y lo era, porque rompía con el paradigma del pensamiento universal,
de que la estructura de la sociedad, sustentada en “incuestionables” leyes
divinas y sociales, era inmutable y lo era también, porque el nuevo
pensamiento proporcionaba al género humano la capacidad de transformar la
realidad social, para bien y para mal pero, basándose en su instinto de
conservación y en su humanidad, debía y podía aspirar a construir un mundo
donde la satisfacción de las necesidades básicas, la justicia social y la
libertad de pensamiento abarcaran a todo el género humano sin exclusión.
La
Revolución Francesa de 1789 fue el primer gran revulsivo de la historia de
la humanidad, el primer paso práctico por el que se iniciaba el camino de
la transformación política basada en los derechos de ser humano. La teoría
social formulada por ilustrados como
Rousseau,
Montesquieu y
Voltaire, abrió un nuevo camino a las clases sociales
subordinadas a los poderes absolutistas. Esas clases sociales no solamente
podían rebelarse contra dichos poderes, como ya había ocurrido otras veces
en la historia, pero que siempre habían quedado en simples revueltas ante
la falta de un discurso alternativo al de Dios y sus representantes en la
tierra sino que desde ese momento, existía un camino diferente para
organizar la sociedad, era posible creer en la
igualdad en la
libertad y la
fraternidad de
todos los seres humanos. Las rebeliones contra los poderes entonces
establecidos, dejaron de ser revueltas y pasaron a ser revoluciones. El
mundo comenzó a cambiar de base y los que hasta entonces “nada” eran,
podían aspirar a un mañana en el que todo podía ser.
Pero esa
aspiración que en el pensamiento parecía irrefutable, en la práctica, se
encontró con serios obstáculos fundamentados en los intereses creados de
clases sociales y sectores de pensamiento del Antiguo Régimen, que veían
que el camino hacia ese fin en beneficio del género humano, contradecía
sus intereses particulares y por ello, se opusieron al mismo. De esta
manera el avance hacia tal objetivo emancipador universal solo podía
lograrse mediante la lucha de quienes tenían todo por ganar, contra los
que tenían todo por perder en esa lucha, en la que estos últimos
defenderían con todos los medios a su alcance: su poder económico y
político.
2. Auge y decadencia de las ideologías universales
El
pensamiento liberal, auspiciado por las nuevas clases emergentes burguesas
que detentaban el poder de los
medios de producción
acrecentado por la expansión de la revolución industrial, fue el que
barrió políticamente al Antiguo Régimen. Con las desamortizaciones, las
propiedades de los nobles y de la iglesia pasaron a regirse por las leyes
del mercado y la propiedad privada se convirtió en el nuevo paradigma del
desarrollo de las fuerzas
productivas. La libertad individual, el triunfo del más fuerte sobre
el más débil era la nueva norma de convivencia. La “nación” sustituía al
“reino” como marco político para el desarrollo económico.
Pero la
mayoría de la población que había creído en el mensaje de la
libertad, la
igualdad y la
fraternidad universal, vieron como ese mensaje, de nuevo,
solamente beneficiaba a unos pocos. Y en oposición al pensamiento liberal,
el socialismo prendió entre amplios sectores desfavorecidos de obreros y
campesinos como ideal universal emancipador enfrentando al nuevo poder del
capitalismo pensado y estructurado para perpetuar el interés particular de
determinadas clases sociales y naciones por encima del interés general de
la humanidad.
La
“nación” surgida al calor de ilustración como soberanía de los pueblos en
contra del concepto de soberanía del Antiguo Régimen basada en reyes,
parecía el marco adecuado para avanzar en el camino hacia la redención
socialista universal del género humano, en el que cada nación
protagonizaría su propio cambio a través de la desconexión geopolítica del
capitalismo mundial y la suma de estas naciones socialistas llevaría al
final del capitalismo, es decir, al final de la prevalencia de los
intereses de una “minoría” sobre los universales del género humano.
La
conquista revolucionaria del Estado nacional era pues la condición
imprescindible. La trágica experiencia de la Comuna de París de 1871,
llevó a fundamentar a los teóricos del cambio del capitalismo al
socialismo en el principio de que la voluntad popular no garantizaba el
cambio pacífico del sistema económico capitalista al socialista, ni
siquiera garantizaba las reformas del propio capitalismo si éstas iban en
contra de los intereses de las clases sociales que detentaban el poder
económico, pues, esas clases, utilizaban todo su poder militar para acabar
con los cambios económicos y políticos. De ese concepto surgió la teoría
de que el poder de transformación de la sociedad no nace de las urnas sino
de la punta del fusil y que una vez tomado el poder, éste, debe mantenerse
también a través de la represión de las clases sociales expulsadas del
poder (Teoría que llevaría al
movimiento internacionalista a dividirse entre la II internacional de
socialismo democrático y la III internacional comunista de dictadura del
proletariado).
La
revolución bolchevique de 1917, guiada por ese pensamiento y formulada
como teoría científica por Lenin en su obra “El Estado y la Revolución”
supuso para millones de personas una luz, un primer paso en el avance
hacia el ideal emancipador del género humano, pero el propio método
revolucionario de toma del poder por la fuerza de las armas y su
estrategia de mantenerlo con una represión brutal sobre ciudadanos y
naciones en el ámbito de lo que, luego se constituiría como Imperio
Soviético, comenzó a cuestionar entre quienes creían en la emancipación
universal de género humano, si tal estrategia podía llevar a tal fin.
Desde el
inicio del siglo XIX, el capitalismo de las metrópolis europeas
fortalecido en las revoluciones liberales nacionales se expandió
militarmente a todo el mundo, justificando con el pensamiento de la
exportación de los valores de la civilización de la Ilustración a los
pueblos atrasados del mundo, lo que era imperialismo colonial y expolio
económico. Pero esta expansión de raíz económica y política, llevaba a
profundas diferencias de intereses de dominio territorial geopolítico
entre las propias potencias, de tal manera que, el poder capitalista se
reforzó militarmente, no solo para frenar posibles cambios sociales en la
propia metrópolis sino para expandir sus áreas de influencia geopolítica.
La crisis económica de 1873 y la larga depresión que le sucedió, traería
el final del entendimiento pacífico entre las potencias occidentales para
repartirse el mundo, y culminó en 1914 en una confrontación sin
precedentes: La Primera Guerra Mundial.
Tras esta
guerra el mundo cambio radicalmente, el nuevo estatus internacional
consolidó el predominio Británico y Francés frente a Alemania. A ese
predominio se añadió una nueva potencia con valores opuestos al
capitalismo, la URSS. La depresión de los años treinta iniciada tras la
crisis económica de 1929 volvió a enfrentar a las potencias capitalistas,
pero esta vez, Alemania, la gran derrotada en la Primera Guerra Mundial y
sus aliados Italia y Japón se convirtieron en las potencias emergentes y
trataron de imponer un nuevo orden mundial en el que no habría lugar ni
para las democracias sustentadas en los valores individuales de la
Ilustración, ni para los regímenes socialistas. La guerra contra ambos
sistemas políticos llevó a Alemania a invadir Europa hacia el Oeste y
hacia el Este y a Japón a invadir China, dando lugar a la Segunda Guerra
Mundial, que fue la guerra más grande y devastadora que jamás conoció el
género humano.
La crisis
económica de 1929 tuvo la característica de dar un fuerte impulso al sesgo
internacionalista de todas las ideologías emergentes. Por un lado, la
revolución bolchevique empeñada en subvertir el orden capitalista mundial,
por otro, el nazismo Alemán y fascismo Italiano que aspiraban también a
instaurar sus sistemas totalitarios no únicamente en su naciones de
origen, sino en el mundo entero. En ese contexto, las democracias
sustentadas en los valores liberales de la Ilustración entendieron que
debían hacer lo mismo, siendo Estados Unidos quien lideraría esta
corriente de pensamiento. La diferencia cualitativa entre la Primera Gran
Guerra y la Segunda fue, pues, que las partes confrontadas no lo hicieron
solamente por ambiciones territoriales sino porque pretendían implantar un
sistema político económico e ideológico a escala planetaria.
En 1945,
Alemania, Italia y Japón fueron derrotados por las fuerzas soviéticas en
alianza con EEUU y Gran Bretaña. En Núremberg, liberales y bolcheviques
juzgaron a los vencidos por la responsabilidad individual en las
atrocidades cometidas y a los regímenes nazi y fascista los sepultaron en
el basurero de la historia como los sistemas más odiosos jamás conocidos.
Mas las diferencias entre la corriente bolchevique y la liberal tapadas
por la alianza frente al nazismo, no tardaría en destaparse, la victoria
comunista en China el país más poblado de la Tierra, puso en guardia al
triunfador de la corriente liberal, EEUU. La primera gran confrontación
tendría lugar en la guerra de Corea, que terminó en 1953 dividiendo a ese
país en dos, en el paralelo 38, eso y la incorporación de las armas
atómicas a los arsenales de EEUU y la URSS, estableció un empate mundial
que dejó al mundo dividido en dos corrientes de pensamiento y zonas
geopolíticas que tenían el afán de cambiar el mundo, exportando, desde la
URSS, el sistema bolchevique y, desde Estados Unidos, la democracia
liberal.
Pero a
pesar de ese empate que dio lugar a una larga
guerra fría, donde se evitaba el cuerpo a cuerpo, sobre todo
por el miedo a desatar una guerra nuclear, el Primer Mundo el Occidental
liberal, industrial y capitalista liderado por EEUU, y el Segundo Mundo el
de la URSS, industrial y socialista liderado por Rusia, tuvieron un
terreno donde llevar sus aspiraciones expansionistas, un mundo sin
industrializar, habitado por la mayoría de la población mundial, un mundo
de pobreza y subordinación a las antiguas metrópolis imperiales europeas:
el Tercer Mundo.
Las
viejas potencias coloniales europeas, relegadas ya como imperios por
Estados Unidos, no tuvieron el apoyo de esta nueva potencia para mantener
su poder colonial, y menos interés tenía aun el otro ganador de la Segunda
Guerra Mundial, la URSS. Por otra parte, el combate de estas dos potencias
en el Tercer Mundo estaba más en ganarse aliados que en buscar una
presencia militar directa, pues ello, les hubiera enfrentado a los
sectores sociales más activos de las viejas colonias con afán de
gobernarlas como naciones libres. De tal manera, después de la Segunda
Guerra Mundial, tras el vacío de poder que dejaron los antiguos imperios
europeos en sus colonias, los movimientos de liberación colonial se
desarrollaron con inusitado vigor, rompieron las cadenas que los unían a
sus antiguas metrópolis imperiales y dieron lugar en la segunda mitad del
siglo XX a la mayoría de naciones que constituyen el mosaico internacional
del Tercer Mundo en Asia, África y Oceanía.
La
emancipación colonial, según la potencia aliada en el proceso de
descolonización, bien Estados Unidos o la URSS, ampliaba su área de
influencia geopolítica respectiva. La confrontación entre ambas potencias
por dominar el proceso descolonizador tuvo su máxima expresión en la
guerra de Vietnam. La URSS ayudando a los comunistas del Viet-Cong y
Estados Unidos con una intervención militar directa. Estados Unidos
poseedor hasta entonces de la maquinaria de guerra más poderosa de la
historia, fue derrotado por un ejército de campesinos. Las imágenes de la
precipitada y bochornosa retirada de sus últimos efectivos de Saigón en
1975 fueron grabadas y vistas en todos los medios informativos del mundo y
dejaron un recuerdo imborrable para la historia de que el poderío basado
solamente en la fuerza de las armas, sino está apoyado por amplios
sectores sociales, está destinado al fracaso. Una lección que no aprendió
el Imperio Soviético, y que años más tarde tuvo que experimentarla en la
ocupación a Afganistán y en su posterior expulsión de ese país por los
señores de la guerra.
Ambas
derrotas anunciaron un tiempo, consustancial para todos los imperios
habidos, y que habían experimentado previamente una secuencia de tres
fases: inicio, auge y decadencia. 1. los inicios se corresponden con una
expansión militar relativamente rápida donde se incorporan amplios
territorios; 2. el período de auge se corresponde con el mantenimiento del
estatus quo territorial basado principalmente en lo que puede denominarse
el poder blando, es decir, la cultura, la ideología o religión y el
desarrollo de infraestructuras; 3. el período de decadencia se produce a
partir de que se precisa de nuevo del poderío militar, pero no para su
expansión sino para su mantenimiento, en esta última fase todos los
imperios han sucumbido.
Las
dirigencias militares tanto soviéticas como norteamericanas, no
percibieron que se encontraban en esa tercera fase militar de su declive,
lección ya aprendida en otras guerras por el imperio colonial francés en
Indochina y Argelia, o por el británico en Oriente Medio y África
Oriental.
Por otra
parte, las ideologías en las que se justificaban la ampliación de la
influencia soviética o de EEUU dejaron de ser universales y comenzaron a
prevalecer los intereses de las metrópolis imperiales sobre las propias
ideologías. En el caso de la URSS con la represión en los países del Este
europeo incorporados al área soviética después de la Segunda Guerra
Mundial, donde se impuso por la fuerza la planificación de sus economías
en función de los intereses de Rusia en modelos económicos “socialistas”
que tenían el rechazo mayoritario de sus habitantes como lo acreditó la
apertura de la “primavera de Praga” en 1968 y su posterior aplastamiento
ese mismo año por los tanques del Pacto de Varsovia. En el caso de EEUU,
con el apoyo a los cruentos golpes de Estado en América Latina para
mantener su influencia geopolítica, como fueron, entre otros, los golpes
de Estado en Chile y Argentina, con el fin de frenar los cambios
democráticos liderados por gobiernos que querían implementar reformas
sociales en favor de la mayoría de la población, limitando para ello el
poder de las oligarquías dominantes, y también, con el apoyo a dictaduras
sanguinarias como la de los Somoza en Nicaragua, política que contradecía
abiertamente su mensaje universal de exportación de la democracia.
En el
mundo occidental, el pensamiento universal, instrumentalizado en el caso
del “socialismo” por el Imperio soviético y de la “democracia” por el
imperialismo de EEUU, comenzaron a ser cuestionados por la hipocresía en
la que se sustentaban y tuvo su máxima expresión en la denominada
“revolución de Mayo de 1968”, la cual se puede considerar una rebelión
contra la falacia entre la teoría y la práctica de los discursos
universales. Dentro de este movimiento de protesta, en unos casos, se
intentó articular discursos alternativos, en otros, revisar los viejos
pero ninguno tuvo el eco necesario como para recomponer o formular un
nuevo discurso universal capaz de motivar a la sociedades en las
diferentes partes del mundo y éstas, y cada una de ellas, se atrincheraron
en las políticas nacionales.
En
América Latina, los golpes de Estado contra los gobiernos reformistas
salidos de las urnas, revivieron en la oposición de izquierdas, el
principio de que el único poder político para llevar adelante las reformas
sociales estaba en la “punta del fusil” y un movimiento guerrillero se
extendió por varios países del continente.
En los
países que en el tercer cuarto del siglo XX habían salido del dominio
colonial y habían accedido a la independencia, los gobiernos iniciaron el
camino para hacer valer ante sus sociedades el principio de que la
consecución de la independencia política debía servir no solo para
restablecer la dignidad nacional, sino también para hacer avanzar
económicamente a las sociedades respectivas. Pero la crisis económica de
1973 que se prolongaría durante más de una década, tiraría por tierra esas
expectativas. Los países pobres que se habían endeudado para modernizar
sus economías, debido a las características estanflacionarias de la crisis
incrementaron los intereses de las deudas contraídas y éstas paralizaron
el desarrollo económico de la mayoría de los países del Tercer Mundo y los
gobiernos de esos países tuvieron que recurrir a la represión para
mantenerse en el Poder.
El siglo
XX, que había comenzado su andadura pensando en una revolución socialista
universal, que había proclamado, a mediados de siglo ante el fascismo, la
vigencia universal de la democracia, en la recta final del siglo XX
fenecían esos valores ante los intereses creados por las elites dominantes
en casi todos los países del mundo. El sueño universal de
libertad,
igualdad y
fraternidad se
desplomaba. Aquellos que habían levantado la bandera de la democracia
apoyaban las dictaduras y se demostraba que quienes habían levantado la
bandera roja del socialismo eran sanguinarios carceleros de pueblos y
naciones. En los años ochenta del siglo XX las ideologías universalistas
estaban agotadas. La riqueza del Tercer Mundo redundaba en las sociedades
de los países ricos, por la transferencia de la deuda de los países pobres
a los ricos y por el intercambio desigual de mercancías, por ello, la
mayoría social de los países ricos no precisaba ningún discurso universal
redentor y podían mirar para otro lado cuando sus gobiernos democráticos
apoyaban a siniestras dictaduras en el Tercer Mundo. En la URSS, el
régimen perdía apoyo popular ante el atraso económico respecto de
Occidente por eso la dirigencia soviética tuvo que recurrir, cada vez más,
a la represión para mantenerse en el poder.
Existía,
pues, un agotamiento ideológico mundial. Lo que sostenía a Occidente era
su alto estatus económico, pero en la URSS la economía se había articulado
no en base al desarrollo de las
fuerzas productivas en
interés de la sociedad sino en base a la paranoia de la defensa militar.
El abandono de las necesidades de la sociedad como eje central del
desarrollo económico generó una economía sumergida que era la que regía la
demanda interna, y una nueva clase social surgida de las camarillas de
burócratas bien situados en el aparato del Estado eran sus beneficiarios.
Eso llevó a que esa misma clase de funcionarios aspirara a un Estado
político en el que sus intereses fueran legales. Y paradójicamente, la
patria donde se había levantado un sistema social inspirado en el
marxismo, veía como se cumplía uno de los principios con los que Marx
había fundamentado sus tesis de los cambios históricos: “la
contradicción que en un momento histórico determinado se produce entre la
necesidad social del desarrollo de las fuerzas productivas y las
relaciones de producción obsoletas existentes para propiciar ese
desarrollo”, contradicción que había dado el triunfo a la burguesía
frente al Antiguo Régimen en el siglo XIX y que daba ahora el triunfo a la
nueva burguesía rusa frente al anquilosado régimen soviético. Todo se
juntó, y en 1989 explotó el sistema soviético, afortunadamente de manera
incruenta, los países del Este Europeo se independizaron de la tutela
odiosa de Rusia y este país entró en la última década del siglo en un
proceso de disgregación social y política.
“A
China solo le puede salvar el socialismo” era el eslogan del Partido
Comunista de China (PCCh) en su lucha contra la ocupación japonesa y en la
posterior guerra civil librada contra las fuerzas del Koumitang, frase que
se hizo realidad cuando Mao Zedong proclamó en 1949 en Pekín la fundación
de la República Popular de China, con la frase, ¡China se ha puesto en
pie!
“Solo
China puede salvar el socialismo” fue el eslogan al que se aferraron
los dirigentes del PCCh ante el retroceso mundial del denominado
“socialismo real” iniciado con la caída del “muro de Berlín” en 1989.
Entre
ambas fechas que coinciden con el período de la Guerra Fría, China vivió
aislada del mundo, no era algo nuevo, pues, hasta la ocupación
semicolonial británica y la posterior ocupación japonesa, China el país
más populoso y avanzado hasta el siglo XVII de nuestra era, había creído
que fuera de sus fronteras solo existían bárbaros y que China unía todo lo
que había de importante bajo el cielo. En el periodo de la Guerra Fría en
el que la construcción del socialismo a escala planetaria se fundamentaba
en la progresiva desconexión económica de países del sistema capitalista,
la tradición histórica de China encajaba bien en ese modelo. Pero la caída
de la URSS y los disturbios de la plaza de Tian'anmen fueron lecciones que
los dirigentes Chinos aprendieron rápido, comprendieron que los tiempos
estaban cambiando y que había que “avanzar al paso del tiempo”. El
proceso de reforma y apertura iniciado por Deng Xiaoping en 1979 pasó a
una fase acelerada impulsado por la política económica de "economía
socialista y de mercado", socialista para los campesinos y socialista y
capitalista en las zonas industriales específicas de la costa oriental de
China para el desarrollo económico; por otra parte, la política de un
"país con dos sistemas” permitió la incorporación de Macao y Hong Kong a
la soberanía China respetando sus modelos políticos y administrativos.
China comenzó a crecer económicamente como ningún país lo había hecho
nunca desde la revolución industrial y cientos de millones de personas
comenzaron a salir del atraso y la miseria. El PCCh sorteo la crisis
ideológica desarrollando el aspecto nacionalista de su ideario, dejando
para otro tiempo histórico el objetivo comunista de la redención del
género humano bajo la premisa de que cada nación sin injerencias externas
encontraría su camino de desarrollo y prosperidad.
La última
década del siglo XX supuso el final de las ideologías universales tal y
como las concibieron en su praxis los teóricos liberales y socialistas del
siglo XIX, “la práctica, único criterio científico e histórico de verdad”
proclamado por Marx, así lo atestiguaba. Al mismo tiempo, en muchos de los
países del Tercer Mundo, sus habitantes veían como las ideologías
políticas universalistas en las que se habían apoyado los dirigentes de
los movimientos independentistas, una vez éstos en el gobierno, no habían
sido capaces, en su recorrido histórico desde la independencia hasta el
final del siglo XX, de propiciar un desarrollo económico de las economías
nacionales favorable a la mayoría de la población. El término de “países
en vías de desarrollo” utilizado para definir a los países pobres, se
desveló como un eufemismo sin contenido real, porque los pobres cada vez
eran más pobres, y nadie sabía cuanto tiempo era necesario para culminar
el desarrollo prometido. Las economías de esos países seguían
sustentándose básicamente en ser suministradores de materias primas de los
países ricos, y el declive de las economías agrarias de autoconsumo para
rentabilizar los espacios agrarios a su vez expulsaban a millones de
campesinos a la periferia de las ciudades conformando grandes
aglomeraciones en asentamientos humanos carentes de las infraestructuras
básicas como alcantarillados, luz y agua potable; hábitats donde la
subsistencia se aseguraba a través del desarrollo de un
sector económico informal
desligado de las actividades productivas. Al final del siglo XX,
los pobres del planeta quedaron, pues, huérfanos de la teoría científica
transformadora y revolucionaria por la cual todo el género humano debía
beneficiarse por igual de los avances técnicos, científicos, sanitarios y
educativos, así como de los recursos energéticos y alimentarios.
Y, tal
vez por ello, en esa década del final del siglo XX, cuando la esperanza
transformadora universal se ha agotado, es cuando se comienzan a gestar
los grandes movimientos migratorios de los países pobres a los países
ricos. Las fronteras de las naciones que constituían el mosaico de los
países pobres, y por las que arduamente se había luchado por su
independencia y por el desarrollo económico, eran percibidas por gran
parte de sus habitantes como prisiones de miseria y éstos, comenzaron a
asaltar la fortaleza de los países ricos, arriesgando en ello su vida,
cruzando desiertos a pie, océanos en barcazas de pesca. Los que conseguían
atravesar sus murallas, veían que la tierra prometida no era tal y caían
en redes de explotación de jornadas intensas de trabajo por escasos
salarios, pero esta explotación era considerada, por muchos, como un mal
menor ante la desesperanza de pensar, que en su país de origen, nunca
tendrían un porvenir mejor.
3. El final de los imperialismos
Agotadas,
pues, tanto política como ideológicamente las fuerzas que pretendieron ser
transformadoras de la historia, los países ricos, podían proyectar sin
resistencia su acción dominadora al resto del mundo. El “pensamiento de la
desigualdad universal”, vencedor en los países ricos, se edulcoraba con un
ropaje en el que parecía justo que los triunfadores se beneficiaran de su
buen hacer, mientras que, los pobres del mundo recogían los frutos de su
incompetencia. Incluso se podía manifestar la bondad de los triunfadores
con los fracasados en las “ayudas al desarrollo” y, por otra parte, EEUU
sin oponente militar, por defunción del adversario, podía proclamar que la
batalla estaba ganada. Era el momento de lanzarse a regir los destinos del
Mundo desde la nación que se había constituido en el Centro del sistema
político y económico mundial: Estados Unidos.
Con el
comienzo del siglo XXI entró en el gobierno de EEUU el partido republicano
con George W. Bush como presidente. Los nuevos estrategas de la Casa
Blanca aspiraban a instaurar un nuevo orden mundial basado en el liderazgo
inequívoco de EEUU ante el desorden en el que había quedado el mundo al
finalizar la Guerra Fría. Tras el atentado terrorista contra las torres
gemelas de Nueva York el 11S del 2001, todo se desarrolló como si de un
guión escrito se tratara. El gobierno de Estados Unidos diseñó un Plan
mundial por el que se magnificaba la amenaza terrorista, con ello, se
tenía el pretexto para recortar libertades y formular la política del
ataque preventivo, “atacar para evitar se atacado”. El primer objetivo fue
Afganistán bastión del fundamentalismo islámico. Se derrocó al gobierno de
los talibanes, al mundo le pareció bien y el nuevo gobierno de ese país
tuvo la bendición de la ONU. Eso animó a los estrategas de EEUU a seguir
adelante en su política de instaurar un mundo unipolar bajo la égida de
Estados Unidos, para ello, existían dos organizaciones de relevancia
mundial que debían ser relegadas, la más importante: la ONU, surgida tras
la Segunda Guerra Mundial como equilibrio de potencias que ya no existían
y la segunda en importancia: la OPEP, cártel petrolero que EEUU no
controlaba y, por lo tanto, no podía decidir sobre los volúmenes de
extracción y como consecuencia sobre el precio del crudo. La invasión de
Irak montada sobre la mentira de que el régimen iraquí tenía armas de
destrucción masiva para su uso contra EEUU o sus aliados, servía al
propósito de la guerra preventiva, así como para crear una alianza de
países que funcionarían dejando de lado a la ONU y bajo la dirección de
Estados Unidos. El éxito de esa guerra garantizaba el éxito de esa nueva
alianza de naciones, y también, la ruptura del monopolio de la OPEP, pues
la nueva alianza tendría a su disposición una parte importante de las
reservas mundiales de petróleo.
La
invasión fue todo un éxito, mas cuando parecía inevitable que este plan
funcionara, comenzó poco a poco a desmoronarse. Francia y Alemania,
encasilladas por la administración de EEUU como países de la vieja Europa
que pertenecían ya a un orden mundial pasado, se resistieron a aceptar de
buen grado la nueva política de hechos consumados de EEUU, la mayoría de
los países musulmanes también veían con recelo que Occidente incrementase
su poder en la zona, pero por encima de estas objeciones a la invasión, lo
que hizo inviable la misma, fue la constatación como una verdad histórica
inconmovible: “que la época histórica de los Imperios coloniales con
presencia militar y administración del invasor en territorio ocupado había
pasado”. Las guerras de independencia contra los últimos imperios
coloniales francés y británico estaban aun calientes en la memoria de
quienes habían luchado contra ellos. No importaba que esta vez la
ideología que encabezaba la resistencia no estuviera inspirada en
principios laicos, sino religiosos, el resultado era el mismo, una fiera
resistencia al invasor. Como en Vietnam el guión parecía también escrito,
la ocupación se ganaba pero la guerra se perdía. Los países que apoyaron a
EEUU en la invasión fueron abandonando poco a poco la coalición. La
revelación al mundo de la mentira de las armas de destrucción masiva y los
crueles métodos del invasor utilizados contra la resistencia
desacreditaron mundialmente a EEUU. Los estrategas de EEUU y sus aliados
se dieron cuenta tarde de que habían subestimado las lecciones de su
propia experiencia histórica y la de otras potencias coloniales donde se
demostraba que la fortaleza de las naciones descansa en última instancia
en la conciencia nacional de las personas que las pueblan, y por ello, la
descolonización no era reversible históricamente y tampoco era posible que
sus propias sociedades aceptaran con indiferencia el horror de la tortura
y de los campos de concentración como el de Guantánamo.
Este
intento y fracaso de EEUU de cambiar el estatus mundial por la fuerza de
las armas, revelaba también que ni el final político del socialismo
soviético y el fracaso de las grandes ideologías socialistas universales
surgidas en el siglo XIX, era suficiente para transgredir determinados
valores alcanzados por la mayoría de las sociedades del mundo desde que
alumbrara la Ilustración en el siglo XVIII. Esos valores tenían que ver
con la asunción colectiva de las “soberanías nacionales” como marco de
decisión política de las sociedades respectivas, y ante las cuales, las
ambiciones imperialistas sucumbían. El imperialismo como método de
expansión militar en los principios del siglo XXI, tras la guerra de Irak,
había muerto, pero no solo había muerto el imperialismo militar de EEUU
sino todos los imperialismos, porque cualquier experiencia similar estaba
de antemano condenada ya a su derrota. Y También quedaba obsoleto el
concepto de guerra ofensiva como método expansionista, porque el triunfo
militar relámpago de la ocupación ya no garantizaba, a la postre, el éxito
de la contienda en la guerra prolongada y además, producía la pérdida de
la influencia política del agresor.
Tras el
hundimiento del imperio soviético y el fracasado intento expansionista del
imperialismo americano en Irak, el final de los imperialismos con dominio
militar había llegado históricamente a su fin. No obstante, los cambios
históricos no suelen ser percibidos a veces por las sociedades y
dirigentes políticos y en Estados Unidos, seguían existiendo fuerzas
políticas y económicas que continuaban apostando por hacer valer su
hegemonía militar al resto del mundo, pero también existían fuerzas que
habían comprendido que ese camino solamente traería un gran sufrimiento de
varias y prolongadas guerras a la vez, en distintas partes del mundo, para
las que su sociedad ni su economía estaba preparada. A la postre, esa
estrategia militar aceleraría su declive como potencia y por ello, estos
sectores políticos de EEUU apostaban por iniciar una etapa en la que el
país debiera tratar de consolidar su supremacía mundial a través del
desarrollo de un poder blando basado en el respeto y el diálogo con las
naciones y revitalizando coherentemente los valores universales de la
democracia liberal, acabando con los campos de concentración, con la
institucionalización de la tortura y dejando de promover golpes de Estado
contra sistemas democráticos. Estas dos opciones se enfrentaron en las
elecciones presidenciales de EEUU en el 2008, y la ciudadanía apostó por
un presidente que basaba su discurso en una política de diálogo y
entendimiento con el resto de los países del mundo, pero EEUU es una
nación que debe su prosperidad en gran medida al sometimiento de otras
naciones a sus intereses y, por ello, su acomodación a los nuevos tiempos
no va depender del discurso de las campaña electorales sino solo puede ser
fruto del empuje de otras naciones en el escenario internacional, cuestión
que llevará su tiempo.
4. Hacia un nuevo paradigma emancipador universal
Una nueva
realidad política parece, pues, que comienza a abrirse camino con el final
de la hegemonía mundial Occidental: la formación de un mundo multipolar,
donde los nuevos polos geopolíticos emergentes estarían de acuerdo en las
relaciones entre iguales, es decir, sin ambiciones imperialistas como
superación de las dramáticas experiencias históricas vividas, como fue en
China la larga guerra contra la ocupación japonesa, en los países
latinoamericanos el largo período de subordinación política a su vecino
del norte y el azote de los golpes de Estado, o en el caso de Rusia, por
la amarga experiencia del Imperio Soviético que le arrastró al caos como
nación en la última década del siglo XX. Por otra parte, los países que no
son “polo” también están interesados en que se desarrolle un mundo
multipolar porque les permite establecer sus relaciones internacionales
preferentes en libre competencia, en lugar de depender exclusivamente de
Occidente.
En este
emergente escenario mundial tras el fracaso en la práctica de las
ideologías universalistas
liberal y
socialista al que
contribuyeron las dos grandes potencias que las instrumentalizaron en su
propio beneficio, EEUU y la extinta URSS ¿Cabe pensar que el proyecto de
una humanidad regida por los valores de
libertad,igualdad
y fraternidad son
una utopía? ¿Cabe pensar que el género humano se ha detenido en su afán
por transformar la sociedad en la búsqueda de esos valores comunes a todas
las ideologías, sean liberales o socialistas, nacidas de los ideales de la
Ilustración, por las que la humanidad creyó que la
felicidad social en la tierra era posible? Si la humanidad
aceptó con resignación durante milenios que la Tierra era un valle de
lágrimas y que solo en otro mundo metafísico dejaría de serlo ¿Se ha
vuelto de nuevo a esa situación del pensamiento universal? Cabe pensar que
no, y cabe hacerlo, porque tras un recorrido histórico de doscientos años
de lucha por esos ideales, la voluntad transformadora sigue vigente y la
resignación pertenece ya al oscurantismo de otra civilización que fue
sepultada en el siglo de las
luces y cabe también pensar
que no, porque los desheredados de la tierra quieren salir de su situación
de pobreza y la humanidad se enfrenta a problemas como el cambio
climático, la malnutrición, las enfermedades y el analfabetismo, problemas
que necesitan de soluciones globales.
Lo que ha
fracasado, no son, pues, esos grandes ideales, sino el camino trazado por
los teóricos del liberalismo
y socialismo
del siglo XIX. El recorrido histórico ha desbrozado lo
verdadero de lo falso. Lo falso ha sido que la verdad de unos no se puede
imponer por la fuerza a otros, pretexto bajo el que actuaron los imperios
coloniales europeos, el imperialismo de EEUU y el de la antigua URSS. Lo
verdadero es que el género humano ha extraído de ese camino de dolor, la
experiencia de que solo es posible avanzar desde el diálogo, el respeto y
el entendimiento entre el mosaico de naciones surgidas desde el siglo
XVIII tras un doloroso parto de guerras y lo verdadero es también que el
ritmo de los cambios políticos y sociales lo deben marcar los propios
ciudadanos de cada nación.
Después
de dos siglos se ha dado con el método pacífico y científico de cambio. El
poder transformador ya no nace de la punta del fusil sino del respeto
entre naciones y de la democracia interna en cada una de ellas. Pero el
método no significa el cambio, sino las bases para fundamentar el cambio.
Lo que hará que el cambio se ponga en marcha es la necesidad de las
naciones en colaborar para afrontar los graves problemas que tiene la
humanidad. No obstante, si bien el marco de las naciones es la base sobre
la que deben fundamentarse las transformaciones mundiales, el enemigo
número uno para llevar adelante esas transformaciones, paradójicamente, es
la concepción retrógrada de exaltación de la competencia entre naciones.
Durante los siglos XIX y XX la competencia entre imperios y naciones se
justificaba porque ante todo, lo que debía prevalecer era el bienestar de
cada nación sobre el resto. Se trataba de sacar beneficio unilateral y
ello llevaba al enfrentamiento, ese modelo vigente en la conciencia de la
mayoría de las sociedades de muchas naciones, principalmente de las que
fueron antiguos imperios coloniales, sigue siendo una de las herencias
negativas del proceso de fundación de las naciones. El objetivo de las
naciones debe ser su desaparición por superación de las fronteras, al
entender que en la colaboración hay más beneficio que en la competencia
siendo las propias naciones quienes vayan determinando los ritmos de
integración en las relaciones políticas y económicas.
Es
evidente que las sociedades más enrocadas en el paradigma de confrontación
entre naciones, en lugar del entendimiento, son aquellas en las cuales su
grado de bienestar ha alcanzado un alto desarrollo, pues entienden que los
postulados políticos universales pueden perjudicar su estatus. Serán pues
los países o regiones del mundo más poblados y emergentes económica y
políticamente los más interesados en un proceso integrador. No obstante,
el posible avance en un proceso de entendimiento entre naciones a escala
mundial dependerá de las naciones que tienen más poder económico y
capacidad de decisión para implementar políticas globales por su peso
económico y demográfico. En el actual momento histórico, corresponde ese
papel de liderazgo a EEUU y a China en primer lugar y, en un segundo
plano, a los países emergentes: Brasil, Rusia, India, seguidos del resto
de países emergentes. Por ello, el proceso de integración política y
económica mundial vendrá determinado en gran medida por la relación entre
Occidente y Oriente.
Las
relaciones políticas que mantienen los países del mundo con China, se
pueden dividir en dos grandes apartados. En el primero estarían los países
Occidentales o países ricos, y en el segundo, los países pobres y países
emergentes entre los que destacan por su importancia Brasil, Rusia e
India. La relación de Occidente con China, es una relación de amor, odio,
una relación que ha venido a denominarse para China en la política de
“golpe y contacto”. Occidente se ha beneficiado en los últimos años de los
productos de exportación baratos de China y en la presente crisis
económica espera beneficiarse de la reactivación interna de China. Pero
este interés es contradictorio, pues, si bien Occidente desea que China se
reactive económicamente para beneficiarse de su crecimiento también teme
las consecuencias políticas que implica un mayor peso económico y político
de China en la esfera internacional. A diferencia, de este bloque de
países, la relación de los países del Tercer Mundo y países emergentes con
China es diferente. Su relación se basa únicamente en la política de
“contacto”, pues, China constituye una alternativa de oportunidades
económicas frente a la dependencia que han tenido y tienen del consumismo
de los países ricos y no temen la influencia política China, pues esta
nación secularmente ha basado sus relaciones con otras naciones en el
respeto de los asuntos políticos internos de cada país. La manera de
desacreditar a China que tienen los países occidentales en la esfera
internacional es proclamando su sistema político democrático como el más
evolucionado de la historia de la humanidad por estar basado en la libre
pluralidad política. Este mensaje tiene una verdad y una mentira, la
verdad es que la libertad de asociación política constituye un estadio
superior de la democracia y la mentira, es que las democracias
occidentales tienen sobre sus espaldas una negra historia de injerencia en
otros países de guerras y de apoyo a golpistas, consecuencia y herencia
política y cultural de su pasado colonial e imperialista, por eso los
países pobres desconfían de los países ricos, particularmente de EEUU.
El
sistema político vigente en China se basa en el sistema de partidos del
Frente Único liderados por el PCCh que dio lugar a la fundación en 1949 de
la actual Republica Popular en la parte continental de China, de la que
quedó excluido el Kuomitang por la confrontación militar entre ambos
bandos, quedando este partido recluido en la isla de Taiwán. Los treinta
años de reforma y apertura en China han sido un gran paso adelante en
materia de avances económicos, sociales y desarrollo legislativo para
conformarse como un Estado de derecho, pero la pregunta que cabe hacerse
es: si China, ante la necesidad cada vez más imperiosa de la humanidad por
avanzar en la construcción de un mundo multipolar basado en la democracia
y la justicia social mundial, entenderá que el principio de Deng Xiaoping
de “caminar al paso del tiempo” deberá traer un cambio cualitativo
interno desde la perspectiva de la política de Reforma y Apertura.
El gobierno de EEUU debido a sus intereses creados como
potencia imperial, se debate en la ambivalencia de anteponer en las
relaciones con otros países, la fuerza y la injerencia para conseguir su
prevalencia como potencia militar, o el abandono de está política
arrogante en favor de una política de diálogo entre iguales con el resto
de países del mundo. El gobierno de China en su política de
reforma y apertura
se basa en el principio de caminar hacia una mayor democratización y
desarrollo legislativo de los derechos de la persona pero asegurando en
todo momento un poder fuerte del Estado que de estabilidad al proceso de
reformas. Sería deseable, que desde tradiciones distintas China y EEUU
pudieran caminar hacia objetivos comunes, en la conformación de un mundo
basado en la paz, el respeto entre naciones y el pluralismo político que
posibilite un cambio cualitativo con el resto de naciones del mundo hacia
un estadio superior político de gobierno mundial.
No
obstante, el liderazgo del proceso integrador entre naciones no va a
depender solamente de la fortaleza económica, sino también de la
emergencia política en el pensamiento y proyectos integradores de las
naciones comprometidas con ese ideario. En la historia hay ejemplos de
naciones que se han convertido en potencias transformadoras principalmente
por su emergencia mundial en el pensamiento político, como lo fue EEUU
tras su declaración de independencia en 1776, que determinó la marcha de
un pensamiento político que favorecería la independencia del resto de
países en América y las revoluciones liberales en Europa, sin que en ese
momento histórico EEUU tuviera como nación relevancia geopolítica.
En
América Latina desde el comienzo del siglo XXI está surgiendo un nuevo
pensamiento político basado en la integración de las naciones y de
desarrollo democrático con inclusión social, si bien en su vertiente
económica el proceso de unificación está más retrasado que en la Unión
Europea (UE), la profundidad y el alcance del ideario político universal
que mueve la integración es mayor. En cambio en la UE se evidencia una
creciente incapacidad para articularse como una realidad política única
debido a la desconfianza de la mayoría de la ciudadanía por el proyecto
político europeo y por su rechazo a cualquier ideario universalista que se
manifiesta en su recelo ante los inmigrantes extracomunitarios, por lo que
la UE a pesar de ser la cuna de las grandes ideologías universales ha
entrado en una fase de decadencia histórica en el pensamiento
transformador.
El sujeto
trasformador mundial en favor del conjunto de la humanidad está, pues, en
las naciones que lideran los procesos de integración regional, que son las
que buscan las ventajas en el entendimiento y no en la competencia y en
las sociedades que apuestan por la democracia y por formar parte de un
conjunto de naciones en un nivel superior de relaciones, no para competir
entre bloques sino para colaborar a favor del bienestar y la libertad del
género humano. Estos son los grandes postulados que pueden redimir al
género humano de las guerras, de las armas atómicas, el racismo y la
xenofobia y que pueden propiciar la colaboración necesaria para enfrentar
con garantía de éxito los graves problemas medioambientales y la pobreza
en el mundo.
5. La crisis del modelo económico mundial vigente a comienzos del siglo
XXI
El
capitalismo ha tenido en los últimos ciento cincuenta años cuatro grandes
crisis globales, las de 1873, 1929, 1973 y la presente crisis iniciada el
2008. El resto de las crisis, aunque han sido importantes, no han tenido
carácter global sino que han afectado a sectores industriales o diferentes
zonas del mundo. En la segunda mitad del siglo XIX, el capitalismo estaba
en su fase imperialista. La salida de la larga depresión iniciada con la
crisis de 1873 llevó a las potencias económicas al proteccionismo,
propiciando el mismo que el desarrollo de las
fuerzas productivasse realizara expandiendo cada potencia su
área de influencia geopolítica lo que llevaría a su confrontación en la
Primera Guerra Mundial. Tras la misma, comenzó una etapa en la que se
pretendió limitar el proteccionismo, pero la crisis de 1929 derivó en otra
profunda depresión y en una vuelta al proteccionismo y de nuevo se volvió
a la lucha por la ampliación de las áreas influencia geopolíticas que
traería otra vez la confrontación militar y llevaría en esa ocasión a
Japón a ocupar gran parte de China y a Alemania a invadir casi toda Europa
y gran parte de Rusia. Tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial del
imperio nazi y del imperio del Sol Naciente, se aceleró el proceso
histórico de emancipación colonial y el mundo político económico se
dividió en dos doctrinas económicas. Por una parte, el mundo capitalista
bajo la hegemonía de EEUU, con una economía de mercado pero en la que los
Estados controlaban los sectores económicos estratégicos, como energía,
comunicaciones y algunas grandes industrias y, por otra parte, aquellos
países denominados de “socialismo real” que basaron su sistema económico
en la propiedad de los medios de producción por el Estado y en la
“desconexión” geopolítica del mundo capitalista, representados
principalmente por la URSS y China,
La crisis
de 1973 puso en entredicho estos modelos económicos mundiales conformados
tras la Segunda Guerra Mundial. En el mundo Occidental a finales de los
años setenta se dio un paso adelante en la globalización económica con la
implementación del denominado modelo neoliberal. Se privatizaron gran
parte de los sectores económicos estatalizados durante el período de la
posguerra, se fomentó el libre comercio y la globalización del sistema
financiero en manos privadas. En China se inició a finales de la década de
los setenta el proceso de “reforma y apertura” que terminaría tras su
ingreso en la OMC con el modelo de “desconexión” económica del mundo
capitalista de la época de la guerra fría. En la URSS, el inmovilismo de
las fuerzas contrarias a la apertura económica supuso un freno al
desarrollo de las fuerzas
productivas en el ámbito
soviético, lo que contribuyó a crear una potente economía sumergida de
bienes de consumo liderada por nuevas clases sociales que representaban el
desarrollo económico, y que acabarían en 1989 con el burocrático sistema
soviético. Será, pues, a partir de 1989, cuando toma cuerpo verdaderamente
la globalización de la economía mundial. Desde esa fecha el modelo
neoliberal, sustentado en el consumo de los países ricos, hizo crecer
velozmente la economía mundial y permitió que algunos países pobres se
beneficiaran de esa expansión, particularmente China que se convirtió en
la fábrica del mundo al inundar el mercado con productos basados en una
mano de obra barata, creciendo durante dos décadas su PIB en torno al 10%
anual.
No
obstante, la incidencia que el modelo económico neoliberal tuvo en la
mayoría de los países pobres fue negativa. Muchos países pobres para
impulsar el desarrollo económico habían adquirido préstamos de los
organismos financieros internacionales o directamente de los países ricos
con bajo interés, pero esta situación cambio radicalmente tras la crisis
de 1973. Las características estanflacionarias de esta crisis, creada por
la emisión abusiva de dólares de EEUU durante los años sesenta y setenta
del siglo XX para financiar la guerra de Vietnam, llevó a los países
acreedores a elevar el tipo de interés, encadenando a los países pobres al
incremento continuado del “servicio de la deuda” a pagar a los países
ricos, con la que éstos, amortizaron la inflación derivada de los gastos
sobredimensionados de EEUU.
Los
países pobres, endeudados por el pago abusivo de los intereses de la
deuda, recurrieron a la expoliación de las materias primas destinadas a
satisfacer la demanda de la sociedad de consumo de los países ricos; ello
traería consigo un proceso acelerado de explotación de la tierra en los
países pobres acabando, en gran medida, con las economías de autoconsumo,
lo que acompañado de un fuerte crecimiento demográfico derivó, en estos
países, en un rápido éxodo del campo a la ciudad, produciéndose un
desordenado crecimiento urbano que ha provocado grandes problemas de
asentamientos humanos al carecer los mismos de infraestructuras básicas
como agua potable, alcantarillados y redes de transporte.
Por otra
parte, las relaciones económicas entre países pobres y ricos han venido
determinadas por la concentración de la demanda económica mundial en los
países ricos, que en la primera década del siglo XXI con menos de un
tercio de la población mundial acaparaban más de dos tercios del consumo
mundial, con lo cual, los procesos productivos globales se articulan para
esta demanda. La ventaja histórica de dos siglos en la industrialización
les ha permitido a los países ricos obtener el liderazgo en materia de
innovación y productividad técnica en los procesos de producción,
disponiendo de una ventaja comparativa en el intercambio comercial de
productos tecnológicos por materias primas, ventaja que solamente pueden
acortar los países pobres con una productividad económica basada en
salarios bajos, produciéndose un intercambio comercial desigual favorable
a los países industrializados. Esta desfavorable relación comercial para
los países pobres ha hecho, pues, más ricos a los países ricos, dejando de
lado las necesidades más perentorias de la mayoría de la humanidad.
La
concentración histórica de la demanda solvente en los países desarrollados
y su ventaja histórica en la industrialización ha desembocado en un modelo
de crecimiento consumista favorecido en los últimos años por el modelo de
crecimiento neoliberal basada en el consumo privado, hasta que este modelo
ha entrado en crisis en el año 2008 propiciado por las contradicciones
propias de la economía sustentada básicamente en el mercado.
La
optimización continua de los productos y de los procesos de producción
permite producir a menor coste y en una economía de libre mercado para
mantener la ventaja de la competitividad también disminuye el precio del
producto en cuestión. El empresario productor, en cada optimización
productiva, tiene que vender más productos para asegurar los mismos
beneficios lo que obliga a acortar el ciclo de renovación del consumo,
pero llega un momento que ello no es suficiente pues, por ejemplo, si el
empresario produce ordenadores éstos no pueden estar renovándose cada mes
para mantener la tasa de ganancia y se necesita ampliar y diversificar la
oferta de bienes y servicios. Para ello deberán crearse nuevas necesidades
subjetivas a través de la publicidad orientadas a quienes detentan la
demanda solvente, de tal manera que se generará la necesidad en el
consumidor de pasar, por ejemplo, de tener un televisor a tener dos, lo
mismo pasaría con un segundo coche, una segunda residencia, nuevas
vacaciones, y ello solo es posible con el crédito.
El
sistema financiero privado desempeña un papel fundamental en este modelo
de crecimiento a través de la concesión de créditos al consumidor. La
banca para mantener su actividad de negocio precisa del creciente
endeudamiento de los consumidores a través del crédito, pero ese
endeudamiento tiene un límite, que viene determinado por la creciente
deuda de los consumidores que limita la capacidad de comprar más bienes y
servicios. El sistema financiero no puede sustraerse a la economía real,
pues el dinero que el financiero presta (tal y como explicó Marx), no es
sino un adelanto de futuro de la parte de la ganancia que el empresario
obtendrá de la venta de sus productos o servicios, de tal manera que el
sistema financiero, se retroalimenta de ese crecimiento futuro, hasta que
llega el momento en que se produce la crisis de sobreproducción, es decir,
la capacidad de producción supera la capacidad del gasto a través del
endeudamiento, lo que repercute en una disminución de la producción,
aumenta el paro y como consecuencia también la morosidad por impagos a la
que tienen que hacer frente los bancos.
Esta
dinámica productiva, consustancial al liberalismo económico, no es nueva,
en realidad es la causante de las crisis más importantes de este modelo de
capitalismo en 1873 y 1929. Pero tanto la crisis de 1873 como la de 1929,
tuvieron una respuesta proteccionista por parte de las potencias
económicas que les llevó a una expansión en áreas de influencia político
económicas y que propició las dos guerras mundiales. Esa respuesta a la
crisis iniciada en 1873 y que llevaría al enfrentamiento entre potencias
en la Primera Guerra Mundial, llevó al teórico del socialismo Lenin a
considerar que el imperialismo y su disputa por las áreas de influencia
geoeconómicas era la fase superior del capitalismo, cuestión que la nueva
disputa por las áreas de influencia tras la crisis de 1929 y que dio lugar
a la Segunda Guerra Mundial parecía darle la razón. Sin embargo, la
historia ha demostrado que ese estadio de lucha interimperialista de
desarrollo del capitalismo era solamente una fase intermedia y que el
capitalismo llega a su fase superior de desarrollo cuando las
relaciones de producción
se interconectan fuertemente a escala planetaria, es decir, cuando
las relaciones de producción
se vuelven irreversiblemente globales y ya no es posible
implementar medidas proteccionistas territoriales como salida a la crisis.
Solamente a partir de finales del siglo XX, tras el desplome de la URSS,
la incorporación de China a la OMC y la globalización de las finanzas
mundiales se puede decir que el desarrollo de las fuerzas productivas
mundiales articuladas bajo
el sistema económico neoliberal ha llegado al estadio de la
economía mundo
donde no es posible retornar al proteccionismo.
En este
contexto, la crisis iniciada en el 2008, es una crisis con características
especiales: 1º- porque es una crisis global del capitalismo en la fase
superior de su desarrollo; 2º- porque la crisis se ha generado en los
centros más poderosos de la economía mundial y lo ha hecho a su vez en el
corazón que rige el sistema económico global, el sistema financiero, y 3º-
porque es una crisis para la cual debido a las profundas interconexiones
económicas no caben soluciones parciales proteccionistas.
La crisis
hipotecaria en el mundo occidental como factor detonante de la crisis
mundial representa el fracaso del modelo neoliberal de crecimiento
económico, sustentado básicamente en los sectores sociales con fuerte
poder adquisitivo de los países ricos y estimulado en base a la
especulación crediticia. Está especulación se fundamentó en un mercado de
futuros que se creía ilimitado. Los créditos hipotecarios se concedían no
tanto por la solvencia personal de los hipotecados, sino porque la
supuesta revalorización futura del inmueble hipotecado compensaría la
posible insolvencia del adjudicatario del crédito. En base a esta
especulación financiera los defensores del neoliberalismo creían que se
había encontrado por elevación del consumismo la fórmula para evitar la
crisis de subconsumo pero la realidad de la crisis vino a demostrar que
había un umbral al desarrollo económico basado fundamentalmente en la
demanda solvente de unos cientos de millones de personas de los países
ricos.
La crisis
financiera ha sido, pues, el resultado de la contradicción entre el
creciente endeudamiento de los consumidores que limitaba progresivamente
su poder adquisitivo para adquirir nuevos bienes y servicios y la
necesidad del sistema financiero de seguir prestando para obtener réditos.
Hasta que se llegó a un punto en que la insolvencia generalizada de los
consumidores ha provocado la desvalorización de los inmuebles. La
segmentación de la banca privada a nivel mundial en multitud de bancos, el
oscurantismo en sus cuentas y su competencia desleal, llevó a crear una
ficción de futuros tal que cada uno de los bancos, en un acto de fe en el
sistema neoliberal, llegaron a creerse tal ficción de una revalorización
indefinida de sus activos, y se fueron endeudando unos con otros, a tipos
de interés que esperaban compensarlos sobradamente con la revalorización
de los inmuebles hipotecados. Pero la quiebra inmobiliaria acabó con las
plusvalías esperadas a futuro y los bancos se encontraron con las deudas
contraídas y sin posibilidad de encontrar recursos para amortizarlas.
De esta
manera, las finanzas de los países ricos pasaron a estar globalmente
apalancadas, es decir, los vencimientos de los pagarés de sus deudas eran
superiores a sus ingresos y se tuvo que recurrir a través de los gobiernos
al dinero de los contribuyentes para evitar una bancarrota generalizada,
en lo que se ha denominado “planes de rescate”. Pero si bien estos
“planes” han evitado la bancarrota, no han podido evitar la recesión
económica y por lo tanto, tampoco se puede evitar que el nivel relativo de
apalancamiento se incremente en la medida en que desciende la actividad
económica, pues al no haber crecimiento económico real ni perspectivas
claras de que lo haya a futuro, los bancos no pueden detraer plusvalías
suficientes de valores presentes o futuros y por lo tanto, no pueden
reponer recursos, debiendo recurrir a medio plazo a la absorción de unos
bancos por otros para mantener la solvencia del grueso de las finanzas
mundiales.
Objetivamente el dinero de los planes de rescate ha servido para amortizar
la fracasada especulación financiera traducida en miles de viviendas sin
vender. Pero esa inversión de los Estados para evitar la quiebra bancaria,
ha restado recursos para implementar una demanda agregada pública y por lo
tanto, no ha tenido ningún beneficio social, y los Estados han tenido que
recurrir al endeudamiento para hacer frente a su gastos corrientes, lo
cual aumenta las posibilidades de un prolongado estancamiento o
crecimiento débil del consumo y del PIB en los países ricos que de ser
así, conllevará por un tiempo prolongado que las tasas de paro alcanzadas
en el primer año de la crisis se mantengan pues, en una economía de libre
mercado, la generación de nuevos empleos está relacionada con el
incremento progresivo del PIB debido a la optimización continua de la
productividad técnica que permite cíclicamente producir el mismo volumen
de bienes y servicios con menos horas de trabajo humano.
6. Encrucijada de intereses en la salida a la crisis económica mundial
Si la
crisis económica mundial iniciada en el 2008 afectara a una región o
sector, tendría un horizonte cíclico dentro del paradigma de crecimiento
económico neoliberal dominante, pero al ser una crisis financiera global
de los países desarrollados y producirse en la fase superior de desarrollo
capitalista mundial, sin que se pueda recurrir a medidas proteccionistas,
su salida no es previsible. La estrategia de los gobiernos de los países
ricos para salir de la crisis se basa en confiar en que sea la clase
financiera privada, la que de nuevo, pasado un tiempo, reactivará el
modelo consumista de los países ricos a través del crédito. Pero esta es
una estrategia, al igual que los planes de rescate, pensada ante todo para
salvaguardar los intereses de la oligarquía financiera mundial, con la fe
puesta en el credo neoliberal de que los mecanismos autorreguladores del
mercado traerán la reactivación. Pero, como ya se comentó anteriormente,
esta es un convicción sin base científica, ya que: 1. la recesión
económica disminuye las expectativas de futuros; 2. se ha pasado, entre
las distintas entidades financieras privadas, de un exceso de confianza a
una crisis de la misma motivada precisamente por esos excesos, lo que hace
que ningún gobierno conozca bien la situación de cada banco, ni los bancos
la conozcan entre ellos, lo que aumenta la desconfianza, y con ello,
disminuyen las posibilidades de reactivación.
La
estrategia de la clase financiera Occidental, de ganar tiempo para
rehacerse de su crisis, además de afectar negativamente a las clases
medias de los países ricos, tiene también una incidencia negativa en los
países en desarrollo que ven mermada su actividad productiva de
exportación al no reactivarse la demanda en los países ricos. Esta
situación está llevando a los países emergentes: Brasil, Rusia, India y
China (BRIC), a actuar con premura y a no esperar la reactivación de los
países ricos, orientándose éstos hacia un cambio de su modelo de
desarrollo económico de producción manufacturera y de exportación de
materias primas hacía los países ricos por otro que complemente el mismo,
con el desarrollo del consumo interno de bienes y servicios y el
fortalecimiento de las relaciones comerciales entre los propios países
emergentes.
Esta
estrategia económica de los países ricos basada en confiar en la clase
financiera privada para remontar la recesión seguirá determinando por un
tiempo la marcha de la crisis, pero esta clase social de financieros se ha
convertido en un lastre para el desarrollo de las
fuerzas productivas
mundiales, no solo, porque su insolvencia lastra la salida de la
crisis, sino porque el modelo de crecimiento económico basado en el
despilfarro de unos pocos es difícil que pueda reactivarse. Por ello esta
crisis mundial, a diferencia de las anteriores, pone en entredicho el
vigente modelo económico mundial regido por las potencias económicas del
Primer Mundo pues, en los países ricos no existen intereses económicos
(fuerzas objetivas) ni pensamiento político (fuerzas subjetivas) para
reorientar su modelo de crecimiento hacia otro basado en incorporar al
consumo de bienes y servicios a la población del Tercer Mundo, debiendo
ser desde la periferia del sistema económico mundial (países pobres y
emergentes) donde deberá surgir la iniciativa para liderar un cambio en
las relaciones de producción
entre países que favorezca el desarrollo de las
fuerzas productivas
mundiales.
De los
países emergentes, China es el país que está en mejores condiciones de
remontar la crisis económica en un corto plazo al no tener apalancamiento
financiero, ni intereses creados que puedan frenar la reactivación
económica, sino todo lo contrario, tiene sus finanzas saneadas y con una
gran reserva de recursos financieros siendo el principal acreedor de EEUU.
China ha conseguido sus reservas gracias al ahorro en dólares de los
ingresos por las ventas de sus productos destinadas a satisfacer, en los
años anteriores a la crisis, los mercados de los países ricos. Por otra
parte, dispone de una potente banca pública que le permite controlar los
procesos especulativos financieros. Y aunque va a sufrir durante un tiempo
indeterminado la crisis y reconversión de su industria exportadora debido
a la caída de la demanda de los países ricos, la estrategia económica
basada en la implementación de la
demanda agregada
interna a través de inversiones públicas, es probable, que en un corto
plazo de tiempo, tenga dos efectos positivos. Por una parte, ayudará a
aliviar la caída de las exportaciones por el retraimiento de la demanda
exterior y por otra, le permitirá crear infraestructuras que faciliten la
incorporación de millones de personas a lo bienes y servicios de consumo
privado, de esta forma se creará un nuevo paradigma económico de
fortalecimiento de la demanda interna, favoreciendo con ello una rápida
superación de la recesión económica. Este ritmo diferente para salir de la
crisis, rápida y cierta en China, y lenta e incierta en los países
desarrollados puede contribuir a que China se convierta en un polo
económico articulador de otras economías emergentes principalmente de
Latinoamérica y los países euroasiáticos.
El
creciente protagonismo que están adquiriendo los países emergentes en la
economía mundial les va a permitir liderarla hacia un nuevo orden
económico mundial, donde: 1. el dólar deje de ser hegemónico y se
implemente una nueva moneda de referencia mundial, en base a una cesta de
divisas, que asegure que las transacciones comerciales se realizan con
equidad y que el valor de los depósitos bancarios en divisas no dependan
de las fluctuaciones de la moneda de un solo país; 2. se reformen los
organismos financieros internacionales con un mayor protagonismo de los
países emergentes; 3. el grueso de las finanzas mundiales estén bajo la
influencia y control de los Estados para garantizar que el crédito fluya
en base a las necesidades más perentorias de las personas y no en función
de la ambición especulativa de una oligarquía de ejecutivos financieros
sin escrúpulos.
En esa
dirección, sería importante para los países emergentes no solo tener
respuestas para su desarrollo interno, sino estar preparados para liderar
propuestas que faciliten una mayor integración económica de los países en
vías de desarrollo, potenciando la inversión en infraestructuras a través
de la creación de bancos públicos regionales coordinados con los
organismos internacionales. Eso fue lo que el economista en jefe del Banco
Mundial (BM), Justin Lin, propuso, el día 9 de febrero del 2009, para
crear un Fondo Global de Recuperación de dos billones de dólares para
ayudar a los países de bajos ingresos a hacer frente a la actual crisis
financiera. El fondo propuesto, que según Lin concuerda con "el espíritu
del Plan Marshall para el desarrollo", ayudaría a las economías de bajos
ingresos a invertir en las áreas que constituyen cuellos de botella y a
lograr un crecimiento sostenido.
A la
crisis económica le falta recorrido en el tiempo para que, ante la
incapacidad de los países del ricos para promover el desarrollo de las
fuerzas productivasmundiales, los países emergentes y
sectores sociales de los países ricos cuestionen la estrategia de la
oligarquía financiera mundial para ganar tiempo e intentar reproducir el
modelo desarrollista y consumista de los países ricos. La economía global
se encuentra en una encrucijada histórica, como nunca lo estuvo antes y
los países emergentes pueden hacer que el vigente sistema capitalista
neoliberal dominante en el mundo pueda experimentar una profunda
transformación que traiga un modelo económico más humanizado orientado a
la satisfacción de las necesidades básicas de los pobres del mundo, así
como su acceso a los bienes de consumo, ello redundaría en beneficio de la
humanidad en general.
7. El desarrollo económico y los límites del crecimiento
Si la
ilustración inauguró una nueva civilización en el campo del pensamiento,
las innovaciones técnicas como la máquina de vapor y el motor de
combustión que permitían transformar el calor en trabajo productivo, lo
hizo en el campo de la producción de bienes y servicios. Hasta el siglo
XVIII de nuestra era, las únicas fuentes de energía susceptibles de ser
transformadas en trabajo habían sido, el esfuerzo, humano, el animal de
tiro y carga, los saltos de agua y la fuerza del viento aplicada a la
navegación e industrias rudimentarias. La posibilidad de transformar
mecánicamente el calor en trabajo productivo demandó nuevas fuentes de
energía como la madera y posteriormente los combustibles fósiles.
Transformó paulatinamente las sociedades rurales al mecanizar los trabajos
agrícolas liberándose ingentes recursos de mano de obra para la industria
y los servicios. Estos profundos cambios operados durante los siglos XVIII,
XIX y XX se entendieron como un “progreso” en el que no se concebía que el
uso masivo de los recursos naturales pudiera tener unos límites por su
impacto en el medio ambiente. Desde otro enfoque, solo Malthus plantearía
la cuestión al considerar inviable el crecimiento demográfico ilimitado en
un Planeta con recursos limitados.
Durante
casi todo el siglo XX los países industrializados tanto los basados en la
economía de mercado como los antiguos países socialistas del denominado
“socialismo real”, basaron su desarrollo económico en el optimismo del
crecimiento ilimitado. El movimiento descolonizador que tuvo su mayor
expansión después de la Segunda Guerra Mundial puso sobre la mesa las
necesidades de los nuevos países emancipados que se tradujo en la
aspiración por alcanzar los grados de desarrollo de las antiguas
metrópolis imperiales.
En la
década de los setenta del siglo XX resurgirá el debate de los límites del
crecimiento económico y demográfico a través de instituciones como el club
de Roma, la conferencia de Estocolmo y los movimientos ecologistas que
comienzan apuntar las catastróficas consecuencias medioambientales y
climáticas que puede tener la externalización de gases de efecto
invernadero como consecuencia de un desarrollo económico sustentado en un
modelo energético de combustibles fósiles. La conferencia de Río Janeiro
en 1992 sobre Medio Ambiente alertó sobre los límites ambientales del
vigente modelo de crecimiento económico, lo que dio lugar con
posterioridad al protocolo de Kyoto para la reducción de emisiones de
gases de efecto invernadero de los países industrializados para situarlas
en el 2012 en los niveles de 1990. Alcanzado, pues, en el siglo XXI un
desarrollo económico mundial que está afectando al clima de la Tierra la
pregunta que cabe hacerse es ¿Si con las cotas de riqueza actuales,
patrimonio en dos terceras partes de un tercio de la población mundial, se
disparan las alarmas medioambientales, es posible alcanzar niveles de
desarrollo económico en todo el mundo equivalentes a los de los países
industrializados sin que tal desarrollo lleve a un desastre
medioambiental?
La
respuesta a esta pregunta, presenta intereses encontrados, pues todos
quieren evitar el deterioro medioambiental pero nadie quiere renunciar al
crecimiento económico. Los países ricos porque no quieren ni pueden
renunciar al sistema de crecimiento económico basado en la sociedad de
consumo y los países pobres porque no quieren ni pueden renunciar a su
desarrollo económico para poder atender a las necesidades más perentorias
de la población, en materia de alimentación, salud y educación. La
consecuencia política, hasta ahora, no ha estado en buscar soluciones
globales sino en el enrocamiento de cada parte en sus posiciones. Los
políticos de los países ricos intentan justificar ante sus sociedades que
los países pobres deben aceptar con resignación su destino de miseria,
ante la imposibilidad de un crecimiento ilimitado debido a los efectos
medioambientales, mientras que los países pobres acusarán a los países
ricos de nadar en la opulencia y ser los principales responsables desde la
revolución industrial de la concentración de CO2
en la atmósfera. Pero las acusaciones de unos y otros no pueden
evitar que la contradicción entre el desarrollo económico y los límites
del crecimiento se acentúe por los siguientes factores:
1. El
funcionamiento político económico mundial que antepone el consumo de los
países ricos a las necesidades de los países pobres, cuestión que en
materia energética ha llevado a los países industrializados a incrementar
la demanda de biocombustibles, lo cual está teniendo un importante impacto
en los precios de los alimentos, por reducción de las superficies
destinadas a su producción, cuando la producción de alimentos se hace
progresivamente más necesaria ante el rápido crecimiento demográfico que
están experimentando los países pobres, principalmente en Asia meridional
y el continente africano.
2. La
imposibilidad de controlar el crecimiento demográfico a escala mundial,
debido a un funcionamiento político, donde cada nación por sus tradiciones
y realidades económicas tiene políticas diferentes al respecto, o carecen
de ellas. Cuando sería necesaria una planificación demográfica para no
sobrepasar un límite de habitantes de la Tierra (que se podían situar
sobre los once mil millones de personas previstos para la segunda mitad
del siglo XXI) tanto por los recursos alimentarios, como por la cantidad
de energía necesaria para promover y mantener el desarrollo económico de
ese volumen de población mundial.
3. La
necesidad de los países pobres de atender no solamente a la alimentación,
sino a la generación y consumo energético para poder propiciar su
desarrollo económico. Cuestión que en el vigente sistema energético
mundial lleva inevitablemente a un crecimiento sostenido de la utilización
de combustibles fósiles, pues no existe en el corto y medio plazo, en el
actual paradigma tecnológico, alternativas a la dependencia energética de
los combustibles fósiles y aunque se consiguiera atenuar esta dependencia
por la implementación de otras energías como la de fisión nuclear o las
energías renovables, los países pobres no tienen ni tendrán a corto plazo
posibilidades de acceso ni dinero para pagar esas tecnologías, por lo que
deberán seguir recurriendo al carbón por ser el combustible más barato,
abundante y accesible como fuente principal de generación eléctrica. Por
ello, va a ser inevitable que las actuales reservas probadas de
combustibles fósiles sean externalizadas en formas de gases de efecto
invernadero a la atmósfera, produciéndose, al ritmo de consumo actual, el
agotamiento de las reservas probadas del petróleo y el gas natural para
mediados del siglo XXI cuando quedarán solamente reservas de carbón.
La
externalización a la atmósfera, para esas fechas, de las reservas de
combustibles fósiles principalmente en forma de CO2, debido a
la cantidad y corto espacio de tiempo de su emisión, no va a poder ser
absorbida por los sumideros naturales de la biosfera, por lo que se
producirá una concentración de CO2
en la atmósfera no reciclable por la fotosíntesis, lo que producirá
que el efecto invernadero, al ser el CO2
un gas de gran longevidad, continúe por muchas décadas incluso
después de haberse agotado las reservas de combustibles fósiles.
Las
consecuencias climáticas pueden ser variadas y todavía impredecibles, pero
en general asumibles por la humanidad hasta la mitad del presente siglo,
pues pueden consistir, en ciclones de fuerza desconocida, sequías
prolongadas en las áreas de los anticiclones subtropicales, debido al
ajuste de las masas térmicas de aire que regulan la circulación
atmosférica, e inundaciones en las zonas templadas por el rápido deshielo
de las precipitaciones en forma de nieve, pero la consecuencia más
predecible y de mayor coste para la actual civilización industrial podría
venir en la segunda mitad del siglo XXI, debido a que la externalización
de CO2 ya habrá sido
suficiente para que el efecto invernadero haya afectado a la temperatura
glaciar de manera irreversible, es decir, el inicio del deshielo de las
plataformas continentales heladas: Groenlandia y la Antártida, lo que
puede provocar a partir del 2040 el inicio de la subida del mar hasta
finales de siglo entre uno y tres metros, afectando a todos las
asentamientos humanos costeros del planeta donde vive más del 50% de la
población mundial.
Esta
contradicción entre límites medioambientales y crecimiento económico
solamente es posible resolverla desde planteamientos a escala planetaria
en los que prevalezcan los intereses del conjunto del género humano sobre
los intereses creados de determinadas clases sociales y naciones.
8. La Tercera Civilización
La
civilización nacida de la Ilustración está agotada. Y esta agotada porque
esta civilización que se articuló fundando y tomando la nación como
espacio político por la ideología liberal y socialista para traer la
libertad y el bienestar, después de dos siglos en los que se ha avanzado
enormemente en logros científicos y tecnológicos, en los que el desarrollo
de las fuerzas productivas
ha alcanzado cotas inimaginables al principio de la revolución
industrial, ha sido incapaz de conseguir las metas humanísticas de
redención del género humano.
Está
agotada porque después de doscientos años de dominio de las potencias
occidentales, de pensar sin éxito que la descolonización traería el
progreso para los pobres, de soportar dos guerras mundiales, el riesgo de
una conflagración nuclear y la amenaza cada vez más evidente de una
catástrofe medioambiental; la mayoría de la humanidad percibe el
agotamiento de todas las alternativas políticas experimentadas en estos
dos últimos siglos para solucionar los graves desafíos del siglo XXI, y lo
está, porque con la crisis iniciada en el año 2008, el modelo económico
basado en la competencia de las ventajas de unas naciones sobre otras ha
quedado obsoleto para promover el desarrollo de las fuerzas productivas
mundiales, así como para resolver los graves problemas universales de
desigualdad que tienen sumida a la mayoría de la humanidad en la pobreza,
la ignorancia, la discriminación de la mujer, la mal nutrición, las
enfermedades y la guerras locales, mientras un tercio de la población
mundial vive en la opulencia.
Se ha
llegado a un punto en que los problemas globales, sino se cambia el rumbo,
pueden afectar a la propia supervivencia del género humano. Ya no es
posible que se salven solo las naciones poderosas, también sus habitantes
están condenados a sufrir las consecuencias derivadas del estancamiento
económico, el crecimiento demográfico y la catástrofe medioambiental.
Pero una
vez más, no serán los poderosos quienes tomen la iniciativa para promover
los cambios que precisa el género humano, la transformación deberá venir
de aquellos países emergentes que marquen la pauta política para diseñar
un mundo nuevo de integración política y económica y en la medida en que
eso suceda, los países ricos deberán seguir su estela.
Llegará
un día en que la humanidad sea gobernada como una gran nación donde todas
las personas sean iguales y tengan los mismos derechos, obligaciones y
libertades, ese será el momento en que se alcance la