La tercera etapa de la República
Popular de China
Desde su
proclamación en 1949 la Republica Popular de China, bajo el liderazgo del
Partido Comunista de China (PCCh), se ha desarrollado en
tres grandes etapas, marcadas por la situación interna, la internacional y
la visión ideológica y política que el PCCh ha tenido de las mismas.
La primera,
comprende el periodo desde su fundación (1949) hasta la celebración del XI
Congreso del PCCh y el ascenso de Deng Xiaoping como líder nacional (1977-1978),
etapa en la que la política de China tanto en el plano interno como
internacional estuvo marcada
por la inestabilidad.
La segunda
etapa se inicia en 1977 -1978, hasta la crisis financiera internacional del
2008, periodo en el que la política interna e internacional estuvo caracterizada
en general por el desarrollo
económico y la estabilidad.
La tercera
etapa iniciada en el 2008 supuso el inicio de un cambio en el modelo de
crecimiento de la economía China a través de impulsar el desarrollo interno,
elevó la posición de China en el plano internacional y tras el XVIII congreso
del PCCh se orienta hacia la construcción de una sociedad modestamente acomodada
corrigiendo los grandes desequilibrios sociales generados por su rápido
desarrollo económico, para lo cual, la paz mundial y la estabilidad interna son
primordiales.
Primera
etapa
La primera
etapa tras la proclamación de la República Popular, debido al carácter
revolucionario de la misma, China se adentró en un camino nuevo en la
construcción de un modelo social, económico y político que, como tal, estuvo
sujeto a distintas interpretaciones, con facciones políticas dentro y fuera del
PCCh claramente enfrentadas, que desembocó en la Revolución
Cultural (1966-1976) que se rigió
por el dogma del igualitarismo pero
sumió a China, entonces básicamente rural, en el estancamiento económico.
En esta
etapa, en sus relaciones internacionales, China pasó de mantener una sólida
alianza con la URSS en los primeros años de la revolución a romper sus lazos con
el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y establecer relaciones
diplomáticas con EEUU en los años setenta. Para los dirigentes chinos este
cambio fue debido a la interpretación que hicieron de la degradación del PCUS
como partido revolucionario por la burocratización y corrupción generalizada de
sus miembros, así como por la acusación de la deriva imperialista de la URSS,
expresada en su interés por tutelar a China, lo que en la interpretación de los
dirigentes del PCCh hacía de China el principal país que mantenía la bandera del
socialismo y el internacionalismo.
Segunda
etapa
El XI
congreso del PCCh en 1977 y el ascenso al poder de Deng Xiaoping en 1978,
marcarían el nuevo rumbo de China tanto en el plano interno como en la política
exterior abriéndose una segunda
etapa.
En la
política interna China abandonó el igualitarismo y
el dogmatismo doctrinario de
la “Revolución Cultural” e inició la política basada en la
reforma y la apertura. La reforma implicaba
una apuesta por el desarrollo de las fuerzas productivas a través de compaginar
la planificación económica con la liberalización de la iniciativa privada, y la apertura suponía
abrirse al resto de naciones del mundo e incorporar a China los conocimientos
que habían propiciado el desarrollo de las naciones más avanzadas
industrialmente.
La década
de los ochenta sería crucial en la conformación de la nueva realidad
internacional. China alejada de la URSS, basó su política exterior apegada a los cinco
principios de la coexistencia pacífica, renunciando con la apertura al modelo propiciado
por la URSS de desconexión del espacio
socioeconómico socialista del
mundo capitalista, que dividía el Mundo en dos ámbitos geopolíticos casi opacos
entre sí, por una parte el COMECON liderado por la URSS y por otra el resto del
mundo interconectado en las relaciones económicas.
La
revolución socialista mundial dejaba de tener para China un polo de referencia,
cada país debería ser protagonista de sus propias transformaciones políticas y
económicas y basar sus relaciones en los principios
de la coexistencia pacífica con
todos los países del signo que fueran; la historia sería la que iría uniendo a
las naciones que desde diferentes idearios aspiraban al mundo fraternal
predicado como objetivo del comunismo. China sería respetuosa con todos los
sistemas políticos del mundo, pidiendo para sí misma, el mismo reconocimiento.
Al final de
los años ochenta los fatales pronósticos del PCCh sobre el PCUS se vieron cumplidos, la corrupción generalizada de
funcionarios y el anquilosamiento del sistema económico soviético inmerso en una
carrera armamentista con EEUU, originó que se formara una economía paralela de
bienes de consumo detentada por oligarquías regionales. El final de la URSS fue
el triunfo de esos grupos oligárquicos que desplazaron del poder a la burocracia
estatal soviética. En el campo internacional, el alejamiento de China de la
esfera de influencia de la URSS, la derrota en Afganistán y las revueltas en los
países del este de Europa acabaron con la aspiración soviética de conformar un
área de influencia exclusiva bajo la égida de Moscú. El auge y decadencia del
PCUS fue una experiencia que el PCCh la ha tenido siempre presente.
El destino
posterior del bloque soviético estuvo marcado por la emergencia de los
nacionalismos instrumentalizados por las oligarquías regionales para asentar su
poder económico en sus ámbitos respectivos. En el caso de Rusia, los intereses
de las oligarquías regionales a favor de un modelo neoliberal con escasas
regulaciones en el que aflorar legalmente sus negocios, la debilitaron como
nación en la última década del siglo XX. Sería a partir del comienzo del siglo
XXI cuando la reacción popular de las clases medias rusas representadas en Rusia
Unida con su líder Putin a la cabeza, permitió abrir una etapa de consolidación
de Rusia como una gran nación emergente sin aspiraciones hegemónicas que le está
permitiendo articular el espacio económico possoviético, y ha llevado a que las
relaciones entre China y Rusia sean para ambos países de interés fundamental
superando así su pasado de confrontación.
El periodo
de Reforma y Apertura en
China iniciado en 1978 coincidió hasta el 2008 con el auge mundial del
desarrollo neoliberal. Los países industrializados, particularmente EEUU,
entendían que la estructura económica mundial se debía sustentar en el
consumismo de la ciudadanía de los países desarrollados (un 15%- 20% de la
población mundial), a la vez que mantenían el monopolio científico técnico de la
producción mundial, mientras que el resto del mundo les serviría como
suministradores de materias primas y mano de obra barata. En ese esquema
neoliberal y neocolonial, China representaba para las multinacionales de los
países industrializados un destino preferente, por disponer de mano de obra
laboriosa, disciplinada y barata.
Los países
industrializados comenzaron la deslocalización de la industria manufacturera,
reservándose ellos la mano de obra cualificada y mejor remunerada que era a su
vez la que articulaba la demanda económica efectiva mundial. En ese proceso
deslocalizador China se convertiría en lo que ha llegado a denominarse la
“fábrica del Mundo”. Gran parte de las plusvalías generadas por la mano de obra
de China se transferirían en forma de grandes ganancias a los países
desarrollados pero, a su vez, también China se benefició de la producción
manufacturera, pues le permitió incorporar los procesos de producción de los
países industrializados y pudo realizar, a través de los beneficios de la
exportación, una ingente acumulación
primaria de capital que le
convertiría a principios del siglo XXI en la nación con mayor reservas de
divisas del mundo. Todo ello y su propio impulso innovador científico-técnico le
permitió a China dar el paso de ser un país agrario y manufacturero a situarse
como un país entre los avanzados en ciencia y tecnología, logrando un impulso en
el desarrollo económico como ninguna nación lo había hecho desde la Revolución
Industrial en tampoco espacio de
tiempo, convirtiéndose en el 2010 en la segunda economía del mundo.
En esta segunda
etapa, China pasó de ser un país rural y encerrado en
sus fronteras en 1978, a convertirse en el siglo XXI en la mayor economía de lo
países en desarrollo y abierta al
mundo.
Tercera
etapa
La crisis
económica mundial del 2008 situó a China en un momento crucial de su desarrollo
económico, en los primeros meses del año 2009 debido a la caída de la demanda de
los países desarrollados su industria manufacturera dependiente de los mismos se
resintió de forma acusada, millones de trabajadores chinos pasaron en poco
tiempo a engrosar las filas del desempleo, pero la reacción de las autoridades
Chinas fue rápida. Apoyadas en su fuerte solvencia monetaria y los mecanismos de
planificación estatales, implementaron un plan de estímulo económico interno que
le está permitiendo a China sortear la crisis mundial, mientras que el mundo
desarrollado sigue sumido en la incertidumbre de una crisis duradera.
Este
diferente ritmo de transitar por la crisis está haciendo que la velocidad de
China en su desarrollo económico sea superior al occidental; aunque considerando
que Occidente inicio su desarrollo hace dos siglos y China lo inicio hace
treinta años las diferencias son notables. China sigue siendo un país en
desarrollo.
La crisis
mundial está suponiendo para China un desafío por
la necesidad de hacer frente a la crisis, y también una oportunidad porque
sitúa a China en el reto de transformar su modelo
de desarrollo económico con la
promoción de sus capacidades internas, inaugurando un nueva
etapa encaminada a la
construcción de una sociedad modestamente
acomodada cuyo objetivo se espera
alcanzar en el centenario de la fundación del PCCh en 1921.
El hecho de
que China se haya adentrado en un cambio de modelo
de desarrollo le obliga a
perfilar el mismo de forma
integral, donde deberá tener en cuenta no solo la modernización de su
economía basada en el estímulo del consumo interno, sino en el equilibrio entre
desarrollo y el consumo energético para que el mismo sea respetuoso con el medio
ambiente pero, sobre todo, tendrá que corregir los desequilibrios y malas
prácticas administrativas adquiridas durante las tres últimas décadas como
consecuencia de su rápido y singular crecimiento económico.
Entre los
desequilibrios hay que situar las enormes diferencias en la distribución de la
riqueza entre las zonas urbanas y las rurales, concentrándose en estas últimas
el 45% de la población y donde todavía viven 128 millones de personas con un
dólar de renta per cápita al día. En las zonas urbanas los desequilibrios
socioeconómicos afectan a millones de inmigrantes que no tienen regularizada su
situación.
Según los
datos publicados por el Buró Nacional de Estadística de China el coeficiente de
Gini, índice que aplicado a los ingresos de un país mide en una escala de 0 a 1
la disparidad de los mismos, (donde el 0 equivaldría
a unos ingresos iguales de toda la población, y 1 que
todos los ingresos se concentraran en un solo perceptor), fue del 0,474 en el
año 2012; por encima del 0,4, que la ONU fija como límite abusivo de la
desigualdad socioeconómica, y fuente de malestar social.
Con
relación a las malas prácticas administrativas adquiridas en las últimas
décadas, éstas tienen su expresión más acusada en el despilfarro en gastos
superfluos y la corrupción política. Ambas cuestiones han venido propiciadas de
la mano del modelo de desarrollo competitivo del mercado particularmente en las
zonas urbanas, pero especialmente han sido favorecidas por la exaltación
del enriquecimiento personal como
un valor social positivo para estimular la liberación de las fuerzas del
mercado, valores que, si bien desde las instancias del PCCh se promovió en el
pasado como forma de desarrollar la iniciativa individual, se han convertido en
la nueva etapa en
un lastre dentro del objetivo de promover un modelo económico socialmente inclusivo
y solidario.
Las
estimaciones de Deng Xiaoping sobre el enriquecimiento de una parte de la
población tal y como lo expresaba en la entrevista con Oriana
Fallaci en agosto de 1980 se han
visto claramente desbordadas:
Oriana
Fallaci. Pregunta. La inversión
privada. ¿No es un capitalismo en miniatura?
Deng
Xiaoping. Respuesta. La absorción
de capital extranjero y tecnología, e incluso permitir a los extranjeros el
construir plantas en China sólo puede desempeñar un papel complementario a
nuestro esfuerzo para desarrollar las fuerzas productivas en una sociedad
socialista. Por supuesto, esto traerá algunas influencias propias de la
decadencia capitalista en China. Somos conscientes de esta posibilidad, pero no
es nada de temer.
El PCCh es
un partido que cuenta en la actualidad con 82 millones de afiliados. En China
existen además del PCCh ocho
pequeños partidos legales que en
total no suman un millón de afiliados, cooperando con el PCCh en la Asamblea
Consultiva. Según estimaciones oficiales un 10% de la afiliación política con
puestos de responsabilidad puede haber incurrido o estar inmersa en prácticas
corruptas. La percepción de la ciudadanía sobre los casos de corrupción también
es alta como se muestra en las reiteradas denuncias y críticas en las redes
sociales de China entre las que la red más popular de China Sina Weibo, contaba
en el 2012 con más de 500 millones se subscriptores .
El VXIII congreso del PCCh celebrado
en noviembre del 2012 además de definir de forma integral el nuevo modelo de
desarrollo en el que se adentra China se ha propuesto atajar los desequilibrios
sociales y las malas prácticas administrativas. Xi Jinping, en un artículo
publicado en la revista del PCCh Qiushi (buscando
la verdad: 求是)
resaltaba la pureza del
PCCh como la base sobre la que construir una militancia sana, advirtiendo de que
la decadencia del PCCh y alejamiento de las población podía arruinar a China y
la causa socialista.
Si bien, a
diferencia del PCUS, las características del PCCh inmerso en la reforma
y la apertura le permiten graduar
y medir los cambios al paso de los
tiempos manteniendo un sólido
lazo con la mayoría de la población, la historia de la degradación ideológica y
moral del PCUS es una experiencia que está presente en el PCCh para no incurrir
en los mismos errores.
El núcleo
ideológico que rige los destinos de China está dentro del PCCh, y no existen
poderes fácticos como pasó en la URSS y pasa en Occidente que son los que
determinan desde sus intereses y su ideología la marcha de la política. No
obstante, si China padeció durante la Revolución Cultural los excesos del igualitarismo
doctrinario, ahora padece los excesos de la exaltación
del enriquecimiento personal que,
como señalara Marx en 1844 en los Manuscritos
Económicos y filosóficos, desatan los prácticas sociales más degradantes
y alienantes del ser humano como la insolidaridad y el éxito a costa del fracaso
de otros, ensalzadas como grandes valores por el neoliberalismo.
Los
dirigentes chinos, si quieren acabar con los fundamentos de la corrupción,
deberán saber equilibrar el desarrollo de las fuerzas productivas en el socialismo
de mercado con la promoción de
los valores sociales de la inclusión
social y la fraternidad,
lejos del doctrinarismo ideológico de la Revolución
Cultural pero también distante
del individualismo liberal,
impulsando a su vez, la transparencia en la política con mecanismos de control
eficaces que haga a la ciudadanía partícipe de la misma.
En esta nueva
etapa, en la política internacional China está adquiriendo un notable peso.
En el último cuarto del siglo XX China había sido importante principalmente por
la magnitud de su población, pero en la segunda década del siglo XXI China es
internacionalmente importante, no solo porque representa casi una quinta parte
de la población mundial, sino por su conexión comercial con la mayoría de los
países del mundo, por su dinamismo económico y por ser la potencia mundial más
comprometida con la Paz y la no injerencia política en los asuntos de otros
países.
La política
internacional de China sustentada en los cinco
principios de la coexistencia
pacífica no es recíproca por
Occidente. Los países
desarrollados acostumbrados a
tutelar a los países en desarrollo para
obtener ganancias unilaterales, mantienen con China intereses encontrados; por
una parte, en medio de la crisis económica mundial el crecimiento de China les
viene bien como destino de sus productos pero, por otra parte, el auge de China
les causa inquietud por el peso internacional que está ganando, lo que les lleva
a intentar contener a China, que en el caso de EEUU se comprueba con la vuelta
estratégica a la región de Asia-Pacífico.
No
obstante, los intereses de China no están en convertirse en potencia hegemónica
como en su día lo pretendió la URSS, cuestión por la que la combatió en el
terreno ideológico, sino en articular un mundo de paz
y desarrollo en una relación de ganar
todos. Un principio que tiene que ver con el ideario del PCCh y su visión de
avanzar hacia un mundo de paz sin
hegemonías, pero que los estrategas occidentales acostumbrados a la Guerra
Fría e imbuidos de su cultura
imperial y su modelo desarrollista neocolonial, no llegan a concebir y, por
ello, intelectuales y medios occidentales por ignorancia en unos casos, o
intencionadamente en otros, tratan de desvirtuar la política exterior de China
acusándola sin fundamento de ambiciones hegemónicas.
China es un
país en desarrollo como lo muestra su renta per cápita; a pesar de ser la
segunda economía del mundo su renta per capita en el 2012 fue de 6.000$ una
octava parte de la renta per cápita de EEUU. El objetivo de alcanzar una
sociedad modestamente acomodada en la próxima década, y que supondría superar el
PIB de EEUU le situaría con una renta per cápita en torno a los 12.000$, una
cuarta parte de la renta per cápita actual de EEUU.
China
seguirá siendo por lo tanto por varias décadas un país en desarrollo y, por
ello, su política internacional continuará ligada al destino de los países en
desarrollo. El reto de alcanzar la prosperidad en todos los países en desarrollo
donde se concentra la mayoría de la humanidad en un Planeta con recursos
limitados tanto energéticos como alimentarios, va a tener en China su principal
experiencia y ejemplo.