El legado universal de los
principios de la Coexistencia Pacífica
Después de un siglo XX en el
que los enfrentamiento entre naciones dieron lugar a las dos guerras mundiales
más cruentas que nunca conoció la humanidad, a innumerables guerras de
independencia de la colonias sometidas a los imperios en 1954 en el periodo de
la guerra fría entre la antigua URRS y EEUU; emergieron a propuesta de la India
y China como forma de convivencia entre naciones y garantía para la paz y el
desarrollo soberano de cada nación, los Cinco
Principios de Coexistencia Pacífica:
1.
El respeto a la
soberanía e integridad territorial de cada país
2.
La no agresión
3.
La no injerencia en los
asuntos internos de otros Estados
4.
La igualdad en las
relaciones
5.
El beneficio mutuo.
Estos
principios nacieron con la voluntad de que ninguna nación debe imponer su
hegemonía ni injerirse en los asuntos de gobierno de otra nación y, actualmente,
siguen teniendo plena vigencia como doctrina para asegurar la paz entre las
naciones.
La
soberanía es la base sobre la que se asienta la capacidad de decisión de las
naciones, no puede haber democracia sin soberanía, pues cuando una nación la
pierde, sus decisiones están mediatizadas por el poder político de otra nación a
la que se subordina.
Los ciudadanos de cada nación
en el marco de su soberanía son los que deben ser los protagonistas, sin
injerencias exteriores, de las transformaciones políticas y sociales de su
sistema político, así como diseñar sus políticas de alianzas con otras naciones.
En el
mundo la mayoría de las naciones siguen en su doctrina de política exterior
estos principios, excepto las naciones Occidentales que fueron centro de los
antiguos imperios coloniales y EEUU.
En el pasado la expansión de
los distintos imperios coloniales se realizó bajo la bandera de llevar la
<<civilización occidental más avanzada a los pueblos atrasados>>. Este discurso
de las elites dirigentes no estaba basado en ninguna motivación altruista, sino
como pretexto moral para convertir el imperialismo en una "causa justa", lo
cual les permitía mantener su política de agresión sustentada en el apoyo de
amplias capas de la sociedad de las metrópolis coloniales. Con el paso del
tiempo las naciones y pueblos sometidos opusieron a ese discurso la dignidad
de la soberanía nacional y, tras duras luchas durante los siglos XIX y XX,
acabaron con el régimen colonial.
En la
actualidad las élites de EEUU y de los antiguos países colonizadores, ejercen
otro tipo de imperialismo de carácter neocolonial, por el que pretenden que las
naciones del Tercer Mundo estén subordinadas a sus intereses económicos y
geopolíticos.
En esta política agresiva las
elites neoimperialistas siguen precisando de los apoyos necesarios en sus
sociedades para justificar: la guerra preventiva contra otros países; el complot
para el golpe de Estado; el boicot o las sanciones económicas, u otras formas de
injerencia y, para ello, educan a sus ciudadanos en la justificación moral de
la injerencia en los asuntos internos de los países que no se subordinan a sus
políticas, presentándolas como una "causa justa".
Como las
supuestas razones morales aducidas para la injerencia, no son tales, sino que
son utilizadas como pretexto, éstas a veces son difíciles de sostener ante sus
sociedades. La manera de resolver está contradicción entre el discurso
seudo-moralizante y la inmoralidad de la injerencia, es mediante la <<técnica
del foco mediático>> que atribuye <<maldades a la nación que es o va a ser
agredida>>, y se ocultan las noticias y opiniones que podrían debilitar el apoyo
social a la agresión. Siendo el instrumento utilizado para la educación
propagandística en la injerencia, los latifundios mediáticos (grandes
corporaciones de información y opinión).
El
discurso de los derechos humanos es el que con mayor frecuencia utiliza
Occidente para justificar la injerencia, instrumentalizándolos éstos de manera
unilateral e interesadamente circunscritos al marco de cada nación, cuando lo
justo sería que la evaluación de los derechos humanos se realizase en el marco
de la ONU y considerando la vulneración de los derechos humanos de cada nación
en todo el mundo.
La interpretación sobre la
vulneración de derechos humanos circunscrita al marco de la nación desvirtúa la
responsabilidad de los países occidentales en la vulneración de los derechos
humanos en el mundo, siendo EEUU el país que más utiliza esta manipulación
interpretativa y mediática, pues aunque es un país que en su legislación interna
los recoge, sin embargo, es el país que en el conjunto mundial más vulnera los
derechos humanos a través de guerras, complots y campos de detención de
prisioneros sin ninguna garantía jurídica.
La
cultura neocolonial de dictar e intentar imponer al resto de países los "valores
universales más avanzados" está muy extendida en los antiguos países coloniales
europeos y EEUU, pero los principios de la coexistencia pacífica están
por encima en las relaciones internacionales, porque son la base para la paz, y
sin ellos se da cabida a la imposición del más fuerte sobre el más débil, y esa
imposición solo conduce a la confrontación, ya que ningún sistema político es
exportable a otra nación por la fuerza, demostrándose en la práctica, que tras
los supuestos postulados altruistas universales solo se pretende la hegemonía de
unas naciones sobre otras. Por ello, los valores de la coexistencia pacífica
son más importantes y previos a cualquier otro discurso moralizante que pretenda
justificar la injerencia, porque solo la no injerencia
garantiza la paz entre naciones y posibilita el avance de los pueblos desde los
fundamentos de su soberanía hacia sociedades más justas y hacia una unión
fraternal entre naciones.
Después
de la guerra fría, las únicas naciones que utilizan la preponderancia del
discurso de la injerencia, sobre los principios de la coexistencia pacífica,
para justificar el ataque militar a terceros países son EEU, Israel y los países
europeos que fueron imperios coloniales. El resto de naciones, con independencia
de su ideología dominante, por no tener ambiciones hegemónicas fundamentan las
relaciones internacionales en el respeto a los principios de la coexistencia
pacífica.
Estos
países que pretenden la hegemonía sobre otros países tienen siempre
la iniciativa política en el escenario mundial
tanto en la estrategia militar como en la elaboración de la propaganda
mediática de su discurso, y las naciones que no tienen intereses hegemónicos,
que componen la mayoría de la humanidad, están permanentemente a la defensiva,
es decir, están obligadas a responder a la injerencia después de que la misma ya
ésta en marcha y la respuesta de una sola nación siempre es débil, quedando
paralizado cualquier avance hacia un mundo de paz e integración entre naciones
mientras no se derroten las políticas hegemónicas.
La manera
de enfrentarse a esta acción continua de los países que buscan la hegemonía y
que determina la marcha de las relaciones internacionales se debe lograr en el
debate de ideas a nivel mundial. Mientras que predomine la perversión moral de
que un país pueda atacar a otro unilateralmente basándose en una supuesta
"supremacía moral y política", si el resto de naciones que no practican la
hegemonía no son contundentes en el rechazo a ese discurso se está minusvalorado
los principios de la coexistencia pacífica, y si una nación es atacada y
no hay una respuesta unitaria mundial en la defensa del carácter inalienable de
la soberanía de cada nación, todas las naciones no hegemónicas pierden, pues en
su división está su debilidad. Por ello, sería necesario por parte de las
naciones que se rigen por los principios de coexistencia pacífica, la
difusión sistemática en todos los foros y medios mundiales de los valores de la
coexistencia pacífica como el legado universal más avanzado de la historia de la
humanidad para la paz, la integración de las naciones, el avance en la
democracia desde la realidad política e histórica de cada país.
Para
conseguir el fortalecimiento del peso político mundial de los países amantes de
la paz y que componen la mayoría de la población mundial, es necesario el
debilitamiento ideológico y político de las naciones que pretenden la hegemonía
y practican la injerencia, siendo los países en desarrollo quienes tienen el
papel más importante.
La humanidad necesita avanzar
hacia su integración mundial en la que la meta final debe ser la formación de
una gran nación mundial de naciones donde todas las personas sean iguales y
tengan los mismos derechos y libertades. Si algo ha enseñado la cruenta historia
del siglo XX es que los valores de la democracia y la justicia social no pueden
imponerse por la intromisión de unas naciones en otras pues ello solo trae
confrontación, sino que los valores democráticos y de justicia social deben
abrirse camino desde la evolución de la particularidad de las sociedades
respectivas que componen las naciones en fraternal convivencia, debiendo ser los
ciudadanos de cada nación los protagonistas de las transformaciones sociales y
políticas, sin que ello suponga menoscabo del debate internacional en favor de
la justicia social y las libertades civiles.
Una
política de esta naturaleza es una tarea ardua y exige muchos esfuerzos
diplomáticos y pasos pequeños, pero es una tarea necesaria para avanzar en la
integración mundial de las naciones para un futuro de paz y prosperidad de toda
la humanidad.
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Javier Colomo Ugarte
Doctor en Geografía e Historia