CARTA ENCÍCLICA
FRATELLI TUTTI
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE LA FRATERNIDAD
Y LA AMISTAD SOCIAL
INTRODUCCIÓN
Capítulo primero
LAS SOMBRAS DE UN MUNDO CERRADO
Capítulo segundo
UN EXTRAÑO EN EL CAMINO
Capítulo tercero
PENSAR Y GESTAR UN MUNDO ABIERTO
Capítulo cuarto
UN CORAZÓN ABIERTO AL MUNDO ENTERO
Capítulo quinto
LA MEJOR POLÍTICA
Capítulo sexto
DIÁLOGO Y AMISTAD SOCIAL
Capítulo séptimo
CAMINOS DE REENCUENTRO
Capítulo octavo
LAS RELIGIONES AL SERVICIO DE LA FRATERNIDAD EN EL MUNDO
INTRODUCCIÓN
1. «Fratelli tutti»[1],
escribía san Francisco de Asís para dirigirse a todos los hermanos y las
hermanas, y proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio. De esos
consejos quiero destacar uno donde invita a un amor que va más allá de las
barreras de la geografía y del espacio. Allí declara feliz a quien ame al otro
«tanto a su hermano cuando está lejos de él como cuando está junto a él»[2].
Con estas pocas y sencillas palabras expresó lo esencial de una fraternidad
abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la
cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde
habite.
2.
Este santo del amor fraterno, de la sencillez y de la alegría, que me inspiró a
escribir la encíclica Laudato si’,
vuelve a motivarme para dedicar esta nueva encíclica a la fraternidad y a la
amistad social. Porque san Francisco, que se sentía hermano del sol, del mar y
del viento, se sabía todavía más unido a los que eran de su propia carne. Sembró
paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los
enfermos, de los descartados, de los últimos.
Sin fronteras
3. Hay
un episodio de su vida que nos muestra su corazón sin confines, capaz de ir más
allá de las distancias de procedencia, nacionalidad, color o religión. Es su
visita al Sultán Malik-el-Kamil, en Egipto, que significó para él un gran
esfuerzo debido a su pobreza, a los pocos recursos que tenía, a la distancia y a
las diferencias de idioma, cultura y religión. Este viaje, en aquel momento
histórico marcado por las cruzadas, mostraba aún más la grandeza del amor tan
amplio que quería vivir, deseoso de abrazar a todos. La fidelidad a su Señor era
proporcional a su amor a los hermanos y a las hermanas. Sin desconocer las
dificultades y peligros, san Francisco fue al encuentro del Sultán con la misma
actitud que pedía a sus discípulos: que sin negar su identidad, cuando fueran
«entre sarracenos y otros infieles […] no promuevan disputas ni controversias,
sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios»[3]. En
aquel contexto era un pedido extraordinario. Nos impresiona que ochocientos años
atrás Francisco invitara a evitar toda forma de agresión o contienda y también a
vivir un humilde y fraterno “sometimiento”, incluso ante quienes no compartían
su fe.
4. Él
no hacía la guerra dialéctica imponiendo doctrinas, sino que comunicaba el amor
de Dios. Había entendido que «Dios es amor, y el que permanece en el amor
permanece en Dios» (1 Jn 4,16). De ese modo fue un padre fecundo
que despertó el sueño de una sociedad fraterna, porque «sólo el hombre que
acepta acercarse a otros seres en su movimiento propio, no para retenerlos en el
suyo, sino para ayudarles a ser más ellos mismos, se hace realmente padre»[4].
En aquel mundo plagado de torreones de vigilancia y de murallas protectoras, las
ciudades vivían guerras sangrientas entre familias poderosas, al mismo tiempo
que crecían las zonas miserables de las periferias excluidas. Allí Francisco
acogió la verdadera paz en su interior, se liberó de todo deseo de dominio sobre
los demás, se hizo uno de los últimos y buscó vivir en armonía con todos. Él ha
motivado estas páginas.
5. Las
cuestiones relacionadas con la fraternidad y la amistad social han estado
siempre entre mis preocupaciones. Durante los últimos años me he referido a
ellas reiteradas veces y en diversos lugares. Quise recoger en esta encíclica
muchas de esas intervenciones situándolas en un contexto más amplio de
reflexión. Además, si en la redacción de la Laudato si’
tuve una fuente de inspiración en mi hermano Bartolomé, el Patriarca ortodoxo
que propuso con mucha fuerza el cuidado de la creación, en este caso me sentí
especialmente estimulado por el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, con quien me encontré
en Abu Dabi para recordar que Dios «ha creado todos los seres humanos iguales en
los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como
hermanos entre ellos»[5]. No se
trató de un mero acto diplomático sino de una reflexión hecha en diálogo y de un
compromiso conjunto. Esta encíclica recoge y desarrolla grandes temas planteados
en aquel documento que firmamos juntos. También acogí aquí, con mi propio
lenguaje, numerosas cartas y documentos con reflexiones que recibí de tantas
personas y grupos de todo el mundo.
6. Las
siguientes páginas no pretenden resumir la doctrina sobre el amor fraterno, sino
detenerse en su dimensión universal, en su apertura a todos. Entrego esta
encíclica social como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a
diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de
reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede
en las palabras. Si bien la escribí desde mis convicciones cristianas, que me
alientan y me nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se
abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad.
7.
Asimismo, cuando estaba redactando esta carta, irrumpió de manera inesperada la
pandemia de Covid-19 que dejó al descubierto nuestras falsas seguridades. Más
allá de las diversas respuestas que dieron los distintos países, se evidenció la
incapacidad de actuar conjuntamente. A pesar de estar hiperconectados, existía
una fragmentación que volvía más difícil resolver los problemas que nos afectan
a todos. Si alguien cree que sólo se trataba de hacer funcionar mejor lo que ya
hacíamos, o que el único mensaje es que debemos mejorar los sistemas y las
reglas ya existentes, está negando la realidad.
8.
Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada
persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad.
Entre todos: «He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una
hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. […] Se necesita una
comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros
a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! […] Solos se corre el
riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se
construyen juntos»[6]. Soñemos
como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos
de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o
de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos.
Capítulo primero
LAS SOMBRAS DE UN MUNDO CERRADO
9. Sin
pretender realizar un análisis exhaustivo ni poner en consideración todos los
aspectos de la realidad que vivimos, propongo sólo estar atentos ante algunas
tendencias del mundo actual que desfavorecen el desarrollo de la fraternidad
universal.
Sueños que se rompen en pedazos
10.
Durante décadas parecía que el mundo había aprendido de tantas guerras y
fracasos y se dirigía lentamente hacia diversas formas de integración. Por
ejemplo, avanzó el sueño de una Europa unida, capaz de reconocer raíces comunes
y de alegrarse con la diversidad que la habita. Recordemos «la firme convicción
de los Padres fundadores de la Unión Europea, los cuales deseaban un futuro
basado en la capacidad de trabajar juntos para superar las divisiones,
favoreciendo la paz y la comunión entre todos los pueblos del continente»[7].También
tomó fuerza el anhelo de una integración latinoamericana y comenzaron a darse
algunos pasos. En otros países y regiones hubo intentos de pacificación y
acercamientos que lograron frutos y otros que parecían promisorios.
11.
Pero la historia da muestras de estar volviendo atrás. Se encienden conflictos
anacrónicos que se consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados,
exasperados, resentidos y agresivos. En varios países una idea de la unidad del
pueblo y de la nación, penetrada por diversas ideologías, crea nuevas formas de
egoísmo y de pérdida del sentido social enmascaradas bajo una supuesta defensa
de los intereses nacionales. Lo que nos recuerda que «cada generación ha de
hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a
metas más altas aún. Es el camino. El bien, como también el amor, la justicia y
la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados
cada día. No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado
e instalarse, y disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que
todavía muchos hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos
reclaman a todos»[8].
12.
“Abrirse al mundo” es una expresión que hoy ha sido cooptada por la economía y
las finanzas. Se refiere exclusivamente a la apertura a los intereses
extranjeros o a la libertad de los poderes económicos para invertir sin trabas
ni complicaciones en todos los países. Los conflictos locales y el desinterés
por el bien común son instrumentalizados por la economía global para imponer un
modelo cultural único. Esta cultura unifica al mundo pero divide a las personas
y a las naciones, porque «la sociedad cada vez más globalizada nos hace más
cercanos, pero no más hermanos»[9].
Estamos más solos que nunca en este mundo masificado que hace prevalecer los
intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia. Hay
más bien mercados, donde las personas cumplen roles de consumidores o de
espectadores. El avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de
los más fuertes que se protegen a sí mismos, pero procura licuar las identidades
de las regiones más débiles y pobres, haciéndolas más vulnerables y
dependientes. De este modo la política se vuelve cada vez más frágil frente a
los poderes económicos transnacionales que aplican el “divide y reinarás”.
El fin de la conciencia histórica
13.
Por eso mismo se alienta también una pérdida del sentido de la historia que
disgrega todavía más. Se advierte la penetración cultural de una especie de “deconstruccionismo”,
donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero. Deja en pie
únicamente la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas
formas de individualismo sin contenidos. En esta línea se situaba un consejo que
di a los jóvenes: «Si una persona les hace una propuesta y les dice que ignoren
la historia, que no recojan la experiencia de los mayores, que desprecien todo
lo pasado y que sólo miren el futuro que ella les ofrece, ¿no es una forma fácil
de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo que ella les dice?
Esa persona los necesita vacíos, desarraigados, desconfiados de todo, para que
sólo confíen en sus promesas y se sometan a sus planes. Así funcionan las
ideologías de distintos colores, que destruyen —o de-construyen— todo lo que sea
diferente y de ese modo pueden reinar sin oposiciones. Para esto necesitan
jóvenes que desprecien la historia, que rechacen la riqueza espiritual y humana
que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones, que ignoren todo lo que
los ha precedido»[10].
14.
Son las nuevas formas de colonización cultural. No nos olvidemos que «los
pueblos que enajenan su tradición, y por manía imitativa, violencia impositiva,
imperdonable negligencia o apatía, toleran que se les arrebate el alma, pierden,
junto con su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su
independencia ideológica, económica y política»[11].
Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la
lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido o
manipular las grandes palabras. ¿Qué significan hoy algunas expresiones como
democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para
utilizarlas como instrumento de dominación, como títulos vacíos de contenido que
pueden servir para justificar cualquier acción.
Sin un proyecto para todos
15.
La mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y
suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de
algunos valores. Hoy en muchos países se utiliza el mecanismo político de
exasperar, exacerbar y polarizar. Por diversos caminos se niega a otros el
derecho a existir y a opinar, y para ello se acude a la estrategia de
ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos. No se recoge su parte de verdad,
sus valores, y de este modo la sociedad se empobrece y se reduce a la
prepotencia del más fuerte. La política ya no es así una discusión sana sobre
proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino sólo
recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción del
otro el recurso más eficaz. En este juego mezquino de las descalificaciones, el
debate es manipulado hacia el estado permanente de cuestionamiento y
confrontación.
16.
En esta pugna de intereses que nos enfrenta a todos contra todos, donde vencer
pasa a ser sinónimo de destruir, ¿cómo es posible levantar la cabeza para
reconocer al vecino o para ponerse al lado del que está caído en el camino? Un
proyecto con grandes objetivos para el desarrollo de toda la humanidad hoy suena
a delirio. Aumentan las distancias entre nosotros, y la marcha dura y lenta
hacia un mundo unido y más justo sufre un nuevo y drástico retroceso.
17.
Cuidar el mundo que nos rodea y contiene es cuidarnos a nosotros mismos. Pero
necesitamos constituirnos en un “nosotros” que habita la casa común. Ese cuidado
no interesa a los poderes económicos que necesitan un rédito rápido.
Frecuentemente las voces que se levantan para la defensa del medio ambiente son
acalladas o ridiculizadas, disfrazando de racionalidad lo que son sólo intereses
particulares. En esta cultura que estamos gestando, vacía, inmediatista y sin un
proyecto común, «es previsible que, ante el agotamiento de algunos recursos, se
vaya creando un escenario favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás de
nobles reivindicaciones»[12].
El descarte mundial
18.
Partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que
favorece a un sector humano digno de vivir sin límites. En el fondo «no se
considera ya a las personas como un valor primario que hay que respetar y
amparar, especialmente si son pobres o discapacitadas, si “todavía no son
útiles” —como los no nacidos—, o si “ya no sirven” —como los ancianos—. Nos
hemos hecho insensibles a cualquier forma de despilfarro, comenzando por el de
los alimentos, que es uno de los más vergonzosos»[13].
19.
La falta de hijos, que provoca un envejecimiento de las poblaciones, junto con
el abandono de los ancianos a una dolorosa soledad, es un modo sutil de expresar
que todo termina con nosotros, que sólo cuentan nuestros intereses individuales.
Así, «objeto de descarte no es sólo el alimento o los bienes superfluos, sino
con frecuencia los mismos seres humanos»[14]. Vimos
lo que sucedió con las personas mayores en algunos lugares del mundo a causa del
coronavirus. No tenían que morir así. Pero en realidad algo semejante ya había
ocurrido a causa de olas de calor y en otras circunstancias: cruelmente
descartados. No advertimos que aislar a los ancianos y abandonarlos a cargo de
otros sin un adecuado y cercano acompañamiento de la familia, mutila y empobrece
a la misma familia. Además, termina privando a los jóvenes de ese necesario
contacto con sus raíces y con una sabiduría que la juventud por sí sola no puede
alcanzar.
20.
Este descarte se expresa de múltiples maneras, como en la obsesión por reducir
los costos laborales, que no advierte las graves consecuencias que esto
ocasiona, porque el desempleo que se produce tiene como efecto directo expandir
las fronteras de la pobreza[15]. El
descarte, además, asume formas miserables que creíamos superadas, como el
racismo, que se esconde y reaparece una y otra vez. Las expresiones de racismo
vuelven a avergonzarnos demostrando así que los supuestos avances de la sociedad
no son tan reales ni están asegurados para siempre.
21.
Hay reglas económicas que resultaron eficaces para el crecimiento, pero no así
para el desarrollo humano integral[16].
Aumentó la riqueza, pero con inequidad, y así lo que ocurre es que «nacen nuevas
pobrezas»[17]. Cuando dicen que
el mundo moderno redujo la pobreza, lo hacen midiéndola con criterios de otras
épocas no comparables con la realidad actual. Porque en otros tiempos, por
ejemplo, no tener acceso a la energía eléctrica no era considerado un signo de
pobreza ni generaba angustia. La pobreza siempre se analiza y se entiende en el
contexto de las posibilidades reales de un momento histórico concreto.
Derechos humanos no suficientemente universales
22.
Muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para
todos. El respeto de estos derechos «es condición previa para el mismo
desarrollo social y económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del
hombre, y sus derechos son reconocidos y tutelados, florece también la
creatividad y el ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples
iniciativas en favor del bien común»[18].
Pero «observando con atención nuestras sociedades contemporáneas, encontramos
numerosas contradicciones que nos llevan a preguntarnos si verdaderamente la
igual dignidad de todos los seres humanos, proclamada solemnemente hace 70 años,
es reconocida, respetada, protegida y promovida en todas las circunstancias. En
el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones
antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que
no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre. Mientras una parte de
la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida,
despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados»[19].
¿Qué dice esto acerca de la igualdad de derechos fundada en la misma dignidad
humana?
23.
De modo semejante, la organización de las sociedades en todo el mundo todavía
está lejos de reflejar con claridad que las mujeres tienen exactamente la misma
dignidad e idénticos derechos que los varones. Se afirma algo con las palabras,
pero las decisiones y la realidad gritan otro mensaje. Es un hecho que
«doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato
y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de
defender sus derechos»[20].
24.
Reconozcamos igualmente que, «a pesar de que la comunidad internacional ha
adoptado diversos acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas sus formas, y
ha dispuesto varias estrategias para combatir este fenómeno, todavía hay
millones de personas —niños, hombres y mujeres de todas las edades— privados de
su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud. […]
Hoy como ayer, en la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la
persona humana que admite que pueda ser tratada como un objeto. […] La persona
humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad,
mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la
constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin».
Las redes criminales «utilizan hábilmente las modernas tecnologías informáticas
para embaucar a jóvenes y niños en todas las partes del mundo»[21].
La aberración no tiene límites cuando se somete a mujeres, luego forzadas a
abortar. Un acto abominable que llega incluso al secuestro con el fin de vender
sus órganos. Esto convierte a la trata de personas y a otras formas actuales de
esclavitud en un problema mundial que necesita ser tomado en serio por la
humanidad en su conjunto, porque «como las organizaciones criminales utilizan
redes globales para lograr sus objetivos, la acción para derrotar a este
fenómeno requiere un esfuerzo conjunto y también global por parte de los
diferentes agentes que conforman la sociedad»[22].
Conflicto y miedo
25.
Guerras, atentados, persecuciones por motivos raciales o religiosos, y tantas
afrentas contra la dignidad humana se juzgan de diversas maneras según convengan
o no a determinados intereses, fundamentalmente económicos. Lo que es verdad
cuando conviene a un poderoso deja de serlo cuando ya no le beneficia. Estas
situaciones de violencia van «multiplicándose dolorosamente en muchas regiones
del mundo, hasta asumir las formas de la que podría llamar una “tercera guerra
mundial en etapas”»[23].
26.
Esto no llama la atención si advertimos la ausencia de horizontes que nos
congreguen, porque en toda guerra lo que aparece en ruinas es «el mismo proyecto
de fraternidad, inscrito en la vocación de la familia humana», por lo que
«cualquier situación de amenaza alimenta la desconfianza y el repliegue»[24].
Así, nuestro mundo avanza en una dicotomía sin sentido con la pretensión de
«garantizar la estabilidad y la paz en base a una falsa seguridad sustentada por
una mentalidad de miedo y desconfianza»[25].
27.
Paradójicamente, hay miedos ancestrales que no han sido superados por el
desarrollo tecnológico; es más, han sabido esconderse y potenciarse detrás de
nuevas tecnologías. Aun hoy, detrás de la muralla de la antigua ciudad está el
abismo, el territorio de lo desconocido, el desierto. Lo que proceda de allí no
es confiable porque no es conocido, no es familiar, no pertenece a la aldea. Es
el territorio de lo “bárbaro”, del cual hay que defenderse a costa de lo que
sea. Por consiguiente, se crean nuevas barreras para la autopreservación, de
manera que deja de existir el mundo y únicamente existe “mi” mundo, hasta el
punto de que muchos dejan de ser considerados seres humanos con una dignidad
inalienable y pasan a ser sólo “ellos”. Reaparece «la tentación de hacer una
cultura de muros, de levantar muros, muros en el corazón, muros en la tierra
para evitar este encuentro con otras culturas, con otras personas. Y cualquiera
que levante un muro, quien construya un muro, terminará siendo un esclavo dentro
de los muros que ha construido, sin horizontes. Porque le falta esta alteridad»[26].
28.
La soledad, los miedos y la inseguridad de tantas personas que se sienten
abandonadas por el sistema, hacen que se vaya creando un terreno fértil para las
mafias. Porque ellas se afirman presentándose como “protectoras” de los
olvidados, muchas veces a través de diversas ayudas, mientras persiguen sus
intereses criminales. Hay una pedagogía típicamente mafiosa que, con una falsa
mística comunitaria, crea lazos de dependencia y de subordinación de los que es
muy difícil liberarse.
Globalización y progreso sin un rumbo común
29.
Con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb no ignoramos los avances positivos que se
dieron en la ciencia, la tecnología, la medicina, la industria y el bienestar,
sobre todo en los países desarrollados. No obstante, «subrayamos que, junto a
tales progresos históricos, grandes y valiosos, se constata un deterioro de la
ética, que condiciona la acción internacional, y un debilitamiento de los
valores espirituales y del sentido de responsabilidad. Todo eso contribuye a que
se difunda una sensación general de frustración, de soledad y de desesperación.
[…] Nacen focos de tensión y se acumulan armas y municiones, en una situación
mundial dominada por la incertidumbre, la desilusión y el miedo al futuro y
controlada por intereses económicos miopes». También señalamos «las fuertes
crisis políticas, la injusticia y la falta de una distribución equitativa de los
recursos naturales. […] Con respecto a las crisis que llevan a la muerte a
millones de niños, reducidos ya a esqueletos humanos —a causa de la pobreza y
del hambre—, reina un silencio internacional inaceptable»[27]. Ante este panorama, si bien nos cautivan muchos avances, no advertimos un rumbo realmente humano.
30.
En el mundo actual los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se
debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía
de otras épocas. Vemos cómo impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada,
hija de una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión:
creer que podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma
barca. Este desengaño que deja atrás los grandes valores fraternos lleva «a una
especie de cinismo. Esta es la tentación que nosotros tenemos delante, si vamos
por este camino de la desilusión o de la decepción. […] El aislamiento y la
cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para
devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura
del encuentro. El aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no;
cultura del encuentro, sí»[28].
31.
En este mundo que corre sin un rumbo común, se respira una atmósfera donde «la
distancia entre la obsesión por el propio bienestar y la felicidad compartida de
la humanidad se amplía hasta tal punto que da la impresión de que se está
produciendo un verdadero cisma entre el individuo y la comunidad humana. […]
Porque una cosa es sentirse obligados a vivir juntos, y otra muy diferente es
apreciar la riqueza y la belleza de las semillas de la vida en común que hay que
buscar y cultivar juntos»[29]. Avanza
la tecnología sin pausa, pero «¡qué bonito sería si al crecimiento de las
innovaciones científicas y tecnológicas correspondiera también una equidad y una
inclusión social cada vez mayores! ¡Qué bonito sería que a medida que
descubrimos nuevos planetas lejanos, volviéramos a descubrir las necesidades del
hermano o de la hermana en órbita alrededor de mí!»[30].
Las pandemias y otros flagelos de la historia
32.
Es verdad que una tragedia global como la pandemia de Covid-19 despertó durante
un tiempo la consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma
barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva
solo, que únicamente es posible salvarse juntos. Por eso dije que «la tempestad
desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y
superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas,
nuestros proyectos, rutinas y prioridades. […] Con la tempestad, se cayó el
maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre
pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa
bendita pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa
pertenencia de hermanos»[31].
33.
El mundo avanzaba de manera implacable hacia una economía que, utilizando los
avances tecnológicos, procuraba reducir los “costos humanos”, y algunos
pretendían hacernos creer que bastaba la libertad de mercado para que todo
estuviera asegurado. Pero el golpe duro e inesperado de esta pandemia fuera de
control obligó por la fuerza a volver a pensar en los seres humanos, en todos,
más que en el beneficio de algunos. Hoy podemos reconocer que «nos hemos
alimentado con sueños de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo
distracción, encierro y soledad; nos hemos empachado de conexiones y hemos
perdido el sabor de la fraternidad. Hemos buscado el resultado rápido y seguro y
nos vemos abrumados por la impaciencia y la ansiedad. Presos de la virtualidad
hemos perdido el gusto y el sabor de la realidad»[32].
El dolor, la incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios límites que
despertó la pandemia, hacen resonar el llamado a repensar nuestros estilos de
vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y sobre todo
el sentido de nuestra existencia.
34.
Si todo está conectado, es difícil pensar que este desastre mundial no tenga
relación con nuestro modo de enfrentar la realidad, pretendiendo ser señores
absolutos de la propia vida y de todo lo que existe. No quiero decir que se
trata de una suerte de castigo divino. Tampoco bastaría afirmar que el daño
causado a la naturaleza termina cobrándose nuestros atropellos. Es la realidad
misma que gime y se rebela. Viene a la mente el célebre verso del poeta Virgilio
que evoca las lágrimas de las cosas o de la historia[33].
35.
Pero olvidamos rápidamente las lecciones de la historia, «maestra de vida»[34].
Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una
fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al
final ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”. Ojalá no se trate de
otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender.
Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores,
en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá
que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida
y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los
otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y
todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado.
36.
Si no logramos recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y
de solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes, la ilusión global
que nos engaña se caerá ruinosamente y dejará a muchos a merced de la náusea y
el vacío. Además, no se debería ignorar ingenuamente que «la obsesión por un
estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo,
sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca»[35].
El “sálvese quien pueda” se traducirá rápidamente en el “todos contra todos”, y
eso será peor que una pandemia.
Sin dignidad humana en las fronteras
37.
Tanto desde algunos regímenes políticos populistas como desde planteamientos
económicos liberales, se sostiene que hay que evitar a toda costa la llegada de
personas migrantes. Al mismo tiempo se argumenta que conviene limitar la ayuda a
los países pobres, de modo que toquen fondo y decidan tomar medidas de
austeridad. No se advierte que, detrás de estas afirmaciones abstractas
difíciles de sostener, hay muchas vidas que se desgarran. Muchos escapan de la
guerra, de persecuciones, de catástrofes naturales. Otros, con todo derecho,
«buscan oportunidades para ellos y para sus familias. Sueñan con un futuro mejor
y desean crear las condiciones para que se haga realidad»[36].
38.
Lamentablemente, otros son «atraídos por la cultura occidental, a veces con
expectativas poco realistas que los exponen a grandes desilusiones. Traficantes
sin escrúpulos, a menudo vinculados a los cárteles de la droga y de las armas,
explotan la situación de debilidad de los inmigrantes, que a lo largo de su
viaje con demasiada frecuencia experimentan la violencia, la trata de personas,
el abuso psicológico y físico, y sufrimientos indescriptibles»[37].
Los que emigran «tienen que separarse de su propio contexto de origen y con
frecuencia viven un desarraigo cultural y religioso. La fractura también
concierne a las comunidades de origen, que pierden a los elementos más vigorosos
y emprendedores, y a las familias, en particular cuando emigra uno de los padres
o ambos, dejando a los hijos en el país de origen»[38].
Por consiguiente, también «hay que reafirmar el derecho a no emigrar, es decir,
a tener las condiciones para permanecer en la propia tierra»[39].
39.
Para colmo «en algunos países de llegada, los fenómenos migratorios suscitan
alarma y miedo, a menudo fomentados y explotados con fines políticos. Se difunde
así una mentalidad xenófoba, de gente cerrada y replegada sobre sí misma».[40].
Los migrantes no son considerados suficientemente dignos para participar en la
vida social como cualquier otro, y se olvida que tienen la misma dignidad
intrínseca de cualquier persona. Por lo tanto, deben ser «protagonistas de su
propio rescate»[41]. Nunca se
dirá que no son humanos pero, en la práctica, con las decisiones y el modo de
tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes,
menos humanos. Es inaceptable que los cristianos compartan esta mentalidad y
estas actitudes, haciendo prevalecer a veces ciertas preferencias políticas por
encima de hondas convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada
persona humana más allá de su origen, color o religión, y la ley suprema del
amor fraterno.
40.
«Las migraciones constituirán un elemento determinante del futuro del mundo»[42]. Pero
hoy están afectadas por una «pérdida de ese “sentido de la responsabilidad
fraterna”, sobre el que se basa toda sociedad civil»[43]. Europa,
por ejemplo, corre serios riesgos de ir por esa senda. Sin embargo,
«inspirándose en su gran patrimonio cultural y religioso, tiene los instrumentos
necesarios para defender la centralidad de la persona humana y encontrar un
justo equilibrio entre el deber moral de tutelar los derechos de sus ciudadanos,
por una parte, y, por otra, el de garantizar la asistencia y la acogida de los
emigrantes»[44].
41.
Comprendo que ante las personas migrantes algunos tengan dudas y sientan
temores. Lo entiendo como parte del instinto natural de autodefensa. Pero
también es verdad que una persona y un pueblo sólo son fecundos si saben
integrar creativamente en su interior la apertura a los otros. Invito a ir más
allá de esas reacciones primarias, porque «el problema es cuando esas dudas y
esos miedos condicionan nuestra forma de pensar y de actuar hasta el punto de
convertirnos en seres intolerantes, cerrados y quizás, sin darnos cuenta,
incluso racistas. El miedo nos priva así del deseo y de la capacidad de
encuentro con el otro»[45].
La ilusión de la comunicación
42.
Paradójicamente, mientras se desarrollan actitudes cerradas e intolerantes que
nos clausuran ante los otros, se acortan o desaparecen las distancias hasta el
punto de que deja de existir el derecho a la intimidad. Todo se convierte en una
especie de espectáculo que puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone a un
control constante. En la comunicación digital se quiere mostrar todo y cada
individuo se convierte en objeto de miradas que hurgan, desnudan y divulgan,
frecuentemente de manera anónima. El respeto al otro se hace pedazos y, de esa
manera, al mismo tiempo que lo desplazo, lo ignoro y lo mantengo lejos, sin
pudor alguno puedo invadir su vida hasta el extremo.
43. Por otra parte, los movimientos digitales de
odio y destrucción no constituyen —como algunos pretenden hacer creer— una forma
adecuada de cuidado grupal, sino meras asociaciones contra un enemigo. En
cambio, «los medios de comunicación digitales pueden exponer al riesgo de
dependencia, de aislamiento y de progresiva pérdida de contacto con la realidad
concreta, obstaculizando el desarrollo de relaciones interpersonales auténticas»[46].
Hacen falta gestos físicos, expresiones del rostro, silencios, lenguaje
corporal, y hasta el perfume, el temblor de las manos, el rubor, la
transpiración, porque todo eso habla y forma parte de la comunicación humana.
Las relaciones digitales, que eximen del laborioso cultivo de una amistad, de
una reciprocidad estable, e incluso de un consenso que madura con el tiempo,
tienen apariencia de sociabilidad. No construyen verdaderamente un “nosotros”
sino que suelen disimular y amplificar el mismo individualismo que se expresa en
la xenofobia y en el desprecio de los débiles. La conexión digital no basta para
tender puentes, no alcanza para unir a la humanidad.
Agresividad sin pudor
44.
Al mismo tiempo que las personas preservan su aislamiento consumista y cómodo,
eligen una vinculación constante y febril. Esto favorece la ebullición de formas
insólitas de agresividad, de insultos, maltratos, descalificaciones, latigazos
verbales hasta destrozar la figura del otro, en un desenfreno que no podría
existir en el contacto cuerpo a cuerpo sin que termináramos destruyéndonos entre
todos. La agresividad social encuentra en los dispositivos móviles y ordenadores
un espacio de ampliación sin igual.
45.
Ello ha permitido que las ideologías pierdan todo pudor. Lo que hasta hace pocos
años no podía ser dicho por alguien sin el riesgo de perder el respeto de todo
el mundo, hoy puede ser expresado con toda crudeza aun por algunas autoridades
políticas y permanecer impune. No cabe ignorar que «en el mundo digital están en
juego ingentes intereses económicos, capaces de realizar formas de control tan
sutiles como invasivas, creando mecanismos de manipulación de las conciencias y
del proceso democrático. El funcionamiento de muchas plataformas a menudo acaba
por favorecer el encuentro entre personas que piensan del mismo modo,
obstaculizando la confrontación entre las diferencias. Estos circuitos cerrados
facilitan la difusión de informaciones y noticias falsas, fomentando prejuicios
y odios»[47].
46.
Conviene reconocer que los fanatismos que llevan a destruir a otros son
protagonizados también por personas religiosas, sin excluir a los cristianos,
que «pueden formar parte de redes de violencia verbal a través de internet y de
los diversos foros o espacios de intercambio digital. Aun en medios católicos se
pueden perder los límites, se suelen naturalizar la difamación y la calumnia, y
parece quedar fuera toda ética y respeto por la fama ajena»[48].
¿Qué se aporta así a la fraternidad que el Padre común nos propone?
Información sin sabiduría
47.
La verdadera sabiduría supone el encuentro con la realidad. Pero hoy todo se
puede producir, disimular, alterar. Esto hace que el encuentro directo con los
límites de la realidad se vuelva intolerable. Como consecuencia, se opera un
mecanismo de “selección” y se crea el hábito de separar inmediatamente lo que me
gusta de lo que no me gusta, lo atractivo de lo feo. Con la misma lógica se
eligen las personas con las que uno decide compartir el mundo. Así las personas
o situaciones que herían nuestra sensibilidad o nos provocaban desagrado hoy
sencillamente son eliminadas en las redes virtuales, construyendo un círculo
virtual que nos aísla del entorno en el que vivimos.
48.
El sentarse a escuchar a otro, característico de un encuentro humano, es un
paradigma de actitud receptiva, de quien supera el narcisismo y recibe al otro,
le presta atención, lo acoge en el propio círculo. Pero «el mundo de hoy es en
su mayoría un mundo sordo. […] A veces la velocidad del mundo moderno, lo
frenético nos impide escuchar bien lo que dice otra persona. Y cuando está a la
mitad de su diálogo, ya lo interrumpimos y le queremos contestar cuando todavía
no terminó de decir. No hay que perder la capacidad de escucha». San Francisco
de Asís «escuchó la voz de Dios, escuchó la voz del pobre, escuchó la voz del
enfermo, escuchó la voz de la naturaleza. Y todo eso lo transforma en un estilo
de vida. Deseo que la semilla de san Francisco crezca en tantos corazones»[49].
49.
Al desaparecer el silencio y la escucha, convirtiendo todo en tecleos y mensajes
rápidos y ansiosos, se pone en riesgo esta estructura básica de una sabia
comunicación humana. Se crea un nuevo estilo de vida donde uno construye lo que
quiere tener delante, excluyendo todo aquello que no se pueda controlar o
conocer superficial e instantáneamente. Esta dinámica, por su lógica intrínseca,
impide la reflexión serena que podría llevarnos a una sabiduría común.
50.
Podemos buscar juntos la verdad en el diálogo, en la conversación reposada o en
la discusión apasionada. Es un camino perseverante, hecho también de silencios y
de sufrimientos, capaz de recoger con paciencia la larga experiencia de las
personas y de los pueblos. El cúmulo abrumador de información que nos inunda no
significa más sabiduría. La sabiduría no se fabrica con búsquedas ansiosas por
internet, ni es una sumatoria de información cuya veracidad no está asegurada.
De ese modo no se madura en el encuentro con la verdad. Las conversaciones
finalmente sólo giran en torno a los últimos datos, son meramente horizontales y
acumulativas. Pero no se presta una detenida atención y no se penetra en el
corazón de la vida, no se reconoce lo que es esencial para darle un sentido a la
existencia. Así, la libertad es una ilusión que nos venden y que se confunde con
la libertad de navegar frente a una pantalla. El problema es que un camino de
fraternidad, local y universal, sólo puede ser recorrido por espíritus libres y
dispuestos a encuentros reales.
Sometimientos y autodesprecios
51.
Algunos países exitosos desde el punto de vista económico son presentados como
modelos culturales para los países poco desarrollados, en lugar de procurar que
cada uno crezca con su estilo propio, para que desarrolle sus capacidades de
innovar desde los valores de su cultura. Esta nostalgia superficial y triste,
que lleva a copiar y comprar en lugar de crear, da espacio a una autoestima
nacional muy baja. En los sectores acomodados de muchos países pobres, y a veces
en quienes han logrado salir de la pobreza, se advierte la incapacidad de
aceptar características y procesos propios, cayendo en un menosprecio de la
propia identidad cultural como si fuera la única causa de los males.
52.
Destrozar la autoestima de alguien es una manera fácil de dominarlo. Detrás de
estas tendencias que buscan homogeneizar el mundo, afloran intereses de poder
que se benefician del bajo aprecio de sí, al tiempo que, a través de los medios
y de las redes se intenta crear una nueva cultura al servicio de los más
poderosos. Esto es aprovechado por el ventajismo de la especulación financiera y
la expoliación, donde los pobres son los que siempre pierden. Por otra parte,
ignorar la cultura de un pueblo hace que muchos líderes políticos no logren
implementar un proyecto eficiente que pueda ser libremente asumido y sostenido
en el tiempo.
53.
Se olvida que «no existe peor alienación que experimentar que no se tienen
raíces, que no se pertenece a nadie. Una tierra será fecunda, un pueblo dará
fruto, y podrá engendrar el día de mañana sólo en la medida que genere
relaciones de pertenencia entre sus miembros, que cree lazos de integración
entre las generaciones y las distintas comunidades que la conforman; y también
en la medida que rompa los círculos que aturden los sentidos alejándonos cada
vez más los unos de los otros»[50].
Esperanza
54. A
pesar de estas sombras densas que no conviene ignorar, en las próximas páginas
quiero hacerme eco de tantos caminos de esperanza. Porque Dios sigue derramando
en la humanidad semillas de bien. La reciente pandemia nos permitió rescatar y
valorizar a tantos compañeros y compañeras de viaje que, en el miedo,
reaccionaron donando la propia vida. Fuimos capaces de reconocer cómo nuestras
vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que, sin lugar a dudas,
escribieron los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida:
médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos, empleados de los supermercados,
personal de limpieza, cuidadores, transportistas, hombres y mujeres que trabajan
para proporcionar servicios esenciales y seguridad, voluntarios, sacerdotes,
religiosas… comprendieron que nadie se salva solo[51].
55.
Invito a la esperanza, que «nos habla de una realidad que está enraizada en lo
profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y
los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una
aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo
grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la
verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor. […] La esperanza es
audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades
y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que
hacen la vida más bella y digna»[52]. Caminemos en esperanza.
Capítulo segundo
UN EXTRAÑO EN EL CAMINO
56.
Todo lo que mencioné en el capítulo anterior es más que una aséptica descripción
de la realidad, ya que «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las
angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de
cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los
discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su
corazón»[53]. En el intento de
buscar una luz en medio de lo que estamos viviendo, y antes de plantear algunas
líneas de acción, propongo dedicar un capítulo a una parábola dicha por
Jesucristo hace dos mil años. Porque, si bien esta carta está dirigida a todas
las personas de buena voluntad, más allá de sus convicciones religiosas, la
parábola se expresa de tal manera que cualquiera de nosotros puede dejarse
interpelar por ella.
«Un maestro de la Ley se levantó y le preguntó
a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida
eterna?”. Jesús le preguntó a su vez: “Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en
ella?”. Él le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con
toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prójimo como a ti
mismo”. Entonces Jesús le dijo: “Has respondido bien; pero ahora practícalo y
vivirás”. El maestro de la Ley, queriendo justificarse, le volvió a preguntar:
“¿Quién es mi prójimo?”. Jesús tomó la palabra y dijo: “Un hombre bajaba de
Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, quienes, después de
despojarlo de todo y herirlo, se fueron, dejándolo por muerto. Por casualidad,
un sacerdote bajaba por el mismo camino, lo vio, dio un rodeo y pasó de largo.
Igual hizo un levita, que llegó al mismo lugar, dio un rodeo y pasó de largo. En
cambio, un samaritano, que iba de viaje, llegó a donde estaba el hombre herido
y, al verlo, se conmovió profundamente, se acercó y le vendó sus heridas,
curándolas con aceite y vino. Después lo cargó sobre su propia cabalgadura, lo
llevó a un albergue y se quedó cuidándolo. A la mañana siguiente le dio al dueño
del albergue dos monedas de plata y le dijo: ‘Cuídalo, y, si gastas de más, te
lo pagaré a mi regreso’. ¿Cuál de estos tres te parece que se comportó como
prójimo del hombre que cayó en manos de los ladrones?” El maestro de la Ley
respondió: “El que lo trató con misericordia”. Entonces Jesús le dijo: “Tienes
que ir y hacer lo mismo» (Lc 10,25-37).
El trasfondo
57.
Esta parábola recoge un trasfondo de siglos. Poco después de la narración de la
creación del mundo y del ser humano, la Biblia plantea el desafío de las
relaciones entre nosotros. Caín destruye a su hermano Abel, y resuena la
pregunta de Dios: «¿Dónde está tu hermano Abel?» (Gn 4,9). La respuesta
es la misma que frecuentemente damos nosotros: «¿Acaso yo soy guardián de mi
hermano?» (ibíd.). Al preguntar, Dios cuestiona todo tipo de determinismo
o fatalismo que pretenda justificar la indiferencia como única respuesta
posible. Nos habilita, por el contrario, a crear una cultura diferente que nos
oriente a superar las enemistades y a cuidarnos unos a otros.
58.
El libro de Job acude al hecho de tener un mismo Creador como base para sostener
algunos derechos comunes: «¿Acaso el que me formó en el vientre no lo formó
también a él y nos modeló del mismo modo en la matriz?» (31,15). Muchos siglos
después, san Ireneo lo expresará con la imagen de la melodía: &laqlaquo;El
amante de la verdad no debe dejarse engañar por el intervalo particular de cada
tono, ni suponer un creador para uno y otro para otro […], sino uno solo»[54].
59.
En las tradiciones judías, el imperativo de amar y cuidar al otro parecía
restringirse a las relaciones entre los miembros de una misma nación. El antiguo
precepto «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18) se entendía
ordinariamente como referido a los connacionales. Sin embargo, especialmente en
el judaísmo que se desarrolló fuera de la tierra de Israel, los confines se
fueron ampliando. Apareció la invitación a no hacer a los otros lo que no
quieres que te hagan (cf. Tb 4,15). El sabio Hillel (siglo I a. C.) decía
al respecto: «Esto es la Ley y los Profetas. Todo lo demás es comentario»[55].
El deseo de imitar las actitudes divinas llevó a superar aquella tendencia a
limitarse a los más cercanos: «La misericordia de cada persona se extiende a su
prójimo, pero la misericordia del Señor alcanza a todos los vivientes» (Si 18,13).
60.
En el Nuevo Testamento, el precepto de Hillel se expresó de modo positivo:
«Traten en todo a los demás como ustedes quieran ser tratados, porque en esto
consisten la Ley y los Profetas» (Mt 7,12). Este llamado es universal,
tiende a abarcar a todos, sólo por su condición humana, porque el Altísimo, el
Padre celestial «hace salir el sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Como
consecuencia se reclama: «Sean misericordiosos así como el Padre de ustedes es
misericordioso» (Lc 6,36).
61.
Hay una motivación para ampliar el corazón de manera que no excluya al
extranjero, que puede encontrarse ya en los textos más antiguos de la Biblia. Se
debe al constante recuerdo del pueblo judío de haber vivido como forastero en
Egipto:
«No maltratarás ni oprimirás al migrante que
reside en tu territorio, porque ustedes fueron migrantes en el país de Egipto»(Ex 22,20).
«No oprimas al migrante: ustedes saben lo que
es ser migrante, porque fueron migrantes en el país de Egipto»(Ex 23,9).
«Si un migrante viene a residir entre ustedes,
en su tierra, no lo opriman. El migrante residente será para ustedes como el
compatriota; lo amarás como a ti mismo, porque ustedes fueron migrantes en el
país de Egipto»(Lv 19,33-34).
«Si cosechas tu viña, no vuelvas a por más
uvas. Serán para el migrante, el huérfano y la viuda. Recuerda que fuiste
esclavo en el país de Egipto»(Dt 24,21-22).
En el Nuevo Testamento resuena con fuerza el llamado al amor fraterno:
«Toda la Ley alcanza su plenitud en un solo
precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo»(Ga 5,14).
«Quien ama a su hermano permanece en la luz y
no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está y camina en las tinieblas» (1 Jn 2,10-11).
«Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte» (1 Jn 3,14).
«Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve»(1 Jn 4,20).
62.
Aun esta propuesta de amor podía entenderse mal. Por algo, frente a la tentación
de las primeras comunidades cristianas de crear grupos cerrados y aislados, san
Pablo exhortaba a sus discípulos a tener caridad entre ellos «y con todos» (1 Ts
3,12), y en la comunidad de Juan se pedía que los hermanos fueran bien
recibidos, «incluso los que están de paso» (3 Jn 5). Este contexto
ayuda a comprender el valor de la parábola del buen samaritano: al amor no le
importa si el hermano herido es de aquí o es de allá. Porque es el «amor que
rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos
permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa.
[…] Amor que sabe de compasión y de dignidad»[56].
El abandonado
63.
Jesús cuenta que había un hombre herido, tirado en el camino, que había sido
asaltado. Pasaron varios a su lado pero huyeron, no se detuvieron. Eran personas
con funciones importantes en la sociedad, que no tenían en el corazón el amor
por el bien común. No fueron capaces de perder unos minutos para atender al
herido o al menos para buscar ayuda. Uno se detuvo, le regaló cercanía, lo curó
con sus propias manos, puso también dinero de su bolsillo y se ocupó de él.
Sobre todo, le dio algo que en este mundo ansioso retaceamos tanto: le dio su
tiempo. Seguramente él tenía sus planes para aprovechar aquel día según sus
necesidades, compromisos o deseos. Pero fue capaz de dejar todo a un lado ante
el herido, y sin conocerlo lo consideró digno de dedicarle su tiempo.
64.
¿Con quién te identificas? Esta pregunta es cruda, directa y determinante. ¿A
cuál de ellos te pareces? Nos hace falta reconocer la tentación que nos circunda
de desentendernos de los demás; especialmente de los más débiles. Digámoslo,
hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar
y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas.
Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las
situaciones hasta que estas nos golpean directamente.
65.
Asaltan a una persona en la calle, y muchos escapan como si no hubieran visto
nada. Frecuentemente hay personas que atropellan a alguien con su automóvil y
huyen. Sólo les importa evitar problemas, no les interesa si un ser humano se
muere por su culpa. Pero estos son signos de un estilo de vida generalizado, que
se manifiesta de diversas maneras, quizás más sutiles. Además, como todos
estamos muy concentrados en nuestras propias necesidades, ver a alguien
sufriendo nos molesta, nos perturba, porque no queremos perder nuestro tiempo
por culpa de los problemas ajenos. Estos son síntomas de una sociedad enferma,
porque busca construirse de espaldas al dolor.
66.
Mejor no caer en esa miseria. Miremos el modelo del buen samaritano. Es un texto
que nos invita a que resurja nuestra vocación de ciudadanos del propio país y
del mundo entero, constructores de un nuevo vínculo social. Es un llamado
siempre nuevo, aunque está escrito como ley fundamental de nuestro ser: que la
sociedad se encamine a la prosecución del bien común y, a partir de esta
finalidad, reconstruya una y otra vez su orden político y social, su tejido de
relaciones, su proyecto humano. Con sus gestos, el buen samaritano reflejó que
«la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no
es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro»[57].
67.
Esta parábola es un ícono iluminador, capaz de poner de manifiesto la opción de
fondo que necesitamos tomar para reconstruir este mundo que nos duele. Ante
tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano.
Toda otra opción termina o bien al lado de los salteadores o bien al lado de los
que pasan de largo, sin compadecerse del dolor del hombre herido en el camino.
La parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a
partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no
dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y
levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común. Al mismo tiempo, la
parábola nos advierte sobre ciertas actitudes de personas que sólo se miran a sí
mismas y no se hacen cargo de las exigencias ineludibles de la realidad humana.
68.
El relato, digámoslo claramente, no desliza una enseñanza de ideales abstractos,
ni se circunscribe a la funcionalidad de una moraleja ético-social. Nos revela
una característica esencial del ser humano, tantas veces olvidada: hemos sido
hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor. No es una opción posible
vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede “a un costado
de la vida”. Esto nos debe indignar, hasta hacernos bajar de nuestra serenidad
para alterarnos por el sufrimiento humano. Eso es dignidad.
Una historia que se repite
69.
La narración es sencilla y lineal, pero tiene toda la dinámica de esa lucha
interna que se da en la elaboración de nuestra identidad, en toda existencia
lanzada al camino para realizar la fraternidad humana. Puestos en camino nos
chocamos, indefectiblemente, con el hombre herido. Hoy, y cada vez más, hay
heridos. La inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del
camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos.
Enfrentamos cada día la opción de ser buenos samaritanos o indiferentes
viajantes que pasan de largo. Y si extendemos la mirada a la totalidad de
nuestra historia y a lo ancho y largo del mundo, todos somos o hemos sido como
estos personajes: todos tenemos algo de herido, algo de salteador, algo de los
que pasan de largo y algo del buen samaritano.
70.
Es notable cómo las diferencias de los personajes del relato quedan totalmente
transformadas al confrontarse con la dolorosa manifestación del caído, del
humillado. Ya no hay distinción entre habitante de Judea y habitante de Samaría,
no hay sacerdote ni comerciante; simplemente hay dos tipos de personas: las que
se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo; las que se inclinan
reconociendo al caído y las que distraen su mirada y aceleran el paso. En
efecto, nuestras múltiples máscaras, nuestras etiquetas y nuestros disfraces se
caen: es la hora de la verdad. ¿Nos inclinaremos para tocar y curar las heridas
de los otros? ¿Nos inclinaremos para cargarnos al hombro unos a otros? Este es
el desafío presente, al que no hemos de tenerle miedo. En los momentos de crisis
la opción se vuelve acuciante: podríamos decir que, en este momento, todo el que
no es salteador o todo el que no pasa de largo, o bien está herido o está
poniendo sobre sus hombros a algún herido.
71.
La historia del buen samaritano se repite: se torna cada vez más visible que la
desidia social y política hace de muchos lugares de nuestro mundo un camino
desolado, donde las disputas internas e internacionales y los saqueos de
oportunidades dejan a tantos marginados, tirados a un costado del camino. En su
parábola, Jesús no plantea vías alternativas, como ¿qué hubiera sido de aquel
malherido o del que lo ayudó, si la ira o la sed de venganza hubieran ganado
espacio en sus corazones? Él confía en lo mejor del espíritu humano y con la
parábola lo alienta a que se adhiera al amor, reintegre al dolido y construya
una sociedad digna de tal nombre.
Los personajes
72.
La parábola comienza con los salteadores. El punto de partida que elige Jesús es
un asalto ya consumado. No hace que nos detengamos a lamentar el hecho, no
dirige nuestra mirada hacia los salteadores. Los conocemos. Hemos visto avanzar
en el mundo las densas sombras del abandono, de la violencia utilizada con
mezquinos intereses de poder, acumulación y división. La pregunta podría ser:
¿Dejaremos tirado al que está lastimado para correr cada uno a guarecerse de la
violencia o a perseguir a los ladrones? ¿Será el herido la justificación de
nuestras divisiones irreconciliables, de nuestras indiferencias crueles, de
nuestros enfrentamientos internos?
73.
Luego la parábola nos hace poner la mirada claramente en los que pasan de largo.
Esta peligrosa indiferencia de no detenerse, inocente o no, producto del
desprecio o de una triste distracción, hace de los personajes del sacerdote y
del levita un no menos triste reflejo de esa distancia cercenadora que se pone
frente a la realidad. Hay muchas maneras de pasar de largo que se complementan:
una es ensimismarse, desentenderse de los demás, ser indiferentes. Otra sería
sólo mirar hacia afuera. Respecto a esta última manera de pasar de largo, en
algunos países, o en ciertos sectores de estos, hay un desprecio de los pobres y
de su cultura, y un vivir con la mirada puesta hacia fuera, como si un proyecto
de país importado intentara forzar su lugar. Así se puede justificar la
indiferencia de algunos, porque aquellos que podrían tocarles el corazón con sus
reclamos simplemente no existen. Están fuera de su horizonte de intereses.
74.
En los que pasan de largo hay un detalle que no podemos ignorar; eran personas
religiosas. Es más, se dedicaban a dar culto a Dios: un sacerdote y un levita.
Esto es un fuerte llamado de atención, indica que el hecho de creer en Dios y de
adorarlo no garantiza vivir como a Dios le agrada. Una persona de fe puede no
ser fiel a todo lo que esa misma fe le reclama, y sin embargo puede sentirse
cerca de Dios y creerse con más dignidad que los demás. Pero hay maneras de
vivir la fe que facilitan la apertura del corazón a los hermanos, y esa será la
garantía de una auténtica apertura a Dios. San Juan Crisóstomo llegó a expresar
con mucha claridad este desafío que se plantea a los cristianos: «¿Desean honrar
el cuerpo de Cristo? No lo desprecien cuando lo contemplen desnudo […], ni lo
honren aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonan en su
frío y desnudez»[58]. La paradoja es que a veces, quienes dicen no creer, pueden vivir la voluntad de Dios mejor que los creyentes.
75.
Los “salteadores del camino” suelen tener como aliados secretos a los que “pasan
por el camino mirando a otro lado”. Se cierra el círculo entre los que usan y
engañan a la sociedad para esquilmarla, y los que creen mantener la pureza en su
función crítica, pero al mismo tiempo viven de ese sistema y de sus recursos.
Hay una triste hipocresía cuando la impunidad del delito, del uso de las
instituciones para el provecho personal o corporativo y otros males que no
logramos desterrar, se unen a una permanente descalificación de todo, a la
constante siembra de sospecha que hace cundir la desconfianza y la perplejidad.
El engaño del “todo está mal” es respondido con un “nadie puede arreglarlo”,
“¿qué puedo hacer yo?”. De esta manera, se nutre el desencanto y la
desesperanza, y eso no alienta un espíritu de solidaridad y de generosidad.
Hundir a un pueblo en el desaliento es el cierre de un círculo perverso
perfecto: así obra la dictadura invisible de los verdaderos intereses ocultos,
que se adueñaron de los recursos y de la capacidad de opinar y pensar.
76.
Miremos finalmente al hombre herido. A veces nos sentimos como él, malheridos y
tirados al costado del camino. Nos sentimos también desamparados por nuestras
instituciones desarmadas y desprovistas, o dirigidas al servicio de los
intereses de unos pocos, de afuera y de adentro. Porque «en la sociedad
globalizada, existe un estilo elegante de mirar para otro lado que se practica
recurrentemente: bajo el ropaje de lo políticamente correcto o las modas
ideológicas, se mira al que sufre sin tocarlo, se lo televisa en directo,
incluso se adopta un discurso en apariencia tolerante y repleto de eufemismos»[59].
Recomenzar
77.
Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva. No tenemos que
esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de
corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y
transformaciones. Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las
sociedades heridas. Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra
esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor
de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos. Como el viajero
ocasional de nuestra historia, sólo falta el deseo gratuito, puro y simple de
querer ser pueblo, de ser constantes e incansables en la labor de incluir, de
integrar, de levantar al caído; aunque muchas veces nos veamos inmersos y
condenados a repetir la lógica de los violentos, de los que sólo se ambicionan a
sí mismos, difusores de la confusión y la mentira. Que otros sigan pensando en
la política o en la economía para sus juegos de poder. Alimentemos lo bueno y
pongámonos al servicio del bien.
78.
Es posible comenzar de abajo y de a uno, pugnar por lo más concreto y local,
hasta el último rincón de la patria y del mundo, con el mismo cuidado que el
viajero de Samaría tuvo por cada llaga del herido. Busquemos a otros y hagámonos
cargo de la realidad que nos corresponde sin miedo al dolor o a la impotencia,
porque allí está todo lo bueno que Dios ha sembrado en el corazón del ser
humano. Las dificultades que parecen enormes son la oportunidad para crecer, y
no la excusa para la tristeza inerte que favorece el sometimiento. Pero no lo
hagamos solos, individualmente. El samaritano buscó a un hospedero que pudiera
cuidar de aquel hombre, como nosotros estamos invitados a convocar y
encontrarnos en un “nosotros” que sea más fuerte que la suma de pequeñas
individualidades; recordemos que «el todo es más que la parte, y también es más
que la mera suma de ellas».[60]
Renunciemos a la mezquindad y al resentimiento de los internismos estériles, de
los enfrentamientos sin fin. Dejemos de ocultar el dolor de las pérdidas y
hagámonos cargo de nuestros crímenes, desidias y mentiras. La reconciliación
reparadora nos resucitará, y nos hará perder el miedo a nosotros mismos y a los
demás.
79.
El samaritano del camino se fue sin esperar reconocimientos ni gratitudes. La
entrega al servicio era la gran satisfacción frente a su Dios y a su vida, y por
eso, un deber. Todos tenemos responsabilidad sobre el herido que es el pueblo
mismo y todos los pueblos de la tierra. Cuidemos la fragilidad de cada hombre,
de cada mujer, de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y
atenta, la actitud de proximidad del buen samaritano.
El prójimo sin fronteras
80.
Jesús propuso esta parábola para responder a una pregunta: ¿Quién es mi prójimo?
La palabra “prójimo” en la sociedad de la época de Jesús solía indicar al que es
más cercano, próximo. Se entendía que la ayuda debía dirigirse en primer lugar
al que pertenece al propio grupo, a la propia raza. Un samaritano, para algunos
judíos de aquella época, era considerado un ser despreciable, impuro, y por lo
tanto no se lo incluía dentro de los seres cercanos a quienes se debía ayudar.
El judío Jesús transforma completamente este planteamiento: no nos invita a
preguntarnos quiénes son los que están cerca de nosotros, sino a volvernos
nosotros cercanos, prójimos.
81.
La propuesta es la de hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin importar
si es parte del propio círculo de pertenencia. En este caso, el samaritano fue
quien se hizo prójimo del judío herido. Para volverse cercano y presente,
atravesó todas las barreras culturales e históricas. La conclusión de Jesús es
un pedido: «Tienes que ir y hacer lo mismo» (Lc 10,37). Es decir, nos
interpela a dejar de lado toda diferencia y, ante el sufrimiento, volvernos
cercanos a cualquiera. Entonces, ya no digo que tengo “prójimos” a quienes debo
ayudar, sino que me siento llamado a volverme yo un prójimo de los otros.
82.
El problema es que Jesús destaca, a propósito, que el hombre herido era un judío
—habitante de Judea— mientras quien se detuvo y lo auxilió era un samaritano
—habitante de Samaría—. Este detalle tiene una importancia excepcional para
reflexionar sobre un amor que se abre a todos. Los samaritanos habitaban una
región que había sido contagiada por ritos paganos, y para los judíos esto los
volvía impuros, detestables, peligrosos. De hecho, un antiguo texto judío que
menciona a naciones odiadas, se refiere a Samaría afirmando además que «ni
siquiera es una nación» (Si 50,25), y agrega que es «el pueblo necio que
reside en Siquén» (v. 26).
83.
Esto explica por qué una mujer samaritana, cuando Jesús le pidió de beber,
respondió enfáticamente: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que
soy una mujer samaritana?» (Jn 4,9). Quienes buscaban acusaciones que
pudieran desacreditar a Jesús, lo más ofensivo que encontraron fue decirle
«endemoniado» y «samaritano» (Jn 8,48). Por lo tanto, este encuentro
misericordioso entre un samaritano y un judío es una potente interpelación, que
desmiente toda manipulación ideológica, para que ampliemos nuestro círculo, para
que demos a nuestra capacidad de amar una dimensión universal capaz de traspasar
todos los prejuicios, todas las barreras históricas o culturales, todos los
intereses mezquinos.
La interpelación del forastero
84.
Finalmente, recuerdo que en otra parte del Evangelio Jesús dice: «Fui forastero
y me recibieron» (Mt 25,35). Jesús podía decir esas palabras porque tenía
un corazón abierto que hacía suyos los dramas de los demás. San Pablo exhortaba:
«Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran» (Rm
12,15). Cuando el corazón asume esa actitud, es capaz de identificarse con el
otro sin importarle dónde ha nacido o de dónde viene. Al entrar en esta
dinámica, en definitiva experimenta que los demás son «su propia carne» (Is 58,7).
85.
Para los cristianos, las palabras de Jesús tienen también otra dimensión
trascendente; implican reconocer al mismo Cristo en cada hermano abandonado o
excluido (cf. Mt 25,40.45). En realidad, la fe colma de motivaciones
inauditas el reconocimiento del otro, porque quien cree puede llegar a reconocer
que Dios ama a cada ser humano con un amor infinito y que «con ello le confiere
una dignidad infinita»[61]. A
esto se agrega que creemos que Cristo derramó su sangre por todos y cada uno,
por lo cual nadie queda fuera de su amor universal. Y si vamos a la fuente
última, que es la vida íntima de Dios, nos encontramos con una comunidad de tres
Personas, origen y modelo perfecto de toda vida en común. La teología continúa
enriqueciéndose gracias a la reflexión sobre esta gran verdad.
86. A
veces me asombra que, con semejantes motivaciones, a la Iglesia le haya llevado
tanto tiempo condenar contundentemente la esclavitud y diversas formas de
violencia. Hoy, con el desarrollo de la espiritualidad y de la teología, no
tenemos excusas. Sin embargo, todavía hay quienes parecen sentirse alentados o
al menos autorizados por su fe para sostener diversas formas de nacionalismos
cerrados y violentos, actitudes xenófobas, desprecios e incluso maltratos hacia
los que son diferentes. La fe, con el humanismo que encierra, debe mantener vivo
un sentido crítico frente a estas tendencias, y ayudar a reaccionar rápidamente
cuando comienzan a insinuarse. Para ello es importante que la catequesis y la
predicación incluyan de modo más directo y claro el sentido social de la
existencia, la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la
inalienable dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y acoger a
todos.
Capítulo tercero
PENSAR Y GESTAR UN MUNDO ABIERTO
87.
Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni
puede encontrar su plenitud «si no es en la entrega sincera de sí mismo a los
demás»[62]. Ni siquiera llega a
reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros: «Sólo
me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro»[63].
Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros
concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana,
porque «la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida
más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos
de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a
nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte»[64].
Más allá
88.
Desde la intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia
cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro[65].
Hechos para el amor, hay en cada uno de nosotros «una ley de éxtasis: salir de
sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser»[66].
Por ello «en cualquier caso el hombre tiene que llevar a cabo esta empresa:
salir de sí mismo»[67].
89.
Pero no puedo reducir mi vida a la relación con un pequeño grupo, ni siquiera a
mi propia familia, porque es imposible entenderme sin un tejido más amplio de
relaciones: no sólo el actual sino también el que me precede y me fue
configurando a lo largo de mi vida. Mi relación con una persona que aprecio no
puede ignorar que esa persona no vive sólo por su relación conmigo, ni yo vivo
sólo por mi referencia a ella. Nuestra relación, si es sana y verdadera, nos
abre a los otros que nos amplían y enriquecen. El más noble sentido social hoy
fácilmente queda anulado detrás de intimismos egoístas con apariencia de
relaciones intensas. En cambio, el amor que es auténtico, que ayuda a crecer, y
las formas más nobles de la amistad, residen en corazones que se dejan
completar. La pareja y el amigo son para abrir el corazón en círculos, para
volvernos capaces de salir de nosotros mismos hasta acoger a todos. Los grupos
cerrados y las parejas autorreferenciales, que se constituyen en un “nosotros”
contra todo el mundo, suelen ser formas idealizadas de egoísmo y de mera
autopreservación.
90.
Por algo muchas pequeñas poblaciones que sobrevivían en zonas desérticas
desarrollaron una generosa capacidad de acogida ante los peregrinos que pasaban,
y acuñaron el sagrado deber de la hospitalidad. Lo vivieron también las
comunidades monásticas medievales, como se advierte en la Regla de san Benito.
Aunque pudiera desestructurar el orden y el silencio de los monasterios, Benito
reclamaba que a los pobres y peregrinos se los tratara «con el máximo cuidado y
solicitud»[68]. La hospitalidad
es un modo concreto de no privarse de este desafío y de este don que es el
encuentro con la humanidad más allá del propio grupo. Aquellas personas
percibían que todos los valores que podían cultivar debían estar acompañados por
esta capacidad de trascenderse en una apertura a los otros.
El valor único del amor
91.
Las personas pueden desarrollar algunas actitudes que presentan como valores
morales: fortaleza, sobriedad, laboriosidad y otras virtudes. Pero para orientar
adecuadamente los actos de las distintas virtudes morales, es necesario
considerar también en qué medida estos realizan un dinamismo de apertura y unión
hacia otras personas. Ese dinamismo es la caridad que Dios infunde. De otro
modo, quizás tendremos sólo apariencia de virtudes, que serán incapaces de
construir la vida en común. Por ello decía santo Tomás de Aquino —citando a san
Agustín— que la templanza de una persona avara ni siquiera es virtuosa[69].
San Buenaventura, con otras palabras, explicaba que las otras virtudes, sin la
caridad, estrictamente no cumplen los mandamientos «como Dios los entiende»[70].
92. La altura espiritual de una vida humana está
marcada por el amor, que es «el criterio para la decisión definitiva sobre la
valoración positiva o negativa de una vida humana»[71].
Sin embargo, hay creyentes que piensan que su grandeza está en la imposición de
sus ideologías al resto, o en la defensa violenta de la verdad, o en grandes
demostraciones de fortaleza. Todos los creyentes necesitamos reconocer esto: lo
primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor
peligro es no amar (cf. 1 Co 13,1-13).
93.
En un intento de precisar en qué consiste la experiencia de amar que Dios hace
posible con su gracia, santo Tomás de Aquino la explicaba como un movimiento que
centra la atención en el otro «considerándolo como uno consigo»[72].
La atención afectiva que se presta al otro, provoca una orientación a buscar su
bien gratuitamente. Todo esto parte de un aprecio, de una valoración, que en
definitiva es lo que está detrás de la palabra “caridad”: el ser amado es “caro”
para mí, es decir, «es estimado como de alto valor»[73].
Y «del amor por el cual a uno le es grata la otra persona depende que le dé algo
gratis»[74].
94.
El amor implica entonces algo más que una serie de acciones benéficas. Las
acciones brotan de una unión que inclina más y más hacia el otro considerándolo
valioso, digno, grato y bello, más allá de las apariencias físicas o morales. El
amor al otro por ser quien es, nos mueve a buscar lo mejor para su vida. Sólo en
el cultivo de esta forma de relacionarnos haremos posibles la amistad social que
no excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos.
La creciente apertura del amor
95.
El amor nos pone finalmente en tensión hacia la comunión universal. Nadie madura
ni alcanza su plenitud aislándose. Por su propia dinámica, el amor reclama una
creciente apertura, mayor capacidad de acoger a otros, en una aventura nunca
acabada que integra todas las periferias hacia un pleno sentido de pertenencia
mutua. Jesús nos decía: «Todos ustedes son hermanos» (Mt 23,8).
96.
Esta necesidad de ir más allá de los propios límites vale también para las
distintas regiones y países. De hecho, «el número cada vez mayor de
interdependencias y de comunicaciones que se entrecruzan en nuestro planeta hace
más palpable la conciencia de que todas las naciones de la tierra […] comparten
un destino común. En los dinamismos de la historia, a pesar de la diversidad de
etnias, sociedades y culturas, vemos sembrada la vocación de formar una
comunidad compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los
unos de los otros»[75].
Sociedades abiertas que integran a todos
97.
Hay periferias que están cerca de nosotros, en el centro de una ciudad, o en la
propia familia. También hay un aspecto de la apertura universal del amor que no
es geográfico sino existencial. Es la capacidad cotidiana de ampliar mi círculo,
de llegar a aquellos que espontáneamente no siento parte de mi mundo de
intereses, aunque estén cerca de mí. Por otra parte, cada hermana y hermano que
sufre, abandonado o ignorado por mi sociedad es un forastero existencial, aunque
haya nacido en el mismo país. Puede ser un ciudadano con todos los papeles, pero
lo hacen sentir como un extranjero en su propia tierra. El racismo es un virus
que muta fácilmente y en lugar de desaparecer se disimula, pero está siempre al
acecho.
98.
Quiero recordar a esos “exiliados ocultos” que son tratados como cuerpos
extraños en la sociedad[76]. Muchas
personas con discapacidad «sienten que existen sin pertenecer y sin participar».
Hay todavía mucho «que les impide tener una ciudadanía plena». El objetivo no es
sólo cuidarlos, sino «que participen activamente en la comunidad civil y
eclesial. Es un camino exigente y también fatigoso, que contribuirá cada vez más
a la formación de conciencias capaces de reconocer a cada individuo como una
persona única e irrepetible». Igualmente pienso en «los ancianos, que, también
por su discapacidad, a veces se sienten como una carga». Sin embargo, todos
pueden dar «una contribución singular al bien común a través de su biografía
original». Me permito insistir: «Tengan el valor de dar voz a quienes son
discriminados por su discapacidad, porque desgraciadamente en algunas naciones,
todavía hoy, se duda en reconocerlos como personas de igual dignidad»[77].
Comprensiones inadecuadas de un amor universal
99.
El amor que se extiende más allá de las fronteras tiene en su base lo que
llamamos “amistad social” en cada ciudad o en cada país. Cuando es genuina, esta
amistad social dentro de una sociedad es una condición de posibilidad de una
verdadera apertura universal. No se trata del falso universalismo de quien
necesita viajar constantemente porque no soporta ni ama a su propio pueblo.
Quien mira a su pueblo con desprecio, establece en su propia sociedad categorías
de primera o de segunda clase, de personas con más o menos dignidad y derechos.
De esta manera niega que haya lugar para todos.
100.
Tampoco estoy proponiendo un universalismo autoritario y abstracto, digitado o
planificado por algunos y presentado como un supuesto sueño en orden a
homogeneizar, dominar y expoliar. Hay un modelo de globalización que
«conscientemente apunta a la uniformidad unidimensional y busca eliminar todas
las diferencias y tradiciones en una búsqueda superficial de la unidad. […] Si
una globalización pretende igualar a todos, como si fuera una esfera, esa
globalización destruye la riqueza y la particularidad de cada persona y de cada
pueblo»[78]. Ese falso sueño
universalista termina quitando al mundo su variado colorido, su belleza y en
definitiva su humanidad. Porque «el futuro no es monocromático, sino que es
posible si nos animamos a mirarlo en la variedad y en la diversidad de lo que
cada uno puede aportar. Cuánto necesita aprender nuestra familia humana a vivir
juntos en armonía y paz sin necesidad de que tengamos que ser todos igualitos»[79].
Trascender un mundo de socios
101.
Retomemos ahora aquella parábola del buen samaritano que todavía tiene mucho
para proponernos. Había un hombre herido en el camino. Los personajes que
pasaban a su lado no se concentraban en este llamado interior a volverse
cercanos, sino en su función, en el lugar social que ellos ocupaban, en una
profesión relevante en la sociedad. Se sentían importantes para la sociedad del
momento y su urgencia era el rol que les tocaba cumplir. El hombre herido y
abandonado en el camino era una molestia para ese proyecto, una interrupción, y
a su vez era alguien que no cumplía función alguna. Era un nadie, no pertenecía
a una agrupación que se considerara destacable, no tenía función alguna en la
construcción de la historia. Mientras tanto, el samaritano generoso se resistía
a estas clasificaciones cerradas, aunque él mismo quedaba fuera de cualquiera de
estas categorías y era sencillamente un extraño sin un lugar propio en la
sociedad. Así, libre de todo rótulo y estructura, fue capaz de interrumpir su
viaje, de cambiar su proyecto, de estar disponible para abrirse a la sorpresa
del hombre herido que lo necesitaba.
102.
¿Qué reacción podría provocar hoy esa narración, en un mundo donde aparecen
constantemente, y crecen, grupos sociales que se aferran a una identidad que los
separa del resto? ¿Cómo puede conmover a quienes tienden a organizarse de tal
manera que se impida toda presencia extraña que pueda perturbar esa identidad y
esa organización autoprotectora y autorreferencial? En ese esquema queda
excluida la posibilidad de volverse prójimo, y sólo es posible ser prójimo de
quien permita asegurar los beneficios personales. Así la palabra “prójimo”
pierde todo significado, y únicamente cobra sentido la palabra “socio”, el
asociado por determinados intereses[80].
Libertad, igualdad y fraternidad
103.
La fraternidad no es sólo resultado de condiciones de respeto a las libertades
individuales, ni siquiera de cierta equidad administrada. Si bien son
condiciones de posibilidad no bastan para que ella surja como resultado
necesario. La fraternidad tiene algo positivo que ofrecer a la libertad y a la
igualdad. ¿Qué ocurre sin la fraternidad cultivada conscientemente, sin una
voluntad política de fraternidad, traducida en una educación para la
fraternidad, para el diálogo, para el descubrimiento de la reciprocidad y el
enriquecimiento mutuo como valores? Lo que sucede es que la libertad enflaquece,
resultando así más una condición de soledad, de pura autonomía para pertenecer a
alguien o a algo, o sólo para poseer y disfrutar. Esto no agota en absoluto la
riqueza de la libertad que está orientada sobre todo al amor.
104.
Tampoco la igualdad se logra definiendo en abstracto que “todos los seres
humanos son iguales”, sino que es el resultado del cultivo consciente y
pedagógico de la fraternidad. Los que únicamente son capaces de ser socios crean
mundos cerrados. ¿Qué sentido puede tener en este esquema esa persona que no
pertenece al círculo de los socios y llega soñando con una vida mejor para sí y
para su familia?
105.
El individualismo no nos hace más libres, más iguales, más hermanos. La mera
suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para
toda la humanidad. Ni siquiera puede preservarnos de tantos males que cada vez
se vuelven más globales. Pero el individualismo radical es el virus más difícil
de vencer. Engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las
propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales
pudiéramos construir el bien común.
Amor universal que promueve a las personas
106.
Hay un reconocimiento básico, esencial para caminar hacia la amistad social y la
fraternidad universal: percibir cuánto vale un ser humano, cuánto vale una
persona, siempre y en cualquier circunstancia. Si cada uno vale tanto, hay que
decir con claridad y firmeza que «el solo hecho de haber nacido en un lugar con
menores recursos o menor desarrollo no justifica que algunas personas vivan con
menor dignidad»[81]. Este es un
principio elemental de la vida social que suele ser ignorado de distintas
maneras por quienes sienten que no aporta a su cosmovisión o no sirve a sus
fines.
107.
Todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse
integralmente, y ese derecho básico no puede ser negado por ningún país. Lo
tiene aunque sea poco eficiente, aunque haya nacido o crecido con limitaciones.
Porque eso no menoscaba su inmensa dignidad como persona humana, que no se
fundamenta en las circunstancias sino en el valor de su ser. Cuando este
principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni
para la sobrevivencia de la humanidad.
108.
Hay sociedades que acogen parcialmente este principio. Aceptan que haya
posibilidades para todos, pero sostienen que a partir de allí todo depende de
cada uno. Desde esa perspectiva parcial no tendría sentido «invertir para que
los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida»[82].
Invertir a favor de los frágiles puede no ser rentable, puede implicar menor
eficiencia. Exige un Estado presente y activo, e instituciones de la sociedad
civil que vayan más allá de la libertad de los mecanismos eficientistas de
determinados sistemas económicos, políticos o ideológicos, porque realmente se
orientan en primer lugar a las personas y al bien común.
109.
Algunos nacen en familias de buena posición económica, reciben buena educación,
crecen bien alimentados, o poseen naturalmente capacidades destacadas. Ellos
seguramente no necesitarán un Estado activo y sólo reclamarán libertad. Pero
evidentemente no cabe la misma regla para una persona con discapacidad, para
alguien que nació en un hogar extremadamente pobre, para alguien que creció con
una educación de baja calidad y con escasas posibilidades de curar adecuadamente
sus enfermedades. Si la sociedad se rige primariamente por los criterios de la
libertad de mercado y de la eficiencia, no hay lugar para ellos, y la
fraternidad será una expresión romántica más.
110.
El hecho es que «una libertad económica sólo declamada, pero donde las
condiciones reales impiden que muchos puedan acceder realmente a ella […] se
convierte en un discurso contradictorio»[83].
Palabras como libertad, democracia o fraternidad se vacían de sentido. Porque el
hecho es que «mientras nuestro sistema económico y social produzca una sola
víctima y haya una sola persona descartada, no habrá una fiesta de fraternidad
universal»[84].Una sociedad
humana y fraterna es capaz de preocuparse para garantizar de modo eficiente y
estable que todos sean acompañados en el recorrido de sus vidas, no sólo para
asegurar sus necesidades básicas, sino para que puedan dar lo mejor de sí,
aunque su rendimiento no sea el mejor, aunque vayan lento, aunque su eficiencia
sea poco destacada.
111.
La persona humana, con sus derechos inalienables, está naturalmente abierta a
los vínculos. En su propia raíz reside el llamado a trascenderse a sí misma en
el encuentro con otros. Por eso «es necesario prestar atención para no caer en
algunos errores que pueden nacer de una mala comprensión de los derechos humanos
y de un paradójico mal uso de los mismos. Existe hoy, en efecto, la tendencia
hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales —estoy
tentado de decir individualistas—, que esconde una concepción de persona humana
desligada de todo contexto social y antropológico, casi como una “mónada” (monás),
cada vez más insensible. […] Si el derecho de cada uno no está armónicamente
ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y,
consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias»[85].
Promover el bien moral
112.
No podemos dejar de decir que el deseo y la búsqueda del bien de los demás y de
toda la humanidad implican también procurar una maduración de las personas y de
las sociedades en los distintos valores morales que lleven a un desarrollo
humano integral. En el Nuevo Testamento se menciona un fruto del Espíritu Santo
(cf. Ga 5,22), expresado con la palabra griega agazosúne. Indica
el apego a lo bueno, la búsqueda de lo bueno. Más todavía, es procurar lo
excelente, lo mejor para los demás: su maduración, su crecimiento en una vida
sana, el cultivo de los valores y no sólo el bienestar material. Hay una
expresión latina semejante: bene-volentia, que significa la actitud de
querer el bien del otro. Es un fuerte deseo del bien, una inclinación hacia todo
lo que sea bueno y excelente, que nos mueve a llenar la vida de los demás de
cosas bellas, sublimes, edificantes.
113.
En esta línea, vuelvo a destacar con dolor que «ya hemos tenido mucho tiempo de
degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la
honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha
servido de poco. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina
enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses»[86].
Volvamos a promover el bien, para nosotros mismos y para toda la humanidad, y
así caminaremos juntos hacia un crecimiento genuino e integral. Cada sociedad
necesita asegurar que los valores se transmitan, porque si esto no sucede se
difunde el egoísmo, la violencia, la corrupción en sus diversas formas, la
indiferencia y, en definitiva, una vida cerrada a toda trascendencia y
clausurada en intereses individuales.
El valor de la solidaridad
114.
Quiero destacar la solidaridad, que «como virtud moral y actitud social, fruto
de la conversión personal, exige el compromiso de todos aquellos que tienen
responsabilidades educativas y formativas. En primer lugar me dirijo a las
familias, llamadas a una misión educativa primaria e imprescindible. Ellas
constituyen el primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores del
amor y de la fraternidad, de la convivencia y del compartir, de la atención y
del cuidado del otro. Ellas son también el ámbito privilegiado para la
transmisión de la fe desde aquellos primeros simples gestos de devoción que las
madres enseñan a los hijos. Los educadores y los formadores que, en la escuela o
en los diferentes centros de asociación infantil y juvenil, tienen la ardua
tarea de educar a los niños y jóvenes, están llamados a tomar conciencia de que
su responsabilidad tiene que ver con las dimensiones morales, espirituales y
sociales de la persona. Los valores de la libertad, del respeto recíproco y de
la solidaridad se transmiten desde la más tierna infancia. […] Quienes se
dedican al mundo de la cultura y de los medios de comunicación social tienen
también una responsabilidad en el campo de la educación y la formación,
especialmente en la sociedad contemporánea, en la que el acceso a los
instrumentos de formación y de comunicación está cada vez más extendido»[87].
115. En estos momentos donde todo parece diluirse y perder consistencia, nos hace bien apelar a la solidez[88]
que surge de sabernos responsables de la fragilidad de los demás buscando un
destino común. La solidaridad se expresa concretamente en el servicio, que puede
asumir formas muy diversas de hacerse cargo de los demás. El servicio es «en
gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de
nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo». En esta tarea cada
uno es capaz de «dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia
ante la mirada concreta de los más frágiles. […] El servicio siempre mira el
rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos
la “padece” y busca la promoción del hermano. Por eso nunca el servicio es
ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a personas»[89].
116.
Los últimos en general «practican esa solidaridad tan especial que existe entre
los que sufren, entre los pobres, y que nuestra civilización parece haber
olvidado, o al menos tiene muchas ganas de olvidar. Solidaridad es una palabra
que no cae bien siempre, yo diría que algunas veces la hemos transformado en una
mala palabra, no se puede decir; pero es una palabra que expresa mucho más que
algunos actos de generosidad esporádicos. Es pensar y actuar en términos de
comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes
por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la
pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la
negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores
efectos del Imperio del dinero. […] La solidaridad, entendida en su sentido más
hondo, es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos
populares»[90].
117.
Cuando hablamos de cuidar la casa común que es el planeta, acudimos a ese mínimo
de conciencia universal y de preocupación por el cuidado mutuo que todavía puede
quedar en las personas. Porque si alguien tiene agua de sobra, y sin embargo la
cuida pensando en la humanidad, es porque ha logrado una altura moral que le
permite trascenderse a sí mismo y a su grupo de pertenencia. ¡Eso es
maravillosamente humano! Esta misma actitud es la que se requiere para reconocer
los derechos de todo ser humano, aunque haya nacido más allá de las propias
fronteras.
Reproponer la función social de la propiedad
118.
El mundo existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta
tierra con la misma dignidad. Las diferencias de color, religión, capacidades,
lugar de nacimiento, lugar de residencia y tantas otras no pueden anteponerse o
utilizarse para justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos.
Por consiguiente, como comunidad estamos conminados a garantizar que cada
persona viva con dignidad y tenga oportunidades adecuadas a su desarrollo
integral.
119.
En los primeros siglos de la fe cristiana, varios sabios desarrollaron un
sentido universal en su reflexión sobre el destino común de los bienes creados[91].
Esto llevaba a pensar que si alguien no tiene lo suficiente para vivir con
dignidad se debe a que otro se lo está quedando. Lo resume san Juan Crisóstomo
al decir que «no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y
quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos»[92];
o también en palabras de san Gregorio Magno: «Cuando damos a los pobres las
cosas indispensables no les damos nuestras cosas, sino que les devolvemos lo que
es suyo»[93].
120.
Vuelvo a hacer mías y a proponer a todos unas palabras de san Juan Pablo II cuya
contundencia quizás no ha sido advertida: «Dios ha dado la tierra a todo el
género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie
ni privilegiar a ninguno»[94].
En esta línea recuerdo que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto
o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de
cualquier forma de propiedad privada».[95]
El principio del uso común de los bienes creados para todos es el «primer
principio de todo el ordenamiento ético-social»[96], es un derecho natural, originario y prioritario[97].
Todos los demás derechos sobre los bienes necesarios para la realización
integral de las personas, incluidos el de la propiedad privada y cualquier otro,
«no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su realización», como afirmaba
san Pablo VI[98]. El derecho a
la propiedad privada sólo puede ser considerado como un derecho natural
secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados,
y esto tiene consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el
funcionamiento de la sociedad. Pero sucede con frecuencia que los derechos
secundarios se sobreponen a los prioritarios y originarios, dejándolos sin
relevancia práctica.
Derechos sin fronteras
121.
Entonces nadie puede quedar excluido, no importa dónde haya nacido, y menos a
causa de los privilegios que otros poseen porque nacieron en lugares con mayores
posibilidades. Los límites y las fronteras de los Estados no pueden impedir que
esto se cumpla. Así como es inaceptable que alguien tenga menos derechos por ser
mujer, es igualmente inaceptable que el lugar de nacimiento o de residencia ya
de por sí determine menores posibilidades de vida digna y de desarrollo.
122.
El desarrollo no debe orientarse a la acumulación creciente de unos pocos, sino
que tiene que asegurar «los derechos humanos, personales y sociales, económicos
y políticos, incluidos los derechos de las Naciones y de los pueblos»[99]. El derecho de algunos a la libertad de empresa o de mercado no puede estar por encima de los derechos de los pueblos, ni de la dignidad de los pobres, ni tampoco
del respeto al medio ambiente, puesto que «quien se apropia algo es sólo para
administrarlo en bien de todos»[100]-
123.
Es verdad que la actividad de los empresarios «es una noble vocación orientada a
producir riqueza y a mejorar el mundo para todos»[101].
Dios nos promueve, espera que desarrollemos las capacidades que nos dio y llenó
el universo de potencialidades. En sus designios cada hombre está llamado a
promover su propio progreso[102],
y esto incluye fomentar las capacidades económicas y tecnológicas para hacer
crecer los bienes y aumentar la riqueza. Pero en todo caso estas capacidades de
los empresarios, que son un don de Dios, tendrían que orientarse claramente al
desarrollo de las demás personas y a la superación de la miseria, especialmente
a través de la creación de fuentes de trabajo diversificadas. Siempre, junto al
derecho de propiedad privada, está el más importante y anterior principio de la
subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la
tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso[103].
Derechos de los pueblos
124.
La convicción del destino común de los bienes de la tierra hoy requiere que se
aplique también a los países, a sus territorios y a sus posibilidades. Si lo
miramos no sólo desde la legitimidad de la propiedad privada y de los derechos
de los ciudadanos de una determinada nación, sino también desde el primer
principio del destino común de los bienes, entonces podemos decir que cada país
es asimismo del extranjero, en cuanto los bienes de un territorio no deben ser
negados a una persona necesitada que provenga de otro lugar. Porque, como
enseñaron los Obispos de los Estados Unidos, hay derechos fundamentales que
«preceden a cualquier sociedad porque manan de la dignidad otorgada a cada
persona en cuanto creada por Dios»[104].
125.
Esto supone además otra manera de entender las relaciones y el intercambio entre
países. Si toda persona tiene una dignidad inalienable, si todo ser humano es mi
hermano o mi hermana, y si en realidad el mundo es de todos, no importa si
alguien ha nacido aquí o si vive fuera de los límites del propio país. También
mi nación es corresponsable de su desarrollo, aunque pueda cumplir esta
responsabilidad de diversas maneras: acogiéndolo de manera generosa cuando lo
necesite imperiosamente, promoviéndolo en su propia tierra, no usufructuando ni
vaciando de recursos naturales a países enteros propiciando sistemas corruptos
que impiden el desarrollo digno de los pueblos. Esto que vale para las naciones
se aplica a las distintas regiones de cada país, entre las que suele haber
graves inequidades. Pero la incapacidad de reconocer la igual dignidad humana a
veces lleva a que las regiones más desarrolladas de algunos países sueñen con
liberarse del “lastre” de las regiones más pobres para aumentar todavía más su
nivel de consumo.
126.
Hablamos de una nueva red en las relaciones internacionales, porque no hay modo
de resolver los graves problemas del mundo pensando sólo en formas de ayuda
mutua entre individuos o pequeños grupos. Recordemos que «la inequidad no afecta
sólo a individuos, sino a países enteros, y obliga a pensar en una ética de las
relaciones internacionales»[105].
Y la justicia exige reconocer y respetar no sólo los derechos individuales, sino
también los derechos sociales y los derechos de los pueblos[106].
Lo que estamos diciendo implica asegurar «el derecho fundamental de los pueblos
a la subsistencia y al progreso»[107],
que a veces se ve fuertemente dificultado por la presión que origina la deuda
externa. El pago de la deuda en muchas ocasiones no sólo no favorece el
desarrollo, sino que lo limita y lo condiciona fuertemente. Si bien se mantiene
el principio de que toda deuda legítimamente adquirida debe ser saldada, el modo
de cumplir este deber que muchos países pobres tienen con los países ricos no
debe llegar a comprometer su subsistencia y su crecimiento.
127.
Sin dudas, se trata de otra lógica. Si no se intenta entrar en esa lógica, mis
palabras sonarán a fantasía. Pero si se acepta el gran principio de los derechos
que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible
aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un
planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero
camino de la paz, y no la estrategia carente de sentido y corta de miras de
sembrar temor y desconfianza ante amenazas externas. Porque la paz real y
duradera sólo es posible «desde una ética global de solidaridad y cooperación al
servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad
entre toda la familia humana»[108].
Capítulo cuarto
UN CORAZÓN ABIERTO AL MUNDO ENTERO
128.
La afirmación de que todos los seres humanos somos hermanos y hermanas, si no es
sólo una abstracción, sino que toma carne y se vuelve concreta, nos plantea una
serie de retos que nos descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a
desarrollar nuevas reacciones.
El límite de las fronteras
129.
Cuando el prójimo es una persona migrante se agregan desafíos complejos[109].
Es verdad que lo ideal sería evitar las migraciones innecesarias y para ello el
camino es crear en los países de origen la posibilidad efectiva de vivir y de
crecer con dignidad, de manera que se puedan encontrar allí mismo las
condiciones para el propio desarrollo integral. Pero mientras no haya serios
avances en esta línea, nos corresponde respetar el derecho de todo ser humano de
encontrar un lugar donde pueda no solamente satisfacer sus necesidades básicas y
las de su familia, sino también realizarse integralmente como persona. Nuestros
esfuerzos ante las personas migrantes que llegan pueden resumirse en cuatro
verbos: acoger, proteger, promover e integrar. Porque «no se trata de dejar caer
desde arriba programas de asistencia social sino de recorrer juntos un camino a
través de estas cuatro acciones, para construir ciudades y países que, al tiempo
que conservan sus respectivas identidades culturales y religiosas, estén
abiertos a las diferencias y sepan cómo valorarlas en nombre de la fraternidad
humana»[110].
130.
Esto implica algunas respuestas indispensables, sobre todo frente a los que
escapan de graves crisis humanitarias. Por ejemplo: incrementar y simplificar la
concesión de visados, adoptar programas de patrocinio privado y comunitario,
abrir corredores humanitarios para los refugiados más vulnerables, ofrecer un
alojamiento adecuado y decoroso, garantizar la seguridad personal y el acceso a
los servicios básicos, asegurar una adecuada asistencia consular, el derecho a
tener siempre consigo los documentos personales de identidad, un acceso
equitativo a la justicia, la posibilidad de abrir cuentas bancarias y la
garantía de lo básico para la subsistencia vital, darles libertad de movimiento
y la posibilidad de trabajar, proteger a los menores de edad y asegurarles el
acceso regular a la educación, prever programas de custodia temporal o de
acogida, garantizar la libertad religiosa, promover su inserción social,
favorecer la reagrupación familiar y preparar a las comunidades locales para los
procesos integrativos[111].
131.
Para quienes ya hace tiempo que han llegado y participan del tejido social, es
importante aplicar el concepto de “ciudadanía”, que «se basa en la igualdad de
derechos y deberes bajo cuya protección todos disfrutan de la justicia. Por esta
razón, es necesario comprometernos para establecer en nuestra sociedad el
concepto de plena ciudadanía y renunciar al uso discriminatorio de la palabra
minorías, que trae consigo las semillas de sentirse aislado e inferior;
prepara el terreno para la hostilidad y la discordia y quita los logros y los
derechos religiosos y civiles de algunos ciudadanos al discriminarlos»[112].
132.
Más allá de las diversas acciones indispensables, los Estados no pueden
desarrollar por su cuenta soluciones adecuadas «ya que las consecuencias de las
opciones de cada uno repercuten inevitablemente sobre toda la Comunidad
internacional». Por lo tanto «las respuestas sólo vendrán como fruto de un
trabajo común»[113], gestando
una legislación (governance) global para las migraciones. De cualquier
manera se necesita «establecer planes a medio y largo plazo que no se queden en
la simple respuesta a una emergencia. Deben servir, por una parte, para ayudar
realmente a la integración de los emigrantes en los países de acogida y, al
mismo tiempo, favorecer el desarrollo de los países de proveniencia, con
políticas solidarias, que no sometan las ayudas a estrategias y prácticas
ideológicas ajenas o contrarias a las culturas de los pueblos a las que van
dirigidas»[114].
Las ofrendas recíprocas
133.
La llegada de personas diferentes, que proceden de un contexto vital y cultural
distinto, se convierte en un don, porque «las historias de los migrantes también
son historias de encuentro entre personas y entre culturas: para las comunidades
y las sociedades a las que llegan son una oportunidad de enriquecimiento y de
desarrollo humano integral de todos»[115].
Por esto «pido especialmente a los jóvenes que no caigan en las redes de quienes
quieren enfrentarlos a otros jóvenes que llegan a sus países, haciéndolos ver
como seres peligrosos y como si no tuvieran la misma inalienable dignidad de
todo ser humano»[116].
134.
Por otra parte, cuando se acoge de corazón a la persona diferente, se le permite
seguir siendo ella misma, al tiempo que se le da la posibilidad de un nuevo
desarrollo. Las culturas diversas, que han gestado su riqueza a lo largo de
siglos, deben ser preservadas para no empobrecer este mundo. Esto sin dejar de
estimularlas para que pueda brotar algo nuevo de sí mismas en el encuentro con
otras realidades. No se puede ignorar el riesgo de terminar víctimas de una
esclerosis cultural. Para ello «tenemos necesidad de comunicarnos, de descubrir
las riquezas de cada uno, de valorar lo que nos une y ver las diferencias como
oportunidades de crecimiento en el respeto de todos. Se necesita un diálogo
paciente y confiado, para que las personas, las familias y las comunidades
puedan transmitir los valores de su propia cultura y acoger lo que hay de bueno
en la experiencia de los demás»[117].
135.
Retomo ejemplos que mencioné tiempo atrás: la cultura de los latinos es «un
fermento de valores y posibilidades que puede hacer mucho bien a los Estados
Unidos. […] Una fuerte inmigración siempre termina marcando y transformando la
cultura de un lugar. En la Argentina, la fuerte inmigración italiana ha marcado
la cultura de la sociedad, y en el estilo cultural de Buenos Aires se nota mucho
la presencia de alrededor de 200.000 judíos. Los inmigrantes, si se los ayuda a
integrarse, son una bendición, una riqueza y un nuevo don que invita a una
sociedad a crecer»[118].
136.
Ampliando la mirada, con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb recordamos que «la
relación entre Occidente y Oriente es una necesidad mutua indiscutible, que no
puede ser sustituida ni descuidada, de modo que ambos puedan enriquecerse
mutuamente a través del intercambio y el diálogo de las culturas. El Occidente
podría encontrar en la civilización del Oriente los remedios para algunas de sus
enfermedades espirituales y religiosas causadas por la dominación del
materialismo. Y el Oriente podría encontrar en la civilización del Occidente
muchos elementos que pueden ayudarlo a salvarse de la debilidad, la división, el
conflicto y el declive científico, técnico y cultural. Es importante prestar
atención a las diferencias religiosas, culturales e históricas que son un
componente esencial en la formación de la personalidad, la cultura y la
civilización oriental; y es importante consolidar los derechos humanos generales
y comunes, para ayudar a garantizar una vida digna para todos los hombres en
Oriente y en Occidente, evitando el uso de políticas de doble medida»[119].
El fecundo intercambio
137.
La ayuda mutua entre países en realidad termina beneficiando a todos. Un país
que progresa desde su original sustrato cultural es un tesoro para toda la
humanidad. Necesitamos desarrollar esta consciencia de que hoy o nos salvamos
todos o no se salva nadie. La pobreza, la decadencia, los sufrimientos de un
lugar de la tierra son un silencioso caldo de cultivo de problemas que
finalmente afectarán a todo el planeta. Si nos preocupa la desaparición de
algunas especies, debería obsesionarnos que en cualquier lugar haya personas y
pueblos que no desarrollen su potencial y su belleza propia a causa de la
pobreza o de otros límites estructurales. Porque eso termina empobreciéndonos a
todos.
138.
Si esto fue siempre cierto, hoy lo es más que nunca debido a la realidad de un
mundo tan conectado por la globalización. Necesitamos que un ordenamiento
mundial jurídico, político y económico «incremente y oriente la colaboración
internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos»[120].
Esto finalmente beneficiará a todo el planeta, porque «la ayuda al desarrollo de
los países pobres» implica «creación de riqueza para todos»[121].
Desde el punto de vista del desarrollo integral, esto supone que se conceda
«también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres»[122]
y que se procure «incentivar el acceso al mercado internacional de los países
marcados por la pobreza y el subdesarrollo»[123].
Gratuidad que acoge
139.
No obstante, no quisiera limitar este planteamiento a alguna forma de
utilitarismo. Existe la gratuidad. Es la capacidad de hacer algunas cosas porque
sí, porque son buenas en sí mismas, sin esperar ningún resultado exitoso, sin
esperar inmediatamente algo a cambio. Esto permite acoger al extranjero, aunque
de momento no traiga un beneficio tangible. Pero hay países que pretenden
recibir sólo a los científicos o a los inversores.
140.
Quien no vive la gratuidad fraterna, convierte su existencia en un comercio
ansioso, está siempre midiendo lo que da y lo que recibe a cambio. Dios, en
cambio, da gratis, hasta el punto de que ayuda aun a los que no son fieles, y
«hace salir el sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Por algo Jesús
recomienda: «Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu
derecha, para que tu limosna quede en secreto» (Mt 6,3-4). Hemos recibido la vida gratis, no hemos pagado por ella. Entonces todos podemos
dar sin esperar algo, hacer el bien sin exigirle tanto a esa persona que uno
ayuda. Es lo que Jesús decía a sus discípulos: «Lo que han recibido gratis,
entréguenlo también gratis» (Mt 10,8).
141.
La verdadera calidad de los distintos países del mundo se mide por esta
capacidad de pensar no sólo como país, sino también como familia humana, y esto
se prueba especialmente en las épocas críticas. Los nacionalismos cerrados
expresan en definitiva esta incapacidad de gratuidad, el error de creer que
pueden desarrollarse al margen de la ruina de los demás y que cerrándose al
resto estarán más protegidos. El inmigrante es visto como un usurpador que no
ofrece nada. Así, se llega a pensar ingenuamente que los pobres son peligrosos o
inútiles y que los poderosos son generosos benefactores. Sólo una cultura social
y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro.
Local y universal
142.
Cabe recordar que «entre la globalización y la localización también se produce
una tensión. Hace falta prestar atención a lo global para no caer en una
mezquindad cotidiana. Al mismo tiempo, no conviene perder de vista lo local, que
nos hace caminar con los pies sobre la tierra. Las dos cosas unidas impiden caer
en alguno de estos dos extremos: uno, que los ciudadanos vivan en un
universalismo abstracto y globalizante […]; otro, que se conviertan en un
museo folklórico de ermitaños localistas, condenados a repetir siempre lo mismo,
incapaces de dejarse interpelar por el diferente y de valorar la belleza que
Dios derrama fuera de sus límites»[124].
Hay que mirar lo global, que nos rescata de la mezquindad casera. Cuando la casa
ya no es hogar, sino que es encierro, calabozo, lo global nos va rescatando
porque es como la causa final que nos atrae hacia la plenitud. Simultáneamente,
hay que asumir con cordialidad lo local, porque tiene algo que lo global no
posee: ser levadura, enriquecer, poner en marcha mecanismos de subsidiaridad.
Por lo tanto, la fraternidad universal y la amistad social dentro de cada
sociedad son dos polos inseparables y coesenciales. Separarlos lleva a una
deformación y a una polarización dañina.
El sabor local
143.
La solución no es una apertura que renuncia al propio tesoro. Así como no hay
diálogo con el otro sin identidad personal, del mismo modo no hay apertura entre
pueblos sino desde el amor a la tierra, al pueblo, a los propios rasgos
culturales. No me encuentro con el otro si no poseo un sustrato donde estoy
firme y arraigado, porque desde allí puedo acoger el don del otro y ofrecerle
algo verdadero. Sólo es posible acoger al diferente y percibir su aporte
original si estoy afianzado en mi pueblo con su cultura. Cada uno ama y cuida
con especial responsabilidad su tierra y se preocupa por su país, así como cada
uno debe amar y cuidar su casa para que no se venga abajo, porque no lo harán
los vecinos. También el bien del universo requiere que cada uno proteja y ame su
propia tierra. De lo contrario, las consecuencias del desastre de un país
terminarán afectando a todo el planeta. Esto se fundamenta en el sentido
positivo que tiene el derecho de propiedad: cuido y cultivo algo que poseo, de
manera que pueda ser un aporte al bien de todos.
144.
Además, este es un presupuesto de los intercambios sanos y enriquecedores. El
trasfondo de la experiencia de la vida en un lugar y en una cultura determinada
es lo que capacita a alguien para percibir aspectos de la realidad que quienes
no tienen esa experiencia no son capaces de percibir tan fácilmente. Lo
universal no debe ser el imperio homogéneo, uniforme y estandarizado de una
única forma cultural dominante, que finalmente perderá los colores del poliedro
y terminará en el hastío. Es la tentación que se expresa en el antiguo relato de
la torre de Babel: la construcción de una torre que llegara hasta el cielo no
expresaba la unidad entre distintos pueblos capaces de comunicarse desde su
diversidad. Por el contrario, fue una tentativa engañosa, que surgía del orgullo
y de la ambición humana, de crear una unidad diferente de aquella deseada por
Dios en su plan providencial para las naciones (cf. Gn 11,1-9).
145.
Hay una falsa apertura a lo universal, que procede de la superficialidad vacía
de quien no es capaz de penetrar hasta el fondo en su patria, o de quien
sobrelleva un resentimiento no resuelto hacia su pueblo. En todo caso, «siempre
hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a
todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir
las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don
de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más
amplia. […] No es ni la esfera global que anula ni la parcialidad aislada que
esteriliza»[125], es el
poliedro, donde al mismo tiempo que cada uno es respetado en su valor, «el todo
es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas»[126].
El horizonte universal
146.
Hay narcisismos localistas que no son un sano amor al propio pueblo y a su
cultura. Esconden un espíritu cerrado que, por cierta inseguridad y temor al
otro, prefiere crear murallas defensivas para preservarse a sí mismo. Pero no es
posible ser sanamente local sin una sincera y amable apertura a lo universal,
sin dejarse interpelar por lo que sucede en otras partes, sin dejarse enriquecer
por otras culturas o sin solidarizarse con los dramas de los demás pueblos. Ese
localismo se clausura obsesivamente en unas pocas ideas, costumbres y
seguridades, incapaz de admiración frente a la multitud de posibilidades y de
belleza que ofrece el mundo entero, y carente de una solidaridad auténtica y
generosa. Así, la vida local ya no es auténticamente receptiva, ya no se deja
completar por el otro; por lo tanto, se limita en sus posibilidades de
desarrollo, se vuelve estática y se enferma. Porque en realidad toda cultura
sana es abierta y acogedora por naturaleza, de tal modo que «una cultura sin
valores universales no es una verdadera cultura»[127].
147.
Reconozcamos que una persona, mientras menos amplitud tenga en su mente y en su
corazón, menos podrá interpretar la realidad cercana donde está inmersa. Sin la
relación y el contraste con quien es diferente, es difícil percibirse clara y
completamente a sí mismo y a la propia tierra, ya que las demás culturas no son
enemigos de los que hay que preservarse, sino que son reflejos distintos de la
riqueza inagotable de la vida humana. Mirándose a sí mismo con el punto de
referencia del otro, de lo diverso, cada uno puede reconocer mejor las
peculiaridades de su persona y de su cultura: sus riquezas, sus posibilidades y
sus límites. La experiencia que se realiza en un lugar debe ser desarrollada “en
contraste” y “en sintonía” con las experiencias de otros que viven en contextos
culturales diferentes[128].
148.
En realidad, una sana apertura nunca atenta contra la identidad. Porque al
enriquecerse con elementos de otros lugares, una cultura viva no realiza una
copia o una mera repetición, sino que integra las novedades “a su modo”. Esto
provoca el nacimiento de una nueva síntesis que finalmente beneficia a todos, ya
que la cultura donde se originan estos aportes termina siendo retroalimentada.
Por ello exhorté a los pueblos originarios a cuidar sus propias raíces y sus
culturas ancestrales, pero quise aclarar que no era «mi intención proponer un
indigenismo completamente cerrado, ahistórico, estático, que se niegue a toda
forma de mestizaje», ya que «la propia identidad cultural se arraiga y se
enriquece en el diálogo con los diferentes y la auténtica preservación no es un
aislamiento empobrecedor»[129].
El mundo crece y se llena de nueva belleza gracias a sucesivas síntesis que se
producen entre culturas abiertas, fuera de toda imposición cultural.
149.
Para estimular una sana relación entre el amor a la patria y la inserción
cordial en la humanidad entera, es bueno recordar que la sociedad mundial no es
el resultado de la suma de los distintos países, sino que es la misma comunión
que existe entre ellos, es la inclusión mutua que es anterior al surgimiento de
todo grupo particular. En ese entrelazamiento de la comunión universal se
integra cada grupo humano y allí encuentra su belleza. Entonces, cada persona
que nace en un contexto determinado se sabe perteneciente a una familia más
grande sin la que no es posible comprenderse en plenitud.
150.
Este enfoque, en definitiva, reclama la aceptación gozosa de que ningún pueblo,
cultura o persona puede obtener todo de sí. Los otros son constitutivamente
necesarios para la construcción de una vida plena. La conciencia del límite o de
la parcialidad, lejos de ser una amenaza, se vuelve la clave desde la que soñar
y elaborar un proyecto común. Porque «el hombre es el ser fronterizo que no
tiene ninguna frontera»[130].
Desde la propia región
151.
Gracias al intercambio regional, desde el cual los países más débiles se abren
al mundo entero, es posible que la universalidad no diluya las particularidades.
Una adecuada y auténtica apertura al mundo supone la capacidad de abrirse al
vecino, en una familia de naciones. La integración cultural, económica y
política con los pueblos cercanos debería estar acompañada por un proceso
educativo que promueva el valor del amor al vecino, primer ejercicio
indispensable para lograr una sana integración universal.
152.
En algunos barrios populares, todavía se vive el espíritu del “vecindario”,
donde cada uno siente espontáneamente el deber de acompañar y ayudar al vecino.
En estos lugares que conservan esos valores comunitarios, se viven las
relaciones de cercanía con notas de gratuidad, solidaridad y reciprocidad, a
partir del sentido de un “nosotros” barrial[131].
Ojalá pudiera vivirse esto también entre países cercanos, que sean capaces de
construir una vecindad cordial entre sus pueblos. Pero las visiones
individualistas se traducen en las relaciones entre países. El riesgo de vivir
cuidándonos unos de otros, viendo a los demás como competidores o enemigos
peligrosos, se traslada a la relación con los pueblos de la región. Quizás
fuimos educados en ese miedo y en esa desconfianza.
153.
Hay países poderosos y grandes empresas que sacan rédito de este aislamiento y
prefieren negociar con cada país por separado. Por el contrario, para los países
pequeños o pobres se abre la posibilidad de alcanzar acuerdos regionales con sus
vecinos que les permitan negociar en bloque y evitar convertirse en segmentos
marginales y dependientes de los grandes poderes. Hoy ningún Estado nacional
aislado está en condiciones de asegurar el bien común de su propia población.
Capítulo quinto
LA MEJOR POLÍTICA
154.
Para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la
fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace
falta la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común. En cambio,
desgraciadamente, la política hoy con frecuencia suele asumir formas que
dificultan la marcha hacia un mundo distinto.
Populismos y liberalismos
155.
El desprecio de los débiles puede esconderse en formas populistas, que los
utilizan demagógicamente para sus fines, o en formas liberales al servicio de
los intereses económicos de los poderosos. En ambos casos se advierte la
dificultad para pensar un mundo abierto que tenga lugar para todos, que
incorpore a los más débiles y que respete las diversas culturas.
Popular o populista
156.
En los últimos años la expresión “populismo” o “populista” ha invadido los
medios de comunicación y el lenguaje en general. Así pierde el valor que podría
contener y se convierte en una de las polaridades de la sociedad dividida. Esto
llegó al punto de pretender clasificar a todas las personas, agrupaciones,
sociedades y gobiernos a partir de una división binaria: “populista” o “no
populista”. Ya no es posible que alguien opine sobre cualquier tema sin que
intenten clasificarlo en uno de esos dos polos, a veces para desacreditarlo
injustamente o para enaltecerlo en exceso.
157.
La pretensión de instalar el populismo como clave de lectura de la realidad
social, tiene otra debilidad: que ignora la legitimidad de la noción de pueblo.
El intento por hacer desaparecer del lenguaje esta categoría podría llevar a
eliminar la misma palabra “democracia” —es decir: el “gobierno del pueblo”—. No
obstante, si no se quiere afirmar que la sociedad es más que la mera suma de los
individuos, se necesita la palabra “pueblo”. La realidad es que hay fenómenos
sociales que articulan a las mayorías, que existen megatendencias y búsquedas
comunitarias. También que se puede pensar en objetivos comunes, más allá de las
diferencias, para conformar un proyecto común. Finalmente, que es muy difícil
proyectar algo grande a largo plazo si no se logra que eso se convierta en un
sueño colectivo. Todo esto se encuentra expresado en el sustantivo “pueblo” y en
el adjetivo “popular”. Si no se incluyen —junto con una sólida crítica a la
demagogia— se estaría renunciando a un aspecto fundamental de la realidad
social.
158.
Porque existe un malentendido: «Pueblo no es una categoría lógica, ni una
categoría mística, si lo entendemos en el sentido de que todo lo que hace el
pueblo es bueno, o en el sentido de que el pueblo sea una categoría angelical.
Es una categoría mítica […] Cuando explicas lo que es un pueblo utilizas
categorías lógicas porque tienes que explicarlo: cierto, hacen falta. Pero así
no explicas el sentido de pertenencia a un pueblo. La palabra pueblo tiene algo
más que no se puede explicar de manera lógica. Ser parte de un pueblo es formar
parte de una identidad común, hecha de lazos sociales y culturales. Y esto no es
algo automático, sino todo lo contrario: es un proceso lento, difícil… hacia un
proyecto común»[132].
159.
Hay líderes populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica
cultural y las grandes tendencias de una sociedad. El servicio que prestan,
aglutinando y conduciendo, puede ser la base para un proyecto duradero de
transformación y crecimiento, que implica también la capacidad de ceder lugar a
otros en pos del bien común. Pero deriva en insano populismo cuando se convierte
en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar
políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio
de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder. Otras veces busca
sumar popularidad exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos
sectores de la población. Esto se agrava cuando se convierte, con formas
groseras o sutiles, en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad.
160.
Los grupos populistas cerrados desfiguran la palabra “pueblo”, puesto que en
realidad no hablan de un verdadero pueblo. En efecto, la categoría de “pueblo”
es abierta. Un pueblo vivo, dinámico y con futuro es el que está abierto
permanentemente a nuevas síntesis incorporando al diferente. No lo hace
negándose a sí mismo, pero sí con la disposición a ser movilizado, cuestionado,
ampliado, enriquecido por otros, y de ese modo puede evolucionar.
161.
Otra expresión de la degradación de un liderazgo popular es el inmediatismo. Se
responde a exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación, pero
sin avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los
recursos para su propio desarrollo, para que puedan sostener su vida con su
esfuerzo y su creatividad. En esta línea dije claramente que «estoy lejos de
proponer un populismo irresponsable»[133].
Por una parte, la superación de la inequidad supone el desarrollo económico,
aprovechando las posibilidades de cada región y asegurando así una equidad
sustentable[134]. Por otra
parte, «los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían
pensarse como respuestas pasajeras»[135].
162.
El gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular —porque promueve el bien
del pueblo— es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que
Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es
la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna. Por
ello insisto en que «ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una
solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser
siempre permitirles una vida digna a través del trabajo»[136].
Por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede renunciar
al objetivo de lograr que la organización de una sociedad asegure a cada persona
alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo. Porque «no existe peor
pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo»[137].
En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable
de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un
cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para
expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el
perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo.
Valores y límites de las visiones liberales
163.
La categoría de pueblo, que incorpora una valoración positiva de los lazos
comunitarios y culturales, suele ser rechazada por las visiones liberales
individualistas, donde la sociedad es considerada una mera suma de intereses que
coexisten. Hablan de respeto a las libertades, pero sin la raíz de una narrativa
común. En ciertos contextos, es frecuente acusar de populistas a todos los que
defiendan los derechos de los más débiles de la sociedad. Para estas visiones,
la categoría de pueblo es una mitificación de algo que en realidad no existe.
Sin embargo, aquí se crea una polarización innecesaria, ya que ni la idea de
pueblo ni la de prójimo son categorías puramente míticas o románticas que
excluyan o desprecien la organización social, la ciencia y las instituciones de
la sociedad civil[138].
164.
La caridad reúne ambas dimensiones —la mítica y la institucional— puesto que
implica una marcha eficaz de transformación de la historia que exige
incorporarlo principalmente todo: las instituciones, el derecho, la técnica, la
experiencia, los aportes profesionales, el análisis científico, los
procedimientos administrativos. Porque «no hay de hecho vida privada si no es
protegida por un orden público, un hogar cálido no tiene intimidad si no es bajo
la tutela de la legalidad, de un estado de tranquilidad fundado en la ley y en
la fuerza y con la condición de un mínimo de bienestar asegurado por la división
del trabajo, los intercambios comerciales, la justicia social y la ciudadanía
política»[139].
165.
La verdadera caridad es capaz de incorporar todo esto en su entrega, y si debe
expresarse en el encuentro persona a persona, también es capaz de llegar a una
hermana o a un hermano lejano e incluso ignorado, a través de los diversos
recursos que las instituciones de una sociedad organizada, libre y creativa son
capaces de generar. Si vamos al caso, aun el buen samaritano necesitó de la
existencia de una posada que le permitiera resolver lo que él solo en ese
momento no estaba en condiciones de asegurar. El amor al prójimo es realista y
no desperdicia nada que sea necesario para una transformación de la historia que
beneficie a los últimos. De otro modo, a veces se tienen ideologías de izquierda
o pensamientos sociales, junto con hábitos individualistas y procedimientos
ineficaces que sólo llegan a unos pocos. Mientras tanto, la multitud de los
abandonados queda a merced de la posible buena voluntad de algunos. Esto hace
ver que es necesario fomentar no únicamente una mística de la fraternidad sino
al mismo tiempo una organización mundial más eficiente para ayudar a resolver
los problemas acuciantes de los abandonados que sufren y mueren en los países
pobres. Esto a su vez implica que no hay una sola salida posible, una única
metodología aceptable, una receta económica que pueda ser aplicada igualmente
por todos, y supone que aun la ciencia más rigurosa pueda proponer caminos
diferentes.
166.
Todo esto podría estar colgado de alfileres, si perdemos la capacidad de
advertir la necesidad de un cambio en los corazones humanos, en los hábitos y en
los estilos de vida. Es lo que ocurre cuando la propaganda política, los medios
y los constructores de opinión pública persisten en fomentar una cultura
individualista e ingenua ante los intereses económicos desenfrenados y la
organización de las sociedades al servicio de los que ya tienen demasiado poder.
Por eso, mi crítica al paradigma tecnocrático no significa que sólo intentando
controlar sus excesos podremos estar asegurados, porque el mayor peligro no
reside en las cosas, en las realidades materiales, en las organizaciones, sino
en el modo como las personas las utilizan. El asunto es la fragilidad humana, la
tendencia constante al egoísmo humano que forma parte de aquello que la
tradición cristiana llama “concupiscencia”: la inclinación del ser humano a
encerrarse en la inmanencia de su propio yo, de su grupo, de sus intereses
mezquinos. Esa concupiscencia no es un defecto de esta época. Existió desde que
el hombre es hombre y simplemente se transforma, adquiere diversas modalidades
en cada siglo, y finalmente utiliza los instrumentos que el momento histórico
pone a su disposición. Pero es posible dominarla con la ayuda de Dios.
167.
La tarea educativa, el desarrollo de hábitos solidarios, la capacidad de pensar
la vida humana más integralmente, la hondura espiritual, hacen falta para dar
calidad a las relaciones humanas, de tal modo que sea la misma sociedad la que
reaccione ante sus inequidades, sus desviaciones, los abusos de los poderes
económicos, tecnológicos, políticos o mediáticos. Hay visiones liberales que
ignoran este factor de la fragilidad humana, e imaginan un mundo que responde a
un determinado orden que por sí solo podría asegurar el futuro y la solución de
todos los problemas.
168.
El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este
dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que
propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente.
El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico “derrame”
o “goteo” —sin nombrarlo— como único camino para resolver los problemas
sociales. No se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que
es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social. Por una
parte, es imperiosa una política económica activa orientada a «promover una
economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial»[140],
para que sea posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos.
La especulación financiera con la ganancia fácil como fin fundamental sigue
causando estragos. Por otra parte, «sin formas internas de solidaridad y de
confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función
económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado»[141].
El fin de la historia no fue tal, y las recetas dogmáticas de la teoría
económica imperante mostraron no ser infalibles. La fragilidad de los sistemas
mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve con la
libertad de mercado y que, además de rehabilitar una sana política que no esté
sometida al dictado de las finanzas, «tenemos que volver a llevar la dignidad
humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales
alternativas que necesitamos»[142].
169.
En ciertas visiones economicistas cerradas y monocromáticas, no parecen tener
lugar, por ejemplo, los movimientos populares que aglutinan a desocupados,
trabajadores precarios e informales y a tantos otros que no entran fácilmente en
los cauces ya establecidos. En realidad, estos gestan variadas formas de
economía popular y de producción comunitaria. Hace falta pensar en la
participación social, política y económica de tal manera «que incluya a los
movimientos populares y anime las estructuras de gobierno locales, nacionales e
internacionales con ese torrente de energía moral que surge de la incorporación
de los excluidos en la construcción del destino común» y a su vez es bueno
promover que «estos movimientos, estas experiencias de solidaridad que crecen
desde abajo, desde el subsuelo del planeta, confluyan, estén más coordinadas, se
vayan encontrando»[143]. Pero
sin traicionar su estilo característico, porque ellos «son sembradores de
cambio, promotores de un proceso en el que confluyen millones de acciones
grandes y pequeñas encadenadas creativamente, como en una poesía»[144].
En este sentido son “poetas sociales”, que trabajan, proponen, promueven y
liberan a su modo. Con ellos será posible un desarrollo humano integral,
que implica superar «esa idea de las políticas sociales concebidas como una
política hacia los pobres pero nunca con los pobres, nunca de
los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos»[145]. Aunque
molesten, aunque algunos “pensadores” no sepan cómo clasificarlos, hay que tener
la valentía de reconocer que sin ellos «la democracia se atrofia, se convierte
en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va desencarnando
porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la dignidad, en la
construcción de su destino»[146].
El poder internacional
170.
Me permito repetir que «la crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión para el
desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos y para una
nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza
ficticia. Pero no hubo una reacción que llevara a repensar los criterios
obsoletos que siguen rigiendo al mundo»[147].
Es más, parece que las verdaderas estrategias que se desarrollaron
posteriormente en el mundo se orientaron a más individualismo, a más
desintegración, a más libertad para los verdaderos poderosos que siempre
encuentran la manera de salir indemnes.
171.
Quisiera insistir en que «dar a cada uno lo suyo, siguiendo la definición
clásica de justicia, significa que ningún individuo o grupo humano se puede
considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los
derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales. La
distribución fáctica del poder —sea, sobre todo, político, económico, de
defensa, tecnológico— entre una pluralidad de sujetos y la creación de un
sistema jurídico de regulación de las pretensiones e intereses, concreta la
limitación del poder. El panorama mundial hoy nos presenta, sin embargo, muchos
falsos derechos, y —a la vez— grandes sectores indefensos, víctimas más bien de
un mal ejercicio del poder»[148].
172.
El siglo XXI «es escenario de un debilitamiento de poder de los Estados
nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera, de
características transnacionales, tiende a predominar sobre la política. En este
contexto, se vuelve indispensable la maduración de instituciones internacionales
más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades designadas
equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas de poder
para sancionar»[149]. Cuando se habla de la posibilidad de alguna forma de autoridad mundial regulada por el derecho[150]
no necesariamente debe pensarse en una autoridad personal. Sin embargo, al menos
debería incluir la gestación de organizaciones mundiales más eficaces, dotadas
de autoridad para asegurar el bien común mundial, la erradicación del hambre y
la miseria, y la defensa cierta de los derechos humanos elementales.
173.
En esta línea, recuerdo que es necesaria una reforma «tanto de la Organización
de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera
internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de
naciones»[151]. Sin duda esto
supone límites jurídicos precisos que eviten que se trate de una autoridad
cooptada por unos pocos países, y que a su vez impidan imposiciones culturales o
el menoscabo de las libertades básicas de las naciones más débiles a causa de
diferencias ideológicas. Porque «la Comunidad Internacional es una comunidad
jurídica fundada en la soberanía de cada uno de los Estados miembros, sin
vínculos de subordinación que nieguen o limiten su independencia»[152].
Pero «la labor de las Naciones Unidas, a partir de los postulados del Preámbulo
y de los primeros artículos de su Carta Constitucional, puede ser vista como el
desarrollo y la promoción de la soberanía del derecho, sabiendo que la justicia
es requisito indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal.
[…] Hay que asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable
recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas,
verdadera norma jurídica fundamental»[153]. Es
necesario evitar que esta Organización sea deslegitimizada, porque sus problemas
o deficiencias pueden ser afrontados y resueltos conjuntamente.
174.
Hacen falta valentía y generosidad en orden a establecer libremente determinados
objetivos comunes y asegurar el cumplimiento en todo el mundo de algunas normas
básicas. Para que esto sea realmente útil, se debe sostener «la exigencia de
mantener los acuerdos suscritos —pacta sunt servanda—»[154],
de manera que se evite «la tentación de apelar al derecho de la fuerza más que a
la fuerza del derecho».[155]
Esto requiere fortalecer «los instrumentos normativos para la solución pacífica
de las controversias de modo que se refuercen su alcance y su obligatoriedad»[156]. Entre estos instrumentos normativos, deben ser favorecidos los acuerdos multilaterales
entre los Estados, porque garantizan mejor que los acuerdos bilaterales el
cuidado de un bien común realmente universal y la protección de los Estados más
débiles.
175.
Gracias a Dios tantas agrupaciones y organizaciones de la sociedad civil ayudan
a paliar las debilidades de la Comunidad internacional, su falta de coordinación
en situaciones complejas, su falta de atención frente a derechos humanos
fundamentales y a situaciones muy críticas de algunos grupos. Así adquiere una
expresión concreta el principio de subsidiariedad, que garantiza la
participación y la acción de las comunidades y organizaciones de menor rango,
las que complementan la acción del Estado. Muchas veces desarrollan esfuerzos
admirables pensando en el bien común y algunos de sus miembros llegan a realizar
gestos verdaderamente heroicos que muestran de cuánta belleza todavía es capaz
nuestra humanidad.
Una caridad social y política
176.
Para muchos la política hoy es una mala palabra, y no se puede ignorar que
detrás de este hecho están a menudo los errores, la corrupción, la ineficiencia
de algunos políticos. A esto se añaden las estrategias que buscan debilitarla,
reemplazarla por la economía o dominarla con alguna ideología. Pero, ¿puede
funcionar el mundo sin política? ¿Puede haber un camino eficaz hacia la
fraternidad universal y la paz social sin una buena política?[157]
La política que se necesita
177.
Me permito volver a insistir que «la política no debe someterse a la economía y
esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la
tecnocracia»[158]. Aunque haya
que rechazar el mal uso del poder, la corrupción, la falta de respeto a las
leyes y la ineficiencia, «no se puede justificar una economía sin política, que
sería incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos aspectos de la
crisis actual»[159]. Al
contrario, «necesitamos una política que piense con visión amplia, y que lleve
adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario
los diversos aspectos de la crisis»[160].
Pienso en «una sana política, capaz de reformar las instituciones, coordinarlas
y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar presiones e inercias
viciosas»[161]. No se puede
pedir esto a la economía, ni se puede aceptar que esta asuma el poder real del
Estado.
178.
Ante tantas formas mezquinas e inmediatistas de política, recuerdo que «la
grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes
principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le
cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación»[162]
y más aún en un proyecto común para la humanidad presente y futura. Pensar en
los que vendrán no sirve a los fines electorales, pero es lo que exige una
justicia auténtica, porque, como enseñaron los Obispos de Portugal, la tierra
«es un préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a la generación
siguiente»[163].
179.
La sociedad mundial tiene serias fallas estructurales que no se resuelven con
parches o soluciones rápidas meramente ocasionales. Hay cosas que deben ser
cambiadas con replanteos de fondo y transformaciones importantes. Sólo una sana
política podría liderarlo, convocando a los más diversos sectores y a los
saberes más variados. De esa manera, una economía integrada en un proyecto
político, social, cultural y popular que busque el bien común puede «abrir
camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana
y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos»[164].
El amor político
180.
Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad
social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la
capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles.
Cualquier empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la
caridad. Porque un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando
se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para
todos, entra en «el campo de la más amplia caridad, la caridad política»[165].
Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad
social[166]. Una vez más
convoco a rehabilitar la política, que «es una altísima vocación, es una de las
formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común»[167].
181.
Todos los compromisos que brotan de la Doctrina Social de la Iglesia «provienen
de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt
22,36-40)»[168]. Esto supone
reconocer que «el amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también
civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir
un mundo mejor»[169]. Por esa
razón, el amor no sólo se expresa en relaciones íntimas y cercanas, sino también
en «las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas»[170].
182.
Esta caridad política supone haber desarrollado un sentido social que supera
toda mentalidad individualista: «La caridad social nos hace amar el bien común y
nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no
sólo individualmente, sino también en la dimensión social que las une»[171].
Cada uno es plenamente persona cuando pertenece a un pueblo, y al mismo tiempo
no hay verdadero pueblo sin respeto al rostro de cada persona. Pueblo y persona
son términos correlativos. Sin embargo, hoy se pretende reducir las personas a
individuos, fácilmente dominables por poderes que miran a intereses espurios. La
buena política busca caminos de construcción de comunidades en los distintos
niveles de la vida social, en orden a reequilibrar y reorientar la globalización
para evitar sus efectos disgregantes.
Amor efectivo
183.
A partir del «amor social»[172]
es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos
sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un
mundo nuevo[173], porque no es
un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de
desarrollo para todos. El amor social es una «fuerza capaz de suscitar vías
nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar profundamente
desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos
jurídicos»[174].
184.
La caridad está en el corazón de toda vida social sana y abierta. Sin embargo,
hoy «se afirma fácilmente su irrelevancia para interpretar y orientar las
responsabilidades morales»[175].
Es mucho más que sentimentalismo subjetivo, si es que está unida al compromiso
con la verdad, de manera que no sea «presa fácil de las emociones y las
opiniones contingentes de los sujetos»[176].
Precisamente su relación con la verdad facilita a la caridad su universalismo y
así evita ser «relegada a un ámbito de relaciones reducido y privado»[177].
De otro modo, será «excluida de los proyectos y procesos para construir un
desarrollo humano de alcance universal, en el diálogo entre saberes y
operatividad»[178]. Sin la
verdad, la emotividad se vacía de contenidos relacionales y sociales. Por eso la
apertura a la verdad protege a la caridad de una falsa fe que se queda sin «su
horizonte humano y universal»[179].
185.
La caridad necesita la luz de la verdad que constantemente buscamos y «esta luz
es simultáneamente la de la razón y la de la fe»[180],
sin relativismos. Esto supone también el desarrollo de las ciencias y su aporte
insustituible para encontrar los caminos concretos y más seguros para obtener
los resultados que se esperan. Porque cuando está en juego el bien de los demás
no bastan las buenas intenciones, sino lograr efectivamente lo que ellos y sus
naciones necesitan para realizarse.
La actividad del amor político
186.
Hay un llamado amor “elícito”, que son los actos que proceden directamente de la
virtud de la caridad, dirigidos a personas y a pueblos. Hay además un amor
“imperado”: aquellos actos de la caridad que impulsan a crear instituciones más
sanas, regulaciones más justas, estructuras más solidarias[181].
De ahí que sea «un acto de caridad igualmente indispensable el esfuerzo dirigido
a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que
padecer la miseria»[182]. Es
caridad acompañar a una persona que sufre, y también es caridad todo lo que se
realiza, aun sin tener contacto directo con esa persona, para modificar las
condiciones sociales que provocan su sufrimiento. Si alguien ayuda a un anciano
a cruzar un río, y eso es exquisita caridad, el político le construye un puente,
y eso también es caridad. Si alguien ayuda a otro con comida, el político le
crea una fuente de trabajo, y ejercita un modo altísimo de la caridad que
ennoblece su acción política.
Los desvelos del amor
187.
Esta caridad, corazón del espíritu de la política, es siempre un amor
preferencial por los últimos, que está detrás de todas las acciones que se
realicen a su favor[183]. Sólo
con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a
percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su
inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura, y por lo tanto
verdaderamente integrados en la sociedad. Esta mirada es el núcleo del verdadero
espíritu de la política. Desde allí los caminos que se abren son diferentes a
los de un pragmatismo sin alma. Por ejemplo, «no se puede abordar el escándalo
de la pobreza promoviendo estrategias de contención que únicamente tranquilicen
y conviertan a los pobres en seres domesticados e inofensivos. Qué triste ver
cuando detrás de supuestas obras altruistas, se reduce al otro a la pasividad»[184]. Lo
que se necesita es que haya diversos cauces de expresión y de participación
social. La educación está al servicio de ese camino para que cada ser humano
pueda ser artífice de su destino. Aquí muestra su valor el principio de subsidiariedad, inseparable del principio de solidaridad.
188.
Esto provoca la urgencia de resolver todo lo que atenta contra los derechos
humanos fundamentales. Los políticos están llamados a «preocuparse de la
fragilidad, de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la
fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un
modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la “cultura del
descarte”. […] Significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal
y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad»[185].
Así ciertamente se genera una actividad intensa, porque «hay que hacer lo que
sea para salvaguardar la condición y dignidad de la persona humana»[186].
El político es un hacedor, un constructor con grandes objetivos, con mirada
amplia, realista y pragmática, aún más allá de su propio país. Las mayores
angustias de un político no deberían ser las causadas por una caída en las
encuestas, sino por no resolver efectivamente «el fenómeno de la exclusión
social y económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres humanos,
comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas,
trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas,
terrorismo y crimen internacional organizado. Es tal la magnitud de estas
situaciones y el grado de vidas inocentes que va cobrando, que hemos de evitar
toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto
tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones
sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos flagelos»[187].
Esto se hace aprovechando con inteligencia los grandes recursos del desarrollo
tecnológico.
189.
Todavía estamos lejos de una globalización de los derechos humanos más básicos.
Por eso la política mundial no puede dejar de colocar entre sus objetivos
principales e imperiosos el de acabar eficazmente con el hambre. Porque «cuando
la especulación financiera condiciona el precio de los alimentos tratándolos
como a cualquier mercancía, millones de personas sufren y mueren de hambre. Por
otra parte, se desechan toneladas de alimentos. Esto constituye un verdadero
escándalo. El hambre es criminal, la alimentación es un derecho inalienable»[188]. Mientras
muchas veces nos enfrascamos en discusiones semánticas o ideológicas, permitimos
que todavía hoy haya hermanas y hermanos que mueran de hambre o de sed, sin un
techo o sin acceso al cuidado de su salud. Junto con estas necesidades
elementales insatisfechas, la trata de personas es otra vergüenza para la
humanidad que la política internacional no debería seguir tolerando, más allá de
los discursos y las buenas intenciones. Son mínimos impostergables.
Amor que integra y reúne
190.
La caridad política se expresa también en la apertura a todos. Principalmente
aquel a quien le toca gobernar, está llamado a renuncias que hagan posible el
encuentro, y busca la confluencia al menos en algunos temas. Sabe escuchar el
punto de vista del otro facilitando que todos tengan un espacio. Con renuncias y
paciencia un gobernante puede ayudar a crear ese hermoso poliedro donde todos
encuentran un lugar. En esto no funcionan las negociaciones de tipo económico.
Es algo más, es un intercambio de ofrendas en favor del bien común. Parece una
utopía ingenua, pero no podemos renunciar a este altísimo objetivo.
191.
Mientras vemos que todo tipo de intolerancias fundamentalistas daña las
relaciones entre personas, grupos y pueblos, vivamos y enseñemos nosotros el
valor del respeto, el amor capaz de asumir toda diferencia, la prioridad de la
dignidad de todo ser humano sobre cualesquiera fuesen sus ideas, sentimientos,
prácticas y aun sus pecados. Mientras en la sociedad actual proliferan los
fanatismos, las lógicas cerradas y la fragmentación social y cultural, un buen
político da el primer paso para que resuenen las distintas voces. Es cierto que
las diferencias generan conflictos, pero la uniformidad genera asfixia y hace
que nos fagocitemos culturalmente. No nos resignemos a vivir encerrados en un
fragmento de realidad.
192.
En este contexto, quiero recordar que, junto con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb,
pedimos «a los artífices de la política internacional y de la economía mundial,
comprometerse seriamente para difundir la cultura de la tolerancia, de la
convivencia y de la paz; intervenir lo antes posible para parar el derramamiento
de sangre inocente»[189]. Y
cuando una determinada política siembra el odio o el miedo hacia otras naciones
en nombre del bien del propio país, es necesario preocuparse, reaccionar a
tiempo y corregir inmediatamente el rumbo.
Más fecundidad que éxitos
193.
Al mismo tiempo que desarrolla esta actividad incansable, todo político también
es un ser humano. Está llamado a vivir el amor en sus relaciones interpersonales
cotidianas. Es una persona, y necesita advertir que «el mundo moderno, por su
misma perfección técnica tiende a racionalizar, cada día más, la satisfacción de
los deseos humanos, clasificados y repartidos entre diversos servicios. Cada vez
menos se llama a un hombre por su nombre propio, cada vez menos se tratará como
persona a este ser, único en el mundo, que tiene su propio corazón, sus
sufrimientos, sus problemas, sus alegrías y su propia familia. Sólo se conocerán
sus enfermedades para curarlas, su falta de dinero para proporcionárselo, su
necesidad de casa para alojarlo, su deseo de esparcimiento y de distracciones
para organizárselas». Pero «amar al más insignificante de los seres humanos como
a un hermano, como si no hubiera más que él en el mundo, no es perder el tiempo»[190].
194.
También en la política hay lugar para amar con ternura. «¿Qué es la ternura? Es
el amor que se hace cercano y concreto. Es un movimiento que procede del corazón
y llega a los ojos, a los oídos, a las manos. […] La ternura es el camino que
han recorrido los hombres y las mujeres más valientes y fuertes»[191].
En medio de la actividad política, «los más pequeños, los más débiles, los más
pobres deben enternecernos: tienen “derecho” de llenarnos el alma y el corazón.
Sí, ellos son nuestros hermanos y como tales tenemos que amarlos y tratarlos»[192].
195.
Esto nos ayuda a reconocer que no siempre se trata de lograr grandes éxitos, que
a veces no son posibles. En la actividad política hay que recordar que «más allá
de toda apariencia, cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y
nuestra entrega. Por ello, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso
ya justifica la entrega de mi vida. Es lindo ser pueblo fiel de Dios. ¡Y
alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de
rostros y de nombres!»[193].
Los grandes objetivos soñados en las estrategias se logran parcialmente. Más
allá de esto, quien ama y ha dejado de entender la política como una mera
búsqueda de poder «tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus
trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones
sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde
ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia. Todo eso da
vueltas por el mundo como una fuerza de vida»[194].
196.
Por otra parte, una gran nobleza es ser capaz de desatar procesos cuyos frutos
serán recogidos por otros, con la esperanza puesta en las fuerzas secretas del
bien que se siembra. La buena política une al amor la esperanza, la confianza en
las reservas de bien que hay en el corazón del pueblo, a pesar de todo. Por eso
«la auténtica vida política, fundada en el derecho y en un diálogo leal entre
los protagonistas, se renueva con la convicción de que cada mujer, cada hombre y
cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas
energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales»[195].
197.
Vista de esta manera, la política es más noble que la apariencia, que el marketing, que distintas formas de maquillaje
mediático. Todo eso lo único que logra sembrar es división, enemistad y un
escepticismo desolador incapaz de apelar a un proyecto común. Pensando en el
futuro, algunos días las preguntas tienen que ser: “¿Para qué? ¿Hacia dónde
estoy apuntando realmente?”. Porque, después de unos años, reflexionando sobre
el propio pasado la pregunta no será: “¿Cuántos me aprobaron, cuántos me
votaron, cuántos tuvieron una imagen positiva de mí?”. Las preguntas, quizás
dolorosas, serán: “¿Cuánto amor puse en mi trabajo, en qué hice avanzar al
pueblo, qué marca dejé en la vida de la sociedad, qué lazos reales construí, qué
fuerzas positivas desaté, cuánta paz social sembré, qué provoqué en el lugar que
se me encomendó?”.
Capítulo sexto
DIÁLOGO Y AMISTAD SOCIAL
198.
Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse,
buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo “dialogar”. Para
encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar. No hace falta decir
para qué sirve el diálogo. Me basta pensar qué sería el mundo sin ese diálogo
paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a
comunidades. El diálogo persistente y corajudo no es noticia como los
desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor,
mucho más de lo que podamos darnos cuenta.
El diálogo social hacia una nueva cultura
199.
Algunos tratan de huir de la realidad refugiándose en mundos privados, y otros
la enfrentan con violencia destructiva, pero «entre la indiferencia egoísta y la
protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo. El diálogo entre
las generaciones, el diálogo en el pueblo, porque todos somos pueblo, la
capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad. Un país crece
cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la
cultura popular, la universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la
cultura económica, la cultura de la familia y de los medios de comunicación»[196].
200.
Se suele confundir el diálogo con algo muy diferente: un febril intercambio de
opiniones en las redes sociales, muchas veces orientado por información
mediática no siempre confiable. Son sólo monólogos que proceden paralelos,
quizás imponiéndose a la atención de los demás por sus tonos altos o agresivos.
Pero los monólogos no comprometen a nadie, hasta el punto de que sus contenidos
frecuentemente son oportunistas y contradictorios.
201.
La resonante difusión de hechos y reclamos en los medios, en realidad suele
cerrar las posibilidades del diálogo, porque permite que cada uno mantenga
intocables y sin matices sus ideas, intereses y opciones con la excusa de los
errores ajenos. Prima la costumbre de descalificar rápidamente al adversario,
aplicándole epítetos humillantes, en lugar de enfrentar un diálogo abierto y
respetuoso, donde se busque alcanzar una síntesis superadora. Lo peor es que
este lenguaje, habitual en el contexto mediático de una campaña política, se ha
generalizado de tal manera que todos lo utilizan cotidianamente. El debate
frecuentemente es manoseado por determinados intereses que tienen mayor poder,
procurando deshonestamente inclinar la opinión pública a su favor. No me refiero
solamente al gobierno de turno, ya que este poder manipulador puede ser
económico, político, mediático, religioso o de cualquier género. A veces se lo
justifica o excusa cuando su dinámica responde a los propios intereses
económicos o ideológicos, pero tarde o temprano se vuelve en contra de esos
mismos intereses.
202.
La falta de diálogo implica que ninguno, en los distintos sectores, está
preocupado por el bien común, sino por la adquisición de los beneficios que
otorga el poder, o en el mejor de los casos, por imponer su forma de pensar. Así
las conversaciones se convertirán en meras negociaciones para que cada uno pueda
rasguñar todo el poder y los mayores beneficios posibles, no en una búsqueda
conjunta que genere bien común. Los héroes del futuro serán los que sepan romper
esa lógica enfermiza y decidan sostener con respeto una palabra cargada de
verdad, más allá de las conveniencias personales. Dios quiera que esos héroes se
estén gestando silenciosamente en el corazón de nuestra sociedad.
Construir en común
203.
El auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista
del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o
intereses legítimos. Desde su identidad, el otro tiene algo para aportar, y es
deseable que profundice y exponga su propia posición para que el debate público
sea más completo todavía. Es cierto que cuando una persona o un grupo es
coherente con lo que piensa, adhiere firmemente a valores y convicciones, y
desarrolla un pensamiento, eso de un modo o de otro beneficiará a la sociedad.
Pero esto sólo ocurre realmente en la medida en que dicho desarrollo se realice
en diálogo y apertura a los otros. Porque «en un verdadero espíritu de diálogo
se alimenta la capacidad de comprender el sentido de lo que el otro dice y hace,
aunque uno no pueda asumirlo como una convicción propia. Así se vuelve posible
ser sinceros, no disimular lo que creemos, sin dejar de conversar, de buscar
puntos de contacto, y sobre todo de trabajar y luchar juntos»[197].
La discusión pública, si verdaderamente da espacio a todos y no manipula ni
esconde información, es un permanente estímulo que permite alcanzar más
adecuadamente la verdad, o al menos expresarla mejor. Impide que los diversos
sectores se instalen cómodos y autosuficientes en su modo de ver las cosas y en
sus intereses limitados. Pensemos que «las diferencias son creativas, crean
tensión y en la resolución de una tensión está el progreso de la humanidad»[198].
204. Hoy existe la convicción de que, además de
los desarrollos científicos especializados, es necesaria la comunicación entre
disciplinas, puesto que la realidad es una, aunque pueda ser abordada desde
distintas perspectivas y con diferentes metodologías. No se debe soslayar el
riesgo de que un avance científico sea considerado el único abordaje posible
para comprender algún aspecto de la vida, de la sociedad y del mundo. En cambio,
un investigador que avanza con eficiencia en su análisis, e igualmente está
dispuesto a reconocer otras dimensiones de la realidad que él investiga, gracias
al trabajo de otras ciencias y saberes, se abre a conocer la realidad de manera
más íntegra y plena.
205.
En este mundo globalizado «los medios de comunicación pueden ayudar a que nos
sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado
sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al
compromiso serio por una vida más digna para todos. […] Pueden ayudarnos en esta
tarea, especialmente hoy, cuando las redes de la comunicación humana han
alcanzado niveles de desarrollo inauditos. En particular, internet puede ofrecer
mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo
bueno, es un don de Dios»[199]. Pero
es necesario verificar constantemente que las actuales formas de comunicación
nos orienten efectivamente al encuentro generoso, a la búsqueda sincera de la
verdad íntegra, al servicio, a la cercanía con los últimos, a la tarea de
construir el bien común. Al mismo tiempo, como enseñaron los Obispos de
Australia, «no podemos aceptar un mundo digital diseñado para explotar nuestra
debilidad y sacar afuera lo peor de la gente»[200].
El fundamento de los consensos
206.
El relativismo no es la solución. Envuelto detrás de una supuesta tolerancia,
termina facilitando que los valores morales sean interpretados por los poderosos
según las conveniencias del momento. Si en definitiva «no hay verdades objetivas
ni principios sólidos, fuera de la satisfacción de los propios proyectos y de
las necesidades inmediatas […] no podemos pensar que los proyectos políticos o
la fuerza de la ley serán suficientes. […] Cuando es la cultura la que se
corrompe y ya no se reconoce alguna verdad objetiva o unos principios
universalmente válidos, las leyes sólo se entenderán como imposiciones
arbitrarias y como obstáculos a evitar»[201].
207.
¿Es posible prestar atención a la verdad, buscar la verdad que responde a
nuestra realidad más honda? ¿Qué es la ley sin la convicción alcanzada tras un
largo camino de reflexión y de sabiduría, de que cada ser humano es sagrado e
inviolable? Para que una sociedad tenga futuro es necesario que haya asumido un
sentido respeto hacia la verdad de la dignidad humana, a la que nos sometemos.
Entonces no se evitará matar a alguien sólo para evitar el escarnio social y el
peso de la ley, sino por convicción. Es una verdad irrenunciable que reconocemos
con la razón y aceptamos con la conciencia. Una sociedad es noble y respetable
también por su cultivo de la búsqueda de la verdad y por su apego a las verdades
más fundamentales.
208.
Hay que acostumbrarse a desenmascarar las diversas maneras de manoseo,
desfiguración y ocultamiento de la verdad en los ámbitos públicos y privados. Lo
que llamamos “verdad” no es sólo la difusión de hechos que realiza el
periodismo. Es ante todo la búsqueda de los fundamentos más sólidos que están
detrás de nuestras opciones y también de nuestras leyes. Esto supone aceptar que
la inteligencia humana puede ir más allá de las conveniencias del momento y
captar algunas verdades que no cambian, que eran verdad antes de nosotros y lo
serán siempre. Indagando la naturaleza humana, la razón descubre valores que son
universales, porque derivan de ella.
209.
De otro modo, ¿no podría suceder quizás que los derechos humanos fundamentales,
hoy considerados infranqueables, sean negados por los poderosos de turno, luego
de haber logrado el “consenso” de una población adormecida y amedrentada?
Tampoco sería suficiente un mero consenso entre los distintos pueblos,
igualmente manipulable. Ya tenemos pruebas de sobra de todo el bien que somos
capaces de realizar, pero, al mismo tiempo, tenemos que reconocer la
capacidad de destrucción que hay en nosotros. El individualismo indiferente y
despiadado en el que hemos caído, ¿no es también resultado de la pereza para
buscar los valores más altos, que vayan más allá de las necesidades
circunstanciales? Al relativismo se suma el riesgo de que el poderoso o el más
hábil termine imponiendo una supuesta verdad. En cambio, «ante las normas
morales que prohíben el mal intrínseco no hay privilegios ni excepciones para
nadie. No hay ninguna diferencia entre ser el dueño del mundo o el último de los
miserables de la tierra: ante las exigencias morales somos todos absolutamente
iguales»[202].
210.
Lo que nos ocurre hoy, y nos arrastra en una lógica perversa y vacía, es que hay
una asimilación de la ética y de la política a la física. No existen el bien y
el mal en sí, sino solamente un cálculo de ventajas y desventajas. El
desplazamiento de la razón moral trae como consecuencia que el derecho no puede
referirse a una concepción fundamental de justicia, sino que se convierte en el
espejo de las ideas dominantes. Entramos aquí en una degradación: ir “nivelando
hacia abajo” por medio de un consenso superficial y negociador. Así, en
definitiva, la lógica de la fuerza triunfa.
El consenso y la verdad
211.
En una sociedad pluralista, el diálogo es el camino más adecuado para llegar a
reconocer aquello que debe ser siempre afirmado y respetado, y que está más allá
del consenso circunstancial. Hablamos de un diálogo que necesita ser enriquecido
e iluminado por razones, por argumentos racionales, por variedad de
perspectivas, por aportes de diversos saberes y puntos de vista, y que no
excluye la convicción de que es posible llegar a algunas verdades elementales
que deben y deberán ser siempre sostenidas. Aceptar que hay algunos valores
permanentes, aunque no siempre sea fácil reconocerlos, otorga solidez y
estabilidad a una ética social. Aun cuando los hayamos reconocido y asumido
gracias al diálogo y al consenso, vemos que esos valores básicos están más allá
de todo consenso, los reconocemos como valores trascendentes a nuestros
contextos y nunca negociables. Podrá crecer nuestra comprensión de su
significado y alcance —y en ese sentido el consenso es algo dinámico—, pero en
sí mismos son apreciados como estables por su sentido intrínseco.
212.
Si algo es siempre conveniente para el buen funcionamiento de la sociedad, ¿no
es porque detrás de eso hay una verdad permanente, que la inteligencia puede
captar? En la realidad misma del ser humano y de la sociedad, en su naturaleza
íntima, hay una serie de estructuras básicas que sostienen su desarrollo y su
supervivencia. De allí se derivan determinadas exigencias que pueden ser
descubiertas gracias al diálogo, si bien no son estrictamente fabricadas por el
consenso. El hecho de que ciertas normas sean indispensables para la misma vida
social es un indicio externo de que son algo bueno en sí mismo. Por
consiguiente, no es necesario contraponer la conveniencia social, el consenso y
la realidad de una verdad objetiva. Estas tres pueden unirse armoniosamente
cuando, a través del diálogo, las personas se atreven a llegar hasta el fondo de
una cuestión.
213.
Si hay que respetar en toda situación la dignidad ajena, es porque nosotros no
inventamos o suponemos la dignidad de los demás, sino porque hay efectivamente
en ellos un valor que supera las cosas materiales y las circunstancias, y que
exige que se les trate de otra manera. Que todo ser humano posee una dignidad
inalienable es una verdad que responde a la naturaleza humana más allá de
cualquier cambio cultural. Por eso el ser humano tiene la misma dignidad
inviolable en cualquier época de la historia y nadie puede sentirse autorizado
por las circunstancias a negar esta convicción o a no obrar en consecuencia. La
inteligencia puede entonces escrutar en la realidad de las cosas, a través de la
reflexión, de la experiencia y del diálogo, para reconocer en esa realidad que
la trasciende la base de ciertas exigencias morales universales.
214.
A los agnósticos, este fundamento podrá parecerles suficiente para otorgar una
firme y estable validez universal a los principios éticos básicos y no
negociables, que pueda impedir nuevas catástrofes. Para los creyentes, esa
naturaleza humana, fuente de principios éticos, ha sido creada por Dios, quien,
en definitiva, otorga un fundamento sólido a esos principios[203].
Esto no establece un fijismo ético ni da lugar a la imposición de algún sistema
moral, puesto que los principios morales elementales y universalmente válidos
pueden dar lugar a diversas normativas prácticas. Por eso deja siempre un lugar
para el diálogo.
Una nueva cultura
215.
«La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida»[204].
Reiteradas veces he invitado a desarrollar una cultura del encuentro, que vaya
más allá de las dialécticas que enfrentan. Es un estilo de vida tendiente a
conformar ese poliedro que tiene muchas facetas, muchísimos lados, pero todos
formando una unidad cargada de matices, ya que «el todo es superior a la parte»[205].
El poliedro representa una sociedad donde las diferencias conviven
complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto
implique discusiones y prevenciones. Porque de todos se puede aprender algo,
nadie es inservible, nadie es prescindible. Esto implica incluir a las
periferias. Quien está en ellas tiene otro punto de vista, ve aspectos de la
realidad que no se reconocen desde los centros de poder donde se toman las
decisiones más definitorias.
El encuentro hecho cultura
216.
La palabra “cultura” indica algo que ha penetrado en el pueblo, en sus
convicciones más entrañables y en su estilo de vida. Si hablamos de una
“cultura” en el pueblo, eso es más que una idea o una abstracción. Incluye las
ganas, el entusiasmo y finalmente una forma de vivir que caracteriza a ese
conjunto humano. Entonces, hablar de “cultura del encuentro” significa que como
pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender
puentes, proyectar algo que incluya a todos. Esto se ha convertido en deseo y en
estilo de vida. El sujeto de esta cultura es el pueblo, no un sector de la
sociedad que busca pacificar al resto con recursos profesionales y mediáticos.
217.
La paz social es trabajosa, artesanal. Sería más fácil contener las libertades y
las diferencias con un poco de astucia y de recursos. Pero esa paz sería
superficial y frágil, no el fruto de una cultura del encuentro que la sostenga.
Integrar a los diferentes es mucho más difícil y lento, aunque es la garantía de
una paz real y sólida. Esto no se consigue agrupando sólo a los puros, porque
«aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que
aportar que no debe perderse»[206].
Tampoco consiste en una paz que surge acallando las reivindicaciones sociales o
evitando que hagan lío, ya que no es «un consenso de escritorio o una efímera
paz para una minoría feliz»[207]. Lo que vale es generar procesos
de encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las
diferencias. ¡Armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo! ¡Enseñémosles
la buena batalla del encuentro!
El gusto de reconocer al otro
218.
Esto implica el hábito de reconocer al otro el derecho de ser él mismo y de ser
diferente. A partir de ese reconocimiento hecho cultura se vuelve posible la
gestación de un pacto social. Sin ese reconocimiento surgen maneras
sutiles de buscar que el otro pierda todo significado, que se vuelva
irrelevante, que no se le reconozca algún valor en la sociedad. Detrás del
rechazo de determinadas formas visibles de violencia, suele esconderse otra
violencia más solapada: la de quienes desprecian al diferente, sobre todo cuando
sus reclamos perjudican de algún modo los propios intereses.
219.
Cuando un sector de la sociedad pretende disfrutar de todo lo que ofrece el
mundo, como si los pobres no existieran, eso en algún momento tiene sus
consecuencias. Ignorar la existencia y los derechos de los otros, tarde o
temprano provoca alguna forma de violencia, muchas veces inesperada. Los sueños
de la libertad, la igualdad y la fraternidad pueden quedar en el nivel de las
meras formalidades, porque no son efectivamente para todos. Por lo tanto, no se
trata solamente de buscar un encuentro entre los que detentan diversas formas de
poder económico, político o académico. Un encuentro social real pone en
verdadero diálogo las grandes formas culturales que representan a la mayoría de
la población. Con frecuencia las buenas propuestas no son asumidas por los
sectores más empobrecidos porque se presentan con un ropaje cultural que no es
el de ellos y con el que no pueden sentirse identificados. Por consiguiente, un
pacto social realista e inclusivo debe ser también un “pacto cultural”, que
respete y asuma las diversas cosmovisiones, culturas o estilos de vida que
coexisten en la sociedad.
220.
Por ejemplo, los pueblos originarios no están en contra del progreso, si bien
tienen una idea de progreso diferente, muchas veces más humanista que la de la
cultura moderna de los desarrollados. No es una cultura orientada al beneficio
de los que tienen poder, de los que necesitan crear una especie de paraíso
eterno en la tierra. La intolerancia y el desprecio ante las culturas populares
indígenas es una verdadera forma de violencia, propia de los “eticistas” sin
bondad que viven juzgando a los demás. Pero ningún cambio auténtico, profundo y
estable es posible si no se realiza a partir de las diversas culturas,
principalmente de los pobres. Un pacto cultural supone renunciar a entender la
identidad de un lugar de manera monolítica, y exige respetar la diversidad
ofreciéndole caminos de promoción y de integración social.
221.
Este pacto también implica aceptar la posibilidad de ceder algo por el bien
común. Ninguno podrá tener toda la verdad ni satisfacer la totalidad de sus
deseos, porque esa pretensión llevaría a querer destruir al otro negándole sus
derechos. La búsqueda de una falsa tolerancia tiene que ceder paso al realismo
dialogante, de quien cree que debe ser fiel a sus principios, pero reconociendo
que el otro también tiene el derecho de tratar de ser fiel a los suyos. Es el
auténtico reconocimiento del otro, que sólo el amor hace posible, y que
significa colocarse en el lugar del otro para descubrir qué hay de auténtico, o
al menos de comprensible, en medio de sus motivaciones e intereses.
Recuperar la amabilidad
222.
El individualismo consumista provoca mucho atropello. Los demás se convierten en
meros obstáculos para la propia tranquilidad placentera. Entonces se los termina
tratando como molestias y la agresividad crece. Esto se acentúa y llega a
niveles exasperantes en épocas de crisis, en situaciones catastróficas, en
momentos difíciles donde sale a plena luz el espíritu del “sálvese quien pueda”.
Sin embargo, todavía es posible optar por el cultivo de la amabilidad. Hay
personas que lo hacen y se convierten en estrellas en medio de la oscuridad.
223.
San Pablo mencionaba un fruto del Espíritu Santo con la palabra griega
jrestótes (Ga 5,22), que expresa un estado de ánimo que no es áspero,
rudo, duro, sino afable, suave, que sostiene y conforta. La persona que tiene
esta cualidad ayuda a los demás a que su existencia sea más soportable, sobre
todo cuando cargan con el peso de sus problemas, urgencias y angustias. Es una
manera de tratar a otros que se manifiesta de diversas formas: como amabilidad
en el trato, como un cuidado para no herir con las palabras o gestos, como un
intento de aliviar el peso de los demás. Implica «decir palabras de aliento, que
reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan», en lugar de
«palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian»[208].
224.
La amabilidad es una liberación de la crueldad que a veces penetra las
relaciones humanas, de la ansiedad que no nos deja pensar en los demás, de la
urgencia distraída que ignora que los otros también tienen derecho a ser
felices. Hoy no suele haber ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a
tratar bien a los demás, a decir “permiso”, “perdón”, “gracias”. Pero de vez en
cuando aparece el milagro de una persona amable, que deja a un lado sus
ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para
decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio
de tanta indiferencia. Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa
convivencia sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos. El
cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o
burguesa. Puesto que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en una
sociedad transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales,
el modo de debatir y de confrontar ideas. Facilita la búsqueda de consensos y
abre caminos donde la exasperación destruye todos los puentes.
Capítulo séptimo
CAMINOS DE REENCUENTRO
225.
En muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar
las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de
sanación y de reencuentro con ingenio y audacia.
Recomenzar desde la verdad
226.
Reencuentro no significa volver a un momento anterior a los conflictos. Con el
tiempo todos hemos cambiado. El dolor y los enfrentamientos nos han
transformado. Además, ya no hay lugar para diplomacias vacías, para disimulos,
para dobles discursos, para ocultamientos, para buenos modales que esconden la
realidad. Los que han estado duramente enfrentados conversan desde la verdad,
clara y desnuda. Les hace falta aprender a cultivar una memoria penitencial,
capaz de asumir el pasado para liberar el futuro de las propias
insatisfacciones, confusiones o proyecciones. Sólo desde la verdad histórica de
los hechos podrán hacer el esfuerzo perseverante y largo de comprenderse
mutuamente y de intentar una nueva síntesis para el bien de todos. La realidad
es que «el proceso de paz es un compromiso constante en el tiempo. Es un trabajo
paciente que busca la verdad y la justicia, que honra la memoria de las víctimas
y que se abre, paso a paso, a una esperanza común, más fuerte que la venganza»[209].
Como dijeron los Obispos del Congo con respecto a un conflicto que se repite,
«los acuerdos de paz en los papeles nunca serán suficientes. Será necesario ir
más lejos, integrando la exigencia de verdad sobre los orígenes de esta crisis
recurrente. El pueblo tiene el derecho de saber qué pasó»[210].
227.
En efecto, «la verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la
misericordia. Las tres juntas son esenciales para construir la paz y, por otra
parte, cada una de ellas impide que las otras sean alteradas. […] La verdad no
debe, de hecho, conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y al
perdón. Verdad es contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha
ocurrido con sus parientes desaparecidos. Verdad es confesar qué pasó con los
menores de edad reclutados por los actores violentos. Verdad es reconocer el
dolor de las mujeres víctimas de violencia y de abusos. […] Cada violencia
cometida contra un ser humano es una herida en la carne de la humanidad; cada
muerte violenta nos disminuye como personas. […] La violencia engendra
violencia, el odio engendra más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper
esa cadena que se presenta como ineludible»[211].
La arquitectura y la artesanía de la paz
228.
El camino hacia la paz no implica homogeneizar la sociedad, pero sí nos permite
trabajar juntos. Puede unir a muchos en pos de búsquedas comunes donde todos
ganan. Frente a un determinado objetivo común, se podrán aportar diferentes
propuestas técnicas, distintas experiencias, y trabajar por el bien común. Es
necesario tratar de identificar bien los problemas que atraviesa una sociedad
para aceptar que existen diferentes maneras de mirar las dificultades y de
resolverlas. El camino hacia una mejor convivencia implica siempre reconocer la
posibilidad de que el otro aporte una perspectiva legítima, al menos en parte,
algo que pueda ser rescatado, aun cuando se haya equivocado o haya actuado mal.
Porque «nunca se debe encasillar al otro por lo que pudo decir o hacer, sino que
debe ser considerado por la promesa que lleva dentro de él»[212], promesa que deja siempre un resquicio de esperanza.
229.
Como enseñaron los Obispos de Sudáfrica, la verdadera reconciliación se alcanza
de manera proactiva, «formando una nueva sociedad basada en el servicio a los
demás, más que en el deseo de dominar; una sociedad basada en compartir con
otros lo que uno posee, más que en la lucha egoísta de cada uno por la mayor
riqueza posible; una sociedad en la que el valor de estar juntos como seres
humanos es definitivamente más importante que cualquier grupo menor, sea este la
familia, la nación, la raza o la cultura»[213].
Los Obispos de Corea del Sur señalaron que una verdadera paz «sólo puede
lograrse cuando luchamos por la justicia a través del diálogo, persiguiendo la
reconciliación y el desarrollo mutuo»[214].
230.
El esfuerzo duro por superar lo que nos divide sin perder la identidad de cada
uno, supone que en todos permanezca vivo un básico sentimiento de pertenencia.
Porque «nuestra sociedad gana cuando cada persona, cada grupo social, se siente
verdaderamente de casa. En una familia, los padres, los abuelos, los hijos son
de casa; ninguno está excluido. Si uno tiene una dificultad, incluso grave,
aunque se la haya buscado él, los demás acuden en su ayuda, lo apoyan; su dolor
es de todos. […] En las familias todos contribuyen al proyecto común, todos
trabajan por el bien común, pero sin anular al individuo; al contrario, lo
sostienen, lo promueven. Se pelean, pero hay algo que no se mueve: ese lazo
familiar. Las peleas de familia son reconciliaciones después. Las alegrías y las
penas de cada uno son asumidas por todos. ¡Eso sí es ser familia! Si pudiéramos
lograr ver al oponente político o al vecino de casa con los mismos ojos que a
los hijos, esposas, esposos, padres o madres, qué bueno sería. ¿Amamos nuestra
sociedad o sigue siendo algo lejano, algo anónimo, que no nos involucra, no nos
mete, no nos compromete?»[215].
231.
Muchas veces es muy necesario negociar y así desarrollar cauces concretos para
la paz. Pero los procesos efectivos de una paz duradera son ante todo
transformaciones artesanales obradas por los pueblos, donde cada ser humano
puede ser un fermento eficaz con su estilo de vida cotidiana. Las grandes
transformaciones no son fabricadas en escritorios o despachos. Entonces «cada
uno juega un papel fundamental en un único proyecto creador, para escribir una
nueva página de la historia, una página llena de esperanza, llena de paz, llena
de reconciliación»[216]. Hay
una “arquitectura” de la paz, donde intervienen las diversas instituciones de la
sociedad, cada una desde su competencia, pero hay también una “artesanía” de la
paz que nos involucra a todos. A partir de diversos procesos de paz que se
desarrollaron en distintos lugares del mundo «hemos aprendido que estos caminos
de pacificación, de primacía de la razón sobre la venganza, de delicada armonía
entre la política y el derecho, no pueden obviar los procesos de la gente. No se
alcanzan con el diseño de marcos normativos y arreglos institucionales entre
grupos políticos o económicos de buena voluntad. […] Además, siempre es rico
incorporar en nuestros procesos de paz la experiencia de sectores que, en muchas
ocasiones, han sido invisibilizados, para que sean precisamente las comunidades
quienes coloreen los procesos de memoria colectiva»[217].
232.
No hay punto final en la construcción de la paz social de un país, sino que es
«una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos. Trabajo que nos
pide no decaer en el esfuerzo por construir la unidad de la nación
y, a pesar de los obstáculos, diferencias y distintos enfoques sobre la manera
de lograr la convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer la
cultura del encuentro, que exige colocar en el centro de toda acción política,
social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por
el bien común. Que este esfuerzo nos haga huir de toda tentación de
venganza y búsqueda de intereses sólo particulares y a corto plazo»[218].
Las manifestaciones públicas violentas, de un lado o de otro, no ayudan a
encontrar caminos de salida. Sobre todo porque, como bien han señalado los
Obispos de Colombia, cuando se alientan «movilizaciones ciudadanas no siempre
aparecen claros sus orígenes y objetivos, hay ciertas formas de manipulación
política y se han percibido apropiaciones a favor de intereses particulares»[219].
Sobre todo con los últimos
233.
La procura de la amistad social no implica solamente el acercamiento entre
grupos sociales distanciados a partir de algún período conflictivo de la
historia, sino también la búsqueda de un reencuentro con los sectores más
empobrecidos y vulnerables. La paz «no sólo es ausencia de guerra sino el
compromiso incansable —especialmente de aquellos que ocupamos un cargo de más
amplia responsabilidad— de reconocer, garantizar y reconstruir concretamente la
dignidad tantas veces olvidada o ignorada de hermanos nuestros, para que puedan
sentirse los principales protagonistas del destino de su nación»[220].
234.
Frecuentemente se ha ofendido a los últimos de la sociedad con generalizaciones
injustas. Si a veces los más pobres y los descartados reaccionan con actitudes
que parecen antisociales, es importante entender que muchas veces esas
reacciones tienen que ver con una historia de menosprecio y de falta de
inclusión social. Como enseñaron los Obispos latinoamericanos, «sólo la cercanía
que nos hace amigos nos permite apreciar profundamente los valores de los pobres
de hoy, sus legítimos anhelos y su modo propio de vivir la fe. La opción por los
pobres debe conducirnos a la amistad con los pobres»[221].
235.
Quienes pretenden pacificar a una sociedad no deben olvidar que la inequidad y
la falta de un desarrollo humano integral no permiten generar paz. En efecto,
«sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra
encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión.
Cuando la sociedad —local, nacional o mundial— abandona en la periferia una
parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de
inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad»[222].
Si hay que volver a empezar, siempre será desde los últimos.
El valor y el sentido del perdón
236.
Algunos prefieren no hablar de reconciliación porque entienden que el conflicto,
la violencia y las rupturas son parte del funcionamiento normal de una sociedad.
De hecho, en cualquier grupo humano hay luchas de poder más o menos sutiles
entre distintos sectores. Otros sostienen que dar lugar al perdón es ceder el
propio espacio para que otros dominen la situación. Por eso, consideran que es
mejor mantener un juego de poder que permita sostener un equilibrio de fuerzas
entre los distintos grupos. Otros creen que la reconciliación es cosa de
débiles, que no son capaces de un diálogo hasta el fondo, y por eso optan por
escapar de los problemas disimulando las injusticias. Incapaces de enfrentar los
problemas, eligen una paz aparente.
El conflicto inevitable
237.
El perdón y la reconciliación son temas fuertemente acentuados en el
cristianismo y, de diversas formas, en otras religiones. El riesgo está en no
comprender adecuadamente las convicciones creyentes y presentarlas de tal modo
que terminen alimentando el fatalismo, la inercia o la injusticia, o por otro
lado la intolerancia y la violencia.
238.
Jesucristo nunca invitó a fomentar la violencia o la intolerancia. Él mismo
condenaba abiertamente el uso de la fuerza para imponerse a los demás: «Ustedes
saben que los jefes de las naciones las someten y los poderosos las dominan.
Entre ustedes no debe ser así» (Mt 20,25-26). Por otra parte, el
Evangelio pide perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) y pone el
ejemplo del servidor despiadado, que fue perdonado pero él a su vez no fue capaz
de perdonar a otros (cf. Mt 18,23-35).
239.
Si leemos otros textos del Nuevo Testamento, podemos advertir que de hecho las
comunidades primitivas, inmersas en un mundo pagano desbordado de corrupción y
desviaciones, vivían un sentido de paciencia, tolerancia, comprensión. Algunos
textos son muy claros al respecto: se invita a reprender a los adversarios con
dulzura (cf. 2 Tm 2,25). O se exhorta: «Que no injurien a nadie ni sean
agresivos, sino amables, demostrando una gran humildad con todo el mundo. Porque
nosotros también antes […] éramos detestables» (Tt 3,2-3). El libro de
los Hechos de los Apóstoles afirma que los discípulos, perseguidos por algunas
autoridades, «gozaban de la estima de todo el pueblo» (2,47; cf. 4,21.33; 5,13).
240.
Sin embargo, cuando reflexionamos acerca del perdón, de la paz y de la concordia
social, nos encontramos con una expresión de Jesucristo que nos sorprende: «No
piensen que vine a traer paz a la tierra. ¡No vine a traer paz, sino espada!
Vine a enfrentar al hijo contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera
contra su suegra y así, los enemigos de cada uno serán los de su familia» (Mt
10,34-36). Es importante situarla en el contexto del capítulo donde está
inserta. Allí queda claro que el tema del que se está hablando es el de la
fidelidad a la propia opción, sin avergonzarse, aunque eso acarree
contrariedades, y aunque los seres queridos se opongan a dicha opción. Por lo
tanto, dichas palabras no invitan a buscar conflictos, sino simplemente a
soportar el conflicto inevitable, para que el respeto humano no lleve a faltar a
la fidelidad en pos de una supuesta paz familiar o social. San Juan Pablo II ha
dicho que la Iglesia «no pretende condenar todas y cada una de las formas de
conflictividad social. La Iglesia sabe muy bien que, a lo largo de la historia,
surgen inevitablemente los conflictos de intereses entre diversos grupos
sociales y que frente a ellos el cristiano no pocas veces debe pronunciarse con
coherencia y decisión»[223].
Las luchas legítimas y el perdón
241.
No se trata de proponer un perdón renunciando a los propios derechos ante un
poderoso corrupto, ante un criminal o ante alguien que degrada nuestra dignidad.
Estamos llamados a amar a todos, sin excepción, pero amar a un opresor no es
consentir que siga siendo así; tampoco es hacerle pensar que lo que él hace es
aceptable. Al contrario, amarlo bien es buscar de distintas maneras que deje de
oprimir, es quitarle ese poder que no sabe utilizar y que lo desfigura como ser
humano. Perdonar no quiere decir permitir que sigan pisoteando la propia
dignidad y la de los demás, o dejar que un criminal continúe haciendo daño.
Quien sufre la injusticia tiene que defender con fuerza sus derechos y los de su
familia precisamente porque debe preservar la dignidad que se le ha dado, una
dignidad que Dios ama. Si un delincuente me ha hecho daño a mí o a un ser
querido, nadie me prohíbe que exija justicia y que me preocupe para que esa
persona —o cualquier otra— no vuelva a dañarme ni haga el mismo daño a otros.
Corresponde que lo haga, y el perdón no sólo no anula esa necesidad sino que la
reclama.
242.
La clave está en no hacerlo para alimentar una ira que enferma el alma personal
y el alma de nuestro pueblo, o por una necesidad enfermiza de destruir al otro
que desata una carrera de venganza. Nadie alcanza la paz interior ni se
reconcilia con la vida de esa manera. La verdad es que «ninguna familia, ningún
grupo de vecinos o una etnia, menos un país, tiene futuro si el motor que los
une, convoca y tapa las diferencias es la venganza y el odio. No podemos
ponernos de acuerdo y unirnos para vengarnos, para hacerle al que fue violento
lo mismo que él nos hizo, para planificar ocasiones de desquite bajo formatos
aparentemente legales»[224].
Así no se gana nada y a la larga se pierde todo.
243.
Es cierto que «no es tarea fácil superar el amargo legado de injusticias,
hostilidad y desconfianza que dejó el conflicto. Esto sólo se puede conseguir
venciendo el mal con el bien (cf. Rm 12,21) y mediante el cultivo de las
virtudes que favorecen la reconciliación, la solidaridad y la paz»[225].
De ese modo, «quien cultiva la bondad en su interior recibe a cambio una
conciencia tranquila, una alegría profunda aun en medio de las dificultades y de
las incomprensiones. Incluso ante las ofensas recibidas, la bondad no es
debilidad, sino auténtica fuerza, capaz de renunciar a la venganza»[226].
Es necesario reconocer en la propia vida que «también ese duro juicio que
albergo en mi corazón contra mi hermano o mi hermana, esa herida no curada, ese
mal no perdonado, ese rencor que sólo me hará daño, es un pedazo de guerra que
llevo dentro, es un fuego en el corazón, que hay que apagar para que no se
convierta en un incendio»[227].
La verdadera superación
244.
Cuando los conflictos no se resuelven sino que se esconden o se entierran en el
pasado, hay silencios que pueden significar volverse cómplices de graves errores
y pecados. Pero la verdadera reconciliación no escapa del conflicto sino que se
logra en el conflicto, superándolo a través del diálogo y de la
negociación transparente, sincera y paciente. La lucha entre diversos sectores
«siempre que se abstenga de enemistades y de odio mutuo, insensiblemente se
convierte en una honesta discusión, fundada en el amor a la justicia»[228].
245.
Reiteradas veces propuse «un principio que es indispensable para construir la
amistad social: la unidad es superior al conflicto. […] No es apostar por un
sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un
plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades
en pugna»[229]. Sabemos bien
que «cada vez que las personas y las comunidades aprendemos a apuntar más alto
de nosotros mismos y de nuestros intereses particulares, la comprensión y el
compromiso mutuo se transforman […] en un ámbito donde los conflictos, las
tensiones e incluso los que se podrían haber considerado opuestos en el pasado,
pueden alcanzar una unidad multiforme que engendra nueva vida»[230].
La memoria
246.
A quien sufrió mucho de manera injusta y cruel, no se le debe exigir una especie
de “perdón social”. La reconciliación es un hecho personal, y nadie puede
imponerla al conjunto de una sociedad, aun cuando deba promoverla. En el ámbito
estrictamente personal, con una decisión libre y generosa, alguien puede
renunciar a exigir un castigo (cf. Mt 5,44-46), aunque la sociedad y su
justicia legítimamente lo busquen. Pero no es posible decretar una
“reconciliación general”, pretendiendo cerrar por decreto las heridas o cubrir
las injusticias con un manto de olvido. ¿Quién se puede arrogar el derecho de
perdonar en nombre de los demás? Es conmovedor ver la capacidad de perdón de
algunas personas que han sabido ir más allá del daño sufrido, pero también es
humano comprender a quienes no pueden hacerlo. En todo caso, lo que jamás se
debe proponer es el olvido.
247. La Shoah
no debe ser olvidada. Es el «símbolo de hasta dónde puede llegar la maldad del
hombre cuando, alimentada por falsas ideologías, se olvida de la dignidad
fundamental de la persona, que merece respeto absoluto independientemente del
pueblo al que pertenezca o la religión que profese»[231].
Al recordarla, no puedo menos que repetir esta oración: «Acuérdate de nosotros
en tu misericordia. Danos la gracia de avergonzarnos de lo que, como hombres,
hemos sido capaces de hacer, de avergonzarnos de esta máxima idolatría, de haber
despreciado y destruido nuestra carne, esa carne que tú modelaste del barro, que
tú vivificaste con tu aliento de vida. ¡Nunca más, Señor, nunca más!»[232].
248.
No deben olvidarse los bombardeos atómicos a Hiroshima y Nagasaki. Una vez más
«hago memoria aquí de todas las víctimas, me inclino ante la fuerza y la
dignidad de aquellos que, habiendo sobrevivido a esos primeros momentos, han
soportado en sus cuerpos durante muchos años los sufrimientos más agudos y, en
sus mentes, los gérmenes de la muerte que seguían consumiendo su energía vital.
[…] No podemos permitir que las actuales y nuevas generaciones pierdan la
memoria de lo acontecido, esa memoria que es garante y estímulo para construir
un futuro más justo y más fraterno»[233].
Tampoco deben olvidarse las persecuciones, el tráfico de esclavos y las matanzas
étnicas que ocurrieron y ocurren en diversos países, y tantos otros hechos
históricos que nos avergüenzan de ser humanos. Deben ser recordados siempre, una
y otra vez, sin cansarnos ni anestesiarnos.
249.
Es fácil hoy caer en la tentación de dar vuelta la página diciendo que ya hace
mucho tiempo que sucedió y que hay que mirar hacia adelante. ¡No, por Dios!
Nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y
luminosa. Necesitamos mantener «viva la llama de la conciencia colectiva,
testificando a las generaciones venideras el horror de lo que sucedió» que
«despierta y preserva de esta manera el recuerdo de las víctimas, para que la
conciencia humana se fortalezca cada vez más contra todo deseo de dominación y
destrucción»[234]. Lo
necesitan las mismas víctimas —personas, grupos sociales o naciones— para
no ceder a la lógica que lleva a justificar las represalias y cualquier tipo de
violencia en nombre del enorme mal que han sufrido. Por esto, no me refiero sólo
a la memoria de los horrores, sino también al recuerdo de quienes, en medio de
un contexto envenenado y corrupto fueron capaces de recuperar la dignidad y con
pequeños o grandes gestos optaron por la solidaridad, el perdón, la fraternidad.
Es muy sano hacer memoria del bien.
Perdón sin olvidos
250.
El perdón no implica olvido. Decimos más bien que cuando hay algo que de ninguna
manera puede ser negado, relativizado o disimulado, sin embargo, podemos
perdonar. Cuando hay algo que jamás debe ser tolerado, justificado o excusado,
sin embargo, podemos perdonar. Cuando hay algo que por ninguna razón debemos
permitirnos olvidar, sin embargo, podemos perdonar. El perdón libre y sincero es
una grandeza que refleja la inmensidad del perdón divino. Si el perdón es
gratuito, entonces puede perdonarse aun a quien se resiste al arrepentimiento y
es incapaz de pedir perdón.
251.
Los que perdonan de verdad no olvidan, pero renuncian a ser poseídos por esa
misma fuerza destructiva que los ha perjudicado. Rompen el círculo vicioso,
frenan el avance de las fuerzas de la destrucción. Deciden no seguir inoculando
en la sociedad la energía de la venganza que tarde o temprano termina recayendo
una vez más sobre ellos mismos. Porque la venganza nunca sacia verdaderamente la
insatisfacción de las víctimas. Hay crímenes tan horrendos y crueles, que hacer
sufrir a quien los cometió no sirve para sentir que se ha reparado el daño; ni
siquiera bastaría matar al criminal, ni se podrían encontrar torturas que se
equiparen a lo que pudo haber sufrido la víctima. La venganza no resuelve nada.
252.
Tampoco estamos hablando de impunidad. Pero la justicia sólo se busca
adecuadamente por amor a la justicia misma, por respeto a las víctimas, para
prevenir nuevos crímenes y en orden a preservar el bien común, no como una
supuesta descarga de la propia ira. El perdón es precisamente lo que permite
buscar la justicia sin caer en el círculo vicioso de la venganza ni en la
injusticia del olvido.
253.
Cuando hubo injusticias mutuas, cabe reconocer con claridad que pueden no haber
tenido la misma gravedad o que no sean comparables. La violencia ejercida desde
las estructuras y el poder del Estado no está en el mismo nivel de la violencia
de grupos particulares. De todos modos, no se puede pretender que sólo se
recuerden los sufrimientos injustos de una sola de las partes. Como enseñaron
los Obispos de Croacia, «nosotros debemos a toda víctima inocente el mismo
respeto. No puede haber aquí diferencias raciales, confesionales, nacionales o
políticas»[235].
254.
Pido a Dios «que prepare nuestros corazones al encuentro con los hermanos más
allá de las diferencias de ideas, lengua, cultura, religión; que unja todo
nuestro ser con el aceite de la misericordia que cura las heridas de los
errores, de las incomprensiones, de las controversias; la gracia de enviarnos,
con humildad y mansedumbre, a los caminos, arriesgados pero fecundos, de la
búsqueda de la paz»[236].
La guerra y la pena de muerte
255.
Hay dos situaciones extremas que pueden llegar a presentarse como soluciones en
circunstancias particularmente dramáticas, sin advertir que son falsas
respuestas, que no resuelven los problemas que pretenden superar y que en
definitiva no hacen más que agregar nuevos factores de destrucción en el tejido
de la sociedad nacional y universal. Se trata de la guerra y de la pena de
muerte.
La injusticia de la guerra
256.
«En el que trama el mal sólo hay engaño, pero en los que promueven la paz hay
alegría» (Pr 12,20). Sin embargo hay quienes buscan soluciones en la
guerra, que frecuentemente «se nutre de la perversión de las relaciones, de
ambiciones hegemónicas, de abusos de poder, del miedo al otro y a la diferencia
vista como un obstáculo»[237]. La
guerra no es un fantasma del pasado, sino que se ha convertido en una amenaza
constante. El mundo está encontrando cada vez más dificultad en el lento camino
de la paz que había emprendido y que comenzaba a dar algunos frutos.
257.
Puesto que se están creando nuevamente las condiciones para la proliferación de
guerras, recuerdo que «la guerra es la negación de todos los derechos y una
dramática agresión al ambiente. Si se quiere un verdadero desarrollo humano
integral para todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la
guerra entre las naciones y los pueblos. Para tal fin hay que asegurar el
imperio incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a
los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas,
verdadera norma jurídica fundamental»[238].
Quiero destacar que los 75 años de las Naciones Unidas y la experiencia de los
primeros 20 años de este milenio, muestran que la plena aplicación de las normas
internacionales es realmente eficaz, y que su incumplimiento es nocivo. La Carta de las Naciones Unidas,
respetada y aplicada con transparencia y sinceridad, es un punto de referencia
obligatorio de justicia y un cauce de paz. Pero esto supone no disfrazar
intenciones espurias ni colocar los intereses particulares de un país o grupo
por encima del bien común mundial. Si la norma es considerada un instrumento al
que se acude cuando resulta favorable y que se elude cuando no lo es, se desatan
fuerzas incontrolables que hacen un gran daño a las sociedades, a los más
débiles, a la fraternidad, al medio ambiente y a los bienes culturales, con
pérdidas irrecuperables para la comunidad global.
258.
Así es como fácilmente se opta por la guerra detrás de todo tipo de excusas
supuestamente humanitarias, defensivas o preventivas, acudiendo incluso a la
manipulación de la información. De hecho, en las últimas décadas todas las
guerras han sido pretendidamente “justificadas”. El
Catecismo de la Iglesia Católica habla de la posibilidad de una legítima defensa
mediante la fuerza militar, que supone demostrar que se den algunas «condiciones
rigurosas de legitimidad moral»[239].
Pero fácilmente se cae en una interpretación demasiado amplia de este posible
derecho. Así se quieren justificar indebidamente aun ataques “preventivos” o
acciones bélicas que difícilmente no entrañen «males y desórdenes más graves que
el mal que se pretende eliminar»[240].
La cuestión es que, a partir del desarrollo de las armas nucleares, químicas y
biológicas, y de las enormes y crecientes posibilidades que brindan las nuevas
tecnologías, se dio a la guerra un poder destructivo fuera de control que afecta
a muchos civiles inocentes. Es verdad que «nunca la humanidad tuvo tanto poder
sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien»[241]. Entonces
ya no podemos pensar en la guerra como solución, debido a que los riesgos
probablemente siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le
atribuya. Ante esta realidad, hoy es muy difícil sostener los criterios
racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible “guerra justa”.
¡Nunca más la guerra![242]
259.
Es importante agregar que, con el desarrollo de la globalización, lo que puede
aparecer como una solución inmediata o práctica para un lugar de la tierra,
desata una cadena de factores violentos muchas veces subterráneos que termina
afectando a todo el planeta y abriendo camino a nuevas y peores guerras futuras.
En nuestro mundo ya no hay sólo “pedazos” de guerra en un país o en otro, sino
que se vive una “guerra mundial a pedazos”, porque los destinos de los países
están fuertemente conectados entre ellos en el escenario mundial.
260.
Como decía san Juan XXIII, «resulta un absurdo sostener que la guerra es un
medio apto para resarcir el derecho violado»[243].
Lo afirmaba en un período de fuerte tensión internacional, y así expresó el gran
anhelo de paz que se difundía en los tiempos de la guerra fría. Reforzó la
convicción de que las razones de la paz son más fuertes que todo cálculo de
intereses particulares y que toda confianza en el uso de las armas. Pero no se
aprovecharon adecuadamente las ocasiones que ofrecía el final de la guerra fría
por la falta de una visión de futuro y de una conciencia compartida sobre
nuestro destino común. En cambio, se cedió a la búsqueda de intereses
particulares sin hacerse cargo del bien común universal. Así volvió a abrirse
camino el engañoso espanto de la guerra.
261.
Toda guerra deja al mundo peor que como lo había encontrado. La guerra es un
fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una
derrota frente a las fuerzas del mal. No nos quedemos en discusiones teóricas,
tomemos contacto con las heridas, toquemos la carne de los perjudicados.
Volvamos a contemplar a tantos civiles masacrados como “daños colaterales”.
Preguntemos a las víctimas. Prestemos atención a los prófugos, a los que
sufrieron la radiación atómica o los ataques químicos, a las mujeres que
perdieron sus hijos, a los niños mutilados o privados de su infancia. Prestemos
atención a la verdad de esas víctimas de la violencia, miremos la realidad desde
sus ojos y escuchemos sus relatos con el corazón abierto. Así podremos reconocer
el abismo del mal en el corazón de la guerra y no nos perturbará que nos traten
de ingenuos por elegir la paz.
262.
Las normas tampoco serán suficientes si se piensa que la solución a los
problemas actuales está en disuadir a otros a través del miedo, amenazando con
el uso de armas nucleares, químicas o biológicas. Porque «si se tienen en cuenta
las principales amenazas a la paz y a la seguridad con sus múltiples dimensiones
en este mundo multipolar del siglo XXI, tales como, por ejemplo, el terrorismo,
los conflictos asimétricos, la seguridad informática, los problemas ambientales,
la pobreza, surgen no pocas dudas acerca de la inadecuación de la disuasión
nuclear para responder eficazmente a estos retos. Estas preocupaciones son aún
más consistentes si tenemos en cuenta las catastróficas consecuencias
humanitarias y ambientales derivadas de cualquier uso de las armas nucleares con
devastadores efectos indiscriminados e incontrolables en el tiempo y el espacio.
[…] Debemos preguntarnos cuánto sea sostenible un equilibrio basado en el miedo,
cuando en realidad tiende a aumentarlo y a socavar las relaciones de confianza
entre los pueblos. La paz y la estabilidad internacional no pueden basarse en
una falsa sensación de seguridad, en la amenaza de la destrucción mutua o de la
aniquilación total, en el simple mantenimiento de un equilibrio de poder. […] En
este contexto, el objetivo último de la eliminación total de las armas nucleares
se convierte tanto en un desafío como en un imperativo moral y humanitario. […]
El aumento de la interdependencia y la globalización comportan que cualquier
respuesta que demos a la amenaza de las armas nucleares, deba ser colectiva y
concertada, basada en la confianza mutua. Esta última se puede construir sólo a
través de un diálogo que esté sinceramente orientado hacia el bien común y no
hacia la protección de intereses encubiertos o particulares»[244]. Y con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares, constituyamos un Fondo mundial[245], para
acabar de una vez con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres,
de tal modo que sus habitantes no acudan a soluciones violentas o engañosas ni
necesiten abandonar sus países para buscar una vida más digna.
La pena de muerte
263.
Hay otra manera de hacer desaparecer al otro, que no se dirige a países sino a
personas. Es la pena de muerte. San Juan Pablo II declaró de manera clara y
firme que esta es inadecuada en el ámbito moral y ya no es necesaria en el
ámbito penal[246]. No es
posible pensar en una marcha atrás con respecto a esta postura. Hoy decimos con
claridad que «la pena de muerte es inadmisible»[247] y
la Iglesia se compromete con determinación para proponer que sea abolida en todo
el mundo[248].
264. En el Nuevo Testamento, al tiempo que se pide a los particulares no tomar la justicia por cuenta propia (cf. Rm 12,17.19), se reconoce la necesidad de que las autoridades impongan penas a los que obran el mal (cf. Rm 13,4; 1 P
2,14). En efecto, «la vida en común, estructurada en torno a comunidades
organizadas, necesita normas de convivencia cuya libre violación requiere una
respuesta adecuada»[249]. Esto
implica que la autoridad pública legítima pueda y deba «conminar penas
proporcionadas a la gravedad de los delitos»[250] y
que se garantice al poder judicial «la independencia necesaria en el ámbito de
la ley»[251].
265.
Desde los primeros siglos de la Iglesia, algunos se manifestaron claramente
contrarios a la pena capital. Por ejemplo, Lactancio sostenía que «no hay que
hacer ninguna distinción: siempre será crimen matar a un hombre».[252]
El Papa Nicolás I exhortaba: «Esfuércense por liberar de la pena de muerte no
sólo a cada uno de los inocentes, sino también a todos los culpables»[253].
Con ocasión del juicio contra unos homicidas que habían asesinado a dos
sacerdotes, san Agustín pedía al juez que no quitara la vida a los asesinos, y
lo fundamentaba de esta manera: «Con esto no impedimos que se reprima la
licencia criminal de esos malhechores. Queremos que se conserven vivos y con
todos sus miembros; que sea suficiente dirigirlos, por la presión de las leyes,
de su loca inquietud al reposo de la salud, o bien que se les ocupe en alguna
tarea útil, una vez apartados de sus perversas acciones. También esto se llama
condena, pero todos entenderán que se trata de un beneficio más bien que de un
suplicio, al ver que no se suelta la rienda a su audacia para dañar ni se les
impide la medicina del arrepentimiento. […] Encolerízate contra la iniquidad de
modo que no te olvides de la humanidad. No satisfagas contra las atrocidades de
los pecadores un apetito de venganza, sino más bien haz intención de curar las
llagas de esos pecadores»[254].
266.
Los miedos y los rencores fácilmente llevan a entender las penas de una manera
vindicativa, cuando no cruel, en lugar de entenderlas como parte de un proceso
de sanación y de reinserción en la sociedad. Hoy, «tanto por parte de algunos
sectores de la política como por parte de algunos medios de comunicación, se
incita algunas veces a la violencia y a la venganza, pública y privada, no sólo
contra quienes son responsables de haber cometido delitos, sino también contra
quienes cae la sospecha, fundada o no, de no haber cumplido la ley. […] Existe
la tendencia a construir deliberadamente enemigos: figuras estereotipadas, que
concentran en sí mismas todas las características que la sociedad percibe o
interpreta como peligrosas. Los mecanismos de formación de estas imágenes son
los mismos que, en su momento, permitieron la expansión de las ideas racistas»[255].
Esto ha vuelto particularmente riesgosa la costumbre creciente que existe en
algunos países de acudir a prisiones preventivas, a reclusiones sin juicio y
especialmente a la pena de muerte.
267.
Quiero remarcar que «es imposible imaginar que hoy los Estados no puedan
disponer de otro medio que no sea la pena capital para defender la vida de otras
personas del agresor injusto». Particular gravedad tienen las así llamadas
ejecuciones extrajudiciales o extralegales, que «son homicidios deliberados
cometidos por algunos Estados o por sus agentes, que a menudo se hacen pasar
como enfrentamientos con delincuentes o son presentados como consecuencias no
deseadas del uso razonable, necesario y proporcional de la fuerza para hacer
aplicar la ley»[256].
268.
«Los argumentos contrarios a la pena de muerte son muchos y bien conocidos. La
Iglesia ha oportunamente destacado algunos de ellos, como la posibilidad de la
existencia del error judicial y el uso que hacen de ello los regímenes
totalitarios y dictatoriales, que la utilizan como instrumento de supresión de
la disidencia política o de persecución de las minorías religiosas y culturales,
todas víctimas que para sus respectivas legislaciones son “delincuentes”. Todos
los cristianos y los hombres de buena voluntad están llamados, por lo tanto, a
luchar no sólo por la abolición de la pena de muerte, legal o ilegal que sea, y
en todas sus formas, sino también con el fin de mejorar las condiciones
carcelarias, en el respeto de la dignidad humana de las personas privadas de
libertad. Y esto yo lo relaciono con la cadena perpetua. […] La cadena perpetua
es una pena de muerte oculta»[257].
269.
Recordemos que «ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal y Dios mismo
se hace su garante»[258]. El
firme rechazo de la pena de muerte muestra hasta qué punto es posible reconocer
la inalienable dignidad de todo ser humano y aceptar que tenga un lugar en este
universo. Ya que, si no se lo niego al peor de los criminales, no se lo negaré a
nadie, daré a todos la posibilidad de compartir conmigo este planeta a pesar de
lo que pueda separarnos.
270.
A los cristianos que dudan y se sienten tentados a ceder ante cualquier forma de
violencia, los invito a recordar aquel anuncio del libro de Isaías: «Con sus
espadas forjarán arados» (2,4). Para nosotros esa profecía toma carne en
Jesucristo, que frente a un discípulo cebado por la violencia dijo con firmeza:
«¡Vuelve tu espada a su lugar!, pues todos los que empuñan espada, a espada
morirán» (Mt 26,52). Era un eco de aquella antigua advertencia: «Pediré
cuentas al ser humano por la vida de su hermano. Quien derrame sangre humana, su
sangre será derramada por otro ser humano» (Gn 9,5-6). Esta reacción de
Jesús, que le brotó del corazón, supera la distancia de los siglos y llega hasta
hoy como un constante reclamo.
Capítulo octavo
LAS RELIGIONES AL SERVICIO DE LA FRATERNIDAD EN EL MUNDO
271.
Las distintas religiones, a partir de la valoración de cada persona humana como
criatura llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen un aporte valioso para la
construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad.
El diálogo entre personas de distintas religiones no se hace meramente por
diplomacia, amabilidad o tolerancia. Como enseñaron los Obispos de India, «el
objetivo del diálogo es establecer amistad, paz, armonía y compartir valores y
experiencias morales y espirituales en un espíritu de verdad y amor»[259].
El fundamento último
272.
Los creyentes pensamos que, sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones
sólidas y estables para el llamado a la fraternidad. Estamos convencidos de que
«sólo con esta conciencia de hijos que no son huérfanos podemos vivir en paz
entre nosotros»[260]. Porque
«la razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de
establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la
hermandad»[261].
273.
En esta línea, quiero recordar un texto memorable: «Si no existe una verdad
trascendente, con cuya obediencia el hombre conquista su plena identidad,
tampoco existe ningún principio seguro que garantice relaciones justas entre los
hombres: los intereses de clase, grupo o nación, los contraponen inevitablemente
unos a otros. Si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del
poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone
para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de
los demás. [...] La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en
la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de
Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie
puede violar: ni el individuo, el grupo, la clase social, ni la nación o el
Estado. No puede hacerlo tampoco la mayoría de un cuerpo social, poniéndose en
contra de la minoría»[262].
274.
Desde nuestra experiencia de fe y desde la sabiduría que ha ido amasándose a lo
largo de los siglos, aprendiendo también de nuestras muchas debilidades y
caídas, los creyentes de las distintas religiones sabemos que hacer presente a
Dios es un bien para nuestras sociedades. Buscar a Dios con corazón sincero,
siempre que no lo empañemos con nuestros intereses ideológicos o instrumentales,
nos ayuda a reconocernos compañeros de camino, verdaderamente hermanos. Creemos
que «cuando, en nombre de una ideología, se quiere expulsar a Dios de la
sociedad, se acaba por adorar ídolos, y enseguida el hombre se pierde, su
dignidad es pisoteada, sus derechos violados. Ustedes saben bien a qué
atrocidades puede conducir la privación de la libertad de conciencia y de la
libertad religiosa, y cómo esa herida deja a la humanidad radicalmente
empobrecida, privada de esperanza y de ideales»[263].
275.
Cabe reconocer que «entre las causas más importantes de la crisis del mundo
moderno están una conciencia humana anestesiada y un alejamiento de los valores
religiosos, además del predominio del individualismo y de las filosofías
materialistas que divinizan al hombre y ponen los valores mundanos y materiales
en el lugar de los principios supremos y trascendentes»[264].
No puede admitirse que en el debate público sólo tengan voz los poderosos y los
científicos. Debe haber un lugar para la reflexión que procede de un trasfondo
religioso que recoge siglos de experiencia y de sabiduría. «Los textos
religiosos clásicos pueden ofrecer un significado para todas las épocas, tienen
una fuerza motivadora», pero de hecho «son despreciados por la cortedad de vista
de los racionalismos»[265].
276.
Por estas razones, si bien la Iglesia respeta la autonomía de la política, no
relega su propia misión al ámbito de lo privado. Al contrario, no «puede ni debe
quedarse al margen» en la construcción de un mundo mejor ni dejar de «despertar
las fuerzas espirituales»[266]
que fecunden toda la vida en sociedad. Es verdad que los ministros religiosos no
deben hacer política partidaria, propia de los laicos, pero ni siquiera ellos
pueden renunciar a la dimensión política de la existencia[267]
que implica una constante atención al bien común y la preocupación por el
desarrollo humano integral. La Iglesia «tiene un papel público que no se agota
en sus actividades de asistencia y educación» sino que procura «la promoción del
hombre y la fraternidad universal»[268].
No pretende disputar poderes terrenos, sino ofrecerse como «un hogar entre los
hogares —esto es la Iglesia—, abierto […] para testimoniar al mundo actual la
fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección.
Una casa de puertas abiertas. La Iglesia es una casa con las puertas abiertas,
porque es madre»[269]. Y como
María, la Madre de Jesús, «queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa,
que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida,
sostener la esperanza, ser signo de unidad […] para tender puentes, romper
muros, sembrar reconciliación»[270].
La identidad cristiana
277.
La Iglesia valora la acción de Dios en las demás religiones, y «no rechaza nada
de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero
respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que […] no
pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los
hombres»[271]. Pero los
cristianos no podemos esconder que «si la música del Evangelio deja de vibrar en
nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que brota de la compasión, la
ternura que nace de la confianza, la capacidad de reconciliación que encuentra
su fuente en sabernos siempre perdonados‒enviados. Si la música del Evangelio
deja de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la
política y en la economía, habremos apagado la melodía que nos desafiaba a
luchar por la dignidad de todo hombre y mujer»[272].
Otros beben de otras fuentes. Para nosotros, ese manantial de dignidad humana y
de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo. De él surge «para el
pensamiento cristiano y para la acción de la Iglesia el primado que se da a la
relación, al encuentro con el misterio sagrado del otro, a la comunión universal
con la humanidad entera como vocación de todos»[273].
278.
Llamada a encarnarse en todos los rincones, y presente durante siglos en cada
lugar de la tierra —eso significa “católica”— la Iglesia puede comprender desde
su experiencia de gracia y de pecado, la belleza de la invitación al amor
universal. Porque «todo lo que es humano tiene que ver con nosotros. […]
Dondequiera que se reúnen los pueblos para establecer los derechos y deberes del
hombre, nos sentimos honrados cuando nos permiten sentarnos junto a ellos»[274].
Para muchos cristianos, este camino de fraternidad tiene también una Madre,
llamada María. Ella recibió ante la Cruz esta maternidad universal (cf. Jn
19,26) y está atenta no sólo a Jesús sino también «al resto de sus
descendientes» (Ap 12,17). Ella, con el poder del Resucitado, quiere parir un mundo nuevo, donde todos seamos hermanos, donde haya lugar para cada descartado de nuestras sociedades, donde resplandezcan la justicia y la paz.
279.
Los cristianos pedimos que, en los países donde somos minoría, se nos garantice
la libertad, así como nosotros la favorecemos para quienes no son cristianos
allí donde ellos son minoría. Hay un derecho humano fundamental que no debe ser
olvidado en el camino de la fraternidad y de la paz; el de la libertad religiosa
para los creyentes de todas las religiones. Esa libertad proclama que podemos
«encontrar un buen acuerdo entre culturas y religiones diferentes; atestigua que
las cosas que tenemos en común son tantas y tan importantes que es posible
encontrar un modo de convivencia serena, ordenada y pacífica, acogiendo las
diferencias y con la alegría de ser hermanos en cuanto hijos de un único Dios»[275].
280.
Al mismo tiempo, pedimos a Dios que afiance la unidad dentro de la Iglesia,
unidad que se enriquece con diferencias que se reconcilian por la acción del
Espíritu Santo. Porque «fuimos bautizados en un mismo Espíritu para formar un
solo cuerpo» (1 Co 12,13) donde cada uno hace su aporte distintivo. Como
decía san Agustín: «El oído ve a través del ojo, y el ojo escucha a través del
oído»[276]. También urge
seguir dando testimonio de un camino de encuentro entre las distintas
confesiones cristianas. No podemos olvidar aquel deseo que expresó Jesucristo:
«Que todos sean uno» (Jn 17,21). Escuchando su llamado reconocemos con
dolor que al proceso de globalización le falta todavía la contribución profética
y espiritual de la unidad entre todos los cristianos. No obstante, «mientras nos
encontramos aún en camino hacia la plena comunión, tenemos ya el deber de dar
testimonio común del amor de Dios a su pueblo colaborando en nuestro servicio a
la humanidad»[277].
Religión y violencia
281.
Entre las religiones es posible un camino de paz. El punto de partida debe ser
la mirada de Dios. Porque «Dios no mira con los ojos, Dios mira con el corazón.
Y el amor de Dios es el mismo para cada persona sea de la religión que sea. Y si
es ateo es el mismo amor. Cuando llegue el último día y exista la luz suficiente
sobre la tierra para poder ver las cosas como son, ¡nos vamos a llevar cada
sorpresa!»[278].
282.
También «los creyentes necesitamos encontrar espacios para conversar y para
actuar juntos por el bien común y la promoción de los más pobres. No se trata de
que todos seamos más light o de que escondamos las convicciones propias
que nos apasionan para poder encontrarnos con otros que piensan distinto. […]
Porque mientras más profunda, sólida y rica es una identidad, más tendrá para
enriquecer a los otros con su aporte específico»[279].
Los creyentes nos vemos desafiados a volver a nuestras fuentes para
concentrarnos en lo esencial: la adoración a Dios y el amor al prójimo, de
manera que algunos aspectos de nuestras doctrinas, fuera de su contexto, no
terminen alimentando formas de desprecio, odio, xenofobia, negación del otro. La
verdad es que la violencia no encuentra fundamento en las convicciones
religiosas fundamentales sino en sus deformaciones.
283.
El culto a Dios sincero y humilde «no lleva a la discriminación, al odio y la
violencia, sino al respeto de la sacralidad de la vida, al respeto de la
dignidad y la libertad de los demás, y al compromiso amoroso por todos»[280].
En realidad «el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor» (1 Jn
4,8). Por ello «el terrorismo execrable que amenaza la seguridad de las
personas, tanto en Oriente como en Occidente, tanto en el Norte como en el Sur,
propagando el pánico, el terror y el pesimismo no es a causa de la religión —aun
cuando los terroristas la utilizan—, sino de las interpretaciones equivocadas de
los textos religiosos, políticas de hambre, pobreza, injusticia, opresión,
arrogancia; por esto es necesario interrumpir el apoyo a los movimientos
terroristas a través del suministro de dinero, armas, planes o justificaciones y
también la cobertura de los medios, y considerar esto como crímenes
internacionales que amenazan la seguridad y la paz mundiales. Tal terrorismo
debe ser condenado en todas sus formas y manifestaciones»[281]. Las
convicciones religiosas sobre el sentido sagrado de la vida humana nos permiten
«reconocer los valores fundamentales de nuestra humanidad común, los valores en
virtud de los que podemos y debemos colaborar, construir y dialogar, perdonar y
crecer, permitiendo que el conjunto de las voces forme un noble y armónico
canto, en vez del griterío fanático del odio»[282].
284.
A veces la violencia fundamentalista, en algunos grupos de cualquier religión,
es desatada por la imprudencia de sus líderes. Pero «el mandamiento de la paz
está inscrito en lo profundo de las tradiciones religiosas que representamos.
[…] Los líderes religiosos estamos llamados a ser auténticos
“dialogantes”, a trabajar en la construcción de la paz no como intermediarios,
sino como auténticos mediadores. Los intermediarios buscan agradar a todas las
partes, con el fin de obtener una ganancia para ellos mismos. El mediador, en
cambio, es quien no se guarda nada para sí mismo, sino que se entrega
generosamente, hasta consumirse, sabiendo que la única ganancia es la de la paz.
Cada uno de nosotros está llamado a ser un artesano de la paz, uniendo y no
dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas del
diálogo y no levantando nuevos muros»[283].
Llamamiento
285. En aquel encuentro fraterno que recuerdo
gozosamente, con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb «declaramos —firmemente— que las
religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio,
hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre.
Estas desgracias son fruto de la desviación de las enseñanzas religiosas, del
uso político de las religiones y también de las interpretaciones de grupos
religiosos que han abusado —en algunas fases de la historia— de la influencia
del sentimiento religioso en los corazones de los hombres. […] En efecto, Dios,
el Omnipotente, no necesita ser defendido por nadie y no desea que su nombre sea
usado para aterrorizar a la gente»[284].
Por ello quiero retomar aquí el llamamiento de paz, justicia y fraternidad que
hicimos juntos:
«En el nombre de Dios que ha creado todos los
seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha
llamado a convivir como hermanos entre ellos, para poblar la tierra y difundir
en ella los valores del bien, la caridad y la paz.
En el nombre de la inocente alma humana que Dios ha prohibido matar, afirmando que quien mata a una persona es como si hubiese matado a toda la humanidad y quien salva a una es como si hubiese salvado a la humanidad entera.
En el nombre de los pobres, de los desdichados, de los necesitados y de los marginados que Dios ha ordenado socorrer como un deber requerido a todos los hombres y en modo particular a cada hombre acaudalado y acomodado.
En el nombre de los huérfanos, de las viudas, de
los refugiados y de los exiliados de sus casas y de sus pueblos; de todas las
víctimas de las guerras, las persecuciones y las injusticias; de los débiles, de
cuantos viven en el miedo, de los prisioneros de guerra y de los torturados en
cualquier parte del mundo, sin distinción alguna.
En el nombre de los pueblos que han perdido la
seguridad, la paz y la convivencia común, siendo víctimas de la destrucción, de
la ruina y de las guerras.
En nombre de la fraternidad humana que abraza a todos los hombres, los une y los hace iguales.
En el nombre de esta fraternidad golpeada
por las políticas de integrismo y división y por los sistemas de ganancia
insaciable y las tendencias ideológicas odiosas, que manipulan las acciones y
los destinos de los hombres.
En el nombre de la libertad, que Dios ha dado a
todos los seres humanos, creándolos libres y distinguiéndolos con ella.
En el nombre de la justicia y de la misericordia, fundamentos de la prosperidad y quicios de la fe.
En el nombre de todas las personas de buena
voluntad, presentes en cada rincón de la tierra.
En el nombre de Dios y de todo esto […] “asumimos”
la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el
conocimiento recíproco como método y criterio»[285].
***
286.
En este espacio de reflexión sobre la fraternidad universal, me sentí motivado
especialmente por san Francisco de Asís, y también por otros hermanos que no son
católicos: Martin Luther King, Desmond Tutu, el Mahatma Mohandas Gandhi y muchos
más. Pero quiero terminar recordando a otra persona de profunda fe, quien, desde
su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse
hermano de todos. Se trata del beato Carlos de Foucauld.
287.
Él fue orientando su sueño de una entrega total a Dios hacia una identificación
con los últimos, abandonados en lo profundo del desierto africano. En ese
contexto expresaba sus deseos de sentir a cualquier ser humano como un hermano,[286]
y pedía a un amigo: «Ruegue a Dios para que yo sea realmente el hermano de
todos».[287] Quería ser, en
definitiva, «el hermano universal»[288].
Pero sólo identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos. Que Dios
inspire ese sueño en cada uno de nosotros. Amén.
Oración al Creador
Señor y Padre de la humanidad,
que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad,
infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal.
Inspíranos un sueño
de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz.
Impúlsanos a crear
sociedades más sanas
y un mundo más digno,
sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras.
Que nuestro corazón se abra
a todos los pueblos y naciones de la tierra,
para reconocer el bien y la belleza
que sembraste en cada uno,
para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes,
de esperanzas compartidas. Amén.
Oración cristiana ecuménica
Dios nuestro, Trinidad de amor,
desde la fuerza comunitaria de tu intimidad divina
derrama en nosotros el río del amor fraterno.
Danos ese amor que se
reflejaba en los gestos de Jesús,
en su familia de Nazaret y en la primera comunidad cristiana.
Concede a los cristianos que vivamos el Evangelio
y podamos reconocer a Cristo en cada ser humano,
para verlo crucificado en las angustias de los abandonados
y olvidados de este mundo
y resucitado en cada hermano que se levanta.
Ven, Espíritu Santo, muéstranos tu hermosura
reflejada en todos los pueblos de la tierra,
para descubrir que todos son importantes,
que todos son necesarios, que son rostros diferentes
de la misma humanidad que amas. Amén.
Dado en Asís, junto a la tumba de san Francisco,
el 3 de octubre del año 2020, víspera de la Fiesta del “Poverello”, octavo de mi
Pontificado.
Francisco
NOTAS
[1] Admoniciones, 6, 1: Fonti Francescane (FF) 155; cf.
Escritos. Biografías. Documentos de la época, ed. Bac, Madrid 2011, 94.
[2] Ibíd., 25: FF 175; cf.
ibíd., p. 99.
[3] S.
Francisco de Asís, Regla no bulada de los hermanos menores, 16, 3.6: FF 42-43; cf.
ibíd., 120.
[4] Eloi Leclerc, O.F.M., Exilio y ternura, ed. Marova, Madrid 1987, 205.
[5] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (8 febrero 2019), p. 6.
[6] Discurso
en el encuentro ecuménico e interreligioso con los jóvenes, Skopie – Macedonia del Norte (7 mayo 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (10 mayo 2019), p. 13.
[7] Discurso al Parlamento europeo, Estrasburgo (25 noviembre 2014): AAS 106 (2014), 996; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (28 noviembre 2014), p. 3.
[8] Encuentro
con las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático, Santiago – Chile (16 enero 2018): AAS 110 (2018), 256.
[9] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 19: AAS 101 (2009), 655.
[10] Exhort. ap. postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 181.
[11] Card.
Raúl Silva Henríquez, S.D.B., Homilía en el Tedeum en Santiago de Chile (18 septiembre 1974).
[12] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 57: AAS 107 (2015), 869.
[13]
Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (11 enero 2016): AAS 108 (2016), 120; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (15 enero 2016), p. 7.
[14]
Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (13 enero 2014): AAS 106 (2014), 83-84; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (17 enero 2014), p. 7.
[15] Cf.
Discurso a la Fundación Centesimus annus pro Pontifice (25 mayo 2013): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (31 mayo 2013), p. 4.
[16] Cf. S. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 14: AAS 59 (1967), 264.
[17] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 22: AAS 101 (2009), 657.
[18] Discurso a las autoridades, Tirana – Albania (21 septiembre 2014): AAS 106 (2014), 773; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (26 septiembre 2014), p. 7.
[19] Mensaje
a los participantes en la Conferencia internacional “Los derechos humanos en el
mundo contemporáneo: conquistas, omisiones, negaciones” (10 diciembre 2018): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (14 diciembre 2018), p. 11.
[20] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 212: AAS 105 (2013), 1108.
[21] Mensaje
para la 48.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2015 (8 diciembre 2014), 3-4: AAS 107 (2015), 69-71; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (12 diciembre 2014), p. 9.
[22] Ibíd., 5: AAS 107 (2015), 72; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (12 diciembre 2014), p. 9.
[23] Mensaje
para la 49.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2016 (8 diciembre 2015), 2: AAS 108 (2016), 49; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (18-25 diciembre 2015), p. 8.
[24] Mensaje
para la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8 diciembre 2019), 1:L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (13 diciembre 2019), p. 6.
[25] Discurso sobre las armas nucleares,
Nagasaki – Japón (24 noviembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (29 noviembre 2019), p. 11.
[26]
Discurso a los profesores y estudiantes del Colegio “San Carlos” de Milán (6 abril 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (14 abril 2019), p. 7.
[27] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (8 febrero 2019), p. 7.
[28] Discurso al mundo de la cultura, Cagliari – Italia (22 septiembre 2013): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (27 septiembre 2013), p. 15.
[29] Humana communitas.
Carta al Presidente de la Pontificia Academia para la Vida con ocasión del 25.º
aniversario de su institución (6 enero 2019), 2. 6: L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (18 enero 2019), pp. 6-7.
[30] Videomensaje al TED2017 de Vancouver (26 abril 2017): L’Osservatore Romano (27 abril 2017), p. 7.
[31] Momento
extraordinario de oración en tiempos de epidemia (27 marzo 2020): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (3 abril 2020), p. 3.
[32] Homilía
durante la Santa Misa, Skopie – Macedonia del Norte (7 mayo 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (10 mayo 2019), p. 12.
[33] Cf. Eneida1,
462: «Sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt».
[34] «Historia
[…] magistra vitae» (Marco Tulio Cicerón, De Oratore, 2, 36).
[35] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 204: AAS 107 (2015), 928.
[36] Exhort. ap. postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 91.
[37] Ibíd., 92.
[38] Ibíd., 93.
[39] Benedicto XVI,
Mensaje para la 99.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado (12 octubre 2012): AAS 104 (2012), 908; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (11 noviembre 2012), p. 4.
[40] Exhort. ap. postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 92.
[41] Mensaje
para la 106.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2020 (13 mayo 2020): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (22 mayo 2020), p. 5.
[42]
Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (11 enero 2016): AAS 108 (2016), 124; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (15 enero 2016), p. 8.
[43]
Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (13 enero 2014): AAS 106 (2014), 84; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (17 enero 2014), p. 7.
[44]
Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (11 enero 2016): AAS 108 (2016), 123; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (15 enero 2016), p. 8.
[45] Mensaje
para la 105.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado (27 mayo 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (31 mayo 2019), p. 6.
[46] Exhort. ap. postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 88.
[47]
Ibíd., 89.
[48] Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 115.
[49]Del film El Papa Francisco – Un hombre de palabra. La esperanza es un mensaje universal, de Wim Wenders (2018).
[50] Discurso
a las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático, Tallin – Estonia (25 septiembre 2018): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (5 octubre 2018), p. 4.
[51] Cf.
Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia (27 marzo 2020): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (3 abril 2020), p. 3;
Mensaje para la 4.ª Jornada Mundial de los Pobres 2020 (13 junio 2020), 6: L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (19 junio 2020), p. 5.
[52] Saludo
a los jóvenes del Centro Cultural Padre Félix Varela, La Habana – Cuba (20 septiembre 2015): L’Osservatore Romano (21-22 septiembre 2015), p. 6.
[53] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 1.
[54] S. Ireneo de Lyon, Adversus Haereses 2, 25, 2: PG 7/1, 798-s.
[55] Talmud Bavli (Talmud de Babilonia), Sabbat, 31 a.
[56] Discurso a los asistidos de las obras de caridad de la Iglesia, Tallin – Estonia (25 septiembre 2018): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (5 octubre 2018), p. 5.
[57] Videomensaje al TED2017 de Vancouver (26 abril 2017): L’Osservatore Romano (27 abril 2017), p. 7.
[58] Homiliae in Matthaeum, 50, 3: PG 58, 508.
[59]
Mensaje con ocasión del Encuentro de los Movimientos populares, Modesto – Estados Unidos (10 febrero 2017): AAS 109 (2017), 291.
[60] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 235: AAS 105 (2013), 1115.
[61] S. Juan Pablo II, Mensaje
a los discapacitados, Ángelus en Osnabrück – Alemania (16
noviembre 1980): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (23
noviembre 1980), p. 9.
[62] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 24.
[63] Gabriel Marcel,
Du refus à l’invocation, ed. NRF, París 1940, 50; cf. Íd., De la negación
a la invocación, en Obras selectas, ed. BAC, Madrid 2004, vol. 2, 41.
[64] Ángelus (10 noviembre 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (15 noviembre 2019), p. 3.
[65] Cf.
Sto. Tomás de Aquino, Scriptum super Sententiis, lib. 3, dist. 27, q. 1,
a. 1, ad 4: «Dicitur amor extasim facere, et fervere, quia quod fervet extra se
bullit et exhalat» (se dice que el amor produce éxtasis y efervescencia puesto
que lo efervescente bulle fuera de sí y expira).
[66] Karol
Wojtyła, Amor y responsabilidad, Madrid 1978, 136.
[67] Karl Rahner, S.J.,
El año litúrgico, Barcelona 1966, 28. Obra original: Kleines Kirchenjahr. Ein Gang durch den Festkreis, ed. Herder, Friburgo 1981, 30.
[68] Regula,
53, 15: «Pauperum et peregrinorum maxime susceptioni cura sollicite exhibeatur».
[69] Cf. Summa Theologiae,
II-II, q. 23, art. 7; S. Agustín, Contra Julianum, 4, 18: PL 44,
748: «De cuántos placeres se privan los avaros para aumentar sus tesoros o por
el temor de verlos disminuir».
[70] «Secundum
acceptionem divinam» (Scriptum super Sententiis, lib. 3, dist. 27, a. 1, q. 1, concl. 4).
[71] Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 15: AAS 98 (2006), 230.
[72] Summa Theologiae II-II, q. 27, art. 2, resp.
[73]
Ibíd., I-II, q. 26, art. 3, resp.
[74]
Ibíd., q. 110, art. 1, resp.
[75] Mensaje
para la 47.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2014 (8 diciembre 2013), 1: AAS 106 (2014), 22; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (13 diciembre 2013), p. 8.
[76] Cf.
Ángelus (29 diciembre 2013): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (3 enero 2014), pp. 2-3; Discurso
al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (12 enero 2015): AAS 107 (2015), 165; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (16 enero 2015), p. 10.
[77] Mensaje
para el Día internacional de las personas con discapacidad (3 diciembre 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (6 diciembre 2019), pp. 5.12.
[78] Discurso en el Encuentro por la libertad religiosa con la comunidad hispana y otros inmigrantes, Filadelfia – Estados Unidos (26 septiembre 2015): AAS 107 (2015), 1050-1051.
[79] Discurso
a los jóvenes, Tokio – Japón (25 noviembre 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (29 noviembre 2019), p. 15.
[80] En
estas consideraciones me dejo inspirar por el pensamiento de Paul Ricoeur, «Le
socius et le prochain», en Histoire et vérité, ed. Le Seuil, París 1967,
113-127.
[81] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 190: AAS 105 (2013), 1100.
[82] Ibíd., 209: AAS 105 (2013), 1107.
[83] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 129: AAS 107 (2015), 899.
[84] Mensaje para el evento “Economy of Francesco” (1 mayo 2019): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (17 mayo 2019), p. 5.
[85] Discurso al Parlamento europeo, Estrasburgo (25 noviembre 2014): AAS 106 (2014), 997; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (28 noviembre 2014), p. 3.
[86] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 229: AAS 107 (2015), 937.
[87] Mensaje
para la 49.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2016 (8 diciembre 2015), 6: AAS 108 (2016), 57-58; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (18-25 diciembre 2015), p. 10.
[88] La
solidez está en la raíz etimológica de la palabra solidaridad. La solidaridad,
en el significado ético-político que esta ha asumido en los últimos dos siglos,
da lugar a una construcción social segura y firme.
[89] Homilía
durante la Santa Misa, La Habana – Cuba (20 septiembre 2015): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (25 septiembre 2015), p. 3.
[90] Discurso a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28 octubre 2014): AAS 106 (2014), 851-852.
[91] Cf. S. Basilio, Homilia 21. Quod rebus mundanis adhaerendum non sit, 3, 5: PG 31, 545-549; Regulae brevius tractatae, 92: PG
31, 1145-1148; S. Pedro Crisólogo, Sermo 123: PL 52, 536-540; S. Ambrosio, De Nabuthe, 27.52: PL
14, 738s; S. Agustín, In Iohannis Evangelium 6, 25: PL 35, 1436s.
[92] De Lazaro Concio 2, 6: PG 48, 992D.
[93] Regula pastoralis 3, 21: PL 77, 87.
[94] Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 31: AAS 83 (1991), 831.
[95]Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 93: AAS 107 (2015), 884.
[96]S. Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens (14 septiembre 1981), 19: AAS 73 (1981), 626.
[97] Cf. Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 172.
[98] Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 22: AAS 59 (1967), 268.
[99] S. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 33: AAS 80 (1988), 557.
[100] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 95: AAS 107 (2015), 885.
[101] Ibíd., 129: AAS 107 (2015), 899.
[102] Cf. S. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 15: AAS 59 (1967), 265; Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 16: AAS 101 (2009), 652.
[103] Cf. Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 93: AAS 107 (2015), 884-885; Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 189-190: AAS 105 (2013), 1099-1100.
[104]
Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, Abramos nuestros corazones: El incesante llamado al amor. Carta pastoral contra el racismo (noviembre 2018).
[105] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 51: AAS 107 (2015), 867.
[106] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 6: AAS 101 (2009), 644.
[107] S. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 35: AAS 83 (1991), 838.
[108] Discurso sobre las armas nucleares,
Nagasaki – Japón (24 noviembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (29 noviembre 2019), p. 11.
[109] Cf.
Obispos católicos de México y los Estados Unidos, Carta pastoral Juntos en el camino de la esperanza ya no somos extranjeros (enero 2003).
[110] Audiencia general (3 abril 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (5 abril 2019), p. 20.
[111] Cf.
Mensaje para la 104.ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado (14 enero 2018): AAS 109 (2017), 918-923; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (19 enero 2018), p. 2.
[112] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (8 febrero 2019), p. 10.
[113] Discurso
al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (11 enero 2016): AAS 108 (2016), 124; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (15 enero 2016), p. 8.
[114] Ibíd., 122; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (15 enero 2016), p. 8.
[115] Exhort. ap. postsin. Christus vivit (25 marzo 2019), 93.
[116]
Ibíd., 94.
[117] Discurso a las autoridades, Sarajevo – Bosnia-Herzegovina (6 junio 2015): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (12 junio 2015), p. 5.
[118]
Latinoamérica. Conversaciones con Hernán Reyes Alcaide, ed. Planeta, Buenos Aires 2017, 105.
[119] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (8 febrero 2019), p. 10.
[120] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 67: AAS 101 (2009), 700.
[121]
Ibíd., 60: AAS 101 (2009), 695.
[122]
Ibíd., 67: AAS 101 (2009), 700.
[123] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 447.
[124] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 234: AAS 105 (2013), 1115.
[125] Ibíd., 235: AAS 105 (2013), 1115.
[126] Ibíd.
[127] S. Juan Pablo II, Discurso a los representantes del mundo de la cultura argentina, Buenos Aires – Argentina (12 abril 1987), 4: L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (10 mayo 1987), p. 20.
[128] Cf.
Íd., Discurso a los cardenales (21 diciembre 1984), 4: AAS 76 (1984), 506; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (30 diciembre 1984), p. 3.
[129] Exhort. ap. postsin. Querida Amazonia (2 febrero 2020), 37.
[130]
Georg Simmel, «Puente y puerta», en El individuo y la libertad. Ensayos de
crítica de la cultura, ed. Península, Barcelona 2001, 34. Obra original:
Brücke und Tür. Essays des Philosophen zur Geschichte, Religion, Kunst und
Gesellschaft, ed. Michael Landmann, Köhler-Verlag, Stuttgart 1957, 6.
[131] Cf.
Jaime Hoyos-Vásquez, S.J., «Lógica de las relaciones sociales. Reflexión onto-lógica»,
en Revista Universitas Philosophica, 15-16, Bogotá (diciembre 1990 -
junio 1991), 95-106.
[132] Antonio Spadaro, S.J.,
Las huellas de un pastor. Una conversación con el Papa Francisco, en: Jorge Mario Bergoglio – Papa Francisco,
En tus ojos está mi palabra. Homilías y discursos de Buenos Aires (1999-2013), Publicaciones Claretianas, Madrid 2017, 24-25; cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 220-221: AAS 105 (2013), 1110-1111.
[133] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 204: AAS 105 (2013), 1106.
[134] Cf.
Ibíd.: AAS 105 (2013), 1105-1106.
[135]
Ibíd., 202: AAS 105 (2013), 1105.
[136] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 128: AAS 107 (2015), 898.
[137] Discurso
al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (12 enero 2015): AAS 107 (2015), 165; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (16 enero 2015), p. 10; cf. Discurso a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28 octubre 2014): AAS 106 (2014), 851-859.
[138]
Algo semejante puede decirse de la categoría bíblica de “Reino de Dios”.
[139] Paul Ricoeur,
Histoire et vérité, ed. Le Seuil, París 1967, 122.
[140] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 129: AAS 107 (2015), 899.
[141] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 35: AAS 101 (2009), 670.
[142] Discurso a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28 octubre 2014): AAS 106 (2014), 858.
[143] Ibíd.
[144] Discurso a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (5 noviembre 2016): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (11 noviembre 2016), p. 6.
[145] Ibíd., p. 8.
[146] Ibíd.
[147] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 189: AAS 107 (2015), 922.
[148] Discurso
a la Organización de las Naciones Unidas, Nueva York (25 septiembre 2015): AAS 107 (2015), 1037.
[149] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 175: AAS 107 (2015), 916-917.
[150] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 67: AAS 101 (2009), 700-701.
[151] Ibíd.: AAS 101 (2009), 700.
[152] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 434.
[153] Discurso
a la Organización de las Naciones Unidas, Nueva York (25 septiembre 2015): AAS 107 (2015), 1037.1041.
[154] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 437.
[155] S. Juan Pablo II,
Mensaje para la 37.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2004, 5: AAS 96 (2004), 117;L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (19 diciembre 2003), p. 5.
[156] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 439.
[157] Cf.
Comisión social de los Obispos de Francia, Declaración Réhabiliter la
politique (17 febrero 1999).
[158] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 189: AAS 107 (2015), 922.
[159] Ibíd., 196: AAS 107 (2015), 925.
[160]
Ibíd., 197: AAS 107 (2015), 925.
[161] Ibíd., 181: AAS 107 (2015), 919.
[162] Ibíd., 178: AAS 107 (2015), 918.
[163] Conferencia Episcopal Portuguesa, Carta pastoral
Responsabilidade solidária pelo bem comum (15 septiembre 2003), 20; cf. Carta enc. Laudato si’, 159: AAS 107 (2015), 911.
[164] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 191: AAS 107 (2015), 923.
[165] Pío
XI, Discurso a la Federación Universitaria Católica Italiana (18 diciembre 1927): L’Osservatore Romano (23 diciembre 1927), 3.
[166] Cf.
Íd., Carta enc. Quadragesimo anno (15 mayo 1931), 88: AAS 23 (1931), 206-207.
[167] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 205: AAS 105 (2013), 1106.
[168] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 2: AAS 101 (2009), 642.
[169] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 231: AAS 107 (2015), 937.
[170] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 2: AAS 101 (2009), 642.
[171] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 207.
[172] S. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), 15: AAS 71 (1979), 288.
[173] Cf. S. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 44: AAS 59 (1967), 279.
[174]Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 207.
[175] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 2: AAS 101 (2009), 642.
[176]
Ibíd., 3: AAS 101 (2009), 643.
[177]
Ibíd., 4: AAS 101 (2009), 643.
[178]
Ibíd.
[179]
Ibíd., 3: AAS 101 (2009), 643.
[180]
Ibíd.: AAS 101 (2009), 642.
[181] La
doctrina moral católica, siguiendo la enseñanza de santo Tomás de Aquino,
distingue entre el acto “elícito” y el acto “imperado” (cf. Summa Theologiae, I-II, q. 8-17; Marcellino Zalba, S.J., Theologiae moralis summa. Theologia moralis fundamentalis. Tractatus de virtutibus theologicis,
ed. BAC, Madrid 1952, vol. 1, 69; Antonio Royo Marín, O.P., Teología de la
perfección cristiana, ed. BAC, Madrid 1962, 192-196).
[182] Consejo Pontificio Justicia y Paz,
Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 208.
[183] Cf. S. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 42: AAS
80 (1988), 572-574; Íd., Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 11: AAS 83 (1991), 806-807.
[184] Discurso a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28 octubre 2014): AAS 106 (2014), 852.
[185] Discurso al Parlamento europeo, Estrasburgo (25 noviembre 2014): AAS 106 (2014), 999; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (28 noviembre 2014), p. 4.
[186] Discurso
a la clase dirigente y al Cuerpo diplomático, Bangui – República
Centroafricana (29 noviembre 2015): AAS 107 (2015), 1320;L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (4 diciembre 2015), p. 15.
[187] Discurso
a la Organización de las Naciones Unidas, Nueva York (25 septiembre 2015): AAS 107 (2015), 1039.
[188] Discurso a los participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares (28 octubre 2014): AAS 106 (2014), 853.
[189] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (8 febrero 2019), p. 7.
[190]
René Voillaume, Hermano de todos, ed. Narcea, Madrid 1978, 15-17.
[191] Videomensaje al TED2017 de Vancouver (26 abril 2017): L’Osservatore Romano (27 abril 2017), p. 7.
[192] Audiencia general (18 febrero 2015): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (20 febrero 2015)p. 2.
[193] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 274: AAS 105 (2013), 1130.
[194]
Ibíd., 279: AAS 105 (2013), 1132.
[195] Mensaje
para la 52.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2019 (8 diciembre 2018), 5: L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (21 diciembre 2018), p. 7.
[196] Discurso en el encuentro con la clase dirigente,
Río de Janeiro – Brasil (27 julio 2013): AAS 105 (2013), 683-684.
[197] Exhort. ap. postsin. Querida Amazonia (2 febrero 2020), 108.
[198] Del film El Papa Francisco – Un hombre de palabra. La esperanza es un mensaje universal, de Wim Wenders (2018).
[199] Mensaje
para la 48.ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24 enero 2014): AAS 106 (2014), 113; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (24 enero 2014), p. 3.
[200]
Conferencia de Obispos católicos de Australia – Departamento de Justicia social, Making it real: genuine human encounter in our digital world (noviembre 2019), 5.
[201] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 123: AAS 107 (2015), 896.
[202] S. Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor (6 agosto 1993), 96: AAS 85 (1993), 1209.
[203] Los
cristianos creemos, además, que Dios nos ofrece su gracia para que sea posible
actuar como hermanos.
[204] Vinicius De Moraes,
Samba de la bendición (Samba da Bênção), en el disco Um encontro no Au bon Gourmet,
Río de Janeiro (2 agosto 1962).
[205] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 237: AAS 105 (2013), 1116.
[206] Ibíd., 236: AAS 105 (2013), 1115.
[207] Ibíd., 218: AAS 105 (2013), 1110.
[208] Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia (19 marzo 2016), 100: AAS 108 (2016), 351.
[209] Mensaje
para la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8 diciembre 2019), 2: L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (13 septiembre 2019), p. 6.
[210] Conferencia Episcopal del Congo, Message
au Peuple de Dieu et aux femmes et aux hommes de bonne volonté (9 mayo 2018).
[211] Discurso
en el gran encuentro de oración por la reconciliación nacional, Villavicencio – Colombia (8 septiembre 2017): AAS 109 (2017), 1063-1064.1066.
[212] Mensaje
para la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8 diciembre 2019), 3: L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (13 diciembre 2019), p. 7.
[213]
Conferencia de Obispos de Sudáfrica, Pastoral letter on christian hope in the current crisis (mayo 1986).
[214]
Conferencia de Obispos católicos de Corea, Appeal of the Catholic Church in Korea for Peace on the Korean Peninsula (15 agosto 2017).
[215] Discurso a la sociedad civil, Quito – Ecuador (7 julio 2015): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (10 julio 2015), p. 7.
[216] Encuentro
interreligioso con los jóvenes, Maputo – Mozambique (5 septiembre 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (13 septiembre 2019), p. 3.
[217] Homilía
durante la Santa Misa, Cartagena de Indias – Colombia (10 septiembre 2017): AAS 109 (2017), 1086.
[218] Discurso
a las autoridades, el Cuerpo diplomático y algunos representantes de la sociedad
civil, Bogotá – Colombia (7 septiembre 2017): AAS 109 (2017), 1029.
[219] Conferencia Episcopal de Colombia,
Por el bien de Colombia: diálogo, reconciliación y desarrollo integral (26 noviembre 2019), 4.
[220] Discurso
a las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático, Maputo – Mozambique (5 septiembre 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (13 septiembre 2019), p. 2.
[221] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29 junio 2007), 398.
[222] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 59: AAS 105 (2013), 1044.
[223] Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 14: AAS 83 (1991), 810.
[224] Homilía
durante la Santa Misa por el progreso de los pueblos, Maputo – Mozambique (6 septiembre 2019): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (13 septiembre 2019), p. 7.
[225] Discurso en la ceremonia de bienvenida, Colombo – Sri Lanka (13 enero 2015): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (16 enero 2015), p. 3.
[226] Discurso
a los niños del centro Betania y a una representación de asistidos de otros
centros caritativos de Albania, Tirana - Albania (21 septiembre 2014): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (26 septiembre 2014), p. 11.
[227] Videomensaje al TED2017 de Vancouver (26 abril 2017): L’Osservatore Romano (27 abril 2017), p. 7.
[228]Pío
XI, Carta enc. Quadragesimo anno (15 mayo 1931), 114: AAS 23 (1931), 213.
[229] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 228: AAS 105 (2013), 1113.
[230] Discurso
a las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo diplomático, Riga – Letonia (24 septiembre 2018): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (28 septiembre 2018), p. 12.
[231] Discurso en la Ceremonia de bienvenida, Tel Aviv – Israel (25 mayo 2014): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (30 mayo 2014), p. 10.
[232] Discurso en el Memorial de Yad Vashem,
Jerusalén (26 mayo 2014): AAS 106 (2014), 228; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (30 mayo 2014), p. 9.
[233] Discurso en el Memorial de la Paz,
Hiroshima – Japón (24 noviembre 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española (29 noviembre 2019), p. 13.
[234] Mensaje
para la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8 diciembre 2019), 2:L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (13 diciembre 2019), p. 6.
[235] Conferencia de Obispos de Croacia, Letter on the Fiftieth Anniversary of the End of the Second World War (1 mayo 1995).
[236] Homilía
durante la Santa Misa, Amán – Jordania (24 mayo 2014): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (30 mayo 2014), p. 6.
[237] Cf.
Mensaje para la 53.ª Jornada Mundial de la Paz 1 enero 2020 (8 diciembre 2019), 1: L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (13 diciembre 2019), p. 6.
[238] Discurso
a la Organización de las Naciones Unidas, Nueva York (25 septiembre 2015): AAS 107 (2015), 1041.
[239] N. 2309.
[240] Ibíd.
[241] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 104: AAS 107 (2015), 888.
[242] Aun
san Agustín, quien forjó una idea de la “guerra justa” que hoy ya no sostenemos,
dijo que «dar muerte a la guerra con la palabra, y alcanzar y conseguir la paz
con la paz y no con la guerra, es mayor gloria que darla a los hombres con la
espada» (Epistola 229, 2: PL 33, 1020).
[243] Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963), 127: AAS 55 (1963), 291.
[244] Mensaje
a la Conferencia de la ONU para la negociación de un instrumento jurídicamente
vinculante sobre la prohibición de las armas nucleares (23 marzo 2017): AAS 109 (2017), 394-396; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (31 marzo 2017), p. 9.
[245] Cf. S. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 51: AAS 59 (1967), 282.
[246] Cf.
Carta enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), 56: AAS 87 (1995), 463-464.
[247] Discurso
con motivo del 25.º aniversario del Catecismo de la Iglesia Católica (11 octubre 2017): AAS 109 (2017), 1196; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (13 octubre 2017), p. 1.
[248] Cf.
Congregación para la Doctrina de la Fe,
Carta a los Obispos acerca de la nueva redacción del n. 2267 del Catecismo de la
Iglesia Católica sobre la pena de muerte (1 agosto 2018): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (3 agosto 2018), p. 11.
[249]
Discurso a una delegación de la Asociación internacional de Derecho Penal (23 octubre 2014): AAS 106 (2014), 840; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (31 octubre 2014), p. 9.
[250] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 402.
[251] S. Juan Pablo II,
Discurso a la Asociación Nacional Italiana de Magistrados (31 marzo 2000), 4: AAS 92 (2000), 633; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (7 abril 2000), p. 9.
[252] Divinae Institutiones 6, 20, 17: PL 6, 708.
[253] Epistola 97 (responsa ad consulta bulgarorum), 25: PL 119, 991.
[254] Epistola ad Marcellinum 133, 1.2: PL 33, 509.
[255]
Discurso a una delegación de la Asociación internacional de Derecho Penal (23 octubre 2014): AAS 106 (2014), 840-841; L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (31 octubre 2014), p. 9.
[256]
Ibíd., 842.
[257]
Ibíd.
[258] S.
Juan Pablo II, Carta enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), 9: AAS 87 (1995), 411.
[259] Conferencia
de Obispos católicos de India, Response of the church in India to the present day challenges (9 marzo 2016).
[260] Homilía durante la Santa Misa, Domus Sanctae Marthae (17 mayo 2020).
[261] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 19: AAS 101 (2009), 655.
[262] S. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 44: AAS 83 (1991), 849.
[263]
Discurso a los líderes de otras religiones y otras denominaciones cristianas, Tirana – Albania (21 septiembre 2014): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (26 septiembre 2014), p. 9.
[264] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (8 febrero 2019), p. 7.
[265] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 256: AAS 105 (2013), 1123.
[266] Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 28: AAS 98 (2006), 240.
[267] «El
ser humano es un animal político» (Aristóteles, Política, 1253a 1-3).
[268] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 11: AAS 101 (2009), 648.
[269]
Discurso a la Comunidad católica, Rakovski – Bulgaria (6 mayo 2019): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (10 mayo 2019), p. 9.
[270] Homilía
durante la Santa Misa, Santiago de Cuba (22 septiembre 2015): AAS 107 (2015), 1005.
[271] Conc.
Ecum. Vat. II, Declaración Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, 2.
[272] Discurso
en el encuentro ecuménico, Riga – Letonia (24 septiembre 2018): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (28 septiembre 2018), p. 13.
[273] Lectio divina en la Pontificia Universidad Lateranense (26 marzo 2019): L’Osservatore Romano (27 marzo 2019), p. 10.
[274] S. Pablo VI, Carta enc. Ecclesiam suam (6 agosto 1964), 44: AAS 56 (1964), 650.
[275] Discurso a las autoridades,
Belén – Palestina (25 mayo 2014): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (30 mayo 2014), p. 7.
[276] Enarrationes in Psalmos, 130, 6: PL 37, 1707.
[277] Declaración
conjunta del Santo Padre Francisco y del Patriarca Ecuménico Bartolomé I,
Jerusalén (25 mayo 2014), 5: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (30 mayo 2014), p. 12.
[278] Del film El Papa Francisco – Un hombre de palabra. La esperanza es un mensaje universal, de Wim Wenders (2018).
[279] Exhort. ap. postsin. Querida Amazonia (2 febrero 2020), 106.
[280] Homilía
durante la Santa Misa, Colombo – Sri Lanka (14 enero 2015): AAS 107 (2015), 139; L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (16 enero 2015), p. 5.
[281] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi (4 febrero 2019):L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (8 febrero 2019), p. 10.
[282] Discurso a las autoridades, Sarajevo – Bosnia-Herzegovina (6 junio 2015): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (12 junio 2015), p. 5.
[283] Discurso en el Encuentro Internacional por la Paz organizado por la Comunidad de San Egidio (30 septiembre 2013): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (4 octubre 2013), p. 3.
[284] Documento
sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (8 febrero 2019), p. 10.
[285]
Ibíd.
[286] Cf. B. Carlos de Foucauld,
Meditación sobre el Padrenuestro (23 enero 1897).
[287] Íd., Carta a Henry de Castries (29 noviembre 1901).
[288] Íd., Carta a Madame de Bondy
(7 enero 1902). Así le llamaba también san Pablo VI, elogiando su compromiso:
Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 12: AAS 59 (1967), 263.