EL ESTILO INTERNACIONAL.
LAS CORTES DE PARÍS Y BORGOÑA
LOS PRIMITIVOS FLAMENCOS
LOS HERMANOS VAN EYCK
ROBERTO CAMPIN
VAN DER WEYDEN
DIRCK BOUTS
LA ESCUELA DE BRUJAS:
MEMLING
GERAD DAVID
PATINIR
EL BOSCO
EL SIGLO XVI. LA
INFLUENCIA LEONARDESCA:
QUINTÍN METSYS
MANIERISTAS DE AMBERES
EL RAFAELISMO:
GOSSAERT
VAN ORLEY
LA REACCIÓN NATURALISTA
BRUEGHEL
EL RETRATO:
ANTONIO MORO
EL ESTILO INTERNACIONAL. LAS CORTES DE
PARÍS Y BORGOÑA
.—El traslado de la corte pontificia al sur de
Francia en 1377 y la presencia en ella de Simone Martini, influyen decisivamente
en la formación del estilo internacional al producir un mejor conocimiento mutuo
entre los artistas seneses y franceses. Cada vez parece más indudable que el
amor al movimiento ondulante de la pintura de Siena, posterior a Duccio, es
debido al gótico francés, y que el interés creciente por el color que termina
con el predominio del dibujo propio de este estilo, a fines del siglo XIV, es de
origen senes. Y es que el estilo de la pintura senesa influye por esta fecha no
sólo, como hemos visto, en la misma Florencia, sino en buena parte de Europa.
Gracias a esta fecundación senesa del gótico francés, y a la presencia por estos
años de artistas flamencos y holandeses en las refinadas cortes de París y
Borgoña, nace lo que desde hace años viene denominándose el estilo
internacional, por las estrechas analogías que presenta en los varios países que
lo cultivan. Donde alcanza mayor florecimiento es en las citadas cortes de París
y Borgoña, en el este de España, en el noroeste de Alemania y en el norte de
Italia. Corresponde a fines del siglo XIV y al primer cuarto del XV.
El estilo internacional se manifiesta
principalmente en la tendencia al alargamiento y espiritualización de las
figuras, en las que se llega en algunos casos a preferir tipos demacrados y
enfermizos, y en el amor por el movimiento y por lo curvilíneo. El pintor se
recrea imaginando largos ropajes, que al caer producen un sinnúmero de curvas y
contracurvas de carácter decorativo. El colorido es claro y brillante. De gran
importancia para el futuro es también el creciente interés naturalista, que se
atribuye a la colaboración flamenca. Además de producir el retrato —los donantes
hasta ahora apenas tienen rasgos individuales—, se deja sentir en el gusto por
representar temas de la vida diaria y por lo episódico, es decir, por lo que, en
su día, dará lugar a la pintura de género. Y dentro de esta misma tendencia
conviene subrayar el gusto por lo caricaturesco y extravagante, que, a veces,
manifiesta el pintor al interpretar algunos de esos temas.
En cuanto al escenario, la mayor novedad consiste
en el gran desarrollo que se concede al paisaje, a cuyo efecto suele elevarse
considerablemente la línea del horizonte. Ahora se crea el tipo de jardín
místico, pleno de verdor y esmaltado de flores, donde el Niño juega con los
ángeles. Pero, pese al impulso naturalista que inspira al paisaje del estilo
internacional, es un paisaje esencialmente romántico, en el que las peñas, lo
mismo que los personajes, se alargan y se curvan, participando de ese mismo afán
de espiritualización y de ese mismo sentido decorativo que animan a todo el
estilo.
El estilo internacional representa el término del
ciclo evolutivo del gótico francés. Ya veremos cómo el gótico flamenco, al
reaccionar contra esta última etapa del francés, inicia otra evolución que
concluirá en forma bastante análoga.
Como queda indicado, en la formación de esta fase
estilística desempeñan papel de primer orden los pintores de la corte francesa.
Tanto Carlos el Sabio, rey de Francia, como sus hermanos el duque de Borgoña y
conde de Flandes, y el duque de Berry, son entusiastas de la pintura y, sobre
todo, de la miniatura. Los libros para ellos decorados son de lujo
extraordinario, y sus ilustraciones verdaderos cuadros. Es muy poco lo
conservado de la pintura de caballete de este momento, si bien algunas de ellas
son tan excelentes como la Trinidad y el Martirio de San Dionisio, del Museo del
Louvre, atribuidos a Juan de Malouel o Malwel, procedente de la región del Mosa.
Pero donde puede conocerse la pintura de este
momento es en los códices. De 1371 es la Biblia del Museo de La Haya, que pinta
Juan de Brujas para Carlos V. Uno de los miniaturistas principales es J. Coene
de Brujas, a quien se atribuyen Las Horas del Duque de Berry, de la Biblioteca
de Bruselas, y las del Mariscal de Boucicault, del Museo André, de París. De
belleza extraordinaria es el códice de las Horas del Duque de Berry, del Museo
de Chantilly, cuya miniatura de la Coronación de la Virgen es de las creaciones
más bellas y características del estilo. Para el mismo Duque de Berry, el más
entusiasta y el que llega a poseer los códices más ricos, se pinta el libro de
horas de la Biblioteca de Turín. Ejecutado en los primeros años del siglo XV,
intervienen ya en su decoración los Van Eyck.
LOS PRIMITIVOS FLAMENCOS
. —Cuando ya la pintura renacentista italiana,
después de despojarse de los rígidos formulismos bizantinos, cuenta con cerca de
un siglo de vida, se forma en lo que hoy es Bélgica y Holanda una escuela que
producirá durante trescientos años artistas de primera calidad. Inspirándose
fundamentalmente unas veces en ellos y otras en los italianos, vivirán las
restantes escuelas europeas hasta bien entrado el siglo XIX. Salvo en contados
momentos., no se producirá pintura verdaderamente original más que en Italia y
Flandes.
En Flandes y los Países Bajos, lo mismo que en
toda Europa, exceptuada Italia, se pierde la tradición de la gran pintura mural
de los tiempos románicos. Los grandes ventanales de las iglesias góticas hacen
desaparecer los amplios muros de las iglesias, y la pintura tiene que confinarse
a los retablos. Los retablos medievales son, en general, pequeños, y a los
flamencos no les gusta, como a los españoles, multiplicar el número de sus
tablas. El tipo más corriente es el de tríptico, que consta de una tabla mayor
central, y de dos laterales movibles, de la mitad de anchura, que sirven de
portezuelas. Pintadas éstas por ambas caras, la exterior es con frecuencia
monocroma, de color gris, simulando esculturas. La pintura flamenca es, por
tanto, de caballete, de pequeño tamaño, y, en consecuencia, para ser vista de
cerca, no como las grandes composiciones murales italianas. Su factura es
minuciosa y detallista, carácter a que contribuye el intenso desarrollo
adquirido por la miniatura de códices en la corte de los duques de Borgoña, a
quienes pertenecen estos Estados a fines del siglo XIV. Y tan es así, que el
fundador de la escuela cultiva también magistralmente el arte de la miniatura.
Puestos al servicio de esa técnica minuciosa un fino sentido de observación y
una innata tendencia naturalista, se comprende que los pintores primitivos
flamencos y holandeses alcancen perfecciones difícilmente superadas en la
interpretación de las calidades de las telas, piezas de orfebrería, metales,
vidrios, pieles, etcétera, y en géneros como el retrato y el paisaje.
Aunque los temas son casi exclusivamente de
carácter religioso, no obstante su emoción y su recogimiento, el artista
flamenco los interpreta en un tono de vida diaria muy lejano del idealismo. Los
pormenores del interior que sirve de escenario a la historia merecen del pintor
flamenco casi tanta atención como la historia misma; y en el cariño con que los
trata descubre la poesía del tema humilde de la casa y de la vida doméstica. En
las pinturas religiosas de los primitivos maestros flamencos se pueden adivinar
ya, en efecto, las grandes escuelas flamenca y holandesa con sus numerosos
géneros de carácter profano, hijos de su inclinación naturalista y de su
espíritu observador, más amigo de buscar la poesía en la realidad inmediata que
en las creaciones de la imaginación.
La gran novedad técnica de la escuela es el empleo
de la pintura al óleo, pues aunque el aceite se usa en Flandes desde principios
del siglo XIV, y es procedimiento que se registra en fecha bastante antigua, no
se sabe hacerlo secar con la rapidez necesaria. En esto consiste precisamente el
gran descubrimiento de los fundadores de la escuela flamenca. Aunque aún se
tarde mucho tiempo en adoptarse la técnica del óleo de forma integral, ya ellos
demuestran todo el dilatadísimo horizonte que con el nuevo procedimiento se abre
a la pintura.
LOS HERMANOS VAN EYCK
. —Los verdaderos creadores de la escuela son los
hermanos Huberto (muerte 1426) y Juan Van Eyck (muerte 1441). De Huberto apenas
sabemos sino que recibe el encargo de pintar el célebre políptico de la
Adoración del Cordero Místico de San Bavón de Gante, (fig.
1693), y que muere
antes de terminarlo.
(fig. 1693)
Políptico de la Adoración del Cordero Místico de San Bavón de Gante
De Juan, su hermano menor, que lo concluye en 1432, se sabe
que antes de esa fecha vive en La Haya, y que, al servicio del duque de Borgoña,
va a Portugal a retratar a la infanta con quien su señor desea casarse. Pero de
Juan poseemos, además, varias obras firmadas que nos permiten conocer con
seguridad su estilo, que es fundamentalmente el del políptico de San Bavón. La
inscripción que se lee en éste suscita un problema que tal vez nunca llegará a
resolverse satisfactoriamente. Dice así: «Pictor Hubertus... Eyck major quo
nemo repertus incipit pondas quod Johannes, arte secundas, frater perfecit...
J432», «Huberto Van Eyck, pintor sin igual, comenzó esta obra, que terminó su
hermano Juan, segundo en el arte.» Unos críticos creen poder distinguir en una
parte un estilo distinto del de Juan, que atribuyen a Huberto, mientras otros
juzgan el políptico de Juan, considerando el tono de la inscripción, simple
muestra de amor fraternal. La diferencia de estilo es, de todos modos, muy
pequeña, e incluso en el caso de ser Huberto el creador exclusivo del estilo,
las obras conservadas de Juan prueban que no le es inferior y que llega a
convertirlo en el suyo propio.
El retablo de San Bavón es un gran tríptico,
dividido en dos zonas, tanto en la tabla central como en las puertas.
En la zona alta del interior, los personajes son de gran tamaño. Presididos por
el Todopoderoso, aparecen a uno y otro lado San Juan Bautista y la Virgen —la
vieja Déesis bizantina—, a los que acompañan en las alas dos coros de ángeles
cantores y ángeles músicos, y en los extremos, Adán y Eva. En la
mitad inferior vemos, en una amplia pradera esmaltada de flores, el altar donde
el Cordero adorado por los ángeles con los instrumentos de martirio, nos redime
del pecado con su sangre; más en primer término se encuentra la Fuente de la
Vida. Grupos numerosos de pontífices, santas, santos, ermitaños, etc., acuden a
adorar el Cordero, mientras profetas y apóstoles rodean la Fuente. Por la
portezuela izquierda acuden los soldados de Cristo y los jueces íntegros, y por
la derecha, los santos ermitaños y los santos peregrinos. Es la interpretación
del texto del Evangelista de Patmos: «Después de estas cosas miré, y he aquí
gran compañía, la cual ninguno podía contar, de todas gentes y linajes y pueblos
y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero vestidos
de ropas blancas y palmas en sus manos.» En el exterior de las portezuelas
aparecen la Anunciación, primer capítulo de la Redención, y los Santos Juanes
adorados por los donantes Jodocus Vydt y su mujer.
En esta obra
magna, la pintura flamenca se nos ofrece plenamente formada. Los Van Eyck han
representado con precisión y vida admirables no sólo la hierba y las florecillas
de la pradera de la Adoración, sino los bosques del fondo —donde aparecen las
palmeras y los naranjos que Juan vería en su viaje a Portugal—, es decir, el
paisaje. En las figuras de los donadores nos han dejado dos verdaderos retratos
de primer orden. Y en las vestiduras, armaduras y joyas de los personajes, hacen
pleno alarde del interés que distinguirá a la escuela por pintar la calidad de
las cosas. Campeones decididos del naturalismo, preocupados por interpretar la
diversa calidad de las telas, su forma de plegarlas es, sin embargo, totalmente
convencional. Son telas que se quiebran en ángulos y contraángulos, como si se
tratase de tela encolada o de papel. Hermanos en su reiteración de las
caligrafías curvilíneas del estilo internacional, se diría que sus pliegues son
hijos de la reacción contra ellas. Una coexistencia análoga, de verdad en las
calidades y de convencionalismo en la forma de plegar, no volverá a darse hasta
los días de Zurbarán. En cuanto a la figura humana, los Van Eyck gustan de
dotarla de un aplomo y monumentalidad que forma contraste con la levedad e
inestabilidad del estilo internacional.
De Juan Van Eyck conservamos varias
tablas de tema religioso, entre las que sobresalen la Virgen del canciller
Rollin (fig. 1694) y la del canónigo Van der Paele, la primera con magnífico
fondo de paisaje, y la segunda en un interior maravillosamente interpretado;
ambas coinciden en los retratos de primer orden de los donadores.
(fig. 1694)
Virgen del canciller Rollin
Pero, además, pinta una
galería de retratos no superada por sus sucesores, en la que sobresalen el del
matrimonio italiano Arnolfini (fig. 1695), que es, al mismo tiempo, espléndido
estudio de interior; el del Hombre del clavel (fig. 1696) y el del Legado
Albergan. La importancia que el retrato ha de tener en Flandes y los Países
Bajos durante el siglo XVII se manifiesta plenamente en el fundador de la
escuela.
(fig. 1695)
Matrimonio italiano Arnolfini
(fig. 1696)
Hombre del clavel
ROBERTO CAMPIN
. —La gran personalidad de la escuela, que sigue
en importancia a los Van Eyck y llena con su actividad el segundo tercio del
siglo, es Roger van der Weyden (muerte 1464). Íntimamente ligado con su estilo,
pero anterior a él, existe un grupo de pinturas muy valiosas y tan análogas a
las suyas que hasta se consideran por algunos su obra juvenil. En realidad,
parece casi seguro que se trata de la obra de otro artista, probablemente su
maestro, a quien se denomina el Maestro de Flémalle, por proceder de aquel
monasterio sus pinturas (fig. 1697), del Museo de Francfort, una de las obras
principales del grupo.
(fig. 1697)
Buen Ladrón
Fundándose en esa analogía de estilo y en su mayor
arcaísmo, se cree que el anónimo pintor de Flémalle no es sino Roberto Campin
(muerte 1444), que, establecido en Tournai en los primeros años del siglo, tiene
por discípulo a Roger van der Weyden. Su obra más inspirada es, probablemente,
la Santa Bárbara (1438) (fig. 1698), del Museo del Prado, que lee en su
habitación, mientras al fondo construyen la torre que le servirá de prisión. Si
no supiéramos el destino de la torre, creeríamos que se trata de un bello
estudio de interior, con una joven leyendo y un singular efecto de luz roja
proyectada por el fuego de la chimenea.
(fig. 1698)
Santa Bárbara
En el tríptico de la Anunciación de Mérode, del Museo Metropolitano de Nueva York, la preocupación por las calidades
y por lo anecdótico es igualmente sensible (fig. 1699).
(fig. 1699)
La Anunciación
VAN DER WEYDEN
Mientras en los Van Eyck domina la sangre
holandesa, Weyden nace en tierra de lengua francesa, en Tournai, y se llama, en
realidad, Roger de la Pasture, apellido que, traducido al flamenco al marchar al
Norte, se convierte en Weyden. Goza pronto de gran fama, puesto que cuando sólo
cuenta treinta y dos años, posee ya el Pontífice una obra de su mano. Cerca de
veinte años después hace un viaje a Roma, que deja muy poca huella en su estilo.
El es el gran creador de composiciones de la
escuela, la cantera inagotable en que se inspiran casi todos sus sucesores hasta
principios del siglo XVI. Su influencia en este aspecto es enorme; bien
directamente o bien a través de sus imitadores flamencos, las formas del pintor
de Tournai se difunden rápidamente por toda la Europa dominada por el arte
gótico. Más unilateral que los Van Eyck, se preocupa especialmente de la figura
humana y de sus ropajes. Estudia cuidadosamente las actitudes y la disposición y
distribución de los plegados de las telas, desde el extremo de la toca que cubre
a medias el cuello de la Virgen hasta el gran manto que se rompe en hermosa
cascada de quebrados pliegues a los pies de los personajes en la Adoración de
los Reyes (fig. 1700).
(fig. 1700)
Adoración de los Reyes
En su
deseo de concentrar la atención en la figura humana, en el Descendimiento (fig.
1701), del Prado, una de sus obras maestras, imagina la escena sobre un
fondo liso dorado, como si se tratase del alto relieve de un retablo. La
correspondencia del movimiento en sentido inverso de las dos figuras extremas,
que cierran el grupo por ambos lados, y el paralelismo entre el cuerpo de la
Virgen y del Cristo, así como las estudiadas y elegantes actitudes de todos los
personajes, nos ponen de manifiesto su preocupación por el arte de componer.
(fig. 1701)
El Descendimiento
Pero Weyden no es un pintor de muñecos elegantes e inexpresivos. Por el
contrario, posee un fino sentido de la expresión y, en particular, sabe hacer
sentir la emoción de los temas trágicos. En el Descendimiento, por ejemplo,
procura distinguir entre la palidez mortal del cuerpo del Cristo y la palidez
del rostro desvanecido de la Virgen, e insiste en el enrojecimiento producido
por el llanto en el rostro de la Magdalena. Como es natural, Weyden es también
un gran intérprete de la Piedad, en la que sirve de modelo a casi todos sus
sucesores, que no en vano lo trágico es una de las categorías del gótico del XV,
y él es una de sus personalidades más representativas. La visión dramática de
San Buenaventura, del dolor de la Virgen abrazada a su Hijo muerto, logra en Van
der Weyden su intérprete más perfecto.
Otras obras capitales suyas, como el
retablo de Miraflores, o el de los Sacramentos, imaginan las escenas encuadradas
por el pórtico de una iglesia gótica, decorado con grupos escultóricos. También
es importante, por el desarrollo de su composición, el Juicio Final de Beaune.
DIRCK BOUTS
.—Ya en la primera mitad del siglo XV se advierten
diferencias de sensibilidad artística entre flamencos y holandeses, diferencias
que, con el andar del tiempo, producirán dos escuelas perfectamente definidas y
con caracteres propios. Dirck Bouts (muerte 1475), natural de Harlem y
contemporáneo de Weyden, es buen ejemplo de ello; tal vez el heredero de más
talento de los Van Eyck, es un holandés que posee todas las cualidades que
distinguen a los de su país. Es el pintor de las telas ricas y de las joyas
aterciopeladas; pero, sobre todo, el pintor de la luz y de los colores intensos,
a quien subyugan los fondos de paisajes y los bellos efectos crepusculares. Sus
personajes, de elegantes proporciones, no lanzan gritos agudos como los de Weyden, sino que se mueven con parsimonia. En el Juicio del Emperador Otón, una
de sus obras principales, en el que, víctima del amor decepcionado de la
emperatriz, es injustamente decapitado un caballero, los que presencian la
escena permanecen impasibles. En el hermoso tríptico del Descendimiento, de la
catedral de Granada, si tanto en el encuadramiento en forma de pórtico como en
la ligereza de las actitudes se encuentra influido por Weyden, el sentido del
color y los bellos efectos crepusculares son típicamente suyos. Obra de juventud
se considera el políptico del Museo del Prado (fig. 1702).
(fig. 1702)
Anunciación y Nacimiento de
Jesús
A este mismo sector holandés del primitivismo
pertenece Ouwater, autor de la Resurrección de Lázaro, uno de cuyos principales
valores es el estudio de la luz.
En la línea ascendente del primitivismo flamenco
sólo puede citarse en la segunda mitad del siglo XV el nombre de Van der Goes
(muerte 1482), artista de vigorosa personalidad, que muere loco cuando
probablemente aún no ha cumplido los cincuenta años. Sus Adoraciones de los
Reyes (fig. 1703) y de los Pastores, de Berlín, procedentes de España, y la de
los Pastores del Museo de los Uffizi, pintada para la familia florentina de los
Portinari, ponen bien de manifiesto toda su originalidad en el arte de componer.
(fig. 1703)
Adoración de los Reyes
LA ESCUELA DE BRUJAS:
MEMLING
. —Al establecerse en Brujas Hans Memling (muerte
1494), originario de tierras del Rhin, poco después de mediar el siglo, la
pequeña y romántica ciudad de los canales se convierte en la capital artística
de Flandes, hasta que ya a comienzos del siguiente la capitalidad se desplaza al
gran puerto de Amberes. Memling, que durante la pasada centuria disfruta de
popularidad no superada por ningún otro artista flamenco, es, en realidad, el
gran difundidor de las formas y composiciones creadas por Van der Weyden. Con
cierta falta de nervio y con delicadeza casi femenina, propensa a veces a una
sincera melancolía, traduce a un estilo romántico el sano y fuerte dramatismo
del viejo maestro de Tournai. Lo que en éste es severa elegancia, deriva en sus
pinceles hacia lo precioso, menudo y pequeño. Su Adoración de los Reyes (fig.
1704), del Museo del Prado, no es sino una interpretación libre del cuadro de Weyden
del mismo tema, de la Pinacoteca de Munich.
(fig. 1704)
Adoración de los Reyes
Memling es famoso por sus interpretaciones de la
Virgen con el Niño, en las que también sigue los pasos de Weyden. De busto, o de
cuerpo entero en su trono con rico brocado por fondo, sola con el Niño y un
ángel ofreciéndole una manzana, o rodeada de santos, es siempre de facciones
menudas y graciosas, y de expresión melancólica. Entre los numerosos ejemplares
conservados puede recordarse, por el mayor desarrollo de su composición, la
Virgen de la familia Floreyns, del Louvre. Pero Memling, además de su fina
sensibilidad para expresar temas líricos como éstos, en la bella arqueta de
Santa Úrsula (fig. 1705), decorada con historias de su vida, nos descubre un
sentido narrativo igualmente lleno de encanto.
(fig. 1705)
Arqueta de Santa Úrsula
GERAD DAVID
El estilo flamenco, libre aún de la influencia
italiana, recorre una de sus últimas etapas en el holandés Gerard David (muerte
1523), que se establece también en Brujas. Mucho menos sensible a la influencia
de Weyden que Memling, sus personajes no se preocupan tanto de los gestos
graciosos y de las actitudes complicadas como los de aquél. Son, generalmente,
más bien bajos y manifiestan decidida propensión al verticalismo. Sus rostros,
de corrección casi clásica comparados con los de aquél, tal vez resulten algo
inexpresivos. Pero su aspecto, unido a la sobriedad de las actitudes y al fino
sentido que, como holandés, posee del claroscuro, le permite a veces crear
efectos de intensidad dramática tan acentuada como en el Calvario, de Génova, o
en el Juicio de Cambises. En un tema mucho más lírico, como en el Reposo en la
huida a Egipto (fig. 1706), del Museo del Prado, es interesante ver cómo su amor
al verticalismo inspira desde los troncos del bosque del fondo hasta el grupo de
la Virgen y sus ropajes.
(fig. 1706)
Descanso en la huida a
Egipto
PATINIR
. —El primitivismo flamenco produce todavía dos
pintores de personalidad vigorosa y llenos de novedad, Patinir y el Bosco,
aunque ambos mueren entrado el siglo XVI. El paisaje tiene excelentes
cultivadores entre los grandes maestros del siglo XV, especialmente entre los
holandeses. Van Eyck, Dirck Bouts y Gerard David son grandes paisajistas, pero
en todos ellos el paisaje se limita a servir de fondo de sus composiciones
religiosas. Ahora, al terminar el siglo Joaquín Patinir (muerte 1524), discípulo
para algunos de Gerard David, que se establece ya al final de su carrera en
Amberes, lo convierte en género independiente, aunque continúa animándolo con
alguna historia religiosa de escasa importancia dentro del conjunto, y con
frecuencia de mano ajena. El paisaje de Patinir es convencional (fig.
1707). De
horizonte por lo general muy alto, se levanta en él, como bambalinas de teatro,
enhiestos picachos de esbeltas proporciones, verdaderas agujas de piedra que le
prestan fantástico aspecto, considerados por algunos de influencia leonardesca,
y por otros, reflejo del paisaje de Dinant.
(fig. 1707)
Tentación de San Jerónimo
Animados por las largas entradas de
mar de azules aguas, castillos y un sinnúmero de figurillas, sus paisajes están
dotados de profundo sentido poético. Los mejores pertenecen a los museos de
Viena y de Madrid. Entre éstos es particularmente importante el de las
Tentaciones de San Antonio, cuyas figuras son de Quintín Metsys, y la Laguna
Estigia, uno de cuyos torreones, de fantástica arquitectura, descubre la
influencia del Bosco.
EL BOSCO
Jerónimo Bosch van Aeken, el Bosco (muerte 1516),
es, como tantos otros pintores de esta escuela, de ascendencia holandesa. Su
estilo es de originalidad extraordinaria, no sólo por los temas que representa,
sino por su sentido de la forma, que rompe totalmente con el estilo tradicional
y precisamente en una época en la que con tanto desenfado se repiten total o
parcialmente las composiciones y figuras ajenas. El Bosco representa en este
aspecto el reverso de la medalla de Memling. Pero, aparte de esta actitud, en el
fondo, de vuelta a la Naturaleza, el Bosco interpreta sus temas con un sentido
humorista y burlesco completamente desconocido de sus predecesores, y que
desemboca en un tipo de pintura alegórica y moralista, cuyo significado concreto
en alguna ocasión no se ha podido explicar todavía satisfactoriamente.
En realidad, los «sueños» del Bosco son la
consecuencia de esa misma fantasía medieval que decora los capiteles, las
gárgolas y las misericordias de los templos románicos y góticos; es la ridícula
monstruositas contra la que clama San Bernardo, y que el Bosco no duda en llevar
a la amplia superficie de un cuadro. Se agrega a esa actitud burlesca
tradicional la influencia de los bestiarios o colecciones de interpretaciones
alegóricas religiosas y morales de los diversos reinos de la Naturaleza, tan de
moda en los últimos tiempos de la Edad Media, y la del Apocalipsis.
El estilo del Bosco adquiere rápida popularidad.
Ya en vida suya el grabado difunde sus obras, y no tarda en formarse toda una
serie de imitadores. España es uno de los países donde encuentra más
admiradores, y nuestros reyes quienes más y mejores obras suyas adquieren. En
algunas pinturas, como la Adoración de los Reyes (fig.
1708), del Prado, el Bosco, más que por sus comentarios burlescos, que no
faltan en alguna figura secundaria, sorprende por la novedad extraordinaria de
su estilo, completamente diverso del de sus contemporáneos.
(fig. 1708)
Adoración de los Reyes
Ese tono burlesco se carga de intención en los
Pecados capitales, que, después de presentar la escena del moribundo cuya alma
se disputan un ángel y un demonio, contiene en torno al ojo de Dios varias
historias representativas de esos pecados.
El texto de Isaías de que la carne es heno y toda
la gloria como la hierba de los prados, le inspira el Carro del heno (fig.
1709),
sobre el que corre a su perdición una pareja de enamorados, entre las preces de
un ángel y la regocijada música burlesca de un demonio. Tirado el carro por un
tropel infernal de las más fantásticas formas, tratan de ascender a él para
disfrutar de los placeres materiales las más diversas clases sociales, desde un
pontífice y un emperador de aire farisaico hasta un villano que apuñala
abiertamente a quien se le interpone en el camino.
(fig. 1709)
Carro del heno
De interpretación poco clara es, en cambio, su
gran tríptico del Jardín de las delicias. Presenta en su tabla central (fig.
1710) un paisaje con fondo de montañas fantásticas de peñascos atravesados por
tubos de cristal y terminadas en caprichosos equilibristas, y un desfile de
hombres desnudos cabalgando en animales y monstruos en torno a un lago central,
donde unas jóvenes se bañan, mientras múltiples grupos de ambos sexos,
igualmente desnudos, aparecen en primer término con enormes fresas, en las que
se quiere ver el símbolo de lo pasajero de las delicias terrenas.
(fig. 1710)
Jardín de las delicias
En la
portezuela izquierda figura el Paraíso, y en la derecha, el Infierno.
Pintor de los martirios infernales, como Fra Angélico lo es de las glorias
celestes, hace alarde en esta última puerta de su prodigiosa imaginación. Su
iluminación fantástica y su fino colorido son valores igualmente de primer
orden. El sentido burlesco del Bosco se ejercita también comentando refranes y
creencias populares. En la Piedra de la locura, del Museo del Prado, el doctor,
con un embudo por birrete, extrae al enfermo la piedra de la frente ante la
admiración de una mujer, dominada por el peso de la ciencia contenida en el
libro que tiene sobre la cabeza (fig. 1711).
(fig. 1711)
Piedra de la locura
EL SIGLO XVI. LA INFLUENCIA LEONARDESCA:
QUINTÍN METSYS
. —Hacia 1500 comienza a dejarse sentir en la
pintura flamenca la influencia italiana. El primero que la manifiesta con toda
claridad es Quintín Metsys (muerte 1530), que, establecido en Amberes poco antes
de terminar el siglo, se muestra ya conocedor del estilo leonardesco. Su
formación es flamenca, pero su prurito de finura en el modelado y su interés por
la composición son de aquel origen. Su Virgen de la colección Raczinski, por
ejemplo, está claramente inspirada en la Santa Ana del maestro florentino, y en
sus obras capitales, como la Familia de Santa Ana o el Santo Entierro (fig.
1712), además de un modelado exquisito, ofrece una flexibilidad en las formas y
una blandura hasta entonces ignoradas por los maestros flamencos.
(fig. 1712)
Familia de Santa Ana
Metsys muestra particular empeño en representar lo
característico, probablemente también por sugestión leonardesca. En el Ecce
Homo, del Museo del Prado, insiste especialmente en diferenciar el temperamento
de los personajes del primer término, y en el retrato de la Galería Nacional de
Londres se complace pintando una mujer monstruosamente fea. Pero el fruto más
fecundo de esta faceta de su personalidad es la creación del cuadro de
costumbres, en El cambista y su mujer (fig. 1713),
y El abogado y su cliente.
(fig. 1713)
El cambista y su mujer
Llegando hasta descubrir en El viejo enamorado (fig.
1714) la veta picaresca, que
también tendrá larga descendencia en la pintura flamenca barroca.
(fig. 1714)
El viejo enamorado
El imitador de Metsys, Marinus, inspirándose en
este tipo de cuadros de figuras de medio cuerpo, caricaturiza el estilo de
Metsys en su San Jerónimo (fig. 1715) que repite con insistencia.
(fig. 1715)
San Jerónimo
MANIERISTAS DE AMBERES
En vida todavía de Metsys, y cuando el rafaelismo
invade ya el país, se produce una reacción gracias a la cual el estilo
tradicional flamenco trata de remozarse creando un estilo nuevo. El esfuerzo lo
realiza un grupo de pintores denominados los manieristas de Amberes, de hacia
1520, cuyas obras se atribuyeron en un tiempo, erróneamente, a Henri Met de Bles.
En realidad, es un estilo de decadencia, que descubre una sensibilidad no poco
enfermiza, pero ansiosa de novedad (fig. 1716). Esa novedad se busca, sobre
todo, en el movimiento y, con frecuencias, en el alargamiento de personajes y
arquitecturas. Delgadas y nerviosas hasta la exageración, y de rostros a veces
feos pero expresivos, las figuras adoptan actitudes inestables y lucen cendales
flotantes.
(fig. 1716)
Adoración de los Reyes
Los fondos de arquitectura, de caprichosos arcos parabólicos,
participan del mismo espíritu. Extraordinariamente fecundos, estos pintores
montan varios talleres muy activos, que inundan con sus producciones el
occidente de Europa.
EL RAFAELISMO:
GOSSAERT
. —A la influencia leonardesca sigue la de Rafael,
ya mucho más intensa, y al fin completamente arrolladora.
El introductor del rafaelismo es Juan Gossaert
(muerte 1535), llamado también Mabuse. Gossaert, después de haber hecho su
formación en el país y pintado obras de estilo personal, como la Adoración de
los Reyes, de Londres, marcha a Italia en 1508, en el séquito de Felipe de
Borgoña, para dibujarle aquellos monumentos romanos que considere más
interesantes. El estilo de Gossaert, sin embargo, no cambia inmediatamente. A su
regreso continúa pintando obras como la Virgen, del Museo de Palermo, sobre un
fondo de aparatosa arquitectura gótica, pero el prestigio cada vez más
arrollador del Renacimiento en general, y del pintor de Urbino en particular, le
deciden al fin a cambiar de estilo.
Ahora bien, las elegantes formas y las ligeras
composiciones rafaelescas se hacen en él rechonchas y gruesas y se enlazan
trabajosa y pesadamente. La desventajosa comparación de sus obras de tipo
rafaelesco con las juveniles ofrece un caso típico del artista víctima en su
edad madura del noble deseo de asimilar un estilo ajeno más moderno. Sus nuevas
obras, sin embargo, logran gran fama. El destruido Descendimiento, de Middelburg,
al que dedica cerca de quince años, es una especie de Meca de los pintores
flamencos —el propio Durero va a visitarlo—, y sus Vírgenes con el Niño, en las
que el desnudo triunfa y que se encuentran tan lejanas del recogimiento gótico
de Memling y David, se copian reiteradamente (fig. 1717).
(fig. 1717)
Virgen con el Niño
Gossaert es, además, el primer cultivador flamenco
de la fábula mitológica y, en consecuencia, del desnudo clásico. A él se deben
temas como Neptuno y Anfitrite y Dánae recibiendo la lluvia de oro (fig.
1718). Y
claro está que, tanto en estas historias paganas como en las religiosas, las
arquitecturas son renacentistas, aunque tan poco esbeltas como generalmente sus
personajes.
(fig. 1718)
Dánae recibiendo la lluvia de oro
VAN ORLEY
Algo más joven que Gossaert, y pintor de cámara de
la regente, es Bernardo van Orley (muerte 1542), que aunque comienza pintando
como aquél en el estilo gótico flamenco, no tarda en adoptar las formas
renacentistas. La Sagrada Familia (1522) (fig. 1719), del Prado, es una de sus
más bellas creaciones, pero la gran obra en que ofrece un verdadero muestrario
de modelos y actitudes rafaelescos —llegando incluso a copiar algunas figuras de
Rafael, como la de Heliodoro—, es el Retablo de Job.
(fig. 1719)
La Sagrada Familia
Van Orley dibuja también
gran número de cartones para la floreciente industria tapicera bruselense. Entre
estos tapices, que en buena parte pertenecen a la corona de España, es
particularmente bello el llamado Dosel de Carlos V.
El Renacimiento italiano, después de muerto
Gossaert, domina casi totalmente en la pintura flamenca, sobre todo en la de
carácter religioso. Entre los principales cultivadores del estilo en esta
segunda fase más específicamente manierista, figuran el bruselés Peter Kempeneer,
que trabaja en España, donde transforma su nombre en Campaña; Frans Floris y
Coxie. En la parte holandesa trabajan algunos manieristas tan exaltados como
Scorel y Heemskerck.
LA REACCIÓN NATURALISTA
BRUEGHEL
. —No obstante la intensa influencia italiana, la
capacidad creadora de la escuela flamenca no se agota. La poderosa personalidad
de Peter Brueghel (muerte 1569), que cierra el primitivismo e inicia la gran
pintura naturalista flamenca barroca, lo pone bien de manifiesto. Nacido cuando
terminan su carrera Gossaert y Van Orley, hace una breve visita a Italia al
mediar el siglo y muere en Bruselas, cuando apenas ha cumplido los cuarenta años
y su estilo se encuentra todavía en su curva ascendente. El viaje a Italia,
lejos de convertirle en un rafaelista, no deja en él huella notable. Comprende
que el porvenir de la pintura flamenca está en el estudio de la naturaleza, y se
dedica con entusiasmo a pintar los aldeanos y campos flamencos y a frecuentar
sus fiestas, para poder representar con mayor propiedad las escenas populares.
En algunos de sus dibujos podemos ver cómo tomaba minuciosas notas de su
indumentaria. La Boda es buen testimonio de cómo, vuelto de espaldas al
idealismo italiano, estudia con el mayor cariño esa indumentaria y los tipos de
sus paisanos. La glotonería y el espíritu festivo flamencos, que han de inspirar
tantas pinturas del siglo XVII, aparecen ya en las obras de Brueghel como temas
dignos de ser pintados (fig. 1720).
(fig. 1720)
Fiesta aldeana
El encargo recibido hacia 1555 de hacer dibujos de
obras del Bosco para grabarlas, abre una nueva época en su carrera artística. Su
interés se concentra en la figura humana, que observa ahora con fino espíritu
humorista. Pinta, como el Bosco, una operación de la Piedra de la locura, pero
sobre todo, inicia una serie de los Proverbios, y lo mismo en ella que en la de
las Estaciones multiplica las figuras para recrearse en su interpretación
naturalista. De su sensibilidad para lo trágico son buenas pruebas su
emocionante composición de Los ciegos (fig. 1721) y
las escenas del Triunfo de la Muerte.
(fig. 1721)
Los ciegos
Con anterioridad a este último período de
influencia del Bosco, Brueghel cultiva con particular empeño el paisaje. En
realidad, de su viaje a Italia lo único que deja huella en su obra son los
profundos valles de los Alpes vistos desde las alturas. Algún cuadro religioso,
como la Conversión de San Pablo, es un inmenso paisaje de montaña, donde las
diminutas figurillas se pierden. Pero lo principal es que el paisaje estático de
Patinir, formado por una serie de planos paralelos, se convierte en una
superficie bajo la cual late la vida como bajo la piel de un animal gigantesco.
Es el sentido cósmico del paisaje que, una vez muerto Brueghel, no vuelve a dar
un paso hasta los días de Rubens.
Esta renovación del paisaje de Brueghel tiene como
consecuencia el nacimiento de una pequeña escuela de paisajistas que,
inspirándose en él y en Patinir, llena el último tercio del siglo. Sus nombres
más ilustres son los de Valkemburgh (muerte 1597) y Pablo Bril (muerte 1626), en
quien se deja sentir ya la nueva era. Influidos desde el punto de vista
estilístico por los italianizantes de la segunda mitad del siglo, pero animados
por el mismo espíritu de Brueghel, pintan Peter Aertsen y su discípulo
Beuckelaer escenas de cocina y de mercado, en las que las viandas y las frutas
son tan importantes como la cocinera o la vendedora, por lo general de media
figura.
EL RETRATO:
ANTONIO MORO
.—Mientras Brueghel abre a mediados de siglo el
camino hacia el naturalismo barroco flamenco, el holandés Antonio Moro (f 1576),
discípulo del manierista Scorel, crea el nuevo tipo de retrato flamenco. En
realidad, casi todos los primitivos flamencos pintan excelentes retratos; pero,
salvo en casos como el de Arnolfini, el retrato como género independiente se
reduce a una cabeza o a un busto. Moro, aunque alguna vez cultiva la pintura
religiosa, se dedica al retrato, y, siguiendo el ejemplo del Tiziano, los pinta
ya de cuerpo entero. Mas lo que constituye su principal valor es su penetrante
mirada para captar el carácter del retratado, cuyos rasgos representa con
admirable seguridad. Pintor del cardenal Granvela, pasa algún tiempo en Portugal
y España retratando a la familia real, a Maximiliano II, a Doña María y a Doña
Juana, madre del rey Don Sebastián. Pero donde su mirada inquisitiva se extrema
es en los retratos de hombres de placer, como el del manco Pejerón,
del Museo del Prado, y el del Enano de Granvela con su perro (fig.
1722), del Museo del Louvre, dignos predecesores de las famosas creaciones velazqueñas.
(fig. 1722)
Enano de Granvela con su perro
No menos
hondamente sincero es, sin embargo, Moro en retratos como el de María Tudor (fig.
1723), del Museo del Prado. Ya veremos la huella dejada por Moro en la pintura
española.
(fig. 1723)
María Tudor