La lucha en la superestructura
ideológica y política internacional
Tras el agotamiento del ciclo
económico neoliberal (1973-2008), los países desarrollados, persisten en
reeditar un nuevo ciclo neoliberal, pero tal opción, debido a la quiebra del
modelo consumista occidental por apalancamiento financiero de los consumidores,
y como consecuencia de la desregulación financiera internacional que ha
concentrado la renta inversión acumulada en el periodo neoliberal en fondos
opacos especulativos, lo hace inviable, pues, esta renta inversión al carecer
los Estados neoliberales de competencias sobre la misma no es posible traducirla
en renta consumo, y ello conlleva que la renta inversión acumulada en manos
privadas no genere crecimiento económico, lo que seguirá alargando y
profundizando la crisis económica en los países industrializados.
La crisis de los países
desarrollados incide negativamente en los países en desarrollo, debido a que su
estructura económica históricamente se ha conformado como exportadora de
materias primas para atender la demanda efectiva consumista de los países
industrializados. No obstante, la prolongación de la crisis está generando en
los países emergentes del Oriente asiático, Sudamérica y África austral la
necesidad de realizar cambios en su estructura económica, para evitar ser
arrastrados en una crisis de larga duración de los países desarrollados. Estos
cambios implican una mayor integración en sus respectivos ámbitos geográficos,
la apuesta por la innovación tecnológica y el comercio recíproco en el objetivo
de alcanzar un desarrollo económico regional estructurado de los diferentes
sectores económicos. Si bien, este proceso, como todo periodo de transición,
será largo.
Occidente pretende seguir
manteniendo el estatus de líder político mundial liderado por EEUU tras la
Segunda Guerra Mundial. Ello conlleva su oposición a la emergencia de ámbitos
económicos autónomos en el espacio poscolonial porque ello implica la fractura
del modelo económico mundial de un centro
rector occidental y una periferia
subordinada al mismo como
suministradora de materias primas y manufacturas basadas en mano de obra barata.
Esta contradicción de
intereses en la nueva conformación de la estructura económica mundial se está
traduciendo en una acentuada pugna en la superestructura ideológica y política
internacional, que se expresa en la forma de entender las relaciones
internacionales por parte de Occidente y por parte de las potencias y países
emergentes.
Mientras que para Occidente
liderado por EEUU la injerencia en los asuntos de las naciones que no se
subordinan a su tutela está plenamente justificada en base a su auto-arrogada
supremacía moral en derechos
humanos por la que se confiere a si mismo un estatus especial para
convertirse en el gendarme mundial velador de los mismos, para los países
emergentes el valor supremo de las relaciones internacionales se fundamentan en
primar la paz entre naciones por encima de otras consideraciones, en consonancia
con los principios fundacionales de la ONU, por los que el respeto entre
naciones con independencia de su sistema político es la base de las relaciones
internacionales.
En el fondo de la cuestión,
esta lucha en la superestructura ideológica y política en la forma de entender
las relaciones internacionales, es la respuesta a las transformaciones en la
estructura económica mundial. Los países emergentes que tienen capacidad
política y económica para articular acuerdos regionales de desarrollo autónomo
como son Rusia, China, India, Brasil y Sudáfrica necesitan de la paz, pues sus
propias sinergias económicas les otorgan progresivamente mayor poder político
económico en el escenario mundial, mientras que, los países industrializados
sumidos en una crisis sin solución, parecen apostar por la vía de la injerencia
y llegado el caso de la guerra para mantener el estatus hegemónico mundial
anterior al inicio de la crisis en el 2008.
Tras la finalización de la
Segunda Guerra Mundial la lucha de ideas en la superestructura ideológica y
política internacional entre el centro económico mundial y la
periferia del Tercer Mundo estuvo protagonizada entre la legitimidad
de la lucha de las colonias por
alcanzar su independencia y el discurso de las metrópolis dominantes por
mantener las colonias en base al derecho histórico de conquista. En este
periodo, la ideología de la guerra
justa anticolonial para alcanzar
la independencia se impondría al discurso de la opresión colonial dando lugar a
la independencia de las colonias y la conformación de la mayoría de las naciones
del denominado Tercer Mundo.
No obstante, si los países en
desarrollo precisaron en el pasado de la guerra emancipadora para alcanzar su
independencia, en los inicios del siglo XXI, precisan de la paz como base para
fraguar su prosperidad, por el contrario, los países occidentales rectores de la
economía mundo precisan de la injerencia y, cuando es preciso, de la
guerra, para impedir un cambio del modelo económico mundial que relegue su
hegemonía mundial. Esta lucha entre la ideología de la
paz y el desarrollo, liderada por los países económicamente emergentes, y la
ideología de la supremacía moral occidental utilizada
para atacar a los países que no aceptan su hegemonía, adquiere especial
relevancia en los países que poseen abundantes recursos de materias primas.
Los países ricos en materias
primas se pueden dividir en su relación con Occidente en dos grupos, por una
parte, aquellos que defienden la soberanía de sus recursos, y por otra parte,
los países donde el poder político y económico lo detentan minoritarias elites
tuteladas por Occidente asumiendo de facto el rol de países súbditos. En el
primer grupo soberanista destacan por su importancia, Rusia y China en el
espacio euroasiático; los países más importantes de la UNASUR en Sudamérica, e
Irán en Oriente Medio, y en el segundo grupo de naciones subordinadas a
Occidente se sitúan particularmente las monarquías absolutistas del Golfo
Pérsico.
Paradójicamente, los países del primer grupo son permanentemente asediados por
Occidente y sus aliados siendo acusados de vulneraciones de los derechos
humanos, mientras que las retrógradas monarquías del golfo pérsico regidas por
la escuela sunnita más fundamentalista, en la que no existen elecciones, son
considerados como países amigos sin que medien acusaciones de vulneración de
derechos humanos. Ni tampoco se adjudican vulneración alguna en esa materia los
propios países occidentales en las guerras de agresión protagonizadas contra
Irak y Afganistán. Paradoja que muestra la falacia del discurso Occidental.
En la medida que vaya
aumentando el poder emergente en la estructura económica de países como Rusia,
China, India, Sudáfrica y Brasil, el enfrentamiento en la superestructura
ideológica y política internacional se acentuará. Por parte Occidental se irá
escorando hacia la justificación de la injerencia y de la guerra,
particularmente contra los países que reúnen la condición de poseer abundantes
recursos de materias primas, ser rebeldes a la tutela occidental y no ser
temidas como potencias mundiales como lo son China y Rusia. En este bloque
entran particularmente dos países, Venezuela en Sudamérica e Irán en el Oriente
Medio, contra los que Occidente actúa directamente o a través de países
“súbditos” interpuestos.
Occidente, a pesar de su
retórica moralista de “paladín de los derechos humanos”, sólo puede ofrecer a
los países en desarrollo el sometimiento neocolonial, pues el mismo, forma parte
de la estructura económica mundial que precisa para mantener su tradicional
modelo económico de ser el centro
rector mundial con una periferia
subordinada. Sin embargo, el triunfo de la ideología de respeto
entre naciones, paz y
desarrollo es la que puede abrir
el camino hacia la prosperidad de los países donde se encuentra la mayoría de la
humanidad.
El desenlace de la lucha
ideológica en las relaciones internacionales es importante, pues el triunfo en
la misma otorga
al que la obtiene la iniciativa en el campo de la acción política internacional