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Artículos de Opinión
Una
visión geopolítica en favor del respeto entre naciones, la
integración económica mundial y la armonía con el medioambiente
Autor
Javier Colomo Ugarte
Noviembre 2012
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Transformaciones de la economía
política mundo y el déficit en la gobernanza mundial
La ONU, a pesar de sus múltiples
deficiencias y el control que sobre la misma ejercen los miembros permanentes
del Consejo de Seguridad, es la institución de gobernanza mundial cuyo logro ha
supuesto el mayor avance de la historia contemporánea de la humanidad como marco
de encuentro de las naciones para mantener la paz mundial y como patrocinadora
de las vigentes leyes internacionales.
No obstante, tras el fin de la
Guerra Fría y de los procesos de descolonización, se comprueba la falta de
capacidad para abordar los principales problemas globales que tiene planteados
la humanidad, como son: el cambio climático; el desigual desarrollo económico
mundial, y la existencia de enormes arsenales de armas nucleares.
La humanidad, todos los días se
acuesta y levanta sobre un polvorín de armas nucleares montadas sobre misiles
intercontinentales, pero éste es un asunto que parece preocupar poco a las
mayorías sociales. El cambio climático registra crecientes episodios de meteoros
atmosféricos extremos y aumenta el deshielo en los polos y glaciares de montaña,
pero la percepción recurrente es la adaptación a estos cambios. El vigente
modelo económico y la crisis que le atenaza incrementa el número de desempleados
y mantiene en la pobreza a una gran parte de la población mundial pero también
la percepción recurrente es sobrevivir sin hacerle preguntas al futuro.
Objetivamente todos estos problemas globales solo pueden ser abordados desde un
interés planetario, sin embargo, subjetivamente las voluntades políticas
transformadoras a escala mundial son escasas.
En la conformación contemporánea de
la economía mundo, el recurso
a la guerra está cambiando de naturaleza. Hasta la Segunda Guerra Mundial la
guerra era un instrumento de dominación político-económica del Centro del
sistema económico mundial (constituido por los imperios coloniales europeos,
EEUU y Japón), que se desarrollaba en dos planos, por una parte, como medio de
dominación colonial y, por otra, en la pugna inter-imperialista por dominar el Centro del
Sistema Mundial, pues su control suponía, a su vez, dominar la periferia mundial,
es decir, las colonias. Esta pugna daría lugar en la primera mitad del siglo XX a
la dos Guerras Mundiales en el Centro del
sistema. Tras la Segunda Guerra Mundial con la emancipación colonial, y el final
de la Guerra Fría, la lucha de los imperios por el control del Centro del
sistema mundial, para dominar las colonias, perdió su razón de ser; lo que dio
lugar a que los viejos imperios coloniales pasaran de la confrontación a la
colaboración. La emancipación colonial trajo, pues, la paz al Centro del
sistema mundial, pero con ello no se acabó la carrera armamentística. Occidente
ha venido haciendo del poderío militar representado en la OTAN, el seguro de
que los intereses de las naciones más ricas seguirán prevaleciendo sobre las
menos desarrolladas.
El modelo económico implantado por
Occidente a escala planetaria en la segunda mitad del siglo XX, ha sido el
modelo neocolonial. El neocolonialismo se fundamenta en una división de la economía
mundo entre Centro y Periferia,
aunque diferente del modelo colonial. El Centro constituido
por los países desarrollados detenta la capacidad científico-técnica para el
diseño y construcción de bienes de producción y de consumo, mientras que la Periferia carece
de esa capacidad. Las economías de los países en desarrollo o periféricos se
sustentan en el sector agrario y en ser suministradores de materias primas,
mientras que los países desarrollados detentan el grueso de la demanda económica
efectiva. A finales del siglo XX, el modelo neocolonial había concentrado el
75% del consumo mundial en el 20% de la población mundial, mientras que el 80%
de la población mundial consumía el 25% restante de los bienes y servicios. Esta
diferencia económica ha otorgado al Centro un
poder financiero equivalente, y la capacidad para perfeccionar su maquinaria
militar no solo por sus mayores recursos financieros sino también por sus logros
científico-técnicos.

En el modelo neocolonial, el centro económico
domina, pues, por sus conocimientos científico-técnicos, los cuales, veta a los
países periféricos, y asegura ese modelo económico con un gran poder militar que
solo se traduce en guerra cuando las naciones que poseen las materias primas que
los países desarrollados necesitan para su mantenimiento, se rebelan
abiertamente.
Desde el punto de vista
medioambiental el modelo económico neocolonial podría ser un modelo sustentable,
o de moderado impacto medioambiental, pues la permanencia continuada en la
pobreza de un 80% de la población mundial asegura el margen de despilfarro del
otro 20% de la población. De igual manera, ocurre con la explotación de las
materias primas y de las fuentes de energía de combustibles fósiles.
No obstante, la ruptura del modelo neocolonial se viene gestando desde principios
del presente siglo por el auge de los países emergentes,
particularmente China, soportado en un desarrollo propio de su capacidad
científico-técnica incluso de forma competitiva con los países desarrollados, al
compensar su déficit en productividad con salarios más bajos. El auge de los
países emergentes está transformando la economía
mundo y, con ello, las relaciones
políticas, económicas y militares entre el centro desarrollado
y los países en desarrollo, lo que conlleva una serie de cambios y de nuevos
desafíos mundiales.
En el plano militar, el poderío
militar ya no asegura a los países desarrollados el uso exclusivo de las
materias primas y fuentes energéticas, pues los países emergentes precisan
también de las mismas y, en el actual estadio globalizado de la economía
mundo, ya no es posible retornar al modelo del pasado de áreas exclusivas de
influencia económica dominadas por los centros económicos
desarrollados. El intento y fracaso en la primera década del presente siglo por
parte de EEUU de dominar el Oriente Medio militarmente así lo demuestra.
El poderío militar genera gastos en
los países desarrollados que ya no son compensados, como si lo eran con creces
en el puro modelo neocolonial, aunque este cambio geopolítico no está siendo
percibido con rapidez por la ciudadanía Occidental y sus representantes
políticos, y siguen prefiriendo reducir gastos civiles y priorizar el gasto en
reforzar la maquinaria militar de la OTAN cuando paradójicamente ya no existen
bloques militares ni países a los que dominar, obligando a los países emergentes
y poseedores de materias primas a responder a esa escalada militar.
Esta anacrónica visión militar del
mundo de los países desarrollados, carente ya de fundamento político-económico,
impide avanzar hacia políticas de desarme, cuando la Paz
y el Desarme es la condición sine
qua non para garantizar que se
puedan implementar políticas universales de futuro basadas en la confianza entre
naciones que podrían beneficiar tanto a los países en desarrollo como
desarrollados.
La quiebra del modelo neocolonial
está propiciando que progresivamente cientos de millones de personas estén
accediendo a bienes de consumo, ello implica una fuerte demanda energética que,
en el actual paradigma tecnológico para la transformación de la energía en
trabajo productivo, se sustenta en un 80% en los combustibles fósiles. La fuerte
demanda energética, que requiere el proceso productivo mundial, se desarrolla
dentro de un sistema económico competencial globalizado lo que induce a que la
transformación de la energía en trabajo productivo se realice mediante la
externalización de costes, es decir, a través de emitir libremente a la
atmósfera gases de efecto invernadero. Esta actividad no puede sustraerse a las
reglas del mercado, pues, la no externalización supondría un encarecimiento de
los costes de producción por parte de quien lo hiciera y, por lo tanto, una
pérdida de la ventaja competencial en el mercado mundial, por ello, la emisión
de gases de efecto invernadero proseguirá, a pesar del voluntarismo y buenas
intenciones con las que se realizan las cumbres sobre el clima.

El freno al deterioro medioambiental
solamente sería factible con un cambio radical en las reglas económicas que
rigen la economía mundo pero,
hasta ahora, por imposible, nadie ha planteado una cumbre para cambiar las
mismas, porque los países en desarrollo no pueden renunciar a conseguir su
prosperidad, ni los países desarrollados pueden reducir su consumo
drásticamente. De continuar esta dinámica económica, con toda probabilidad, la
emisión de gases de efecto invernadero proseguirá hasta el final de las actuales
reservas probadas de combustibles fósiles que podrían agotarse en la segunda
mitad del presente siglo y, puesto que, el CO2 es
un gas de gran longevidad en la atmósfera, las reservas de combustibles fósiles
actualmente bajo tierra serán externalizadas, pasando la concentración de CO2 en
la atmósfera de las 280 ppm de la era preindustrial, y actual de 391 ppm, a una
concentración de más de 600 ppm para finales del presente siglo, lo que
implicaría el progresivo deshielo de las plataformas continentales heladas (Groenlandia
y la Antártida) y el aumento dramático de la subida de los océanos.
Una vez que la humanidad ha
emprendido el camino de
un desarrollo económico generalizado, los
desequilibrios de la economía
mundo no van a ser posible
abordarlos sino es desde una gobernanza mundial, lo cual demanda una
transformación profunda del papel institucional que la ONU debiera cumplir. Las
soluciones a la crisis económica, el desarme nuclear, y las medidas para abordar
el cambio climático solo serán posibles cuando las naciones comprendan que en la
confrontación no hay nada que ganar y mucho que perder, y que la colaboración es
el camino.
Si bien los países en desarrollo
demandan un mayor protagonismo en la toma de decisiones efectivas de la ONU, el
problema de fondo radica en que no será posible avanzar en una reforma de la ONU
en favor de una mayor democratización de la misma y de una ampliación de sus
competencias legales supranacionales mientras no surjan con fuerza
organizaciones regionales de naciones en los países en desarrollo que, desde su
probada eficacia política en sus ámbitos respectivos, demanden tales cambios; es
éste un paso necesario, pues solamente la fortaleza de tales organizaciones
permitirá unir esfuerzos para una reforma global de la ONU.
El avance hacia una nueva
civilización mundial basada en la
colaboración entre naciones, la inclusión socioeconómica, el reparto del tiempo
de trabajo y respetuosa con el medio ambiente donde se alcancen las condiciones
para la libertad y fraternidad de todos los seres humanos en armonía con la
naturaleza, no es solo un ideal, es una necesidad para impedir que triunfe la
barbarie del armamentismo, la exclusión social, el desempleo y el caos
medioambiental.
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Javier Colomo Ugarte
Doctor en Geografía e Historia
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