle, sourd, fragile,
comme un mur
Qu'habite et que ronge un insecte!"
Et puis, Quelqu'un paraît, que tous
avaient nié,
Et qui leur dit, railleur et fier: "Dans
mon ciboire,
Vous avez, que je crois, assez communié,
A la joyeuse Messe noire?
Chacun de vous m'a fait un temple dans
son coeur;
Vous avez, en secret, baisé ma fesse
immonde!
Reconnaissez Satan à son rire vainqueur,
Énorme et laid comme le monde!
Avez-vous donc pu croire, hypocrites
surpris,
Qu'on se moque du maître, et qu'avec lui
l'on triche,
Et qu'il soit naturel de recevoir deux
prix,
D'aller au Ciel et d'être riche?
Il faut que le gibier paye le vieux
chasseur
Qui se morfond longtemps à l'affût de la
proie.
Je vais vous emporter à travers
l'épaisseur,
Compagnons de ma triste joie,
A travers l'épaisseur de la terre et du
roc,
A travers les amas confus de votre
cendre,
Dans un palais aussi grand que moi, d'un
seul bloc,
Et qui n'est pas de pierre tendre;
Car il est fait avec l'universel Péché,
Et contient mon orgueil, ma douleur et ma
gloire!"
-- Cependant, tout en haut de l'univers
juché,
Un ange sonne la victoire
De ceux dont le coeur dit: "Que béni soit
ton fouet,
Seigneur! que la douleur, ô Père, soit
bénie!
Mon âme dans tes mains n'est pas un vain
jouet,
Et ta prudence est infinie."
Le son de la trompette et si délicieux,
Dans ces soirs solennels de célestes
vendanges,
Qu'il s'infiltre comme une extase dans
tous ceux
Dont elle chante les louanges.
XIX
La Rançon
L'homme a, pour payer sa rançon,
Deux champs au tuf profond et riche,
Qu'il faut qu'il remue et défriche
Avec le fer de la raison;
Pour obtenir la moindre rose,
Pour extorquer quelques épis,
Des pleurs salés de son front gris
Sans cesse il faut qu'il les arrose.
L'un est l'Art, et l'autre l'Amour.
-- Pour rendre le juge propice,
Lorsque la stricte justice
Paraîtra le terrible jour,
Il faudra lui montrer des granges
Pleines de moissons, et des fleurs
Dont les formes et les couleurs
Gagnent les suffrage des Anges.
XX
A une Malabaraise
Tes pieds sont aussi fins que tes mains,
et ta hanche
Est Large à faire envie à la plus belle
blanche ;
A l'artiste pensif ton corps est doux et
cher ;
Tes grands yeux de velours sont plus
noirs que ta chair.
Aux pays chauds et bleus où ton Dieu t'a
fait naître,
Ta tâche est d'allumer la pipe de ton
maître,
De pourvoir les flacons d'eaux fraîches
et d'odeurs,
De chasser loin du lit les moustiques
rôdeurs,
Et, dès que le matin fait chanter les
platanes,
D'acheter au bazar ananas et bananes.
Tout le jour, où tu veux, tu mènes tes
pieds nus
Et fredonnes tout bas de vieux airs
inconnus ;
Et quand descend le soir au manteau
d'écarlate,
Tu poses doucement ton corps sur une
natte,
Où tes rêves flottants sont pleins de
colibris,
Et toujours, comme toi, gracieux et
fleuris.
Pourquoi, l'heureuse enfant, veux-tu voir
notre France,
Ce pays trop peuplé que fauche la
souffrance,
Et, confiant ta vie aux bras forts des
marins,
Faire de grands adieux à tes chers
tamarins ?
Toi, vêtue à moitié de mousselines
frêles,
Frissonnante là-bas sous la neige et les
grêles,
Comme tu pleurerais tes loisirs doux et
francs,
Si, le corset brutal emprisonnant tes
flancs,
Il te fallait glaner ton souper dans nos
fanges
Et vendre le parfum de tes charmes
étranges,
L'oeil pensif, et suivant, dans nos sales
brouillards,
Des cocotiers absents les fantômes épars
!
BUFFONERIES
XXI
Sur les débuts de mademoiselle Amina
Boschetti
(au Theatre de la Monnaie, a Bruxelles)
Amina bondit, - fuit, - puis voltige et
sourit;
Le Welche dit: «Tout ça, pour moi, c'est
du prâcrit;
Je ne connais, en fait de nymphes
bocagères,
Que celles de
Montagne-aux-Herbes-Potagères.»
Du bout de son pied fin et de son oeil
qui rit,
Amina verse à flots le délire et
l'esprit;
Le Welche dit: «Fuyez, délices
mensongères!
Mon épouse n'a pas ces allures légères.»
Vous ignorez, sylphide au jarret
triomphant,
Qui voulez enseigner la walse à
l'éléphant,
Au hibou la gaîté, le rire à la cigogne,
Que sur la grâce en feu le Welche dit:
«Haro!»
Et que le doux Bacchus lui versant du
bourgogne,
Le monstre répondrait: «J'aime mieux le
faro!»
XXII
A propos d'un importun
(a propos d-un importun qui se disait son
ami)
Il me dit qu'il était très-riche,
Mais qu'il craignait le choléra;
- Que de son or il était chiche,
Mais qu'il goûtait fort l'Opéra;
- Qu'il raffolait de la nature,
Ayant connu monsieur Corot;
- Qu'il n'avait pas encor voiture,
Mais que cela viendrait bientôt;
- Qu'il aimait le marbre et la brique,
Les bois noirs et les bois dorés;
- Qu'il possédait dans sa fabrique
Trois contre-maîtres décorés;
- Qu'il avait, sans compter le reste,
Vingt mille actions sur le Nord;
- Qu'il avait trouvé, pour un zeste,
Des encadrements d'Oppenord;
- Qu'il donnerait (fût-ce à Luzarches!)
Dans le bric-à-brac jusqu'au cou,
Et qu'au Marché des Patriarches
Il avait fait plus d'un bon coup;
- Qu'il n'aimait pas beaucoup sa femme,
Ni sa mère; - mais qu'il croyait
A l'immortalité de l'âme,
Et qu'il avait lu Niboyet!
- Qu'il penchait pour l'amour physique,
Et qu'à Rome, séjour d'ennui,
Une femme, d'ailleurs phtisique,
Etait morte d'amour pour lui.
Pendant trois heures et demie,
Ce bavard, venu de Tournai,
M'a dégoisé toute sa vie;
J'en ai le cerveau consterné.
S'il fallait décrire ma peine,
Ce serait à n'en plus finir;
Je me disais, domptant ma haine:
«Au moins, si je pouvais dormir!»
Comme un qui n'est pas à son aise,
Et qui n'ose pas s'en aller,
Je frottais de mon cul ma chaise,
Rêvant de le faire empaler.
Ce monstre se nomme Bastogne;
Il fuyait devant le fléau.
Moi, je fuirai jusqu'en Gascogne,
Ou j'irai me jeter à l'eau,
Si dans ce Paris, qu'il redoute,
Quand chacun sera retourné,
Je trouve encore sur ma route
Ce fléau, natif de Tournai.
Bruxelles, 1865.
XXIII
Un cabaret folâtre
(sur la route de Bruxelles a Uccle)
Vous qui raffolez des squelettes
Et des emblêmes détestés,
Pour épicer les voluptés,
(Fût-ce de simples omelettes!)
Vieux Pharaon, ô Monselet!
Devant cette enseigne imprévue,
J'ai rêvé de vous: A la vue
Du Cimetière, Estaminet!
AGREGADOS DE LA TERCERA EDICION
I
Épigraphe pour un livre condamné
Lecteur paisible et bucolique,
Sobre et naïf homme de bien,
Jette ce livre saturnien,
Orgiaque et mélancolique.
Si tu n'as fait ta rhétorique
Chez Satan, le rusé doyen,
Jette ! tu n'y comprendrais rien,
Ou tu me croirais hystérique.
Mais si, sans se laisser charmer,
Ton oeil sait plonger dans les gouffres,
Lis-moi, pour apprendre à m'aimer ;
Ame curieuse qui souffres
Et vas cherchant ton paradis,
Plains-moi !... sinon, je te maudis !
II
A Théodore de Banville
Vous avez empoigné les crins de la Déesse
Avec un tel poignet, qu'on vous eût pris,
à voir
Et cet air de maîtrise et ce beau
nonchaloir,
Pour un jeune ruffian terrassant sa
maîtresse.
L'oeil clair et plein du feu de la
précocité,
Vous avez prélassé votre orgueil
d'architecte
Dans des constructions dont l'audace
correcte
Fait voir quelle sera votre maturité.
Poëte, notre sang nous fuit par chaque
pore;
Est-ce que par hasard la robe du
Centaure,
Qui changeait toute veine en funèbre
ruisseau,
Était teinte trois fois dans les baves
subtiles
De ces vindicatifs et monstrueux reptiles
Que le petit Hercule étranglait au
berceau?
III
Le Calumet de paix
Imité de Longfellow
I.
Or Gitche Manito, le Maître de la Vie,
Le Puissant, descendit dans la verte
prairie,
Dans l'immense prairie aux coteaux
montueux;
Et là, sur les rochers de la Rouge
Carrière,
Dominant tout l'espace et baigné de
lumière,
Il se tenait debout, vaste et majestueux.
Alors il convoqua les peuples
innombrables,
Plus nombreux que ne sont les herbes et
les sables.
Avec sa main terrible il rompit un
morceau
Du rocher, dont il fit une pipe superbe,
Puis, au bord du ruisseau, dans une
énorme gerbe,
Pour s'en faire un tuyau, choisit un long
roseau.
Pour la bourrer il prit au saule son
écorce;
Et lui, le Tout-Puissant, Créateur de la
Force,
Debout, il alluma, comme un divin fanal,
La Pipe de la Paix. Debout sur la
Carrière
Il fumait, droit, superbe et baigné de
lumière.
Or pour les nations c'était le grand
signal.
Et lentement montait la divine fumée
Dans l'air doux du matin, onduleuse,
embaumée.
Et d'abord ce ne fut qu'un sillon
ténébreux;
Puis la vapeur se fit plus bleue et plus
épaisse,
Puis blanchit; et montant, et grossissant
sans cesse,
Elle alla se briser au dur plafond des
cieux.
Des plus lointains sommets des Montagnes
Rocheuses,
Depuis les lacs du Nord aux ondes
tapageuses,
Depuis Tawasentha, le vallon sans pareil,
Jusqu'à Tuscaloosa, le forêt parfumée,
Tous virent le signal et l'immense fumée
Montant paisiblement dans le matin
vermeil.
Les Prophètes disaient: "Voyez-vous cette
bande
De vapeur, qui, semblable à la main qui
commande,
Oscille et se détache en noir sur le
soleil?
C'est Gitche Manito, le Maître de la Vie,
Qui dit aux quatre coins de l'immense
prairie:
"Je vous convoque tous, guerriers, à mon
conseil!"
Par le chemin des eaux, par la route des
plaines,
Par les quatre côtés d'où soufflent les
haleines
Du vent, tous les guerriers de chaque
tribu, tous,
Comprenant le signal du nuage qui bouge,
Vinrent docilement à la Carrière Rouge
Où Gitche Manito leur donnait
rendez-vous.
Les guerriers se tenaient sur la verte
prairie,
Tous équipés en guerre, et la mine
aguerrie,
Bariolés ainsi qu'un feuillage automnal;
Et la haine qui fait combattre tous les
êtres,
La haine qui brûlait les yeux de leurs
ancêtres
Incendiait encor leurs yeux d'un feu
fatal.
Et leurs yeux étaient pleins de haine
héréditaire.
Or Gitche Manito, le Maître de la Terre,
Les considérait tous avec compassion,
Comme un père très-bon, ennemi du
désordre,
Qui voit ses chers petits batailler et se
mordre.
Tel Gitche Manito pour toute nation.
Il étendit sur eux sa puissante main
droite
Pour subjuguer leur coeur et leur nature
étroite,
Pour rafraîchir leur fièvre à l'ombre de
sa main;
Puis il leur dit avec sa voix
majestueuse,
Comparable à la voix d'une eau
tumultueuse
Qui tombe et rend un son monstrueux,
surhumain!
II.
"Ô ma postérité, déplorable et chérie!
Ô mes fils! écoutez la divine raison.
C'est Gitche Manito, le Maître de la Vie,
Qui vous parle! celui qui dans votre
patrie
A mis l'ours, le castor, le renne et le
bison.
Je vous ai fait la chasse et la pêche
faciles;
Pourquoi donc le chasseur devient-il
assassin?
Le marais fut par moi peuplé de
volatiles;
Pourquoi n'êtes-vous pas contents, fils
indociles?
Pourquoi l'homme fait-il la chasse à son
voisin?
Je suis vraiment las de vos horribles
guerres.
Vos prières, vos voeux mêmes sont des
forfaits!
Le péril est pour vous dans vos humeurs
contraires,
Et c'est dans l'union qu'est votre
force. En frères
Vivez donc, et sachez vous maintenir en
paix.
Bientôt vous recevrez de ma main un
Prophète
Qui viendra vous instruire et souffrir
avec vous.
Sa parole fera de la vie une fête;
Mais si vous méprisez sa sagesse
parfaite,
Pauvres enfants maudits, vous
disparaîtrez tous!
Effacez dans les flots vos couleurs
meurtrières.
Les roseaux sont nombreux et le roc est
épais;
Chacun en peut tirer sa pipe. Plus de
guerres,
Plus de sang! Désormais vivez comme des
frères,
Et tous, unis, fumez le Calumet de Paix!"
III.
Et soudain tous, jetant leurs armes sur
la terre,
Lavent dans le ruisseau les couleurs de
la guerre
Qui luisaient sur leurs fronts cruels et
triomphants.
Chacun creuse une pipe et cueille sur la
rive
Un long roseau qu'avec adresse il
enjolive.
Et l'Esprit souriait à ses pauvres
enfants!
Chacun s'en retourna l'âme calme et
ravie,
Et Gitche Manito, le Maître de la Vie,
Remonta par la porte entr'ouverte des
cieux.
-- A travers la vapeur splendide du nuage
Le Tout-Puissant montait, content de son
ouvrage,
Immense, parfumé, sublime, radieux!
IV
La Prière d'un païen
Ah! ne ralentis pas tes flammes;
Réchauffe mon coeur engourdit,
Volupté, torture des âmes!
Diva! supplicem exaudi!
Déesse dans l'air répandue,
Flamme dans notre souterrain!
Exauce une âme morfondue,
Qui te consacre un chant d'airain.
Volupté, sois toujours ma reine!
Prends le masque d'une sirène
Faite de chair et de velours,
Ou verse-moi tes sommeils lourds
Dans le vin informe et mystique,
Volupté, fantôme élastique!
V
Le Couvercle
En quelque lieu qu'il aille, ou sur mer
ou sur terre,
Sous un climat de flamme ou sous un
soleil blanc,
Serviteur de Jésus, courtisan de Cythère,
Mendiant ténébreux ou Crésus rutilant,
Citadin, campagnard, vagabond,
sédentaire,
Que son petit cerveau soit actif ou soit
lent,
Partout l'homme subit la terreur du
mystère,
Et ne regarde en haut qu'avec un oeil
tremblant.
En haut, le Ciel! ce mur de caveau qui
l'étouffe,
Plafond illuminé par un opéra bouffe
Où chaque histrion foule un sol
ensanglanté;
Terreur du libertin, espoir du fol
ermite;
Le Ciel! couvercle noir de la grande
marmite
Où bout l'imperceptible et vaste
Humanité.
VI
L'examen de minuit
La pendule, sonnant minuit,
Ironiquement nous engage
A nous rappeler quel usage
Nous fîmes du jour qui s'enfuit :
- Aujourd'hui, date fatidique,
Vendredi, treize, nous avons,
Malgré tout ce que nous savons,
Mené le train d'un hérétique ;
Nous avons blasphémé Jésus,
Des Dieux le plus incontestable !
Comme un parasite à la table
De quelque monstrueux Crésus,
Nous avons, pour plaire à la brute,
Digne vassale des Démons,
Insulté ce que nous aimons
Et flatté ce qui nous rebute ;
Contristé, servile bourreau
Le faible qu'à tort on méprise ;
Salué l'énorme Bêtise,
La Bêtise au front de taureau ;
Baisé la stupide Matière
Avec grande dévotion,
Et de la putréfaction
Béni la blafarde lumière ;
Enfin, nous avons, pour noyer
Le vertige dans le délire,
Nous, prêtre orgueilleux de la Lyre,
Dont la gloire est de déployer
L'ivresse des choses funèbres,
Bu sans soif et mangé sans faim !...
- Vite soufflons la lampe, afin
De nous cacher dans les ténèbres !
VII
Madrigal triste
I
Que m'importe que tu sois sage ?
Sois belle ! et sois triste ! Les pleurs
Ajoutent un charme au visage,
Comme le fleuve au paysage ;
L'orage rajeunit les fleurs.
Je t'aime surtout quand la joie
S'enfuit de ton front terrassé ;
Quand ton coeur dans l'horreur se noie ;
Quand sur ton présent se déploie
Le nuage affreux du passé.
Je t'aime quand ton grand oeil verse
Une eau chaude comme le sang ;
Quand, malgré ma main qui te berce,
Ton angoisse, trop lourde, perce
Comme un râle d'agonisant.
J'aspire, volupté divine !
Hymne profond, délicieux !
Tous les sanglots de ta poitrine,
Et crois que ton coeur s'illumine
Des perles que versent tes yeux !
II
Je sais que ton coeur, qui regorge
De vieux amours déracinés,
Flamboie encor comme une forge,
Et que tu couves sous ta gorge
Un peu de l'orgueil des damnés ;
Mais tant, ma chère, que tes rêves
N'auront pas reflété l'Enfer,
Et qu'en un cauchemar sans trêves,
Songeant de poisons et de glaives,
Eprise de poudre et de fer,
N'ouvrant à chacun qu'avec crainte,
Déchiffrant le malheur partout,
Te convulsant quand l'heure tinte,
Tu n'auras pas senti l'étreinte
De l'irrésistible Dégoût,
Tu ne pourras, esclave reine
Qui ne m'aimes qu'avec effroi,
Dans l'horreur de la nuit malsaine,
Me dire, l'âme de cris pleine :
" Je suis ton égale, Ô mon Roi ! "
VIII
L'avertisseur
Tout homme digne de ce nom
A dans le coeur un Serpent jaune,
Installé comme sur un trône,
Qui, s'il dit : " Je veux ! " répond : "
Non ! "
Plonge tes yeux dans les yeux fixes
Des Satyresses ou des Nixes,
La Dent dit : " Pense à ton devoir ! "
Fais des enfants, plante des arbres,
Polis des vers, sculpte des marbres,
La Dent dit : " Vivras-tu ce soir ? "
Quoi qu'il ébauche ou qu'il espère,
L'homme ne vit pas un moment
Sans subir l'avertissement
De l'insupportable Vipère.IX
Le rebelle
Un ange furieux fond du ciel comme un
aigle,
Du mécréant saisit à plein poing les
cheveux,
Et dit, le secouant : " Tu connaîtras la
règle !
(Car je suis ton bon Ange, entends-tu ?)
Je le veux !
Sache qu'il faut aimer, sans faire la
grimace,
Le pauvre, le méchant, le tortu,
l'hébété,
Pour que tu puisses faire, à Jésus, quand
il passe,
Un tapis triomphal avec ta charité.
Tel est l'Amour ! Avant que ton coeur ne
se blase,
A la gloire de Dieu rallume ton extase ;
C'est la Volupté vraie aux durables appas
!"
Et l'Ange, châtiant autant, ma foi !
qu'il aime,
De ses poings de géant torture l'anathème
;
Mais le damné répond toujours : " Je ne
veux pas !"
X
Bien loin d'ici
C'est ici la case sacrée
Où cette fille très parée,
Tranquille et toujours préparée,
D'une main éventant ses seins,
Et son coude dans les coussins,
Ecoute pleurer les bassins ;
C'est la chambre de Dorothée.
- La brise et l'eau chantent au loin
Leur chanson de sanglots heurtée
Pour bercer cette enfant gâtée.
Du haut en bas, avec grand soin,
Sa peau délicate est frottée
D'huile odorante et de benjoin.
- Des fleurs se pâment dans un coin.
XI
Le Gouffre
Pascal avait son gouffre, avec lui se
mouvant,
-- Hélas! tout est abîme, -- action,
désir, rêve,
Parole! et sur mon poil qui tout droit se
relève
Mainte fois de la Peur je sens passer le
vent.
En haut, en bas, partout, la profondeur,
la grève,
Le silence, l'espace affreux et captivant
...
Sur le fond de mes nuits Dieu de son
doigt savant
Dessine un cauchemar multiforme et sans
trêve.
J'ai peur du sommeil comme on a peur d'un
grand trou,
Tout plein de vague horreur, menant on ne
sait où;
Je ne vois qu'infini par toutes les
fenêtres,
Et mon esprit, toujours de vertige hanté,
Jalouse du néant l'insensibilité.
-- Ah! ne jamais sortir des Nombres et
des Êtres!
XII
Les plaintes d'un Icare
Les amants des prostituées
Sont heureux, dispos et repus ;
Quant à moi, mes bras sont rompus
Pour avoir étreint des nuées.
C'est grâce aux astres nonpareils,
Qui tout au fond du ciel flamboient,
Que mes yeux consumés ne voient
Que des souvenirs de soleils.
En vain j'ai voulu de l'espace
Trouver la fin et le milieu ;
Sous je ne sais quel oeil de feu
Je sens mon aile qui se casse ;
Et brûlé par l'amour du beau,
Je n'aurai pas l'honneur sublime
De donner mon nom à l'abîme
Qui me servira de tombeau.
XIII
Recueillement
Sois sage, ô ma Douleur, et tiens-toi
plus tranquille.
Tu réclamais le Soir ; il descend ; le
voici :
Une atmosphère obscure enveloppe la
ville,
Aux uns portant la paix, aux autres le
souci.
Pendant que des mortels la multitude
vile,
Sous le fouet du Plaisir, ce bourreau
sans merci,
Va cueillir des remords dans la fête
servile,
Ma douleur, donne-moi la main ; viens par
ici,
Loin d'eux. Vois se pencher les défuntes
Années,
Sur les balcons du ciel, en robes
surannées ;
Surgir du fond des eaux le Regret
souriant ;
Le Soleil moribond s'endormir sous une
arche,
Et, comme un long linceul traînant à
l'Orient,
Entends, ma chère, entends la douce Nuit
qui marche.
XIV
La lune offensée
Ô Lune qu'adoraient discrètement nos
pères,
Du haut des pays bleus où, radieux
sérail,
Les astres vont se suivre en pimpant
attirail,
Ma vieille Cynthia, lampe de nos
repaires,
Vois-tu les amoureux, sur leurs grabats
prospères,
De leur bouche en dormant montrer le
frais émail ?
Le poète buter du front sur son travail ?
Ou sous les gazons secs s'accoupler les
vipères ?
Sous ton domino jaune, et d'un pied
clandestin,
Vas-tu, comme jadis, du soir jusqu'au
matin,
Baiser d'Endymion les grâces surannées ?
- " Je vois ta mère, enfant de ce siècle
appauvri,
Qui vers son miroir penche un lourd amas
d'années,
Et plâtre artistement le sein qui t'a
nourri ! "
POESIES DIVERSES
Poèmes divers
I
N'est-ce pas qu'il est doux, maintenant
que nous sommes
Fatigués et flétris comme les autres
hommes,
De chercher quelquefois à l'Orient
lointain
Si nous voyons encore les rougeurs du
matin,
Et, quand nous avançons dans la rude
carrière,
D'écouter les échos qui chantent en
arrière
Et les chuchotements de ces jeunes amours
Que le Seigneur a mis au début de nos
jours ?
Poèmes divers
II
Il aimait à la voir, avec ses jupes
blanches,
Courir tout au travers du feuillage et
des branches,
Gauche et pleine de grâce, alors qu'elle
cachait
Sa jambe, si la robe aux buissons
s'accrochait.
III
Incompatibilité
Tout là-haut, tout là-haut, loin de la
route sûre,
Des fermes, des vallons, par delà les
coteaux,
Par delà les forêts, les tapis de
verdure,
Loin des derniers gazons foulés par les
troupeaux,
On rencontre un lac sombre encaissé dans
l'abîme
Que forment quelques pics désolés et
neigeux ;
L'eau, nuit et jour, y dort dans un repos
sublime,
Et n'interrompt jamais son silence
orageux.
Dans ce morne désert, à l'oreille
incertaine
Arrivent par moments des bruits faibles
et longs,
Et des échos plus morts que la cloche
lointaine
D'une vache qui paît aux penchants des
vallons.
Sur ces monts où le vent efface tout
vestige,
Ces glaciers pailletés qu'allume le
soleil,
Sur ces rochers altiers où guette le
vertige,
Dans ce lac où le soir mire son teint
vermeil,
Sous mes pieds, sur ma tête et partout,
le silence,
Le silence qui fait qu'on voudrait se
sauver,
Le silence éternel et la montagne
immense,
Car l'air est immobile et tout semble
rêver.
On dirait que le ciel, en cette solitude,
Se contemple dans l'onde, et que ces
monts, là-bas,
Écoutent, recueillis, dans leur grave
attitude,
Un mystère divin que l'homme n'entend
pas.
Et lorsque par hasard une nuée errante
Assombrit dans son vol le lac silencieux,
On croirait voir la robe ou l'ombre
transparente
D'un esprit qui voyage et passe dans les
cieux.
VII
Je n'ai pas pour maîtresse une lionne
illustre
Je n'ai pas pour maîtresse une lionne
illustre :
La gueuse, de mon âme, emprunte tout son
lustre ;
Invisible aux regards de l'univers
moqueur,
Sa beauté ne fleurit que dans mon triste
coeur.
Pour avoir des souliers elle a vendu son
âme.
Mais le bon Dieu rirait si, près de cette
infâme,
Je tranchais du Tartufe et singeais la
hauteur,
Moi qui vends ma pensée et qui veux être
auteur.
Vice beaucoup plus grave, elle porte
perruque.
Tous ses beaux cheveux noirs ont fui sa
blanche nuque ;
Ce qui n'empêche pas les baisers
amoureux.
De pleuvoir sur son front plus pelé qu'un
lépreux.
Elle louche, et l'effet de ce regard
étrange
Qu'ombragent des cils noirs plus longs
que ceux d'un ange,
Est tel que tous les yeux pour qui l'on
s'est damné
Ne valent pas pour moi son oeil juif et
cerné.
Elle n'a que vingt ans ; - la gorge déjà
basse
Pend de chaque côté comme une calebasse,
Et pourtant, me traînant chaque nuit sur
son corps,
Ainsi qu'un nouveau-né, je la tette et la
mords,
Et bien qu'elle n'ait pas souvent même
une obole
Pour se frotter la chair et pour s'oindre
l'épaule,
Je la lèche en silence avec plus de
ferveur
Que Madeleine en feu les deux pieds du
Sauveur.
La pauvre créature, au plaisir
essoufflée,
A de rauques hoquets la poitrine gonflée,
Et je devine au bruit de son souffle
brutal
Qu'elle a souvent mordu le pain de
l'hôpital.
Ses grands yeux inquiets, durant la nuit
cruelle,
Croient voir deux autres yeux au fond de
la ruelle,
Car, ayant trop ouvert son coeur à tous
venants,
Elle a peur sans lumière et croit aux
revenants.
Ce qui fait que de suif elle use plus de
livres
Qu'un vieux savant couché jour et nuit
sur ses livres,
Et redoute bien moins la faim et ses
tourments
Que l'apparition de ses défunts amants.
Si vous la rencontrez, bizarrement parée,
Se faufilant, au coin d'une rue égarée,
Et la tête et l'oeil bas comme un pigeon
blessé,
Traînant dans les ruisseaux un talon
déchaussé,
Messieurs, ne crachez pas de jurons ni
d'ordure
Au visage fardé de cette pauvre impure
Que déesse Famine a par un soir d'hiver,
Contrainte à relever ses jupons en plein
air.
Cette bohème-là, c'est mon tout, ma
richesse,
Ma perle, mon bijou, ma reine, ma
duchesse,
Celle qui m'a bercé sur son giron
vainqueur,
Et qui dans ses deux mains a réchauffé
mon coeur.IX
Tous imberbes alors, sur les vieux
bancs de chêne
Tous imberbes alors, sur les vieux bancs
de chêne
Plus polis et luisants que des anneaux de
chaîne,
Que, jour à jour, la peau des hommes a
fourbis,
Nous traînions tristement nos ennuis,
accroupis
Et voûtés sous le ciel carré des
solitudes,
Où l'enfant boit, dix ans, l'âpre lait
des études.
C'était dans ce vieux temps, mémorable et
marquant,
Où forcés d'élargir le classique carcan,
Les professeurs, encor rebelles à vos
rimes,
Succombaient sous l'effort de nos folles
escrimes
Et laissaient l'écolier, triomphant et
mutin,
Faire à l'aise hurler Triboulet en latin.
-
Qui de nous en ces temps d'adolescences
pâles,
N'a connu la torpeur des fatigues
claustrales,
- L'oeil perdu dans l'azur morne d'un
ciel d'été,
Ou l'éblouissement de la neige, - guetté,
L'oreille avide et droite, - et bu, comme
une meute,
L'écho lointain d'un livre, ou le cri
d'une émeute ?
C'était surtout l'été, quand les plombs
se fondaient,
Que ces grands murs noircis en tristesse
abondaient,
Lorsque la canicule ou le fumeux automne
Irradiait les cieux de son feu monotone,
Et faisait sommeiller, dans les sveltes
donjons,
Les tiercelets criards, effroi des blancs
pigeons ;
Saison de rêverie, où la Muse s'accroche
Pendant un jour entier au battant d'une
cloche ;
Où la Mélancolie, à midi, quand tout
dort,
Le menton dans la main, au fond du
corridor, -
L'oeil plus noir et plus bleu que la
Religieuse
Dont chacun sait l'histoire obscène et
douloureuse,
- Traîne un pied alourdi de précoces
ennuis,
Et son front moite encore des langueurs
de ses nuits.
- Et puis venaient les soirs malsains,
les nuits fiévreuses,
Qui rendent de leurs corps les filles
amoureuses,
Et les font, aux miroirs, - stérile
volupté, -
Contempler les fruits mûrs de leur
nubilité, -
Les soirs italiens, de molle insouciance,
- Qui des plaisirs menteurs révèlent la
science,
- Quand la sombre Vénus, du haut des
balcons noirs,
Verse des flots de musc de ses frais
encensoirs. -
Ce fut dans ce conflit de molles
circonstances,
Mûri par vos sonnets, préparés par vos
stances,
Qu'un soir, ayant flairé le livre et son
esprit,
J'emportai sur mon coeur l'histoire
d'Amaury.
Tout abîme mystique est à deux pas du
doute. -
Le breuvage infiltré lentement, goutte à
goutte,
En moi qui, dès quinze ans, vers le
gouffre entraîné,
Déchiffrais couramment les soupirs de
René,
Et que de l'inconnu la soif bizarre
alterre,
- A travaillé le fond de la plus mince
artère. -
J'en ai tout absorbé, les miasmes, les
parfums,
Le doux chuchotement des souvenirs
défunts,
Les longs enlacements des phrases
symboliques,
- Chapelets murmurants de madrigaux
mystiques ;
- Livre voluptueux, si jamais il en fut.
-
Et depuis, soit au fond d'un asile
touffu,
Soit que, sous les soleils des zones
différentes,
L'éternel bercement des houles
enivrantes,
Et l'aspect renaissant des horizons sans
fin
Ramenassent ce coeur vers le songe divin,
-
Soit dans les lourds loisirs d'un jour
caniculaire,
Ou dans l'oisiveté frileuse de frimaire,
-
Sous les flots du tabac qui masque le
plafond,
J'ai partout feuilleté le mystère profond
De ce livre si cher aux âmes engourdies
Que leur destin marqua des mêmes
maladies,
Et, devant le miroir, j'ai perfectionné
L'art cruel qu'un démon, en naissant, m'a
donné,
- De la douleur pour faire une volupté
vraie, -
D'ensanglanter un mal et de gratter sa
plaie.
Poète, est-ce une injure ou bien un
compliment ?
Car je suis vis à vis de vous comme un
amant
En face du fantôme, au geste plein
d'amorces,
Dont la main et dont l'oeil ont, pour
pomper les forces,
Des charmes inconnus. - Tous les êtres
aimés
Sont des vases de fiel qu'on boit, les
yeux fermés,
Et le coeur transpercé, que la douleur
allèche,
Expire chaque jour en bénissant sa
flèche.
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